Agotado, Juan dejó caer ambos brazos mientras contemplaba el nuevo aspecto del nigromante, más similar al de un muerto viviente que a un espíritu descarnado, presentándose ahora enjuto, pútrido y repugnante, al tiempo que rebosante de poder y, al mismo tiempo, vida.
O quizá decir muerte sería mucho más adecuado. Rezumando del cuerpo a medio descomponer del brujo, Juan José podía sentir una magia de una oscuridad insondable, así como lo que solamente podía describir como un hálito de muerte.
- ¿Has dicho la profecía?
La carne reseca que recubría las mejillas del nigromante se dobló y resquebrajó en lo que parecía ser una escalofriante sonrisa.
- Cuarteta 10:72 – se limitó a pronunciar, deleitándose en el cambio visible en la expresión del joven Belnades – Seguro que sabes de qué estoy hablando, chaval.
Juan tuvo que hacer un esfuerzo consciente por mantener la calma ¡Por supuesto que sabía de qué estaba hablando! Él, como miembro de la rama principal de los Belnades, conocía perfectamente la 10:72 de Nostradamus.
"En el año 1999, mes séptimo, descenderá de los cielos el Rey del Terror; y antes y después, Marte reinará"
No tenía más remedio que conocerla, pues tras muchos estudios y deliberaciones se había determinado que Nostradamus había profetizado el retorno del Señor oscuro, de Drácula, en toda su gloria.
¿Y el nigromante pretendía adelantarla? ¿¡Se había vuelto loco!?
No, espera, por supuesto que se había vuelto loco, estaba loco, era un nigromante, al fin y al cabo.
Superada la impresión inicial, Juan volvió a ser consciente de la situación y de cuál era su deber. En su interior, el poder mágico que recorría incesante su cuerpo empezó a borbotear.
- Pues claro que lo sé – respondió finalmente, moldeando su magia a toda velocidad – Lo sabía antes incluso de que me lo dijeras, pero gracias por confirmarlo – alzó ambas manos al nivel de su pecho, paralelas, mientras una luminaria empezaba a crecer entre ellas - Pero lo único que queda de tu estúpido plan eres tú ¡Ríndete ahora mismo!
- ¿Rendirme? – replicó el nigromante con suficiencia – Chiquillo… ¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo!
Con estas palabras, extendió ambos brazos hacia delante mientras un vendaval emergía de su espalda. Juan alcanzó a levantar una barrera pero, aun así, fue inevitablemente arrastrado y casi estampado contra la enorme campana broncínea, viéndose obligado a apuntalar sus piernas antes de proceder al contraataque.
- Has purificado el pueblo – prosiguió el brujo - ¿¡Y qué!? ¡Puedo volver a dibujar todos los círculos mágicos! Y en cuanto a los sacrificios… ¡Tú y esa amiga tuya seréis unas ofrendas perfectas!
Por norma general, aquello no lo hubiera alterado lo más mínimo, sabía que ese tipo de amenazas y bravuconerías eran moneda común en los nigromantes según le habían enseñado, pero, por alguna razón, la mención de Adela Fernández lo molestó sobremanera.
- ¡Inténtalo si te atreves! ¡PIERCING BEAM!
De entre sus manos emergió un rayo concentrado de energía azulada que apuntó directamente a su adversario. Un poderoso conjuro al que no quería recurrir ya que formaba parte de su artillería pesada, no planeaba usar nada más avanzado que Salamander en aquella misión.
Pero ya no podía permitirse ser selectivo con su magia, su adversario había revelado sus verdaderas intenciones y debía poner hasta la última célula de su cuerpo en detenerlo, fallar en su cometido conllevaría una catástrofe.
Para su sorpresa, vio su ataque completamente anulado por el nigromante, que lo recogió y anuló entre sus manos, pero no se dejó intimidar, inmediatamente se teletransportó a la espalda del brujo, y proyectó contra él una potente bola de fuego que se vio contrarrestado por un fuego fatuo de la misma potencia.
Dobló la rodilla y plantó una de sus manos en el suelo, mientras preparaba el siguiente conjuro. El duelo acababa de empezar.
Fuera, la batalla por proteger la iglesia continuaba, Adela se hallaba enzarzada en un cruento combate contra los zombis segadores y su armadura, diseñada para la defensa mágica, no la resguardaba de las afiladas cuchillas de las criaturas, obligándola a ser extremadamente cuidadosa en combate.
De hecho, los segadores parecían no tener ninguna consideración por sus aliados, todo zombi o ghoul que entraba en la improvisada área de combate caía despedazado apenas se acercaba a su objetivo, víctima de las afiladas garras metálicas. Esto, que por un lado suponía una ventaja para la luchadora, era una clara prueba de la ferocidad de sus adversarios.
Tras una última escaramuza se vio obligada a retroceder, había intentado usar el johyo contra ellos, pero por la propia naturaleza del arma sus ataques eran demasiado lentos como para alcanzarlos, de modo que lo único que pudo hacer fue volver a enrollar la cuerda en su torso como buenamente pudo, infundiéndole su propia aura para usarlo de coraza improvisada.
Los vio avanzar hacia ella una vez más, podían parecer criaturas salvajes y descerebradas, pero estaban lejos de ello, empleaban tácticas de combate y eran hábiles atacando en tándem, lo cual suponía todo un problema para ella.
Tratando de romper su formación, embistió al que atacaba desde su izquierda, éste reaccionó contraatacando con un zarpazo rápido que ella se agachó para evitar y, cargando su mano abierta con energía, le propinó una palmada en el torso que detuvo su avance, pero no fue suficiente para desequilibrarlo, obligándola a golpearlo con una patada frontal en el pecho con la que, esta vez sí, logró empujarlo.
No tenía más remedio que añadir energía a sus ataques, pues la humedad que recubría sus cuerpos, desollados y supurantes, hacía difícil que cualquier impacto no resbalara sobre ellos.
Eran bestias concebidas para el combate, si no hubiera adquirido cierto dominio de su aura durante sus años de adiestramiento no tendría ninguna opción.
Sintió al otro acercarse desde su espalda, y reaccionó a ello volteándose para rechazarlo con una patada, de la que el zombi se protegió con una de sus zarpas, dejando con la otra un corte relativamente profundo en su pantorrilla antes de salir despedido.
Eran rápidos, probablemente más rápidos e impredecibles que un vampiro. Había cierto ritmo en los movimientos de los muertos vivientes, cuyos cuerpos conservaban la memoria muscular de sus vidas pasadas como humanos, pero ¿Los segadores? No se movían mecánicamente como las criaturas animadas con magia, si no que había cierta animalidad en sus acciones, actuando como depredadores tratando de acabar con la vida de su presa.
No parecía correcto llamarlos zombis, parecía haber un cerebro funcional dentro de sus cráneos, un cerebro vivo.
Debía desproveerlos de sus armas, eliminar su ventaja, y creía saber cómo hacerlo.
Esquivó un nuevo zarpazo del que se hallaba frente a ella, alargó sus manos para agarrar las vendas de su torso y lo proyectó a su espalda con un poderoso lanzamiento, situándolos a los dos juntos. Si actuaban como ella pensaba que lo harían, sería pan comido.
Al verse juntos, abrieron sus bocas por primera vez para dirigir a la cazadora un rugido ronco y gorjeante, Adela no supo interpretar si era producto de la frustración por ser incapaces de acabar con ella o algún tipo de grito de guerra, pero tampoco le importaba, tenía cosas más importantes de las que preocuparse.
Los vio embestir en tándem, adoptando una formación que ya habían usado antes, extendiendo sus brazos para cruzar diagonalmente sus cuchillas, anteriormente había esquivado este movimiento in extremis saltando sobre las criaturas, pero si quería desarmarlos sólo tenía una alternativa.
Alzó la guardia, ambos brazos pegados al torso, paralelos al mismo, y llamó de nuevo a su aura, recubriendo su cuerpo con ella.
La semana que pasó entrenando con sus padres en la playa de Rodalquilar había obtenido más de lo que podría haber esperado, en aquel corto periodo había puesto tanto empeño en superar las defensas de su madre que había analizado su técnica y había alcanzado, casi sin darse cuenta, cierta comprensión de la misma.
Una técnica nacida de moldear el aura de una forma única, diferente de todo lo que había aprendido, quizá diferente incluso a la forma en la que cualquier luchador en toda la hermandad manipulaba su energía.
Experimentando con ella en secreto había encontrado que esta técnica fortalecía su cuerpo hasta niveles extremos, dando a sus músculos una consistencia casi pétrea y rodeándose de una barrera defensiva de dureza diamantina.
Parecía ser algo natural en Roberta, como probaba el hecho de ser capaz de emplear este poder con total normalidad durante horas, pero Adela sólo podía ejecutarla momentáneamente, durante un mero segundo.
Había encontrado esta técnica tan especial, tan increíble, que le dio un nombre inspirado en la persona a la que estaba imitando.
"ADAMAS"
Vio llegar el ataque y adelantó ligeramente ambos antebrazos, quedando unos pocos milímetros por delante de su cuerpo, hecho esto llamó a su aura, que emergió creando una sólida barrera sobre piel, chocando las afiladas cuchillas contra ella y rompiéndose como si fueran de cristal.
Los zombis frenaron y voltearon para encararla de nuevo, parecían dispuestos a volver a atacar, pero estaban claramente confusos por el resultado de su envite ¿Qué había pasado? ¿Por qué habían perdido sus garras al atacarla?
No les daría tiempo a reponerse de la impresión.
Poniendo toda su energía en ello, se abalanzó contra ellos con fiereza, alcanzándolos en un instante y golpeando a uno de ellos con su portentoso Kornephoros, aplastándole el pecho por la fuerza del impacto y mandándolo a volar, cayendo más abajo en la colina. Si de verdad era un ser vivo, aquel golpe debería haber acabado con él.
Sintió al otro segador reaccionar finalmente, estaba a cierta distancia de ella y vio por el rabillo del ojo cómo preparaba sus cuchillas. No le dejaría llegar más allá.
- Guardian… - sin reposicionar las piernas, giró el torso para encararlo y lanzó contra él un puñetazo cargado de energía, que partió de su puño a toda velocidad como un pequeño y brillante cometa lavanda - …KNUCKLE!
La descarga de poder alcanzó al zombi, que salió despedido contra la fachada de las ruinas más cercanas, estaba claro que no había suficiente, de modo que Adela lo persiguió de una zancada y aplastó su cabeza contra la rocosa pared con una certera patada, resbalando el cuerpo decapitado hasta quedar sentado en el suelo, inerte.
Al bajar la pierna y comprobar que, efectivamente, la criatura ya no se movía, se retiró respirando aliviada, regresando al centro del punto que había escogido para mantener la defensa y repeler a los muertos vivientes.
En ese breve momento de paz se dio cuenta de algo que había ignorado durante toda la batalla: El pueblo, o al menos la zona en la que ella se encontraba, estaba siendo inundado por un nauseabundo olor almizclero, ahora especiado con el pestazo a sangre fresca, carne cruda y fluido varios provenientes del zombi segador al que acababa de derrotar. Pese a que estaba acabando hasta con el último muerto viviente que se les acercaba, el hedor le hacía sentir que, poco a poco, el nigromante se estaba apoderando de nuevo de Turruncún.
Hablando del nigromante ¿Cómo se estaría desarrollando el combate? ¿Cómo le estaría yendo a Juan? Aunque confiaba en el poder y conocimientos de su compañero, no podía evitar recordar su estado después de usar el conjuro Santuario, y empezaba a preocuparse.
Sin abandonar la posición de guardia dirigió su atención al torreón sintiendo el aura de su compañero, que se agitaba con fiereza, pero algo no iba bien.
A las puertas de la iglesia, e incluso más allá, la concentración de magia crecía y crecía, una magia nauseabunda y malsana, más poderosa y concentrada que la que había inundado Turruncún antes de ser purificado.
Volvió a concentrarse en su entorno, y entonces se dio cuenta de que algo ocurría a su alrededor.
Los pedazos de carne podrida que habían quedado repartidos por el campo de batalla, los fragmentos de hueso y las vísceras desparramadas estaban siendo absorbidas, atraídas a un único punto un poco más allá, hacia lo que parecía ser un círculo mágico que había aparecido de la nada.
Poco a poco, vio cómo los restos empezaban a congregarse, formando lo que al principio parecía una masa informe que gradualmente adoptó un pavoroso aspecto humanoide al tiempo al crecía, pasando a convertirse en un pequeño titán de unos tres metros de alto.
El hedor era insoportable.
Adela, inicialmente intimidada por lo que ocurría ante sus ojos y afectada por el cansancio acumulado, llevó su mano a la pica del johyo, que aún descansaba sobre su torso, listo para ser desenvainado, y chasqueó la lengua.
- ¿Ahora un gólem de carne? – suspiró – Esto empieza a ser cansino…
En el campanario, Juan caía sobre sus rodillas después de una última escaramuza. Su chilaba aparecía ahora chamuscada, revelando su delgado torso, y sólo los brazales cobrizos se mantenían intactos. A su espalda, la profesora y sus dos alumnos yacían tras la barrera que acaba de fortalecer, ahora luciendo un blanco translúcido en lugar del azul anterior.
- ¿Qué pasa, chaval? ¿Esto es todo lo que eres capaz de hacer?
El nigromante lo contemplaba de pie, altivo, con el manto negro agitado por el poder mágico que manaba de su carne muerta. A lo largo del duelo había encajado una respetable cantidad de conjuros del Belnades, pero no parecía haber sufrido daño alguno.
Irritado, Juan apretó los dientes. No tenía sentido que, siendo mucho menos habilidoso que él tanto en el ataque como en la defensa, el nigromante estuviera en plena forma mientras él languidecía. Se le estaba escapando algo, pero ¿Qué?
- ¿" Todo" lo que soy capaz de hacer? – respondió, mientras se alzaba con esfuerzo – Te aseguro que todavía no has visto nada.
Era una bravuconería, y lo sabía perfectamente. Había agotado todos los cartuchos que tenía, incluyendo el imponente Piercing Beam, pero debía seguir luchando.
- ¿Sí? ¡Pues enséñame! – con un movimiento seco, el nigromante le apuntó con ambos dedos, proyectando contra él dos saetas oscuras que emergieron de la nada - ¡Vamos!
Raudo, Juan alzó una barrera para anular los proyectiles y se teletransportó a la espalda del nigromante, contraatacando con una bola de fuego para desaparecer de nuevo, y reaparecer empleando su Gale Force.
A la tercera teletransportación, el brujo lo estaba esperando, y le atacó con un conjuro de rechazo que el propio hechicero contrarrestó con su propio conjuro, lo que dio lugar a una poderosa sacudida que hizo temblar el torreón.
- Maldito crío… ¡Deja de resistirte!
Dos bolas de fuego mortecino, que Juan desvió con sus manos cargadas de magia.
- ¡Es inútil!
Una saeta oscura. Juan se teletransportó para evitarla, azuzando unos cuantos escombros con telequinesia como contraataque.
- ¿¡Qué esperas conseguir!? ¡Sólo estás retrasando lo inevitable!
El nigromante extendió su mano una vez más, y esta vez Juan fue azotado por un pequeño vendaval que dejó una serie de cortes a lo largo de todo su cuerpo.
Pero no había terminado, tenía que seguir.
De modo que se apareció una vez más en otro extremo de la estancia, y proyectó contra su adversario la misma esfera de electricidad que empleó para abrirse camino hacia el templo entre la bruma, pero era un conjuro débil, tanto que fue barrido con un simple aspaviento.
Pero ya esperaba aquello.
Vio al nigromante ponerse en guardia de nuevo, casi podía adivinar sus pensamientos "¿Dónde se aparecerá ahora?" "¿Con qué debería atacarle?" "¡Tengo que acabar con él de una vez!"
Repentinamente alzó una barrera mágica sobre sí mismo, blanca, translúcida y poderosa, había tomado una decisión y, muy probablemente, fuera lo más estúpido que había hecho en su vida.
"Tienes que confiar en tu intuición, actuar en lugar de pensar"
"Si esto sale mal" Pensó, en parte deseando que su compañera pudiera oírle "Te van a faltar vidas para disculparte"
De repente, embistió al nigromante. No se teletransportó, ni siquiera usó su magia para acelerar el desplazamiento, simplemente corrió torpe y alocadamente hacia el no muerto, y sus reacciones no le decepcionaron.
Primero, sorpresa.
Después, apuntándole con ambas manos, una sonrisa confiada, casi victoriosa.
Y, cuando ya lo tenía encima, pánico.
De repente se vio envuelto en un pandemónium de fuego esmeralda, sabía perfectamente que el nigromante había intentado engullirlo con una potente llamarada de la que su barrera lo aisló a la perfección. Aun así, por un momento pudo sentir el helado aliento de la muerte en pleno rostro antes de ver frente a sí el raquítico torso podrido del brujo.
Lo tenía justo delante, y sabía exactamente qué hacer.
- ¡PIERCING BEAM!
En una mano, concentró y moldeó toda la magia que era capaz, y la descargó contra la criatura en una explosión a quemarropa. No se detuvo a comprobar los efectos de su de su envite, ni siquiera se preocupó de un posible contraataque, simplemente alcanzó su objetivo, frenó caóticamente y volteó para encarar al nigromante.
En su frenada, plantó la mano brevemente en el suelo, como había hecho las cinco veces anteriores.
Al estabilizarse, alzó una barrera para protegerse de una pequeña andanada de saetas oscuras, y contraatacó con una serie de pequeñas bolas de fuego que el propio nigromante desvió sin inmutarse. Tras este intercambio, ambos hechiceros hicieron una pausa.
- ¿Y bien? – preguntó el brujo, claramente irritado, tratando de adoptar un aire de altivez – No has hecho más que repetir lo mismo una y otra vez, pero moviéndote a mi alrededor como un idiota ¿Has terminado ya? ¿¡Has entendido de una vez cuál es tu destino, mocoso!?
- Hablas como si todo lo que he hecho fuera inútil ¡Pero bien que te has comido mi conjuro a bocajarro! – respondió Juan, burlón.
No era propio de él alardear, y de hecho pronunciar aquellas palabras le había costado un mundo, pero por un momento sintió un extraño subidón. Se lo había jugado todo a una carta ¡Y había ganado la apuesta! Todo, con el fin de llevar a cabo un objetivo aún mayor.
- Arriesgar tu vida a cambio de chamuscar un poco mi túnica ¡Menudo triunfo!
- Pues mira, sí – replicó, arrodillándose lentamente para plantar su mano en el suelo una vez más – Ha sido una victoria increíble.
Desde su posición, Juan observó cómo el nigromante moldeaba magia visiblemente en las palmas de sus manos. Aparentemente, pensaba que su arrodillamiento era una señal de rendición, y planeaba ejecutarlo.
Craso error.
Con la palma de su mano completamente plantada en el deteriorado suelo envió un pulso mágico y, de la nada, se dibujó en este una gigantesca estrella de David con una luminiscencia aturquesada. Cada una de las seis puntas partía de uno de los puntos a los que se había desplazado durante la última escaramuza.
Sus palabras antes habían sido una fanfarronada, pero no realmente.
Era cierto, su repertorio era realmente escaso, pero no por falta de conocimientos, si no de seguridad. Juan se negaba a usar todo conjuro que no hubiera dominado completamente porque, en batalla, un error aumentaba drásticamente las posibilidades de fracasar.
"Tienes que confiar en tu intuición, actuar en lugar de pensar"
Pero había comprendido rápidamente que hacer frente a su adversario sólo con la magia en la que confiaba era un suicidio. Necesitaba algo más poderoso, algo definitivo, y la primera idea que se le ocurrió fue fusionar magia y simbología, una práctica que su maestra desaprobaba, pues era una locura en manos inexpertas.
Aquello podía salir horriblemente mal.
Pero la mera expresión de sorpresa y pánico dibujada en la carne reseca del rostro del su adversario le hizo sentir que había tomado la decisión correcta. Inmediatamente empezó a recitar un aria mientras plantaba su otra mano en el suelo y enviaba toda la energía posible al símbolo, que poco a poco se veía rodeado por un grimorio que se dibujaba por sí mismo.
El nigromante hizo ademán de escapar, pero era imposible, el círculo mágico ocupaba toda la planta del campanario.
Juan terminó el aria, y se hizo el silencio por un instante.
- ¡Dije que te haría pagar por tus crímenes, nigromante! – clamó finalmente - ¡TEMPEST!
De la nada, el aire empezó a retorcerse desde el centro del grimorio, primero suavemente, después de aceleró y, al final, empezó a girar en la forma de un violento tornado.
El brujo trató de protegerse con una barrera mágica, pero era inútil. Tardó apenas unos segundos en ser tragado por la tempestad entre frustrados alaridos.
Pero aquello sólo era el principio.
La estrella de David no tenía nada que ver con aquel conjuro. Aquel símbolo, hebreo en origen, representaba el equilibrio de la naturaleza, la unión entre el cielo y la tierra, lo mundano y lo divino.
En sus largas noches de estudio había aprendido que podía tener ciertos usos, como acelerar la extracción de las energías naturales de un emplazamiento.
Como, por ejemplo, una iglesia.
Mientras veía a su adversario luchar contra el poderoso tornado recitó otra aria, concentrándose en la energía que sentía manar del círculo mágico, una energía que no era la magia de viento que acababa de convocar, si no el poder sagrado que aún crecía en la iglesia, acelerado por la estrella. Cuando terminó, lanzó al aire otro conjuro en un poderoso bramido.
- ¡DIVINA TEMPESTAS!
La estrella emitió un poderoso fulgor blanquecino y empezó a vomitar llamaradas blancas que fueron absorbidas por el tornado, convirtiéndose en un letal remolino ígneo cargado de poder sagrado del que el nigromante no podía tener escape alguno.
Juan José concentró todo su poder y atención en el conjuro. Aquello debía… no, tenía que funcionar.
Abajo, Adela no pudo evitar sobresaltarse por la súbita descarga de poder que estaba teniendo lugar en el torreón. Pese a que inmediatamente reconoció la energía como el poder mágico de su compañero, igualmente se preocupó ¿Cómo de virulento estaría siendo el combate? ¿Se encontraría bien? ¿Era aquello una medida desesperada?
Pero no tuvo más remedio que sacudirse sus preocupaciones y seguir combatiendo. Debía confiar en las capacidades del Belnades.
Además, ella misma se encontraba en una situación peliaguda, con el gólem demostrando una resistencia inaudita y siendo acosada por zombis y esqueletos que emergían del suelo sin cesar. Por lo menos, no había rastro de ghouls o segadores.
En los últimos minutos se había visto empujada al rango de ataque del titán, y finalmente desenfundó su johyo para propinarle un flechazo directo en lo que debería ser la cabeza, sin obtener resultado alguno.
Aquello debería haberla sorprendido, pero estaba demasiado ocupada para ello. Con un rápido tirón, retiró la cuerda y usó su codo para orientar la pica hacia su espalda en un arco vertical, cambiándolo habilidosamente a horizontal para, imbuyendo el arma con su aura, eliminar a tantos muertos vivientes como fuera posible de un solo golpe ¡Necesitaba espacio para rebullirse!
Tan pronto como vio los cadáveres derrumbarse víctimas de su ataque, esquivó un nuevo envite del gólem y corrió hacia la marabunta de muertos vivientes. Sabiendo que allí podía volver a quedar fácilmente atrapada, resolvió que sólo podía moverse en una dirección si quería recuperar la ventaja: Hacia arriba.
De modo que usó los cuerpos como trampolín, aterrizó como pudo sobre uno de los zombis y, sin dejar de moverse en ningún momento, echó a correr hacia el punto más alto cercano, siendo una pequeña vivienda de la que quedaban poco más de dos paredes.
No era el mejor apoyo, pero desde allí tenía una buena vista del campo de batalla, y estaba lejos del imponente gólem.
Ahora ¿Cómo podía hacerle frente?
Por lo que sabía, los gólems eran criaturas que adquirían vida propia cuando su creador escribía en ellos la palabra emeth, pero no había ni rastro de la misma en el sanguinolento cuerpo de este, de hecho, aunque recordaba haber visto el gólem de carne documentado en sus bestiarios, estaba recogido como una variante sin ninguna peculiaridad.
De modo que lo único que sabía es que la bestia a la que ahora afrontaba no había sido invocada, si no creada con magia justo delante de sus narices.
No tuvo tiempo de pensar mucho más. Cuando se vino a dar cuenta, los zombis y esqueletos estaban empezando a escalar torpemente las ruinas, y no pasó mucho tiempo hasta que el primer esqueleto se encontró frente a ella, viendo su cráneo rápidamente aplastado por la esfera acerada de su arma.
Apenas vio derrumbarse la amarilleada osamenta cuando se apercibió de que más esqueletos ascendían hacia su posición con celeridad, obligándola a defender la posición mientras mantenía el equilibrio sobre los inestables restos y derribaba a pisotones los pocos zombis que conseguían arribar.
Mientras tanto, el gólem se abría paso… ¿Hasta ella?
No, la estaba ignorando, avanzando muy lentamente hacia las rampas que daban acceso al templo mientras los demás no muertos la distraían.
Aquello la enervó, tanto por lo sencillo de la treta como por haber caído en ella ¡No podía permitirlo! Si dejaba que aquella cosa se abriera camino hasta la iglesia ¡Se acabó!
Sin pensarlo dos veces, detuvo el movimiento del johyo y, con todas sus fuerzas, lanzó un poderoso Kornephoros contra las criaturas que le obstaculizaban el camino, inflamando su aura después para empujar a las que se le aproximaban desde atrás. Cuando por fin se vio libre recorrió el ruinoso muro en dos zancadas y saltó en dirección hacia el pequeño titán, concentrando su aura en ambas manos.
- Minotaur… ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAXE!
Con todas sus fuerzas, cayó sobre la criatura blandiendo la gigantesca hacha etérea contra el gólem, sin embargo, por lo acelerado del ataque no calculó bien, y en lugar de partirla en dos como pretendía, simplemente le cercenó un brazo, aunque la descarga de energía al impactar aniquiló a los zombis que lo rodeaban, abriendo un claro en el que, al menos por el momento, podría moverse con libertad.
- ¡Vamos, ven si te atreves! – apremió a la mole mientras preparaba de nuevo el johyo, girando la pica a toda velocidad - ¡Como que me llamo Adela que no pasarás de aquí!
En el campanario, Juan ponía todo su ser en mantener activo su Divina tempestas, pero sus reservas de magia estaban vaciándose, empezaba a dolerle la cabeza, y no pudo evitar preguntarse si merecía la pena continuar. No podía sentir la magia del nigromante, ni su presencia, no podía haber sobrevivido a semejante conjuro, sobre todo estando cargado de poder sagrado.
De modo que, en un brusco movimiento, abrió los brazos, disipando con ello el remolino ígneo, pero para su sorpresa encontró al nigromante justo donde lo había atrapado, de pie, con su túnica negra reducida a jirones y siendo poco más que un pedazo de carne chamuscado con forma humanoide.
Se puso en guardia rápidamente esperando un contraataque, pero no tardó en apercibirse de que aquel cuerpo era poco más que un cascarón vacío. Apenas podía sentir un hálito de vida en él.
Empezó a preguntarse si debía rematarlo o no, cuando una voz hueca, proferida en un terrible esfuerzo, se dirigió a él.
- Vaya… así que tenías… un as en la manga… ¿Eh?
Era el nigromante. No sólo estaba vivo, si no también consciente.
- Ya te dije que no me subestimaras – respondió Juan José, relajando su postura, quedando obvio que su adversario ya no era una amenaza – No soy un mago normal, he sido adiestrado para cazar a los que sois como tú.
No hubo respuesta a eso, sólo una débil risa cargada de resignación.
Era obvio que se había dado por vencido, y ya sólo le quedaba morir, pero no lo dejaría irse así como así, antes necesitaba respuestas.
- Fuiste el primero ¿Verdad? – preguntó sin ambages – El primer desaparecido.
- …Sí – La respuesta tardó en llegar, al punto en que Juan llegó a pensar que ya había dado el último suspiro – Este lugar… era perfecto…
- ¿Perfecto? ¿Perfecto para qué?
- La gente viene… investiga… Sólo necesitas paciencia… Es fácil… conseguir sacrificios…
- No me has respondido, nigromante.
Ante la vaguedad de aquella respuesta, el Belnades sintió una punzada de desesperación. Desde que encontraron el primer sacrificio su mente se había llenado de preguntas.
- ¿Y para qué… querrías… mi respuesta? No cambiaría… nada…
Se preguntaba por qué era necesario todo aquello, por qué alguien mataría en pos de la magia, por qué una persona con corazón incurriría en semejante crueldad.
Qué razón podía haber para abandonar tu humanidad, y a cambio de qué.
- ¿Qué te trajo aquí en primer lugar?
- No me… acuerdo…
- ¿Por qué empezaste a matar? ¿Por qué recurriste a la nigromancia?
- …No lo sé
Dio un paso hacia delante, la poca magia que le quedaba empezaba a arremolinarse en su interior. Se estaba exasperando.
- ¿Por qué querías resucitar a Drácula? ¿¡Qué es lo que buscabas!?
El nigromante, que hasta ahora había permanecido con la cabeza gacha, completamente desprovisto de fuerzas, alzó la testa todo lo que pudo y lo miró directamente a los ojos.
Su voz, cuando empezó a articular la siguiente respuesta, tenía un fuerte tinte de locura y, al mismo tiempo, estupor, como si acabara de darse cuenta de algo importante.
- No lo sé… Cuando me metí en el capullo… lo olvidé… Lo olvidé todo… Me transformé… Sólo quería… traer de vuelta la… oscuridad…
Aquello paralizó momentáneamente a Juan José ¿El capullo? Había oído hablar de aquel ritual, había leído sobre él, pero… No podía ser, aquel ritual se había perdido, desaparecido en las brumas del tiempo.
Tenía que preguntarle. Si aquella ceremonia aún existía… Si había sido recuperada…
- El capullo… ¿Te refieres al manto? ¿El manto de Graag?
De nuevo, una risa. Débil, vacía, casi sardónica. Después de proferirla, el nigromante se movió una vez más, avanzando hacia el muchacho, extendiendo una de sus manos.
Abajo, Adela rechazaba al gólem con un certero Kornephoros después de desembarazarse de unos cuantos esqueletos. Pese a que había conseguido mantener a los muertos vivientes a raya, sus brazos exhibían moratones producto de algunos ataques que no había conseguido esquivar, y el cansancio acumulado empezaba a ralentizar sus movimientos.
No obstante, se negaba a bajar el ritmo, y se estaba preparando a embestir de nuevo cuando, de repente, las filas de muertos vivientes empezaron a reducirse por sí solas, con los esqueletos descoyuntándose y cayendo al suelo como marionetas sin hilos, y los zombis perdiendo todo atisbo de movimiento y derrumbándose. En ambos casos, los restos eran consumidos por las llamas con rapidez, quedando de ellos poco más que unas míseras cenizas.
El propio gólem empezó, poco a poco, a descomponerse, con los restos que lo conformaban desprendiéndose de su cuerpo mientras avanzaba hacia ella, probablemente intentando asestar un último golpe, a lo que la luchadora respondió golpeándolo con la esfera del johyo antes de darle la más mínima oportunidad. Cuando cayó, ya no volvió a levantarse, y a pasados unos segundos no era más que un montón de carne podrida y nauseabunda.
Ante esto, Adela respiró. Aquello sólo podía significar una cosa: Juan José había resultado victorioso.
Expectante, volteó para mirar al arco que daba acceso al recinto de la iglesia, de donde el Belnades emergió poco después, visiblemente agotado. Pese a la expresión grave que su compañero parecía enarbolar, Adela no pudo contener una enorme sonrisa.
- ¡Juan! – lo llamó - ¿Se acabó? ¿Misión cumplida?
Al escuchar la voz de su compañera Juan José dibujó, a su vez, una cansada pero amplia sonrisa.
- Sí – respondió – Misión cumplida.
Aún pasaron un par de horas hasta que Luisa arribó a Turruncún.
Juan José y Adela la esperaban allí, descansando en un asiento que la luchadora improvisó tomando escombros de diversas ruinas y acomodándolos. No era el mejor de los lugares para reposar, pero no tenían mucho donde elegir.
A su llegada, la informaron de inmediato sobre los supervivientes, y Adela la guio hasta el campanario y ayudó a cargarlos en el Jeep. Después de esto aún tuvieron que esperar otras tres horas sentados en el cúmulo de piedras, mirando al horizonte.
Intercambiaron muy pocas palabras en todo ese tiempo, únicamente interesándose por el estado del otro, y aseverándose el uno al otro que se encontraban bien o, al menos, sustancialmente mejor que después de su primera misión.
No querían hablar del horror que habían visto allí, antes necesitaban asimilarlo, dejar que penetrara en sus corazones.
Cuando por fin se hallaron en el Jeep, ya había anochecido. Juan no tardó en caer dormido, acurrucado a un lado del asiento trasero mientras Adela, sentada en el otro extremo, contemplaba las farolas que iluminaban intermitentemente la carretera.
- Sabías que estarían casi todos muertos ¿Verdad? – preguntó de repente a Luisa, tras un largo silencio.
- No, pero lo suponía – respondió la Belnades, seria – De hecho, no esperaba más de un superviviente.
- ¿…Por qué? No estábamos preparados para esto.
La voz de Adela estaba teñida de reproche, cosa que a Luisa no le extrañó en absoluto.
- Porque necesitáis ver la realidad de nuestro mundo con vuestros propios ojos, Adela – respondió – Antes de que sea demasiado tarde.
- La… ¿Realidad?
- Sí – la voz de Luisa adoptó un tono grave a la par que severo – No importa con cuantas ganas luchéis, ni lo poderosos que seáis: No podéis salvarlos a todos. Esa es una verdad que no todos descubren a tiempo.
Aunque no llegó ninguna respuesta a eso, el rictus de tristeza de Adela reflejado en el espejo central decía mucho más de lo que hubiera querido expresar.
- Es injusto…
- Lo sé
Volvió a hacerse el silencio. Un largo y pesado silencio sólo roto por el runrún del motor del imponente Jeep. Desde su lugar, Adela miró largamente a Juan, pensando en su papel a lo largo de la misión, todo lo que había hecho, y todo lo que había demostrado.
Dormía pacíficamente, acurrucado como buenamente podía, con los antebrazos aún embutidos en aquellos brazales cobrizos.
- Quiero volver a casa – articuló de repente – Necesito dormir.
Estaba agotada, no tanto física como mentalmente. Tenía demasiado en lo que pensar, demasiado que asimilar. Lo que había visto, lo que había vivido… sabía que no podría sacudírselo, no podría olvidarlo, su única alternativa era absorberlo y fortalecerse. No tenía alternativa.
- Lo siento, pero eso tendrá que esperar – respondió a aquello Luisa, disculpándose claramente – Podréis descansar esta noche, pero mañana temprano tengo que llevaros al aeropuerto. Tenéis que ir a la hermandad.
- ¿A la hermandad? – La muchacha bufó, claramente irritada - ¿Y no pueden esperar? ¡Estoy hecha polvo, y mira Juan! ¡Se ha quedado frito apenas nos hemos metido en el coche!
- Lo sé… pero por desgracia es urgente. Se han puesto en contacto conmigo esta mañana, el clan Belmont os reclama.
