Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Es un AU/Mundo Alternativo, por lo que me tomé libertades para que funcione. Así que OoC.
La concubina
La vida en el castillo era tan tranquila, que hacerse una rutina era tan fácil como asistir a un banquete. Por supuesto, era algo que gozaba en la vida que era debido a su padre. Una de las pocas cosas que estaba dispuesto a aceptar que le debía.
Como primer general del ejército de Karakura, tenía responsabilidades. Cada verano hacía solicitudes de reclutamiento para quienes, posterior a agotadores y fructíferos entrenamientos, serían los soldados rasos de aquel año. Debía mantener la disciplina, los ánimos de cada hombre a su cargo y la efectividad que pudieran tener al completar solicitudes del rey, o al prestar ayuda a la mujer más vieja del reino con su gato escapista.
Debían ser los mejores, tal como él.
Entrenaba a sus soldados cada día, a alguno lo molía a golpes para enseñarle quién era el que mandaba —por orden del rey—, almorzaba junto a todos en un comedor dispuesto para ellos. Más que suficiente. Después dejaba el entrenamiento en confianza de su segundo al mando, listo para el papeleo, preparativos para el verano, invierno, o la estación que viniera. En ocasiones el rey solicitaba su presencia en condados o ducados, con el fin de poner en marcha sus grandes aptitudes para la negociación. Luego tocaba la cena, y antes de dormir, un baño caliente preparado para él.
El rey había sido lo suficientemente generoso como para disponer de una criada para sus necesidades, cosa insólita en cualquier otro lugar del planeta. Era un hombre efectivo, práctico y sabía responder de buena manera ante la lealtad y buena voluntad. Grimmjow había conseguido volverse un buen actor, por suerte, y podía reprimir el rechazo que le causaba solo ver el rostro de ese hombre. Los niños del reino lo conocían como el rey Ichigo Kurosaki, el justo.
Él, que lo conoció de niño, sabía que el pasado del rey poco hablaba de su interés por la justicia. Era malhablado, gruñón, muchas veces se metía en peleas con otros príncipes y rara vez prestaba atención a los intereses ajenos. Eso no era algo que a los plebeyos les quitara el sueño, no les interesaba demasiado, considerando que como rey había cumplido bien las expectativas. Así, hasta ganarse su apodo.
Ichigo Kurosaki el justo...
Cada vez que lo recordaba, deseaba tener licor cerca para olvidar esa ridiculez.
Aún así, Grimmjow no era imbécil. Su cargo, su vida, eran un privilegio que pocos podían ostentar. No iba a perderlo así como así.
Eventualmente se había acostumbrado a aquella rutina, que de pequeño siempre supuso no era para él. No le fascinaba su trabajo, pero sí tener ventajas.
El rey había sido monarca por dos años, hasta que su padre, quién había cedido la corona con el fin de descansar y pasar sus años de viejo como un noble más; insistió en que debía casarse.
La ley en el reino era por decirlo de alguna forma, curiosa. Grimmjow solo había oído de lugares que admitieran a más de una mujer para el rey en el oriente. Si bien ellos no estaban tan lejos, los reinos más cercanos gozaban de una recta y moral ley monogámica, tanto para sus reyes como para todo el pueblo. Así que pronto Kurosaki tuvo múltiples propuestas de matrimonio, orquestadas por su padre y una de sus hermanas, la princesa Yuzu.
El rey Isshin había sido bastante tradicional, sin embargo, gozando de tener una única esposa. Grimmjow creía que Ichigo sería igual de tradicional y que defendería su postura. Pero considerando que había puesto muy poco interés de su parte, el antiguo rey vio colmada su paciencia, y olvidó que su hijo tuviera una historia de amor digna de la que él había tenido.
Dos esposas tendría en primera instancia, sin derecho a chistar ni reclamar; decidió Isshin. Lo que creyó iba a ser una travesía por encontrarle el amor de su vida a su hijo, tendría que ser un negocio. E Isshin sabía que a él se le daban espectacularmente los negocios. Así que no fue novedad cuando tuvo que ser el encargado de ir en busca de las esposas.
Rukia Kuchiki sería la primera.
El viaje le tomó cuatro días, ida y vuelta. No fue solo, en cualquier caso. Tuvo la gracia de la compañía de Karin, que hablaba tanto como él, y en realidad lo agradecía. Haber viajado junto a Yuzu habría sido una tortura, considerando que hablaba hasta por los codos y habría solicitado al menos dos veces un descanso, retrasándolos un par de horas. Y si había algo que Grimmjow aguantaba menos que ir por carruaje —por orden de Isshin—, era que ese suplicio fuera alargado de manera innecesaria.
La hermana del duque Byakuya, Rukia, tampoco gozaba del don del habla. Fue un viaje tranquilo, silencioso, en donde hablaron nada más que lo necesario. Tampoco hizo solicitudes exigentes y comprendió que era mil veces más práctico seguir el camino cuanto fuera necesario para llegar a la brevedad.
Grimmjow sintió agrado por ella, sinceramente. Aunque se veía tan pequeña que dudó en un inicio que estuviera en edad de casarse.
La llegada de Rukia fue bien recibida por el pueblo, y los niños, curiosos e interesados por la novedad, se juntaban cerca del carruaje y lo seguían. Una breve sonrisa fue lo que recibieron de ella, junto a un sutil movimiento de su mano, casi torpe.
—¿Puedo preguntar cómo es el rey? —preguntó por fin, mostrando pequeñas señales de estar siendo comandada por el nerviosismo.
—Mi hermano, el rey Kurosaki, es un hombre joven. Tiene recién veintitrés años y goza de buena salud hasta la fecha. Tiene interés en el esgrima, le gusta la comida salada más que los postres, es un bebedor ocasional y tiene modales bien pulidos. Si le interesa saber cómo es su apariencia, le aseguro que nuestra única similitud es la forma de nuestros ojos. Él tiene el cabello castaño, casi pelirrojo y es tan alto como el general Grimmjow, aunque menos fornido.
La forma en que Karin describió las características de su hermano, le dijo a Grimmjow que estaba repitiendo simplemente cosas que Yuzu le había permitido. Tan pautado que no se sentía para nada natural, o como una hermana intentando convencer a la pretendiente de aceptar a su rey con emoción. Eso sin dudas Yuzu lo habría hecho mejor.
—¿Qué hay de su personalidad? —Al menos parecía convencida desde que Karin mencionó que era joven.
—Normalmente no alardearía de su personalidad... —bromeó Karin.
Grimmjow sonrió, sin embargo alguien debía pretender que eso no estaba bien.
—Karin...
—Discúlpeme, ha sido fuera de lugar —Cedió de inmediato—. No es el hombre más abierto ni simpático del mundo, señorita. Es un hombre como cualquiera, con defectos, pero los compensa bien con otras cualidades. Es respetuoso con las mujeres, inspira confianza y seguridad en cuanto se dirige a alguien y aunque a veces se toma a la ligera ciertos asuntos, jamás ha visto como un juego su deber. Sin duda se responsabiliza de sus acciones.
A pesar de haber declarado abiertamente los defectos de su hermano, Grimmjow notó que Rukia parecía satisfecha con el informe que Karin le había entregado sobre el rey. Incluso, se veía...
—Le agradezco que sea honesta conmigo, he pasado por esto un par de veces. Normalmente los hombres no son como los quieren hacer ver, y la decepción que una se lleva es muy difícil de digerir.
Grimmjow tenía razón en sentir agrado por ella. Era una mujer centrada y madura de pies a cabeza. Poco tenía que ver con la mayoría de niñas de la realeza que había tenido la desgracia de conocer, tan inmaduras, caprichosas y delicadas cual flor.
Rukia guardó silencio un momento. Estaban ingresando en las murallas del castillo cuando abrió la boca de nuevo, esta vez notablemente preocupada.
—¿Cree que le importe mi estatura?
Karin no pudo evitar sentirse desconcertada, igual que él. Ambos se miraron, y luego Karin regresó la mirada a ella. Se dio cuenta de que le había dicho que la estatura de Ichigo era equiparable a la suya, y cuando él se había puesto de pie junto a Rukia... Bueno, no por nada había pensado que habían sido engañados sobre que estuviera en edad para el matrimonio.
Con la apreciada ayuda de los tacones que llevaba, la coronilla de la cabeza de Rukia llegaba un poco más arriba de sus costillas.
—Hasta donde mi conocimiento llega, no parece que sea un detalle relevante —Respondió Karin, un poco perturbada, intentando por todos sus medios no cagarla.
Rukia asintió y arregló su vestido. Pronto tendrían que bajar.
Isshin y Yuzu, quienes habían escogido concienzudamente a Rukia como candidata, fueron los primeros en la fila que esperaba el carruaje. No era menor que la posible esposa del rey llegara al castillo, y todos querrían ver su rostro tan pronto como fuera posible.
Grimmjow bajó en primer lugar para ayudar a Karin con una mano, muy cortés, a bajar del carruaje. Se había quejado en algún punto del viaje de tener que llevar vestido, así que sin dudas necesitaría algo de apoyo para llegar al suelo de manera grácil. Luego entre los dos ayudaron a Rukia a bajar.
En cuanto estuvo frente a él, Isshin se presentó formalmente, tomando sus dedos con cuidado y respeto.
—Con su permiso, general —Gruñó Karin a su lado—. No aguanto un segundo más con este aparatoso vestido.
Lo divertido de eso era que no había un vestido más aparatoso que otro para Karin Kurosaki. Los vestidos en sí eran una molestia para ella, quién solía vestir como uno más de sus soldados y desempeñaba actividades similares, con la notoria desaprobación de Yuzu, que no comprendía el enorme rechazo que su hermana declaraba contra la feminidad. Aún así, se le permitía ir por la vida como un soldado más, hasta que tuviera que presentarse en una situación altamente formal, como lo era ir en busca de la esposa del rey.
—Espero vuelva a honrarme con el placer de su compañía —murmuró antes de que se alejara mucho.
Pronto vino un banquete, celebración, horas del té de Rukia y Yuzu —plus, Karin por cierta obligación. Y dos semanas después estaba entregando el informe de insumos y cuentas del ejército.
—Gracias Grimmjow, siempre tan puntual —masculló, casi al borde del aburrimiento—. ¿Puedo consultar contigo un asunto personal?
Lo tomó francamente por sorpresa. Ni siquiera de niños habían sido amigos realmente, Grimmjow estaba ahí siempre, dirigido por su padre que insistía en que ese era su deber. ¿Alguna vez le cayó bien? Para nada.
—Lo que desee, mi señor.
—En realidad quiero saber si me escucharás y responderás con honestidad y voluntad.
Por voluntad, claro que no. Con honestidad... Grimmjow era bueno para decir las cosas de frente, siempre que no afectaran su posición.
—Por supuesto, mi señor.
—Toma asiento un momento —Ordenó después de pensarlo dos segundos más.
Se sentía fuera de lugar sentarse de esa manera, frente a Ichigo, con él pidiendo consejo sobre asuntos personales. ¿En qué momento en su rostro había demostrado que era digno de confianza para eso?
—Me gustaría saber qué opinas de la señorita Kuchiki.
—¿Además de que es increíblemente pequeña...? —musitó.
—Además de eso.
Difícilmente iban a cortarle la lengua si decía algo fuera de lugar, sin embargo, por primera vez en la vida, Grimmjow se dio cuenta de que no tenía nada burlón, poco empático ni desconsiderado para decir.
—La señorita Rukia demostró una templanza increíble durante el viaje, se interesó por saber de usted, de sus gustos, aficiones, entre otras cosas. Goza de recato, elegancia y precisión de habla.
—Dices que no es habladora.
—No, sin dudas. No más de lo necesario o requerido.
—¿Podré confiar en ti, siendo que odias a la gente habladora? Ella podría haber hablado una frase en el viaje y a ti te parecería perfecto.
—Es lo que es, señor. Usted consultó mi opinión.
—Estás en lo correcto —asumió. Pasó un minuto en silencio, Grimmjow pensó en preguntar si ya podía largarse, pero Ichigo no tenía ese plan en mente—. ¿Qué preguntó de mí? Esta vez no hables de esa forma, me causa escalofríos.
—Si te interesa, no preguntó el tamaño de tu pene.
Grimmjow no era un hombre que se hiciera de rogar, ni siquiera con el rey.
—No lo habría imaginado, dijiste que era recatada —sonrió—. ¿Demostró alguna molestia por tener que... cómo decirlo, compartir?
—¿Le preocupan sus ideales? No recibí ordenes del anterior rey de informar sobre estos detalles. Solo debía asegurarme que su apariencia fuera perfecta, sus modales y entregar los beneficios al duque Byakuya por aceptar la unión entre usted y la señorita.
No pareció agradarle que Rukia no tuviera conocimiento sobre eso.
—Sobre su pregunta anterior... Quedó casi satisfecha al saber que, al menos, no tenía sesenta años.
—¿Acaso no sabía que la coronación fue hace dos años?
—Pudo ser hace dos años y usted estar casi senil. No es un dato que al pueblo le interese, y ninguna vez en estos dos años ha visitado las ciudades de los terratenientes. Imagino que puede excusar su ignorancia y preocupación sobre si debía desposar a un anciano.
No le quedó nada más que objetar, y por suerte decidió que no quería seguir escuchándolo.
—Ya puedes irte. No vuelvas a hablarme de esa forma cuando estés frente a mí, me enferma no escuchar un improperio salir de tu boca. No te interesaba maldecirme cuando andabas junto a mí.
—En ese entonces no eras el maldito rey, concédeme cierta flexibilidad. Cualquiera podría pedir que me corten la cabeza por dirigirme así hacia su majestad —enarcó una ceja. Justo después se levantó, viendo que Ichigo no iba a hacer más que asentir—. Con permiso.
Un baño caliente era todo lo que necesitaba.
Hasta la fecha, Grimmjow no había tenido que comandar el ejercito por conflictos bélicos que tuvieran que ver directamente con el reino. Intentando salvaguardar sus intereses, Ichigo había solicitado que viajara junto a una cantidad sensata de soldados hacia reinos vecinos, con el fin de dar apoyo en el campo de batalla y, de vez en cuando, con una porción de las cosechas. Había estado en batalla, bajo las ordenes de los otros reyes, sin poner en peligro ni llevar en contra las de su propio rey.
Se había llenado de sangre, de lodo, y había sentido el sabor a hierro en la boca tras recibir algunos golpes en el rostro. Tenía un par de cicatrices, añadidas a las que ya tenía por los duros entrenamientos a los que se había sometido desde que era un adolescente.
Había sabido ser paciente, soportando a reyes gordos, asquerosos y caprichosos, que Ichigo solo mantenía en sus relaciones debido a la posición geográfica que ostentaban. Siempre era más fácil aparentar o hacerse de paciencia cuando sabía a ciencia cierta, cómo era que debía proceder en casos extremos, de traición, o que no siguieran el plan trazado por su rey.
Su mando había comenzado junto con Ichigo. El anterior general, su padre, había sido reinstalado como consejero de guerra, mantenía beneficios y trabajaba para la corona, pero se había retirado de su puesto de toda una vida al mismo tiempo que Isshin lo había hecho. Como Grimmjow vivía en el castillo, junto a todos los otros soldados que tenían residencia por gracia del rey, no lo veía seguido. No le interesaba demasiado, su padre había hecho un buen trabajo como sostenedor del hogar, pero eran pocas las enseñanzas que le había entregado como padre.
En cualquier caso, la moraleja era que Grimmjow tenía experiencia aguantando estupideces. En su cabeza los maldecía a todos, pero sabía actuar lo suficiente como para obedecer sin perder la cara de pocos amigos que solía llevar.
Aún con todo eso, no estaba preparado para lo que la segunda esposa era.
Su viaje al condado de Inoue era, por lo menos, un poco más complicado que el viaje hecho al ducado Kuchiki. No solo había que recorrer más distancia, sino que también había que cruzar un río de extensión considerable que separaba las tierras del camino. No recordaba la última vez que había tenido la oportunidad de ir, pero seguro había sido junto a su padre, quién le explicaba los procedimientos que debía llevar a cabo un general. En aquella oportunidad, el viaje se retrasó un día y medio, debido a la mala construcción del puente, y el movimiento había acabado desbancando una rueda. Para ir y volver requería de una semana y si tenía en cuenta los posibles percances, podía ser más.
Gracias a los dioses, nada desafortunado ocurrió con el carruaje. Porque lo que se le vino encima era mucho más de lo que él, como ser humano, iba a poder soportar.
Adicionalmente, tal como la oportunidad anterior, Isshin no dio más indicaciones que revisar a la señorita, hacerle entrega de los beneficios a su padre, y llevarla hasta el castillo. Nada de decirle sobre las dos esposas, nada que compartir de esos detalles. No estaba prohibido, pero tampoco explícito. Imaginó que esta vez debía hacerlo diferente, considerando lo disgustado que había estado Ichigo al enterarse de que la señorita Rukia no estaba al tanto. No era algo muy novedoso, pero era respetable si no quisieran ser unidas de esa forma al rey.
Por ley, podía haber más de una mujer, pero no más de una reina. Eso cambiaba las cosas de gran manera, sobre todo para los padres y hermano en aquel caso, que se les había prometido que sus hijas podrían ser reinas.
Hizo su nota mental para informarle del detalle al conde Inoue en cuanto llegara.
Esta vez, Karin no asistió con él. Se alegró por ella, al fin y al cabo había podido zafarse. Por suerte, Yuzu tampoco pudo ir —aunque creía más que temía ir con él—, lo que le facilitaba el viaje.
En cuanto pisó la entrada de la casa, siendo guiado por el mayordomo, pudo ver a toda la familia. Lo esperaban, por supuesto, y aunque no tendría que haber sido necesario, fue anunciado de todas maneras.
—¡El general del ejército real, Grimmjow Jeagerjaquez!
Las dos damas hicieron una reverencia, mientras el conde y el que suponía era su hijo, se acercaron a él un paso. Recibió una breve reverencia de ambos.
—General Jeagerjaquez, bienvenido sea al condado de Valador. Esperábamos su llegada con gran emoción. No nos informaron sobre la duración de su estadía, así que de todas maneras preparamos un espacio agradable para usted después de tan largo viaje.
—Le aseguro que he hecho viajes más largos, conde Inoue. No requiero un espacio en su respetable hogar, después de todo, estoy aquí con tal de hacer esto de la manera más breve y efectiva posible. Aún así, le agradezco su hospitalidad.
—Es un placer. Por favor —indicó con su brazo el camino hacia el salón—. Imagino que le gustaría un lugar más cómodo para conversar.
No iba a decir que no, realmente odiaba los carruajes. Sí, no terminaba con las piernas tensas a comparación de cuando iba en caballo, pero se sentía sofocado y con la espalda agarrotada.
—Será un gusto.
Ni siquiera miró a la que sería la muchacha que lo acompañaría en el viaje de regreso, pero no tuvo que esperar demasiado. No pudo ignorarla fácilmente. Había algo característico, y solo un idiota no lo habría notado, pero tanto Inoue como su esposa tenían el cabello oscuro. Su hijo seguía el mismo patrón. La señorita Inoue, por el contrario... Tenía un cabello pelirrojo incluso más notorio que el de Ichigo. Le recordaba al cabello de la difunta reina. No solo eso, era alta, lo suficiente para que su coronilla llegara a su cuello, y tan voluminosa que cualquiera diría que los dioses le habían dado también lo que en un principio era para Rukia.
Si Grimmjow hubiera sido el rey, habría tenido claro a la vista quién sería la reina...
Se acomodó en el sofá que se le ofreció, mientras miraba de arriba a abajo a la chica. Era puramente rutinario, Rukia se había visto sometida al mismo escrutinio.
—Esta es nuestra hija, General —Se la presentaron, por fin—. Su nombre es Orihime.
—¿Cuáles son los pasatiempos de la señorita?
—Ella tomó clases de-.
—Disculpe, conde Inoue, por no ser claro. Señorita Orihime —Le habló directamente, mirándola con intensidad. Otra vez, rutina. Isshin había sabido elegirlo, sabiendo que no tendría piedad. Buscaba a dos mujeres que supieran mantener la calma con gracia, que pudieran expresar sus intereses de manera clara, que fueran seguras o al menos tuvieran material para ser formadas y fueran dignas reinas.
Orihime volvió a hacer una reverencia, menos profunda que la primera en el vestíbulo, y le dirigió la mirada. Para su mala suerte, vio con claridad la duda en sus ojos.
—Como bien iba a decir mi padre... Tomé clases de pianoforte, sacando nota perfecta. Me gusta leer poesía... y...
—¿No sabe qué más le gusta? —enarcó una ceja.
Su expresión se terminó de ir al suelo, de pronto el nerviosismo fue tal que sus dedos apretaron levemente su vestido.
—Espero me disculpe, G-general. Permítame un segundo.
Grimmjow asintió, sintiendo un poco de lástima. Se veía como una cría de los labradores del rey. Indefensa y llorona. La vio cerrar los ojos y tomar aire profundamente, dejó de apretar el vestido y volvió a mirarlo a los ojos.
—Me gusta leer poesía, tragicomedias y cantar.
—¿Qué canta?
—Opera.
—¿Registro?
—Soprano.
—Interesante. Pocas veces he encontrado a una señorita que declare cantar opera.
Grimmjow observó el rostro del conde Inoue, tan constipado que daba la impresión de que iba a explotar de un segundo a otro. No era común que una dama dijera cantar, considerando que quienes cantaban en su mayoría estaban en las operas. Las cantantes de opera tenían una reputación bastante dudosa, considerando que no solo cantaban, sino que acompañaban a los varones que asistían al teatro cuando estaban tras bambalinas. Algunas de ellas hacían conciertos en clubes para caballeros, intensificando su reputación.
Aún así, era un precio justo. La señorita Inoue podía tener un pasatiempo potencialmente criticable por la sociedad o las damas de buena cuna, pero él debía hacer entrega de información que podía poner en riesgo el acuerdo. Imaginaba que podía hacer una excepción y arriesgarse, si el conde Inoue no echaba marcha atrás.
—No parece que le guste ese pasatiempo, conde Inoue.
—Usted bien sabrá que solo las rameras se atreven a cantar opera.
—¡Mi señor! —Exclamó su esposa con tono suplicante y avergonzado.
Grimmjow tuvo que contener su sonrisa. Su hija, al mismo tiempo, se veía más que avergonzada, rozando incluso la humillación. Su rostro estaba rojo y sus ojos brillantes.
—Conde Inoue, el pasatiempo de su hija podría ser considerado problemático. Como nos acaba de hacer saber a todos aquí presentes, la opera se atribuye a mujeres con reputación mancillada. Sin embargo, valoro la honestidad de su hija como no se imagina. Así que me gustaría compensarla por ello.
—No comprendo, mi señor...
—Como bien sabe, la ley declara que el rey tiene permitido estar unido a más de una mujer. Cuando esto ocurre, sin embargo, no todas pueden ser reinas. Una será el rostro principal, y la otra, la concubina, gozará de beneficios similares, puertas adentro. Sus hijos tendrán los mismos derechos, tratos, y tienen la posibilidad de obtener el trono en un futuro si la situación lo requiere.
A Inoue, por supuesto, la idea no le agradó. La correspondencia compartida con Isshin no contemplaba esa posibilidad, y Grimmjow entendía que lo que les interesaba era el estatus y beneficios que traía que su hija fuera reina. Caso distinto era que fuera concubina, debido a que el pueblo estaba predispuesto a criticarlo, considerando que Isshin les había mostrado una preciosa unión con su esposa y no había vuelto a casarse, tan enamorado de ella que estaba.
Grimmjow notó la forma en que su esposa ponía la mano sobre su brazo. Compartieron una mirada, y aunque Inoue se notaba igual de molesto, no había nada más que demostrara que iba a negarse rotundamente.
—General, entonces no habrán diferencias, ¿verdad?
—No, a excepción de la presentación ante la sociedad, su hija podrá asistir a banquetes, celebraciones con la élite, recibir los mejores vestidos y trato que podría imaginar. Así como ustedes, que como condado, recibirán regalías y preferencia respecto a sus producciones. La corona los tendrá considerados en primer lugar para hacer intercambios, e incluso podría solicitar formalmente una remodelación del puente que une las tierras con el condado que no tendrá que financiar y será procesada con suma urgencia.
Isshin no había dicho nada acerca de eso, pero solo estaba ofreciendo cosas que sí podían ocurrir. El condado de Valador era especialista en trabajos en madera, el mejor mueblista que residía en el reino había nacido ahí. Isshin no había elegido a las candidatas al azar, reafirmar el poder sobre aquellos terratenientes iba darle más beneficios a la corona que dilemas con la muchacha que cantaba opera. Si ella no era la reina, ni siquiera tenía por qué enterarse el mundo sobre eso. El conde Inoue no iba a pensar en eso de inmediato, claro estaba, si obtenía aún así beneficios.
Y si planeaba casar a su hija y ella volvía a declarar que cantaba opera, probablemente su mejor movimiento sería convertirla en concubina, porque nadie iba a arriesgarse a ser criticado de esa manera por casar a su hijo con la joven.
—¿Hay algo más que sería pertinente saber?
—No, todos los demás detalles se los hizo saber el anterior monarca.
—Entonces aceptamos. Mi hija será concubina del rey Kurosaki, larga sea su vida.
Aún no estaba decidido, pero Inoue no tenía forma de saberlo y Grimmjow estaba seguro de que así era como acabaría todo.
—¿Hay algo más que yo deba saber de su hija?
—No, mi señor.
Una respuesta rápida y absoluta.
—Bien. En cuanto haga firma del contrato, partiremos hacia Karakura.
