Capítulo 1.

Estaba nevando, era posiblemente el invierno más crudo desde la última década. Las espaciosas habitaciones del orfanato no permitían que el lugar lograra calentarse debidamente, por lo que reunir a los pocos niños en una sola habitación frente a la chimenea fue una mejor opción. Incluso si juntaba a los chicos y chicas de grado mayor y grado menor, no lograban ser más de treinta.
Esa noche Roger Ruvie había tomado el cuidado de todos, pues el señor Quillsh se encontraba afuera haciendo algo importante. Además, si las cosas iban como lo había planeado, él llegaría pronto. Pasaron las horas, los pequeños se encontraban conversando, jugando o leyendo ante el calor del fuego, cada uno con una taza de chocolate caliente y malvaviscos.
El anciano por su parte estaba en una de las habitaciones continuas, arreglando papeles y libros desordenados únicamente siendo iluminado por la luz ámbar de una veladora. Quizá aquello le ayudaría a entrar en calor, si no es que también le ayudaba a controlar su ansiedad que no hacía más que incrementar.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se había percatado de las llamadas entrantes al teléfono de la oficina. Una, dos, y la tercera ya no llegó. No hacía más que pensar en su pobre amigo y lo difícil que debía ser para él el estar lejos de su hogar en aquellos momentos.
Cuando escuchó el tenue "toc toc" de la puerta una y otra vez por fin volvió al momento presente. Se sorprendió al ver al más pequeño de los chicos esperándole afuera.

—Alexander, ¿no deberías estar con los demás? Vas a resfriarte. ¡Cielos! ¡Y además no llevas zapatos puestos! ¡Ni siquiera calcetas! —exclamó sobresaltándose con toda la intención de vestirlo debidamente—. Ven conmigo.
—Señor Roger, alguien está llamándole afuera —dijo con aquella voz infantil adormilada.
—¿Qué? ¿Quiénes?
—Todos estaban absortos como para notarlo, pero yo sí pude oírlo. El claxon de un auto ha estado sonando más allá del portón desde hace rato y no me deja dormir. Lo vi por la ventana de mi cuarto.

Roger se olvidó de reprender al niño, ya sea porque andaba descalzo o porque se había separado del resto de infantes sin avisar cuando las bajas temperaturas eran amenazantes. No tenía ganas en absoluto de tratar toda la noche la fiebre de alguien. No obstante, dejando de lado al pequeño se dispuso a caminar prontamente hacia la entrada del orfelinato y averiguar de qué se trataba. Entonces vio el automóvil estacionado enfrente. Tomó un abrigo del perchero y salió. Se trataba de aquella mujer que había conocido un mes atrás.

—Buenas noches —dijo él.

La mujer ni siquiera se molestó en devolver el saludo. Bajó del vehículo y se posó frente al mismo mientras sostenía un paraguas para protegerse de la nieve que ya comenzaba a acumularse. El cielo estaba nublado, el blanco de la ventisca lo cubría todo y ambos eran iluminados únicamente por las farolas de la calle frente a la casa hogar.

—¿No decía estar interesado? Lo llamé y no atendió el teléfono, Ruvie.
—Discúlpeme, tuvimos un percance.
—Bueno, no vine hasta acá para escuchar excusas y en vista de lo poco que nos favorece el clima hoy, usted entenderá que debo marcharme ya. El chico está dormido en los asientos traseros. No me gustaría despertarlo.
—¿Sugiere que lo lleve en brazos hasta adentro?
—¿Y cómo habría de hacerlo si no? Hágalo rápido.

Roger soltó un largo suspiro. Abrió la puerta del auto y lo vio allí adentro profundamente dormido con un abrigo, una bufanda y una manta aterciopelada encima. Con mucho cuidado lo tomó en brazos y lo cubrió por completo para que el frío no le hiciese ningún daño. Se percató de que el chiquillo no pesaba casi nada.

—¿Hay algo más que pueda hacer por usted? ¿Gusta pasar a las instalaciones?
—¡Solo ocúpese de esa pequeña bestia! Ha estado provocando problemas de un lado a otro. Asegúrese de que no se le escape, eso es todo. Adiós, señor.
—¡Espere, Sra. Olivia! Me gustaría que hablara con el señor de la casa. Es el encargado de atender el lugar, ya debe estar por volver si todo ha ido bien.
—¿Cree que tengo el tiempo? Hay mucho que hacer en mi orfanato. Que cada quien se ocupe de sus asuntos es más importante. Ah, y otra cosa: no acepto devoluciones. —Escupió las últimas palabras refiriéndose al huérfano—. Pero si le hace sentir mejor, le estaré enviando una misiva a su patrón. Que tenga buena noche.

La mujer se subió al auto y el contacto con ella se perdió para siempre.

Roger Ruvie volvió adentro con el resto. No dejaba de pensar en lo desagradable que había sido que esa tipa llamara "bestia" al pequeño.
Ninguno de los niños se dio cuenta siquiera de que el pobre hombre había salido de la casona salvo el pequeño que lo fue a buscar rato atrás a su despacho y que ahora lo estaba esperando en la puerta, por la cual asomaba apenas la mitad de su cara.

—¡Alex, vuelve adentro! —le dijo mientras llegaba con el niño cargando en la espalda. Cerró la puerta por detrás suyo dispuesto a arropar al recién llegado, pero a pesar de la situación, el pequeño Alexander no obedecía sus indicaciones.
—¿Quién era esa señora, Roger? ¿Y quién está ahí contigo? —preguntó aferrándose al pantalón del mayor.
El adulto solo pudo suspirar con resignación, pues no podría ocultarlo hasta el día siguiente. «Eres muy perceptivo, mocoso», pensó con cansancio.
—Es un nuevo invitado. Va a quedarse aquí con nosotros y tienes que portarte bien con él, ¿ok?
—¿Va a vivir aquí? —preguntó con emoción.
—Sí. —El hombre susurró para sí mismo—: Esperemos que esto resulte bien.

Pasaron cautelosamente por los pasillos para no alarmar a nadie. Si bien iban a dar apenas las 10:00 de la noche, los niños seguían despiertos y ya deberían irse pronto a dormir, aunque esa sería una orden que daría luego de alojar al nuevo chico.
Roger había preparado su habitación con anticipación. Recostó al chico de profundo sueño en la cama, la cual era muy grande para su pequeño cuerpo, y le arropó con cuidado. Advirtió que tenía las manos heladas y el pelo negro lleno de escarcha. «¿En qué momento?», pensó.

El problema que tenían con la electricidad se resolvió de repente, por lo que ya no tenían que usar veladoras y en su lugar Roger encendió una pequeña lámpara de luz ámbar para que iluminase la habitación del niño.

Alexander se había quedado sentando en una de las sillas de la alcoba observando a detalle al nuevo chico. Su pelo era tan oscuro como el cielo nocturno; negro, negro, negro. Y la piel blanca como la mismísima nieve que caía aquella noche. Estaba delgado, de nariz pequeña y facciones finas. Al contrario del observador, que tenía el cabello castaño claro y los ojos del mismo color, con la piel un poco bronceada por jugar al aire libre.

—Vámonos, dejémoslo descansar. Mañana hay que poner orden por aquí.
—¿Puedo dormir aquí, Roger?
—No.
—Por favor.
—No, vete a tu cuarto. Ya deberías estar dormido desde hace un buen tiempo.
—No necesito dormir. ¡Déjame cuidarlo esta noche!
—¿Cuidarlo? Tienes 5 años, eso me corresponde a mí. Anda, ve y duérmete, yo lo cuido.
—Yo fui quien se dio cuenta del auto allá afuera. Si no me vas a dejar quedarme, al menos sírveme otra taza de chocolate caliente. Anda.

Roger no pudo decir que no, sabía que el niño era insistente y que no podría ganarle. Tan solo quería que se apartara del nuevo chico, no sabía cómo sería su temperamento cuando despertara en un nuevo orfanato. Sabía que si Wammy estuviera allí le reprendería diciendo que no se deje llevar por los chantajes de los niños, pero qué más daba, ahora se encontraba solo.

Los niños recibieron la orden de ir a dormir y eso hicieron. La calefacción funcionaba por fin, por lo que ayudaría a apaciguar el intenso frío que todos sentían. Por esa noche dejaría que el pequeño descansara. Trataría de echarle un ojo al chiquillo castaño que seguramente no podría dormir por la curiosidad.

El tiempo transcurría y el viejo Roger seguía esperando de un lado a otro en su propia habitación, el silencio entre los pasillos le abrumaba. Estaba esperando alguna llamada, el sonido del portón abriéndose, la voz de su camarada o lo que fuera, pero no escuchaba nada. Se quedó dormido sobre el escritorio desordenado cuando menos se lo esperó.

Wammy no estaba muy lejos, pero en su cabeza no estaba la idea de volver pronto al orfanato desde un principio. No. Quería que el pequeño se despidiera libremente de su madre. La ventisca se aligeró y la nieve caía tupida. Hacía mucho frío. Nadie se había molestado en vestir apropiadamente al pequeño que llevaba consigo, por lo que había sido una buena idea de su parte llevar ropas desde el orfanato para cobijar al menor.

Ya iba siendo hora de llegar a La casa de Wammy. Unas cuantas horas más de viaje y estarían en casa. El menor estaba dormido y acurrucado en las piernas del anciano, ni siquiera el sonido de la locomotora lo despertaba. Pese a que la nieve estaba acumulada y el vagón se tambaleaba por la fuerte ventisca, no hubo pausas en el camino. Quizá el sonido de la máquina a vapor se encontraba interfiriendo en los sueños del niño.
Todavía estaba oscuro cuando llegaron, era de madrugada. Tomaron otro servicio de transporte en coche para llegar hasta el orfelinato. El pequeño caminaba a pasos lentos, cansados, con frío, hambre y la mirada perdida. Cuando menos se lo esperaron el cielo recién comenzaba a tomar su brillo para dar la bienvenida a otro nuevo día. El señor Quillsh sostenía la mano el infante para brindarle seguridad y cariño; el menor se dejaba ver dubitativo, cansado, perdido. Nevaba con debilidad. Antes de abrir el portón se quedaron de pie allí observando el lugar. El adulto sabía que una vez que tomara al pequeño bajo su ala, su vida cambiaría y no podría volver atrás. Todo cambiaría para ambos. El niño se encontraba tratando de procesar las horas previas, los días previos…, al igual que el mayor. ¿Acaso existía una segunda opción?

Entraron. Roger Ruvie los estaba esperando mientras dormía en el sofá que se encontraba en la sala principal junto a la recepción. Al apenas oír el sonido de la puerta abriéndose casi se puso de pie de un salto. Algo había de raro: el niño pese a entrar por su propio pie, se le veía casi cayéndose tras cada paso.

—¿Qué tal el viaje, señor?
—No hubo mucho que pueda hacer —respondió Wammy con calma. Vio a su nuevo pupilo y le dijo a su compañero—: Tuvo que pasar por mucho y aún se encuentra cansado. Por favor, ¿podrías llevarlo a una cama para que duerma?
—Claro que sí —dijo con cortesía y todo sentimiento de servidumbre—. Preparé una habitación cerca de Beyond.
—Oh, es cierto. ¿Cuándo llegó?
—Ayer por la noche. Se encuentra dormido desde entonces.
—¿Y cómo se encuentran los demás?
—Todos se han portado bien. Aún es demasiado temprano, pero me gustaría que estos dos niños puedan integrarse con el resto. Ya habrá tiempo para eso. Respecto a Beyond, le contaré los detalles si gusta, pero primero debería tomar un descanso usted también. Permítame ocuparme de este pequeño.
—Gracias…

Roger tomó de la mano al chiquillo para guiarlo hasta su habitación mientras el propietario se iba a uno de los cuartos de la primera planta para dormitar.
Eran las 4:00 de la mañana, por lo que todos los niños sin excepción dormían. El pasillo era iluminado por la tenue luz dorada de las bombillas viejas.

Con cuidado lo desprendió de sus ropas empapadas de aguanieve. El saco caqui y la bufanda blanca terminaron arrumbados en una silla de la habitación, y en su lugar lo reemplazó con un pijama color gris. Una vez teniendo al pelinegro bien arropado, Roger creyó que hacer una pregunta no estaría de más.

—¿Cómo te sientes? Si quieres puedo dejar una lámpara encendida para ti.

El pequeño Elle no tuvo la más mínima intención de decir algo, no tenía palabras. De hecho, quizá ni lo había escuchado. Su mente seguía en otra parte, mucho más allá, en donde esperaba que su voz alcanzara a su madre. Su cabecita estaba en blanco como si diera vueltas en espiral… Le fue imposible oír la voz del anciano. Todo lo que hizo fue cerrar sus ojos y sumergirse una vez más en el sueño para olvidarse de todo.
Los adultos fueron a dormir también, aunque tan solo unas pocas horas, pues había que levantarse temprano.

El sol ya empezaba a entrar por entre la cortina cuando el pequeño Beyond Birthday comenzaba a despertar. Pasaban de las 12:00 del día, y en la habitación continua Elle Lawliet también recién abría los ojos.