Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. OoC.
Un poquito inspirado en Too Sweet, de Hozier.
sweetest
Nunca sería suficiente todo el esfuerzo que requería su deseo.
Probablemente, era todo su culpa. Su error fue prestar demasiada atención, y aunque hubiera pensado en lo brillante que era, seguir mirando. Sin darse cuenta embelesado, admirando cada detalle de ese femenino rostro que solo ella podía ostentar.
¿Cuántas madrugadas tomaría borrarla de su mente y de su cuerpo?
¿Cuánto necesitaba un ser humano para decepcionarse?
Él ya no era humano, ni siquiera recordaba haberlo sido, así que estaba probablemente equivocado. —Corregía— Él ni siquiera era humano.
Intentó con la crueldad, con el desprecio y la burla. No funcionó. Toda esa mierda de las películas románticas que ella veía, donde el tipo era un imbécil y ella se mantenía inamovible, era real.
Por más que deseara romperla, destruirla con sus manos manchadas en sangre y mugre, ella seguía ahí, resplandeciendo.
Necesitaba el vino más amargo, el licor más seco y la noche más oscura para poder desprenderse de todo lo que causaba y representaba. Lo hizo, sin embargo, ni el vino más amargo, ni el licor más seco, ni la noche más oscura le habían quitado el empalagoso sabor que tenía su boca. El sabor de sus labios, de su piel, de su risa ahogándose dentro de su boca. Derramándose como la miel por sus dedos, entre sus brazos.
¿Qué necesitaba un ser no humano para olvidar?
Orihime sin duda sabía cómo meterse bajo la piel de alguien, de día y de noche, y de mantenerse como el tapiz de su podrida mente. Ambos atraídos probablemente por la diferencia abismal entre ellos, entre sus formas de comunicarse, de caminar y de actuar. Donde el dejaba alquitrán, Orihime acomodaba azúcar; donde él maldecía, Orihime admiraba; donde él enfurecía, ella sonreía.
Era su antítesis, su cruz y maldición.
Iba a destruirla, quería destruirla.
—Te voy a destruir, vete... —Sonar como un imbécil, rogando, fue todo lo que pudo conseguir.
Por supuesto, ella soltó una risa tonta y torpe. Miel y azúcar. Cayendo de sus oídos.
—¿Es eso lo que desea tu corazón?
Grimmjow podría haber discutido sobre la existencia de su corazón, pero era Orihime, por supuesto diría que tenía uno. Y qué sentido tenía discutirlo, él estaba a un revoloteo de pestañas de darle la razón, porque no podía ir por la vida anhelando mirarla o sintiendo lo que sentía si su pecho era un cascarón vacío. No tenía ningún maldito sentido.
—Si no te vas, me voy largando yo.
Ella sonrió.
—¿Te gustaría un café, Grimmjow? ¿Con dos de azúcar?
—Sí, por favor.
