ZELDA

La debilidad desapareció tras unos días de descanso. No me sentía tan enferma, y podía moverme con normalidad de nuevo. Volvía a tener hambre y no vomitaba lo que comía. Me había dado cuenta de que tenía incluso más apetito que de costumbre. Link se había fijado también, y se había reído tanto que se había quedado sin respiración. Yo me había ruborizado, muy a mi pesar; ¿qué tenía de malo que hubiera probado dos cuencos enteros de la enorme lubina de Hyrule que Link había cocinado con hierbas? Debería haberse sentido halagado.

Sin embargo, no había dicho nada de aquello en voz alta. No estaba nada mal oírlo reír.

Link quiso hacer un guiso poco después de que Prunia se marchara. Había cocinado guiso para ella también, tal y como le había prometido, aunque entonces yo no había estado de humor para comer nada.

—Vas a enfermar por comer tanto —le dije entre risitas una mañana.

Él rebuscaba entre los armarios con una sonrisa diminuta en la cara. Me alegraba verlo más animado.

—Tú no probaste mi guiso —replicó, como si fuera lo más lógico del mundo—. Debería ser un crimen, Zelly. Pero ahora lo voy a arreglar.

Sacudí la cabeza, divertida.

—No pienso limpiar tu vómito después.

Él gruñó, pero no dijo nada más. Me cubrí con la capa más gruesa que tenía y me puse las botas. Luego me cubrí las manos con los guantes. Arwyn soltó una risita desde la mesa. Estaba lo suficientemente fuerte para salir de la cama, aunque siempre estaba envuelta en la manta que yo misma le había cosido y no la perdíamos de vista. Su fiebre había bajado por fin, pese a que había perdido algo de peso y aún sufría ataques de toses.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó con un brillo de entusiasmo en los ojos.

Link se detuvo y me miró con el ceño fruncido. Yo acabé de ajustarme los guantes mientras le mostraba una sonrisa tranquilizadora. Me dolía que desconfiara de mí, no iba a mentir. Pero supuse que me lo merecía después de haberle mentido en una situación muy similar a la de ahora.

—Voy a buscar hierbas para tu guiso —le dije. Lo miré a los ojos mientras hablaba para que supiera que era cierto—. Y también voy a husmear un poco, ¿para qué mentir?

Él suspiró.

—Ten cuidado, Zelda. Es raro que no nos hayan vuelto a acusar. —Me dirigió una mirada llena de preocupación—. Y no deberías trabajar tanto.

Abrí la boca para replicar, pero el ceño fruncido de Arwyn me interrumpió.

—¡Mamá! —exclamó. Me miró con ojos suplicantes—. ¿Puedo ir contigo? Por favor... Seré buena.

Mi corazón se rompió. Me obligué a permanecer firme, aunque fue terriblemente difícil. Sobre todo cuando suplicaba. Nunca había podido resistirme a los ojos de Link, y los de Arwyn eran exactamente iguales.

—Lo siento, Wynnie —dije, y su gesto se ensombreció—. Me encantaría que fueras conmigo. Pero me da mucho miedo que enfermes otra vez. ¿Lo entiendes?

Sus hombros se hundieron. Yo me tragué el nudo en la garganta.

—No estoy enferma.

—No, y no sabes lo feliz que estoy por ello. Pero no quiero que caigas enferma otra vez. Suele pasar con la fiebres.

—¡No tengo las febres! —exclamó ella. Tenía los pequeños puños apretados y el rostro enrojecido por el enfado—. Es la luz, mamá.

Parpadeé, confundida, aunque sus ojos me rogaban que la entendiera. Compartí una mirada con Link, que tenía el ceño fruncido. Parecía igual de perdido que yo. Sabía que había estado escuchando toda la conversación, aunque solo ahora se había detenido para prestarnos toda su atención.

—¿La luz... hizo que enfermaras? —dije. Arwyn no sabía explicarse de otra forma; de lo contrario, ya lo habría intentado. Así que intenté dar sentido a sus palabras—. ¿Es eso?

Ella asintió con vehemencia. Yo abrí la boca para decir algo más, pero ningún sonido brotó de allí.

—A ti te pasaba algo parecido, Zelda. Lo recuerdo —dijo Link de pronto, interrumpiendo mis pensamientos—. Fue solo al principio. No tenías fiebre, pero sí delirabas. Puede que sea algo común entre... Entre vosotras.

Eché la vista atrás y pensé en el día en que el poder había vuelto a despertar después del Cataclismo. Había sucedido mientras Link y yo explorábamos Vah Ruta. Recordaba haber visto malicia ahí dentro, y el poder había actuado en respuesta. Luego los recuerdos se volvían borrosos, pero sabía que Link había tenido que llevarme casi a cuestas a la región de los zora. Me había explicado lo ocurrido después.

Me pregunté si algo similar le sucedería a mi hija. Comprendí que, si aquel era el caso, la primera vez que el poder despertó en ella no fue cuando Link y yo cuidábamos de ella en casa. Tuvo que haber sido antes. Varias semanas antes. Ya había estado enferma antes de que Link regresara de Akkala. Antes, incluso, de que me encerraran en las celdas.

—¿Cuándo usaste la luz por primera vez, Wynnie? —le pregunté con voz temblorosa.

El enfado desapareció de sus ojos de golpe. Se aferró a su manta como si la vida le dependiera de ello. Vi que estaba temblando.

—Fue sin querer —murmuró—. Estaba con Artty.

—¿Y cómo...?

—¡No! —exclamó ella. El terror crecía en sus ojos—. Eso no, mamá. Me da miedo.

Comprendí que no quería hablar de ello. Había superado una enfermedad que podría haberla matado hacía solo unos días, así que yo asentí y no hice más preguntas por el momento. Se merecía algo de paz, ahora que había pasado lo peor. En algún momento se decidiría a contármelo. Cuando estuviera preparada. No iba a presionar como mi padre.

Link actuó rápido al ver como su humor se ensombrecía. La cogió en brazos y la hizo girar en el aire hasta que ella empezó a reír.

—¿Te quedarás aquí conmigo mientras mamá va a comprar a la tienda?

Arwyn nos miró a ambos, pensativa. Luego contempló la ventana con algo parecido a la melancolía. No pude contener una sonrisa diminuta, a pesar de todo.

—Pero fuera hay nieve...

—Y aquí tenemos una chimenea. No hace frío. —Arwyn seguía sin parecer convencida, así que él la miró con ojos suplicantes—. No me gusta estar solo, Wynnie. Estaré solo sin ti.

—Artty también está.

—Artty se irá con mamá también si tú te marchas con ella —repuso él—. Vamos, Wynnie. Haremos el mejor guiso del mundo, tú y yo. ¿No suena bien?

Ella asintió, y supe al instante que él se la había ganado. Abrazó a su padre con fuerza, aunque luego dio un respingo, alarmada.

—¿Mamá se queda sola?

Me acerqué a ella y pasé los dedos por su pelo dorado. Había intentado trenzárselo, pero los rizos rebeldes habían ganado la batalla, y ya estaban escapándose. Pendían alrededor de su rostro. Tendría que ganar algo de práctica. Si ella se quedaba quieta, claro.

—No te preocupes por mí, Wynnie. Estaré bien.

Ella se irguió con determinación en la mirada. Su postura me resultó familiar, y cuando vi la sonrisa llena de afecto de Link supe por qué. Me recordaba a mí misma.

—Mamá no puede ir sola. Artty puede ir con mamá.

Su gesto se iluminó, probablemente porque aquello le parecía una idea maravillosa. Mi corazón se hizo un poco más grande. Link se encogió de hombros y fingió resignación.

—Ya has oído a su alteza —me dijo, y yo dejé escapar una carcajada. Luego, bajo la atenta mirada de Arwyn, fui en busca de Artyb.

Él jugaba con una de las cajas que Link almacenaba bajo las escaleras. Estaba vacía, y Artyb tenía un gesto de concentración en el rostro mientras intentaba desmontarla. Protestó cuando le dije que tenía que acompañarme, por supuesto, aunque cedió poco después. Permitió que le pusiera las diminutas botas y que lo abrigara con ropas cálidas y con la capa que yo misma había cosido para él. No borró el gesto hosco hasta que le hice cosquillas, y regresó mientras yo recogía la cesta y me abrigaba de nuevo.

—Gruñón —le dijo Link cuando pasó por su lado, y luego le cubrió la cabeza con la diminuta capucha hasta los ojos. Él la apartó mientras refunfuñaba—. Sé bueno con tu madre —añadió.

Dejó de refunfuñar y asintió. Yo sabía que a Artyb no le gustaba que me enfadara con él. No solía hacerlo, pero eso no significaba que no lo regañara más a menudo que Link.

Le dije a Link que volvería pronto, y él respondió que tuviera cuidado. Lo último que escuché al salir de casa fue a Arwyn que hablaba sin parar. Cogí la mano de Artyb y avanzamos hacia el exterior.

Mis botas se hundieron en la nieve. No era muy profunda —ni siquiera me llegaba por los tobillos—, pero seguía crujiendo bajo mis pies. Había nevado hacía dos días, y se esperaba que nevara por segunda vez pronto. El aire frío me golpeó como una bofetada, colándose entre las ropas cálidas que había traído.

Miré a Artyb, que caminaba como un pato entre la nieve. Le llegaba casi por las rodillas, pero a él parecía gustarle. Me miró con la nariz enrojecida y los ojos brillantes, aunque estaba segura de que no pasaba frío. Parecía un montón de alfombras enrolladas debido a lo mucho que lo había abrigado.

—¿A dónde vamos? —me preguntó con un entusiasmo sorprendente. La nieve parecía ponerlo de buen humor. Solo por eso empezó a gustarme un poco más a mí también.

—Vamos a buscar lo que falta para el guiso de tu padre —respondí—. También estamos a tiempo de recoger cartas.

Estaba esperando una de Kakariko. Había prometido que estaría en contacto con Pay, pero eso dejó de ser posible cuando Hatelia se puso patas arriba. Prunia había tenido que alargar su estancia en la aldea, y sabía que eso solo había perjudicado a Pay. Esperaba que pudiera perdonarme.

—¿Guiso? —dijo él con una mueca. Su mano estaba cálida bajo los guantes. Eran diminutos, pero aun así le iban grandes.

—Lo probaste una vez y te gustó, Artty —le recordé. Él frunció el ceño—. Es el guiso de papá. Él nunca haría nada que no fuera a gustarte.

—Hace verduras.

—Es importante comer verduras.

Su ceño se frunció un poco más, aunque no siguió discutiendo. Permaneció pensativo por un rato, aunque luego daba pisotones en la nieve mientras canturreaba para sí mismo.

Cruzamos el puente resbaladizo con cuidado. Había nevado durante una noche entera. Se esperaba que hubiera más nevadas, aunque la aldea entera había quedado cubierta por un manto blanco ya. El viento frío soplaba desde el Monte Lanayru, y aunque aquella mañana el sol asomaba, había nubes oscuras en el horizonte. Volvería a nevar aquella noche. O tal vez durante la siguiente.

No me hacía ninguna gracia, y sabía que a los granjeros de Hatelia tampoco. Aquello retrasaría la cosecha anual. Si Link y yo seguíamos siendo portavoces hylianos después de que la situación en Hatelia volviera a estar en orden, recibiríamos una lista de quejas que no tendría fin.

El camino principal de Hatelia estaba cubierto de una fina capa de nieve mezclada con barro. Vi a los guardias de la aldea con palas, apartando la nieve y amontonándola junto al camino. Link había hecho lo mismo aquella mañana, muy temprano, aunque el viento había arrastrado la nieve hasta la puerta de nuestra casa de nuevo.

Di la bienvenida a la calidez de la tienda de suministros con los brazos abiertos. Dentro había dos mujeres y un hombre. Una de las mujeres trabajaba tiñendo ropas, y el hombre teñía una granja de cucos. La otra mujer, más joven, tenía pinta de ser una viajera. Todo el mundo se me quedó mirando fijamente nada más cerrar la puerta a mi espalda.

Por un instante me atreví a intentar descifrar si sus expresiones eran hostiles, pero no fui capaz de llegar a ninguna conclusión. Así que me volví hacia Artyb, que estaba de puntillas a unos pocos pasos de mí, olisqueando durianes exóticos de la región de Farone. Cogí su mano, cubierta por los diminutos guantes de lana. Él tenía las mejillas y la punta de la nariz enrojecidas por el frío y los ojos brillantes de curiosidad.

—¿Papá tiene árboles de eso? —me preguntó en un susurro emocionado.

—No —dije. Tiré de su mano para alejarlo de los durianes. Todavía sentía miradas clavadas en mi espalda—. Solo crecen en un sitio que se llama Farone. Aquí no podrían sobrevivir. Hace demasiado frío y hay poca humedad.

—¿Podemos ir ahí?

—Cuando crezcas un poco más.

Él me miró con fastidio, aunque no siguió haciendo preguntas. Me acerqué a los expositores de hierbas y los examiné con atención. Oía murmullos detrás de mí. No tenían nada que ver conmigo, pero todos en la tienda hablaban en voz más baja de lo normal. Mi corazón se hundió. Nos había llevado años ganarnos el respeto de los hylianos, sobre todo de los de Hatelia. No quería que todo lo que habíamos construido con tanto esfuerzo se hiciera pedazos por un malentendido.

Supuse que el alcalde seguía fastidiándolo todo, incluso cuando ya ni siquiera caminaba entre los vivos.

Me llevé hierba de Hyrule y flor sigilosa. La hierba de Hyrule crecía en casi todas partes, aunque no era el caso de la flor sigilosa. No era una especie rara, pero solo crecía en los bosques alejados de los asentamientos. Su situación era similar a la de la princesa de la calma. Ninguna se encontraba ya en riesgo de extinguirse, pero quien se topara con cualquiera de aquellas especies por casualidad podría considerar que tendría buena suerte durante un tiempo.

Además, la flor sigilosa servía para el té. Solo añadía unos pétalos de vez en cuando porque los efectos podían ser potentes en una dosis mayor.

La viajera se marchó mientras yo elegía las setas que mayor pinta tenían. Cuando pasó cerca de mí asintió en forma de saludo, y yo le devolví el gesto. No había visto hostilidad en su mirada. Se había despedido de mí. Todo eso debía de resultar en un buen presentimiento, ¿verdad? No había escupido un insulto en mi dirección. Eso significaba algo.

Al terminar, le tendí dos rupias azules al encargado de la tienda. Tras guardarlo todo en la cesta, fui a darle las gracias, pero la mujer me detuvo.

—¿Zelda? —dijo en un tono que no me transmitió mucha seguridad. Me volví hacia ella y traté de mantener la calma—. He oído que tu hija está enferma. —De pronto había una nota de pena en su voz—. Las fiebres, ¿verdad?

No me sorprendió que se hubiera enterado. Los hombres del alcalde lo sabían porque yo misma se lo había dicho, y el curandero había visitado nuestra casa con regularidad durante las últimas semanas. Era fácil imaginarse que algo iba mal.

—Eran... las fiebres. —Reprimí un escalofrío al pensar en lo que Arwyn había dicho antes de que saliéramos de casa—. Pero por suerte las ha pasado.

Todos se volvieron en mi dirección de golpe. Incluso el encargado se había quedado boquiabierto.

—¿Superó las fiebres? ¿Tu hija? ¿Cuántos años tiene?

—Casi siete —respondí. Empecé a ponerme a la defensiva. Sabía que no era buena idea, pero aquella reacción no me daba buena espina.

—Por Hylia —dijo el hombre que trabajaba en las granjas con una exclamación ahogada—. Mi tío murió de las fiebres. Ni siquiera tenía treinta años todavía, y viajaba en los caminos. Sabía defenderse. Era fuerte.

Artyb se había pegado más a mi pierna. Yo puse una mano sobre su hombro. Aquella gente no tenía tacto. Yo podía soportar a duras penas que hablaran así de mi hija. Artyb era poco más que un bebé. El mundo sin su hermana mayor debía de ser inconcebible para él. Y que unos extraños hablaran de ello con tanta libertad... Bueno, tenía que hacerle daño.

—Ella es fuerte —repuse yo. Intenté no delatar la irritación—. Y supongo que tuvimos algo de suerte. Nos hacía falta, después de todo lo que ha ocurrido.

La mujer que trabajaba en la tienda de tintes para la ropa, Tura, puso una mano sobre mi hombro y me miró con gesto amable.

—Lo que te hicieron fue injusto —dijo—. Yo misma se lo dije a Karison, pero él no quiso escuchar. Sé que no mataste al alcalde Rendell. No le haríais daño a una mosca, niña. Y tu esposo tampoco.

Los otros se mostraron de acuerdo. Sonreí con una nota de amargura, solo para mis adentros. Link y yo sí que podíamos hacerle daño a una mosca. Pero los hylianos de Hatelia no tenían por qué saberlo.

—Gracias —les dije, aliviada—. Es bueno saber que no todo el mundo está en nuestra contra.

El encargado, Brez, hizo un gesto de desdén.

—Fue solo la sorpresa. No creo que muchos sospechen de vosotros. Saben lo que habéis hecho por la aldea. Además, la gente no quiere venganza. Solo quieren un líder nuevo. Uno más fuerte.

Decidí zanjar la conversación allí. Sabía lo que iban a proponerme. Y sabía que mi respuesta se propagaría por la aldea más deprisa que una plaga.

—Los periodos de cambio siempre son difíciles —dije con una sonrisa triste. Luego recogí la cesta y agarré la mano de Artyb. Los miré por encima del hombro—. Gracias por confiar en nosotros, a pesar de todo.

Luego nos marchamos e allí. Yo tomé una bocanada de aire gélido. No podía evitar sentir cierto alivio por haber escapado de las miradas de una vez por todas. Artyb jugueteaba con los dedos demasiado largos de sus guantes.

—No te preocupes por lo que han dicho ahí —le dije. Lo cubrí con la capucha y después le aparté los mechones húmedos de la frente—. Wynnie está bien. Eso es todo lo que importa.

Él me miró con el ceño fruncido, pensativo.

—Wynnie estaba enferma.

—Estaba muy, muy enferma —asentí yo. No serviría de nada intentar suavizarlo. Él había visto la gravedad de la situación con sus propios ojos—. Pero tú la ayudaste, igual que papá y yo. Y ahora Wynnie está bien. Hasta puede jugar contigo otra vez.

Una sonrisa se abrió paso en su rostro poco a poco.

—¿Ayudo a Wynnie?

—Claro que sí. Eres su hermano. Los hermanos cuidan los unos de los otros, en el fondo. Y vosotros no sois la excepción.

Él no dijo nada más. No sabía si conocería el significado de excepción, pero tampoco hizo preguntas al respecto. Parecía satisfecho, sin embargo, y me conformé con eso.

Mientras caminábamos por la aldea, me fijé en el estado en que se encontraba. Los comercios parecían seguir funcionando; había vendedores ambulantes y todo estaba abierto. Incluso había más viajeros que de costumbre, y había oído que la posada estaba llena. Supuse que todos aquellos viajeros eran solo curiosos que querían comprobar por sí mismos lo ocurrido en Hatelia. No los culpaba por ello.

Divisé un grupo de zora junto al estanque, cerca de la tienda de tintes. Se atrevían a salir de Lanayru más y más con el paso del tiempo. Vi a dos goron con enormes mochilas a sus espaldas, dirigiéndose al a posada, e incluso a varias gerudo siguiéndolos. Ellas no fueron a la posada, sin embargo. Se dirigieron a la taberna cercana, y yo sonreí a medias. ¿Cuándo se había oído que dos gerudo fueran a beber a una taberna Heliana, en la otra punta de Hyrule? Era algo inaudito.

Frente a la posada había una multitud de hylianos reunida. Sabía que el orni encargado de la correspondencia estaba allí ya, y apreté un poco el paso. Artyb se esforzó por seguir mi ritmo. Sus pies se hundían en la nieve, que se volvía más densa en aquella zona.

Percibimos varias miradas indiscretas, aunque hice caso omiso y me mantuve firme, esperando mi turno. La mayoría de la gente me saludó con amabilidad, sin embargo, y yo les devolví el gesto a cada uno de ellos.

Artyb observaba a los goron moverse por la nieve con el ceño fruncido. No era la primera vez que veía un goron, pero sí la primera vez que veía a uno rodeado de nieve. Sabía que tal vez una ocasión así no volvería a darse jamás.

Recogí las cartas para mí y las que eran para Link. Habíamos recibido un buen montón, y reconocí una de la región de los zora, e incluso del desierto. Los orni habían escrito otra carta. Karud le había enviado una a Link, y, por supuesto, había varias de Pay, Prunia y Rotver. Estaba hojeándolas para meterlas en la cesta cuando un orni se detuvo a mi lado.

Alcé la vista y sonreí al ver a Nyel.

—Ah, Zelda. Me preguntaba cuándo volveríamos a encontrarnos.

Guardé todas las cartas y me volví para mirarlo.

—¿Todavía sigues aquí? —le pregunté con curiosidad.

La expresión de Nyel se ensombreció. Fue extraño verlo en un rostro que siempre parecía tan alegre. Tenía los ojos fijos en la multitud frente a nosotros.

—Me temo que no pude irme. Pensaba hacerlo, pero entonces cerraron las puertas durante varias semanas. Y... Bueno, si me disculpas, todos saben que soy amigo vuestro. Irme demasiado deprisa habría sido sospechoso.

Suspiré, pensando en su esposa y en el resto de sus hijas, que llevaban lunas esperando el regreso de Nyel y de sus hermanas mayores.

—Siento que la situación te haya causado tantos problemas.

—Oh, no te disculpes. Estás exenta de culpa.

—Espero que al menos fuéramos hospitalarios aquí.

—Por supuesto. —Me miró por fin. Sonreía, pero el gesto no alcanzaba sus ojos—. Los hylianos tenéis la costumbre de aceptar a cualquiera. No disfruto cantando en tabernas, pero al menos ya no me faltan rupias para el viaje de vuelta.

—¿Partirás pronto?

—Lo antes posible —asintió él. Yo lo comprendía. Llevaba demasiado tiempo lejos de su hogar. Link debía de sentirse de forma parecida cuando se veía obligado a partir de viaje—. Pero basta de hablar de mí. Creo que tienes una historia interesante que contar, según he oído.

Reí a pesar de todo.

—Yo no diría que es interesante. No creo que sirva para tus canciones.

—Oh, pero es digna de ser contada de todas formas.

Decidí contarle lo sucedido. Nyel mantuvo el gesto serio mientras yo hablaba. Artyb había intentado combatir el aburrimiento acercándose a un árbol, pero yo le advertí con la mirada que no se atreviera a escalar. Y mucho menos ahora, cuando las ramas se encontraban resbaladizas por la nieve y la escarcha. Él regresó, resignado, y se entretuvo trazando formas en la nieve con un palo.

—Espero que tu hija esté bien —dijo Nyel en tono grave—. No sé qué haría si una de mis pequeñas contrajera una enfermedad parecida.

Sonreí con tristeza y me ajusté la cesta bajo el brazo. Empezaba a tener hambre otra vez. Y también tenía crecientes ganas de aliviarme, pero me esforcé por ocultarlo.

—Está mejorando ahora. Es fuerte. —Lo miré fijamente, esperando que lo entendiera—: La sangre en mi familia no desaparece tan fácilmente. Link y yo sospechábamos que a nuestra hija podría... ocurrirle lo mismo que me ocurre a mí. Al menos ahora hemos salido de dudas.

Nyel parpadeó y luego abrió mucho los ojos. Supe entonces que lo había entendido.

Con el paso de los días, había descubierto que el poder sagrado no había cambiado a mi hija. Era como si siempre lo hubiera tenido a buen recaudo dentro de ella. Como si ahora solo hubiera brotado al exterior, pero nada más. Arwyn seguía teniendo la misma sonrisa radiante y los mismos ojos de su padre, siempre llenos de curiosidad. Incluso seguían gustándole los grillos.

Sabría que tendría que enseñarla a controlarlo pronto. Por el momento no había tenido problemas, pero eso se debía a que la manteníamos resguardada en casa. Solo había visto a su familia y al curandero. No había puesto un pie fuera. No por miedo al descontrol del poder, sino porque yo no quería que enfermara.

Tarde o temprano, no obstante, habría recuperado las fuerzas suficientes para salir de casa. Y tenía que estar preparada para entonces.

—Diosas Doradas —murmuró Nyel—. El linaje real...

Chisté con disimulo, y él cerró el pico bruscamente. Puse la mano libre sobre su ala.

—Te suplico que no le hables de esto a nadie. Ni siquiera en tus canciones. Sé que Link confía en ti, y yo también he aprendido a hacerlo. Eres uno de los pocos que sabe la verdad.

Me miró con una expresión extraña. Supuse que sería por la sorpresa de lo ocurrido con Arwyn. Me pregunté entonces si Link se enfadaría porque se lo hubiera contado a Nyel sin haberlo hablado con él antes. Arwyn también era su hija, al fin y al cabo. Tal vez se alarmaría, pero no creía que fuera a enfadarse. Link habría hecho lo mismo, de estar en mi lugar. Tenía la ligera sospecha de ello.

—Por supuesto que no diré nada. Un secreto así en manos de la gente equivocada podría tener graves consecuencias. Y aprecio a vuestra familia.

—Bien. —Sonreí de nuevo—. Gracias, Nyel. Te deseo un buen viaje de vuelta a casa. Te invitaré a un guiso la próxima vez que estés de visita.

El orni sonrió ampliamente por primera vez desde que nos habíamos encontrado. Y aun así no fue un gesto tan alegre como de costumbre. Me pregunté si algo iría mal en su hogar. Tal vez con su familia. Sin embargo, me abstuve de preguntárselo en voz alta.

—Si es uno de los guisos de Link, iré encantado —dijo—. Nos vemos pronto. Acudiré a la próxima reunión del concilio con mi familia, en el campamento orni.

Eso era bueno. Viajar acompañado por tus seres queridos no era mala idea.

—Entonces nos veremos allí. —Me acerqué un poco más para evitar los oídos indiscretos—. Y podrás contarme si viste algo raro durante la semana en que murió el alcalde o las posteriores. Necesito que alguien en quien confíe me hable de lo que ha visto.

De nuevo, fui incapaz de descifrar su expresión. Le llevó un rato responder.

—Dudo que mi relato sea de valor para...

—Eso nunca se sabe.

Nyel vaciló unos instantes más. Asintió, por suerte.

—En ese caso, os contaré todo lo que sepa.

Le di las gracias, y él recogió sus cartas y se marchó con cierta prisa. Lo observé alejarse por unos instantes, pensativa, aunque luego me dije que no podía ser nada malo. Yo corría de la misma forma cuando no encontraba a mis hijos por ninguna parte.

Cogí la mano de Artyb y emprendimos el camino de regreso a casa. Estábamos abriéndonos paso entre la nieve cuando una figura apareció cruzando el puente. Reconocí a Karison, uno de los amigos del alcalde.

Nos dirigió una mirada hostil, y Artyb se aferró a mi mano con más fuerza. Cuando el hombre se detuvo frente a nosotros, él tenía los ojos húmedos y estaba escondido detrás de mí. Tenía miedo.

—Zelda de Hatelia —dijo a modo de saludo.

Me planté frente a él, bloqueándole el paso. Aquel hombre tenía pinta de ser más fuerte que yo, pero pensaba confrontarlo de todas formas.

—¿Qué haces en mi casa? ¿Para qué has venido?

—Pregúntale a tu esposo —dijo con una carcajada seca—. Él ya sabe todos los detalles.

Entorné los ojos. Artyb temblaba detrás de mí, aunque Karison parecía estar ignorándolo.

—¿Los detalles de qué? —pregunté por fin. Odiaba ver a mi hijo muerto de miedo, pero me dije que debía seguir insistiendo por el bien de todos. Link se preocupaba más que de costumbre cuando estaba embarazada. Rozaba límites antes creídos insuperables.

Por ello, temía que endulzara la verdad para que no me preocupara mientras estaba encinta. No sería la primera vez que intentaba tranquilizarme cuando todo estaba patas arriba.

—Quiero oírlo de ti primero. —Me crucé de brazos—. Cuéntame lo mismo que le has contado a él.

—¿Por qué? ¿Tu esposo no puede contártelo por sí mismo? ¿Le han cortado la lengua?

El poder se agitó, aunque lo enterré con facilidad. Mis botas se hundieron en la nieve cuando di dos pasos hacia aquel hombre. Le sostuve la mirada y traté de mantener la calma. No iba a darle la satisfacción de ver lo mucho que lo odiaba. A él y a quienes eran como él.

—Escúchame bien —empecé. Mi tono de voz sonó terriblemente similar al que utilizaba mi padre cerca del final, cuando me regañaba por perder el tiempo en las investigaciones sheikah. Esperaba que estuviera viéndonos ahora, allá donde se encontrara—. No estoy de humor para tonterías. Mi hijo tiene frío y estoy malgastando el tiempo hablando contigo. Así que o me cuentas lo que le has dicho a Link o no dejaré que vuelvas a poner un pie en mi casa.

Él entornó los ojos y su rostro adoptó un gesto serio.

—¿Estás amenazándome?

—Estoy obligándote a elegir. Tengo poca paciencia, así que decídete pronto. ¿O necesitas que lo repita?

—De verdad estás loca —murmuró Karison. Yo no dije nada, así que él se cruzó de brazos con un bufido—. Los jueces han convocado otra reunión mañana mismo. Se os obliga a presentaros ahí.

Por un instante no supe qué decir. ¿Por qué demonios tenían tanto interés en nosotros? El verdadero asesino continuaba suelto por Hatelia, tal vez por Hyrule entero, y estaban perdiendo el tiempo con nosotros. Jamás habrían hecho algo parecido hacía cien años.

—¿A nosotros? Nosotros no hemos hecho nada malo. Hay pruebas...

—Hay menos pruebas de lo que piensas, Zelda de Hatelia. Te sorprendería. Además, si decidís no presentaros, pareceréis aún más culpables. —Se encogió de hombros—. Yo obedecería sin quejarme mucho, de estar en vuestro lugar. La Diosa decidirá si sois culpables o no.

Contuve un bufido de desdén. Oh, la Diosa. Nunca había sonreído sobre mí y sobre Link, pese a todo lo que acostumbraban a decir las Sacerdotisas de la Luz desde el reconstruido Templo del Tiempo. Si fuera por las deidades, todos estaríamos muertos ya.

Así que le dirigí al hombre una larga mirada llena de odio y me despedí de él con frialdad. Luego tiré de Artyb para ponernos en movimiento hacia la casa. No dejé de mirar a Karison de reojo mientras se alejaba por el puente y se perdía en la aldea. No lo quería cerca de mis hijos. O de mi casa.

—No te asustes —le dije a Artyb—. Nadie va a hacerte daño.

Él asintió en silencio. Ya no temblaba, aunque seguía teniendo un gesto solemne. Casi taciturno. Aquella expresión jamás debería haber estado en el rostro de un niño de cuatro años.

Vacilé un instante, deseando reconfortarlo de verdad, pero al final suspiré y llamé a la puerta. Link abrió unos momentos después. Tenía una expresión tan parecida a la de Artyb que, en cualquier otro momento, me habría reído.

Entramos a toda prisa para que el calor no se escapara de la casa. La chimenea seguía encendida, y suspiré con felicidad cuando el aire cálido me envolvió. Poco a poco, volví a sentir los dedos y las extremidades entumecidas. Y también el hambre. Porque, Diosas, estaba hambrienta. Lo había olvidado mientras hablaba con Karison.

Olía de maravilla, y aquello solo hizo que mi estómago rugiera con más insistencia. Arwyn removía el guiso con una cuchara de madera desde la chimenea.

—¡Mira, mamá! —exclamó mientras yo dejaba la pesada cesta sobre la mesa. Me froté el brazo con una mueca—. Papá dice que puedo romover.

—Se dice remover —le recordé con una sonrisa diminuta—. Aléjate un poco más de la cacerola. No quiero que te quemes.

Ella asintió y obedeció. Artyb había corrido a deshacerse del abrigo. Podía ver sus guantes en el suelo. No le di importancia por el momento, sin embargo. Cogí mi capa húmeda y la colgué cerca de la chimenea. Link había dejado el montón de cartas a un lado con una mueca y olisqueaba las hierbas recién compradas. Me acerqué a él con un suspiro y contemplé las cartas.

—Parece que tenemos trabajo por hacer, ser Link —le dije en voz baja tras darle un beso casto.

Él tomó mis manos, y la calidez de su piel fue agradable.

—Estás congelada —dijo él—. ¿No llevabas guantes?

—Los olvidé —respondí—. Se los puse a Artty, pero dejé los míos en casa.

Él sacudió la cabeza y pasó los dedos por mis nudillos.

—Tienes que entrar en calor. —Yo asentí, aunque ninguno de los dos se movió. Arwyn canturreaba mientras removía el guiso, y Artyb corrió a unirse a ella—. Zelda —añadió Link de pronto—, uno de los amigos del alcalde...

—Lo sé. Me crucé con él mientras salía de casa.

Él abrió mucho los ojos. Sus manos se cerraron con más fuerza alrededor de las mías.

—¿Te dijo algo?

—Se lo dije yo —respondí—. Le pregunté qué te había dicho.

Link frunció el ceño. Hacía aquel gesto en demasiada ocasiones últimamente. Contuve las ganas de besarlo hasta que desapareciera. No sería buena idea, con los niños delante.

—¿Por qué no dejaste que te lo contara yo? —preguntó.

Él hizo una mueca cuando puse una de mis manos frías sobre su mejilla. Se había afeitado aquella barba descuidada por fin. Ahora se parecía más al Link que yo conocía. No podía evitar pensar que prefería no sentir la aspereza de su barba. Sobre todo cuando lo besaba.

—Te preocupas demasiado por mí. Sobre todo ahora. Habrías intentado que no pareciera tan grave. Habrías dicho que nos habían convocado en la reunión pero que sería la última. O algo así.

Su ceño se frunció un poco más. Abrió la boca para protestar, pero al final sus hombros se hundieron.

—Maldita sea. Tienes razón.

Le besé los labios de nuevo.

—Te quiero igual —le dije—. Iremos a esa reunión mañana. No hemos hecho nada malo, así que no tenemos por qué escondernos. Todo irá bien.

Él cerró los ojos y asintió.

—Está bien. ¿Estás...?

—¡Papá! ¡Artty lo hace mal!

Él dio un respingo y se giró hacia la chimenea. Artyb removía el guiso con más fuerza de la que debería, y varias gotas se habían derramado en el suelo. Link corrió a salvar la situación.

El guiso estaba de maravilla, de todas formas. No era ninguna sorpresa, por supuesto; Link jamás habría cocinado algo que pudiera disgustar. Aun así, mantuvo una sonrisa estúpida estampada en la cara durante toda la cena. No podía culparlo. Incluso me descubrí a mí misma devolviéndole el gesto en más de una ocasión.

Aquella noche, él y yo nos pusimos manos a la obra. Sabía que el resto del concilio estaría finalizando los preparativos para la próxima reunión. Nosotros nos habíamos retrasado demasiado. Y nadie había hecho ademán alguno de detenernos. Por ello, ambos dimos por hecho que aún conservábamos nuestra posición.

Había tres cuadernos de notas abiertos sobre la mesa en la que Link y yo trabajábamos, en la parte de arriba de la casa. Varios pergaminos, notas sueltas y papeles de carta se hallaban desperdigados por nuestra cama. Link estaba leyendo la carta de Karud. Me había contado su viaje a Akkala con todo detalle, por petición mía. De no ser por mi insistencia, lo habría resumido en unas pocas palabras.

—¿Qué dice? —le pregunté, señalando la carta.

Él suspiró.

—Dice que un escuadrón de soldados zora marchan hacia la aldea, escoltando a un mensajero.

—¿Y qué problema hay? ¿No querían ayuda de los zora?

—Dice que las cosas se han puesto tensas. Que algunos piensan que los zora van a sitiarlos solo porque Arkadia no está muy lejos de Lanayru.

Se me escapó una risita, a pesar de todo.

—¿Sitiarlos? ¿Por qué demonios iban a sitiarlos?

—Está haciendo el idiota —masculló él—. Claro que no van a sitiarlos. Los zora solo buscan impresionar. Como siempre.

—¿Sidon ha encontrado una esposa ya?

—No, hasta donde yo sé. Pero creo que está buscando esposa. O al menos intentan obligarlo.

—Los zora se matarían entre ellos por encontrar un nuevo rey si Sidon no tiene descendencia. Supongo que ellos mismos lo saben.

Link hizo una mueca. Él conocía a los zora mejor que yo, y no intentó discutir. Dejó la carta de Karud sobre la mesa y luego me miró.

—¿Qué dice Pay?

—Quiere saber si estamos bien. Dice que las cosas no van mal en Kakariko, aunque podrían ir mejor. Intenta acostumbrarse.

Él cogió papel de carta y empezó a escribirle una respuesta rápida a Karud. Iba a pedirle —de nuevo, según me había dicho— que asistiera a la reunión del concilio para que él mismo pudiera exponer los problemas de la construcción en Akkala y para insistir más en que los zora aceptaran ayudarlos.

Yo le escribí a Pay que no se preocupara. Que siguiera adelante con firmeza, sin mostrar vacilación.

—¿Tienes esa lista de los problemas en la aldea Adenya?

Link suspiró pesadamente, se reclinó en la silla y rebuscó en su bolsa hasta dar un con un trozo de papel arrugado.

—¿Quieres que la lea otra vez? —me preguntó, aunque sus ojos me suplicaban que me negara.

—Tengo que volver a oírlas. —Le di un beso de disculpa—. Lo siento, Link.

Él suspiró de nuevo. Luego carraspeó y empezó a leer.

—Necesitan herramientas nuevas. Están dispuestos a comprar solo las que vengan de las forjas goron. El embalse del antiguo pantano necesita mantenimiento. A veces la aldea se encharca demasiado cuando llueve, y eso no es bueno para las ovejas. Además, en la aldea Mabe han robado ovejas de Adenya.

—¿Qué?

Él soltó una risotada.

—Les robaron dos ovejas, para ser exactos.

Parpadeé, incrédula, y no pude evitar reír también.

—La aldea Mabe es muy pequeña todavía. Tienen granjas amplias. ¿Para qué querrían robar ovejas?

Link se encogió de hombros, divertido.

—Yo solo digo lo que me han contado, Zelly. —Rio de nuevo—. Diosas, tuvieron que llevarse a las ovejas por toda la llanura de Hyrule sin ser vistos. Ojalá hubiera estado ahí para verlo.

Le dirigí una mirada severa, aunque en el fondo intentaba tragarme la risa.

—Las ovejas con como hijos para muchos, Link.

—Diosas Doradas, sus hijos tienen mucho pelo.

Se me escapó una risita, pese a todo. A Link debió de divertirlo aún más porque estalló en carcajadas de nuevo. Apreté los labios para no reírme y le asesté un golpecito en el hombro.

—Concéntrate, maldita sea. —Él hizo caso omiso—. ¡Link! Te juro que no te dejaré dormir hasta que acabemos. Ni siquiera podrás levantarte de esa silla.

Él alzó las manos en señal de rendición, aunque no borraba la sonrisa de idiota del rostro. Lo maldije para mis adentros.

—Lo siento, Zelly. Sé que todo esto es muy poco diplomático.

—Ni te lo imaginas. —Sonreí de todas formas. Últimamente no podía enfadarme con él por mucho tiempo. Ni aunque estuviera fingiendo—. Eres peor que tus hijos.

—Lo sé. Sobre todo porque yo tengo veintiséis años, y no seis.

Sacudí la cabeza y señalé la lista. Él carraspeó de nuevo y siguió leyendo.

—Necesitan hacer arreglos en Adenya. Sobre todo en los tejados. Se estropean fácilmente con la lluvia. Los mejores materiales vienen de Tabanta, pero no les hacen caso. También les hace falta arroz de Tabanta.

—En el norte ha habido lluvias. Seguro que las cartas no han llegado por eso.

—Necesitan piedra para los caminos. —Se detuvo un momento, pensativo—. Y también más visitantes para que la aldea gane popularidad.

—¿No pueden hacer todo eso solos? ¿No hay ningún alcalde en Adenya?

—Creo que no —respondió él—. Pero nosotros no tenemos que ocuparnos de eso, ¿verdad? Son asuntos de la aldea, no de todos los hylianos.

—Deberíamos insistir, de todas formas.

Link contempló lo que se hallaba desperdigado por nuestra mesa. Su gesto se tornó pensativo otra vez. No presioné para que me lo contara. Sabía que era mejor dejarlo reflexionar por un rato. Vi como flexionaba los dedos.

—El alcalde de Hatelia está muerto —dijo. Luego me miró a los ojos—. ¿Por quién hablamos ahora?

—Por los hylianos —respondí—. Somos su voz, Link.

—¿Cómo podemos asegurarles que toda la ayuda se cumplirá? No hay nadie que vaya a dar la orden.

Me incliné sobre la mesa para mirarlo. Mi espalda protestó. Llevaba demasiadas horas sentada. Ya ni siquiera sentía las piernas.

—Será un esfuerzo de grupo, como siempre ha sido —respondí—. Confía en mí, Link. Siempre hemos solucionado los problemas sin el alcalde Rendell. Los demás entenderán nuestra situación.

Él se limitó a asentir. Luego cogió la carta de Riju y la examinó con cierta curiosidad.

—Diosas, creo que es la tercera vez que una carta del desierto llega a mi casa.

—No exageres. Hemos recibido más cartas suyas —repuse yo.

Yo había leído el contenido ya. Era más formal de lo que habría esperado de Riju. Bien era cierto que ya no era ninguna niña, pero apenas había cambiado en los últimos años. Además, las gerudo tenían escribas que modificaban el contenido de las cartas para que todo fuera más correcto. Más diplomático.

Contemplé el montón de cartas, de todas las regiones de Hyrule. Ninguna contenía quejas ni peticiones hacia los hylianos. No, todas aquellas cartas habían llegado para saber de nosotros. Se interesaban por nuestro estado. En especial por el mío. Siempre había pensado que Link había dado los primeros pasos hacia la unificación de Hyrule, pero jamás había considerado el impacto que yo misma había tenido. Sonaba estúpido, pero no por ello era menos cierto.

Sentí calidez en el pecho. Era bueno saber que había quienes se preocupaban por nosotros de forma genuina.

Link y yo proseguimos durante una hora. Encontramos solución al problema de los arreglos en la aldea Adenya, y también acordamos que pujaríamos por que en Adenya hubiera un líder o al menos un portavoz.

—Los apoyaremos en lo de las forjas goron —dije— . No deberían resistirse mucho, ¿verdad?

—No estés tan segura —masculló él mientras se frotaba la frente con una mano—. Los goron protegen sus malditas forjas.

Yo suspiré. Me levanté de la silla para mirar por la ventana. Todo estaba oscuro en el exterior. ¿Qué hora sería ya?

—Medianoche —dijo detrás de mí, como si pudiera leerme el pensamiento. Cuando me giré, vi preocupación en sus ojos. Y también agotamiento. Sentí sus manos sobre mis hombros. Eran cálidas, como siempre—. Sé que odias que te diga esto —añadió muy cerca de mi oído—, pero no deberías trabajar hasta tan tarde. No es bueno, Zelda. Sobre todo ahora.

—Estoy embarazada, no enferma —repuse. Sus dedos presionaron sobre mis hombros para aliviar la tensión, y sentí como mi determinación se tambaleaba—. Hay una diferencia.

Él soltó un gruñido molesto, aunque siguió haciendo maravillas sobre mis hombros.

—Lo sé —dijo—. Podemos seguir mañana. Después de... de...

Vi como flexionaba los dedos, y cogí su mano antes de que su nerviosismo creciera.

—No te preocupes por eso —le dije—. Todo irá bien. No hemos hecho nada malo.

—Ya lo sé. Pero yo... —Suspiró—. Sigue sin gustarme.

Cualquiera habría pensado que, después de ocho años, Link se habría acostumbrado a dar discursos en público. Y lo había hecho, hasta cierto punto. Podía ofrecer argumentos convincentes cuando nos reuníamos con el concilio. Podía dar ideas si reunía la suficiente confianza en sí mismo. Pero su entorno prefiero era el exterior, lejos de las reuniones formales y concertadas. Le gustaba moverse por las aldeas, hacer preguntas y escuchar. Le gustaba compartir la alegría o las penas del resto. Por eso los concilios lo ponían tan nervioso, igual que aquellos extraños juicios.

—Puedo hacerte más té para calmar los nervios —le dije con una sonrisa diminuta—. Con dos pétalos de flor sigilosa en vez de uno.

—Ni se te ocurra —dijo él. Me alegró ver como una sonrisa se abría paso en su rostro—. Creo que una es suficiente para matarme.

—¿Crees que iría a la prisión por eso? ¿Por envenenar a mi esposo por accidente?

—¿Accidente? —bufó él—. Diosas, Zelda, si me mataras no lo harías por accidente. Me envenenarías queriendo.

—No voy a perder el tiempo convenciéndote de que estás equivocado. —Rodeé sus hombros, y él sonrió, divertido—. Ni siquiera harían un juicio. Me encerrarían sin pensárselo dos veces. No saldría de allí jamás.

—Te crees muy graciosa, ¿a que sí?

—Yo diría elocuente, más bien.

Sacudió la cabeza y juntó su frente con la mía.

—Esperemos que no me envenenes nunca —dijo. Luego hubo una corta pausa—. Hazme caso, Zelda. Ven a dormir. Mañana tu mente elocuente funcionará mejor.

Entorné los ojos.

—Mi mente elocuente siempre funciona de maravilla. Mucho mejor que la tuya, de hecho.

—No me tomaré eso como un insulto.

Él me ofreció una manta cálida. La había comprado en Adenya, donde la lana de oveja era de la mayor calidad posible. Contemplé mis posibilidades por unos instantes, aunque al final me volví hacia nuestra mesa, repleta de notas y cartas.

—Iré en un momento —murmuré—. Antes tengo que...

Él me rodeó con la manta de pronto y me atrajo hacia sí, inmovilizándome. Empecé a debatirme entre risitas. No quería reír muy alto para no despertar a los niños, pero de pronto me resultaba muy difícil.

—¡Suéltame, Link! —le exigí en un siseo.

—Jamás.

—Diosas, ¿tus brazos son de hierro? —dije, frustrada. Su agarre no cedía un ápice.

—Algo parecido.

Empezó a guardar todo lo que se encontraba sobre la mesa, aun sin soltarme. Yo protesté al principio, aunque acabé guardando silencio. Acepté la derrota con sorprendente entusiasmo. Estar entre sus brazos sonaba infinitamente mejor que trabajar hasta casi el amanecer, por mucho que una voz estúpida lo negara en mi cabeza.

—Cada día me arrepiento más de haberme casado contigo —suspiré mientras me dejaba caer contra él.

Link me mostró una sonrisa radiante.

—Yo cada día me arrepiento más de no habértelo pedido antes.

Lo miré a los ojos, sintiendo calor en las mejillas, y me dije que todo iría bien. Él y yo saldríamos impunes del juicio, y luego Hatelia recuperaría la normalidad poco a poco. Celebraríamos una última reunión entre los habitantes de la aldea en la taberna antes del concilio, y después ayudaríamos a los hylianos allí.

Sí, sonaba bien. Muchas cosas podían salir mal, por supuesto, pero me obligué a no pensar en ello. No me ayudaría, aquella noche.

Sentí la mano de Link sobre mi vientre. Era plano todavía, así que no había mucho que ver. Cuando empezara a abultarse, no podríamos seguir ocultándolo. Contemplé su gesto lleno de afecto y pensé en Arwyn. Tenía que contárselo a Link. No quería hacerlo y arruinar su humor, pero aquella lógica jamás me había hecho obtener buenos resultados.

—Le he contado a Nyel lo del poder —solté de golpe—. Se lo dije esta mañana.

Él abrió mucho los ojos. No parecía enfadado, sin embargo.

—Bueno, él sabe la verdad y conoce las leyendas. Era cuestión de tiempo que preguntara. —Suspiró y se pasó una mano por el pelo desordenado—. ¿Qué dijo?

—Deberías haber visto su cara. Juró guardar el secreto. ¿Confías en él?

—Lo sabe todo, Zelda, y nunca se lo ha contado a nadie.

Asentí, sintiendo alivio. Era mucho mejor decirle la verdad desde el principio. Nos evitaba problemas.

—No quiero contárselo a nadie más —admití—. Solo a Prunia, cuando todo se calme.

—En este asunto mandas tú, Zelly.

Lo miré con una sonrisa radiante y puse una mano sobre su pecho.

—Tu guiso estaba de maravilla, ¿lo sabías?

—Te comiste la mitad, así que me lo imaginaba.

Le dirigí una mala mirada, aunque decidí ignorar el comentario.

—Me preguntaba si mañana o... cuando tengas tiempo, pero pronto a ser posible, podrías hacer tarta de fruta. —Él alzó una ceja, divertido, y yo me ruboricé—. Siempre me ha gustado, y tú la haces... Diosas, es como si estuviera en los cielos, Link. Y, además, el bebé lo necesita.

Él sonrió. Luego apagó las velas y todo quedó a oscuras antes de que pudiera darme una respuesta definitiva.