"Sin mirar atrás"
Lady Supernova
Capítulo 10
Parte 1
Manhattan, Nueva York, 31 de diciembre de 1921.
Un escandaloso suspiro lleno de impotencia, se le escapó a Candy, mientras pasaba el cepillo a través de sus sedosos e imposibles rizos. Había intentado perfeccionar el peinado que dibujó en su mente, pero todo intento por mejorarlo parecía inútil. Por más que se empeñaba, no lograba concentrarse en esa tarea.
—¿Quiere que le ayude, señora Livingston? —preguntó una mucama de mediana edad, cuya sonrisa llenó de confianza a la joven patrona.
—Sí, por favor... quiero recoger totalmente mi cabello... ¿Usted podrá ayudarme a lograrlo?
—Ya lo creo, señora. Permítame un segundo y le prometo que la peinaré justo como usted lo desea.
—Gracias, Carla... ¿Puedo llamarla así?
—Oh, sí. Por supuesto, señora Livingston.
—Usted puede llamarme por mi nombre...
—Gracias por esa confianza, señora Candy...
Carla deslizó el cepillo una y otra vez, acomodando el cabello de la chica, logrando moldearlo de tal manera que los rizos indomables, permanecieron quietos y listos para ser estilizados en el peinado que ella deseaba. Cuando la mujer terminó, Candy apenas podía creer lo bello que se veía su cabello... ¡Ella sola jamás hubiera logrado aquél peinado!
—Carla... es hermoso... ¡Es verdad espectacular! ¡Me encanta! —dijo con emoción, levantándose de la silla para abrazar a la mujer.
—Usted será la mujer más hermosa en esa fiesta... —afirmó segura de sus palabras—. Diviértase mucho señora Candy... y que tenga un feliz inicio de año.
—Usted también, Carla... ¡Muchas gracias por todo! —La mucama asintió y luego de dedicarle una última sonrisa abandonó la habitación.
Candy por su parte corrió al vestidor y se colocó el vestido que había elegido usar. Había olvidado cómo se sentía desear asistir a una fiesta de Año Nuevo. La última vez que disfrutó de una celebración de esas, fue a bordo del Mauritania, después de haber salvado a la embarcación que naufragaba.
Aquello sucedió muchos años atrás... ese año, su mundo cambió por completo.
Terry estaba llorando en la oscuridad, mirando melancólicamente hacía el océano, mientras ella sentía esa inexplicable sensación de querer reconfortarlo.
«Yo no le conocía», recordó con tristeza... «Sin embargo, deseaba ayudarlo... yo quería acabar con su sufrimiento, pero, entonces, él comenzó a reírse de mí»
La rubia negó con su cabeza, sacudiendo aquellos recuerdos.
¿De qué servía recordar eso? Después de todo, ellos dos ya no tenían un futuro juntos. Él era esposo de Susana y ella estaba casada con Kieran... cada quien había aceptado su destino.
Terminó de vestirse y luego salió del vestidor para mirarse en el espejo. Hizo un gesto de disgusto al estudiarse.
«¿Qué clase de monstruo soy?», se cuestionó con rudeza ¡Ya tenía una semana entera pensando Terruce! Y todo... ¡Por ese endemoniado reencuentro! Un besito en la mano por parte de Terry ¿Y ya se había vuelto loca?
«¿Qué demonios me sucede», reflexionó, creyendo que Terry, seguramente, le besaba la mano a todas las mujeres con las que se encontraba... «Seguro han sido muchas», añadió celosamente, recordando a todas las damas que se lo comían con la mirada, mientras estuvieron comiendo en el restaurante del Hotel Plaza.
La furiosa muchacha no reparó en que aunque esas infortunadas lo veían, pero Terry, ni siquiera reparaba en su presencia. Los ojos del guapo actor sólo la miraron a ella, no obstante, Candy no se dio cuenta, porque los celos la cegaron en ese momento y aún continuaban haciéndolo.
La joven decidió dejar ese tema por la paz y se propuso disfrutar de la fiesta. Era la primera vez que ella y Kieran festejarían un nuevo año juntos y eso detalle la llenaba de alegría. Al salir de la habitación, su mirada verde esmeralda, se encontró con unos ojos azules que deleitados la observaban, mientras ella avanzaba por las escaleras...
—Hermosa, como siempre... —le dijo Kieran al tiempo que le extendía su mano, para ayudarla a bajar—. Ese vestido te sienta de maravilla. Estás... realmente preciosa, Candy.
Ella se sonrojó al escucharlo y él no pudo evitar reírse.
—Aún puedo provocar sus sonrojos, señora Livingston... —mencionó Kieran acercándose más—. Me gusta saber que todavía te pongo nerviosa... —declaró, sonriéndole seductoramente, mientras dirigía sus azules e inquietantes ojos, a los de ella.
—Eso es porque eres muy malo... —le dijo Candy con timidez.
—Soy malísimo... —expresó acercando sus labios para tomar gentilmente los de Candy—. Con toda honestidad, preferiría quedarme a festejar el Año Nuevo, aquí en casa... —confesó Kieran, sonriéndole, mientras Candy se negaba admitir dicha propuesta.
—Tu primo ya se tomó demasiadas molestias... ¿No lo crees? —la rubia sonrió y luego observó fijamente a su esposo.
—Sí... tienes razón. Adolph ha hecho esto para darnos la bienvenida, lo menos que podemos hacer, es asistir a su fiesta.
—Estaremos ahí por un rato y retirarnos temprano ¿Que te parece? —sugirió la rubia.
—Me parece lo más sensato. Aunque yo dudo que quieras regresar temprano...
—¿Por qué lo dices?
—Porque tocará la misma banda que tocó hace unas semanas, en la fiesta de caridad a la que asistimos. Aquella cuyo trompetista te cautivó... ¿Recuerdas?
Candy asintió, mientras sus ojos se iluminaban.
—Es increíblemente talentoso... Y además, su voz es excepcional ¿Crees que venga con la banda? Después de todo, dijeron que él era sólo un invitado.
—Oh, sí... es definitivo que vendrá. Adolph se encargó de que así sea... y ahora... ¿Qué te parece si nos vamos? —preguntó con emoción.
—Vámonos ya, señor Livingston. Muero por ir a esa fiesta —le respondió ella al tiempo que lo dirigía hasta la puerta de entrada y lo invitaba a salir de su habitación.
—¿Me puedes explicar qué jodidos te pasa? —preguntó Adolph, con enojo—. Soy el anfitrión de esta fiesta, no puedo estar atendiendo tus asuntos ahora... ¿Es muy difícil de comprender?
—¡Él está aquí! Terruce está aquí... ¡Y quiero que lo eches! Adolph... quiero que lo saques, ¡ahora mismo!
—¿Estás segura de que él está en la fiesta?
—¡Acabo de verlo, dirigiéndose a donde está Karen Klyss! ¡Tienes que echarlo!
—¿Echarlo? ¿Acaso estás loca? ¡No puedo hacer nada al respecto! —respondió Adolph fingiendo demencia.
—¿Cómo que no puedes echarlo? —preguntó la voz furiosa de Nina—. Tu fiesta es muy exclusiva, solo gente con invitación tiene acceso a ella... ¿Seguirás negando que lo invitaste?
Adolph se mantuvo firme y aunque detestaba la presencia de Terry, simplemente no iba hacer un patético show enfrente de los invitados. No podía retirar una invitación así nada más... ¡Maldita fuera la hora en la que hizo llegar aquellos boletos a la compañía de teatro! Había cometido un error por actuar con alevosía, pero ya nada podía hacer al respecto.
—Debe estar con alguien que tiene invitación. Dices que estaba con Karen Klyss... ¿no? Pues, ahí está tu respuesta —Adolph ignoró a Nina y quiso seguir su camino, pero la joven lo impidió y deteniendo el paso de su primo, advirtió:
—Si Eleanor Baker y Terruce, se reúnen, entonces, no esperes que me quede con los brazos cruzados.
—¿Quién demonios te crees que eres, muchachita? Si haces algo estúpido, tendrás que despedirte del hogar que tienes a mi lado... ¿Escuchaste, Wenzierl? —exclamó Adolph con molestia—. Piensa muy bien antes de llevar a cabo una de tus rabietas, porque. si me entero de que nuevamente me has puesto en ridículo... ¡Lo vas a lamentar!
—¡No me amenaces!
—Yo hago lo que quiero y te aconsejo que subas a la habitación que te reservé, ¡hazlo para que te tranquilices! Si no lo haces, me daré cuenta y si yo me entero de que sigues causando problemas, entonces, haré un espectáculo frente a todos, ¡corriéndote de aquí!
Adolph dejó a Nina con la palabra en la boca, esperando a que le obedeciera y furioso, se dirigió rápidamente hasta el salón, lo único que deseaba hacer, era ubicar al joven Grandchester y vigilarlo. Estar cerca de él evitaría cualquier incidente.
Una radiante sonrisa se dibujó en el bello rostro de Karen, al ver que el apuesto Terruce Grandchester se acercaba directamente hacia ella.
—Vaya... ¡Al fin! Una cara conocida entre toda esta gente pudiente... —exclamó la actriz con alivio—. ¡Cielos! Creí que ningún miembro de la compañía vendría —recalcó la joven mientras le daba un sorbo a su ponche.
—Y como siempre, te has equivocado —respondió Terry, mientras la miraba con diversión.
—Me alegra saber que Robert alcanzó a darte la invitación, porque de lo contrario... ¿Qué haría aquí, yo sola? —interrogó Karen.
—¿Sola? ¿Y dónde se supone que está tu adorado y «muy perfecto» Florent?
—Platicando... con aquellos hombres aburridos —respondió la actriz con enfado, desviando su mirada hacia, donde se encontraba su sonriente prometido—. Lo comprendo, no creas que no lo hago, pero, estoy muriendo del hastío que me provoca el hecho de estar aquí, tan solitaria... ¿Qué te parece si tú y yo bailamos? —preguntó, con una enorme sonrisa, mientras se preparaba para caminar hasta la pista de baile—. No es la banda de jazz donde está el gran Louis Armstrong, pero la música es aceptable.
—¿Has dicho Louis Armstrong? —Terry soltó una carcajada—. ¿Ya dejó de ser un desconocido para ti, Klyss?
—Por supuesto que sí, resulta que él es una completa maravilla, mi Perfecto Prometido, no exageró al decir que será uno de los más grandes de la historia.
—Lo has escuchado cantar, eh...
—Fue sublime... pero, en fin... tendré que viajar a Chicago más seguido, ¿sabías que se unirá a la banda indefinidamente? —cuestionó la muchacha con infinita emoción.
—No lo sabía. Espero que vengan a Manhattan de vez en cuando... —dijo encogiéndose de hombros.
—Como sea, no nos desviemos del tema, ¿quieres? —pidió Karen—. Entonces... ¿Bailamos, señor Grandchester?
Terry hubiera querido negarse, mas, el entusiasmo de la joven actriz, no podía pasarse por alto. Así que, sin decir nada, aceptó la invitación y siguió el camino de la muchacha a través de la pista.
—¿Y Sussie? —cuestionó Karen con curiosidad, al tiempo que se dejaban llevar por las alegres notas musicales.
—Susana está en casa.
—¡Que milagro! Digo... estos son los tipos de eventos a los que traes a tu Querida Esposa,¿o me equivoco?
—Te sorprendería enterarte de algunas cosas, Karencita
Karen resopló y mirándolo a los ojos le dijo:
—No te equivoques, querido Tú eres el que se sorprendería, si supieras de lo que yo estoy enterada.
Terry sonrió y de inmediato quiso saber:
¿Te refieres al hecho de que Susana tiene un amante?
Karen lo miró con ojos muy abiertos y sin poder negarlo dijo:
—Vaya... ¡Hasta que te enteras!
—¿Desde cuándo lo sabes tú?
—Lo sé desde que la vi con Adolph, hace ya unos meses. Creí que lo descubrirías tarde o temprano. Pero eso ya no importa, ¿qué medidas vas a tomar con ella? —preguntó con interés—. Porque venir a esta fiesta, no creo que sea la mejor que hayas pensado en tomar, reunirte con Nina aquí... me parece detestable.
—¿Ves como no lo sabes todo? —cuestionó Terry, sonriendo con arrogancia—. Nina Weinzierl, es historia para mí.
Karen lo miró con alegría y luego lo abrazó con fuerza.
—Si Susanita me parece asquerosamente repulsiva para ti... imagínate lo que pienso de Nina... ¡Dios! Tienes malos gustos, querido.
Terry no le dijo nada. Era inútil responderle, pues esos, en realidad, no eran sus verdaderos gustos.
Karen giró con gracia y enseguida miró a su adorado Florent, él había cambiado de acompañantes, ya no platicaba con los señores Hammond y Wilson. No... en esos momentos Florent, ya estaba saludando a Kieran y a Candy Livingston.
—En fin... mencionó Karen con una sonrisa en sus labios—. Quizá el que hayas venido aquí, no fue del todo malo.
Terry no pudo ignorar aquella sonrisilla que Karen le dedicaba y entonces, miró en la dirección en la que la muchacha observaba. Sus ojos azul zafiro, quedaron deslumbrados con aquella majestuosa visión...
«Dios bendito» dijo en sus adentros, al ver a Candy.
Era sin duda, la mujer más hermosa que había en todo el salón. La mirada de Terry, no podía dejar de observarla. La Pecosa, estaba enfundada en un bonito y atrevido vestido negro, cuya pedrería plateada la hacía brillar por entero. Los ojos de los hombres presentes, estaban puestos sobre ella, algunos, la miraban de manera discreta, pero por el contrario, otros pasaban a su lado y con descaro la estudiaban, sin siquiera importarles que Kieran y ella estuvieran tomados de la mano.
—Y... Mmmm... ¿No la vas a saludar? —preguntó Karen, sacándolo de sus pensamientos.
Terry negó, fingiendo que no estaba interesado, sin embargo, Karen en tono insolente, declaró:
—Bien, pues si tú no piensas saludarla... ¡Yo sí! —exclamó mientras halaba fuertemente de la mano del actor y lo dirigía hasta donde se encontraba la bella rubia.
La mirada verde esmeralda de Candice, seguía perdida entre las parejas que bailaban en la pista, tenía tantas ganas de bailar... no obstante, Kieran no tenía mucho tiempo para eso, pues, en su camino a la pista de baile, encontraba a gente que estaba muy interesada en saludarlo. Eso casi siempre sucedía. Desde que se casaron, ella tuvo que pasar por eso, ya estaba acostumbrada, sin embargo... la nostalgia por el baile decidió invadirla. Un suspiro se le escapó, recordando las veces que Terry, la invitó a bailar, a punto estaba de sonreír ante ese recuerdo, mas, un suave toque en su brazo la hizo despertar de su sueño.
—Preciosa... —le susurró una voz conocida—. Es así como luces hoy, mi querida prima... —Adolph miró a Kieran y luego le hizo saber—. Es un verdadero pecado no bailar con tu esposa ¿Lo sabías? Pero, ¿sabes qué? no importa, tú sigue platicando... yo te haré el favor ¿Aceptas?
Kieran sonrió y luego le dijo:
—La que tiene que aceptar es ella.
Candy miró a su esposo con timidez y después sintió la mirada de Adolph sobre ella.
—¿Me concedes esta pieza, querida Candy?
La rubia, cuyas mejillas estaban ruborizadas, aceptó la invitación y se dejó llevar a la pista por el galante muchacho, sin siquiera, darse cuenta de que Karen Klyss y Terry, se acercaban a ellos.
Los ojos de la rubia estaban clavados en el suelo, en cambio la mirada azul de Adolph, sí se encontró de frente con los furiosos ojos de Terry. Si el actor hubiese tenido el poder de matar con la mirada, Adolph definitivamente habría caído muerto en ese preciso instante.
—Señor Livingston... —saludó Karen con gusto, mientras el guapo Kieran volteaba para verla.
—Señorita Klyss... —contestó tomando la mano de Karen para posar un beso sobre su dorso—. Señor Grandchester... —se refirió al ver que Terry la acompañaba—. Me da un gusto enorme poder saludarles.
Terry asintió y con un apretón de manos, saludó al susodicho.
¡Cuánto lo odiaba! Esa ridícula sonrisa, simplemente lo exasperaba. Terry, sentía que Livingston sonreía de aquella manera, solo para burlarse de él.
Mientras tanto, en la pista de baile, Adolph se había encargado de alejar a Candy del alcance de Terry, ambos rubios se perdieron entre los invitados, al tiempo que danzaban. El joven Wagner, estaba gratamente sorprendido, pues, no podía negar que Candy se veía divina, incluso, podía afirmar que la esposa de su primo, era la mujer mas bella de todo el evento. Atrás quedó la dulce chica que conoció en su casa, una semana antes... la joven que se encontraba frente a él, había dado paso a una hermosa mujer. Solo esperaba que ese cambio estuviera dedicado a su primo y no a Terruce.
—Tu vestido, es maravilloso.
—¿Tú lo crees? —preguntó Candy con emoción—. No estaba muy convencida de usarlo, sin embargo, a Kieran también le gustó.
—Es hermoso y en ti, mi querida Candy... en ti, luce genial.
—Gracias, Adolph.
—De nada, linda.
—¡Tu fiesta es fabulosa!
—¿Te lo parece?
—Sí... jamás estuve en una así, todo luce maravilloso... ¿Nina te ayudó?
Adolph hubiera querido reírse, sin embargo, la inocencia en la pregunta de Candy lo hizo desistir. Kieran ya se lo había dicho, la muchacha siempre pensaba bien de todos y fuera, ella no tenía la mínima idea de lo que Nina significaba para él. Nina era un lastre.
—No, querida... —contestó girando al ritmo de la música—. Mi prima no tiene mucho tiempo que digamos...
—Lo hiciste solo, así que, me parece aún más formidable. Has hecho un gran trabajo —comentó Candy mientras Adolph sonreía.
—Me alegra saber que todo es de tu agrado... ¿Sabes? Contraté a la Creole Jazz Band, de Chicago. Espero que la disfrutes.
—Es tan genial esa banda... ¡Por supuesto que me encantará!
Terry los miró desde el otro extremo de la pista, y no pudo evitar sentir una oleada de furiosos celos, apoderándose de su ser. Ni siquiera se dio cuenta de que Kieran, ya se había marchado. Lo único que le interesaba era que Adolph estaba al lado de Candy y que El miserable, se atrevía hacerla sonreír.
«¿Qué jodidos tiene ese estúpido?», se preguntaba Terry mientras lo estudiaba... ¿Por qué obtenía la atención de todas las personas que lo conocían? ¡No lo entendía!
—Lo hace a propósito... —advirtió Karen a Terry, dándole un ligero apretón en el brazo y cuidando que Florent no la escuchara.
—Ese imbécil me está declarando la guerra...
—¿Y tú te vas a dejar?
El castaño negó de inmediato y apenas concluyó la pieza, se dirigió hasta el centro de la pista de baile.
Aquel tramo, se le hizo eterno, los separaban solo unos cuantos metros, pero a Terry le pareció que era un camino muy largo, un trayecto lleno de molestas parejas que no lo dejaban pasar. Finalmente, al llegar adonde Candy estaba, no dudó en pedir:
—Señora Livingston... ¿Me concede la siguiente pieza?
El cuerpo de Candy giró con gracia y dedicándole una nerviosa sonrisa asintió. Sus ojos verdes se encontraron con los de Adolph y él, en contra de su voluntad, decidió darle el paso libre a Terry... ¿Dónde se veía que el anfitrión le negara un baile a otro invitado? El rubio se tragó su orgullo y entonces, sin más remedio, los dejó sobre la pista. Claro, no sin antes dejar un suave beso sobre el dorso de la mano de Candy, enfureciendo aún más a Terruce.
—Cielo Santo. No pasa nada, Adolph —expresó Kieran, mientras intentaba tranquilizarlo—. De verdad, primo. No te preocupes, porque todo está bien.
—Pues... sinceramente, no te comprendo —El rubio, negó exasperado—. ¿Cómo dejas que tu esposa baile con ese hombre? — interrogó señalando en dirección al salón, mostrándose como un niño caprichoso.
—La dejé bailar contigo, ¿no? —cuestionó Kieran y Adolph de inmediato se escandalizó.
— ¡Sí! Pero yo soy tu primo y te respeto. Terruce Grandchester no es nada tuyo... —insistió el joven «¡Y el muy imbécil está loco por tu esposa!», dijo para sí, mordiéndose la lengua, para no gritárselo a Kieran.
—¿Qué quieres que haga, Adolph? —interrogó guardando la calma—. ¿Deseas que haga un espectáculo? Si eso es lo que quieres, ahorita mismo voy y lo golpeo. Te juro que lo hago
Adolph negó.
—No exageres, solo digo que no me gusta que él esté cerca de Candy.
—Es homosexual... ¿No? —Kieran ocultó una sonrisa y Adolph se encogió de hombros—. Vamos primo, no va pasar nada. Mézclate entre los invitados y trata de desocuparte pronto, recuerda que Susana te espera... —Kieran palmeó la espalda de Adolph y añadió—. No te preocupes, por favor, porque yo tengo todo bajo control.
—Está bien. No me inmiscuiré más en tus asuntos.
Adolph caminó de regreso a la fiesta, no sin antes escuchar:
—Gracias, Adolph. Gracias por querernos tanto, yo siempre supe, que puedo confiar en ti.
—¿Por qué te noto tan raro? —cuestionó Adolph, volteando para mirarlo.
—No pasa nada. No imagines cosas.
—¿Seguro?
—Totalmente. Ahora ve y disfruta de tu fiesta.
Adolph asintió y tomó camino rumbo al salón de baile. Mientras tanto, Kieran lo veía marcharse y le miraba con melancolía, mientras se alejaba y lo dejaba a solas.
A pesar de que la pista de baile estaba completamente abarrotada, para ellos no existía nadie a su alrededor. Estaban tan ocupados mirándose que, todo lo que sucedía en su entorno, no interesaba en lo absoluto. Incluso, tardaron algunos segundos para darse cuenta de que la banda había dejado de tocar. El corazón de ambos latió con impotencia, al darse cuenta de que la música cesó.
«¿De qué se trata?», se preguntaron los dos al mismo tiempo... ¿Por qué les pasaba eso, justo cuando ellos iban a bailar? ¿Era el destino quien se empeñaba en separarlos?
Estaban a punto de renunciar a su tan ansiada pieza de baile, pero la voz del presentador y los aplausos de los invitados, los hicieron desistir... la música no tardó en volver para dejarse escuchar a través del salón. El sonido de la Creole Jazz Band, llamó la atención de ambos, e inevitablemente, iluminó sus rostros con una sonrisa. Candy sabía que ellos estarían ahí, pero Terry ni siquiera lo imaginaba.
—Es la banda de Joe King Oliver... no puedo creerlo. Ellos están aquí... ¡Louis Armstrong está aquí! —dijo Terry sonriendo con alegría, al tiempo que Candy lo observaba con emoción... ¡Terry y ella, tenían el mismo gusto musical! Su corazón saltó con aquella incomprensible felicidad, esa misma que sintió cuando era adolescente y estaba absolutamente enamorada de él.
—Adolph logró traerlos... —afirmó la Pecosa con naturalidad.
—Al menos ya hizo algo bien —murmuró Terry con sarcasmo.
—¿Qué dices? —preguntó Candy, pues el ruido no le permitió entender.
—Nada... digo que bailemos —mencionó en voz alta al mismo tiempo que se acomodaba para bailar con ella.
Por varios segundos, no hicieron nada más que disfrutar de la música sin embargo, después de mucho pensarlo y luego de armarse de valor, Terry no quiso seguir callando lo que tanto quería expresar:
—Te ves preciosa, Candy... —le susurró al oído, sintiendo al instante cómo ella se estremecía involuntariamente, entre sus brazos.
Los ojos verdes de la rubia se sorprendieron al escuchar aquellas palabras. Kieran elogio su apariencia, Adolph igual, incluso Florent, el prometido de Karen Klyss, le hizo un comentario halagador, pero que lo dijera precisamente Terry... ¡Era inaudito! Sin duda, esa confesión la dejó anonadada. Se sonrojó como nunca antes lo hizo y luego sonrió con nerviosismo. Terry jamás le dijo algo como eso, la verdad, no podía negar que, ese piropo, en boca del actor, era algo increíble.
—Sinceramente, desconocía el hecho de que una mona, pudiera convertirse en sirena... —expresó buscando la mirada de la rubia, dibujando en su rostro, aquella divertida sonrisa que ella tanto amaba.
—Tú nunca vas cambiar... ¿Verdad? —cuestionó ella, sintiendo como Terry la acercaba más hacia él.
—No, Candy... nunca lo haré... —admitió el rebelde muchacho—. Contigo no quiero cambiar —sentenció posando sus azules ojos, en los verde esmeralda de ella—. Contigo, Candy... solo quiero ser yo mismo...
Esas palabras, trasladaron a Candy hasta aquel lejano momento en Escocia, cuando Terry se adueñó por completo de su corazón.
«Solo quiero ser yo, toda mi vida...», le había dicho, antes de besarla...
—Tú también... —dijo ella, susurrándole en el oído.
—¿Yo también...?
—Tú también te ves muy bien...
—¿Te refieres a que me veo guapo? —preguntó Terry traviesamente, observándola con arrogancia—. ¿Te gusto Candy?
—Eres... imposible... —respondió ella, escuchando la burlona risa del castaño muchacho.
El inconforme gesto de Candy, hizo que Terry sintiera que nada había cambiado. Era como si el tiempo no hubiera pasado y ellos siguieran siendo los mismos adolescentes de antaño, esos que ocultaban la atracción que sentían, molestándose uno al otro.
La primera pieza terminó rápidamente y después, Joe King, anunció que su nueva gran estrella, el joven: Louis Armstrong, entonaría una canción, la cual se trataba de una primicia. Una canción cuyos autores, les habían confiado y permitido tocar en esa ocasión, pues el público neoyorkino, era un público muy conocedor.
La melodía era estupenda, las notas de un piano le dieron inicio, luego el joven Louis tomó la corneta y comenzó a tocar...
Terry lo miró por algunos segundos... «Impresionante», pensó al ver lo versátil que era el chico. Y al final, al escuchar su voz, supo que el cuadro estaba completo.
"Give me, a kiss to build a dream on... And my imagination will thrive upon that kiss... Sweetheart, I ask no more Thank this... A kiss to build a dream on"
Candy y Terry se miraron con complicidad, cualquiera que hubiera escuchado la voz de Louis, sabía que era una experiencia celestial. Terry apenas podía creerlo... ¿Ese gran astro estaba cantando mientras él y Candy bailaban? ¿Había algo más perfecto que eso?
"Give me a kiss before you leave me, and my imagination will make that moment Live... Give me that you alone can give... A kiss yo build a dream on"
Al escuchar la canción Terry creyó que era atrevida, quizá un poco escandalosa para la puritanos, que nunca faltaban, sin embargo, también era una letra honesta. Era tan real que parecía que alguien había entrado en su mente y describía, exactamente, lo que él pensaba. Era un tema que cualquier enamorado podía entender.
"When I'm alone, with my fancies, I'll be with you... Weaving romances, making believe they're true"
No sabía si volvería escucharla de nuevo, pero sí sabía, que aquella canción sería inolvidable y pasaría las fronteras del tiempo. Bailar y sentir a Candy entre sus brazos, mientras escuchaban aquella pieza, era definitivamente lo mejor que le había pasado en la vida.
"Give me, your lips for a Just a moment and my imagination will make that moment Live... Give me that you alone can give... A kiss yo build a dream on"
Candy había quedado fascinada con aquella voz y esas palabras...
«¿Cuántas cosas se pueden construir, con el beso del ser al que se ama?», se preguntó mientras reflexionaba... comparando el inolvidable beso de Terry y recordando de golpe, el primer beso que Kieran le dio... era inevitable no compararlos. No debía hacerlo, pero su corazón insistía. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué no sólo atesoraba a Kieran y a Terry lo dejaba atrás? La rubia ya no quiso pensar en eso y dejándose llevar por la música, siguió disfrutando del baile.
Los ojos del joven actor miraron a su alrededor, había mucha gente, pese a ello, no había ningún indicio de Livingston, eso le agradó. Todo parecía perfecto. Pero, como nada es para siempre, su tranquilidad terminó cuando observó una femenina y bien formada figura, misma que entraba al salón en esos momentos...
Nina ingresó, luciendo tan arrogante como siempre, mirando de un lado otro, señal indudable de que estaba a la espera de encontrar algo o alguien.
Cuando la música concluyó, Terry no dudó en sacar a Candy de ahí...
—¿A dónde vamos? —preguntó confundida—. Ellos seguirán tocando.
—Vayamos al otro extremo... hay mucha gente aquí—dijo Terry, dirigiéndola afuera del salón.
Candy hubiera querido negarse, no obstante, fue el turno de ella para notar la presencia de Nina. La rubia malcriada no se había dado cuenta de que ellos estaban allí y como Candy tampoco deseaba verla, dejó de quejarse y siguió por el camino en el que Terry la llevaba. La gente estaba arremolinada en la pista, era casi imposible salir, sin embargo lo lograron, Terry era ágil y se las arregló para llegar al final del mar de parejas.
—Escondámonos allá... —propuso sin reparar en lo extrañas que se escuchaban sus palabras.
—¿Cómo dices? ¿Escondernos?
Terry asintió, al tiempo que la hacía entrar en uno de los corredores que daban al lobby, una vez ahí, dio vuelta por otro corredor e hizo que Candy ingresara ahí. Sin pensarlo, la condujo hasta un solitario rincón, justo al costado de unas escaleras.
—Terry, por Dios... ¿Qué hacemos aquí?
—Ya la perdimos... —mencionó, mirando a su alrededor.
—¿Qué dices? ¿A quién? —preguntó Candy, encendiendo su alarma y dándose cuenta de que él hablaba de Nina .
—A Nina... ella estaba ahí, pero no nos ha visto, no te preocupes.
— Tú la conoces bien... ¿Verdad? —preguntó Candy con decepción.
Terry se amonestó en sus adentros:
«¡Idiota! ¿Ahora qué vas a decir?»
—¿La conoces? —insistió Candy, sonando molesta.
—Sí, la conozco... —admitió Terry, conforme sus mejillas se ruborizaban—. Pero, eso no es lo importante —aclaró con un carraspeo.
— Ya lo creo... ¿Lo importante era escondernos? —inquirió Candy
—Pues sí...
—De acuerdo —respondió la chica sin ocultar su enojo—. ¿Sabes? Ni siquiera deseo enterarme de cómo es que conoces a esa odiosa mujer, porque soy perfectamente capaz de imaginarlo —admitió con seriedad—. Lo único que me importa en este momento, es regresar al salón...
—¿Regresar? ¿Para qué? ¿Para reunirte con tu esposo? —preguntó Terry, con un dejo de furia en su voz.
—¡Sí! —exclamó Candy con energía—. ¿Qué otra cosa es más importante que eso?
—No sé por qué me sorprendo. Debes ser muy devota a tu maridito... ¿No? —preguntó el actor mirándola a los ojos, mientras deslizaba su fuerte mano por la cintura de la muchacha.
—Por supuesto... ¡Él es mi esposo! —Candy sonrió decidida y sintiéndose valiente recriminó—. ¿No lo eres tú con Susana? —cuestionó mientras luchaba por alejarse.
—No, no lo soy.
—¿Por qué nunca estás con ella? ¿Qué no eran la pareja del año? — interrogó celosa—. Su boda... ¿No era lo que Broadway más esperaba?
—¿Dónde leíste esa patraña? —preguntó Terry con diversión, llevando su mano hasta la barbilla de Candy, para obligarla a mirarlo.
—Ya no interesa... —respondió ella, mirándolo retadoramente—. No tiene la mínima importancia.
—Por supuesto que interesa... porque gracias a eso... —repuso Terry, tratando de contenerse, no obstante, le fue imposible agregar—. ¡Te largaste a Inglaterra, para casarte con ese hombre!
—¿Estás reclamándome el hecho de haberme casado? —preguntó Candy con enojo.
—Sí... ¡Sí lo estoy haciendo! —Terry deslizó ambas manos por el rostro de Candy y entonces lo dijo—. ¿Por qué te casaste, Candice? ¿Por qué lo hiciste? —preguntó con dolor—. ¿Por qué buscaste a otro? Si tú eres mía...
El reclamo estuvo cargado de rabia e impotencia y aunque Candy, deseaba con todas sus fuerzas contestarlo, simplemente no pudo responder nada. Se quedó muda, porque de pronto, Terry la había acorralado contra una columna, haciendo que todas sus fuerzas se perdieran.
—Aléjate de mí... me estás apretando —dijo Candy temblando y experimentando la deliciosa sensación, de tener a Terry tan cerca de ella. Tal como lo sintió en sus sueños.
—No temas, Candy, por favor, no lo hagas.
—¿Por qué lo haces? ¿Por qué me haces esto, Terruce?
—Lo hago porque quiero hacerlo... —admitió con voz suave—. Lo hago...porque te quiero muy cerca de mí —Terry la besó tiernamente en la mejilla y pidió—. Déjame estar así, Candy... —mencionó, mientras ella, víctima de la debilidad, comenzaba a dejarse llevar por el abrazo—. No temas, porque yo no pienso hacerte nada malo. Aunque me muera de las ganas de tenerte... no pienso hacer nada...
—Terry... yo estoy casada y tú también lo estás —mencionó, como llamando a la consciencia del actor, intentando que él no cometiera una locura—. Por favor, no me hagas esto. No nos hagas esto, Terry...
—Ya he aprendido que tú no te mereces algo tan vulgar, como un beso robado.. No... tú mereces, solo lo mejor. No te haré nada Candy. Sólo déjame estar contigo, mi amor...
Candy, estaba a punto de dejarse llevar por el deseo. Ella quería tomar a Terry del cuello y besar sus labios hasta cansarse, también deseaba que Terry siguiera mirándola y que no dejara de presionar su excitado miembro viril contra ella, definitivamente, quería que todo pasara a otro nivel y continuar sintiendo al hombre que amaba... anhelaba subir a una habitación para sentirlo como siempre lo deseó tener, dentro de ella, embistiéndola y haciéndola delirar de placer. Con todo y sus deseos, al final, simplemente no pudo dejarse llevar y recordando sus juramentos, terminó zafándose de su abrazo.
Con escandalosas lágrimas y una enorme culpabilidad en los ojos, comenzó alejarse del muchacho.
—¿Candy? —la llamó Terry...
Pero ella no atendió el llamado. La tentación para consumar sus deseos era demasiada, anhelaba poder ser una mujer atrevida y hacer de sus fantasías una realidad, quería decirle a Terry que lo amaba y que quería ser suya por el resto de su vida, pero, no podía hacerlo, ella sencillamente no podía... en cuestión de segundos, Candice Livingston se echó a correr y a Terry no le quedó más remedio que verla desaparecer entre los corredores.
—¿Te diviertes con mi esposa? —preguntó la voz de Kieran, mientras Terry lo miraba y se preparaba para enfrentarlo.
—Ya tú lo has visto, ¿no? ¿O necesitas mayor explicación? — respondió con una burlona sonrisa.
—No te preocupes, ya he visto suficiente y pienso que debo felicitar a mi Dulce Candy, digo, a pesar de la tentación en la que la hiciste caer, ha superado la prueba... ¿Qué puedo decirte, Terruce? Ella no es como Nina. No se va meter en tu cama, solo porque tú así lo quieras.
Terry le sostuvo la mirada y con insolencia le sonrió. Estaba preparado para darle una respuesta categórica, pero Kieran le hizo una seña pidiéndole que guardara silencio.
—No me respondas ahora, Terruce, mejor ven conmigo y escucha la propuesta que tengo para ti...
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque yo sé que te interesa —sentenció Kieran, antes de señalar el camino a seguir.
—Livingston, lo único que me interesa de ti, es tu preciosa esposa —comentó el actor con descaro—. La propuesta que me harás... ¿La incluye? Porque si vas a incluir a tu mujer, entonces soy todo oídos —expresó dejando ver una sonrisa cargada de lujuria, misma que Kieran odió con toda su alma.
—La incluye, definitivamente —respondió con dificultad, deseando que eso no fuera real.
—Entonces, acepto. Escucharé esa grandiosa propuesta, señor Livingston —dijo Terry, caminando por el corredor que los llevaría a un lugar idóneo para hablar.
