Accidente
— No vas a ir, Otabek.
Otabek tragó ante los ojos severos que lo miraban.
— Solo será un poco, no me exigiré mucho...
— No. Te vas a quedar aquí y punto. — sentenció Yuri con voz imponente, gélida y pausada.
Otabek abrió la boca para rebatirle, pero a último momento no se atrevió. Se hallaba sentado en la cama, tenía una bota puesta y la otra en la mano, pero la mirada cruda de Yuri detuvo cualquier otro intento de su parte por intentar acompañar al clan a cazar.
Volviendo a tragar, asintió en un corto vaivén. Se descalzó despacio y se metió entre las mantas como un obediente cachorro convaleciente.
No quería hacer enfadar a Yuri y, la verdad, tampoco quería ser regañado por este mismo. El omega lo había estado cuidando con mucha dedicación, dándole sus medicamentos correspondientes constantemente y haciendo el cambio de gasas en su hombro cuando era necesario.
Otabek se sentía mucho mejor, no volvió a tener dolores de cabeza o fiebre, ahora al menos podía mover el brazo sin sentir punzadas. Conservaba los puntos en la herida, pero era cosa de pocas semanas para que la piel dañada terminara de secarse y Yuko pudiera retirarlos.
Cuando se enteró de que la carne se acababa y los alimentos no perecibles que hallaron allí en la base no durarían más de dos semanas, había querido apoyar a sus compañeros en la caza que habían planificado, pero tuvo que retractarse porque Yuri lo obligó a quedarse hasta que se recuperara completamente.
...
Varias veces, cazando, Viktor y los demás se alejaron mucho de la base en busca de carnes frescas. Por su tamaño, los halcones en los altos picos de las montañas eran presas importantes, pero claro, no siempre era tan fácil atrapar uno si sus alas posibilitaba su audaz huida. No obstante, en el bosque que se desprendía entre estelas verdes y blancas metros más atrás de donde el clan se escondía, encontraron demás animalillos que pudieron cazar para pasar la temporada.
Otabek se mostró interesado cuando Leo le contó, tras regresar de una victoriosa caza, que se habían encontrado con un oso grande y de pelaje azabache.
— No quisimos acercarnos demasiado porque no queríamos problemas extras.
Había dicho Leo subiendo y bajando los hombros, como si no fuera la gran cosa. Lo que no sabía era que Otabek nunca había visto un oso y la verdad le hubiese encantado poder ver uno aunque fuera a distancia. Pero con su herida en recuperación le era imposible salir a cazar con los suyos.
Viktor había enviado a Maka hacía algunos días de vuelta con su mensaje para su abuelo y constantemente se la pasaba observando el terreno vacío desde los pasillos de los muros. A veces, cuando se aburría, Otabek lo acompañaban y conversaban entre susurros.
Ver a los hermanos Nikiforov jugando con su hijo también era divertido, sobre todo porque Luka parecía temeroso de pisar entre la nieve y se miraba las patas a cada rato con miedo de pisar quién sabía qué cosa.
Su pasatiempo de observar a Yuri también le resultaba atrayente mientras movía su cola de lado a lado. El omega se sentía tan descansado y relajado que muchas veces lo sorprendió paseándose con orejas y cola fuera. Mirar a Yuri hacer simplemente cualquier cosa era muy relajante, le gustaba cuando hacía ese sutil gesto de echarse para atrás el cabello o cuando rodaba los ojos cuando Yuko le decía que no se esforzara tanto. Le gustaba ver su rostro con el ceño fruncido cuando miraba a Katsuki cocinar, su mirada concentrada en aprender cómo demonios saber cuándo los fideos estaban listos para sacarlos del agua. Se sorprendía riendo solo cuando su chico chocaba sin querer su barriga con lo que tenía delante y soltaba improperios por lo bajo, o cuando le hacía un gesto con sus dedos a Mickey de "te estoy vigilando" cada vez que lo encontraba muy cerca de Luka; su preciosa joya.
Otabek agradecía a la deidad de la nieve -si es que existía algo así- por darles aquel clima. Era cierto que él se moría de frío y pasaba la mitad del tiempo frente a la chimenea del primer piso, pero el ánimo de Yuri parecía estable y no había experimentado muchos cambios de humor más que simples quejas porque cada vez estaba más gordo.
Todos en el lugar tenían al omega lleno de atenciones, lo dejaban hacer lo que quisiera y pasearse donde le viniera en gana.
De hecho, fue aquella mañana en que le dieron ganas de subir al muro centinela para observar qué tal la vista. Había dejado a Otabek durmiendo, hecho un ovillo entre las mantas cálidas que habían compartido.
Pensaba que estaría solo, pero se encontró con Viktor y otros tres alfas desperdigados en el muro haciendo guardia; entre ellos y a un lado del Nikiforov, Isabella. Quiso devolverse para no tener que ver a esa tonta, pero fue demasiado tarde cuando ambos voltearon. Se acercó solo por mantener su orgullo y contestó con un murmullo a los buenos días con que Viktor lo recibió.
Los tres se mantuvieron apoyados en la baranda en silencio. Ni Yuri, ni Viktor, ni Isabella sabían si el aire era tenso o simplemente demasiado flojo como para hablar.
¿Qué demonios era ese trío? se preguntó Yuri mentalmente. Se sentía como una mezcla muy rara e inusual, no le era cómodo, pero tampoco quería moverse de allí si la brisa helada le enfriaba la punta de la nariz y eso se sentía muy bien.
Fue el líder el que al final terminó rompiendo el mutismo del ambiente.
— Te tenemos muy mimado, Plisetsky.
Cuando escuchó esas palabras de Viktor, no pudo enfadarse. Sabía que así era y en verdad se sentía agradecido por tantas atenciones por más extraño que le pareciese recibirlas de personas que no fueran sus amigos más cercanos.
Dudó un poco en confesarlo, pero terminó diciéndolo de todos modos. Pensó en que no había nada de malo en mencionarlo.
— Me gusta más este clan.
— Sí. A mí también — convino el líder — es pequeño, pero es cómodo.
Yuri asintió.
— ¿Cómo está Beka y su hombro? — preguntó tras un otro silencio.
— Es un tarado — respondió apoyándose, tocando la nieve en la baranda con las manos desnudas. De soslayo vio que Isabella se asomaba ligeramente escuchando su respuesta — dice que no le duele, pero lo hace solo para no preocuparme. Lo que no sabe es que se queja toda la noche y le acomodo la almohada para que no se haga daño.
Viktor sonrió divertido. Sí, tenía en cuenta que Otabek era un mal mentiroso.
— ¿Qué miras? — le gruñó a la chica.
Isabella frunció ligeramente el ceño y desvió la mirada.
— No tienes por qué ser así, no te he hecho nada — murmuró por lo bajo, pero audible para ambos.
Viktor se mantenía en silencio, algo inquieto por estar en medio de ambos chicos. Por favor que no se pusieran a discutir porque una pelea de gatos sería algo realmente tedioso.
— Claro, ahora todos finjamos que no te gusta Otabek — respondió con saña — ¿quieres también que te tire flores?
Los colores se le subieron a la cara a la muchacha y miró a Viktor como si fuera quien estaba allí para regañarla. El lobo simplemente apretó los labios y subió los hombros, queriendo no formar parte de eso aunque admitía él también había notado algo extraño en los acercamientos demasiado amigables de Isabella a Otabek que habían mermado cuando Yuri y el alfa arreglaron sus asuntos pendientes.
Yuri seguía apoyado en la baranda y miraba con ojos de víbora a Isabella, juzgándola tanto con la lengua como con la mirada.
— ¡No me gustaba! — exclamó defendiéndose — no me gustaba... solo me atraía un poco, supongo, pero ya no, él es solo un amigo.
"Amigo". Yuri sonrió con burla, sus ojos haciéndose dos líneas gatunas. No tuvo que decirlo en voz alta para que la leona comprendiera su mofa a lo que había dicho.
— Además yo estoy en este clan para ayudarlo y no para dividirlo — añadió con las mejillas rojas por haber sido expuesta frente a Viktor, su actual líder.
Tras eso, se arregló la bufanda y con su cara todavía roja, se fue dando pisotones hasta llegar a las escaleras y marcharse de allí.
Yuri sintió el gozo en su estómago. Por fin había puesto en su lugar a esa tonta por andar mirando carne de otros.
Hubo otra pausa prolongada mientras Yuri contemplaba el blanquecino paisaje, las montañas altas y el territorio plano por el que habían llegado, las bajadas irregulares allá, mucho más allá y luego nada más que cielo gris con nubes esponjosas que podían distinguirse claramente la una de la otra. Incluso casi se había olvidado de Viktor a su lado.
— No seas tan malo con Isabella — dijo, por fin, al notar la casi imperceptible sonrisa que hacía inconscientemente Yuri.
— Cállate, viejo, no es asunto tuyo.
— Ella tampoco la ha tenido fácil estando todo este tiempo con Jean — prosiguió — y ahora debemos estar más juntos que nunca. No te pido que seas su amigo, solo que intenten no discutir.
Yuri rodó los ojos. Por unos fugaces segundos se sintió como si su padre lo regañara; siempre a palabras tranquilas y con una paz que lo hacía cuestionarse si realmente eso era un regaño.
La verdad, últimamente se había estado llevando mejor con Viktor.
El sol comenzaba a asomarse tras las nubes, era como una mancha de luz que se movía tras una tela gris y amenazadora que insistía en monopolizar el cielo.
— ¿Por dónde llegarán ellos? — preguntó mirando a Viktor.
— Por donde estás mirando, es lo más probable.
Maka ululó metido entre la madera del techo del pasillo, ya llegaba su hora de dormir.
Dos alfas se despidieron bostezando y bajaron de la torre porque su turno ya había concluido.
Viktor suspiró el aire de la mañana, el frío calando dolorosamente sus fosas nasales.
— ¿Tienes miedo?
Yuri se mantuvo impasible con la pregunta, sabiendo perfectamente a lo que Viktor se refería. Aguardó unos segundos, pensando en ello, hasta que abrió sus labios.
— He estado huyendo toda mi vida, ni siquiera sé diferenciar si es miedo o adrenalina lo que siento cuando me toca correr ¿y tú, líder? — preguntó mirándolo con gracia en la mirada — tienes muchas vidas en tus hombros.
— Ni me lo recuerdes. — dijo cruzándose de brazos y pegando su cabeza a uno de los pilares a su lado — pero saldremos de esto.
— ¿Cómo lo sabes?
El alfa subió y bajó los hombros.
— No lo sé, pero quiero creer eso.
Yuri lo miró unos segundos. Pudo haberse burlado de esa respuesta, pero no lo hizo, solo miró sus manos con la nieve que ya se había derretido bajo ellas.
No podía juzgar a Viktor. Él mismo sabía que la fuerza de voluntad y la creencia en él sí era fundamental para sobrevivir en ese mundo.
— Yuri — Viktor llamó su nombre con voz seria y este volvió sus ojos hacia él — haremos que sobrevivas — aseguró — tú, tus hijos, Beka, Yuuri, mis hijos, Yuko, todo el clan. Haremos que podamos vivir.
Los labios del omega se separaron ligeramente.
Los ojos de Nikiforov mostraban compromiso y decisión.
Hubiera sido una vil mentira decir que no se había sorprendido. Tragó grueso.
Vivir. Eso sonaba como una palabra muy fuerte. Vivir, ¿cómo sería eso? él y todos los demás no habían conocido nada más que la palabra sobrevivir.
Efímeros momentos de paz y todo el tiempo restante arriesgando el pellejo, racionando la poca comida para más de treinta bocas. Un despiste y las fauces de un animal en tu cuello. Un segundo perdido y estabas muerto.
Quizá el vivir también acarreaba problemas, pero era una manera más digna de existir que el sobrevivir a base de lo que fuera frente a una cruda intemperie.
Sonaba bien vivir.
Miró hacia adelante y ocultó una sonrisa apoyado en la palma de su mano.
Estúpido Viktor.
Sí, era bueno creer. La fe movía montañas, o eso decía su madre.
— Eso sería bueno. — dijo al cabo de un rato.
En sus palabras iba implícito su agradecimiento hacia Viktor. Y esperaba que él lo hubiera descifrado.
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Yuri tuvo un embarazo relativamente tranquilo ese mes. La piel en su vientre había tomado un color rosáceo y el cachorro parecía más inquieto que nunca.
— Los efectos del octavo mes, Yuri, los efectos del octavo mes — había repetido Yuko al acabar su revisión semanal con una sonrisa.
A menudo el omega se ponía a pensar qué tan doloroso sería al momento de parir, ¿le dolería? ¿se haría daño? ¿tendría que abrir las piernas hacia alguien más que no fuera Otabek? todo eso lo nublaba. Hacerse la idea de que estaba en cinta había sido mucho más fácil que hacerse a la idea del momento en que su hijo ya decidiera que era tiempo de salir de su cómodo hogar dentro de su vientre.
A decir verdad, debía admitir que sí era cobarde cuando se trataba del dolor. No le gustaban las agujas, no le gustaban las heridas, no quería hacerse daño al momento de dar a luz, le daba un poco de pánico por lo que en casi todas las ocasiones cuando esas preguntas lo acechaban, huía de ellas a los cómodos y protectores brazos de Otabek; como si estos pudieran impedir que su hijo en algún punto ya estuviera listo para venir al mundo.
Sus viejos traumas de tener que ser tocado allí por alguien más no eran para nada una ayuda. Solo le provocaba más ansiedad.
Pero fuera de ello, todo en su embarazo marchaba muy bien.
Fueron en las tardes de aquellos días, iniciando el octavo mes del embarazo de Yuri, que las nevadas cobraron más presencia en esa zona de la cordillera.
Otabek parecía un perchero con mucha ropa encima, sentado en una de las bancas de piedra en el patio del recinto y con Luka -también muy abrigado- sentado en sus piernas. Estaban abrazados y cada tanto la pantera le sobaba la espalda a su hijo por el frío que hacía allí afuera. Se mantenían allí únicamente porque la nieve les parecía tan atractiva que verla a través de una ventana era un desperdicio de belleza.
Sala y Michelle miraron a Otabek meneando la cola, en medio de la nieve.
— Treinta y cinco a veinticuatro. Mickey ganó.
Anunció el juez. Sala chilló y ladró a su hermano pidiendo una revancha que rápidamente este aceptó.
En cuanto Otabek les dijo "¡ya!" ambos lobos comenzaron a dar largos saltos solo para probar quién era más bueno en atrapar copos de nieve a mordiscos en el aire.
Luka soltó una cantarina risilla cuando ambos chicos chocaron entre sí, empujándose cada uno de bruces a la nieve.
— Estúpidos perros — había murmurado Yuri observando desde la ventana del primer piso. Levantó la mano hacia Otabek cuando éste notó que se hallaba mirándolos.
Pero, oh, qué demonios estaba haciendo allí adentro. Iría afuera como debería ser.
Otabek había dado la nueva cuenta en la que ambos hermanos habían empatado veintinueve a veintinueve y, cuando Michelle volvió a aceptar rápidamente un desempate, supo que estarían largo rato discutiendo por quién era el mejor.
Sus ojos avistaron a Yuri bajando la escalera.
Quizá el accidente pudo haberse prevenido de no ser por la panza de Yuri que apenas y le dejaba ver sus pies. El leopardo de las nieves jamás había desconfiado de sus pasos, ¿por qué hacerlo cuando nunca antes había fallado? pero la empinada escalera resbalosa por la humedad de la nieve había decidido otra cosa.
Otabek lo vio todo desde abajo, casi en cámara lenta y con el aire congelándosele en la garganta. El corazón se le cayó al suelo cuando lo vio resbalar.
Yuri dio un jadeo asustado, intentó afirmarse hacia adelante, pero la caída fue inminente y sintió el duro golpe de su cuerpo que terminó cayendo brutalmente escaleras abajo.
¡Gracias por leer!
