Evasión II
Yuri llevaba a Anna muy abrigada y protegida entre dos capas de mantas que cogía firmemente con sus colmillos. La infante todavía dormía y él rogaba porque se quedara así de tranquila hasta llegar a un lugar a salvo. Rozaba constantemente su pelaje con el de Luka, a su lado, solo para verificar una y otra vez que su hijo se hallaba justo allí, a su lado.
La presencia de Otabek lo hacía relajarse un tanto, pero la ansiedad en su pecho comenzaba a crecer, ¿cómo rayos saldrían de ese lugar?
Sus orejas se movieron inconscientes al estímulo de un eco ajeno, lejano y efímero. Se quedó muy quieto y el clan calló su discusión de golpe.
Otro eco. Un golpe, casi como un azote.
Sus patas retrocedieron, pegándose a la pared tras de sí.
Ojos refulgiendo en la oscuridad, silenciosos, angustiados.
Tal parecía, la trampilla ya había sido descubierta.
Viktor se apresuró entre la cavidad abarrotada de sus alfas y se abrió paso hacia la puerta.
— ¡No hay tiempo! — dijo rápidamente, un tinte de pánico en su tono — o empiezan todos a empujar esta maldita puerta o...
No acabó la frase, pero no había mucho que imaginar para descifrarla. Solo contaban con unos pocos minutos.
Yuri miró hacia la oscuridad del túnel, pero nada se distinguía. Sentía su corazón bombeando sangre como loco, un dolor a presión. Una sensación asquerosa naciendo en su nuca y recorriendo hasta el final de su espina dorsal. Sus sentidos estaban en total alerta, su omega saboreaba el peligro muy cerca.
Otro golpe e Isabella Yang dio un respingo, respirando agitada, agazapada en su lugar. Yuri la vio entre los alfas, la chica estaba muy aterrada y él bien suponía la razón: en cuanto la pillaran con los Nikiforov, Jean la mataría.
Los alfas comenzaron a embestir con desesperación la puerta.
Fugazmente, Yuri pensó en dónde se hallarían el clan Feltsman y Baranovskaya, ¿estarían demasiado lejos? ¿si quiera alcanzarían a ayudarlos?
El eco de la segunda trampilla fue estruendoso y fue cuando el pelaje se le erizó. Por inercia empujó a Luka más cerca de donde se hallaba la puerta que parecía tan bien anclada a su marco. Los demás alfas del clan parecieron exasperar y empujaron a sus propios compañeros, forzando mucho más la única salida.
— ¡Empujen más fuerte! — gritó Viktor, la desesperación colmando su voz.
Los ladridos al inicio del túnel viajaron con mayor claridad hacia su posición y fue cuando varios canes comenzaron a gruñir, entre ellos Sala y Michelle que rondaban nerviosos a Yuuri, como si lo estuvieran cubriendo del ojo público.
Yuri apretó más la mandíbula. Su corazón saltaba, tenía un nudo en la garganta. Sintió el ligero llanto de su hijo muerto de miedo a su lado.
No ganarían. Si peleaban no ganarían.
Si los pillaban allí los devorarían.
El aire era espeso, las respiraciones agitadas y los empujones más frenéticos.
La puerta de latón producía un sonido resonante y enfermizo cada vez que era asaltada, como si se burlara de ellos.
Uno, dos, tres.
Por favor, rogó Otabek internamente, faltándole el aire en cada empujón, sintiendo la herida de su hombro punzar en cada embestida, por favor.
El enemigo pisaba la misma tierra subterránea que ellos. Estaban corriendo a su encuentro.
Por favor...
En el aire viajaba el olor nauseabundo a pieles sudadas, pieles cazadoras, pieles con colmillos más peligrosos que los de un omega. Dolía la nariz, el aroma enfermizo a tragedia, agitación y miedo; picaba, mareaba.
¿Por qué esa puta puerta no abría de una vez por todas?
El calor comenzaba a acumularse.
No voy a morir, se dijo mentalmente, no voy a morir, no voy a morir, ¡me niego a morir aquí!, gritaba internamente.
Sus ojos temblorosos buscaron a Otabek en la oscuridad, una vez más. Ver al alfa desesperado junto a sus compañeros golpeando el latón hizo que el corazón se le encogiera con terquedad.
No voy a morir, se repitió, no vamos a morir.
Viktor se lo había prometido. Otabek se lo había prometido.
"Haremos que podamos vivir".
Él mismo no se daba el derecho de morir ni dejar morir a nadie amado.
Su corazón se armó de coraje y fue justo a tiempo porque el destino había decidido recompensar su terquedad.
Como respondiendo a su deseo, el sonido retumbó en el túnel como un gran estruendo. Yuri, al igual que todo el clan, volteó asustado.
El aire fresco ingresó a la cavidad como una ráfaga fría de piedad.
La bisagra superior de la puerta había sido reventada. Y la luz blanca cordillerana se coló por la abertura.
Ahí yacía su salida.
No obstante, los sonidos espeluznantes corrieron a mayor frecuencia por el vacío en donde estaban, como intuyendo que la presa ya había encontrado otro hueco por el cual seguir escabulléndose.
— ¡Se están apurando, ya salgan de una vez! — gritó Nikiforov, ayudando a los primeros híbridos a escalar la puerta y salir a la nieve.
La salida de latón había quedado sostenida a medias únicamente por su bisagra inferior y la capa de nieve que quedaba acumulada al otro lado de la escalera ascendente del otro lado; pero la apertura seguía siendo suficiente para poder salir,
Yuri soltó todo el aire que había estado conteniendo y empujó a Luka con su pata para que avanzara.
Rápidamente y de a dos, los alfas comenzaron a tirar del cuello hacia arriba a sus compañeros para que salieran más rápidamente. Viktor y Otabek se quedaron abajo ayudando. Manos rápidas y tirones veloces.
Yuri recibió con gusto en aire congelado en el rostro cuando Sala y Michelle lo ayudaron a salir de ese sofocante lugar.
Nieve nuevamente, el paisaje blanco. E, incluso, algunos pequeños copos seguían cayendo creando una muy leve nevada.
Yuri observó con sus grandes ojos aguamarinos el lugar, estudiándolo rápidamente mientras el clan salía por completo. Era solo la parte posterior de la base, el suelo y todo alrededor cubierto de blanco de no ser por el verde profundo del bosque que se expandía metros más allá.
La salida del túnel no era más que una escalera hundida, cubierta por la nieve de la noche anterior, pero no lo suficiente como para no dejarlos salir.
Desde ese lugar Yuri podía ver la retaguardia de las torres de la base de Xi, los muros de vigilancia y las ventanas de los cuartos que hace pocos minutos los había cobijado.
Sin embargo, al bajar la mirada a tierra fue otra historia. Su pecho latió desenfrenado y ahogó un jadeo sorprendido.
No puede ser...
Había un río de alfas. Veintenas de ellos. Rodeaban la base y Yuri notó cuando algunos de ellos se percataron de que el clan Nikiforov huía por la retaguardia del lugar, dando avisos hacia sus demás colegas que seguían entrando a la base.
Yuri se sintió demasiado pequeño. Nunca antes había visto tantos de ellos juntos, ni siquiera la vez que quedaron acorralados en el antiguo hogar de Yuuri, en Omega.
Su piel se erizó cuando notó que, a pesar de lo dificultoso que podía resultar el piso de nieve, ya corrían a su encuentro.
Mentiría si dijera que no tenía miedo. Sin embargo, era justamente aquel terrible sentir lo que lo hacía reaccionar. El sentimiento que a tantos paralizaba, para Yuri era un detonante de adrenalina. El mismo miedo que hacía errar fatal a algunos, a Yuri le había salvado el pescuezo en más de una vez. Y, desesperadamente, esperaba que esta no fuera la excepción.
Viktor fue el último en salir del túnel y volteó aterrorizado de lo que por última vez vio allí.
Tomó su híbrido y, mientras echaba carrera, ladró fuerte y claro a su clan.
¡Corran al bosque!
Yuri obedeció de inmediato, haciendo contacto visual con Otabek, una señal muda para que no se separaran demasiado.
Su corazón a mil, el aliento acelerado. El frío bajo sus patas, pero el fuego en su piel. El aire congelado, pero sus pulmones ardiendo.
Si se trataba de correr, entonces Yuri podría con eso.
Siempre había podido con eso.
Los híbridos del clan Leroy alcanzaron la luz de la puerta primero que quienes venían al encuentro desde las mismas nieves. Se abarrotaron salvajemente a la salida, luchando entre todos para salir primero, entre rasguñones y rugidos furiosos, enloquecidos por el olor omega que se mezclaba -ante sus ojos- con el débil clan Nikiforov.
Otabek corría cerca de Yuri y Luka. El inicio del bosque cordillerano estaba a un par de metros. Echó un rápido vistazo hacia atrás y no dudó en que el túnel que antes los protegió, ahora debía estar abarrotado de garras y colmillos furiosos por salir a cazarlos.
Miró a su compañero correr con destreza a un par de metros delante de él. Yuri arrastraba su espesa y larga cola, pero sus saltos eran altos y se escurría velozmente como si la nieve solo fuera un insignificante obstáculo.
El alfa apuró el paso. Con su hocico dio un pequeño empujón en el trasero a Luka para que no perdiera el ritmo; sabía que tan solo era un cachorro, pero debía correr más rápido si no quería quedarse atrás.
Estaban por alcanzar el verde del lugar, cuando de pronto, alto e imponente, un aullido hizo temblar la montaña.
El corazón de Otabek dio un salto y miró como un látigo a Viktor.
No había forma de confundir tal majestuoso aviso.
¡Los Baranovskaya!
Yakov y Lilia ya habían llegado.
El líder del clan derrapó en la nieve y casi cayó, su pecho taladrando por la noticia que el viento le trajo consigo. Reunió cada trozo de su voz y pulmón para ser escuchado desde su actual posición, desde lo profundo de su garganta un aullido fuerte y claro afloró y se hizo espacio en el aire con una vigorosa resonancia.
La respuesta para sus aliados: su última ubicación.
No obstante, aunque la llegada de Lilia y su abuelo fuera un gran alivio, en ese momento -mientras seguían huyendo- contaban con un terrible problema: la brecha entre ellos y los refuerzos. Y atravesar el clan Leroy y Cialdini no era ningún tipo de opción. Tendrían que seguir avanzando mientras Yakov y Lilia atacaban por la retaguardia a sus detractores.
Quienes salían de los túneles de la base eran los que les pisaban los talones, por ello Viktor apresuró nuevamente sus patas hasta llegar al corazón de su clan.
Tendrían que hacer tiempo.
El líder del clan golpeó con el hocico a una loba y le dio un empujón a otro ocelote a su lado, este último mirándolo con molestia por la acción.
¿Qué pasa?, le gruñó el chico.
¡Sepárense!, ladró el lobo, sus ojos siendo dos brillos fugaces que vieron de derecha a izquierda a su clan.
Yuko, a unos centímetros de Viktor, lo miró gruñendo, demostrando su desacuerdo. Otabek la imitó.
Pero Viktor insistió. Mordió el cuello de quien tenía más cerca como reprimenda para hacerles saber que iba muy en serio.
¡SEPÁRENSE! volvió a ladrar el can. No era una sugerencia, era una orden.
Si habían más posibilidades de salvarse, esas eran separándose y ocultándose por separado. Solo así podrían evitar ser atrapados todos juntos y ser aniquilados con un solo ataque. Los Baranovskaya y los Feltsman podrían reconocerlos por sus aromas, solo debían aguantar.
Pero, de pronto, algo salió mal.
Un astuto puma saltó hacia la espalda de Yuuri Katsuki, chocando fuertemente con él y lanzándolo lejos. El zorro ártico, que hasta entonces había ido corriendo desprovisto de protección en su retaguardia, chilló y su blanco cuerpo rodó por la nieve, revolcándose con ella.
Viktor vio la escena horrorizado y rápidamente una corriente de furia le recorrió el pecho. Leo y otros chicos más voltearon para detener al puma, percatándose de que otros dos felinos más le habían sacado distancia a sus compañeros y ya los habían alcanzado.
Viktor se acercó corriendo para alcanzar a su pareja antes que nadie. Michelle y Sala intentaron seguirle, pero fueron detenidos por la riña que se armó entre ellos y sus padres. El clan había quedado repartido.
¿Estás bien? preguntó el lobo levantando a su pareja con su hocico. Yuuri dio un corto sonido afirmativo, reincorporándose velozmente. Solo eso bastaba.
El tiempo era poco y cada segundo era valioso.
Yuri y Luka no tuvieron más opción que seguir corriendo, adelantándose a los suyos a sabiendas de que si se quedaban a observar solo serían un estorbo ya que ellos eran la razón de que los alfas del clan se detuvieran para deshacerse de los detractores.
El grupo se desintegró rápidamente a medida que se internaron en el bosque. Varios del clan corrieron en distintas direcciones y, una vez Viktor y los demás lograron deshacerse de los felinos enemigos, él, Yuuri y otros más corriendo en dirección opuesta a Plisetsky y su hijo.
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Yakov llevaba la respiración acelerada, lo mismo corría con su paso, veloz y sin descanso.
Lilia iba a la cabeza de los Baranovskaya, metros más adelante. Había dado el aviso de su llegada y habían escuchado el aullido de Viktor, quién sabía a cuánta distancia más adelante de ellos.
El viejo lince había hecho atravesar a su clan por el frío invierno hasta ese lugar, pero no dudaba en que el clan de su nieto lo había pasado mucho peor, huyendo casi sin comida, siempre a la espera de una noticia por su parte, teniendo la amenaza en su nuca. En ese momento lo que Yakov más sentía era impotencia, una impotencia muy grande al saber que su nieto y los demás se hallaban corriendo a la cabeza de todo ese lío, huyendo a toda costa. Estaban tan cerca y a la vez tan lejos de ellos que llegaba a ser desesperante.
Fue por eso que en cuanto dieron con la retaguardia del clan Leroy y Cialdini, sus patas no dudaron en saltar fieras sobre el primer tigre que tuvo a su alcance. Lilia atacó desde el otro costado del clan enemigo y así varios de los Leroy y Cialdini voltearon a lanzarse contra ellos en vez de seguir correteando a los Nikiforov.
El enemigo tendría que detenerse ante su presencia. Eso daría más chances al clan Nikiforov de escabullirse hasta que ellos los alcanzaran.
Al menos la mitad de quienes corrían a toda velocidad se les lanzaron como pirañas hambrientas.'
Una auténtica guerra entre especies. Una maldita guerra por la supervivencia.
Lilia ladró imponente desde su posición y Yakov, terminando de acabar de dos zarpazos a una zorra, miró entre todo el desastre a la mujer.
¡Ahí está Leroy! avisó Baranovskaya, justo cuando un rugido aterrador se hizo oír entre la masa.
Jean Jacques estaba allí.
¡Lo están protegiendo! volvió a ladrar Lilia.
Yakov sintió la respiración agitada en su garganta, por los pelos logró esquivar a un guepardo y, mientras lo enfrentaba, pensó horrorizado cuánto temor debían tener esos pobres alfas en su alma como para proteger a Leroy con sus cuerpos, como un escudo humano, arriesgar su propio pellejo por proteger a un monstruo con todas sus letras.
El rugido del león se volvió a abrir paso, pero Yakov y Lilia tuvieron que observar impotentes cómo Leroy se alejaba de ellos, sus cuerpos quedando por el momento atascados en esa lucha.
Jean se abrió paso entre los suyos, grande, tenebroso y peligroso. Apresuró el paso, pasando de largo a varios alfas más, llegando a la cabeza más luego de lo esperado mientras sus lacayos le protegían las espaldas.
Rugió en lo alto dando la señal: que eliminaran al enemigo en la retaguardia a toda costa.
Varios de los suyos ya se habían internado en el bosque en busca de los omegas. Mientras tanto, él, llamó a Emil Nekola y a otro grupo para que lo siguieran; los prodigios de su clan.
Apretó la mandíbula fuertemente mientras se acercaba cada vez más al bosque. Ya casi los tenía.
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Yuri decidió usar su mejor arma para huir, por ello no dudó cuando se internó entre bosque y nieve junto a sus hijos y con Otabek siguiendo sus pasos tras él.
Corrieron al mismo ritmo por mucho tiempo, alejándose de todo y todos, aunque ninguno lo notó, inmersos con la mentalidad de huir lo más lejos posible.
Yuri solo se detuvo cuando Luka se desplomó sorpresivamente. El niño no soportó mucho más como híbrido y muy pronto comenzó a toser mientras respiraba bocanadas y bocanadas de aire.
Yuri se asustó, mirando alertado hacia todos lados. Se arrodilló junto al niño justo cuando Otabek llegaba a su lado, igual de agitado que ellos. El omega tomó su cuerpo humano y cargó a Anna con cuidado a la par que sobaba la espalda de su hijo mayor. Otabek chocó su nariz con las mejillas rojas y bañadas de lágrimas de Luka.
— No puedo — sollozó ahogado — me-me duele.
— ¿Qué te duele? — preguntó su padre, con su voz acelerada siendo casi un susurro. Volvió a echar un vistazo alrededor, pero al parecer por el momento estaban solos.
— Las piernas, los brazos, no puedo...
En efecto, el omega temblaba como hoja de papel y su respiración era muy trabajosa. Yuri lo vio muy preocupado, pero fue cuando Otabek también se agazapó al lado del niño, tomando nuevamente su cuerpo.
— Es porque es felino de clima cálido y además un omega joven. No tiene la misma resistencia que tú o yo, Yuri — explicó.
Yuri miró angustiado a su pareja. Se sintió culpable por haber sobreexigido a Luka algo que en su condición era limitada. Él había tenido la suerte de ser híbrido de frío, no sabía de esos problemas. Volvió a sobar la espalda de Luka y besó su frente, elevando su rostro para que pudiera respirar mejor el aire fresco y la brisa llegara a sus mejillas.
— Inhala hondo, Luka — le decía Otabek — ahora bota. Todo estará bien, lo has hecho muy bien.
La distancia que habían corrido era considerable, que Luka les hubiera podido seguir el ritmo hasta allí era un esfuerzo digno de admirar. Pero, lamentablemente, todavía no era suficiente.
Otabek elevó el rostro de súbito, sus orejas redondas moviéndose alertadas. Yuri también lo sintió, pero se quedó agachado en su lugar junto a sus hijos. El alfa se puso de pie y observó con cuidado a su alrededor.
Habían patas acercándose, pero en cuanto dos lomos negros hicieron aparición entre los matorrales, Otabek volvió a arrodillarse junto a Yuri. Negó con la cabeza.
— Sala y Michelle — dijo simplemente, viendo por donde los lobos llegaban hasta ellos, al parecer muy aliviados de hallar a alguien con los cuales unirse.
Sala se recostó cansada a un lado de Yuri, chillando muy despacio. Michelle miró preocupado a Luka y cambió de forma.
— ¿Qué pasa? — preguntó.
— Luka está cansado — respondió Otabek, tomando el lugar de Yuri y acariciando la espalda de su hijo.
Yuri aprovechó de darle un vistazo a Anna entre las mantas.
— ¿Anna está bien? — consultó de inmediato la pantera.
Yuri suspiró y asintió. La nena se removió por sentir el frío en su rostro, sus orejas rápidamente afloraron por el estímulo y su padre volvió a taparla con un pequeño quejido de la pequeña.
— No se ha puesto a llorar, eso es bueno — miró a los hermanos — ¿de dónde vienen ustedes?
— De allá — apuntó Michelle, hacia donde kilómetros más lejos se veía otro monte enorme, el inicio de otra cadena de montañas — éramos muchos corriendo juntos y nos tuvimos que separar.
Yuri asintió.
— ¿Y Viktor? — preguntó Otabek — ¿no vieron a sus padres?
El chico negó con la cabeza con una preocupación notable. Otabek se arrepintió de haber mencionado a Viktor y a Yuuri.
— Tranquilos, de seguro estarán bien. Ellos saben cómo protegerse.
Sala soltó otro pequeño chillido a la par que suspiraba.
Pero la momentánea paz que les fue otorgada fue rota de golpe.
Otabek fue el primero en sentir la esencia nauseabunda en el aire, un aroma al que le tenía tanto repudio como odio. Desde lo más profundo de su ser sintió la repulsión burbujear como lava hirviendo.
Yuri miró a su pareja asustado cuando este comenzó a gruñir, mostrando los dientes como animal salvaje. Muy pronto el aroma llegando también a su olfato, dejándolo inmóvil. Apenas y pudo tragar, apretando a Anna contra su pecho.
El ambiente alrededor de Otabek se había puesto pesado. El gran gato negro emanaba una sensación territorial, celosa y sobreprotectora. Era el aroma más primitiva de un alfa en todo su esplendor.
Y no era para menos.
Jean Jacques Leroy estaba cerca.
¡Gracias por leer!
