Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del webtoon y la novela "La emperatriz divorciada" de Alphatart y con arte de Sumpul, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Capítulo 372. Venganza (2)

El Vizconde Aro caminaba ansioso por un pasillo del palacio imperial.

Sin duda, el Emperador Jasper le había preguntado si quería salvar a los 'otros dos'. Jane debía ser una, ya que le habló de su ubicación.

Pero no estaba claro quién era el otro.

El Vizconde Aro deseaba que Jane y su esposa fueran las 'dos personas' que el Emperador le permitiría salvar.

También deseaba salvar a Alec, incluso si tuviera que dar su vida a cambio, pero Alec ya estaba demasiado enredado en este asunto.

No había nada que pudiera hacer por Alec. Así que al menos quería que Jane y su esposa vivieran.

A Aro no le importa Ian ni la princesa.

En cualquier caso, el miedo a la muerte era tan grande y escalofriante que el Vizconde Aro acabó en cuclillas en el pasillo al perder fuerza en sus piernas.

—Oh, es curioso que nos hayamos encontrado aquí.

En ese momento, escuchó una voz desagradable sobre su cabeza. Aunque la voz parecía amable, escondía un tono de burla.

Cuando levantó la vista, vio al Marqués McCarthy mirándole con desdén.

El Vizconde Aro tenía poco que ver con el Marqués McCarthy.

Sin embargo, sabía que el Marqués McCarthy era amigo del hermano de la Emperatriz Isabella. Irina y la Emperatriz Isabella eran enemigas, el hermano de la Emperatriz Isabella atacó al Vizconde Aro y éste apoyaba a Irina desde fuera.

Aunque nunca se habían relacionado realmente, no estaban en los mejores términos.

Por eso, el Vizconde Aro se forzó a levantarse y preguntó hoscamente.

—¿Qué quieres?

El Marqués McCarthy respondió con una risa entre dientes.

—No es nada importante. Es que todo esto me parece divertido.

—¿Divertido?

La voz del Vizconde Aro se deformó por un momento. Él y su hijo estaban a punto de morir. Le enfureció que dijera 'divertido'.

Cuando el Vizconde Aro lo miró ferozmente, el Marqués McCarthy habló con voz tranquilizadora.

—No te enfades tanto. Fuiste lo suficientemente inteligente como para ayudar a la Emperatriz Irina a derribar a Isabella, así que también superarás este obstáculo.

Sin embargo, por las palabras del Marqués McCarthy quedaba claro que conocía bien la situación del Vizconde Aro, lo que hizo que éste se enfureciera aún más.

—¡Cómo pude haber derribado a Isabella! ¡¿Qué hice yo?!

—No somos cercanos, así que por supuesto no sé exactamente qué hiciste.

—¡!

—Pero tengo muchas ganas de ver qué harás en el futuro.

Una misteriosa sonrisa apareció en la boca del Marqués McCarthy.

El Vizconde Aro tragó con fuerza. ¿Qué quería decir con eso de que tenía ganas de ver qué iba a hacer?

—¿De qué estás hablando?


—¿No entendiste mi pregunta?

Edward dio un paso atrás con vacilación, sosteniendo aún el libro entre sus brazos. Ahora tenía una evidente sonrisa incómoda.

Mientras lo miraba confundida, Edward retrocedió hasta la puerta con una expresión rígida.

Cualquiera podía darse cuenta que quería huir.

Cuando le pregunté, "¿Qué intentas hacer?" Él respondió con una voz agradable, "¿Por qué lo dices?" e intentó salir corriendo.

—Vuelve aquí. Da cinco pasos hacia delante.

Después de hablar con firmeza, Edward suspiró.

Sin embargo, se acercó con pasos largos.

No esperaba que diera pasos tan largos. Al cuarto paso ya estaba en la cama y al quinto estaba pegado a mí. Sin duda era encantador, pero al ver que se esforzaba deliberadamente en parecerlo, fruncí el ceño y dije.

—Hacia atrás. Da un paso hacia atrás.

A diferencia de cuando se acercó, esta vez Edward sólo dio un pequeño paso.

—No estoy bromeando.

Cuando añadí con frialdad, Edward finalmente retrocedió de forma adecuada y se inclinó en silencio frente a mí.

Todavía sostenía el libro en cuestión entre sus brazos.

—Dámelo.

Cuando extendí la mano, Edward me dio con vacilación el libro que había estado leyendo sobre mi vientre.

Con el libro en mis manos, eché un vistazo a su contenido.

Lo sabía. Lo imaginé desde el primer momento. Era una novela de guerra. Una novela con muchas descripciones bélicas.

¿Estaba leyendo esto en mi vientre?

Cuando lo miré fijamente cruzada de brazos, Edward se excusó con una sonrisa tímida.

—Reina... se cree que las cosas que uno le dice al bebé cuando está en el vientre de su madre, influyen en toda su vida.

—¿Así que esperas que nuestro hijo se convierta en un rey de la guerra?

—Eso estaría bien...

—Leo cuentos infantiles para no perturbar la mente del bebé. ¿Estabas encendiendo una vela mientras yo dormía?

—Es que... quiero que nazca un niño valiente.

Mirándome a los ojos, Edward añadió en voz baja.

—El pajarito que vi en mis sueños era muy travieso... hay que educarlo desde temprano.

¿Qué? ¿Travieso? ¿No está hablando de sí mismo?

—El bebé que vi en mis sueños era un pajarito muy adorable. Era obediente.

—¿En serio? No, eso no es cierto.

—Está bien querer un hijo valiente. Pero tienes que omitir algunas partes si lees una novela de guerra. ¿Por qué leíste esa parte en la que cuando la lanza atravesó su pecho salió mucha sangre?

—Es que... debe saber exactamente lo que es la guerra. De lo contrario, la gente sólo sufrirá... debe aprender que la guerra de por sí es cruel...

—¿No crees que es mejor educar a nuestro hijo en estas cosas más adelante? A medida que crezca.

Edward no parecía estar de acuerdo conmigo, pero yo ya había tomado una decisión.

Señalé la puerta con la punta del libro.

—¿Reina?

—Vete inmediatamente.

—Reina...

—¿No quieres educar a nuestro bebé en mi vientre? Esto también es educación. Enseñarle que, si uno hace cosas malas, será castigado. Incluso su padre.

Los ojos de Edward se agrandaron el doble de lo habitual.


—Edward luces tan deprimido que parece que la comida le hubiera caído mal.

McKenna, que estaba trabajando horas extras sentado en los escalones del jardín, cerca de la oficina, con una lámpara de aceite sencilla a su lado, una tabla de madera en su regazo y papeles sobre la misma, dijo con voz alegre cuando Edward se acercó desanimado,

—¡Es tan reconfortante!

A pesar de que Edward lo fulminó con la mirada, McKenna, que tenía los ojos apagados de tanto revisar papeles a altas horas de la noche, se mantuvo firme con cierta somnolencia.

—Aunque me mires de forma aterradora, eso es lo que siento.

—A veces te odio de verdad.

—Yo a menudo te odio Edward.

Edward suspiró y se sentó junto a McKenna.

—¿Qué pasó?

—La biografía de guerra que te mencioné antes para la educación prenatal.

—No lo hiciste, ¿cierto?

—Lo hice. Reina me descubrió mientras lo hacía y me echó del dormitorio.

Cuando McKenna chasqueó la lengua, Edward murmuró con una mirada de injusticia.

—El bebé debería saberlo. Si uno apuñala a alguien, sale sangre, ¿no?

—Es un pensamiento peligroso. A este paso, le dirás al bebé que apuñale a alguien con un cuchillo.

—¿Es eso malo?

—… Ojalá yo también tuviera el poder para echarte de aquí.

Edward volvió a fulminar con la mirada a McKenna cuando éste no se puso de su lado y le refutó.

—Llevo jugando con espadas desde los cinco años.

—Entonces, ¿recuerdas la vez que huiste después de haber sido golpeado en el trasero por la reina?

—No lo recuerdo.

—Borras las cosas malas de tu memoria.

—Oye...

—Te convertiste en pájaro y huiste de casa. El Rey te alcanzó convertido en pájaro, te sujetó por el cuello con su pico y te trajo de vuelta. Los empleados del palacio no sabían que se trataba de ti y Su Majestad el Rey, por lo que encontraron divertido que hasta los pájaros fueran educados en la familia real. ¿De verdad no lo recuerdas?

Cuando Edward lo miró ferozmente, McKenna sonrió ampliamente.

—¿Ya lo recuerdas?

Aunque pudiera parecer que estaban peleando, cualquiera podría decir que Edward no estaba realmente enojado. De hecho, los dos eran muy cercanos.

Edward también sabía que, aunque Isabella le dijo que se fuera, no estaba furiosa.

Él refunfuñaba como si estuviera decepcionado, pero en su interior estaba feliz.

Cuando estaba en el Imperio Oriental, Isabella reprimía sus emociones todo lo posible. ¿No había sido honesta consigo misma en ese momento?

Edward no pudo evitar sonreír al pensar en eso.

Mirando así a Edward, McKenna murmuró.

—Hmm... pervertido...

Al darse cuenta de que Edward se iba a enojar de verdad por esto, McKenna se apresuró a salir corriendo con la lámpara de aceite y los papeles.