Notas: Hola, bueno... Sólo quería decir que al final he petado. He estado conteniendo tanto tiempo mi ansiedad que no era capaz de conectar con mis sentimientos. Y cuando por fin lo he hecho, podríamos decir que ha habido un cortocircuito.

Es por eso que estoy de baja laboral, al menos de momento, no tengo ni idea de cuánto va a durar ni qué va a pasar. Pero voy a intentar no pensarlo, porque si lo hago me muero de miedo.

Los últimos capítulos que he escrito de esta historia (los 34 y 35, aún sin publicar) me han resultado muy terapéuticos, por lo que seguramente voy a intentar seguir, a pesar de que mi ritmo de escritura se haya ralentizado en comparación con el año pasado. Quizás me estoy pasando al exponerme tanto por internet a personas que no me conocen, pero quería que lo supiérais, simplemente. De alguna manera, como parte de mi se refleja en lo que escribo, siento que sí conocéis alguno de los rincones más recónditos de mi alma, por lo que es natural para mí dejaros saberlo.

Si todo esto fuera a afectar a las publicaciones os lo comunicaría también, pero espero que no. No quiero pausar un proyecto que me ha hecho sentir tan viva desde que lo inicié.

En fin, sin mucho más que decir, y siguiendo una línea narrativa algo dramática, os dejo con el capítulo. Aunque no sin avisaros antes de que toca temas sensibles como el suicidio.

Como cualquier otra noche, acudí al salón de cortesanas, cargando con mis lienzos, pinceles y una pesada bolsa repleta de monedas. Nunca estaba seguro de llevar suficiente, en caso de que algo se saliese de control. Uno nunca podía fiarse de los seres humanos, en especial del tipo de hombres que frecuentaba aquel lugar.

Por lo que sabía que no estaba de más ser precavido.

Me senté en una mesa en la esquina del local, estudiando a los presentes con detenimiento. Himawari, como era habitual, se encontraba de pie en el centro, iluminando los ojos de todos los presentes con su angelical voz. Sin un solo instrumento opacando los acordes que brotaban de su garganta, nadie se atrevió a hacer un solo sonido mientras duraba aquella emotiva balada.

Incapaz de dejar escapar aquel impecable momento, yo movía el pincel silenciosamente sobre el papel, tratando de capturar su cautivadora expresión. Al alzar la vista para analizar la emoción de sus ojos y traducirla en trazos de tinta, nuestras miradas de cruzaron al unísono.

No se trataba de la primera vez que hacíamos contacto visual de forma casual durante alguno de sus conciertos, pero en todas y cada una de las ocasiones, sentía cómo el corazón me daba un vuelco en el pecho. De forma tan violenta que dolía.

Me martirizaba tenerla tan cerca y no poder estrecharla entre mis brazos. Era como si su alma me estuviese llamando, rogándome porque la besara como si no hubiera un mañana. Entonces yo podría pedirle perdón por todos mis errores pasados y escucharla decir, con su familiar voz...

"Lo entiendo, Sesshomaru. No pasa nada."

Incluso si no me lo merecía, no tenía dudas de que esas serían las dulces palabras que Rin escogería para curar mi sufrimiento. Y la tierna mirada que me dedicaba la joven al otro lado de la sala confirmaba mi suposición.

Las mejillas de Himawari se sonrojaron apenas desvió sus ojos al otro lado de la sala, distribuyendo equitativamente su atención entre el resto de clientes para evitar levantar celos innecesarios. Pero a mí no me cabía duda de que la tierna emoción que había brillado en sus pupilas por un instante había sido sólo para mí.

Tras finalizar la canción de cierre, la muchacha con el rostro de Rin se despidió de sus fanáticos antes de retirarse. Incluso dedicó una reverencia en mi dirección, la cual le devolvía cortésmente con la cabeza. Entonces ella se marchó apresuradamente, tratando de ocultar su sonrojo.

No pude evitar dejar escapar una sonrisa, enternecido. Su timidez resultaba tan parecida a Rin, tan familiar y confortante... Al contrario que el descarado arrojo de Airin, que me recordaba una y otra vez que no se trataban de la misma persona. Sin embargo, la encantadora similitud entre Himawari y el recuerdo de Rin hacía que fuera mucho más complicado para mí no confundirla con mi difunta esposa, dificultándome el mantener mis sentimientos a raya.

Devolví los ojos a mi dibujo incompleto. A mi lado, aún restaba poco menos de la tercera parte de la botella de sake de que había pedido. Decidí quedarme un poco más, hasta que hubiese terminado tanto mi ilustración como mi bebida.

A pesar de encontrarme completamente absorto en mi tarea, mi agudo sentido del oído captó unas alarmantes palabras que hicieron que mi pincel se detuviese en seco.

- ... Le ofrezco doscientos ryou por la cantante. - Aquella cantidad era más que suficiente para acostarse con todas las cortesanas de aquel lugar en toda la noche.

Giré el rostro hacia el otro lado de la sala, justo donde se encontraba el recibidor. Allí, un hombre de ancha complexión que no había visto nunca antes hablaba con el dueño del local en voz baja. El codicioso brillo en los ojos del dueño de la vida de Himawari encendió todas mis alarmas. No lo había rechazado de pleno, como hacía habitualmente, pero su malicioso gesto bastó para encender todas mis alarmas.

Iba a prestarse a negociar con aquel hombre que le ofrecía dinero por Rin.

Dejando todas mis pertenencias atrás, caminé con paso decidido hacia ellos, mientras seguía espiando atentamente su conversación con mis desarrollados sentidos:

- Disculpe, caballero, pero realmente no puedo dejar ir sin más a mi chica más solicitada. – Respondió el dueño de la vida de todas las cortesanas de aquel lugar.

Por supuesto, no era que estuviera rechazando aquella propuesta. Sólo quería presionar a aquel hombre para sacarle la mayor cantidad de dinero posible. Incluso sin tener la habilidad de poder leer su mente, sabía que estaba más que dispuesto a venderla por una buena oferta, o bien convencerlo de que se contentarse con obtener su tan codiciada primera vez.

- Es todo lo que traigo conmigo hoy, buen señor. – Explicó el cliente. – Si me dice cuánto quiere por ella, puedo traerlo en otro momento...

Chasqueé la lengua, consciente de que debía detener aquella transacción lo antes posible. Sin tener tiempo de trazar otro plan más elaborado, arrojé la bolsa de monedas doradas que contenía la mayor parte de mis ahorros sobre el mostrador sin mediar palabras. Ambos hombres se giraron a mí con una desconcertada expresión.

Ante su silencioso interrogante, dije en voz perfectamente clara y audible, incluso por encima del bullicio del local:

- Doscientos cincuenta ryou por una noche con Himawari. Ahora mismo.

Entonces supe que había ganado, cuando la sonrisa del dueño del local se ensanchó, desbordando avaricia. No sólo le había ofrecido una cantidad superior que el hombre a mi lado, sino que, además, únicamente le había pedido una noche. No le estaba arrebatando su mayor fuente de ingresos de forma permanente.

O, al menos, eso era lo que necesitaba que creyese.

Tras haber aceptado con sumo gusto mi oferta, fui conducido a una sala privada en el piso superior del edificio. Allí, la cortesana del lunar en la barbilla, Kiku, me pidió que esperase unos instantes, que Himawari estaría conmigo en la mayor brevedad posible.

Cuando me quedé solo, suspiré pesadamente. Hubiera preferido no tener que recurrir a pagar por ello, pero... No podía arriesgarme a dejar que aquellos retorcidos hombres siguieran negociando con la vida de la inocente joven.

Por otro lado, desde que se me había pasado por la mente la posibilidad de que podría hablar con mi amada en privado, no había sido capaz de apaciguar los frenéticos latidos de mi corazón. Tenía que aprovechar aquella ocasión excepcional para contarle la verdad a Rin.

Si lo hacía, estaba seguro que de estaría de acuerdo en escapar conmigo era la mejor opción. Towa y Setsuna no necesitarían buscarle un nuevo hogar en la ciudad que no despertase sospechas, sino que podríamos huir juntos. Lejos de allí, y de cualquier persona que quisiera hacerle daño.

En esta ocasión, me desviviría por ella. Podíamos tener la vida que Rin siempre había deseado, pero que jamás se atrevió a pedirme.

Era mi oportunidad de que finalmente fuéramos felices...

- B-buenas noches, caballero. – La trémula voz de Himawari fue la que me sacó de mis ensoñaciones.

Al girar la vista hacia ella, noté que la joven vestía un kimono más fino que el que había llevado en el salón principal, en tonos rosáceos. La tela se acoplaba a su silueta perfectamente, dibujando hermosamente cada curva de su cuerpo. Mis sentidos quedaron completamente hipnotizados bajo aquella celestial visión, recordando cada momento que había pasado adorando el recuerdo de su desnudez en mi soledad. Aspiré su delicado perfume a jazmín, el cual comenzó a nublar todos y cada uno de mis sentidos. Me sentía atraído con la misma intensidad e inevitabilidad que las abejas al embriagador dulzor de la miel.

En ese instante, me sorprendí a mí mismo en ese momento conteniendo un gutural gruñido. Se trataba de la bestia, encerrada por décadas tras la noche en la que Airin había fallecido. Pujaba por salir al exterior y tomar control sobre la mujer frente a mí, pero no podía permitirlo.

Todo acabaría en tragedia volvía a dejarme llevar por mis instintos.

De hecho, había estado tan sumido en mis propios deseos egoístas que... No me había percatado de que Himawari estaba temblando. Completamente aterrorizada.

- Himawari... - La llamé en voz baja mientras ella se sentaba sobre sus rodillas frente a mí. – Sé que te será difícil de creer, pero... No tengo intención alguna de tocarte. – Le expliqué en el tono de voz más tranquilizador que pude emitir.

Los empañados ojos castaños de la joven se clavaron en mí, llenos de cautela.

- ¿Por qué iba usted a pagar una suma tan generosa por pasar una noche conmigo entonces, mi Señor? – Inquirió, casi a la defensiva.

Para mi sorpresa, en comparación con Airin, esta nueva reencarnación de Rin tenía un carácter mucho más audaz, a pesar de la timidez genuina que había mostrado hasta el momento. Mientras que la princesa confinada en un castillo había vivido resignándose a su destino, la cortesana frente a mis ojos no bajaría su guardia un ápice hasta asegurarse de que se encontraba en un espacio seguro. Y seguramente ese había sido el motivo por el cual había conseguido no ser tocada por ningún hombre en contra su voluntad hasta aquel momento.

Me pregunté entonces si las vidas anteriores moldeaban entonces la personalidad de las siguientes. Como si, al nacer, heredasen características que las salvasen de volver a sufrir por el mismo motivo. Quizás me equivocaba, y el alma no tenía capacidad alguna de transmitir aprendizajes de una vida a otra, pero no pude evitar considerar la posibilidad al menos por un momento.

- Solo quiero hablar contigo. – Le respondí tras una larga pausa, cuidando mis palabras. – Yo...

En ese momento, fuimos interrumpidos por el sonido de la puerta al abrirse. Sintiendo que ya había vivido aquella escena con anterioridad, observé atentamente cómo la cortesana de nombre Kiku se acercaba a nosotros con una bandeja en las manos. A diferencia de la última vez que había interrumpido nuestra conversación, la mujer nos traía una botella de sake y dos copas.

- Lamento la interrupción, pero todas hemos pensado que nuestra compañera podría necesitar algo de ayuda esta noche para rebajar los nervios, ya sabe... Es su primera vez. – Recalcó la cortesana mientras depositaba la bebida entre nosotros.

Apreté los puños, sintiéndome impotente al pensar en las sucias prácticas de aquel lugar. Embriagar a una chica para poder mantener relaciones con ella era el punto más bajo al que podía caer el ser humano.

Sin embargo, era consciente de que aquella mujer sólo estaba tratando de hacer su trabajo, por lo que enmascaré mi repulsión bajo una educada sonrisa.

- Muy amable. - Himawari frunció los labios, su nerviosismo claramente en aumento. – Ahora, si nos disculpa... Agradecería que se marchase, y que no volviesen a interrumpirnos.

Haciendo caso omiso a mis palabras, la cortesana sirvió las dos copas de sake con descaro, ofreciéndole una a su compañera, y la otra a mí. Mientras que Rin la aceptó con las manos temblorosas, yo la rechacé con la mayor elegancia que fui capaz:

- No, gracias. – Dije, interrumpiendo con la palma de la mano la trayectoria de la bebida que Kiku alzaba en mi dirección.

La mujer del lunar en la barbilla lanzó una mirada fulminante a Himawari, la cual se apuró a ingerir su bebida, coaccionada por la actitud impositiva de su compañera. Fue entonces cuando la cortesana del lunar en la barbilla esbozó una amplia sonrisa, relajando al fin su gesto.

Me contuve las ganas de reprender a aquella desagradable mujer por sus acciones. En aquel punto, su satisfacción parecía más de carácter personal que un asunto meramente profesional. Pero no podía permitirme llamar la atención más de lo que ya lo había hecho al conseguir lo que ningún otro hombre había podido hasta aquel momento.

Debía mantener un perfil lo más bajo posible hasta que se marchase.

- Si fuera tan amable de retirarse. – Le pedí a la mujer, atravesándola con la mirada.

Seguramente ella debió pensar que simplemente estaba impaciente por disfrutar de la intimidad con Himawari, por lo que no me digné a ocultar mi molestia respecto a su presencia.

- Por supuesto, mi Señor. Que pasen buena noche. – Siseó Kiku antes de regresar por donde había venido, cerrando tras de sí la puerta de la habitación.

Al volver mis ojos hacia la joven frente a mí, descubrí un adorable rubor tiñendo sus mejillas. A pesar de que solo había tomado una pequeña cantidad de alcohol, el efecto había aparecido de manera tan inmediata que sólo podía concluir en no estaba acostumbrada a hacerlo, tal y como sospechaba.

Aún irritado por la forzosa ingesta de sake de la joven, le pregunte:

- ¿Son tus compañeras de trabajo normalmente tan desagradables contigo?

La muchacha agachó la mirada, esquivando el contacto visual directo conmigo.

- No puedo culparlas. – Respondió ella en voz baja. – Después de todo, he tenido un trato preferencial hasta ahora.

Para mi asombro, su voz sonaba mucho más firme en esos momentos que cuando había entrado en la sala. El temblor de sus manos también parecía haberse disipado.

Desconocía la composición del sake que nos había traído la cortesana, pero no me cabía duda de que cumplía a la perfección con su objetivo como tranquilizante. Aunque no pude evitar sentirme inquieto al ser consciente de que había ingerido una sustancia tan potente como para garantizar efectos inmediatos.

- Entonces... ¿De qué queríais hablarme? – Preguntó Himawari, aún cautelosa. – Después de todas las molestias que os habéis tomado para encontraros conmigo en privado.

Pude sentir su genuina preocupación por mí en aquella última frase. Aquel atisbo de consideración, propio de la Rin que conocía, me llenó de esperanza. Tenía muchas cosas que decirle, por lo que me centré organizar mis prioridades mientras hacía tiempo:

- Si estáis dispuesta a escucharme, os lo explicaré todo.

La joven me interrogó con la mirada antes servirse un nuevo vaso de sake, fingiendo una seguridad que yo sabía que no sentía, porque podía olerlo. Incluso si sus síntomas físicos se habían paliado, conocía la sensación de inquietud tras aquellos ojos que evitaban los míos de forma deliberada.

- Agradecería que no os embriagáis en exceso. – Comenté, alzando una ceja al ver cómo se llevaba la copa a los labios. – Necesito vuestra completa atención.

Sin embargo, la joven dio un largo sorbo. Quizás sentía que lo necesitaba para poder soportar la incierta situación.

- Adelante. – Me instó ella, esforzándose por sostenerme la mirada, gracias al poder del alcohol.

Suspiré, preocupado por cómo podía afectar su estado a todo lo que quería decirle.

Pero no podía posponerlo por más tiempo. No sabía lo que podía ocurrirle al día siguiente en aquel establecimiento de mala muerte.

- De acuerdo. – Dije, forzando una educada sonrisa. – En primer lugar, quería que supierais que el único motivo por el cual he pagado por pasarte la noche con vos es porque quería detener a otro hombre de compraros. - El rostro de la joven palideció, a pesar de que el tinte rojizo de sus mejillas permaneció imperturbable. – No se contentaba con pasar una noche contigo, sino que quería llevarte con él, a quién sabe dónde, y con qué propósito.

Los ojos de la joven se suavizaron de forma casi imperceptible al darle a entender que mi única intención era protegerla. Aquella expresión era mucho más propia de la Rin de mis recuerdos, extendiendo el calor de mi pecho hacia el resto de mi cuerpo. Tenía la certeza de que aquella mujer iba a creerme cuando le explicase la verdad.

- ¿Y esperáis que os agradezca por ello? – Inquirió de forma tenaz, desconfiando de mí abiertamente, a pesar de la dulce expresión de su rostro. - Lo único que se me ocurre es que no queríais que aquel hombre se os adelantase.

Su voz se había vuelto un trémulo hilo, atenazada por el miedo. Poco a poco, su nerviosismo amenazaba con hacer temblar todo su cuerpo nuevamente. Su naturaleza era tan emocional como siempre, después de todo.

Aunque no me favorecía en lo más mínimo que fuese tan cautelosa conmigo debido a su más que razonable miedo. Yo necesitaba que confiase en mí. Si no lo conseguía, no tenía sentido alguno decirle la verdad sobre quién era yo y por qué estaba allí.

A ese paso no iba a creer ni una sola de mis palabras.

- Porque quería protegerte, Rin. – Confesé, tratando de apelar a los sentimientos ocultos en su alma.

Sin embargo, apreté la mandíbula al darme cuenta del nombre que accidentalmente había escapado mis labios. Los ojos de la muchacha se abrieron como platos al percatarse de aquel desliz. Me dio la impresión de que su tez palideció incluso más en ese momento.

- ¿C-cómo sabes...?

Su rostro mostraba una profunda confusión, incapaz de decidir si el hecho de que conociera aquel nombre significaba que podía bajar la guardia en mi presencia, o todo lo contrario.

- Lo que más deseo sacaros es de aquí. – Le aseguré, ofreciéndole mi mano. – Os daré todas las explicaciones que necesitéis hasta que os convenzáis de que no pretendo haceros ningún daño, pero necesito que confiéis en cada de una las palabras que os voy a...

Mi discurso murió al notar cómo los ojos de la joven habían comenzado a ponerse en blanco. Antes de que tener tiempo de reaccionar, la muchacha se desplomó en el suelo, volcando la botella de sake y todo su contenido por el suelo. Al derramarse, percibí un amargo olor en el aire que no tenía nada que ver con el alcohol. Sin perder tiempo, tomé el recipiente donde aún quedaba algo de líquido en su interior y lo analicé su olor a conciencia.

Se trataba de veneno.

Sin perder tiempo, recogí el cuerpo de Himawari, comprobando aliviado que aún respiraba. De forma pesada y errática, pero lo hacía. Comprobé su pulso, sintiendo cómo se debilitaba a cada segundo. Tenía que hacer algo si no quería dejarla morir en mis brazos.

Con una monstruosa ansiedad ascendiendo por mi garganta, lo primero que pasó por mi mente fue el pensamiento de que tenía que extraer el veneno de su organismo lo antes posible. De forma metódica, separé las solapas de su kimono ligeramente para tener un mejor acceso a su cuello. Por aquel lugar corrían las vías más importantes de sangre, por lo que, si aquel veneno tenía un efecto tan potente, debía de poder interceptar al menos una buena parte en aquel punto.

Sujetando su espalda y nuca de la muchacha firmemente con mis manos, me incliné sobre Himawari para clavar mis colmillos en su cuello. Por un instante, sentí la euforia de estar saboreando su sangre después de tanto tiempo. Sabía exactamente igual que recordaba, con el mismo toque dulce y embriagador. Resultaba tan confuso cuando me recordaba a mí mismo que no era la misma persona que Rin, cuando todos mis los estímulos que recibían mis sentidos dictaban todo lo contrario...

Dejando mis sentimientos en segundo plazo, presioné con mi lengua sobre la herida abierta, cortando el flujo de sangre. A pesar de estar haciendo efecto, apenas sentía el sabor del veneno en su torrente sanguíneo. Si la hacía perder más sangre, únicamente conseguiría acelerar su ritmo cardíaco, lo cual contribuiría a que aquella sustancia se extendiese más rápidamente.

Maldición.

Inhalé profundamente, tratando de mantener la calma. El pulso de Himawari aún no se había perdido. Su respiración era débil, pero seguía allí. Aún tenía que haber algo que pudiese hacer...

Observé la cara interior de mi muñeca antes de hundir mis colmillos en ella, sin dudarlo un solo instante. Mi propia sangre era el único antídoto a mi alcance en ese momento. Si había funcionado en el pasado con Rin para retrasar el avance de la maldición de Zero, era posible que también fuese efectivo esta situación. Después de todo, las escamas plateadas se habían propagado a través de veneno.

Con la boca repleta del fuerte sabor metálico que Rin odiaba, presioné mis labios contra los de la joven entre mis brazos. Su tacto era suave como los pétalos de una flor. Su esencia a jazmín intoxicaba mi pensamiento racional mientras la besaba, dándole a beber de mi sangre. Mientras lo hacía, a pesar de lo crítico de la situación, me sentía flotar al permanecer en contacto con ella.

Ni siquiera había sido consciente de cuánto la había necesitado a mi lado.

Sin embargo, ni siquiera ese breve atisbo de felicidad pudo durar demasiado. La puerta se abrió de repente, seguido de un agudo chillido.

- ¡U-un demonio...!

Alcé los ojos hacia la mujer que me observaba aterrorizada. Se trataba de la cortesana del lunar en la barbilla. Esa misma que había servido veneno a mi mujer.

Entonces comprendí el motivo de su espanto.

Tan pronto como hube sacado los colmillos para morder a Himawari, mi apariencia había vuelto a la normalidad.

Ya no había marcha atrás.

Tras haber dejado atrás a la cortesana en mitad de un ataque de pánico, escapé por la ventana con el cuerpo de Himawari en brazos. A pesar del gélido aire del exterior, sentía cómo su cuerpo recobraba la calidez poco a poco.

La sangre que había bebido debía de estar actuando como perfecta defensa ante la sustancia extraña dentro de su estómago. Sin embargo, no fui capaz de respirar tranquilo hasta llegar a mi cabaña en mitad del bosque. Aquella noche Setsuna no se encontraba allí.

Pero no tenía tiempo que perder en indagar en el paradero de mi hija menor, al menos de momento. Había otros asuntos prioritarios que atender. Encendí la lumbre para que aquel frágil cuerpo humano pudiese mantener la calidez que había logrado recuperar en el trayecto, y la envolví en mi estola.

Esperé por horas lanzando furtivas miradas por la ventana, preguntándome cada vez más ansioso dónde diantres se habría metido mi hija, pues no era propio de ella salir a altas horas de la noche. Lo único que me calmaba era la certeza de que aquella noche no había luna nueva, por lo que al menos no había peligro de que se viera desprotegida sin sus poderes. Al regresar mi atención a la chica humana envuelta en mi estola, tampoco podía cesar de atormentarme con la idea de que aquella chica no volvería a abrir los ojos. Su respiración parecía estable, pero podía volver a recaer en cualquier momento. Apenas me atrevía a moverme mientras sentía aquella angustiosa incertidumbre crecer en mi pecho.

Cada vez más frustrado e inquieto, noté cómo comenzaba a nevar en el exterior. Dado que no podía hacer nada más por la condición de Himawari, sopesé la opción de salir a buscar a Setsuna mientras esperaba a que la humana despertase. No lograba quitarme la mosca de detrás de la oreja por el atípico comportamiento de mi hija. Tenía un mal presentimiento.

Convencido de que no tenía sentido seguir esperando allí sin hacer nada, me puse en pie de la forma más silenciosa posible para marcharme de la cabaña. Apenas me hube colocado el sombrero de paja en la cabeza para protegerme de los copos que caían del cielo, escuché el delicado frufrú de una tela al deslizarse. Me volví hacia atrás, y me encontré los castaños ojos de Himawari observándome con incredulidad.

- ¿Ya has despertado? – Le pregunté, manteniendo un tono amable para evitar sobresaltarla.

La joven observó en todas direcciones, completamente desorientada.

- ¿Dónde estoy...? – Musitó, dando erráticas bocanadas de aire. - ¿Qué ha pasado?

Rin se veía tan aterrorizada que parecía al borde del desmayo. Tendría que quedarme con ella un poco más, al menos hasta que se calmase. Di un lento paso en su dirección.

- Aquí estás a salvo, no debes temer. – Le aseguré, incapaz de pensar en unas mejores palabras de consuelo.

Temblando, la joven se incorporó sobre el suelo hasta sentarse con las rodillas muy juntas y los talones hacia fuera, su respiración acelerándose aún más. Aquello era muy peligroso. Si aún quedaba algo de veneno en su organismo, y llegaba hasta algún órgano vital podía resultar fatal.

La joven comenzó a balbucear mientras se sujetaba el rostro, presa del pánico:

- ¿Qué...? No, no puede ser... Tú... Eres aquel hombre... Yo... D-déjame ir... - Suplicó la joven, al borde del llanto. – Quiero volver con mi familia, p-por favor...

Entrecerré los ojos, observándola con lástima. Estaba seguro que ya debía de haberse extendido la palabra de que Himawari había sido atacada por algún ente maligno. Incluso si no la daban por muerta, cualquiera que se le encontrare temería la posibilidad de que estuviese poseída.

Aquel era el tipo de rumores estúpidos que los humanos solían iniciar sobre las apariciones de yokais.

Incluso en el mejor de los casos, donde nadie creyese la fantasiosa historia de Kiku, y la devolviese con su familia, era muy probable que el dueño del burdel comenzase a atormentarlos de alguna manera. Podía pensar que había montado aquel número para escapar de su control y regresar a casa.

En el peor de los casos, otra posibilidad era que su familia la repudiase. Al creerla con la virginidad perdida, no sería sencillo encontrarle un marido a una mujer que había vivido como cortesana. Y a ninguna familia le convenía tener a una hija adulta y soltera en el hogar, pues supondría una boca más que alimentar.

De modo que yo era su única opción. O quizás, eso era lo que me convenía creer.

- Me temo que eso ya no es posible... - Le contesté en voz baja.

Apenas pronuncié aquellas palabras, densas lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de la joven. Además de asustada, podía atisbar la desesperación más profunda en el interior de sus ojos. Como si se negase a aceptar que tenía que pasar por aquello.

Pero yo no pretendía tocarla. Ni herirla de ninguna forma. Flexioné las rodillas para encoger mi amenazadora silueta. Me acerqué lentamente, arrodillándome frente a ella. Sus ojos castaños me vigilaban atentos, sin apenas parpadear.

- N-no me toque, se lo ruego... - Logró musitar Himawari, envolviéndose con mi estola para ocultarse de mí. - Libéreme...

Retrocedí inmediatamente, manteniendo una distancia prudencial entre ambos.

- No eres mi prisionera, Himawari. – Le aclaré, en un nuevo intento de calmarla.

- Has debido de pactar algo con Kiku para poder echar algo en mi bebida y secuestrarme. – Me acusó ella, arrastrándose por el suelo en dirección contraria, hasta quedar con la espalda contra la pared, lo más alejada posible de mí. - ¿Acaso eso no me convierte en tu presa?

Cerré los ojos, dolido por el odio visceral con el que la joven se dirigía hacia mí. Me había estado equivocando todo aquel tiempo. Todas aquellas miradas y sonrisas... No se habían debido a parte de una Rin que me reconocía.

Sino que habían sido parte del trabajo de una cortesana de alias Himawari.

Aquella mujer no me recordaba en absoluto. Y no tenía ni un solo motivo para confiar en mí.

¿Cómo podía haber estado tan ciego?

Apesadumbrado, me puse en pie mientras me dirigía hacia la salida, deteniéndome justo frente a la puerta.

- ¿Te sentirías más segura si no estuviéramos solos? – Quise saber. Sin embargo, la joven no me respondió, claramente desconfiada de mis intenciones. – Vivo aquí con mi hija. ¿Estarías dispuesta a escucharme con calma si la traigo aquí?

Ante su sepulcral silencio, eché la vista atrás. La muchacha se estaba enjugando las lágrimas del rostro mientras vigilaba mis movimientos, recuperando el color en sus mejillas. Al menos parecía que haber puesto distancia entre nosotros la hacía sentir menos intranquila.

- ... Puede. – Fue todo lo que me concedió la muchacha en un breve susurro.

Me volví hacia la puerta y la abrí, siendo azotado al instante por el gélido aire del exterior.

- Espérame aquí entonces. – Le pedí.

Aferrándome a aquella débil promesa, me adentré en el gélido paisaje invernal. Era más que consciente de que Himawari podía intentar escapar en cualquier momento de la cabaña, pero no era probable que lo hiciese. En primer lugar, porque no tenía a dónde ir, y, en segundo lugar, porque era más probable que muriese de frío en poco tiempo si salía con sus finas ropas al exterior tras haber sido envenenada. Pensándolo racionalmente, su mejor opción bajo aquellas circunstancias era confiar en mí. E incluso no me preocupaba que llegase escapar, presa del miedo, pues no me costaría rastrear su olor hasta dar con ella. Aunque no esperaba tener que recurrir a eso, puesto que una parte de mí quería creer que estaba logrando que aquella mujer confiase en mí mínimamente. Sólo necesitaba regresar a casa con Setsuna para convencerla de que podía bajar la guardia conmigo.

Si lo hacía, Himawari dejaría de temerme, incluso si no era de inmediato. Tarde o temprano podríamos hablar las cosas. Entonces le diría la verdad sobre quién era yo. Y así podríamos ser felices, u estar juntos, de una vez por todas.

Mientras mis pensamientos descendían en espiral por aquella imaginaria situación idílica, seguí el rastro de Setsuna en dirección hacia la ciudad. Según me acercaba, pude notar que estaba acompañada de su hermana, por lo que no me sorprendió en absoluto cuando me topé con ambas gemelas en mitad del bosque.

Towa estaba casi irreconocible. Vestía un femenino kimono decorado con flores rosadas, y su largo cabello se confundía con la nieve que decoraba el escenario invernal. A su lado, Setsuna vestía el uniforme de los cazadores de demonios que Kohaku le había regalado mientras la entrenaba en su adolescencia. No me cabía duda de que mi hija menor había salido aquella noche para informar finalmente a la mayor de las dos de mis encuentros con Himawari. Eso explicaría la cara de pocos amigos con la que Towa me observaba. Su mirada era tan desagradable como las que Inuyasha me había dedicado siempre, la cual me irritaba de sobremanera. No tenía tiempo que perder con perros rabiosos e irracionales.

- Ya lo has hecho, Padre. – Gruñó la joven de cabello plateado, acusándome con sus orbes de color carmesí. – Ahora que has logrado sembrar el pánico entre los humanos una vez más, ¿estás satisfecho?

De modo que Kiku había debido de salir corriendo para alertar a todos los vecinos de la presencia de un demonio. Me impresionaba que todos fueran tan estúpidos como para haberla creído sin pruebas.

- Setsuna. – Llamé a la menor de las gemelas, ignorando las acusaciones de la otra. – Volvamos a casa. Vuestra Madre espera allí.

Sin embargo, la actitud de la joven de cabello castaño hacia mí se había endurecido. El azul de sus ojos se clavaba en mí como una daga helada.

- Te rogué que no involucrases con ella, Padre. Me dijiste que confiarías en nuestras maneras. – Recriminó ella con la voz helada, desprendida de toda emoción palpable. – Pero cuando insististe en ir a verla cada noche, decidí confiar en que no harías nada imprudente para ninguna de nosotras, y aun así... - Ella cerró los ojos un instante para dar una amplia bocanada de aire, su cálido aliento formando una diminuta nube blanca. – Eres un completo egoísta, Padre. – Sentenció Setsuna. – No sólo me has traicionado a mí, sino que también has herido a Towa y destrozado la vida de esa muchacha. Ella no es nuestra Madre. Eres tú quien está eligiendo por ella que lo sea.

Lancé una mirada a mi hija mayor, la cual parecía querer atravesarme con su intensa mirada.

- ¿Se puede saber de qué manera mis acciones te han afectado, Towa?

La muchacha de cabello plateado dejó escapar un exasperado suspiro.

- Si te hubieras preocupado, aunque sólo fuera una única vez por mí en todo este tiempo, lo sabrías, Padre. – Respondió de forma amarga.

Fruncí el ceño, dolido por sus palabras.

- Si no me he preocupado por ti es porque no me has permitido hacerlo, Towa. – Repliqué. – Eras tú quien ha huido de mi presencia todo este tiempo, por lo que he creído más oportuno darte espacio hasta que fueras tú quien decidiera cuándo me querías de vuelta en tu vida. Siempre ha estado de tus manos, desde que empezaste a darme la espalda.

La joven de cabello plateado agachó el rostro, reflexionando sobre mis palabras. Entonces fue Setsuna la que tomó las riendas de la conversación, acercándose hasta posar su fría mano sobre mi hombro.

- Ya hablaremos de esto con más calma. – Murmuró ella. – Esa chica está en la cabaña, ¿verdad? Debe de estar muerta de miedo, así que vámonos. No hay tiempo que perder discutiendo aquí.

Los tres desandamos el camino hacia el lugar que llamaba mi hogar, envueltos en un pesado silencio. Nuestras pisadas quedaban impresas en la nieve, dibujando poco a poco el recorrido hasta lo que yo creía que sería el momento donde finalmente podría arreglar las cosas con las tres mujeres que más amaba en el mundo.

Sólo tenía que aguantar un poco más y todo estaría bien.

Una vez llegamos a nuestro destino, fue Towa quien se adelantó:

- Entraré yo primero. Seguro que la aliviará más encontrarse con una cara conocida.

Completamente de acuerdo con su apreciación, la mayor de las gemelas fue la primera en ingresar a la vivienda. Apenas lo hizo, sin embargo, escuchamos un grito ahogado que nos hizo tanto a Setsuna como a mí asomarnos rápidamente desde el umbral de la puerta.

Con horror, contemplamos cómo por el suelo se encontraban desperdigadas la infinidad de ilustraciones que yo había realizado de Rin en privado. Tanto las de su rostro como las de su cuerpo desnudo. Sobre las hojas de papel pendía el cuerpo sin vida de Himawari, la cual se había ahorcado con su propio obi. Setsuna, a mi lado, tragó saliva antes de dirigirse con decisión hacia el cadáver para inspeccionarlo.

Mientras que yo, incapaz de soportar esa visión, le di la espalda a aquella terrorífica escena, antes de que me diese tiempo a cometer el error de observar la expresión de aquel inerte rostro. Se trataba de la primera vez en mi vida en la cual me había visto incapaz enfrentar la presencia de un cadáver, con el estómago encogido y con las náuseas ascendiendo por mi garganta como puro fuego.

Porque me había estaba equivocado todo aquel tiempo.

Con mis egoístas acciones, sólo había logrado empujar hacia la muerte a aquella pobre muchacha, completamente devoto a un delirio que mi cabeza había creado para soportar la soledad que envolvía mi alma. Ella había preferido quitarse la vida antes que arriesgarse a la posibilidad de que yo pudiera tocarla. Hasta ese punto me repudiaba.

Me sentía como un monstruo.

Yo... La había matado yo.

- Pero eso no tiene sentido. – Repliqué, interrumpiendo el relato del demonio.

Sesshomaru se revolvió inquieto en su sitio. Su cabizbaja expresión delataba que aún se sentía terriblemente culpable por aquel suceso.

- ¿A qué te refieres, Kaori? – Inquirió él.

Me mordí el labio, silenciando mis impulsivas palabras. Se trataba de un tema muy delicado, por lo que no quería decir nada que pudiera hacerle más daño.

- Quiero decir... Ha habido algo que me ha estado chirriando todo este rato. Hubiera tenido mucho más sentido que Himawari hubiese tratado de escapar, o pelear, o... Cualquier otra cosa antes que acabar con su vida... Ésa debería haber sido su última opción, no la primera.

El profesor Taisho cruzó los brazos sobre su pecho, cerrando los ojos.

- Por desgracia, esa fue la decisión que tomó tras encontrarse los dibujos que había creado sobre ella. – Repuso con voz queda. – Desde su punto de vista, yo no era más que un acosador, que, además, la había terminado secuestrando. Debía de verme como un hombre obsesivo y repulsivo, como el resto de sus clientes. – El demonio se flageló a sí mismo sin piedad, sus palabras tras duras como una sentencia de muerte. - Te recuerdo que yo nunca había tenido intimidad con Himawari, pero mis ilustraciones detallaban perfectamente la posición de cada lunar, la forma de cada curva... Y la había llamado Rin, el cual quizás fuera su nombre real, o un apodo familiar, como en tu caso. – Explicó Sesshomaru, escrutándome con sus ojos dorados. – Debió de aterrarla sólo pensar en cómo sabía tanto sobre ella... Y quizás eso fue lo que la llevó a pensar que no había forma de que pudiese huir de mí, que yo la terminaría encontrado... Y ese temor fue la que la debió llevar a su límite.

Me abracé a mis rodillas, cabizbaja.

- Suena completamente aterrador, pero aun así... No comprendo por qué no intentó huir, al menos una vez...

El demonio asintió, quizás dándome la razón, o quizás indicando que él sí que la entendía. Fuera como fuese... Sentía que había algo que, definitivamente, no encajaba en aquella historia. A pesar de que Sesshomaru la aceptase como la verdad absoluta.

Su mirada permaneció perdida en el fondo de la taza de café, su semblante sombrío. Preocupada por su sepulcral silencio, añadí:

- Lo siento. – Musité.

Los ojos del demonio se abrieron de par en par, girándose hacia mí con incredulidad.

- ¿Por qué te disculpas?

- No era mi intención cuestionar tus vivencias.

Sesshomaru depositó la taza sobre la mesa de cristal con una apacible expresión.

- Lo sé, Kaori. No me has hecho sentir mal por decir lo que piensas.

- Entonces... ¿Puedo preguntarte algo más? – Inquirí en voz baja.

- Claro que sí.

El ánimo del demonio parecía haberse estabilizado en ese momento, por lo que me atreví a insistir un poco más:

- ¿Cómo conecta todo esto que me has contado con tus cicatrices? – Inquirí, volviendo al tema original de la conversación. - ¿Qué fue lo que pasó?

El profesor Taisho se llevó la mano al corazón de forma inconsciente mientras me miraba fijamente. Sus pupilas no temblaron lo más mínimo mientras contestaba:

- Yo mismo me infligí todas esas heridas, en un desesperado intento de expiar todos mis pecados, sintiendo culpabilidad por las muertes de Rin, Airin y Himawari... No podía soportarlo más.

Alargué el brazo para sostener la mano del demonio. A pesar de haber estado ingiriendo una bebida caliente, recién hecha, sus dedos se encontraban helados.

- Oh, Sesshomaru... ¿Q-quieres decir...? – Me quedé sin voz a mitad de la frase, aterrorizada de ponerle nombre al hecho que había señalado el demonio.

- Sí. – Me confirmó sin rastro de duda. – Después de la prematura muerte de Himawari, yo intenté quitarme la vida.

Notas: Aquí lo tenemos, finalmente, de vuelta al flashback que ve Kaori en sus sueños en el capítulo 7 (Sombras). Lo admito, siempre me han hecho cierta gracias los comentarios que dejásteis, sin entender absolutamente nada, como es lógico. Así que me congratula deciros que ya tenéis el contexto completo de la situación. Espero haber resuelto todas las preguntas que tuviérais en ese momento. ¿Se siente satisfactorio comenzar a unir los puntos que os he ido plantando en el camino?

Para sorpresa de nadie (creo), al fin puedo confirmar que Sesshomaru ha tenido intentos de suicidio en algún punto de su larga existencia. Aunque esta conversación continuará en el próximo capítulo, quiero decir que ha sido muy sencillo a la vez que duro emocionalmente para mí conectar con esa emoción de Sesshomaru, porque yo misma he pasado por eso.

Lejos de deprimiros con este tema, quiero recordaros que podéis pedir ayuda cuando os sintáis mal a vuestros seres queridos, a quienes os sean más cercanos. Trabajad en vosotros mismos, sin perderos de vista, con cariño y paciencia, que al final se sale. Al menos, yo estoy aquí para contaros que he sobrevivido.

No quiero que os preocupéis por mi mensaje al inicio de este capítulo, no es contradictorio con lo que os estoy diciendo ahora. Es verdad que se me está yendo un poco de las manos la ansiedad, pero aún tengo el control de mi vida. Y si por lo que fuera, siento que estoy dando pasos hacia atrás, no dudaré en acudir a un especialista. No tengáis miedo de hacerlo, a mí me ha ayudado mucho a crecer como persona y a ver el mundo de la forma en la que lo concibo ahora, con más conciencia.

Así que hoy, como abanderada de la salud mental, mi mensaje es ese: cuidaos mucho, y no tengáis miedo de pedir ayuda. Siempre habrá alguien que podrá y querrá escucharos. Os quiero mucho.