Sacrificios

Si el corazón de Otabek seguía doliendo pues ni él mismo podría confirmarlo. Su cuerpo se sentía adormecido y una barrera protectora en su alma le impedía romperse ante el recuerdo de Yuri llorando desconsolado gritándole que por favor no se fuera; o de la mirada confundida de Luka, los ojos de su hijo que no tenía certeza si podría admirar una vez más; incluso su preciosa Anna...

Si la muerte le seguía de cerca como una próxima compañera, pues no quería pensarlo todavía. Si podía hacer algo -lo más mínimo- para cambiar el curso de las cosas y abrir una posibilidad a la salvación de sus queridos, entonces recibiría sin importar cualquier consecuencia.

Estaba decidido a proteger lo que más amaba porque sin ellos, él no era nada.

La nieve continuó cayendo con ligereza. Los copos revoloteaban antes de caer sobre el lomo azabache de Otabek, era como si quisieran tragárselo en su manto blanco, pero la pantera se le escapaba a poderosos saltos.

El camino de vuelta se halló solitario. Si bien había rastros en el aire de aromas ajenos, por la cercanía no había nadie más acechando a Otabek y eso le causó ansiedad porque sabía a quién se debía todo aquello.

Las órdenes de Jean eran absolutas. Si quería dar caza solo, pues lo hacía. Su orgullo era cúspide en una pirámide de valores donde el compañerismo no existía.

Mientras los cuatro clanes se debatían en batalla en el amplio campo de nieve entre la torre de Xi y el bosque, algunos rezagados lograron seguirles la pista a algunos Nikiforov, pero se encontraban ya mucho más profundo en los terrenos de lo que Otabek estaba en ese instante.

La pantera se devolvía solitaria, moviéndose como una rápida mancha negra entre un blanco virgen.

Pensó, fugazmente, que esa era la primera vez que iba hacia la boca del león con tanta disposición. Alguna vez sintió su corazón doler ante Jean, alguna vez sintió que el temor le dormía el cuerpo y el alma, le congelaba la mente y le hacía gritar internamente.

Otabek Altin aceptaba que muchas veces había sido un cobarde frente a Jean Jacques Leroy.

Había visto a Mila ser torturada por él, habiéndola obligado a comer carne de su propia especie, habiéndola golpeado y burlado de ella en su cara por ser omega y débil. Altin se había resignado a llorar y huir cuando Jean dejó embarazada a su primer amor antes de intentar asesinarla. Él lo aceptó, no hizo nada en contra, solo corrió lejos de ese clan, intentando cuidar a Mila en vano y posterior a ello escondiéndose en el dolor y lejos de ese hombre.

Creyó que así podría vivir y luego morir en relativa paz. Nunca más tendría que verle o sufrir por el daño que siempre provocaba a los que llegaba a amar.

Nunca más.

Pero allí se hallaba otra vez.

La pantera dio un salto largo de una roca a otra y luego volvió a caer en la nieve, rodeando una sólida pared de tierra recubierta por hierbas que se resistían a morir ante el frío.

Había sido un iluso. Su pasado no había sido más que el de un cobarde.

¿Cuántas veces había corrido de Jean? ya ni las recordaba.

Sin embargo, ya no más.

En ese momento tenía algo que lo movía con mayor fuerza, que le hacía más fuerte el corazón y le hacía ver el mundo de una manera mucho más clara, más valiente: Yuri, Luka, Anna. Eran su familia, eran su cariño y felicidad completa. A quienes y donde pertenecía en el mundo.

Había sido un camino largo lleno de obstáculos, pero habían logrado consagrarse y amarse.

No dejaría a Jean tocarles ni un solo pelo.

Otabek los protegería a como de lugar.

Fue por ello que cuando sus pasos amainaron y frente a sí halló al hombre aguardando por su llegada, sus ojos le enfrentaron con determinación.

Otabek se sacudió y dio el último suspiro antes de que un amenazador gruñido resonara ronco desde su garganta.

Jean le miró con sorna y le sonrió.

No era el mismo. Definitivamente no era el mismo Jean Jacques Leroy que Otabek vio por última allá en las lejanas tierras a las afueras de la ciudad Tau, su último enfrentamiento, cuando se había llevado a Yuri. A pesar de notarse con energías, el hombre lucía más descolorido, más delgado, tenía ojeras y en sus ojos como inyectados en sangre se delataba las horas eternas sin sueño.

— Otabek, sí, también es grato verte.

Sin embargo, su voz seguía siendo la misma. La sonrisa desdeñosa y los ojos felinos que siempre se habían reído de él.

Al solo escuchar su nombre, Otabek volvió a gruñir, acercándose lentamente a él. Era nauseabundo oírle.

Las manos de Jean temblaban ligeramente, su nariz y pómulos estaban enrojecidos por el frío. El gran león de la selva también era débil ante la nieve.

— Ya pensaba yo que se estaba haciendo tarde y no habías venido a defender a tu ramera. ¿Dónde está él? dónde está tu amado Yuri, ¿te envió a morir por él? qué amoroso, se nota que en cuanto te mate aquí ese omega caliente irá a por otro rabo que le de más placer. Ya quiero verlo rogar cuando lo cojamos.

Leroy iluso. Altin no volvería a caer nunca más en su sucio juego de palabras.

Discutir no era el meollo del asunto.

Otabek corrió veloz hacia Jean y, ante los ojos asombrados del rey, las garras de la pantera saltaron sobre el enemigo.

No. No había lugar a charlas. Habían ido allí a luchar.


El campo abierto era peligroso para una minoría, no volverían a él hasta que la tormenta de la batalla hubiera amainado.

Viktor corría con dos de sus alfas a su lado y un fatigado Yuuri intentando seguirles el paso. El zorro tenía patas demasiado cortas en comparación a los lobos y se hundía con facilidad entre la nieve.

El reducido grupo se hallaba subiendo las colinas a las faldas de las montañas más altas, pero todavía no lograban dejar atrás el bosque y la carrera se les estaba haciendo pesada.

No ayudó para nada a calmar sus perturbados corazones cuando uno de los lobos de Viktor notó:

¡Están siguiéndonos!

Yuuri sintió su corazón dar tumbos de horror ante el aviso.

Viktor gruñó y a su nariz llegó el aroma de un grupo de felinos. Yuuri le vio voltear desesperado hacia él y sintió los colmillos de su pareja tomarle por el pellejo del cuello en un intento desesperado por ir más rápido. El omega chilló por la sorpresa y el tirón, pero sus extremidades se recogieron y en adelante no sintió más que su pareja intentando a toda costa protegerlo mientras seguían ascendiendo.

Sin embargo, no todo podía resultar tan bien. En cuanto llegaron a la parte más alta de la colina, el camino acabó. Uno de los lobos derrapó y tuvo que echarse hacia atrás a toda prisa antes de caer. Frente a ellos un precipicio más parecido a un derrumbadero con grandes rocas les dificultaba la entrada a la montaña vecina. La caída no era recta, pero sí empinada y engañosa; si intentaba bajar con rapidez, también podía ser peligrosa.

Viktor maldijo mentalmente. Tan cerca y a la vez tan lejos. Sus ojos lobeznos vieron con frustración la caída y las rocas cubiertas ligeramente de nieve.

Viktor lo supo de inmediato: aquello no podría atravesarse con prisa. La bajada debía ser algo lento para ser seguro o de lo contrario podrían estamparse contra las rocas o caer entre ellas y, aunque aquello último no los dejaría atrapados, sí dificultaba el ir todos juntos y el huir con rapidez. Además, las rocas eran grandes y con bordes filosos como si se hubieran desprendido del camino hacía muy poco tiempo.

Dejó a Yuuri nuevamente en el piso y le bufó que se quedara tras él.

Sus compañeros se adelantaron posicionando su cuerpo frente a Viktor, protegiendo a su líder y a su vez a la pareja de este.

El zorro ártico se agazapó tras la protección de los suyos, su corazón latía en sus oídos y lo único que podía hacer era sentirse aterrado. El aroma del alfa estaba en todos lados, territorial y enfadado. El lobo respiraba agitado y su cola estaba crispada. Vikor intentó cubrir con sus feromonas a Yuuri, pero resultaba casi en vano, su aroma ya había sido captado.

El ambiente fue violado rápidamente por una ráfaga de pestilente aroma extranjero. Fue cuando un grupo de tres felinos causantes de ello hicieron aparición con mandíbulas ansiosas.

¡Ahí!

Una pantera enemiga golpeó de frente a uno de los lobos y sus compañeros le siguieron sin lugar a dudas.

Ambos lobos en el frente intentaron detenerlos, pero eran dos contra tres y al final ambos quedaron intentando detener a la rabiosa pantera que parecía ser la más peligrosa entre los felinos; babeaba y sacudía su corpulento cuerpo, intentaba llegar a Yuuri a toda costa derramando fuertes feromonas de deseo y los lobos luchaban para arrastrarla hacia atrás.

Los otros dos servales evitaron la revuelta y se enfrentaron a Viktor. Nikiforov rodeó a su pareja tal como si fuera un escudo y dio dos salvajes mordidas al aire hacia uno de ellos.

Yuuri sentía su corazón en los oídos y el terror lo tenía estampado al suelo tras el cuerpo del alfa que lo protegía.

Sin embargo, la realidad verdadera era que estaban en serios aprietos.

Viktor intentaba hacer retroceder a un serval y luego al otro. Eran felinos más pequeños, pero eran astutos, sus garras eran filosas y sus colmillos pulidos como la punta de una aguja. Intentaban poco a poco acercarse más a Yuuri, pero si Viktor decidía atacar a uno, entonces el otro tomaría la ventaja y se avalanzaría cuanto antes al omega.

Estaba rodeado y sus compañeros todavía no podían deshacerse de la pantera.

¡Aléjense!

Bramaba el lobo siendo respondido por una serie de agudos y rabiosos maullidos de los servales.

Sus dos camaradas estaban dando todo de sí para poder aniquilar a la pantera. Habían logrado arrastrarla un poco más lejos, pero animal estaba desatado y totalmente afectado hasta lo más profundo de sus sentidos por el omega allí presente.

Uno de los canes se lanzó a su lomo y le clavó las garras en la cabeza mientras su otro compañero le atacaba de frente intentando clavar sus colmillos en su cuello. La pantera rugió enfurecida y se sacudió lanzando lejos al lobo sobre sí. Se abalanzó hacia quien tenía en frente y ambos forcejearon entre patadas y feroces mordiscos para botar al otro parados en sus dos extremidades traseras.

Viktor sintió su corazón doler cuando escuchó el doloroso aullido de uno de los suyos. Vio con ojos impotentes cómo su compañero era azotado contra el piso por esas enormes garras y un zarpazo salvaje le rasgada el rostro.

El otro lobo desesperó y se puso de pie a toda velocidad para poder salvar a su compañero. Saltó hacia el felino y lo derribó antes de que este pudiera morder la barriga expuesta del moribundo can que chillaba por su ojo herido.

Viktor se abalanzó sobre uno de los servales, sobrepasado por la situación. Lo agarró del cuello con mandíbulas feroces y lo lanzó lejos hasta hacerlo chocar con un árbol. Volteó gruñendo y pudo vislumbrar cómo Yuuri intentaba correrse a su lado en vano justo cuando las garras del segundo serval le agarraban del lomo.

¡No lo toques!

Espetó enfurecido avanzándose sobre el felino y separándolo agitado. Sin embargo, el enemigo no fue idiota y, quedando bajo Viktor, no dudó ni un segundo en contraatacar con un doloroso rasguño en la piel sensible y desnuda de la nariz del lobo. Dio justo en el blanco, Viktor chilló y se echó para atrás.

El felino que se había azotado contra el árbol se reincorporó velozmente y, cojeando, trotó hacia el omega aprovechando que Nikiforov le daba la espalda.

Yuuri sintió el golpe en su cuerpo como una fuerte embestida. Chilló y el serval lo dejó entre sus patas. Viktor todavía no se recomponía del golpe, sacudiendo la cabeza y dejando que su oponente se lograra alejar y poner de pie.

El zorró ártico pataleó en el estómago al felino y con su pata delantera intentó pegarle en el rostro, pero aquello solo hizo enfadar más al serval.

Viktor lo socorrió con rapidez a pesar de tener la vista nublada por las lágrimas. Con furia agarró la pequeña cabeza del animal entre sus fauces, este chilló y maulló de forma horrible, pero fue finalmente arrojado por el derrumbadero hacia abajo y su columna se quebró al caer de lleno contra uno de los picos de una gran piedra. El cuerpo dejó de moverse y, con sus últimos alientos, se deslizó solo hasta caer entre un par de rocas y allí en el frío pereció.

El rugido de la pantera en sus últimos segundos de vida se alzó hacia lo alto y fue cuando Viktor observó que sus compañeros ya habían logrado deshacerse de ella tras una ardua batalla.

El pequeño serval que quedó de pronto ya no parecía tan seguro de sí mismo a pesar de que cada vez que viera a Yuuri babeara por acercarse. Viktor se encargó de él rápidamente, esta vez rasgando con sus propios colmillos la garganta ajena.

Yuuri se acercó a las largas patas de Viktor y se pegó a él como si de un imán se tratara. El lobo se hallaba jadeante y tenía sangre en la nariz además de sangre ajena en el hocico. Miró al omega con cansancio y cariño, pero sus orejas volvieron a moverse alertadas por movimiento cercano.

¡Vienen más!

Los problemas no acababan.

Se habían tomado demasiado en vencer a sus detractores y estaban pagando por aquel tiempo.

Otros ya los habían encontrado.

No hubo lugar a dudas en el pecho de Viktor. Solo había una opción: Yuuri ya no podía permanecer en ese lugar, en medio de una batalla, era demasiado peligroso para él.

Antes de sentir que el dolor de su pecho se hiciera más ardiente, volvió a tomar a Yuuri por el pellejo y este emitió un chillido sorprendido por el acto.

¿Viktor?

El lobo caminó rápido y asomó el cuerpo por la empinada bajada, con un suave -pero calculado- impulso lanzó al zorro ártico por los aires.

Yuuri chilló.

¡Viktor!

El chico se horrorizó por aquel acto y sintió que su cuerpo volaba y luego caía por la empinada bajada rodando hasta chocar con el costado de una roca que detuvo su caída.

Se levantó con un poco de esfuerzo. Había dolido, pero no lo suficiente como para no poder moverse. Miró asustado hacia arriba y sus ojos se encontraron con los claros de su pareja.

Al omega le costó un poco comprender de qué se trataba todo ello, pero cuando vio que Viktor no bajaba junto a él y en su lugar ladraba para que el lobo que tenía herido un ojo lo hiciera, se asustó.

¡¿Qué haces?! le gritó hacia arriba, ¡Viktor!

Katsuki sintió que su corazón latía mucho más rápido. Eso no podía estar pasando.

Viktor sentía la presión sobre sí una vez más. No podía dejar que Yuuri estuviera allí ni un segundo más. En la situación en la que se hallaban, nada era más importante que asegurar la vida del omega.

Sus hijos lo habían hecho, se habían tenido que marchar solos, pero el lobo tenía confianza en que ellos sobrevivirían: eran dos, eran alfas, eran fuertes, eran sus hijos. En cambio Yuuri... Yuuri no podía pelear.

Su adorado Yuuri tendría que avanzar sin él.

El lobo soltó un casi inaudible lloriqueo, pero tuvo que empujar hacia abajo toda la tristeza y angustia que amenazaba a su corazón. No debía caer en el dolor. Ni siquiera había tiempo para ello.

Reunió todo su valor, toda la fe que embargaba su pecho, todo su amor, y entonces ladró:

Ve, Yuuri, yo iré después.

El omega sintió un horrible nudo en la garganta.

Viktor lo había hecho a propósito. Lo había arrojado para que no pudiera devolverse.

El otro lobezno alfa de clan comenzaba a bajar cuidadosamente por el derrumbadero, algo tembloroso por la dolorosa herida en su rostro.

Yuuri vio con una terrible angustia a Viktor. El lobo plateado todavía mantenía su cabeza asomada desde la altura y le observaba con ternura.

Esos ojos le estrecharon el corazón.

Los alcanzaré luego. Volvió a ladrar. ¡Te lo prometo, Yuuri! ¡te lo prometo que te alcanzaré!

Yuuri sintió su alma crujir. El amor en la mirada del lobo lo conmovía tremendamente. Viktor no estaba haciendo una promesa en vano, en sus ladridos Yuuri halló su compromiso.

Quiso llorar.

Yuuri Katsuki sintió su corazón envenenado en amor. Sintió cómo su cuerpo entero rogaba para que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí encadenado al suelo y admirar por siempre la amorosa mirada de su primer y último amor.

Pero las circunstancia presionaba.

No podía quedarse.

¡Vete! Le dijo Viktor volteando a ver hacia atrás, alertado.

Yuuri sintió su cuerpo congelado y su respiración incrementar. Su corazón latía como loco.

Un poco más.

Solo quería verle un poco más.

Se escucharon los ladridos de canes desconocidos.

Viktor le miró con desesperación.

¡Ya, vete!

Yuuri sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Su compañero de clan y ahora su protector ya llegaba a su lado y le ladraba para que emprendieran rumbo.

Viktor se removió inquieto ante el ensimismamiento de Yuuri, parecía petrificado y no dejaba de mirarle con esos preciosos ojos cristalinos carmesí.

Antes de que su voz se quebrara, antes de dejarse arrastrar por el pánico, Yuuri quiso salvarse de la tristeza y con toda la fe que guardaba en su alma, le chilló a su pareja:

¡Es una promesa, Viktor! ¡una promesa, no puedes romperla, no puedes!

¡Claro que lo es! ¡Iré por ti!

Yuuri movió sus patas y, antes de que Viktor volteara y desapareciera, en la mente del omega se plasmó la imagen del rostro de su pareja sonriendo por última vez.


Sus respiraciones eran trabajosas. El aire frío invadía sus gargantas dolorosamente antes de ser expulsado como vaho ardiente.

Jean se precipitó sobre Otabek con el orgullo dañado. Una sucia pantera haciendo el primer movimiento para atacarlo era una deshonra para él, lo enloquecía, ¡nadie tenía el derecho de atacarlo en primer lugar!

Escoria repugnante y engreída.

¿Quién diablos se creía que era Otabek? Jean podía recordarlo siendo un crío llorica y depresivo, siempre huyendo cuando se despedazaba a un omega, siendo tan increíblemente patético como para alimentarse de animales pequeños, ¡cobarde hasta la médula!

A los ojos de Leroy, él no era más que un trozo de basura débil, una vergüenza para la raza alfa. Otabek Altin era una falta de respeto a los grandes antepasados en la cima de la cadena alimenticia.

¡Deshonra! Rugió con furia en lo alto ¡Eres una deshonra para los de tu raza! no te creas el héroe cuando has vivido toda tu vida huyendo, ¡huyendo de mí, Altin!

Un puto omega le abría las piernas y él ya perdía la razón defendiéndolo, atacando a un líder, ¡atacándolo a él! ¡a Jean Jacques Leroy!

Sin embargo, a diferencia de Jean que parecía totalmente trastornado, Otabek no perdió en ningún momento la cabeza, su mente se hallaba fría. Eso fue un clave punto a favor para la pantera. En cambio, Leroy estaba totalmente fuera de sus casillas y se le abalanzaba cada que podía sin siquiera un respiro.

Sus ojos inyectados en rencor y odio.

El hambre y el poder lo tenían enloquecido.

No era un alfa. Era un demonio.

La sonrisa burlesca había desaparecido en cuanto Otabek había hecho el primer asalto.

La pantera esquivó con éxito una embestida y enseguida aprovechó de atacarlo por de frente. Ambos felinos se pararon en sus patas traseras y forcejearon con feroces zarpazos, sus mandíbulas abiertas de par en par listas para morder y desgarrar.

Otabek abrió sus patas y alejó la cabeza cuando Jean intentó morderle con sus enormes fauces. El león dio un salto hacia adelante intentando cogerle por el cuello para inmovilizarlo, pero Otabek volvió a escaparse hacia atrás.

Los gruñidos y rugidos resonaban por toda esa zona del bosque. Eran como truenos furiosos, territoriales e indomables que luchaban por hacer callar al otro y demostrar quién mandaba en aquella situación.

Jean era visiblemente más grande que Otabek, su melena hacía su cabeza mucho más grande y difícil de atacar puesto su cuello se hallaba revestido en una capa de pelo, en cambio, el cuerpo de la pantera era más grácil, corpulento, pero más despejado. Un paso en falso y Otabek sabía que su garganta podría terminar destrozada entre los colmillos ajenos.

Jean intentó cogerle dando zarpazos en dos patas e intimidándolo para que retrocediera, pero Otabek vio su oportunidad justo a tiempo. Se impulsó con sus fuertes patas traseras hacia adelante y empujó a Jean contra la nieve. Sintió las garras ajenas clavarse en su espalda y rugió por el dolor, pero no perdió su objetivo.

El león cayó de espaldas y pataleo con sus cuatro extremidades, dientes y garras para quitarse a la pantera de encima. Su estómago y cuello estaban al descubierto y aquello lo desesperó horriblemente.

Altin pudo olerlo: el terror en Leroy.

Las partes de un híbrido más vulnerables listas para ser desgarradas.

Seguramente nunca antes había estado tan indefenso y aquello lo enloqueció.

Otabek sintió con dolor las patas traseras del león golpeándolo el en estómago y un zarpazo le hirió en la mandíbula haciéndolo sangrar. Sin embargo, aunque dolió, aquello no hizo más que potenciar su fuerza por la rabia.

Ambos felinos enormes se hallaban pegados el uno al otro, sin querer soltarse, sin querer perder la batalla.

Jean gritaba y se revolvía. Otabek maulló enfadado y dio un rasguñón feroz en el rostro al que el león rugió cerrando fuertemente los ojos. Le había rasgado horriblemente el párpado, su vista dañada.

Ahora, pensó Otabek.

El cuerpo del león seguramente se hallaba más cansado que el suyo por el forcejeo. Definitivamente Leroy había utilizado más energía que él intentando atacarlo.

Lo tenía.

Al fin.

La pantera enterró las garras en la barriga ajena y abrió sus fauces para finalmente asesinarlo.

Pero sucedió algo que no había prevenido.

Algo que marcó una gran diferencia en la batalla.

No habría significado nada si el último zarpazo desesperado de Jean hubiera llegado a otra zona de su cuerpo. Pero las garras rasgaron justo en su hombro, por sobre la cicatriz que comenzaba a formarse.

Otabek sintió que aquel solo golpe le hacía temblar y flaqueó.

Jean aprovechó su último rayo de esperanza y clavó sus colmillos en la misma zona.

Otabek rugió con todo el dolor de su cuerpo.

La herida, desde la cicatriz, volvió a ser abierta. Su carne caliente, la sangre volvió a derramarse bajando por su pata y mojando su pelaje azabache. Casi hubiera parecido agua de no ser porque la nieve manchada delataba su profundo color carmesí.

Dolió como los mil infiernos, tanto, que el gran gato negro tuvo que echarse para atrás con la mirada nublada por las lágrimas.

Leroy aprovechó de voltear rápidamente y ponerse de pie con algo de esfuerzo. Se alejó un par de pasos de Otabek siendo por primera vez, desde que se encontraron, precavido.

Se miraron con furia viva en los ojos.

Las patas delanteras de Otabek temblaban. El dolor le quemaba al fuego vivo en la herida.

Leroy pareció recuperar confianza al verle en tal estado deplorable.

Le mostró los dientes amenazante.

El corazón de Otabek latía a mil por hora. No podía pensar con claridad. Súbitamente, toda su concentración anterior se había perdido.

Puto y suertudo león. Sin haberlo sabido, había dado con el punto débil de la pantera.

Toda la frustración llegó al pecho de Otabek.

Lo había tenido, ¡lo había tenido ahí! ¡casi lo había despedazado!

Tan cerca...

Cerró los ojos con pesar. Sentía que un solo movimiento y caería de bruces al suelo.

¡¿Lo ves?! le rugió Jean ¡Eres débil! ¡eres patético!

La pantera respiraba agitada.

No le importaban las palabras de Jean. Ya no.

Lo único que le importaba y llegaba a su mente en ese instante era Yuri. Yuri completamente, Yuri con sus cachorros, Yuri, Luka y Anna.

Su corazón dolía.

Fue como ver un hilo de bellos recuerdos en un fugaz chispazo frente a sus nublados ojos.

La primera vez que besó a Yuri en el hospital, cuando este le confesó que veía a Luka como su cachorro, la sonrisa de su pequeño hijo conociendo a su hermana, las lágrimas de Yuri al tomar entre sus brazos por primera vez a Anna, la felicidad derritiéndose en su corazón por cada momento y regalo que Yuri Plisetsky le había dado.

Los amaba. Con toda su ama.

Me has dado tanto...

Jean caminaba hacia él temblando de pies a cabeza.

La pantera tambaleó, pero intentó no caer.

Recordó las manos gentiles de Yuri curando sus heridas. La hermosa sonrisa que le dedicaba, la mirada fundida en amor. Los abrazos, las penas, más alegrías. Su pequeña y bonita familia.

"Somos tu familia y tú mismo nos formaste". La voz suave de Yuri haciendo eco en sus recuerdos.

Joder, qué gato tan suertudo era. Bien pudo haber llorado.

Otabek Altin se sintió como el hombre más afortunado de todo el maldito mundo.

Cada parte de su cuerpo ardía y sus patas temblaban, pero volvió a elevar la cabeza porque así se lo había prometido a sí mismo.

Proteger hasta el final.

Leroy no pudo creerlo. La pantera, casi acabada, seguía mirándolo desafiante. No corrió, no huyó, no rogó. Le enfrentó con orgullo y valentía.

Eso fue como pólvora para el fuego de sus entrañas. Lo enfadó, lo indignó. La obstinación de Otabek fue como el más terrible insulto para su persona.

La pantera dio su mejor esfuerzo y caminó jadeando hasta el camino, cerrándole el paso y mostrándole los dientes tal como Leroy lo había hecho.

Le miró con severidad. Ahí no acababa la pelea.

A pesar del cansancio y el dolor en su cuerpo, Otabek seguiría en pie porque quería y su cuerpo aún podía.

Tenía un objetivo que cumplir, ¡Leroy no pasaría de allí! ¡No lo permitiría!

Y eso terminó por desatar a Jean.

¡Maldito infeliz!

El enorme león corrió con toda la fuerza que le permitió la energía de su cuerpo y embistió a Otabek.

León y pantera rodaron por la nieve rugiendo y batallando. A zarpazos y mordidas. Con un gran esfuerzo, Otabek logró morder y desgarrar la mitad de la otra oreja de Jean, así provocándole un gran dolor. Pero su enemigo ya lo tenía estudiado y en cuanto logró salir del trance que le había provocado su herida, no dudó en atacar su hombro malo.

Leroy lo golpeó muy fuerte y fue cuando las extremidades de la pantera le fallaron. Trémulo derrapó y cayó a la fría nieve.

Levantó su cabeza y sus ojos castaños apenas si pudieron enfocarse ante la figura que se alzaba para terminar con él.

El asalto final.

Y, sin embargo, no fue aquello lo que congeló el aliento a Otabek.

Fugaz, como un rayo blanco. Se acercó con salvajismo y precisión.

La embestida a Jean fue espléndida, justo a tiempo. El león rodó hasta chocar con una gran y dura roca, allí cayó enseguida a la nieve, atontado por el golpe.

Enseguida, Otabek vio al híbrido correr hacia él.


Hola!🌱

¿Adivinen quién volvió? jaja (PERDÓN XDDDD) ya saben toooodo el embrollo desde que no actualizo Piel Nevada :( Wattpad me borró tres cuentas ¡tres! y por ello me desmotivé aún más de escribir sobre todo esta historia que era la que más cariño le tenía y de la que más orgullosa estaba por sus lindos comentarios, por el apoyo a lo largo de todos estos años, nuestras conversaciones en los capítulos, etc :( ¡Pero ya está, ya pasó! ¡Piel Nevada merece un final y mis bebos Yurita y Bekita también! Por ello estoy volviendo arduamente a escribir estos capítulos para darle un cierre a mi trabajo más preciado y al que he dedicado más años que a ningún otro ;)

Gracias por todo su apoyo, de verdad, por Fanfiction no acostumbro a responder los review, pero quiero que sepan que los leo todos y cada uno. Muchas gracias a quienes se sumaron relativamente hace poco a leer esta historia y muchas gracias a quienes me comentaron que me venían siguiendo desde wattpad, ¡Me emociona recibir sus comentarios! Se los agradezco con todo mi corazón :)

Tengo otro capítulo a la cola, en un ratito se los subo y espero que nos volvamos a leer en muy poco tiempo!

Gracias por su apoyo, por su amor y por leerme, ¡les quiero! :)

¡Gracias por leer!