Chica Dorada

El exterior del palacio abandonado seguía siendo un espectáculo glorioso. Anastasia sintió como si estuviera paseando por los recuerdos de todos los que habían estado aquí antes que ella. Podía imaginárselo lleno de brujas y magos vestidos con sus mejores galas para una noche de baile y diversión. Le hubiera gustado estar allí para verlo tal y como era antes.

Para poder ver mejor a través de las ventanas y entradas tapiadas, Anastasia se recogió los rizos de la cara y se metió algunos trozos sueltos en el gorro que llevaba. Crookshanks se paseó con ella, maullando a un lado y a otro antes de escabullirse entre la madera y brincar hacia el interior.

—¡Crookshanks! Crooks! —llamó Anastasia al travieso gato—. Maldita sea. —Echó un vistazo a las tablas y sacó su varita, de madera de vid oscura con núcleo de fibra de corazón de dragón. El fabricante de varitas ambulante que se detuvo en el orfanato le dijo que su antigua varita debía de estar hecha de lo mismo, ya que conectaba tan bien con esta—. ¡Diffindo!

Apartando los trozos de madera con las botas, Anastasia se agachó para entrar y perseguir de nuevo a su obstinado gato.

Una vez que se puso en pie y miró a su alrededor, Anastasia contuvo la respiración, asombrada. Aunque todos los rincones y grietas del edificio estaban cubiertos de telarañas, la belleza y la complejidad de los detalles de cada superficie parecían sacadas de un sueño. Todos los muebles estaban cubiertos con telas blancas para protegerlos de la intemperie, pero Anastasia podía imaginárselos como eran antes, con colores brillantes y diseños dorados. Los pies con garras asomando bajo las sábanas.

Largas y delgadas mesas se alineaban en las paredes, repletas de velas medio derretidas sobre altos soportes y de intrincados platos muy bien dispuestos. Intactos desde el fatídico día, espesos de polvo. Anastasia cogió uno despacio y le quitó el polvo. Una visión bailó en el reflejo del plato. Era ella misma, más joven, más feliz. Bailando con un hombre con gafas. Se sonreían mutuamente. Terminó antes de lo que había empezado. Anastasia tenía los ojos muy abiertos.

¿Un recuerdo?

Dejó el plato en la mesa y siguió a Crookshanks al interior del palacio, a un balcón que daba a un gran salón de baile, con escaleras a ambos lados que conducían a él. Podía oír la música que sonaba e imaginarse los bailes en su apogeo.

—Este lugar, —susurró a la habitación—. Es como si reviviera un sueño.

Crookshanks bajó las escaleras y Anastasia lo siguió, arrastrando la mano por la barandilla. Empezó a cantar una canción que no sabía que conocía, las palabras salieron de su boca antes de que su mente pudiera recordarlas.

Dulce voz

Ven a mí

Haz que el alma recuerde

Oigo aun cuanto oí

Una vez en Diciembre

Las lámparas de araña de cristal y oro que colgaban del techo se alineaban en dos filas a ambos lados de la gran sala. En lugar de papel pintado, las paredes estaban formadas por ventanas de cristal que daban a nuevas habitaciones. Estaban perfiladas con adornos dorados y captaron la atención de Anastasia.

Dio vueltas por el salón de baile, imaginando una multitud bailando con ella. Sus harapientas ropas se convirtieron en un vestido de brillantes amarillos y azules. Su pelo, recogido con un lazo a juego. El antiguo salón de baile cobró vida ante sus ojos. Coronas sobre las cabezas y joyas enganchadas en cuellos y muñecas. Niños riendo, persiguiéndose entre las olas de gente.

¿Quién me abraza con amor?

Veo prados alrededor

Esa gente tan feliz

Son sombras para mí

Anastasia se imaginaba a sus amigos sosteniéndole la mano y conversando con ella con emoción. Una rubia de sonrisa suave. Una pelirroja sonriente con los ojos iluminados. Un joven de aspecto similar con pecas en las mejillas. La conocen. La quieren. Los amigos la llevan al centro de la sala donde hay un hombre. El mismo hombre de su visión. Alto, moreno y con gafas. Una sonrisa bobalicona y una cicatriz en la frente. Se inclina ante ella y ella hace una reverencia, dándole la mano.

Cuando fue no murió

Como fuego que prende

Volverá esa voz

Cuando llegue Diciembre

El hombre la hace girar en el aire mientras los demás se mueven a su alrededor. En la esquina de su visión hay otro hombre, rubio, que la observa con una sonrisa. Cuando vuelve a mirar, no le encuentra. Todos han desaparecido excepto el hombre con el que bailaba. Él le suelta la mano y se inclina de nuevo, Anastasia se hunde en el suelo haciéndole una reverencia baja. Ella sigue sentada en el suelo mientras todo vuelve a su verdadera forma, en el viejo y polvoriento palacio.

Oigo cuanto oí

Una vez en Diciembre

—¡Eh! ¿Qué estás haciendo aquí?

Anastasia gira la cabeza, jadeante. Un hombre estaba al otro lado de la habitación por donde ella había entrado. Bajó corriendo las escaleras, con la túnica ondeando a sus espaldas. Ella se levanta de un salto y corre en dirección contraria, con su gato pisándole los talones. Al final de la escalera se detiene y mira hacia atrás, con el pelo suelto bajo la coleta. Se encuentra con los ojos del hombre, ahora hay otro junto a él.

—Di, ¿cómo has entrado a-aquí?

.

.

Draco miró a la bruja y todo lo que vio fue a Hermione. Su Hermione. Ella le devuelve la mirada con una expresión tan inexpresiva, que no la reconoce en absoluto. Tarda un momento, pero Draco sabe que no es ella y respira hondo. Cuando exhala, los muros de oclusión vuelven a levantarse y ella no es más que otra bruja. Un parecido impresionante, pero no su Granger.

Le da un codazo a Theo.

—¿Ves lo mismo que yo?

—Sí, sí. Parece que has conseguido tu deseo después de todo, —replica, también mirando abiertamente a la bruja que tienen delante.

Sus propios ojos empezaron a sospechar.

—¿Eres Dimitri?, —preguntó.

Merlín, hasta sonaba como Granger.

Granger está muerta.

Muerta.

Muerta.

Muerta.

—Puede, eso depende de quién le ande buscando. —Su bravuconería volvió a ponerse en marcha. Draco se reunió con ella al final de las escaleras, Theo justo detrás de él. Observó su aspecto más de cerca mientras caminaba a su alrededor, ella nunca dejó que su mirada se desviara de su cara mientras lo hacía.

—Necesito papeles para viajar, ¿estás... por qué giras a mi alrededor, acaso tu animago es un buitre o algo así? —lo miró fijamente.

Draco se burló al principio, pero cuando le vino una idea a la cabeza tosió para disimularla.

—¿Cómo te llamas?

—Anastasia.

—¿Apellido?

—Yo no... ¿Qué tiene que ver esto? ¿Puedes conseguirme un visado o no? No sé mi apellido, no tengo identificación. —La despampanante bruja divagaba, como su Hermione, también—. Me trasladaron durante la revolución debido a una lesión en la cabeza. Tengo muy pocos recuerdos de mi pasado. Solo busco llegar a París.

—París, dices. Estamos... —Theo se animó.

—¡Nosotros también vamos a París! —interrumpió Draco, lanzándole una mirada a Theo—. Yo me encargo. —Murmuró—. Tú, Anastasia pareces idéntica a la Chica Dorada perdida, ¿te lo han dicho alguna vez?

—¿Te refieres a la heroína de guerra, Hermione Granger? —Anastasia parpadeó. Dos veces.

—La misma.

—Bueno... yo... no. No me lo habían dicho antes. Y a qué te refieres con perdida, pensé que había perecido en la batalla aquí con Voldemort.

Draco se estremeció al oír el nombre, pero se recuperó rápidamente.

—Bueno, tengo tres pasajes para salir de aquí a París, —los levantó y la bruja agarró uno. Se rio entre dientes—. Desgraciadamente, el tercero es para Hermione. —Los apartó y volvió a guardarlos en el bolsillo.

Theo le lanzó una mirada antes de añadir.

—Vamos a reunir al elegido, Harry Potter y su Chica Dorada. Te pareces... un poco a ella. Los mismos gestos, el mismo porte, la misma voz...

Siguió mirándolos con cara de incredulidad.

—Mira, —le explicó Draco—. Solo pretendo decirte que hemos visto a cientos de chicas de toda la región y ninguna de ellas se parece a Hermione Granger tanto como tú. ¿Ves? —Saca una foto que guardaba en el bolsillo interior de su abrigo. Era Hermione a la salida del ministerio cuando iban a tomar un café, llevaba esa sonrisa secreta que siempre le dedicaba.

Anastasia se quedó mirando demasiado tiempo, pero a él no le importó. Otra oportunidad de verla durante más tiempo. Podía mirar la foto todo lo que quisiera. No la traería de vuelta.

—¡Pensaba que estabais locos, pero ahora sé que estáis locos de remate! —Se rio y empezó a alejarse.

—¿Por qué? —Draco se metió las manos en los bolsillos. Se detuvo, pero no se dio la vuelta—. No recuerda su pasado. Lleva años desaparecida. No sabes lo que te pasó.

—Nadie sabe lo que le pasó a ella, —dijo Theo.

Anastasia volvió a girarse lentamente. Draco empezó a sonreír.

—Y sus amigos están en París. Su mejor amigo. ¿Nunca has pensado que podría ser posible?

Volvió a poner los ojos en blanco.

—¿Que podría ser la bruja más brillante de su generación? Por favor. Era una heroína de guerra. Pero claro, sí, que chica solitaria no soñaría con ser una bruja famosa.

—Y en alguna parte, alguna chica lo es, —añadió Theo.

Un gato naranja salió de su escondite, ronroneando y frotándose entre las piernas de Theo, alrededor de los tobillos. Le siseó a Draco. Draco estuvo a punto de devolverle el siseo, pero luego echó un segundo vistazo. ¿Era...?

—¡Crooks! Es de muy mala educación sisear a un desconocido.

No era posible en absoluto.

—¿Crookshanks?

—¿Sí? —Anastasia le miró interrogante.

Draco soltó una carcajada.

—¿Cómo conseguiste el gato de Granger?

—No estoy segura. Me encontraron malherida y sin recuerdos. Este gato fue descubierto a mi lado y tenía esta placa con su nombre, así que lo seguí.

Draco no podía atribuirlo a una coincidencia, ¿verdad? No. Crookshanks debió huir del palacio durante el caos y encontró a la chica que se parecía a su antigua dueña. Esa es la única explicación real. Hermione nunca iba a ningún lado por más de unos días sin él.

Sus cejas se dibujaron mientras miraba fijamente a la pequeña bestia salvaje.

—Sí que eres listo, pequeño Crooks. —Cuando el kneazle arqueó la espalda, Draco puso los ojos en blanco—. Sigues odiándome entonces... entendido.

Anastasia los miró a él y a Theo como si estuvieran locos.

—Muy bien, bueno...

Theo empezó a hablar, y Draco supo que estaba a punto de informarle de su pequeño plan de repartirse el dinero de la recompensa e invitarla a participar en el plan. Algo dentro de Draco le hizo cerrar la boca a su amigo. Dividir la fortuna a la mitad sería mucho mejor que a tercios. Y esta mujer parecía bastante fácil de convencer sin la promesa de galeones.

Silencio. —Draco movió la varita a su espalda y la voz de Theo se le quedó en la garganta. Giró la cabeza hacia Draco, con una mirada que hizo que Draco soltara una carcajada.

—Nos gustaría ayudarte a encontrar... lo que sea que buscas, pero el deber nos llama y debemos irnos. ¡Tenemos que coger un tren! —Vio la cara de Anastasia decaer y tuvo que ocultar su sonrisa.

Draco se apartó de ella, se abrochó la chaqueta y bajó las escaleras rápidamente con Theo pisándole los talones. Sacando su varita, Draco permitió que su amigo volviera a hablar, y susurrando en voz baja para que la mujer no pudiera oírlo, informó a Theodore de su proceso de pensamiento.

—Solo dale un segundo, amigo. ¿Por qué compartir el dinero del premio cuando ella quiere unirse a nosotros gratis? Te lo prometo, la tengo en la palma de mi...

—¡Dimitri! —gritó Anastasia tras ellos.

—Mano. —Draco desvió los ojos a un lado para encontrarse con los de Theo e inclinó la cabeza. Theo podría haber tardado en entender, pero ahora que estaba atrapado... Esto sería más fácil que las clases de montar en escoba de primer año.

Se giró hacia Anastasia, aún sorprendido por lo extraña que era su apariencia en comparación con la de su amor. Oyó en su cabeza los ecos de los cotilleos de la gente del pueblo.

Más la Chica Dorada se salvó

Mirando fijamente a los ojos de Anastasia, levantó los muros, ladrillo a ladrillo.

Hasta que no quedó nada del hombre que Hermione había hecho salir.

Solo el viejo, malvado y conspirador Malfoy.

—¿Me llamabas? —le preguntó.

Juntó las manos y entrelazó los dedos.

—No podemos saber si soy ella o no, ¿verdad? —Levantó las manos—. Quiero decir, ¡es posible! Y si Harry Potter, si el Ministro, no me reconoce, no pasa nada.

Ambos magos la sonrieron y Theo expresó su acuerdo.

—Por supuesto, querida. En cualquier caso, irías a París. —Le tendió la mano y se la estrechó.

Draco hizo un gesto dramático con la mano.

—Permítame presentarle a la Chica Dorada, Hermione Granger.

—¡Crookshanks! ¡Nos vamos a París! —Anastasia soltó un chillido.

Draco frunció el ceño mirando al gato que ahora estaba en sus brazos.

—Uhh, no. No voy a viajar con esa pequeña bestia.

—Sí, lo harás, —respondió rotundamente.

Draco gimió, temiendo ya el largo viaje con la chica. Discutieron mientras cruzaban juntos el salón de baile. Por fin se había salido con la suya con lo del maldito gato. Supuso que sería un incentivo extra para que Potter creyera que Anastasia era en realidad Hermione.

Draco apretó la mandíbula.

¿Cómo podría alguien creérselo?

.

.

En lo alto del salón de baile, enclavado en una pequeña alcoba, descansaba un murciélago negro. Aferraba un frasco verde inactivo con los pies. Llevaba siglos durmiendo.

Unas voces parecían despertarla. Voces familiares. De un sueño.

El pequeño murciélago se estiró y se acercó perezosamente al polvoriento borde, asomándose y echando un vistazo a su alrededor.

Una bruja de pelo rizado y dos magos altos y delgados conversaban bajo ella. Parpadeó un par de veces, todavía somnolienta.

El alma de Voldemort le fue confiada a ella. Su última moneda de cambio para traerlo de vuelta de la muerte. Todos estos años, el murciélago se aferró a su recipiente por él. Esperando su regreso.

Mientras continuaban las voces de abajo, el habitual líquido turbio y oscuro encerrado en un recipiente con forma de calavera se iluminó. Hablaban de Hermione Granger, la sangre sucia de Potter, como si estuviera viva.

El rumor hablaba al alma en el recipiente, verde brillante y resplandeciente ahora.

—Están todos muertos, ¿tengo razón? —El murciélago habló, chasqueando los labios. Chico, eso fue una larga siesta—. Por supuesto que tengo razón. —Continuó hablando consigo misma por encima de la habitación. El frasco que llevaba en las garras empezó a vibrar y a brillar—. ¡Oh, vamos! ¿Se supone que debo creer que ese chisme se ha despertado solo porque unos tipos dicen que la asquerosa sangre sucia está viva?

De la boca de la calavera salía humo, el alma de otro mortífago que venía a morderla. Flotó a su alrededor hasta que levantó una garra en el aire.

—Bueno, si el chisme ese ha vuelto a la vida, debe significar que Granger vive. —Murmuró para sí misma, con la cuerda del frasco de cristal tensándose alrededor de su pata. Mirando de nuevo hacia el salón de baile, divisando a la bruja vestida con ropas harapientas, el murciélago entrecerró los ojos—. Y que es ella.

El nuevo y mejorado Horrocrux azota en el aire, colgando al murciélago negro cabeza abajo. La arrastra desde el palacio, volando por los aires, y luego, con una fuerza superior a la que jamás había experimentado, la hunde en la tierra.

Cuanto más tira de ella, más histérica se pone. Ha estado ansiosa por volver a esto. Matar. Muerte. Tortura. Magia.

Es arrastrada a las profundidades de la tierra, donde Voldemort la acecha. Rojo, púrpura y negro la rodean mientras es arrojada a un suelo desconocido.

—¿Quién osa introducirse en mi soledad? —Ordena airadamente una voz oscura. El Señor Oscuro. Su señor.

El murciélago negro se anima, se levanta y se cepilla su liso pelaje.

—¿Bellatrix? ¿Eres tú? —Le preguntó Su Señor.

—¡Mi señor! —Exclama, llena de energía y emoción—. ¡Está vivo! ¡Está aquí!

Dondequiera que fuera aquí... miró alrededor del sitio, batió las alas y aterrizó en un borde más alto, más cerca de su señor. Lo admiró, pero rápidamente se encogió al verlo más de cerca.

Su boca se deslizó lentamente desde su cara, bajando por su cuello hasta llegar a su túnica. Bellatrix dio un minúsculo paso atrás.

—Milord, vi a la sangre sucia de Potter en el palacio. Creí que había muerto aquella noche. Creí que teníamos a todos menos a él. Como estaba planeado. Para dejarlo sufrir un tiempo antes de matarlo también.

Voldemort levantó despreocupadamente la boca y la devolvió a su lugar original, flexionando los labios una vez pegados.

—Sí, sí, creía que estaba muerta. Y yo estoy atrapado en el limbo, hasta que al menos la sangre sucia muera. Quizá Potter debería sufrir eternamente como yo.

—Oh, pero mi señor, sigue siendo tan grande como el día que cometió su primer asesinato.

Se rio ante el cumplido, un sonido hermoso para Bellatrix, aterrador para todos los demás.

—Ahhh, si no hubiera extraviado el regalo de las fuerzas oscuras. El secreto de mis poderes. Desapareció al caer en el hielo antes de que Potter desapareciera.

Bellatrix se acercó pavoneándose, balanceando el frasco sin cuidado.

—¿Se refiere a este relicario? ¿No es un Horrocrux?

En la noche fatal

Vi mi cuerpo hecho trizas

El Señor Oscuro apretó su mano gris alrededor de su alma encerrada. Sus seguidores también permanecieron allí. Tenía la llave de sus poderes. Por fin podría terminar su misión. Lo último antes de recibir a la muerte con los brazos abiertos.

Destruir todo lo que la comunidad de magos apreciaba. Todas las figuras de esperanza.

Era el mago más mágico del mundo. La Orden me hundió, creyeron vencer. —Voldemort contó su historia mientras comenzaba su ascenso a la tierra. El camino fue largo. Pero volvía a tener magia. También tendría una varita. Por ahora, podía ver a Hermione a través de una bola de cristal que tenía.

Miró fijamente a un chico. Ugh, Bellatrix reconoció a su propio sobrino enfrente de ella en un tren. Debía de ser uno de los magos que estaban antes con ella.

El Señor Tenebroso acarició la bola de cristal, como si hubiera podido apartar un mechón del pelo rizado de la cara de Hermione.

Bellatrix la fulminó con la mirada.

Mi sombra a todo llegó. Más una brujita escapó. —Le susurró a la chica de la imagen—. Dondequiera que esté que empiece a correr.

Bellatrix puso los ojos en blanco ante su obsesión. Matemos a la bruja y acabemos de una vez. Odiaba la atención que ya le estaba prestando.

El Señor Tenebroso retuvo su Horrocrux, permitiendo a los mortífagos restantes su último escape. En forma de fantasmales murciélagos verdes, volaron a la superficie de la tierra para encontrar a la sangre sucia. Para acabar con ella.

Voldemort se deleitó con el fuego que ahora lo consumía. Gritó y chilló mientras salían de su vial y batían sus alas en el aire.

Es la noche fatal, viene a por ella. Es la noche fatal, pura maldad.

Los mortífagos los rodeaban en hordas. Cientos de espíritus resplandecientes que pedían sangre a gritos. El Señor Tenebroso levantó las manos al cielo mientras le obedecían.

Venga, niños, dadme una muestra, de esa fiel maldad.

La sonrisa que se extendió por su cara encendió algo dentro de Bellatrix. Excitación. Venganza. Estaba preparada. Los sangre sucia eran siempre los mejores para chuparles la vida. Miró hacia la fiesta personal de Voldemort...

En la noche fatal

Sin piedad