Cuando despertaron aquella mañana en el ruinoso caserío de Villarroya, se encontraron con un opíparo desayuno del que tuvieron que dar cuenta rápidamente, ya que Luisa debía llevarlos al aeropuerto de la provincia para coger un avión sin escalas a Sicilia, donde se hallaba la hermandad de la luz.
Antes de partir, eso sí, intercambiaron con ella toda la información relevante que obtuvieron durante la misión, desde la composición de los círculos mágicos a las criaturas enfrentadas, y Juan insistió especialmente en el manto de Graag, cuya relevancia, coincidió su hermana, era enorme. Del informe oficial se harían cargo más adelante.
Desde el aeropuerto de Catania, sus acreditaciones les granjearon el acceso a un pequeño tren de cercanías que los llevaría a un pueblecito en la región de Ficarella, donde se hallaba el templo de la hermandad de la luz.
Antes de alcanzar el templo debían atravesar el pueblo que lo precedía, un lugar conocido como Monte della speranza que actuaba como hogar para los trabajadores de la hermandad y ciudad-dormitorio para los estudiantes. Así mismo, las viviendas más cercanas al templo estaban reservados para los cazadores, que las utilizaban como alojamiento temporal entre misiones.
Monte della speranza era, a juicio de los dos adolescentes, una hermosa aldea que no habría quedado fuera de lugar en cualquier punto de la campiña española. Compuesta de viviendas de dos plantas pintadas con cal y techadas con teja cerámica de color terracota, con elaborados balcones de forja, rebosantes de merced de la multitud de macetas floreadas que los decoraban.
Sobre el empedrado de la calle central se llevaba a cabo una actividad febril, hombres y mujeres de todas las edades poblaban los pequeños puestos del mercado que ascendía la avenida, se detenían a refrescarse en las terrazas de bares y cafeterías a pie de calle o simplemente intercambiaban saludos o pequeñas conversaciones. En las zonas más despejadas, pequeños corrillos de niños se acuclillaban para jugar a lo que fuera o aprovechaban cualquier espacio para darle patadas a una pelota contra los deseos de los vecinos cercanos, que vigilaban desde sus casas, preparados para intervenir si se escapaba algún balonazo a las ventanas.
Era un lugar bullicioso y lleno de vida que nunca fallaba en levantarles el ánimo.
- ¿Para qué crees que nos necesitarán?
Cuando por fin arribaron al barrio colindante con los terrenos del templo y no tenían que levantar la voz para hablar, Adela se dirigió a su compañero con la pregunta que llevaba acuciándola todo el viaje.
- Hmmmmm… - Juan dudó, elevando la vista al cielo por unos segundos – La verdad, ni idea. No es raro que los clanes de la hermandad pidan ayuda a otros clanes o familias – explicó – Pero ¿Miembros específicos? Además, si Luisa decía la verdad, nos han llamado a los dos.
- ¿No tendrá que ver con lo de los partes? – replicó ella, con un deje de preocupación reflejado en su voz.
- No, de ser así nos habría reclamado directamente el líder, o tal vez el departamento de contabilidad. Ese asunto concierne directamente a la hermandad y, como mucho, a los Belnades.
- Espero que tengas razón.
Continuaron la conversación teorizando sobre por qué habían sido reclamados mientras poco a poco alcanzaban la plaza del templo. No decían una sola palabra sobre la recién terminada misión en Turruncún, no hacía falta en realidad, ya que había sido el tema principal de conversación durante el viaje, compartiendo desde sus impresiones hasta los descubrimientos y teorías de Juan acerca del nigromante.
Adela incluso confió al hechicero la conversación que mantuvo con Luisa en el Jeep. Juan coincidió con ella en lo injusto de la situación, pero no pudo negar que su hermana tenía razón también: Les gustase o no, aquella era la realidad de su oficio, y debían aprender a vivir con ello.
Aunque, añadió, no habría estado de más un poco de ayuda externa.
Terminada la conversación, decidieron de mutuo acuerdo aparcar el tema. Ya pensarían sobre ello, antes debían centrarse en lo que tenían enfrente.
Al cabo de unos minutos arribaron por fin a la plaza. La actividad allí era escasa en comparación con el pueblo, sólo algunos cazadores circulaban por el lugar, mientras que unos pocos aprendices descansaban en los bancos o preparaban sus clases teóricas.
Adela recordó cómo su maestro, Kraus Van Helsing, solía decir que lo peor que podía pasar era que la hermandad se convirtiera en un hervidero, porque eso quería decir que algo gordo estaba pasando.
Entre la gente que iba y venía no pudieron evitar fijarse en alguien que claramente destacaba sobre los demás. Era un muchacho, claramente mayor que ellos pero igualmente joven, a ojo de buen cubero tendría… ¿diecisiete años? ¿dieciocho?
Era alto y robusto, con un torso musculado que se marcaba fácilmente bajo la camiseta negra ceñida y unos fornidos brazos fácilmente comparables a troncos. Junto a la camiseta vestía unos pantalones vaqueros, calzando botas militares, y lucía una melena castaña rojiza que caía hasta el centro de sus omoplatos.
Ella identificó su vestimenta como la base del traje de batalla de un luchador o un guerrero, y así se lo indicó a Juan José, pero aparte de ese detalle decidieron ignorarlo y continuar hacia el edificio principal. No querían perder más tiempo.
- ¡Eh! ¡Eh! ¡Esperad! ¿Juan José Belnades? ¿Eres tú?
Se detuvieron ante la repentina llamada. Al voltear hacia origen de la voz encontraron que aquel que les había llamado la atención se dirigía a ellos a la carrera, extendiendo una de sus manos para darles el alto.
- Sí, soy yo – respondió el aludido de inmediato, adoptando cierta actitud defensiva - ¿Quién lo pregunta?
- ¡Bien! – el desconocido se detuvo, tomando aire por un segundo - Y tú debes ser Adela Fernández ¿No? – ella asintió sin hablar - ¡Os estaba esperando! Soy Schneider Belmont, del clan de cazavampiros Belmont.
Ahora que estaban frente a frente con él pudieron observarlo con más atención. Efectivamente era alto, sacándoles casi dos cabezas de altura, su rostro de mandíbula cuadrada estaba perlado con unos ojos grises redondeados y una nariz chata de puente ancho, rematado con una boca ancha y expresiva. La melena castaña rojiza se mostraba asalvajada, con un flequillo que caía incontrolable sobre su frente y algunos mechones derramándose sobre sus anchos hombros.
Visto de cerca, tenían la impresión de encontrarse ante un poderoso león.
Les tendió la mano, enguantada en un desgastado mitón verde, y ambos la apretaron cordialmente. Cuando decidieron responder, Juan tomó la palabra de motu propio.
- Schneider ¿Eh? – comentó – Encantado de conocerte, supongo que eres hijo de Marcus ¿no? No se sabe mucho de vosotros.
- Bueno… - El aludido se encogió de hombros – Sólo somos un clan más, preferimos no tener mucha presencia ¿Perteneces a la rama principal?
- Así es, soy el más pequeño de los hermanos Belnades ¿Y tú?
- Mediano. Somos tres hermanos en total.
Aquello parecía ser suficiente en lo que respecta a las presentaciones. Adela, cruzada de brazos, había prestado extrema atención. Irónicamente, ella parecía saber más del clan Belmont que Juan, ya que Van Helsing había mantenido un contacto muy estrecho con Marcus, y en más de una ocasión algunos miembros de la rama principal se habían presentado en su lugar de entrenamiento, acompañando al líder de la hermandad.
Aunque no tenía ni idea de que fueran tres hermanos.
Probablemente, los grandes clanes tuvieran mucho que esconder los unos de los otros.
- Bueno, pues supongo que eres tú quien nos ha llamado ¿No? – Acabó preguntando Juan José al final, yendo directamente al grano - ¿Para qué nos necesitáis?
- ¿Eh? No, yo os estaba esperando ¡Pero para conoceros! – respondió con entusiasmo - Quería saber quién era el hechicero que ha resuelto la papeleta en el Cortijo del Fraile.
- El… ¿Hechicero? – La expresión de ambos jóvenes cambió. Adela frunció el ceño con extrañeza, mientras que Juan se puso de inmediato en guardia, serio.
- Sí. Se dice que fue un Belnades el que derrotó a aquel vampiro. Eras tú ¿Verdad?
- No
Se hizo el silencio. El no de Juan fue tan rotundo, tan tajante, que pareció coger al Belmont por sorpresa, ya que este tardó en responder.
- ¿…Perdona? ¡Pero si el informe que llegó de los Belnades decía que…!
- Ese informe era falso y fue corregido – lo interrumpió, frunciendo el ceño en una expresión de ira contenida mientras su voz seguía aparentando calma – Fue mi compañera quien derrotó a esa cosa, yo actué de apoyo.
Silencio de nuevo. Pese a que inicialmente encontraron a Schneider amigable, aquel intercambio los había irritado a ambos, y Juan en particular no quería tener nada más que ver con él por el momento. Viendo que la conversación parecía haber llegado a su fin, dio la espalda al Belmont y echó a andar al templo, al lado de su compañera.
- Si de verdad quieres saber lo que pasó - se dirigió a él, volteando para encararlo una vez más antes de continuar – consulta mi segundo parte y también el de Adela. Los dos. No me hables del tema antes de que lo hayas hecho.
Y, con esto, continuaron su camino.
- Juan ¿De verdad crees que eso era necesario? – preguntó Adela al Belnades en un susurro cuando ya se hubieron alejado lo suficiente - ¡Es un Belmont! ¿No afectará esto a tu reputación?
Aunque sin lugar a dudas Juan José había hecho lo correcto, Adela no podía evitar preocuparse.
- No quiero una reputación construida sobre mentiras – respondió él de inmediato – Menos aun cuando la verdad ha estado ahí desde el principio.
Su humor había cambiado drásticamente, y no podía culparle. Aunque no conocía toda la extensión de lo ocurrido respecto al falso parte, la muchacha era consciente de lo mucho que había afectado a su compañero, y cuánto odiaba el hecho de que hubiera ocurrido.
Bastaba con verle la cara para darse cuenta de que planeaba cantarle las cuarenta al líder apenas lo tuviera delante.
- ¿Es así como derrotasteis a esa cosa, entonces? ¿Contigo escondiéndote detrás de las faldas de esa chiquilla?
Se detuvieron de inmediato. Ya casi se hallaban en los escalones que daban acceso a la puerta del edificio principal, así que quien profirió aquello había tenido que levantar la voz por narices.
Y, por supuesto, el responsable de ello era Schneider Belmont.
Adela volteó de inmediato, apretando los dientes, pero Juan le puso una mano en el hombro para detenerla antes de que llegara a decir nada.
- Déjalo – le dijo – Si quiere verlo así, es cosa suya.
Pero ella no quiso escucharlo.
- ¿¡Qué se supone que significa eso, Belmont!?
En la lejanía, Schneider se había cruzado de brazos, dirigiéndoles una mirada de suficiencia.
- Por si no ha quedado claro – respondió él de inmediato – Le estoy llamando cobarde.
- ¿¡CÓMO!?
- Adela… déjalo, venga.
- He dicho – prosiguió Schneider – Que es un cobarde ¿Pretendes que me crea – según hablaba seguía alzando la voz, claramente tratando de avergonzar a Juan, agitar a Adela o quizá ambas cosas – que un miembro del poderoso clan Belnades se escondió en la retaguardia mientras tú hacías todo el trabajo? ¿¡A eso ha quedado reducido un nombre tan orgulloso!?
- ¡JUAN NO ES UN COBARDE!
- He sido adiestrado – respondió él también, alzando la voz lo suficiente como para ser oído – para ejecutar mis conjuros desde la retaguardia, no me gusta y estoy trabajando en ello, pero quiera o no, por ahora no tengo otro remedio. Me da igual si te parece una cobardía por mi parte, Belmont, pero hay una razón para ello.
- ¡Eso son excusas, Belnades! ¡Al final, lo que importa en combate es luchar, no esconderse detrás de las faldas de nadie! ¡Lo sabes tan bien como yo, chaval!
Mientras lo oía pronunciar estas palabras, Adela lanzó una mirada furtiva a su compañero y pudo ver cómo su rostro se constreñía momentáneamente en una expresión iracunda, aquello fue demasiado para ella y, en un brusco movimiento, se deshizo de su mano y echó a andar hacia Schneider.
¡No podía creer lo que estaba oyendo! Mientras daba zancadas, revivía en su mente cómo Juan arriesgó la vida en varias ocasiones durante la batalla del Cortijo del Fraile, cómo se sacrificó para curarla in extremis, y cómo usó su poder y conocimientos a lo largo de la misión que acababan de completar para localizar a las víctimas, salvar a los supervivientes y, al final, derrotar al nigromante en solitario.
Juan José Belnades no era un cobarde, y no iba a permitir que nadie se atreviera a decir lo contrario.
Apenas alcanzó al Belmont, vio cómo su sonrisa condescendiente mutó en confiada y altiva. Aparentemente, parecía esperar que simplemente se detuviera frente a él, y no reaccionó a tiempo para impedir que la luchadora alargara la mano y agarrara el cuello de su camiseta, con tal fuerza que lo empujó hacia atrás en el mismo movimiento.
- ¡RETIRA ESO! – rugió de inmediato - ¡RETÍRALO INMEDIATAMENTE!
- ¿…O qué?
- ¡O TE DARÉ UNA PALIZA!
La respuesta, al parecer, también fue inesperada, tanto que algunos de los espectadores se detuvieron de inmediato, y se hizo el silencio en la plaza.
Entre tanto, Juan desandaba sus pasos y corría hacia ellos, alarmado.
- ¿Estás segura de lo que dices? – respondió Schneider a la amenaza, sin perder su expresión de suficiencia – Soy un Belmont, Fernández ¡Acabarías en el suelo antes de poder darme un solo puñetazo!
Estaba claro que aquellas palabras tenían como objetivo disuadirla, pero el efecto fue exactamente el opuesto, ya que Adela usó su mano libre para lanzar un potente puñetazo, obligando a Schneider a retroceder para evitar el impacto.
- ¡Muy bien, Adela Fernández! ¡Acepto tu desafío! – clamó con una sonrisa de satisfacción, mientras golpeaba animadamente la palma de su mano izquierda con el puño - ¡Vamos!
Sin pronunciar palabra, Adela empezó a avanzar hacia él, con su aura bullendo y el rostro teñido por la ira. Apenas había dado un par de pasos cuando sintió la mano de Juan en su hombro, firme, conteniéndola.
- Adela, acaba de declarar duelo – le dijo el Belnades, bajando la voz todo lo posible – Por favor, cálmate y respeta las normas, podrías salir muy malparada de esto.
- Juan… ¡No te metas!
Ni siquiera había volteado la cabeza para mirarlo. Estaba demasiado cabreada para ello y se reflejaba perfectamente en su voz, ahora grave y bronca. Ante esto, la rodeó hasta situarse justo frente a ella, y colocó ambas manos sobre los hombros de la muchacha.
- No me voy a meter – respondió, con voz firme, mirándola a los ojos – Pero necesitas calmarte un poco y acordarte de las normas de los desafíos. ¡Es un Belmont! Si cometes alguna infracción, sería tu palabra contra la suya.
- ¡Te ha llamado cobarde!
- Sí, y él es un idiota, pero es un idiota con el poder para destruirte si cometes alguna infracción. Necesitas recuperar la calma.
No podía permitir que se lanzara al combate en ese estado, no sabía de lo que era capaz, y eso lo aterrorizaba ¿Y si Schneider Belmont era como su padre, Malaquías? ¿Y si buscaba un resquicio, un fallo, cualquier cosa, para arruinarla? El incidente del parte falso aún estaba demasiado reciente en su memoria, demasiado fresco.
En cuanto a Adela, ya fuera por tenerlo frente a frente, por la suavidad de su voz o por la firmeza reflejada en su rostro, las palabras de Juan José lograron tranquilizarla considerablemente.
Después de unos segundos, la luchadora respiró profundamente.
- Muy bien – aceptó – Muy bien, estoy más tranquila, pero no me quedaré a gusto hasta que le parta la boca a ese capullo.
Sin decir una palabra más, Juan asintió y se apartó. Aunque no terminaba de entender por qué se había enfurecido tanto, sabía que no sería capaz de detenerla. Tan sólo podía esperar que fuera precavida; idiota o no, su adversario era un Belmont, su fuerza y poder estaban muy por encima de los de cualquier otro cazador de la hermandad.
Adela, habiéndose apartado Juan de su camino por fin, empezó a avanzar hacia su adversario. Para sus adentros, no pudo hacer otra cosa que agradecer que Juan se hubiera interpuesto, aquello la había ayudado a enfriar los ánimos lo suficiente como para combatir en condiciones.
Y es que ya había decidido que no había otra opción, no pensaba perdonarle el haberlo insultado. Bajo ningún concepto.
Schneider se la esperaba en el centro de la plaza, de hecho, aparentemente se había hecho cargo incluso de apartar a los presentes para abrir espacio para el combate.
No tardó en alcanzarlo, y una vez estuvieron frente a frente el Belmont extendió el puño, quedando ambos a una distancia cercana, pero igualmente prudencial.
La muchacha extendió el puño a su vez y ambos chocaron. Aquel era el saludo reglamentario, una vez ejecutado tendría lugar el combate.
- ¡Que gane el mejor! – clamó Schneider alegremente, con una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
- Que gane el mejor – respondió Adela mecánicamente, retrocediendo hasta situarse a la distancia estipulada.
Cuando ya se hallaban a distancia de combate, ambos voltearon y adoptaron una pose de combate. Él, una pose de combate estándar con la guardia alta, piernas flexionadas y manos a la altura del pecho, ella, una pierna adelantada y flexionada, la otra atrasada y estirada, con los pies apuntalados y el brazo atrasado recogido, mientras que el adelantado se extendía hacia el frente, con la mano abierta.
Las auras de ambos se dispararon, encontrándose en el centro de la plaza y ocupando todo el perímetro de la misma.
A ver aquello, todos los presentes comprendieron algo de inmediato:
Aquella sería una lucha sin cuartel.
