FRAGMENTOS
Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.
CAPÍTULO 7.
KAGOME
Aunque quería, no podía ir con ella. Naraku mataría a mi madre y a mi hermana si yo salía de esta casa, pero Moroha tenía una oportunidad, mi hija podía ser libre y ser feliz, aunque yo no estuviera con ella.
Me tensé al escuchar disparos, sin embargo, me mantuve en la habitación hasta que uno de los hombres de Naraku derribó la puerta.
–¡Sí, aquí está! –informó a sus secuaces– ¡¿Cómo que no pudieron atraparlas?!
Me sujetó del brazo y me llevó afuera.
–¡Encuéntrenlas! –demandó– Y mátenlas.
No tuve miedo, después de todo, Sango estaba con Moroha, y sabía lo que Sango era capaz de hacer con tal de protegerla. Al fin y al cabo, ella era una asesina, y era muy buena haciéndolo.
–¡Maldita! –Kikyo me propinó una bofetada– ¡Tú y tu maldita hija solo quieren arruinarme!
Por alguna razón sonreí al ser consciente de su molestia.
–¿Cómo pasaste tu noche de bodas? querida hermana – solté con sorna, sabiendo que no salió como ella quería.
–¡Maldita estúpida!
–¡Es suficiente, Kikyo! –advirtió Naraku– No eches a perder su perfecta piel o levantaremos sospechas cuando Koga Okami la vea.
Kikyo soltó una maldición y se sentó cruzándose de brazos. Koga no tardó en llegar y con él su padre se hizo presente.
–Compórtate… –soltó Naraku por lo bajo antes de recibir a los invitados.
Koga me observaba fijamente, mientras los nervios me carcomían por dentro. Sin embargo, tenía que mantener la compostura por mi propio bien, el de mi familia y el de mi hija. Después de todo, el simple hecho de que Moroha estuviera con Inuyasha no garantizaba su total seguridad. Naraku me lo había dejado claro, advirtiéndome que ante cualquier descuido podría causarle daño, si fracasaba en mi misión de ayudarlo a tomar el control de las empresas Okami, Moroha estaría en peligro.
–¿Kagome…?
Me tensé al oír salir mi nombre de sus labios.
–Mucho gusto –dije rápidamente–, mi nombre es Escargot.
–Así es –exclamó Naraku dándole una palmada en el hombro– Koga, te presento a mi otra hija, Escargot Hirano.
–¿Otra hija?
Las miradas viajaron a mí de inmediato.
–No sabía que tenías otra hija, Naraku –soltó el padre de Koga.
–Lo sé, para mí también fue una gran sorpresa cuando me enteré. Pero, Escargot es muy especial, como estoy seguro de que tu hijo lo es para ti.
El hombre sonrió ante aquel elogio.
–Ahora, quisiera hablar de negocios –concluyó Naraku invitándolos a sentarse.
Claro, aquellos "negocios" no eran más que mi mano en bandeja de plata.
¿Que si me había afectado?
¡Claro que lo había hecho!
Tener a Inuyasha tan cerca fue una completa tortura. Quería lanzarme a él y llenarme de su aroma, de sus exquisitos y adictivos labios, pero solo podía conformarme con sentirlo tan cerca y no hacer nada.
–No lo conozco señor Taisho…
–Trátame de tú –pidió nuevamente.
–Bien, no te conozco Inuyasha Taisho, pero he escuchado mucho de ti.
Lo vi sonreír antes de hablar.
–¿A sí? Espero cosas buenas –soltó mirándome a los ojos.
–Créeme, mi prometido no habla mucho de tus virtudes, si es que tienes algunas, claro.
–El idiota de Koga no me conoce, así que de él puedo esperar cualquier cosa.
–Dices que lo que oí de ti ¿no es cierto? –Quise jugar un poco con su paciencia.
–Depende –dijo mientras me hacía girar, haciendo que mi espalda chocara con su pecho– Si habla de lo bueno que soy bailando entonces debes de creerle.
Mi piel se erizó cuando sus ojos, aquellos bonitos ojos dorados se encontraron con los míos en un instante que quise que fuera eterno. La calidez de su mano sobre la mía, su respiración acariciando mi hombro descubierto, su aroma, todo, me volvía loca.
–Bien, fue divertido –Koga me apartó bruscamente sujetándome de la cintura– Pero creo que ya es hora de que disfrute un baile con mi prometida.
–Cariño, vamos, nosotros también deberíamos de hacerlo –dijo Kikyo sujetando a Inuyasha del brazo.
Estaba a punto de decir algo, pero Koga me sorprendió al darme un beso de pronto. Los flashes me cegaron y la euforia de la multitud me dejó aturdida. Ya podía imaginar los titulares: "Koga Okami anuncia su compromiso con la misteriosa hija de Naraku Hirano".
–Eres mía… –me susurró al oído mientras jugaba con mi cintura– No lo olvides, bonita.
Asentí con la cabeza mientras sentía la fría mirada de Naraku clavada en mí. Debía de fingir, por la seguridad de mi hija, la de mi familia y ahora la mía, aunque no podía negar que las palabras de Kikyo me habían afectado. Odiaba que me pusiera a prueba; por poco revelaba mi verdadera identidad, pero al parecer, eso le encantaba a ella. Verme sufrir cada vez que hablaba de Moroha.
Para mantener las apariencias, me vi obligada a pasar la noche en la casa de los Hirano hasta el día de la boda. Después de casarme con Koga, es probable que nunca encuentre paz, su cercanía siempre era sofocante y para nada manejable.
–Buenos días, pequeño gatito ¿Cómo te sientes hoy? ¿Lista para el día que nos espera?
–¿De qué hablas? –cuestioné arisca.
Naraku dejó caer unos sobres sobre la mesa.
–Son las invitaciones de boda ¡No es eso fantástico! –exclamó emocionado, mientras tomaba asiento en la mesa– Muy pronto, los Okami estarán totalmente bajo mi control.
Dejé escapar un suspiro, pero mi corazón se heló al ver los nombres de los miembros de la familia Taisho en ellos.
Naraku sonrió y yo negué rápidamente con la cabeza.
–No…
–Irás y se los entregarás personalmente –demandó.
–No puedes hacerme esto… Moroha está… ¡No puedo hacerlo!
–Dije que lo harás –Soltó un golpe sobre la mesa– Considera esto como un castigo por desobedecerme y hacer que Sango me traicionara de esa manera tan vil –dijo con frialdad.
–No puedo…
–Y te advierto –interrumpió– Si me entero de que revelaste tu verdadera identidad, te aseguro que esta será la última vez que verás a esa niña.
–¡No! Por favor, no le hagas daño.
–Eso, depende de ti, gatito. No me desafíes y seré benévolo.
¿Benévolo?
Lo dudaba; Naraku nunca haría algo bueno a menos que le beneficiara de alguna manera. Y ahora, parada frente a la imponente puerta de la mansión de los Taisho, tenía plena conciencia de ello.
Mi cuerpo se negaba a obedecerme; sabía que debía presionar el timbre, pero no me sentía capaz. Temía encontrarme con mi hija y no ser lo suficientemente fuerte como para contenerme, y saldría corriendo hacia ella para abrazarla. Pero mientras más prolongaba esta tortura, más me atormentaba con pensamientos y, sin darme cuenta, terminé presionando el timbre. La espera fue lo peor, hasta que la puerta se abrió lentamente, revelando el rostro sorprendido de Izayoi.
–Hol… hola –balbuceé y me odié por eso.
Izayoi me miró fijamente durante unos segundos que me parecieron eternos. Hasta que parpadeó varias veces y se aclaró la garganta.
–¿Escargot Hirano?
–Sí…
–¿Qué te trae por aquí? –preguntó con amabilidad.
–Bueno…
–Pero ven, querida, no te quedes allá afuera –dijo con una sonrisa cálida– Pasa, pasa…
–Gracias…
Acepté su invitación, y al hacerlo, lo primero que vi fue a Inuyasha besando la mejilla de Moroha. Mi corazón se detuvo cuando la abrazó con cariño, y vi cómo mi hija recostaba la cabeza sobre su hombro, y él sonreía al tenerla en sus brazos. Pero entonces me miró, y aquella sonrisa se desvaneció lentamente.
–Hola… –saludé con nerviosismo al ver su intensa mirada dorada.
Era como lo recordaba. ¡Por Dios! No había cambiado nada. Era el mismo Inuyasha de hace años, con los mismos ojos bonitos de los que me había enamorado hace tanto tiempo.
–¡Por dios! ¿Qué es todo ese escándalo? –Kikyo apareció y mi vista viajó a la prenda que usaba.
¿Solo un camisón?
Solté un jadeo, claro, ¿qué otra cosa podía esperar de ella?
Ella sonrió al verme, y entonces me di cuenta de que Inuyasha tenía el torso completamente desnudo.
Mis mejillas ardieron y rogué para que no fueran tan evidentes, pero simplemente varios recuerdos invadieron mi mente, recuerdos de los dos juntos, y no precisamente haciendo algo sensato, sino ardiendo entre el pecado y la poca prudencia.
Aún recordaba las escapadas al lago, las eternas noches en su cuarto y… ese baño de prefectos del décimo piso del colegio. ¡No puede ser! Necesitaba sacar esas imágenes de mi cabeza antes de que notaran mi sonrojo.
–Oh, querida, pero ¿qué haces aquí? –preguntó con fingida inocencia, y yo arrugué ligeramente las invitaciones que tenía en la mano.
–Madre… –Llamó Inuyasha y vi cómo Izayoi subía las escaleras para tomar a Moroha en brazos.
El corazón se me estrujó al escuchar su risa, y fue una completa tortura verla desaparecer por el pasillo junto a la madre de Inuyasha.
No había podido verle la cara, y ella tampoco me había visto a mí. Eso era lo que más me dolía.
–Qué inoportuna eres, querida Escargot, mi esposo y yo lo estábamos pasándolo muy bien antes de que llegaras –soltó tomando el brazo de Inuyasha– ¿No es así, cariño? Tú y yo la pasamos muy bien toda la noche cuando…
–Basta, Kikyo –advirtió Inuyasha, mirándola con incomodidad– Lo siento –Me miró– Puedes pasar al comedor, en seguida bajo.
Asentí e hice lo que me dijo, de todas formas, no quería saber todos los detalles de su apasionada noche.
–Así que, papá te envió.
–No dudo de que todo es una trampa—admití.
Kikyo se sentó junto a mí y puso una mano sobre la mía.
–No pienso negarlo, pero te lo advierto…
–Por favor, ya estoy harta de tus amenazas, Kikyo.
–Esta vez va enserio –exclamó haciendo presión– ¿Crees que no me di cuenta de que anoche desapareciste de la fiesta con Inuyasha?
–Yo no…
–Creo que no valoras tanto la vida de esa mocosa.
–Yo no hice nada –aclaré comenzando a temer por la vida de mi hija– Te juro que no pasó nada, no le dije nada. Por favor, no le hagan nada a Moroha…
Kikyo soltó una risita llena de diversión al verme suplicar de esa manera.
–Ya es muy tarde.
–¿Qué…?
Me levanté junto a ella.
–Hiciste enojar a mi padre con tu comportamiento, y eso va a tener consecuencias.
–¿De qué hablas…?
–Lo siento por la espera –Apareció Inuyasha– ¿Ocurre algo?
Mis ojos estaban fijos en Kikyo; su tono constante de irritación me indicaba que algo no iba bien del todo.
–Nada importante, cariño –Se acercó y dejó un beso en la mejilla de Inuyasha– Solo le estaba comentando a Escargot lo bien que se porta nuestra hija, Moroha.
Di un paso hacia ellos, pero me detuve en seco.
–Ya veo –indicó Inuyasha no tan seguro y con la mirada fija en mí– ¿A qué se debe tu visita?
–Bueno…
Arrugué las invitaciones al ver sus ojos dorados mirándome tan intensamente.
–Vino a entregarnos las invitaciones de su boda –intervino Kikyo– ¿No es eso maravilloso, cariño? Vino ella personalmente. Ay, querida, debes de estar muy ansiosa.
–Ah… sí –asentí con la cabeza– Si, lo estoy.
–¿A sí? Entonces, ¿por qué pareciera que te estás preparando para un funeral? –cuestionó Inuyasha con una sonrisa.
Sonrisa que hizo estragos en mí.
Aprovechando mi distracción, Kikyo tomó las invitaciones de mi mano y se las entregó a Inuyasha.
–Bueno, si eso es todo por lo que viniste, ya te puedes ir, querida, que mi esposo y yo tenemos mucho que hacer.
–Kikyo…
–No, está bien –intervine ante su clara advertencia– Tu esposa tiene razón, supongo que como recién casados tendrán mucho que hacer.
–Supones bien, querida.
–Insisto, quédate a desayunar.
–Cariño, ¿no viste la hora? Es evidente que nuestra invitada, ya ha desayunado, ¡por dios! Pasan de las doce.
–Entonces, quédate a almorzar –insistió más ansioso.
–Cariño…
–Y tú, Kikyo, ve a ponerte algo decente, ¿qué pensará mi padre si te ve así?
–¿Qué tiene de malo? Anoche gritaste lo mucho que te gustaba…
–Kikyo –advirtió Inuyasha en un susurro grave– Por favor, haz lo que digo.
Después de unos segundos, que parecieron eternos, ella soltó un suspiro.
–Bien, no tardo –Se acercó para despedirse, pero antes de irse, me susurró al oído– Recuerda las consecuencias, Ka-go-me…
Abrí los ojos, temerosa de que Inuyasha lo hubiera escuchado, pero al parecer no fue así. Cuando Kikyo dejó el comedor, fue cuando Inuyasha pudo soltar un poco de aire por la nariz.
–Es muy… linda –Comenté para aligerar un poco la tensión que se había formado después de que se fue.
–¿Quien? ¿Kikyo?
–Sí, tu esposa.
–Me gusta cuando dices "tu esposa" en ese tono.
–¿Qué tono?
Dio un paso hacia mí.
–Ese tono, como de molestia.
–¿Molestia? –cuestioné dando un paso hacia atrás– No estoy molesta.
–¿Segura? –Tomó uno de mis bucles mientras miraba intensamente mis ojos– Kagome…
Me alejé de él de inmediato, rodeando la mesa para escapar de aquel trance en el que me sumergían sus ojos.
Inuyasha siempre resultó ser un hombre peligroso para mí, siempre dispuesto a encontrar la forma de seducirme.
–Lo siento –se disculpó– Es que me recuerdas tanto a ella.
–¿Tanto me parezco?
–Como dos gotas de agua.
No fui capaz de levantar la mirada.
–Tus ojos, tu rostro, tu voz, todo… –Lo vi bajar la cabeza– Eres idéntica a ella.
–¿Quién era? Tal vez, ¿una antigua novia?
Nuestras miradas se encontraron por un instante.
–Era el amor de mi vida –No parpadee– Era todo para mí, y lo sigue siendo, aunque ya hayan pasado años desde su partida nunca dejé de pensar en ella.
–Lo siento.
¿Qué más podía decir? No imaginé que me afectaría tanto.
–Yo también… –musitó.
No quería ser parte de su dolor, de su sufrimiento, sin embargo, me veía como una simple espectadora más. Ansiaba estar a su lado, decirle que no había muerto ese día, que seguía viva y, sobre todo, que teníamos una hija. Moroha, mi querida Moroha.
–Inuyasha…
Justo en ese instante, recibió una llamada y me forcé a guardar silencio.
¿Qué estaba a punto de hacer? Por poco terminaba arruinándolo todo.
–¡Podrías hablar más despacio! –exclamó Inuyasha al teléfono– Miroku, no te estoy entendiendo nada… ¿Qué?
De pronto, me puse alerta por alguna razón.
–¿Cómo que un disparo? –Evitó mirarme– ¿Quién es?
Después de un largo silencio, noté cómo se tensaba, y eso no me gustó en absoluto.
–Sango.
¡Sango!
¿Había escuchado bien?
¿Sango estaba herida?
¡No puede ser cierto! Naraku la había encontrado.
Continuará...
