9:30 del Dragón. Nuboso, cuarto mes.
Ferelden. Espesura de Korcari.
Elsa
El cielo anaranjado con destellos violetas anunció la cercanía acosadora del anochecer. Los escasos rayos del sol eran engullidos por la neblina gris que abrazaba a los cuatro exploradores en el interior del bosque pantanoso, invitándolos a perderse entre los matorrales secos y los árboles muertos. El agua lodosa de los charcos era negra, dificultando la caminata.
La Espesura era un lugar aterrador, pero lo más escalofriante era su soledad. Parecía que el pantano estuviese desprovisto de cualquier contacto con el mundo, apartado en su propia burbuja engullida por una garra contaminada por la macula de los engendros tenebrosos. La única señal de vida era el distante silbido de los árboles muertos que se mecían con el viento, junto con el ocasional aleteo de los cuervos.
Los tres reclutas miraban en todas direcciones, a la defensiva de que alguna bestia pudiese saltar de entre los matorrales. Su misión era conseguir sangre de engendro tenebroso, un frasco por cada recluta. El Guarda Comandante en persona les asignó dicha tarea y, como cabía esperar, la única forma de cumplirla era matando engendros tenebrosos. Además, serviría como prueba inicial para demostrar sus habilidades de combate.
Sin embargo, Elsa no estaba ansiosa por encontrarse con aquellos monstruos.
Los otros dos reclutas tampoco parecían animados por estar aquí.
El primero era Daveth, un ladrón de Denerim que estuvo a punto de morir en la horca por sus crímenes, de no ser porque los Guardas Grises le salvaron la vida. Era más esbelto que Elsa, y vestía una armadura de cuero crudo, con un arco colgado en su espalda. Su cabello oscuro parecía una maraña de rizos rebeldes y desaliñados.
Ser Jory, por otro lado, era un caballero de Risco Rojo que ganó un torneo en Pináculo y, en sus propias palabras, unirse a la Orden fue su elección para salvar a su esposa embarazada de la Ruina. La escasez de su cabellera rojiza se acentuaba entre la frente y el cráneo, luciendo una calva que incluso bajo esta oscuridad brillaba tanto como su armadura laminada. Entre sus gruesas manos sujetaba un espadón capaz de arrancarle la cabeza a un buey lanudo.
Por suerte, no estaban solos. Duncan envió a Kristoff como su guía en la misión, asignándole su tarea propia: encontrar unos antiguos documentos pertenecientes a los Guardas Grises, localizados en una antigua fortaleza al interior de la Espesura.
—Maldición —exclamó Kristoff—, mi capa se va a arruinar. Sabía que era mala idea traerla.
—Tenemos otras preocupaciones más importantes, Guarda —dijo ser Jory.
—El caballerito tiene razón. Hay que apurarnos a conseguir esa sangre. —Daveth sonrió antes de estremecerse—. Tan solo espero que no nos encontremos con ninguna bruja…
—¿A qué te refieres? —preguntó Elsa—. ¿Hay maleficarium en esta zona?
—Tal parece que no has escuchado las historias, ¿verdad? —El rostro del ladrón parecía el de un ciervo asustado—. Niños robados en la Espesura, gente que no regresa a sus hogares tras atravesar la Espesura, ¿te suena?
—No digas tonterías —exclamó ser Jory—. Si en verdad fueran reales esos cuentos, esas supuestas brujas ya habrían sido cazadas por los templarios. No hay manera de que puedan durar aquí.
—Y tú qué vas a saber, caballerito —gruñó Daveth—. Tienen una magia extraña, más de lo normal: se convierten en pájaros y bestias para cazar a cualquier hombre con quien se crucen. Si te atrapan, te llevan a su campamento para robarte tu esencia varonil. ¡Y luego te dejan a los cuervos para que te picoteen!
—No existe tal magia —replicó Elsa—. Son solo cuentos y leyendas.
—Lo que sea que venga en nuestro camino lo solucionaremos —tranquilizó Alistair—. Además, recuerden que yo me entrené como templario; así que cualquier apostata o maleficar no podrá con nosotros.
Los apostatas eran hechiceros que no estaban sujetos a la supervisión de la Capilla, ya fuera porque toda su vida la pasaron lejos de la civilización o bien, porque escaparon del Círculo. Los maleficarium, en cambio, eran magos capaces de conjurar magia oscura y prohibida como la magia de sangre. Como Jowan, pensó sombríamente.
Una rama tronó en la distancia. Elsa se erizó y preparó un hechizo. Su corazón casi se desboca cuando una manada de lobos, pasando de largo sin siquiera notar su presencia.
—Sólo un monstruo podría asustar así a tantos lobos salvajes —ser Jory tembló.
—Bueno, sea lo que sea le tendré una flecha preparada a ese bastardo —dijo Daveth con una sonrisa cínica que no logró ocultar el tiritar de su cuerpo.
Prosiguieron su recorrido en silencio. Pero, al llegar a un claro se detuvieron frente a una escena macabra: cuerpos humanos hundidos en el fango, con horribles quemaduras en el pecho y las extremidades desprendidas y regadas en el centro de un círculo de picas con cabezas cercenadas y dientes triturados.
El estómago de Elsa se revolvió, pero se tragó su bilis con asco y se obligó a no vomitar.
—Por Andraste… —La voz del caballero estaba llena de terror—. ¿Qué clase de diablura es esta?
—Me temo que estos hombres fueron víctimas de una emboscada orquestada por los engendros tenebrosos —expuso Kristoff con mirada sombría.
Un escalofrío recorrió a Elsa. No esperaba que la maldad de esas criaturas fuese así.
—Debemos salir de aquí —exclamó el caballero—. ¿Cómo espera el Comandante que enfrentemos a esos monstruos nosotros cuatro? ¡Una patrulla entera de hombres curtidos fue asesinada por los engendros tenebrosos!
—Cálmate, ser Jory —le dijo el Guarda Gris—. Todo irá bien si tenemos cuidado.
—Estos soldados lo tuvieron y mira cómo han acabado —replicó Jory—. ¿Cuántos engendros tenebrosos crees que podemos matar entre los cuatro? ¿Una docena? ¿Un centenar? ¡Hay todo un ejército en estos bosques!
Kristoff puso una mano en su hombro.
—Hay engendros tenebrosos, sí, pero no corremos peligro de tropezar con el grueso de la horda.
—¿Cómo lo sabes? —gruñó—. No soy un cobarde, pero esto es una temeridad y una estupidez. Deberíamos regresar.
—Debes saber esto —dijo Alistair—: todos los Guardas Grises pueden sentir la presencia de los engendros tenebrosos. Por muy astutos que sean, te garantizo que no podrán sorprendernos. Para eso estoy aquí.
—¿Ves, caballerito? —se burló Daveth—. Puede que nos maten, pero al menos no lo harán por sorpresa.
Jory frunció el ceño, pero no protestó.
Elsa habría querido apoyar al caballero. Conforme se adentraban más en la Espesura, menos quería estar allí. Ostagar podía ser una vieja fortaleza en ruinas, pero al menos ofrecía protección, un vago rastro de civilización Aquí, todo era salvaje y desconocido. Pero era lo que tenía que hacer si quería proteger a Aylin. Así que se obligó a tragarse el miedo en el fondo del estómago.
Llegaron al final de la capa de árboles, y una extensa llanura fangosa los recibió con los brazos abiertos. Una serie de matorrales impedían ver más allá y un enorme tronco abrazaba las ruinas de lo que parecía ser un viejo templo con un torreón sobresaliendo del fango.
Kristoff se detuvo, desenvainó su espada y sujetó con fuerza su escudo.
—¿Q-qué pasa? —cuestionó Daveth mirando en todas las direcciones.
—Los engendros están cerca. Necesitamos…
La voz de Alistair se cortó cuando una sombra silbante voló sobre sus cabezas y un árbol a sus espaldas crujió.
De pronto, estaban rodeados. Algunos parecían humanos, pero con pieles grises y escamosas, sin rastro alguno de humanidad en sus cuencas negras y saltonas. Otros tenían la estatura de los enanos, pero con dientes afilados y orejas puntiagudas.
El combate empezó. Sucedió tan rápido que Elsa no tuvo tiempo para concentrarse y conjurar algún hechizo. El martilleo del acero contra el hierro retumbó en sus oídos. Gruñidos y alaridos bestiales recorrieron el campo, mezclándose con gritos de combate.
Un horrible chillido a sus espaldas la hizo saltar; se llevó las manos a los oídos, y giró para ver a Daveth en el suelo y, sobre él, un monstruoso ser: más alto que cualquier hombre adulto, piel pálida y una extraña negrura manando de sus ojos y boca; su cráneo alargado era adornado por dos orejas puntiagudas y tirones de tela ocultaban su delgadez enfermiza.
El monstruo volvió a chillar y Elsa sintió que le sangraban los oídos. Intentó conjurar un hechizo, pero no podía concentrarse con ese horrible sonido quemando su cerebro. De repente el aullido infernal se detuvo, abrió los ojos y vio la espada de Kristoff atravesando el pecho de la criatura.
—¡En nombre del Hacedor! —gritó ser Jowry—. ¿Qué son esas cosas?
—A los que parecen hombres le decimos "hurlocks" —explicó el ex templario—. A los pequeños como enanos: "genlocks". Y el alto con orejas de elfo es un Chillido.
—Eso explica mucho, ¿no? —gruñó Daveth mientras se reincorporaba.
—No tenemos tiempo para discutir —exclamó el Guarda—. Rápido, escondámonos detrás de ese árbol, vienen más engendros tenebrosos y si nos rodean estamos acabados. ¡A prisa!
Sin pensarlo dos veces, la maga corrió hacia el árbol caído, con sus raíces hundiéndose en el lago cubiertas por arbustos y lechos secos.
La Espesura estaba quieta bajo la espesa neblina, y Elsa se estremeció con el agua hasta las rodillas. Se apoyó contra la corteza llena de moho y hongos, intentando mirar más allá. Kristoff estaba a su izquierda, Daveth y Jory a su derecha. Un hedor picante entró por sus fonas nasales, y tuvo que taparse boca y nariz para bloquear las náuseas. Jory se veía pálido y tembloroso, y Daveth estaba reteniéndose a sí mismo del vomito.
Su respiración se detuvo cuando vio a más de una docena de engendros tenebrosos emerger de los arbustos. Cada uno era una retorcida burla de la vida: piel pálida con escamas chamuscadas y cabezas lampiñas, rostros mutilados y sangrantes de esa extraña negrura que emanaba un hedor a muerte. Vestían toscos pedazos de cuero, complementado con hierro oxidado y hueso. Algunos blandían espadas largas, curvas y corrompidas, ostentando escudos que parecían el cráneo de algún animal, otros llevaban dagas retorcidas y negras o arcos que parecían una rama vieja.
Eran más espantosos de lo que cualquier historia podría relatar.
El hurlock más robusto levantó su espada bruscamente y los demás se detuvieron.
—Daveth —susurró Kristoff—. Acaba con los genlocks arqueros. Luego saca tus dagas y atacaremos al resto. Elsa, tu cúbrenos desde aquí, bien sabes que las túnicas no son muy efectivas contra espadas y dagas.
Asintiendo con la cabeza, Daveth hizo lo que se le indicó. El crujido de la flecha con la cuerda pareció retumbar en el silencioso pantano como el croar de un sapo. El hurlock gruñó, pero la flecha ya había atravesado la garganta del primer genlock. La sangre negra y viscosa brotó de la herida y el cuerpo cayó un golpe sordo. Tres flechas más trazaron un arco en el cielo gris.
Elsa se encogió ante los gritos de guerra de sus compañeros, que arrancaron sus piernas del fango y cargaron contra los engendros tenebrosos restantes. Desde su escondite, pudo ver con claridad la batalla.
La primera sangre fue para Kristoff, quien decapitó a un genlock con un tajo limpio. Daveth y Jory llegaron con euforia a enfrentar al enemigo; el ladrón esquivaba con facilidad los movimientos de las bestias, y apuñalaba en los puntos vitales cuando veía la oportunidad; mientras el caballero derribaba y decapitaba a los engendros con su enorme espada.
Elsa respiró con suavidad y cerró su puño derecho; un hurlock fue congelado en seco. Por su palma izquierda fluyó un rayo arcano que golpeó a otro engendro. Vio a un genlock a punto de apuñalar a ser Jory, así que ella lo atravesó con un pico de hielo. Debía actuar con prudencia, pues al carecer de un bastón sus ataques se limitaban a lo que su maná le permitía y, si se agotaba, quedaría indefensa y solo sería un lastre para sus compañeros.
La estrategia fue exitosa: los engendros tenebrosos restantes morían bajo el acero de los guerreros y el hielo de la hechicera.
Elsa miró satisfecha el campo de batalla, fue más fácil de lo que pensó. Ahora sólo tenían que llenar sus frascos de sangre y encontrar lo documentos que Duncan les pidió.
Su sonrisa murió ante el estruendoso eco de rugidos y del metal chocando entre sí.
Hacia el este, más engendros tenebrosos emergían de la niebla. Su líder era un enorme hurlock, ataviado con una armadura pesada de acero rojo, adornada con huesos de bestias, cráneos humanos y un yelmo del que emergían dos cuernos retorcidos. Tal era su tamaño que blandía una enorme hacha de guerra con una sola mano.
—¡ALFA! —anunció Alistair.
"Por el Hacedor…" pensó horrorizada al ver el grupo que avanzaba hacia ellos. Si no hacía algo, sus compañeros terminarían rodeados y muertos.
Las nubes se cubrieron con una sombra de flechas mortales. Elsa conjuró un muro de hielo, no sin antes sentir la rasgadura de su manga derecha. Maldijo al darse cuenta de que ninguno de sus hechizos alcanzaría a sus enemigos desde esta distancia, tenía que acercarse.
Inhaló y, armándose de valor, corrió.
De reojo, vio cómo sus compañeros se cubrían de una andada de flechas negras. Debía apretar el paso. Nunca fue una gran atleta, su resistencia y velocidad eran comparables a los de un nug, pero la adrenalina la hacía sentir como la mejor corredora de Thedas. Podría usar magia para acelerar el paso, pero iba a necesitar cada gramo de maná que le quedara. Sus piernas, entumecidas y adoloridas como estaban, la acercaron con zancadas largas hasta una distancia prudente.
Agitada, elevó las manos, intentando respirar con calma para concentrarse, pero tuvo que crear otro muro de hielo ante una nueva oleada de flechas.
La situación era crítica: el hurlock alfa se había dado cuenta de su presencia y comenzó a rugir como una bestia, ordenando a unos hurlocks que la interceptaran, mientras los genlocks continuaban disparando sus proyectiles, impidiéndole a ella y a sus compañeros moverse.
Controló su respiración e inhaló hondo. Ambos brazos bailaron al son de la brisa, evocando una tormenta nívea. Su respiración se convirtió en una con el viento, casi podía palpar la magia gélida irradiante de su ser. Abrió los ojos y extendió las palmas en un círculo hacia delante.
El muro de hielo desapareció cuando la tormenta de escarcha envolvió a los engendros tenebrosos.
Era un espectáculo hermoso y aterrador. Las corrientes de aire frío se arremolinaron en un gran circulo. Era como un huracán a menor escala, pero con la misma bravura. El hechizo se desvaneció, pero el daño ya estaba hecho: todos los genlocks y hurlocks se habían convertido en estatuas de hielo sólido.
Elsa permitió que sus labios se arquearan, mientras caía de rodillas en el pasto fangoso; ni siquiera le importó que su túnica se ensuciara aún más. ¡Habían vencido! Eso era lo único que importaba.
Un bramido frente a ella acabó con su felicidad, y el grito de Kristoff a sus espaldas fue lo único que la salvó de ser decapitada por el alfa. Rodó y miró aterrada al engendro que se alzaba sobre ella: su armadura tenía pedazos de hielo y se movía con torpeza, pero estaba vivo y furioso. Elsa se arrastró intentando escapar del monstruo, pero era inútil, estaba agotada y no tenía manera de defenderse.
Por suerte, Kristoff y ser Jory llegaron a su rescate, juntos lograron hacer frente al corpulento hurlock, hasta que el escudo del Guarda Gris lo aturdió y el espadón del caballero lo decapitó. La cabeza con el yelmo rodó unos metros y Elsa, mareada y agotada, no pudo soportar el espectáculo, demarrando la bilis sobre un charco negro.
—¿Estás bien? —preguntó Kristoff preocupado.
—Es… s-sí. Es solo que consumí todo mi maná, es un milagro que no me haya desmayado.
—Ah cierto, olvidé ese detalle. Ten, siempre cargo un poco de lirio conmigo por… bueno ya sabes lo de ser templario y todo eso, je.
Elsa cogió la pócima y bebió un trago pequeño, solo para recuperar fuerzas. Hizo una mueca cuando el líquido celeste pasó por su laringe, quemándole hasta los pulmones.
—Gracias —dijo devolviéndole el frasco.
—Puedes quedártelo si quieres —ofreció Alistair—. En realidad, no lo uso y prefiero nunca tener que beberlo. A los templarios que lo hacen… bueno, digamos no les ocurren cosas bonitas, ¿sabes?
Elsa había escuchado algunos rumores en la Torre sobre templarios adictos al lirio. Incluso los magos, con su habilidad natural de resistir la magia, eran susceptibles al poder del lirio. No podía imaginar cómo sería para la gente que no estaba ligada al Velo.
—¡Eso fue increíble! —exclamó Daveth—. ¡Congelaste a todos! ¡Qué magia tan poderosa!
La maga se hinchó de orgullo. Por supuesto que su magia era poderosa.
—Sí, no sabía que los magos pudieran hacer algo así —agregó ser Jory antes de mirar todo el campo de batalla—. Bendita Andraste, no puedo creer que hayamos hecho eso, ¡solo los cuatro!
—Te lo dije, compañero. —El ladrón guiñó un ojo—. Después de todo somos Guardas Grises… Reclutas aún, ¡pero lo somos!
—Bien hecho todos —felicitó Kristoff, sacando algunas flechas que estaban incrustada en su escudo de abeto—. Ahora… deberíamos llenar los frascos con esa sangre.
Cada recluta tuvo que llenar su propio frasco. Elsa habría preferido no hacerlo, pero no tuvo opción. La sangre negra y viscosa llenó el pequeño recipiente de cristal, mientras resistía el vómito.
Ahora ya solo restaba encontrar los tratados de los Guardas Grises. Elsa no estaba segura para qué servían, pero si el propio Duncan los pidió entonces debían de ser importantes.
La suerte de los cuatro exploradores no mejoró. Los números de engendros tenebrosos se hacían cada vez más gruesos a medida que se adentraban en la Espesura. Mientras recorrían el pantano tuvieron que enfrentarse cinco veces más con grupos enteros de esos monstruos. Por fortuna, lograron vencerlos sin sufrir lesiones graves, más que simples cortes, algunos golpes y el cansancio.
Cuando Alistair anunció que el puesto de avanzada de los Guardas estaba justo delante, los tres reclutas tuvieron que contenerse para no saltar de alegría
El puesto de avanzada era una simple una torre vieja, sepultada entre las oscuras aguas del pantano; el techo había sido destruido por la erosión del tiempo y el clima, las paredes estaban cubiertas de musgo resbaladizo, hongos y enredaderas; además, plantas y raíces sobresalían del poco cimento que quedaba en el piso, como una enredadera traicionera.
—No parece que esos documentos hayan sobrevivido —dijo ser Jory.
—Debieron hacerlo —declaró Kristoff—. El cofre y su cerradura fueron diseñados para resistir una gran cantidad de daño y, como Duncan dijo, los tratados fueron encantados hace mucho. Estoy seguro de que deben estar por aquí.
—Entonces no creo que debemos preocuparnos tanto —dijo Daveth—. Después de todo la magia es… Uh. Guarda, ¿el cofre debería verse así?
Dentro de las ruinas yacía un cofre cubierto por suciedad y moho con pequeños grabados en oro, pero lo más preocupante es que estaba irremediablemente roto. Y lo peor: no había nada en el interior.
—¡Y pensar que arriesgamos nuestras vidas solo por nada! —Daveth pateó una piedra que resonó en las ruinas.
—Maldición —gruñó Kristoff—. Deberían estar aquí.
En ese momento una voz salió de entre las ruinas:
—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?
Elsa giró, alarmada, preparando un rayo arcano en ambas manos.
Una mujer descendió por un pilar derrumbado. Cabello de cuervo, ojos ladinos con una chispa dorada, piel bronceada y ropa oscura que dejaba poco a la imaginación. Parecía salvaje, pero caminaba con la elegancia de un felino.
—¿Son buitres? Me pregunto. ¿Carroñeros que intentan picotear unos huesos que el tiempo ha blanqueado?¿O sólo unos intrusos que vienen a esta Espesura infestada de engendros tenebrosos en busca de presas fáciles? —La mujer caminó hacia ellos entrecerrando los ojos—. Entonces, ¿carroñeros o intrusos?
—Ninguno de los dos —señaló Kristoff con recelo—. Los Guardas Grises son los dueños de esta torre.
—Esto ya no es una torre, ni tampoco suya. La Espesura ha reclamado su cadáver desecado —bufó con desprecio—. Llevo algún tiempo observándolos. "¿A dónde van?", me preguntaba. "¿Por qué estarán aquí?" Y ahora perturban unas cenizas que nadie tocaba en mucho tiempo. ¿Por qué?
—No respondan —les susurró Kristoff—. Parece una chasind, y eso significa que puede haber más cerca.
La mujer resopló y su mechón se meció hacia delante.
—¿Temes que caigan los bárbaros sobre ti? —Su voz burlona y sarcástica parecía capaz de cortar una roca por la mitad.
—Sí, las caídas son... malas.
—¡Es una bruja de la Espesura! —exclamó Daveth aterrado—. ¡Nos va a convertir en sapos!
—¿Bruja de la Espesura? —La mujer rio a carcajadas—. Que fantasías más absurdas son esas leyendas. ¿Acaso no sabéis preguntar por vuestra cuenta? —Lo miró con desprecio antes de enfocarse en Elsa—. Tú. Las mujeres no se asustan como los niños pequeños. Dime tu nombre y yo te diré el mío.
La maga se mordió el labio. Decidió que era mejor tratar con amabilidad a la desconocida. No sabían quién era, o si estaban siendo rodeados por las tribus salvajes chasind. Tampoco sería bueno enemistarse con una apostata desconocida en medio de la nada.
—Puedes llamarme Elsa.
—Y tú puedes llamarme Morrigan, si lo deseas. —Su sonrisa fue depredadora—. ¿Quieres que adivine tu propósito? ¿Buscas acaso algo en ese cofre, algo que ya no está aquí?
—"¿Que ya no está aquí?" —repitió Kristoff con el ceño fruncido—. Porque lo has tomado, ¿no? Eres una... bruja… ¡majadera y ladrona!
—Qué elocuente —Morrigan puso los ojos en blanco—. ¿Cómo se les puede robar a los muertos?
—Con la mayor facilidad, por lo que parece —gruñó el ex templario, sujetando con fuerza la empuñadura de su espada—. Esos documentos son propiedad de los Guardas Grises y te sugiero que los devuelvas.
—No pienso hacerlo, porque no soy yo quien se los ha llevado. —Se encogió de hombros—. Puedes invocar todo lo que quieras ese nombre, pero aquí ya no significa nada. No me intimida.
—Entonces —intervino Elsa, procurando no iniciar una confrontación—, ¿quién se los ha llevado, lady Morrigan?
—"¿Lady?" —Morrigan rio entre dientes—. Vaya, eso sí que es una verdadera cortesía. Pues bien, te lo diré. Ha sido mi madre.
—Tu… ¿madre?
Elsa entendía cada vez menos de este extraño lugar. Solo quería regresar a la civilización cuánto antes.
—¿Es que tus orejas no te sirven? Sí, fue mi madre quien tomó tus dichosos documentos.
—¿Nos podríais llevar hasta ella?
—Una petición muy sensata —reconoció mirándola con esos ojos dorados e inquisidores—. Me agradas.
—Yo me andaría con cuidado —dijo Kristoff—. Primero es "me agradas" y luego, ¡zas!, tiempo de sapo.
—Acabaremos todos en su hoya. —Daveth se estremeció—. Seguro. Espera y verás.
—Si en esa hoya se está más caliente que en este bosque, será un buen cambio —bromeó ser Jory.
—Sígueme. Si quieres tus preciosos documentos —anunció Morrigan, mientras comenzaba a caminar fuera de las ruinas sin mirar atrás.
—¿Qué hacemos? —preguntó Elsa.
—¡Tenemos que salir de aquí! —expuso Daveth en un susurro—. No podemos confiar en esa mujer. ¿La vieron bien? ¡Tiene toda la pinta de una bruja!
—Esto no me agrada —expresó el Guarda Gris—. Pero seguirla es la única pista que tenemos para encontrar esos documentos.
—¿Y qué más dan esos documentos? —intervino Jory—. Si acabamos muertos o en convertidos en bestias…
—Puede que Morrigan esté diciendo la verdad —opinó Elsa, pese a que ni ella se creía sus palabras.
—No seas ingenua, rubia —gruñó Daveth—. No sé cómo sea la vida en tu torre de marfil, pero esto es el mundo real. Sólo puedes confiar en ti misma para sobrevivir.
La maga le lanzó una mirada helada, pero Kristoff habló primero:
—Basta. Discutir entre nosotros no nos devolverá los tratados ni nos llevará de vuelta al campamento. Si quieren, pueden regresar los tres a Ostagar. Ya han cumplido con su misión. Duncan me encomendó encontrar esos documentos y no pienso irme sin ellos.
—Iré contigo —anunció Elsa.
Ser Jory parecía en debate consigo mismo, hasta que finalmente suspiró y dijo:
—No puedo dejar que vayáis solos. ¿Qué le diría a mi hijo en unos años? Sería una vergüenza como padre y como caballero. No pienso mancillar mi honor de tal forma. Vamos.
Daveth rezongó con muecas que denotaban su descontento, pero accedió a regañadientes. Después de todo, tampoco quería regresar por su cuenta al campamento.
Morrigan los condujo a través de los árboles, por una dirección que parecía conocer bastante bien. Caminaron sin encontrarse nada ni nadie en el camino. Todos estaban inquietos y nadie hablaba. Por fin, llegaron a un claro con una choza en el centro y, alrededor, un lago cubriéndola de manera casi envidiosa.
Una mujer salió de la choza. Parecía… vieja, antigua incluso, con cabellos grises y enmarañados. Sus ojos eran dorados, igual que los de Morrigan, pero estaban cubiertos por un iris morado. Su rostro demacrado y arrugado casi parecía chupado, dejando ver los huesos de sus pómulos. Sin embargo, en contraste a su apariencia, irradiaba un aura muy poderosa. Elsa no sabría explicarlo, pero era una sensación que conocía y le causaba terror, aunque no podía recordar cómo ni por qué.
—Saludos, madre —dijo Morrigan, acercándose a la anciana—. Te traigo a cuatro Guardas Grises que…
—Ya los veo, chica —gruñó la anciana—. Mmhm, tal y como esperaba.
—¿Se supone que hemos de creer que nos esperabas? —cuestionó Kristoff con la ceja levantada.
La anciana se burló:
—No se supone que debáis hacer nada, y menos aún creer. Uno puede enterrar la cabeza o recibir con los brazos abiertos… pero siempre será un insensato.
—¡Les digo que es una bruja! —murmuró Daveth aterrado—. ¡No deberíamos estar hablando con ella!
—¡Cállate, Daveth! —regañó Jory—. Si de verdad una bruja, ¿quieres que se enfade?
—Aquí hay un jovencito listo —dijo la anciana con una sonrisa—. Por desgracia, sin un papel en la gran trama de las cosas. Pero yo no soy quien decide. Creed lo que queráis. —Giró sus ojos hacia Elsa—. ¿Y qué hay de ti? ¿Tu mente de mujer te da un punto distintivo? ¿O crees lo mismo que esos chicos?
—No sé qué creer —Elsa se estremeció con incomodidad bajo la mirada de aquella extraña mujer.
—Mhmm, una respuesta sensata —elogió la anciana con una sonrisa que mostraba su dentadura amarillenta—. No cualquiera reconoce que no tiene la certeza de su realidad. Mucho de lo que te rodea es incierto. Fuiste separada de tu familia de niña, y ahora separada del único hogar que has conocido por años.
Sus ojos azules se abrieron con sorpresa.
—¿C-cómo sabes…?
—Sé muchas cosas, chica —interrumpió la anciana—. Puede que hasta conozca tus secretos, puede que no. Pero lo único certero es que sé reconocer a una sierva del Círculo. Y que tú no sabes qué creer.
—¿Así que… esto es una temible bruja de la Espesura? —La voz de Kristoff parecía juguetona y recelosa al mismo tiempo.
—Bruja de la Espesura, ¿eh? —La anciana rio a carcajadas, semejantes al graznido de un cuervo—. Lo que os debe haber dicho Morrigan. Le encantan esos cuentos, aunque nunca lo confesará. ¡Ah, y como baila a la luz de la luna!
—No han venido a escuchar tus absurdos relatos, madre —gruñó Morrigan entre dientes.
—Es verdad. Han venido a por sus tratados, ¿no? Y antes de que te pongas a ladrar, su precioso sello se desvaneció hace mucho. Ahora los protejo yo.
—Tu… —comenzó Kristoff con enojo hasta que la anciana sacó unos papeles de su mandil—. Oh, ¿los has protegido?
Los documentos estaban sanos y salvos, el papel estaba un poco amarillento, pero por lo demás se veían bien.
—¿Y por qué no? —espetó la mujer—. ¿Creíais que los destruiría? Llevádselos a vuestros Guardas Grises y decídeles que el peligro de la Ruina es mayor de lo que creen.
—Gracias por devolverlos —dijo Elsa inclinando la cabeza.
—¡Estos modales! —exclamó la anciana—. Siempre son lo último que se mira en lugares como estos. Como las medias… No me extraña de una dama tan refinada como tú. Oh no me hagas caso. Ya tienen lo que buscaban.
—Entonces es hora de marcharse. —Morrigan sonrió con satisfacción y burla.
—No seas ridícula. Estos son nuestros invitados —regañó su madre.
—Ah, muy bien. —Su sonrisa fue reemplazada por un ceño fruncido—. Les enseñaré el camino de salida del bosque. Síganme.
