No había manera de racionalizar lo que hizo, no era algo que hubiera planeado, fue más bien un impulso que vino con un hormigueo en sus extremidades, mientras decidía si la falta de aire era real o simplemente lo estaba sobrepensando todo de nuevo.
Nunca pensó en usar el arma de su repisa, ni siquiera sabía que aun funcionaba hasta que trató de repararla o que era tan fácil tenerla cargada. La había llevado hasta allí destinada a empolvarse y ser un tema de conversación, pero había terminado bajo el roce tentativo de su dedo en el gatillo y luego en su cabeza.
No sabía como llamar a lo que lo movió. Empezó como un juego triste de autodesprecio, que fue demasiado lejos.
No hubo un momento de meditación, una carta o una despedida. Fue repentino y se sorprendió de lo fácil que Resultó. A penas notó que la bala rebotó en su cráneo endurecido, cuando sintió el olor del humo.
Y ese primer tiro podría haber sido un accidente. Pero el siguiente fue totalmente intencional.
Su quirk se había activando. Detuvo la primera bala como una especie de seguro alojado en su subconsciente, que era más rápido que él y repelía todo de manera tan fiera, que a penas era capaz de mover sus extremidades por la rigidez de la piedra en el segundo intento. Su piel se había engrosado tanto que había perdido su forma y adoptado Unbreakable en la mayor parte de su cuerpo.
El artefacto estaba tan dañado, que más que un disparo fue una explosión e irónicame eso si que lo alcanzó. No lo supo de inmediato. Fue la mirada de Aizawa, cuando irrumpió en su habitación alertado por el sonido de los disparos, la que le indico que se había sobrepasado.
Le dolía la cabeza, había una pulsación aguda que vibraba en sus oídos como un timbre y pequeños fragmentos de metal enterrados en una de las capas más profundas de piedra, donde su piel no se había endurecido del todo.
Si desactivaba Unbreakable el daño probablemente lo haría sangrar lo suficiente para que fuera grave. Y esa parecía su mejor oportunidad de alcanzar el cierre que tanto deseaba.
Respiró y trató de relajarse mientras abrazaba el caos de la idea. Su percepción se iba atenuando y parecía que el sueño sobrevenía a medida que la dureza de sus brazos empezaba a ceder.
Era un proceso lento, a penas notorio para el observador. Ya no podía escuchar claramente el sonido de fondo, solo había un leve murmullo a penas identificable, sus parpados pesaban y se habían cerrado, su respiración era tenue y no veía más que oscuridad.
Era como ser cargado lentamente hacia el lugar al que deseaba ir, una marcha solemne y silenciosa que le hubiera gustado acompañar hasta el final, pero el impacto que recibieron sus sentidos fue tal, que el aire entró por su boca haciéndolo atragantarse con la rigidez de su garganta seca.
Pudo ver nítidamente en el rostro de Bakugou frente al suyo, el sonido de su voz lo golpeó tan fuerte que dolió y el agarre de sus manos era tan chispeante y caliente que apenas notó que se trataba de una explosión momentos después de que su cuerpo activó su quirk en el lugar dañado.
El rubio estaba alterado. Gritaba algo y sus expresiones fluctuaban haciendo temblar sus facciones más de lo normal.
Se preguntó por qué lucía tan agitado y en qué momento había llegado. Aún estaba en su traje de héroe mientras lo sacudía y tiraba de sus brazos creando pequeñas explosiones para ayudarlo a mantener su quirk activo.
—!...no puedes desactivarlo hasta que venga Recovery Girl! —alcanzó a entender perdiendo una gran parte de lo que había dicho al principio—
—Duele... —comentó de manera vaga tratando de justificar sus motivos—
Una explosión un poco más fuerte golpeo su brazo. Unbreakable parecía fluctuar y el rubio estaba desesperado por mantenerlo funcionando.
—¡Vas a resistir... siempre lo haces!
—Ya no quiero hacerlo —respondió de manera sincera—
Y de pronto Bakugou, que siempre lucia seguro, impertinente y altivo, parecía desesperado. El pánico vibraba claramente en sus orbes carmín.
Gritó un par de maldiciones, trató de decir algo. Quizás un discurso o una explicación, pero pronto entendió que no tenía caso tratar de hacele ver algo en ese estado. Entonces su mirada se hizo más intensa, vago nerviosa por su rostro y finalmente perdió sus ojos de vista.
El rubio lo abrazaba. Sus brazos habían encontrado la forma de rodear las esquinas sinuosas de su cuerpo en su forma irrompible
No podía palparlo, pero podía sentir su peso, las vibraciones de su respiración y las sacudidas de sus músculos.
—Por favor... —su voz se quebraba haciéndose pequeña y frágil como no la había escuchado nunca— Solo resiste un momento más...
Bakugou nunca era suave. Lo que escuchaba probablemente era impotencia. Y aunque no Tenía intensión de hacer lo que le ordenara nunca más, quería seguir escuchándolo.
Su voz baja era agradable, sincera y cálida. Aun en medio de las explosiones y la gente yendo y viniendo, lo acurrucaba. Y tal vez era porque siempre se salia con la suya o estaba siendo honesto sobre lo que sea que decía con ese tono tan relajante, pero una vez más logró engatusarlo y antes de darse cuenta su voz lo había acunado hasta un lugar seguro.
Sus manos estaban inmovilizadas, Recovery Girl había tenido tiempo de reparar el daño y Aizawa estaba listo para contenerlo.
Lo último que recordaba era haber estado molesto. No era siquiera todo el asunto de casi haber muerto. Era Bakugou apareciendo en el último momento, pese a lo mucho que lo había necesitado antes.
Luego vino la oscuridad, un ajetreo que se sitió violento mientras iba y venia de la inconsciencia y para cuando despertó estaba solo y atado a una camilla.
La medida se sintió excesiva, pero cobró sentido después de unos minutos cuando repasó los hechos. Ni siquiera sabia por donde empezar, pero tal vez podía partir por sentirse aliviado de estar en la academia y no en un hospital, como seguramente hubiera resultado si el rubio no hubiera aparecido.
Movió la cabeza con cuidado. Había una venda y un leve dolor en el lado derecho, pero no era mayor que el de un corte o un golpe muy duro en el entrenamiento. El resto era puro cansancio y el efecto de haber sido sedado por su propia seguridad.
Se removió incómodamente tratando de obtener una mejor vista del alrededor. Reconocía el consultorio de Recovery girl por un par de lesiones a lo largo de sus días de estudiante y suponía que eso seria todo. Que pronto alguien entraría por esa puerta y habrían todo tipo de noticias, pero ninguna buena.
Suspiro dejándose descansar sobre el duro colchón tratando de relajarse. Pensaba que después de un desastre tan grande, lo último que sentiría sería hambre, pero su estómago estaba tan ansioso como el resto de él. Suponía que la culpa y el arrepentimiento que estaba experimentado, eran el siguiente paso luego de tocar fondo, pero no se comparaban a la vergüenza que lo abatió a medida que pasaban los minutos y todo se hacía más claro.
Probó los amarres en sus muñecas un par de veces preguntándose cuántas veces más tendría que repasar lo que hizo en su cabeza antes de que alguien viniera a desatarlo. Quizás todos habían tenido suficiente de él; pensó con un creciente temor bailando en su vientre alto, hasta que, unos veinte minutos después, la puerta finalmente se abrió.
El primero en aparecer, luego de que Recovery Girl dio el aviso, fue Aizawa.
Lucía demacrado y un poco sucio, pero no lo reprendió, ni siquiera mencionó lo ocurrido. Solo se sentó ahí por unos minutos haciendo preguntas de rutina antes de decidir quitar sus ataduras y ajustar la altura del respaldo, para dejarlo descansar.
Le pidió que fuera cuidadoso con su salud, y suponía que eso significaba no causar más problemas.
Su madre entró después y lucía incluso peor que Aizawa, si eso era posible. Ella tampoco tocó el tema, parecía demasiado afectada para siquiera nombrar lo que trató de hacer, más bien lo reprendió por hacerla preocupar y repitió varias veces, entre suspiros temblorosos, cuanto lo amaba.
No dudó nunca, ni por un momento, que eso fuera verdad, pero ella parecía seriamente preocupada de que no fuera suficiente. Que quizás debía haberlo llamado más, estar más atenta o darle aquella figura de acción costosa que quería cuando tenía diez años. Cualquier cosa que evitara otra llamada como la que recibió esa madrugada.
Lucía tan lastimada que luchó con el nudo en su garganta y le juró que nunca volvería a hacerla preocupar, pero era una promesa desesperada, que solo sirvió para enviarla a casa y evitar verla llorar más.
Varios de sus profesores asistieron también, incluso Fat Gum se había presentado. Y aunque intento darle ánimos, sabia que la tristeza y la decepción que percibía en el aire no estaban solo en su cabeza.
Sus heridas eran tan leves, que en circunstancias normales como mucho le hubieran dado una pastilla y una curita. No era acerca de cuanto se había lastimado, sino sobre por qué lo hizo.
Cada persona que se pasó por el lugar parecía tener sentimientos distintos al respecto, pero fueron unánimes en su discurso tranquilizador. Todo eran voces pacientes y cuidadosas de no presionarlo demasiado, para no quebrarlo.
No iba a romperse si alguien le decía la verdad. No necesitaba que lo trataran con delicadeza ni era un niño necesitado de un abrazo, pensó hasta que acabó la mañana y no hubieron más visitas. Entonces vio la soledad de la enfermería por horas preguntándose cuándo sería digno de uno otra vez.
Comió su almuerzo sintiendo sus ojos escocer. Tuvo bastante tiempo para meditar mientras esperaba noticias de Aizawa, que trataba de sacar lo mejor de la situación, pese a su desinterés.
Se había considerado mandarlo de vuelta a casa y dejarlo reintegrarse nuevamente el siguiente año, pero Aizawa había abogado tan fieramente por el, que su situación tuvo que considerarse con mucho cuidado.
La academia le brindaría acompañamiento psicológico y terapias semanales para dejarlo finalizar su proceso de graduación ya que estaba tan cerca. Fat Gum incluso se había ofrecido como su guardián y por alguna razón mucha gente seguía creyendo en él.
Era mucha presión, pero no tuvo como negarse luego de haber causado tantos problemas. Sentía que estaba obligado a cumplir con las expectativas y salir de la academia lo más rápido posible.
El tiempo estaba en su contra en eso. Era tomar lo que le ofrecían ahora o ver sus planes truncados por un par de años y aunque sentía que necesitaba más tiempo para tomar un decisión como esa, no quería decepcionar más.
Aceptó lo que se le dio, se comprometió a seguir las reglas e incluso accedió a asistir a esa famosa terapia que todo mundo decía que lo harían sentir mejor, pero mientras caía la tarde, luego de volver a su habitación para recoger sus objetos personales y moverlos a una habitación distinta donde podrían vigilarlo, aun dudaba que fuera lo mejor.
Hizo lo que le dijeron, fue a donde se le indicó y firmó lo que tuvo que firmar, pero a penas se sentía presente.
Todo, desde los recuerdos violentos de la noche anterior hasta ahora, mientras acomodaba sábanas nuevas en el cuarto más pequeño y blanco que hubiera visto, era tan abrumador y desconocido, que no acababa de entenderlo.
Se preguntaba si realmente había afrontado la muerte allí, si había querido hacerlo en realidad y cómo se seguía adelante luego de eso. ¿Nadie iba a reclamarle lo que hizo o a decirle exactamente lo que pensaba al respecto?
Suponía que era trabajo para el psicólogo con el que nadie quería molestarse, ni siquiera él. El camino hasta aquí, desde aquella estúpida broma, había sido tan largo que solo quería que alguien lo tomara y lo arreglara de una vez por todas. Estaba harto del circo en el que se había convertido su vida. Harto y enojado. Con quienes lo acosaron, con sus amigos que no notaron el daño que le hacían, con la academia que lo permitió, con Bakugou que lo rechazó, consigo mismo por no ser capaz de completar una simple tarea como lo hacían los demás.
Golpeó la blanca sábana y la lanzó al resto del desorden del cuarto. Habían libros, ropa y cosas que ni siquiera sabía por qué había llevado. Estaba ese estúpido poster de Crimon Riot que antes miraba todas las mañanas, pero ahora lo hacía sentir insignificante, las notas que le había dado el rubio para su examen universitario y su traje de héroe empacado. Recuerdos de quien fue, pero no sabía quién demonios era ahora y sentía que podía ahogarse allí dentro en cualquier minuto.
Trató de abrir la ventana, respirar como le habían enseñado y mantenerse callado. No quería montar otra escena y definitivamente no quería a nadie preguntándole cómo estaba.
Si había una forma de que todo parara, dejara de lastimar y lo hiciera desaparecer, quería que pasara ahora, y ahí estaba. Era precisamente el sentimiento que tenía la noche anterior cuando todo se volvió extraño. Pero no había nada con lo que pudiera herirse ahí, pensó viendo a su alrededor mientras se sostenía contra la pared.
Había tanto agitándose en su pecho y enfriándose la piel que sentía la necesidad de escapar, gritar, llorar, cualquier cosa menos soportarlo dentro un minuto más, pero no tenía a dónde ir y ante ese panorama se sintió desesperado.
Sus latidos resonaban en sus oídos cuando empezó a sentirse sofocado. Creyó que podría desplomarse allí y desvanecerse hasta el día siguiente sin que nadie lo notara, pero escuchó el sonido de los pasos y luego la puerta se abrió violentamente. Bakugou estaba del otro lado seguido de Aizawa, que lo había guiado hasta ahí.
Se vieron un por un segundo, tratando de entender lo que tenían delante y al siguiente el rubio estaba corriendo hacia él.
Lo envolvió bruscamente en sus brazos, lo apretó y lo sostuvo tan duramente que trató de retroceder y ocultar el rostro. Luchó un poco con la mirada baja y acuosa, extremidades temblorosas y puntiagudos dientes apretados para no dejar escapar nada, pero entonces una mano gentil acarició su cuello, subió por su cabello, lo peinó suavemente y lo convenció de llevar su cabeza a su hombro.
Apretó duramente los puños en sus costados antes de ceder, luego vino la primera lágrima, el sollozo y lentamente todo fue haciéndose más fácil.
Aizawa los observó en silencio hasta que sus brazos envolvieron al rubio también, lo vio relajarse y pese a sus reservas sobre dejarlos solos dada su historia, decidió confiar y darles un poco de espacio.
La puerta se cerró y aunque el pelirrojo sabía que su profesor estaba cerca, se permitió dejar salir las lágrimas hasta que el peso de su pecho empezó a perder fuerza y su garganta se sintió seca.
Necesitaba demasiado ese abrazo. Tan apretado, descuidado y húmedo. El lenguaje corporal no mentía y parecía que ahí había alguien que no temía acercarse y romperlo.
Tan firme y acogedor que podía dejar todo su cuerpo descansar mecido dulcemente. Seguro en la curva de su cuello y bajo el tacto de sus manos en su espalda y su cabello.
Cuando sus piernas se cansaron fue guiado a la cama y acomodado en una manta que pasaba alrededor de sus hombros.
Sostuvo la mano del rubio firmemente cerca de él cuando lo sintió alejarse. Temía estarse aprovechando de la situación, pero no quería perder ese momento.
Su expresión lamentable pareció convencerlo lo suficiente para regalarle su calor hasta que se calmó y encontró una posición cómoda para ambos, que mantuvieron por unos buenos cuarenta minutos hasta que el rubio decidió que era un buen momento empezar a hablar.
—Lamento no haber venido a penas vi tu mensaje —dijo aprovechando la cercanía para susurrar— nunca imaginé que...
—No lo planeé —aclaró el pelirrojo tratando de disminuir su culpa mientras se acurrucaba más cerca— no estaba tratando de causar todo esto, solo...
Hubo un silencio contemplativo y sintió el cuerpo del rubio tensarse antes de volver a hablar.
—Fui un cobarde... yo —su voz se había hecho mas aguda y ligeramente temblorosa— Todo el asunto de la pasantía, la universidad y... "esto" —su gesto sobre ambos dejo claro de lo que estaba hablando— no sé que es esto...
—No quería presionarte.
No quería, pero si tenía una pequeña oportunidad quería aferrarse a ella. Y todo podía ser un desastre. A penas sabía que haría con su vida a partir de allí, pero este pequeño momento, patético y lamentable como era, se sentía bien.
—Antes de que creyeras en mi no tenía nada —empezó el pelirrojo tratando de sincerarse sobre gran parte de lo que lo tenía tan conflictuado— Cambiaste mi vida y estaba tan...
—Agradecido... —los ojos camines lo enfrentaron bajo la luz cálida de la lampara su mesa de noche y lucían serios—
Era más que eso, quiso justificar y aunque podría explicarle que Mina y Momo también lo habían ayudado bastante y nunca pasó horas esperando alguno de sus mensajes, no se sentía en posición de ponerse a discutir sus sentimientos románticos justo después de hacerlo ver como casi se pone una bala en la cabeza. No parecía correcto.
Ambos tenían esa sensación, porque Bakugou tampoco intentó forzar más allá el tema. Se limitó a acompañarlo, ocasionalmente devolver la caricia que dejaba en el dorso de su mano y darle algo familiar a lo que aferrarse en esa habitación tan desconocida como esta nueva etapa de su vida.
