Anna
Cuando recobró la consciencia, ya era muy entrada la noche, borrosamente pudo distinguir la oscuridad tras la pequeña ventana del cuarto.
Oh, diablos, todavía sentía su cuerpo muy pesado.
Tras haber dado a luz a su hijo, la penumbra llegó a sus párpados y Yuri sintió una ligera carga de remordimiento por haberse ido así sin más. Pero simplemente no había podido soportar ni un segundo más el dolor que había sobrecargado cada célula de su cuerpo, había sido demasiado.
No supo cuánto tiempo exactamente, pero sí estuvo mucho rato con los ojos cerrados sin poder siquiera reaccionar a los llamados de Otabek. Su respiración se volvió superficial, agotada, no tenía fuerzas para moverse. Sintió que era aseado y acomodado, escuchó también voces distorsionadas, pero su cansancio era más grande que todo lo demás y simplemente se dejó arrastrar por el sueño.
Esperaba, desde lo más profundo de su corazón, que todo hubiera salido bien.
Veía una suave luz titilar en la silla a su lado.
¿Dónde estaba Otabek? ¿dónde estaba su cachorro?
Movió su mano con gran esfuerzo, sus extremidades estaban entumecidas. Sentía un dolor sordo en la parte baja de su vientre, su abultada barriga había desaparecido, una capa de piel flácida lo había sustituido, Yuri apartó la mirada disgustado.
Intentó acostumbrar su vista a la oscuridad y observó la habitación. Se preguntó nuevamente dónde estaba su hija, dónde se hallaba Otabek o siquiera Yuko.
Miró a los pies de la cama y halló la espalda de su pareja. Eso lo hizo esbozar una pequeña sonrisa.
— ¿Beka? — susurró con la voz ronca.
El alfa volteó de inmediato. Tenía un bulto entre los brazos.
— Yura — suspiró aliviado, acercándose rápidamente a su lado — ¿te sientes bien? ¿quieres agua? ¿necesitas algo?
Yuri no dio una respuesta a ninguna de sus preguntas, más interesado en la criatura entre sus brazos. Se apoyó en su codo y Otabek lo ayudó a reincorporarse lentamente.
El corazón de Yuri dio un vuelco cuando avistó un pequeño rostro, con los ojos cerrados entre los brazos de su pareja.
— Es Anna, Yura — le avisó — es nuestra hija.
— ¿Es niña? — Otabek asintió con una orgullosa sonrisa.
Yuri sintió sus ojos anegarse en lágrimas cuando Otabek le pasó con cuidado el pequeño cuerpo envuelto en una cálida manta.
Anna Plisetsky-Altin dormía plácidamente hasta el momento en que sintió que la cambiaban de brazos. Soltó un quejido, algo muy parecido a un gruñido.
— Ya te reconoció — dijo Otabek — estuvo pidiendo por ti todo este tiempo.
El casi virgen olfato de la bebé había reconocido a su padre y el aroma a leche desprendiendo de su pecho. Estaba lista para volver a llorar por segunda vez pidiendo ser alimentada.
Otabek no podía sentirse más lleno de felicidad al ver a Yuri derramar finas lágrimas. Repasó con cuidado las mejillas del omega que sonreía emocionado por cargar por primera vez a Anna.
— Es tan pequeña.
— Tuvo algunos problemas respiratorios al nacer, sus pulmones no están del todo desarrollados, pero Yuko dijo que se pondría bien.
— ¿En serio? — preguntó mirándolo preocupado — ¿está bien de veras?
Otabek asintió, dejando un beso en su frente.
— Sí, al parecer solo fue porque nació prematura, pero por lo demás está todo bien y muy sana... y creo que ahora debe tener mucha hambre.
En efecto, más pronto que tarde Anna había vuelto a llorar, inclinada hacia donde el pecho de Yuri estaba.
El omega no podía describir la sensación de felicidad que lo abarcó, era algo avasallante que recorría como una temple marea cálida todo su corazón.
— P-pero yo no... no sé cómo hacerlo.
— No debe haber mucha ciencia, solo acércala y ella sabrá buscar.
Yuri tragó. Miró a Otabek con algo de vergüenza. Tenía ojeras bajo los ojos, pero sus mejillas se tiñeron de un suave rosado.
— N-No mires.
Otabek soltó una sonrisa. Ya conocía todo de Yuri, ¿qué más daba si veía una vez más sus pezones? pero terminó por obedecer para que el omega no se sintiera incómodo.
Yuri meció a Anna despacio y, algo dudoso, levantó la camiseta que traía puesta. Pensó que tendría que guiarla, pero la respuesta de la bebé fue instintiva; se pegó de inmediato a su abultado pecho para mamar.
Fue una sensación muy extraña para Yuri, pero sintió que podría acostumbrarse a ella o al menos tolerarla. Iba a taparse con el otro extremo de la manta azul, cuando se vio incapaz de dejar de mirar a su cachorra que parecía tan a gusto comiendo.
En efecto, era tan pequeña que cabía acunada en uno solo de sus antebrazos sin problemas. Debía pesar alrededor de dos o tres kilogramos. Yuri llevó sus dedos a su mejilla y tocó la suave y blanda piel rosada, sonriendo cuando ella gruñó por su toque; claro que lo reconocía. Anna tenía una pelusa de cabello azabache y era muy inquieta puesto aún cuando se hallaba alimentándose, sus manitas redondas se movían y apretaban alrededor de su pecho, como los gatitos recién nacidos cuando amasaban a su madre.
— ¿Ya puedo ver?
La voz de Otabek lo sacó de su burbuja y se cubrió a él y a su bebé con la manta azul que de pronto reconoció.
— ¿Esta no es la manta de Luka? ¿dónde está Luka?
Otabek volteó.
— Cuando entró a conocer a Anna dijo que quería que ella la usara porque era la manta más suave de todas y su hermana necesitaba cosas suaves. Sala y Michelle dijeron que podían dormir junto a Luka para no molestarte.
Yuri no borró su sonrisa, Luka sería un excelente hermano mayor.
— No hubiese sido ninguna molestia, es mi hijo también.
— Sí, pero supongo que él aceptó porque quería que tú y Anna durmieran cómodos.
Su Luka era todo un caballero a tan temprana edad y Yuri pudo sentirse orgulloso de él. Solo esperaba que no se sintiera desplazado con la llegada de Anna porque tanto él como Otabek amaban a sus cachorros por igual.
— ¿Qué me pasó? ¿cómo me dormí?
— Te desmayaste por el cansancio.
Yuri asintió. Eso explicaba mejor muchas cosas.
Sintió la cabeza del alfa apoyarse en su hombro y su mano acariciar su marca en su cuello.
— Me asustaste — confesó — pensé que te había pasado algo peor, pensé... pensé que me ibas a dejar.
Yuri negó con la cabeza y buscó sus labios, dejando un suave beso sobre ellos.
— Tú no te fuiste de mi lado, ¿por qué lo voy a hacer yo?
Castaño y esmeralda chocaron en una profunda conexión. Otabek cerró lentamente sus ojos y volvió a besar a Yuri.
Mierda, había estado tan asustado.
Haber visto a Yuri cerrar los ojos tras el parto lo había aterrorizado. Los viejos fantasmas de Mila consumieron su pecho en la más profunda angustia y pensó que si la pérdida de su antigua amiga -en circunstancias muy parecidas- le había dolido, la pérdida de Yuri terminaría por matarlo porque no se imaginaba lo que era estar respirando sin su compañero a su lado.
Además, cuando notó que Yuko hacía esfuerzos por reanimar a Anna, sintió que todo se le derrumbaba. Debía agradecer a Yuuri que estuvo a su lado conteniéndolo en ese difícil momento. También debía agradecer a Yuko por todo el cuidado que les había dedicado, la chica puso todo de sí en ayudar a Anna con suaves compresiones en el pecho para que cogiera aire y pudiera soltar su primer llanto.
Yuko también lo había tranquilizado diciéndole que Yuri solo se había desmayado por el sobreesfuerzo que su cuerpo había hecho y que lo mejor sería que lo dejara descansar puesto debía recobrar energías para cuando despertara y tuviera que conocer a su hija. Con esa respuesta el alma volvió al cuerpo de Otabek y dejó proseguir a su amiga en curar y limpiar a Yuri aprovechando que dormía.
Yuko removió al omega con sumo cuidado y le cambió las sábanas. Lo recostó de lado y lo tapó con varias mantas para que conservara el calor. Le dejó un beso en la sien, felicitándolo en un susurro por su duro trabajo.
Yuuri se ocupó de lavar a Anna con agua tibia y de secarla. Otabek cortó su cordón umbilical y si bien la nena no había parado de llorar buscando a Yuri, cuando Otabek la tomó lo reconoció y su llanto fue amainando de a poco. Altin se sintió derretir en ternura cuando Anna lo olfateó con su pequeña nariz y se quedó callada sabiendo que nada malo podía pasarle al estar en los brazos de su padre.
Haber visto a Luka con los labios separados de la sorpresa y sus ojos azules brillando como dos estrellas mientras conocía a su hermana había sido lo más hermoso del mundo. El niño pareció maravillado de tener una hermana; Sala y Mickey le habían dicho que tener hermanos era súper divertido puesto siempre podía jugar con ellos y nunca sentirse solo. Luka estaba emocionado, esperaba con todas sus fuerzas que su pequeña hermana Anna creciera pronto para poder enseñarle a jugar en el patio.
Viktor, Leo e Isabella también habían entrado a la habitación para conocer a su hija. Otabek no pudo hacer más que recibir las felicitaciones con una sonrisa que no podía quitarse de los labios, era un padre y pareja orgulloso.
Aguardó ansioso el momento a que Yuri despertara para poder compartir su felicidad.
Cuando las visitas por fin mermaron, se quedó arrullando a Anna un largo rato, fijándose en cada pequeño rasgo de su hija, no cansándose nunca de acariciar las rellenas mejillas y escucharla soltar pequeños quejidos. Era preciosa. Ya quería verla en unas semanas más cuando decidiera abrir sus ojos.
Los siguientes dos días el pequeño cuarto también estuvo lleno de visitas de curiosos que se asomaban a ver cómo estaba Yuri y también para conocer a la integrante más pequeña del clan Nikiforov. Otabek pensó que Yuri se enfadaría o se sentiría incómodo, pero se sorprendió de ver la disponibilidad con la que Yuri los recibía y cedía a presentarles a su hija.
Varios de sus compañeros bromearon preguntando que cuándo venía el tercero, pero Otabek solo reía y negaba. No más hijos por el momento, eso era lo que habían acordado con Yuri.
Fue el cuarto día de nacida de Anna que pasó algo que los dejó sin aliento.
Yuri se había estado manteniendo en cama para recuperarse completamente y esa mañana estaba amamantando a su hija cuando bajó la manta de su pecho y vio que dos pequeñas montañas blancas con casi imperceptibles manchitas grises se asomaban en su cabeza.
Anna era un leopardo de las nieves.
Otabek se sorprendió, no tenía idea del por qué, pero tanto Yuri como él habían asumido que su hija sería una pantera como el alfa.
Ser un leopardo de las nieves causó la preocupación en sus padres y mucho más en Yuri. Temía demasiado que Anna en un futuro fuera perseguida tal como a él lo querían para el tráfico de pieles y, además, aquello podría ser también un presagio de que en un par de años ella podría desarrollarse con naturaleza omega.
Cuando Yuko le hizo una revisión a Anna, Yuri contuvo el aliento y aguardó con el corazón en la mano.
— ¿Podría llegar a ser omega? — preguntó Otabek a su amiga.
Yuko no contestó de inmediato. Con sus manos limpias, tocó con su índice el labio de la bebé que abrió su boca seguramente pensando que se trataba del pecho de Yuri. Succionó despacio la punta del dedo de Yuko y esta aprovechó de palpar sus encías con cuidado y por largos segundos.
— Mmh ¿saben? yo diría que será una alfa — dijo con una sonrisa.
Yuri soltó todo el aire que había estado conteniendo y miró a Otabek un poco más aliviado.
— La fisonomía de alfas y omegas al nacer es posible detectar según sus encías. Los omegas generalmente tienen una encía uniforme, mientras que los alfas presentan unas pequeñas protuberancias en donde se les desarrollarán los colmillos antes que los otros incisivos.
Levantó con cuidado en labio de Anna para que Yuri y Otabek observaran mejor.
— ¿Lo ven? lo más probable es que sea alfa.
Claramente las encías de Anna no eran completamente lineales, tenían cuatro partes que sobresalían como pequeños cachos rosados.
Otabek no pudo evitar sonreír ante la noticia. Sintió la palmada en su espalda de Yuri que se había recostado contra la pared.
— Ahora tendrás a alguien a quien enseñarle a cazar, Beka. — le dijo risueño.
— Y podrá soportar mejor el invierno — agregó Yuko — es ideal.
El aroma de Anna no brotaría sino hasta los dos o tres años y correría la suerte de que no tendría celo cuando atravesara la edad de diez a doce años aproximadamente; cuestión por la que sí pasaría su hermano Luka.
Yuko también dejó en claro que el celo de Yuri se reanudaría en cuestión de dos o tres meses más.
Cuando la muchacha se despidió de ellos, en su lugar entró Luka a la habitación. — ¿Te cansaste de jugar? — le preguntó Yuri acunando sus acaloradas mejillas.
Luka asintió y se hizo lugar entre sus padres, un poco dificultado por la pequeña cama. Otabek prefirió cederle su lugar y su hijo sonrió cuando se asomó a ver a su hermana, dando un jadeo sorprendido de pronto.
— ¡Le salieron sus orejas! — exclamó fascinado.
— Así es — asintió Yuri.
— Las tiene como tú, papá, pero más chiquitas.
Su tono de voz fue tan tierno que Yuri se vio obligado que pellizcar una mejilla a su hijo que se soltó con un poco de queja.
Otabek se quedó observando con una sonrisa enamorada cuando Luka pidió cargar a su hermanita y Yuri le puso a Anna en sus brazos con cuidado. Podría ver esa escena de su familia todo el día, todos los días, y jamás cansarse.
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Yuuri se posó a un lado de Viktor en la torre donde le gustaba vigilar el paisaje y le pasó una botella con agua.
— Gracias — dijo abriéndola y bebiendo grandes tragos.
— ¿Nada?
Viktor negó con la cabeza.
— Nada. Envié a Maka hace unas semanas, pero todavía no llega.
— No te preocupes, a estas alturas las lluvias ya habrán cesado un poco y su viaje no debería retrasarse más. Puede volar en la nieve así que eso es un punto fuerte de Maka.
— Solo espero que ellos no lleguen de noche, eso haría las cosas mucho más difíciles — murmuró con pesadez, apoyando su cabeza sobre la de Yuuri.
El omega pasó sus manos por debajo de su abrigo, como dos tiernas serpientes apretándolo en un dulce abrazo.
— No pienses tantas cosas, Vitya. Todos estamos atentos a lo que sea, confía en nosotros.
Viktor asintió, correspondiendo el fuerte abrazo que se le regalaba.
Yuuri estiró su rostro hacia el alfa y Viktor tomó su mejilla, juntándose en cortos besos que lo hacían sonreír y lo liberaba de la tensión poco a poco.
No sabía qué demonios hacía Yuuri para poder desatar los nudos en su cabeza. Quizá eran sus besos y sus sonrisas o tal vez su voz pacífica y sus ojos brillantes. Pero qué importaba, solo suspiró y se dejó llevar.
Se quedaron así, abrazados y pegados al otro mientras miraban con parsimonia las nubes que se oscurecían cada vez más hasta dejar caer nuevamente la noche.
Ya pasarían las horas y el día llegaría le gustase o no. Y entonces tendrían que enfrentarlo independiente de si hubiese luz o fuera de noche, si hubiera nevadas o ventiscas, terremotos o avalanchas.
Ese día llegaría de todos modos, pero por el momento solo debían mantener todos sus sentidos alerta.
¡Gracias por leer!
