ZELDA

—Partiremos mañana por la mañana —le dije a Pay varios días más tarde y tras mucho discutir con Link. Ella abrió mucho los ojos y palideció—. Sé que es más pronto de lo que esperábamos, pero te prometo que sigo manteniendo lo de la correspondencia.

Aquello pareció aliviar algunos de sus temores. Tomó un sorbito de té, supuse que para llenar el silencio, y yo aguardé a que se decidiera a responder.

—¿Hay problemas en Hatelia? —preguntó por fin.

Suspiré, recordando aquella maldita carta. La había leído tantas veces que habría sido capaz de recitarla en voz alta. Seguro que Link se la había grabado a fuego en la memoria, para cuando viéramos al alcalde de nuevo.

—El alcalde necesita nuestra presencia, según la carta —respondí—. Dice que quiere hablar con nosotros de ciertos asuntos. Me pregunto qué demonios querrá —añadí con un bufido de desdén.

—Dijisteis que teníais problemas con ese hombre, ¿verdad? Diosas, lo siento mucho, Zelda. Prometí que te ayudaría, pero con todo... Han pasado demasiadas cosas. No he tenido tiempo para pensar...

—No pasa nada —le aseguré con la sonrisa más amable que fui capaz de mostrarle—. Con vuestra hospitalidad es más que suficiente. También se aprecia vuestra discreción.

Debí de sonar creíble porque ella sonrió también, aliviada, y dejó de juguetear con los bordes de su túnica. Era de diseño tradicional sheikah, sencillo y sin apenas ornamentación.

—¿Qué hay de Link y de tus hijos?

—Link tiene la misma posición que yo, así que tendrá que venir conmigo a Hatelia. —Pensé en la tarde en que habíamos recibido aquella carta. Él había estado tan enfadado que ni siquiera había podido conciliar el sueño en toda la noche. Lo obligué a salir a tomar algo de aire fresco nada más amaneció para que se aclarara las ideas—. Y los niños tendrán que venir con nosotros. Son muy pequeños para quedarse solos.

—Oh, por supuesto —murmuró Pay, con la vista clavada en su regazo—. Lo siento. Era una pregunta estúpida.

Me tragué la frustración y la miré fijamente. Ella debió recordar los consejos que le había dado porque al cabo de unos instantes logró sostener mi mirada.

—No tienes que disculparte por mostrar algo de preocupación. Todo lo contrario, en realidad. Agradezco tu preocupación. —Ella asintió, aunque en el fondo sabía que no creía mis palabras. Así que dejé mi taza de té a un lado y me incliné sobre la mesa para sonar un poco más severa—. Te he enseñado casi todo lo que sé. Entiendo que hayamos ido más rápido de lo que deberíamos, pero si no pones ninguno de esos consejos en práctica, nada de esto habrá servido.

Escuché como tomaba una bocanada de aire.

—Yo... Lo intento —murmuró—. Es difícil estar bajo la sombra de... Bueno, de alguien como la abuela. Ella nunca se preocupó demasiado por mi educación como futura líder. Es como si hubiera creído que nunca iba a... a ir con las Diosas.

Parpadeó después de eso, supuse que para contener las lágrimas.

—Mi padre tampoco puso mucho empeño en eso cuando era princesa —admití entonces. No me apetecía recordar aquella época, pero sospechaba que hacerlo ayudaría a Pay—. Se centró en mi entrenamiento para despertar el poder sagrado. Y lo cierto es que, si el Cataclismo nunca hubiera llegad, habría sido una reina terrible.

—No lo creo —repuso Pay—. Tú eres... Bueno, estas cosas se te dan bien.

—Conozco el Hyrule de ahora. El problema es que no conocía el de antes. Una no puede gobernar si no le dan indicaciones y preparación previas. Así funcionan las cosas. Y que quede claro que no te estoy diciendo nada de esto por pena.

—Tampoco creo que estés mintiendo —dijo Pay con una pequeña sonrisa.

—Por supuesto que no. Creí que sería bueno compartir experiencias.

Ella inspiró hondo de nuevo y luego asintió. Parecía más animada. Esperaba que Prunia permaneciera a su lado para aliviar algo del peso que caería sobre sus hombros. Yo perdería la cabeza si Link no estuviera a mi lado.

—Gracias, Zelda.

Sonreí también. Después contemplé la luz anaranjada que se colaba por la ventana y tomé los últimos sorbos de té. Esperaba que mi estómago pudiera tolerar algo de té caliente.

—Te deseo toda la suerte del mundo —le dije a Pay mientras me ponía en pie—. No puedo prometerte que será fácil, mucho menos al principio, pero las cosas mejorarán. Eso sí puedo jurártelo.

Pay me abrazó con los ojos llenos de lágrimas y me dio las gracias unas cuantas veces más. Me crucé con Prunia tras descender las escaleras que llevaban a la sala de audiencias de la casa del líder.

—Ayúdala —le pedí—. Necesita algo de apoyo, Prunia.

—Hago lo que puedo —suspiró ella—. Pero yo nunca fui buena con todos estos asuntos de diplomacia. Esa siempre fue Impa. Por eso nuestra madre decidió que ella sería una heredera mucho más digna. Y yo se lo agradezco cada día.

—Aun así, creo que eres capaz de dedicarle unas cuantas palabras alentadoras de vez en cuando.

Ella puso los ojos en blanco, y su expresión de fastidio me recordó a Arwyn por un momento. Sin embargo, luego me miró, mortalmente seria.

—Tendrá que arreglárselas por unos días, mientras esté en la muralla. Le he advertido que podría alargarse una semana. Ya te puedes imaginar que montó en pánico.

—La ayudarás en cuanto vuelvas.

Prunia bufó de nuevo.

—Por supuesto que sí. Es mi único trabajo por ahora —añadió con una sonrisa maliciosa.

Decidí no responder. Le recordé nuestra partida, al día siguiente, y que debía estar preparada. Luego nos despedimos hasta la mañana y salí de la casa en dirección a la posada.

Las voces se oían desde el mostrador de la entrada. Le dirigí al posadero una mirada de disculpa y me di cuenta de que él intentaba esconder su fastidio al ver quién era yo. Aquello me irritó, así que borré la sonrisa del rostro y di media vuelta para entrar en la habitación.

Me dolía la cabeza. Había conseguido ignorar las molestas punzadas mientras estaba con Pay y con Prunia, pero las vocecitas agudas hicieron que el dolor se avivara.

Me atreví a echar un vistazo a la habitación y me sorprendió toparme con más orden del que había esperado; Link había estado haciendo las bolsas de viaje mientras yo hablaba con Pay. Él estaba en un rincón de la habitación, y con solo verme bajo el umbral empezó a pedirme ayuda con la mirada. Aquello me irritó un poco más. Diosas, no le convenía verme enfadada. No teniendo en cuenta cómo había estado últimamente.

Hubo silencio por un maravilloso instante, y luego los niños corrieron hacia mí, hablando al mismo tiempo.

—Wynnie tiene mi manta —me pareció que decía Artyb.

—¡Mentiroso! —gritó Arwyn, y el sonido retumbó en mis oídos. Vi como sostenía una manta pequeña entre ambas manos—. Es mía. Artty nunca la comparte.

—¡Es mía!

—No lo es. —Artyb intentó arrebatarle la manta, pero Arwyn era más alta que él, y la mantuvo fuera de su alcance, por encima de su cabeza.

—Tienes... tienes pelo de oveja —le espetó Artyb entonces, con el rostro enrojecido por el enfado.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Me miró a mí por un momento, indecisa, y luego miró a Artyb.

—Y tú eres un...

—Suficiente —sentencié yo. Le arrebaté la manta de las manos a Arwyn. Ella emitió un sonido de protesta, pero yo conseguí que se quedara quieta con una sola mirada—. Vuestros gritos casi se oyen desde fuera de la posada. ¿Creéis que así podremos llevaros de viaje con nosotros?

Casi pude ver como las protestas morían en los labios de ambos. Se miraron con los ojos muy abiertos por un instante, y luego Arwyn tiró de mis faldas con gesto suplicante.

—Mamá, Artty no me deja...

—No me importa. Los dos habéis usado esta manta. Los dos la seguiréis usando. Si no podéis compartirla, nos la quedaremos papá y yo.

Le dirigí una mirada de advertencia a su padre, que estaba cabizbajo en un rincón de la habitación.

—Pero...

—No quiero ni un solo pero. Y, como oiga la más mínima queja, os prometo que me quedaré la manta yo misma inmediatamente. ¿Está claro?

Ellos asintieron con una expresión casi igual a la de su padre; los hombros hundidos y la vista clavada en el suelo. No me miraron a los ojos en ningún momento. Suspiré y me esforcé por aparentar algo de buen humor para no seguir asustándolos. Tampoco quería ser dura con ellos cuando eran tan pequeños.

—Ahora seguid jugando —dije, y dejé la manta en el espacio entre ambos—. Sin un solo grito —añadí en tono de advertencia.

Ellos asintieron y retomaron sus posiciones en el suelo. Empezaron a hablar en susurros, aunque no pude —ni quise— entender lo que decían. Así que fui hacia Link y le exigí explicaciones con una sola mirada. Él cambió su peso de una pierna a otra varias veces antes de hablar.

—Estaban tranquilos, Zelda. Lo juro. Hasta que me vieron guardando la maldita manta y se empeñaron en jugar con ella. Intenté negarme, te lo prometo. Pero ya sabes que soy un...

—No, mejor no termines —dije, interrumpiéndolo. Tomé asiento sobre la cama porque todo dio vueltas por un momento. Ya empezaba a sentir los efectos se haber tomado una simple taza de té. Si el malestar solo iba a peor, tendría que ir a ver a un sanador cuando estuviéramos en Hatelia.

—Lo siento, Zelda —dijo él.

—Tienes que ser un poco más duro con ellos. No pienses en tu padre. No me refiero a eso. Tú solo... No tengas miedo de dejarles las cosas claras.

Lo escuché suspirar a mi lado. Ambos los observamos jugar. Arwyn parecía haberse olvidado de lo sucedido, y la manta se había quedado en un rincón, abandonada, aunque Artyb parecía más reticente. Él sabía cómo guardar rencor. En cierta ocasión, había perdido uno de sus libros favoritos. Le gustaba que se lo leyera antes de dormir. Había movido cielo y tierra para encontrarlo, pero nunca había vuelto a aparecer. Él se había llevado todos sus libros favoritos a su pequeña mesa y los había amontonado allí, sin orden alguno, como si así, estando lejos de mí, no fueran a perderse. Me había llevado semanas ganarme su confianza de nuevo.

—Lo intentaré. Pero necesitaré algo de ayuda.

Sonreí un poco, a pesar de todo.

—Tú has hecho las bolsas de viaje. Considéralo una deuda saldada.

Él sonrió también, a modo de agradecimiento, y mi corazón dio un vuelco, como si tuviera dieciocho años recién cumplidos otra vez y me estremeciera con cada muestra de afecto que él hacía. Por Hylia, debía de haber enfermado.

—¿Te encuentras mejor? —quiso saber entonces, mientras resumía su tarea de meterlo todo en la bolsa de viaje—. Podemos posponer el viaje si tú...

—No. Estoy bien —mentí—. Lo que más quiero es llegar a casa y descansar. Eso hará que me cure al instante.

Me dejé caer sobre nuestra cama con un largo suspiro. Diosas, todo me dolía. Era como si hubiera pasado semanas enteras a caballo. Me pregunté si Link se sentiría así cuando me pedía que le preparara un té para el dolor.

—¿Sabes qué? Creo que ya sé lo que me pasa.

Él soltó una risotada.

—Estabas tardando en averiguarlo —dijo.

—Creo que todo esto es culpa tuya.

Link se detuvo en seco y se giró para mirarme. Leí auténtica preocupación en su mirada, que solo crecía con cada instante que yo pasaba en silencio. Decidí aliviarlo de su sufrimiento poco después.

—Si no hubiéramos pasado la noche a la intemperie, estaría de maravilla. Da gracias por que los niños no hayan enfermado también.

Su expresión se alivió un poco y dejó de fruncir el ceño, aunque sabía que seguía preocupado. Diosas, era demasiado bueno. Aún me sorprendía.

—Lo siento. Deberíamos haber parado en la posta...

—Eres peor que yo —mascullé. Era una broma, Link. No sé qué me pasa. Probablemente haya comido algo que no me sentó bien.

—¿Estás segura?

Resoplé y le planté un fugaz beso en los labios.

—No te mentiría.

Él pareció creérselo porque siguió con lo que estaba haciendo sin una sola objeción más.

Me habría gustado ayudarlo, e incluso hice el ademán de ponerme en pie. No obstante, él me obligó a descansar. Lo miré y se lo agradecí con otro beso. Tendría que devolverle el favor.

Observé a los niños, que jugaban al otro lado de la habitación. Yo nunca había tenido la oportunidad de hacer lo mismo. Recordaba haber pasado jornadas enteras frente a las efigies de Hylia en las fuentes sagradas y en los templos, pero jamás había jugado como ellos jugaban ahora. Dudaba que Link hubiera tenido mucho tiempo para ser un niño, por desgracia.

La manta continuaba abandonada en un rincón. Link la recogió y me la tendió con cuidado. Pasé los dedos por las hebras que ya empezaban a desgastarse. Había cosido aquella manta poco después de saber que estaba esperando por primera vez. Había puesto todo mi empeño en que quedara decente, así que me llevó varias semanas terminarla. Al final Artyb acabó usándola unos años más tarde, poco después de haber nacido.

Los había visto discutir por la manta antes. Link siempre decía que lo mejor sería coser otra, pero lo cierto era que no quería que aquella quedara en el olvido. Sabía que en el fondo solo estaba siendo tonta, pero al menos era sincera conmigo misma.

Partimos al día siguiente, tal y como habíamos previsto. Pay nos despidió junto a la salía de la aldea. Me compadecí de ella en silencio. Prunia se marchaba con nosotros, así que estaría sola por primera vez. Sola en su nuevo puesto.

—No empieces, niña —murmuró Prunia—. Solo serán unos días. Menos de una semana, si todo va bien. Yo no falto a mis promesas.

Pay asintió, aunque tenía los ojos húmedos. Prunia la observó por un instante con los labios apretados.

—Niña tonta —murmuró, y luego la abrazó con fuerza.

Link fingió que estaba ocupado atando las alforjas de los caballos, aunque tenía a Arwyn sobre un hombro. No sabía cómo demonios se las arreglaba para sostenerla y hacer algo distinto al mismo tiempo.

Me acerqué a él mientras Prunia y Pay hablaban en voz baja. Artyb me siguió, andando a trompicones. Había amanecido hacía solo unas pocas horas, así que aún no estaban del todo despiertos.

—¿Está yendo bien? —me preguntó Link en un susurro, mirando a Prunia y a Pay.

—Eso creo. No tiene por qué ir mal, de todas formas.

Él alzó una ceja, aunque no dijo nada más. Contuve un bufido. De pronto sentí un tirón en los pantalones de montar, y vi que Artyb intentaba llamar mi atención.

—¿Puedo ir contigo? —dijo a media voz, señalando a Calabaza.

Miré a Link, que se encogió de hombros. Quise coger a Artyb en brazos también, pero sabía que no sería capaz. No estaba teniendo un buen día; había estado a punto de vomitar antes de salir de la posada. No quería arriesgarme a llevarlo en brazos y trastabillar o, peor aún, que acabara en el suelo. Así que me contenté con acariciarle el pelo enmarañado. Había aprendido hacía unos años que intentar arreglárselo por las mañanas era un esfuerzo inútil.

—Claro que sí —respondí—. Papá irá con Wynnie.

Arwyn levantó la cabeza entonces del hombro de su padre.

Melada es mejor —anunció, mirándonos a ambos.

Artyb entornó los ojos.

—Mermelada —dijo, exagerando cada sonido de la palabra— es pequeña y lenta.

Arwyn frunció el ceño y sacudió el hombro de Link, aunque sabía que él había estado escuchando.

—Dice que Melada es pequeña y lenta.

Link suspiró y se ajustó a Arwyn en brazos, dejando las alforjas a un lado. Lo miré con desaprobación, aunque él me ignoró, por supuesto.

—Mermelada es joven —masculló—, no pequeña.

Arwyn lo miró con una sonrisa maliciosa, aunque Link tiró de sus rizos para llamar su atención de nuevo.

—Vuelve a dormir —le dijo—. El viaje será largo.

—¿Vamos a casa? —preguntó Artyb.

—Tenemos que parar en un sitio antes —respondió Link—. Pero vamos a casa.

Él asintió, y yo contuve un escalofrío. No me gustaba visitar las ruinas de la muralla de Hatelia con los niños. Su padre había estado a punto de morir allí, aunque ellos no lo supieran. Yo sabía, sin embargo, que podían percibir mi inquietud cada vez que cruzábamos la muralla. Y también la de Link. Eran demasiado listos.

Había intentado por todos los medios construir otro camino para llegar a Hatelia. Uno que no obligara a los viajeros a atravesar aquella horrible llanura. No obstante, todos los constructores de Karud habían estado de acuerdo en que el paso entre las montañas era mucho más estrecho y complicado, y no iban a hacer el nuevo camino bordeando todo el mar de Necluda. Nadie elegiría aquel sendero por ser el más largo.

Le recordé a Pay lo que habíamos hablado. Ella parecía tener más confianza en sí misma. Recé por que no desapareciera nada más perdernos de vista a nosotros. Intentaría mantener correspondencia estrecha con ella; de hecho, me había hecho prometer que le escribiría nada más llegar a Hatelia.

—Tienes que parecer firme siempre —le recordé—. Aunque por dentro no estés segura de nada.

—Lo intentaré —murmuró Pay.

—Intentarlo no es suficiente. Tienes que prometerme que lo harás.

Ella asintió, y pareció más convencida en aquella ocasión. Le quedaba mucho que aprender.

—Tened un buen viaje —nos dijo a ambos.

Se despidió de Link y de los niños, y luego Prunia montó sobre su yegua. Link tuvo que ayudarme a subir a lomos de Calabaza, para mi inmensa vergüenza. Lo había intentado yo sola, pero había estado a punto de caer varias veces. Sabía que solo estaba haciendo el ridículo, así que le había pedido ayuda a Link con la mirada.

—No tiene nada de malo, Zelda —me susurró él, tal vez porque fue capaz de adivinar mi frustración.

—No sé qué me pasa —murmuré yo.

—Podemos ir a ver al curandero cuando estemos en casa.

Sacudí la cabeza con un suspiro.

—Esperemos un poco más. Se me pasará.

Link fue a poner alguna objeción, pero entonces Artyb llamó su atención para que lo subiera al caballo, y él me lanzó una última mirada furtiva antes de ocuparse de los niños. Sabía que aquella conversación no había terminado, pero me alegraba ver que él estaba dispuesto a dejarme algo de tiempo para pensar.

Hacía un buen día. Sin embargo, Link se había quejado del dolor en los músculos nada más abrir los ojos, así que me dije que debía ser prudente. Cuando él estaba magullado era porque iba a llover o por un mal augurio. Causaría contratiempos, de cualquier forma.

Acabábamos de cruzar el puente de Kakariko cuando me giré para mirar a Prunia. Se me hacía raro verla a caballo, e incluso ella parecía incómoda. No recordaba haberla visto montar jamás.

—¿Seguirás hasta Hatelia después de cruzar la muralla? —le pregunté.

—Esperaré unos días. Luego haré una visita rápida para comprobar que todo siga en orden.

—Pero el laboratorio ya no es tuyo. Es de Symon.

Prunia se quedó rígida sobre la silla. Le dirigió una mala mirada a Link.

—Tú no lo entenderías, Linky. No le he dado mi laboratorio a Symon. Se lo he prestado por un tiempo. Si lo lleva bien, consideraré dárselo. ¿Te ha quedado claro o tengo que dibujarlo también?

Link soltó un gruñido, molesto.

—No me trates como si fuera idiota —masculló—. No lo soy.

Clavó la vista en el camino justo después. Le dirigí una mirada de reproche a Prunia, aunque ella ya parecía arrepentida. Pocas veces la había visto así.

—Ya sé que no eres idiota, Linky —dijo en tono más amable—. Con el tiempo me he dado cuenta de que eres mucho más listo de lo que pensaba. Te tengo en alta estima, aunque no te lo creas. Pero verte gruñir es divertido.

Link frunció un poco más el ceño, aunque sabía que no estaba enfadado. Él debía de percibir que Prunia estaba siendo sincera.

—Iba a proponerte que te quedaras en casa, en Hatelia —dijo—. Pero ahora ya no estoy tan seguro.

Prunia rio, y la expresión molesta de Link desapareció poco a poco. Sabía que ellos no se detestaban; podían soportarse el uno al otro. Además, Prunia se preocupaba por él. Lo había ayudado mientras viajaba solo, y siempre que la visitaba a solas preguntaba por Link.

—No hará falta. Me voy a quedar en la tienda de Rotver, junto a la muralla. Sé que no tenéis espacio en vuestra casa con tantos monstruos rubios.

—A ti te gustan —repuso Link, encogiéndose de hombros—. No sois tan diferentes.

—Muy gracioso, Linky. ¿Vais a tener más?

—¿Más qué? —preguntamos casi al unísono.

Prunia nos observó, divertida.

—Monstruos rubios.

Miré a los niños, que se habían dormido ya. Compartí una fugaz mirada con Link antes de responder.

—Estamos... intentándolo.

Prunia sonrió, entusiasmada.

—Tal vez me dejéis experimentar con ese cuando nazca. La sangre de la Diosa y del héroe elegido corre por sus venas. No sabéis lo interesante que puede resultar.

—Me lo imagino. Pero no vas a investigar con ninguno de mis hijos.

Prunia suspiró.

—Lo que me suponía —dijo—. Si me necesitáis, no dudéis en enviar una carta. Llegan rápido de Hatelia a Kakariko. Seguro que sacáis un monstruo rubio tan maravilloso como los otros dos.

—Y todo esto para saber si querías quedarte en casa —murmuró él, divertido.

—¿Estás segura de que prefieres quedarte con Rotver? —le pregunté en tono más serio.

—Zelda, créeme. Vuestra casa es mucho más cómoda que una tienda de campaña en medio de ese maldito páramo. Si no estuviera segura, os habría dicho que sí al instante.

Decidí creerla. Y Link debió hacer lo mismo porque tampoco siguió insistiendo.

El viaje se me hizo eterno. El dolor de piernas apareció antes de lo esperado, y los brazos se me entumecieron a causa del frío y por sostener a Artyb durante tanto tiempo. La cabeza me martilleaba, y el brillo del sol solo empeoraba las cosas. Debía de tener mala cara porque Link no dejó de lanzarme miradas preocupadas durante todo el viaje.

Tuve que tragarme la frustración cuando vi como se acercaba más a Calabaza.

—Podemos parar —susurró—. Aún queda al menos una hora para llegar.

Cerré los ojos para intentar protegerme de los rayos del sol, como si aquello fuera a ayudarme en algo. Me reprendí a mí misma por ser tan ingenua.

—Estoy bien, Link —dije, intentando aparentar algo de seguridad—. No tienes nada de lo que preocuparte.

—Estoy seguro de que Prunia no tiene prisa —siguió insistiendo él—. Entenderá que necesites parar porque...

—Solo lo estás empeorando, Link —siseé, alzando la voz más de lo que debería. Habíamos estado hablando en susurros para que Prunia no nos oyera, aunque ahora podía sentir su mirada clavada en nosotros. Me erguí sobre la silla para poder mirarlo a los ojos.

Él vaciló unos instantes, aunque acabó asintiendo y puso algo de distancia entre mi montura y la suya. Me tragué la disculpa que luchaba por salir y me obligué a no mirar su rostro estoico. Sabía que estaba siendo injusta con él. Terriblemente injusta, de hecho. No se merecía que pagara mi malestar con él, que no tenía la culpa de nada. Juraba que había mejorado en eso.

Pensaba disculparme con él. Cuando estuviéramos en casa y me encontrara mejor y no estuviera preocupada por lo que nos encontraríamos al llegar a Hatelia.

Nunca habría pensado que me sentiría aliviada por ver la muralla de Hatelia ante nosotros. Sin embargo, allí estaba ahora.

Se encontraba tal y como la habían dejado hacía cien años, tras el Gran Cataclismo. Nadie había querido hacer grandes cambios porque había otras prioridades para la construcción. Sin embargo, ahora todos parecían interesados en aquel páramo desolado. Ocho años atrás, me habría entusiasmado la idea, pero ahora sentía de todo menos entusiasmo. En aquella llanura podría erigirse un castillo nuevo o incluso la ciudad más grande que Hyrule había visto en siglos, pero yo nunca podría dejar de ver aquel lugar como una fuente de malos recuerdos. Recuerdos a los que preferiría no regresar jamás.

Quería pasar el menor tiempo posible en aquella llanura, y sabía que Link querría lo mismo. Al menos las Diosas habían sido más benevolentes con él y sus recuerdos de aquel horrible día estaban más borrosos que los míos.

El único aspecto positivo era que ya no tendría que pasar más horas a caballo. Era mi consuelo.

Link tuvo que ayudarme a desmontar también. Sentía todo el cuerpo entumecido, así que sería inútil intentar bajar sin ayuda. No se lo reproché en esa ocasión. Incluso se lo agradecí con una diminuta sonrisa.

Fue extraño ver aquella llanura, que no había sido más que un páramo lleno de guardianes cubiertos de hierbajos la última vez que la había visto, repleta de actividad y de vida. Me sentí como si hubiera vuelto a un siglo atrás. No era una sensación agradable.

Parpadeé para permanecer en el presente, tal y como había aprendido a hacer después de todos los años que habían pasado. La mano de Link se cerró alrededor de la mía entonces, y su presencia a mi lado era sólida y firme. Derrochaba vida, como la llanura que teníamos frente a nosotros. Debía recordármelo.

Fue más fácil apartar los recuerdos cuando nos internamos entre las tiendas y los constructores. No quedaban muchos investigadores sheikah, aunque Prunia y Rotver habían estado entrenando a unos pocos para que los sucedieran en el futuro. Se encontraban junto a enormes carros, examinando los guardianes. Supondría un trabajo difícil despejar aquel lugar de todos los artefactos, eso lo sabía. Y averiguar cómo deshacerse de ellos sería un trabajo aún más complicado.

Prunia se adelantó y fue hacia los investigadores. Yo dejé que Link me guiara, aunque sabía que él también vagaba sin rumbo.

—¿Mamá? —dijo Artyb de pronto, tirando de mi mano libre—. ¿Qué es eso?

Señalaba un guardián cercano. Me aparté casi por instinto. Ellos habían cruzado el paso de la muralla de Hatelia antes, aunque tal vez nunca hubieran prestado tanta atención a los guardianes.

—Se llaman guardianes —dije con voz temblorosa—. Son máquinas. Sirven para... para ayudar.

—¿Por qué están tristes? —preguntó Arwyn.

—No están tristes. Solo están inactivos después de muchos años.

Odiaba contarles una verdad a medias, pero era la única forma de que lo entendieran. No estaba de humor para contarles una historia larga.

—¿Qué hacen? —preguntó Artyb.

Cerré los ojos y recé por que ninguno de los dos siguiera insistiendo.

—Disparan —respondió Link por fin, tocando la fría superficie de un guardián cercano. Rozó lo que una vez había sido su ojo—. Con esto.

Vi como se llevaba la mano libre al costado. Sabía que en aquella zona había recibido un disparo de guardián de lleno. Ni siquiera la Cámara Regeneradora había podido hacer maravillas con la fea cicatriz que le había quedado después. Recorría gran parte de su abdomen, y era irregular y amplia. Link se removió, incómodo, y apretó mi mano con más fuerza. Ni siquiera eso hizo que olvidara el terrible olor a carne quemada, el sonido agudo del disparo y la sangre que corría sin cesar.

Artyb iba a decir algo más cuando una voz a nuestra espalda hizo que nos diéramos la vuelta.

—Esperábamos vuestra visita —dijo Karad, el constructor jefe más joven que Karud había elegido—. Esto está yendo mucho más rápido de lo que creíamos.

—¿Cuánto queda para terminar? —quiso saber Link.

—Queda al menos una luna para que todo esté despejado y podamos empezar a construir en el terreno. Pero no esperábamos tanto entusiasmo por parte del pueblo.

—Veo que hay voluntarios —dije, intentando sonreír.

—Si me hubierais dicho que algo así ocurriría hace unos años, os habría llamado locos. No sé qué habéis hecho, pero gracias.

Los hylianos no habían estado muy por la labor de colaborar al principio, especialmente los de Hatelia. Sin embargo, todo había cambiado hacía unos años, cuando habían visto que la reconstrucción tenía futuro y que Hyrule no podía seguir avanzando sin ellos.

—Gracias a vosotros por limpiar esto —murmuré—. Era necesario después de tantos años.

—Debería avergonzarnos que esto haya estado así durante más de un siglo y que nadie lo haya tocado. —Su sonrisa desapareció poco a poco entonces. Me miraba fijamente, y empecé s preocuparme—. No tienes buena cara, Zelda.

Maldije para mis adentros.

—Llevo unos días así —repuse, restándole importancia—. No te preocupes.

—Bien —sonrió él. Luego se acercó un poco más—. No sé si lo sabréis, pero se habla de vosotros en toda la aldea. Creo que algo ha pasado con el alcalde, pero llegué hace unos días, así que no sé qué ha...

—Lo sabemos —dije yo, interrumpiéndolo—. Gracias por decírnoslo de todas formas. Espero que no se digan muchas cosas malas sobre nosotros.

Link mantenía a Artyb y a Arwyn cerca de él, como si temiera que fuera a desaparecer de un momento a otro.

—Tú... no te creas nada de lo que dice el alcalde —dijo Link en voz baja, con una sonrisa llena de seguridad. Le dio unos golpecitos en el hombro a Karad—. Ni siquiera lo he oído todavía, pero sé que se está inventando la mitad.

Karad vaciló un instante y luego asintió, convencido.

—Me lo imaginaba.

Nos despedimos de él y fuimos hacia la tienda de Rotver. Lo habíamos visto unas pocas veces durante los últimos años, aunque él no conocía a los niños. Estaba más viejo; sabía que apenas podía andar. Así que se encontraba sentado sobre una silla, revisando papeles, y su mujer lo ayudaba. Alzó la vista al oírnos llegar.

—Por Hylia —masculló—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Tres años?

—Dos —dije, corrigiéndolo—. No exageres.

Él sonrió.

—Os recibiría mejor, pero apenas puedo moverme. Mis disculpas.

Su esposa nos abrazó a ambos. Oí como le decía a Link que estaba más alto que la última vez que lo había visto, como si todavía fuera un crío. Luego se fijó en los niños y dejó escapar una exclamación ahogada.

—Por Hylia —susurró—. Oh, Rotver, no has visto a sus pequeños, ¿verdad?

Rotver sacudió la cabeza en silencio. Ya no quedaban sheikah alrededor, así que no habría oídos indiscretos. Zheline los llevó a ambos hasta Rotver. Ellos no parecieron muy contentos de separarse de nosotros. Rotver los estudió en silencio.

—Eres igualito a tu padre —dijo, y había algo pesado en su voz. Como si estuviera aguantando las lágrimas. Aquello me sorprendió—. Me alegro de que los dos seáis más felices ahora —nos dijo—. Os lo merecéis.

Link soltó mi mano y rodeó mi cintura con un brazo. Se lo agradecí en silencio. La cabeza había empezado a darme vueltas otra vez.

—¿Eres Torver? —preguntó Arwyn entonces, llenando el silencio.

—¿Cómo me ha llamado? —dijo él con el ceño fruncido.

—Se dice Rotver, Wynnie.

Ella asintió, frustrada. El corazón se me encogió.

—¿Lo eres o no?

Rotver nos miró a ambos, indeciso, aunque luego forzó una sonrisa.

—Supongo que sí.

Dejó a un lado los papeles que había estado revisando y sacó una caja de tornillos y núcleos ancestrales. A ellos les pareció interesar, y se quedaron con Rotver mientras él les mostraba y clasificaba cada artefacto. Zheline parecía entusiasmada por tener niños cerca, así que Link y yo decidimos dejarlos allí por un rato.

Mientras andábamos sin rumbo por la llanura, esquivando a los voluntarios que iban y venían, divisé al alcalde cerca de allí. Él no dio señales de habernos visto a nosotros, pero aun así me tensé junto a Link.

De pronto todo dio vueltas otra vez, y sentí un sudor frío recorriéndome. Link dijo algo, pero no alcancé a escucharlo. Los sonidos de disparos retumbaban en mi cabeza de nuevo y por un instante todo se volvió oscuro, aunque no tardé en volver a ver.

—¿Zelda? —Link sostenía gran parte de mi peso. Pensé en sus músculos doloridos e intenté apartarme de él, pero las piernas me temblaban—. ¿Zelda, me oyes?

Inspiré hondo.

—Estoy bien, Link —dije en voz pequeña.

—No, no lo estás. ¿Te crees que soy idiota?

Cerré los ojos. Sabía que había perdido aquella discusión.

—Lo siento —susurré.

Él me sujetó con firmeza y anduvo con lentitud hasta una roca. Luego me obligó a sentarme y me tendió su pellejo de agua.

—Cuando lleguemos a casa, irás a ver un curandero.

Parecía preocupado. Y sabía que no dejaría de estarlo hasta que viera a un maldito curandero.

—No creo que sea nada grave —murmuré.

—No me importa —repuso él—. Quiero que estés mejor.

Tomé un sorbito de agua. No quería arriesgarme a beber demasiado y montar un espectáculo delante de todo el mundo cuando mi estómago no pudiera soportarlo.

—Está aquí, Link —le dije con un hilo de voz.

Él se detuvo en seco y su rostro se endureció.

—¿Dónde?

—Cerca de la tienda de Rotver. Creo que no nos ha visto a nosotros.

Él apretó los puños. Sabía que estaba enfadado. Yo también lo estaba, aunque no quería arriesgarme a alterarme demasiado y vomitar el desayuno.

—Sé lo que quiere, Zelda —murmuró él—. Confía en mí.

Tuve un mal presentimiento entonces. El estómago se me revolvió cuando me puse en pie, aunque me obligué a ignorarlo y a permanecer firme. No iba a permitir que cometiera ninguna locura. No antes de discutirlo conmigo.

—Link, ¿qué vas a...?

—¡Tú! —dijo una voz detrás de nosotros. El corazón se me detuvo cuando vi al alcalde acercándose, seguido por sus amigos. Eran los mismos que habían estado tras él en el pozo, altos y amenazantes como torreones.

El alcalde parecía enfadado. Y también se tambaleaba, aunque tal vez fueran solo imaginaciones mías.

—Pensaba tener una reunión a solas contigo —dijo el alcalde—, pero esto es mucho mejor.

Hablaba tan alto que muchos de los constructores y voluntarios en la llanura se nos quedaron mirando con curiosidad. Maldije para mis adentros. Aquel hombre no había querido hablar con nosotros. Solo quería montar un espectáculo.

Link se mantuvo en silencio, sin embargo. Parecía tranquilo, aunque lo conocía demasiado bien. Sus hombros subían y bajaban a un ritmo más rápido de lo normal. Intenté confiar en él. Jamás me había dado un motivo para desconfiar de su palabra.

—¿No vas a decir nada? —añadió el alcalde.

—No sé de qué estás hablando —repuso él, con aquel tono sereno que tanto me sacaba de quicio en ocasiones.

—Oh, claro que lo sabes. ¿Vas a contarles lo que ocurrió el día antes de que huyerais con los sheikah o tengo que contarlo yo?

Prunia dio un paso al frente, supuse que para defendernos, pero Zheline la detuvo. Yo se lo agradecí con la mirada.

—Será mejor que lo cuentes tú. Así acabaremos antes.

El alcalde Rendell le dirigió una mirada gélida, aunque pareció mostrarse de acuerdo. Se alejó de Link y le habló a la multitud congregada a nuestro alrededor.

—Hace unas semanas, el portavoz hyliano se atrevió a irrumpir en un lugar de construcción y a desafiar mi autoridad delante de quienes se encontraban allí presentes —dijo—. Incluso llegó a amenazarme.

Se escucharon murmullos, aunque no de asombro ni de horror. Dudaban de la veracidad de lo que estaba contando. Todos menos los propios amigos del alcalde, por supuesto, que casualmente se encontraban en la llanura. Incluso los ancianos que no hacían más que dirigirnos miradas hostiles durante las reuniones en la taberna.

—Y no contento con eso, me golpeó —añadió el alcalde. Hubo más murmullos—. Había testigos, aquí presentes, que podrán decir si...

—Si te he golpeado —dijo Link, interrumpiéndolo—, enséñame dónde, porque yo no lo recuerdo. Tendrás una marca, ¿no? Tal vez un moretón.

El hombre enrojeció.

—Eres un insolente y un necio. No tengo por qué mostrar algo así.

Link lo miró con desagrado.

—Tú sí que eres un necio. Si te hubiera golpeado de verdad, tendrías un buen moretón, te lo aseguro. Te lo merecías, después de lo que me dijiste.

Todo sucedió muy deprisa. Uno de los hombres que flanqueaban al alcalde se adelantó en dos zancadas y le asestó un puñetazo a Link. Sabía que él lo había visto venir, aunque no se apartó y apenas se movió. Ni siquiera retrocedió por el impacto. Fue entonces cuando se oyeron murmullos de asombro.

—Se te acusa de golpear y amenazar a tu superior —dijo el alcalde—. ¿Qué tienes que decir al respecto?

—Es una acusación falsa —escupió él—. Hay testigos que lo saben. Eres un bastardo mentiroso.

Se ganó dos golpes más por eso. Vi que sangraba, y ni siquiera tuve tiempo de gritar. Era como si me hubiera quedado sin voz de pronto. Solo sentí el poder, que se retorcía en mi interior y luchaba por salir. Diosas, si me descuidaba por un solo instante, sería capaz de dejarlo escapar.

—Vas a pasar una buena temporada en la prisión de la aldea después de esto.

—Te aseguro que no —repuso él—. Ni siquiera tú eres tan idiota para juzgarme aquí en medio, sin siquiera haber...

El cuarto puñetazo lo hizo retroceder. Estuvo a punto de chocar conmigo, y yo lo sostuve con todas mis fuerzas. Jadeaba y tenía el rostro ensangrentado. Con solo verlo sentí que todo daba vueltas otra vez. Él tenía la mano de la espada cerrada en un puño.

—Es suficiente —dije en voz alta—. ¿Es que has perdido la cabeza?

El alcalde temblaba, tal vez por la ira o por el miedo. Tal vez por ambos.

—Cierra la boca. No tienes nada que ver con esto.

Fui a dar un paso en su dirección, pero Link lo hizo por mí. Di gracias por que no tuviera una espada en la mano. En su mirada leí una oscuridad profunda que me hizo estremecer. Si hubiera tenido un arma a su alcance, habría sido capaz de matar al alcalde de Hatelia.

—Te dije que no volvieras a acercarte a mi familia después de lo que le hiciste a mi hija. A ninguno de nosotros.

—Eso fue antes de que infringieras las normas.

—No tienes vergüenza —dijo él, escupiendo algo rojo—. Quien está infringiendo las normas eres tú, maldito bastardo.

Los hombres del alcalde le asestaron varios golpes más, cerca de las costillas, hasta hacerlo caer al suelo. Grité entonces y me detuve junto a él. Escuché su respiración trabajosa en mi oído. Sabía que le habían hecho daño en la peor parte, donde Link tenía las cicatrices más feas. Sabía que habían ido hacia sus puntos débiles, y él ni siquiera había intentado defenderse.

—Basta —dije, deteniendo otro golpe que iba dirigido hacia Link. Me sorprendió la firmeza en mi voz—. Esto te va a salir caro. Sabes que estás mintiendo.

—Hay testigos...

—Al infierno con tus testigos. Estás mintiendo. Nadie te cree.

—¡Siempre han estado en mi contra! —dijo el alcalde, dirigiéndose a la multitud. No quise verles las caras—. Desde el principio. El poder y la ambición corrompen.

Link trató de ponerse en pie entonces. Intenté detenerlo, pero él seguía sorprendiéndome con su fuerza. Se las arregló para hablar en voz lo suficientemente alta para que todos lo escucharan.

—Me alegro de que el poder corrompa. Al menos ahora todos te ven como lo que eres.

El caos surgió después de eso, ensordecedor, aunque no lo suficiente para ahogar los latidos de mi propio corazón.