Evasión I

Otabek despertó temprano por la mañana y se quedó unos minutos más en su cuarto escuchando en silencio el sutil apaleo de sus compañeros fuera de la base. En cuanto ellos terminaran, tendría que ir a hacer su guardia.

Anna emitió un pequeño sollozo que llamó su atención y sus quejidos hicieron despertar a Yuri a su lado.

— Armando drama desde temprano... — murmuró el omega con la voz ronca.

Eso lo heredó de ti, pensó Otabek, pero no lo dijo. Se limitó a ver con una sonrisa cuando Yuri tomó a Anna del rincón de la cama donde dormía calentita envuelta en la manta de su hermano mayor. El chico acarició la espalda de la nena y se descubrió el pecho mientras bostezaba.

— No me mires, Otabek — advirtió Yuri — todavía me da pena.

El aludido sonrió y lo abrazó por la espalda, hundiendo su nariz en la marca de Yuri y dejando tibias mordidas a las que su pareja ronroneó.

— Buenos días — murmuró contra su piel.

— Sí, buenos días.

Estuvieron así por largo rato hasta que la puerta de su habitación fue aporreada suavemente.

— Yo voy.

Yuri asintió, acurrucándose mejor contra Anna y mirando de soslayo hacia la puerta. Se trataba de un adormilado Michelle que traía a Luka de la mano.

— Luka quiere estar con ustedes — dijo mientras hacía espacio para que el niño pasara.

— Gracias, Mickey.

Otabek se inclinó para recibir el beso en la mejilla que su hijo le ofrecía.

Mickey solo asintió y se devolvió todavía algo atontado por el pasillo hasta su propia habitación.

Luka corrió hacia su padre y su hermana en la cama con emoción. Yuri sonrió cuando recibió su beso de buenos días. Le hizo cariño en la mejilla a su hijo mayor con algo de dificultad por estar en dirección hacia la pared.

— Buenos días, ¿dormiste bien? — le preguntó.

Luka asintió enérgicamente y se recostó tras él abrazando su espalda como un koala mientras preguntaba cuánto tardaría Anna en crecer y Yuri intentaba explicarle que todavía faltaba mucho para que siquiera pudiera caminar.

— Todavía cabes aquí, papá — dijo el niño apegándose más a Yuri, haciéndole un muy pequeño espacio en la cama a Otabek.

— Sí, aún cabes — apoyó Yuri.

Altin negó con la cabeza, divertido.

— No se preocupen, de todos modos ya es hora de que me vaya.

— No te vayas, se te helarán las patas allá afuera, vuelve aquí — insistió su pareja.

Yuri estiró la cabeza hacia atrás para mirarle y Otabek sonrió enternecido por los intentos de su familia en hacerle un espacio en ese lugar. No obstante, y aunque quisiera quedarse, el deber llamaba, así que declinó la oferta y se vistió rápidamente antes de arrepentirse. Cuando estuvo listo, se aseguró de tapar a todos con la manta y prometió volver en un par de horas más para la hora de la comida.

Anna cumplía la tercera semana de nacida y Yuri ya se sentía mucho mejor, por lo que no pasaba tanto tiempo en la habitación, aunque tampoco se aventuraba a exponer demasiado a su hija al frío. La pequeña de los Altin-Plisetsky seguía siendo la atracción favorita de los miembros del clan, sobretodo cuando sus orejas estaban afuera; aquella imagen había matado de ternura a más de alguno.

Por otro lado, el hombro de Otabek ya estaba mucho mejor. Yuko había retirado la sutura y la cicatrización estaba siendo correcta. Aún sentía algo de molestia ante movimientos brutos, debía tomar un par de medicinas y debía cuidar de no hacer demasiada fuerza, pero por lo demás todo iba fantástico. Lo mismo contaba con las curaciones de Yuri, pero este pareció soportar mucho mejor el dolor y había sorprendido a Yuko con la rápida recuperación que tuvo tras el parto; Otabek se sentía demasiado orgulloso de lo fuerte que era su compañero.

Cuando el alfa salió de la torre, saludó a sus compañeros que terminaban de apalear la nieve y se juntó con Isabella, Leo y otros más al subir las escaleras.

...

A Viktor le costó más trabajo del usual abrir los ojos y no volver a quedarse dormido bajo Yuuri que lo usaba como segundo colchón. Dio un largo suspiro, con cautela rodeó la cintura de su pareja y lo recostó sobre la cama para comenzar a vestirse. El zorro ártico dio un gran bostezo, se estiró y un hueso en su espalda tronó, se quejó con un corto gruñido y Viktor lo miró risueño.

— Te estás volviendo viejo — le dijo cuando los ojos carmín adormilados de Yuuri se fijaron sobre él.

— No es cierto — respondió con una media sonrisa, terminando de estirarse — buenos días.

Viktor asintió y se acercó para contestarle con un beso en la frente.

— ¿Ya te vas?

— Sí.

Yuuri se sentó en la cama y miró por la ventana el gran pedazo de campo blanco.

— Pero no tienes que hacerlo tú también — le dijo Viktor mientras se calzaba — puedes quedarte un rato más acostado. Sala y Mickey también deben estar durmiendo todavía.

El omega se arrastró por la cama para abrazar su cintura y pegó su mejilla a la espalda desnuda del alfa.

— ¿Qué haces? — preguntó Viktor, acariciando las manos blancas apretando su estómago.

Yuuri inclinó su cabeza y lo mordió despacio. Viktor dio un corto respingo y soltó un jadeo a modo de risa.

— ¿Qué pasa? — volvió a preguntar.

Yuuri suspiró con algo de pesar, aún anclado a su torso, su mejilla recostada contra su espalda baja en una incómoda posición para él en esa estrecha cama.

— Mickey y Sala aún están dormidos y cuando te vas... mmh, no lo sé, me haces sentir un poco solo.

Viktor se estiró para observar a su pareja. Pudo haber sonreído por la ternura, pero Yuuri lo había dicho con cierta tristeza y eso estrujó su corazón.

Separó con cuidado al omega de sí y se volvió a recostar junto a él. Los ojos color sangre mirándolo con fingido desinterés y una mueca aburrida en sus labios. Seguramente estaba camuflando sus nervios tras su pequeña, pero importante confesión.

Viktor acarició su mejilla, primero con ternura, luego con más fuerza y estirando la piel en sus pómulos, haciendo que sus ojos se hicieran dos líneas más rasgadas y pequeñas de lo que ya eran. No aguantó una divertida risa cuando Yuuri soltó un quejido e intentó quitárselo de encima, imposibilitado de ver si estiraban de esa forma sus pequeños ojos.

— ¿Qué haces?, ya para, Viktor — se quejó en un susurro, golpeando a su pareja en el pecho.

Yuuri se sacudió cuando lo soltó, sus mejillas habían quedado sonrojadas y le brillaban los ojos mientras lo observaba con una sonrisa. Viktor correspondió el gesto y le dio un corto beso.

— No me gusta que te sientas así, pero me alegra que lo hayas dicho y fueras sincero conmigo — la sonrisa en los labios del omega desapareció de a poco — cuando volvimos a estar juntos, ambos sabíamos que no iba a ser fácil, ¿cierto?

Yuuri hizo una mueca insatisfecha y asintió despacio.

Viktor era un líder, tenía muchas obligaciones y sus días eran dedicados a su clan. Aunque quisiera, Yuuri no podría monopolizar todo su tiempo.

El omega volvió a suspirar.

— Lo siento.

Viktor se quedó a su lado mirándolo en silencio, memorizando cada detalle de su semblante cabizbajo y sintiendo que su corazón se rompía con el semblante resignado de su pareja.

— No te disculpes, no es tu culpa, Yuuri.

Pero, a opinión de Yuuri, sí era su culpa porque se sentía solo y en verdad quería estar con Viktor todo el tiempo. La necesidad de estar a su lado se volvía ciega, se hallaba pensándolo a cada instante. Lo abrazó con más fuerza, deseando poder quedarse por siempre de esa forma.

— Puedo quedarme un par de minutos más contigo. — le propuso el lobo.

Pero fue cuando una lucecita se encendió en el cerebro del omega. Levantó el rostro hacia su compañero y consultó con voz rápida.

— ¿Puedo ir contigo? ir contigo a tus guardias, ¿puedo acompañarte? — Viktor lo miró sorprendido y su silencio hizo que el omega creyera que había dicho algo fuera de lugar — ¿e-eso está bien? ¿te molestaría?

¿Que si estaba bien? oh, Viktor solo se había sorprendido por el entusiasmo repentino en Yuuri, no había nada de malo. La verdad a él no le molestaría para nada, solo había creído que sería muy aburrido para Yuuri estar mirando por horas los mismos paisajes y recorriendo los mismos pasillos.

— Claro que está bien — respondió animado — claro que quiero que me acompañes. — solo que nunca había pensado que Yuuri quisiera hacerlo.

Yuuri soltó el aire que había estado conteniendo y sintió el brazo de Viktor arrastrarlo de la cintura hasta pegar sus labios. La calidez ahogando su pecho y boca, unas manos revoltosas acariciando su espalda y la corta risa boba de Viktor en el aire.

Si Viktor no podía acompañarlo, entonces Yuuri se encargaría de acompañar a Viktor. No había necesidad de sentirse solo, pequeñas soluciones podían curar las molestias del otro, solo se necesitaba ser sincero y preguntar.

— Te espero en la torre, ¿bien? — preguntó el alfa una vez listo — y abrígate, hace frío.

Yuuri rodó los ojos con una sonrisa, ¿por qué le decía que se abrigara? era un híbrido de invierno de todos modos.

Deberías preocuparte más por ti mismo, pensó mientras le amarraba de forma correcta la bufanda al cuello al alfa.

— Yuuri, te amo.

El pulso de Yuuri se agitó con fuerza y reprimió a duras penas el querer colgarse a su cuello y tirarlo nuevamente a la cama.

— Yo también. Nos vemos en unos minutos.

Con el corazón renovado, Viktor salió de la habitación, pensando que en un par de minutos estaría nuevamente con su compañero.

Le dio un vistazo a la habitación de sus hijos antes de bajar, como era de esperar, ambos dormían plácidamente.

Algunos canes frente a la chimenea en el primer piso lo saludaron y él respondió con un corto asentimiento. Cuando salió, el frío le pegó como una bofetada y un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Bajó de dos en dos las escaleras percatándose de que sus alfas ya habían terminado de apalear la nieve de la noche pasada. Se encaminó hacia la escalera de los muros cuando el viento le trajo algo que lo paralizó.

La alegría que había estado llevando consigo se congeló y sus pasos, a mitad de escalafón, se dirigieron lentos y silenciosos al cuarto de vigilancia a un lado del portón principal.

Sintió su respiración enganchada en su garganta y los segundos se le hicieron dolorosos.

Con el corazón en la mano, sus orejas puntiagudas afloraron de entre sus cabellos y casi por inercia se movieron en dirección al lúgubre horizonte que lo había estado perturbando todos esos días en guardia.

Un barullo lejano, muy lejano.

El frío le caló la espina dorsal.

No puede ser...

— ¡Viktor!

El grito de Otabek a la cima de la muralla.

Rogó con todas sus fuerzas que se tratara de su abuelo.

— ¡Viktor nos alcanzaron!

Pero por el pánico en la voz de su compañero, claramente no se refería al clan Feltsman.

Sus piernas actuaron por cuenta propia, subiendo a toda velocidad la escalera hacia los muros, sentía el corazón tan apretado que temía en cualquier momento le dejara de latir. Sus extremidades hormigueaban.

El horizonte se veía tan lejano y tan solitario, que si Viktor hubiese sido sordo, no habría dudado ni pizca que nada podría salir mal aquella espléndida mañana de invierno.

No obstante, los ladridos y rugidos que traía el viento no mentían.

Ese día no tendría gentileza con ellos.

Ese día sería el inicio del cúlmine.

Viktor lo vio con algo de letargo: una mancha blanca sobrevolando el cielo. Fueron solo dos segundos de conexión, pero él sintió nítidamente cómo el ave le calaba el mundo con esos ojos carmines.

Maka había llegado demasiado tarde.

Ya están acá.

Un aviso tardío. Él ya no podía hacer nada más.

Desplegó las alas blancas y surcó el cielo una vez más justo cuando en el resquicio de horizonte hizo aparición el clan Leroy.

No hubo ruidos en la cima de la torre, todos miraron con el corazón en la mano.

Una jauría furiosa que podría fácilmente aplastarlos. Viktor a simple vista no pudo pensar en un número en concreto, solo supo que eran más de cien y definitivamente mucho más que ellos mismo.

— ¿Qué hacemos? — preguntó con pánico una de las chicas en la torre.

— ¡¿Cómo que qué hacemos?! ¡tenemos que huir!

Pero Viktor parecía no oír, su mente quedó en blanco.

Las cientas de patas corrían a toda velocidad hacia ellos. Su único retraso era la nieve, pero a medida que la primera línea avanzaba aplastaba camino sin piedad para quienes les seguían.

Ya los habían encontrado. Ya sabían que ellos estaban ahí.

¿Alcanzarían a huir? ¿podrían hacerlo?

Se acercaban saltando uno sobre otros, como una avalancha de distintas pieles rabiosas.

— ¡Si llegan van a derribar la puerta!

Viktor miró con la respiración trabajosa hacia abajo.

La puerta era vieja, de bisagras sobrepuestas y madera antigua. La destrozarían al par de pocos asaltos.

Se sentía ahogado. El pánico alrededor exigía la respuesta de su líder, pero este se hallaba sumido en sí mismo.

¿Así se sentían los cadetes betas cuando ellos llegaban a asaltar sus bases? el sentimiento de pánico mudo que les entumía desde el pecho a las extremidades, ¿así se sentían?

Era una angustia muy profunda que le dormía el cuerpo.

Tienes muchas vidas en tus hombros. La voz de Yuri lo azotó como un recuerdo muy lejano.

— ¡Viktor!

El grito de Yuuri a las escaleras descongeló sus sentidos de golpe.

— ¡Tienes que sacarnos de aquí!

Dependían de él. Él era responsable de todos allí.

Soy el líder. Le dijo la voz en su cabeza. No soy un cadete, soy el líder.

No había tiempo de caer en cavilaciones estúpidas. Yuuri corría hacia él mientras los demás alfas lo miraban suplicante por alguna orden.

No soy un beta.

Ellos no eran betas. Ellos eran alfas.

Apretó la mandíbula y giró hacia los suyos.

— ¡Bajen todos! — gritó — ¡quiero que bajen todos de aquí y que saquen a los que siguen en la torre, los quiero a todos en el patio! ¡Ahora!

Eran alfas e iban a sobrevivir a ese maldito infierno.

Como un látigo, canes y felinos comenzaron a bajar de los muros con rapidez.

Cada segundo valía oro y Viktor no cometería el mismo error que los cadetes en esas mismas murallas catorce años atrás.

— ¡Cierren los seguros de las puertas! — volvió a gritar hacia abajo, a los centinelas.

Había momentos en los que se debía ser osado y había momentos en los que se debía ser sensato.

No iban a quedarse allí. No podían luchar.

Tendrían que seguir huyendo lo más veloz posible.

Yuri acababa de vestirse cuando escuchó los gritos desde fuera de la torre.

— Están corriendo — dijo Luka asomado por la ventana.

Fue un asalto instintivo a su corazón. Se puso de pie rápidamente, pero no alcanzó a ver siquiera el patio cuando la puerta de la habitación fue abierta de golpe.

Otabek entraba con la respiración agitada.

Sus ojos se encontraron y, como último rayo de esperanza, Yuri preguntó:

— ¿Los Feltsman?

No.

— Jean.

Yuri sintió cómo su pecho pesaba más de lo normal, como si lo hubieran cargado cruelmente con grandes piedras. Se sintió algo aturdido y vio como Otabek actuaba con rapidez y le ponía el abrigo y las botas a Luka que no comprendía nada de nada.

Por la puerta abierta vio que más alfas subían a toda velocidad ladrando avisos rápidos para que el edificio se desocupara. El aroma del aire lo hizo fruncir el ceño, era un aroma pesado, a angustia y frenesí.

— Hey — lo llamó Otabek — ponte esto.

Yuri asintió a medias, correspondiendo los movimientos cuando su pareja lo ayudó a ponerse su abrigo.

Estaba en un estado de silencio en el que se mantenía casi estático.

Es mi culpa, pensó de pronto, es mi culpa que ellos estén aquí. Su culpa que los estuvieran persiguiendo a todos, su culpa que ahora tuvieran que irse, que estuvieran huyendo por todos esos meses, su culpa que...

— Yura — lo llamó de pronto Otabek, tomando su rostro.

Yuri halló los ojos de su pareja y este pareció entenderlo tan solo ese gesto.

— Todos estaremos bien, te lo prometo — aseveró el alfa con tal seguridad en su voz que sorprendió a Yuri — hemos superado demasiado como para perder ahora, esto solo el otro paso más. No debes preocuparte demasiado, solo debes hacer lo tuyo, Yura.

Correr. Solo debía correr una vez más.

Tragó y asintió.

— ¿Está bien?

— Sí.

No tenía que calentarse la cabeza con culpas, en ese momento no había cabida para ello. Lo hecho hecho estaba y ahora solo debían concentrarse en el objetivo del presente. Yuri tendría un clan protegiéndole las espaldas y él debía dar fe en que ellos eran fuertes, no por nada habían sobrevivido hasta tal punto.

— Estaremos bien — sentenció Otabek, besando su frente.

El alfa tomó de la mano a Luka y Yuri cargó a Anna. No se separarían.

Michelle y Sala bajaban las escaleras a toda velocidad y se reunieron con su padre en el patio. Los felinos del último piso también bajaron lo más rápido que pudieron y en nada los pasillos de la edificación de roca quedaron deshabitados.

Viktor atravesó corriendo entre sus alfas que ya se hallaban en el patio y, con ayuda de otros, levantaron la trampilla a un lado de la escalera.

— Quiero que bajen todos, absolutamente todos, Leo conoce el camino e irá con ustedes — dijo mientras los primeros comenzaban a entrar sin cuestionar ninguna de sus órdenes — no se arriesguen, como híbridos irán más rápido y podrán ver mejor.

— ¿Qué es esto? — preguntó un confundido Yuri a Otabek.

— Bajo la base hay túneles, saldremos a unos metros más atrás de la base.

El alfa bajó primero y rápidamente recibió a Luka y a Yuri con ayuda de sus compañeros.

El último en bajar fue Katsuki.

— Vienes, ¿cierto? — le preguntó con cierto temor a Viktor.

— Iré enseguida, adelántate junto a los otros — respondió dándole un beso en la mejilla.

El alfa observó el brillo de los ojos carmín mirándolo allá abajo desde la penumbra por última vez antes de marcharse siguiendo al clan.

Quedó junto a Yuko y otros dos alfas que terminaron de registrar todo el edificio.

— ¿No queda nadie? — les preguntó una vez salieron del recinto.

— Nadie, evacuaron todos.

— Bien.

Yuko regresó corriendo desde la puerta.

— Vámonos, están muy cerca — dijo la chica — van a seguir el aroma.

Viktor asintió y la ayudó a bajar primero. Los otros dos alfas la siguieron.

Cuando quedó solo, miró por última vez hacia la puerta.

El aroma a pieles mezcladas, patas corriendo, gruñidos y ladridos, alfas llegando al destino.

Un rugido en lo alto. Jean Jacques Leroy.

Apretó la mandíbula y bajó de un salto. Cerró de un golpe seco la trampilla.

La oscuridad recibió a Viktor con su profundo aroma a tierra húmeda. Ya había bajado por allí un par de veces, ya sabía el camino.

El túnel principal era de dos metros de alto, piso de tierra, paredes y cielo de roca. Un frío sólido y un par más de celdas con fierros oxidados. Al final del corto pasillo, había otra trampilla hecha de madera, por allí el segundo túnel abría, un poco menos de dos metros. El olor a humedad era profundo y solo las paredes contaban con armazón de roca sólida, por lo que suelo y techo eran tierra.

Viktor no dudó en tomar a su híbrido, se sacudió y corrió a toda velocidad por donde el rastro de aroma de su clan le indicaba. No había escuchado el asalto de la puerta y de alguna forma eso le otorgó cierta confianza; todavía tenían tiempo.

El camino solo era un kilómetro y medio. Habían algunas curvas inestables, pero si ese lugar no se había derrumbado en todos esos años, era casi imposible que justo decidiera hacerlo cuando ellos huían por allí.

Pero, a medida que avanzaba más y más, se preguntaba por qué el aroma de los suyos todavía se sentía tan cercano. El aire se le detuvo en la garganta cuando dio vuelta en la última curva y se halló con todos los suyos varados frente a una puerta de latón que suponía su temporal salvación.

Jadeando, le echó una mirada a todos y entre varias voces, distinguió las palabras de Otabek.

— Está trancada — le dijo con la respiración agitada — hay nieve del otro lado, Viktor.

Joder.

La nevada de la noche pasada. Lo había olvidado completamente.


¡Gracias por leer!

pd: y sí bebecitos XD juro que este año sí termino Piel Nevada jasjsjj gracias por aguantarme y seguir leyéndome:D son un solcito para mi corazón ! ❤