Sango y Miroku

Una nueva vida

- ¡Hiraikotsu! - lanzó el boomerang, atravesando los árboles que se encontraban en frente.

- Perfecto, Hisui. - sonrió, acercándose.

- ¿Tú crees, madre? - respondió emocionado.

- Si, aún tienes que pulir tu técnica, pero tienes demasiado tiempo para hacerlo. - apoyó su mano sobre su hombro. - Hiraikotsu es muy especial para mi, fue mi primera arma y la que me acompañó casi toda mi vida. Ahora que me he retirado, quiero que tú seas quién lo lleve.

- Es un honor para mi, prometo hacer lo mejor posible.

- Y se que lo harás bien, hijo. - lo abrazó. - Ven, vamos a ver como le va a tus hermanas.

Mientras tanto, las jovencitas se encontraban con su padre en otro sector del bosque.

- ¿Estas lista, Kin?

- Lista, padre. - sonrió.

Él le devolvió la sonrisa al mismo tiempo en que desplegaba aquel muñeco de papel, el cuál fue tomando la forma de un yokai.

- Hm, fácil. - metió la mano en su túnica, sacando aquel armamento. - ¡Pergamino! - saltó, lanzándoselo al demonio en el medio del rostro y, en cuestión de segundos, este se desintegró. - Perfecto.

- Muy bien, mi niña. - se acercó, aplaudiendo. - Ahora dime, ¿Cuál usaste?

- ¿Cuál use? - se sorprendió.

- Si, ¿Qué clase de pergamino lanzaste?

- Bueno.. yo... - rio nerviosamente, colocando su mano tras su cabeza. - Es que no me fijé...

- Kin...

- Lo siento, me dejé llevar por la emoción.

- Es fundamental que siempre sepas lo que tienes en las manos, Kin, porque tal vez algún día te encuentres con un demonio para el cuál no tengas conjuros y deberás encontrar alternativas.

- Entiendo padre, prometo ser más atenta.

- Lo mismo prometiste la última vez. - posó sus ojos en su gemela. - Y aún así lo olvidas.

- ¿No tienes armas que fabricar?

- De hecho, no. - los tres miraron hacia uno de los lados, encontrándose con Sango y Hisui. - Hoy Gin se encargó de terminar con los pedidos.

- Ja, tienes suerte. - la mayor se cruzó de brazos, sacándole la lengua a su hermana.

- Niñas, no peleen. - intervino su padre. - Querido Hisui, ¿Cómo estuvo tu entrenamiento?

- Bien, eso creo. - sonrió.

- Tranquilo. - intervino su madre. - Lo hiciste muy bien.

- Bien, entonces creo que es un buen momento para que nos des una pequeña demostración, a tus hermanas y a mi, de lo que has aprendido.

- ¿He? ¿Ahora? Pero...

- Oye. - colocó su mano sobre su hombro. - Tranquilo, fallar es de humanos también. - sonrió.

- De acuerdo. - le devolvió la sonrisa al mismo tiempo en que tomaba posición de ataque.

Sango se alejó levemente, apoyándose en uno de los árboles, observando la escena.

Los niños han crecido... ya están aprendiendo las técnicas y usando nuestras armas.

Sonrió, posando sus ojos en Miroku, quien le daba las últimas indicaciones a su hijo adolescente.

Su excelencia es un excelente padre. Los niños lo aman, puedo ver la admiración cada vez que lo miran. Nuestra familia es perfecta, me pregunto si debería...

- ¡Muy bien! - regresó a al realidad con aquel grito de Miroku. - ¿Lo viste, Sango? - la miró, sonriendo.

- ¿He? Si... si, fue excelente.

- Nuestro hijo será un gran exterminador. - se acercó a él, acariciando su cabello.

- Pienso lo mismo, pero ahora... - caminó hasta las jóvenes. - Niñas, el atardecer se acerca, es hora de preparar la cena, ¿podrían buscar las cosas? Necesito ir a hablar con Kagome.

- Claro, madre. - sonrió Gyo.

- ¿Todo esta bien? - murmuró su esposo, en parte sorprendido por que se marchara.

- Si, excelencia, no se preocupe. - sonrió. - ¿Cree que podrá vigilarlos?

- Bueno... - volteó la mirada a sus hijos. - Ya no son niños.

Es verdad, ya no son niños.

Trató de contener las lágrimas, las cuales amenazaron con salir frente a aquel pensamiento.

- Regresaré pronto.

- Ten cuidado, querida.

- Lo tendré.

Se alejó del bosque, en dirección de la aldea al mismo tiempo en que sus ojos se posaban en el cielo, el cual se estaba pintando de naranja poco a poco. Un leve suspiro abandonó sus labios mientras mil pensamientos, dudas y miedos, atravesaban su mente.

Me pregunto... ¿Qué sucederá? ¿Él podrá soportarlo?

- Y si no lo hace... supongo que será el fin.

Antes de darse cuenta, se encontraba parada frente la cabaña en la que vivía su mejor amiga. Caminó los pocos pasos que la separaban de la puerta que estaba abierta.

- Ya, Inuyasha. - se detuvo al escuchar la risa de la joven.

Se asomó levemente, encontrándose con aquella tierna escena.

- Hueles diferente, ¿Qué te hiciste? - su nariz estaba pegada a su cuero cabelludo mientras la sostenía por sus hombros.

- Para, me haces cosquillas. - volteó, rodeando su cuello con ambos brazos. - Sólo es una preparación que me enseño la anciana Kaede.

¿He?

Desvió sus ojos castaños, focalizando a la castaña, quien rio, tapando su boca con su mano.

- ¡Sango! - empujó al peliplata, quién terminó estrellado contra la pared. - No te vi... ¿hace cuanto que estas ahí? - rio nerviosamente.

- Lo siento si los interrumpí. - ingresó.

- Keh, supongo que ya te contagiaste de aquel bastardo. - se acercó a la entrada, masajeando su nuca.

- Lo siento. - pronunció Kagome mientras él salía de la casa. - Ven, Sango, ¿Cómo estas?

- Hola, Kag. - la saludó por fin. - Estoy bien, gracias. - ambas se sentaron.

- ¿Segura? No pareces muy convencida.

- Si... es sólo que... ya sabes.

- ¿Aún no has hablado con él? - meneó la cabeza. - Sango.

- Lo se, pero es que...

- ¿Tienes miedo?

Sus ojos se posaron sobre la pequeña mesa de madera que Inuyasha había construido para su esposa. Colocó su mano en su vientre y llevó su mirada nuevamente a su amiga.

- Los niños ya crecieron, ¿Qué crees que pensará al saber que un nuevo bebé llegará?

- ¿Quieres saber lo que pienso? - asintió. - El monje Miroku se pondrá muy feliz.

- También he pensado eso de a momentos, pero... ¿recuerdas cuando los niños eran pequeños y él no parecía feliz con su vida?

- Sango, no puedes vivir en el pasado, tú misma lo dijiste, los niños ya no son niños. Además, todas las parejas pasamos por altos y bajos, incluso Inuyasha y yo.

- Inuyasha jamás pareció cansarse de su familia. - entrecerró sus ojos.

- Pero tiene otros defectos que, estoy segura, no soportarías.

- ¿Cómo cuales?

- ¡Moroha! ¡Regresa aquí! - el grito provenía del techo de la casa.

- ¿Realmente tengo que responder? - suspiró.

Ambas se pusieron de pie y salieron de la casa. En ese momento la joven saltó del techo, sosteniendo en sus manos a colmillo de acero.

- Moroha, ¿Cuántas veces te he dicho que no tienes que molestar a tu padre? - se cruzó de brazos.

La joven salió corriendo al mismo tiempo en que volteaba.

- ¡Lo siento, mamá! - gritó, alejándose.

- Ay ¿Qué voy a hacer con esta niña? - colocó su mano en su rostro.

- ¿Dónde está Inuyasha? - preguntó Sango.

- ¡MOROHA! - ambas dieron un paso hacía atrás en el mismo momento en que el híbrido se estrellaba en el suelo. - ¡Esa niña insolente! - gruñó, elevándose.

- Supongo que esto es lo que vivirás en unos años. - rio, ayudando a su esposo a ponerse de pie.

- Keh, ¿todavía no le dijiste que van a tener un hijo?

- No es tan fácil como crees.

- Por favor, es Miroku. - se sacudió. - ¿Por qué tanto problema? Es imposible que un idiota como él se moleste por eso.

- Inuyasha... - pronunció entre dientes.

- ¿Cómo reaccionarias tú si supieras que Kagome está embarazada?

- ¡Hugh! - se sonrojó, abriendo ampliamente sus ojos.

- ¿Entiendes? - miró a su amiga. - Nos vemos mañana, ¿si?

- Claro, oye... - apoyó sus manos en sus hombros. - Tranquila, todo saldrá bien.

- Muchas gracias. - sonrió y comenzó a caminar.

Ambos se quedaron observándola mientras se alejaba.

- Kagome...

- ¿Qué sucede? - lo miró.

- Tú no estas embarazada, ¿verdad?

- ¡Abajo! - gritó, ingresando a la casa.

- ¡¿Por qué no me respondes?! - se puso de pie, siguiéndola.

Es verdad... su excelencia no es del tipo que se molestaría por saber que otro bebé viene en camino, sin embargo... no puedo quitarme esta sensación de la mente.

- Quizás... este miedo sólo me pertenezca a mi. - murmuró, acariciando su vientre. - Pronto comenzarás a notarte...

¿Qué?

Se sorprendió al elevar su mirada y encontrarse con su esposo en la puerta.

- Sango. - sonrió, acercándosele.

- Su excelencia, ¿Qué está haciendo aquí afuera?

- Te estabas tardando demasiado.

- Lo siento, me quedé hablando con Kagome, ahora iré a hacer la cena.

- No, no te preocupes por eso, las niñas se encargaran. - extendió su mano, tomando la de ella. - Quiero que me acompañes.

- ¿A donde?

No respondió, sólo se limitó a caminar sin soltarla.

- Es una hermosa noche, ¿no crees?

- Si, es verdad. - sonrió, rodeando su brazo.

Luego de unos momentos de silencio, por fin llegaron a las pequeñas colinas, las mismas en las que solían sentarse a ver el atardecer en aquellos lejanos días en donde el futuro aún era incierto, sin embargo esta vez contemplarían el vasto firmamento que se elevaba frente a ellos.

- Vaya. - murmuró, sentándose. - Se ve... precioso.

- Lo es. - sonrió, observándola sin que ella lo notara. - Sango.

Sus miradas se encontraron y fue inevitable para la castaña el no sonrojarse.

- ¿Si?

- ¿Puedo hacerte una pregunta?

Su corazón comenzó a palpitar a tal velocidad que, por un momento, pensó que él sería capaz de oírlo golpear su pecho.

- Dígame.

- He notado que estos días has estado tensa.

- ¿Te... tensa?

- Hay algo que te esta preocupando, ¿verdad?

- Bu... bueno.

- Sango. - tomó sus manos. - Puedes confiar en mi, soy tu esposo.

- Excelencia. - susurró. - Es verdad, hay algo que debo decirle.

Su mirada se intensificó ante su respuesta afirmativa, sin embargo asintió.

- Te escucho.

- Bueno... - tragó saliva. - Usted y yo... hemos formado una familia hermosa. - sonrió. - Como dijimos hoy, los niños ya han crecido... y... nosotros hemos pasado por mucho, sin embargo... - sus ojos se perdieron en la marea azulada de su mirada y, por un instante se mantuvo en silencio.

- Sango, me estas asustando...

- Yo... estoy embarazada, excelencia.

- ¿Qué? - los labios del castaño se separaron ligeramente.

- No sabía como decirle... lo supe hace algunas semanas.

Inicio del flashback.

- Oye mamá, ¿seguro que estas bien? - preguntó Gyo mientras se encargaba de contabilizar las armas que Kohaku debía llevar a la siguiente aldea.

- Si... no te preocupes, sólo es un malestar. - se puso de pie. - Iré a ver a la anciana Kaede.

- ¿Quieres que le diga a Kin que te acompañe?

- No, ella y Hisui están entrenando, además tu padre e Inuyasha salieron en una misión, yo puedo sola.

- De acuerdo. - respondió la castaña, no muy convencida.

No puede ser... ya hace un par de días que tengo estos mareos al amanecer, además estoy más cansada de lo normal. Sólo espero que no sea lo que estoy pensando.

Llegó a la casa de la anciana y se encontró con Rin, quien estaba recolectando el agua de los canales que pasaban por allí.

- Buenos días, señorita Sango.

- Rin. - sonrió. - Buenos días, ¿se encuentra la señora Kaede?

- Salió con Moroha, Towa y Setsuna, creo que les pidió ayuda con la leña.

- Vaya, esas niñas no se separan nunca. - sonrió.

Sin embargo, en ese momento su mundo comenzó a temblar e instintivamente trató de tomar cualquier cosa que se encontrara a su alcance para no caer.

- ¡Señorita Sango! - corrió y la tomó antes de que se desmayara. - ¡¿Qué le sucede?!

- Tranquila. - frunció el entrecejo, estabilizándose. - Sólo no me he sentido bien.

- ¿Y sabe a que se debe ese malestar? - con su ayuda, ingresaron a la cabaña.

- No, es por eso que vine a hablar con Kaede, ya ni siquiera puedo con las tareas del día a día.

Se sentó mientras la joven le extendía una taza de agua.

- No quiero sonar impertinente, pero... ¿ha contemplado la idea de... un bebé?

Para su sorpresa, asintió.

- Eso es lo que más me preocupa.

- ¿Por qué?

- Han pasado demasiados años de la última vez en la que hubo un bebé, Rin. - sonrió con tristeza.

Y me temo que la vida ya no es la misma de antes.

Fin del flashback.

- Esa mañana, cuando la anciana Kaede regresó y le comenté lo que sentía... y, después de haberme examinado... ambas coincidimos en que... bueno, estaba embarazada.

- Espera... ¿por qué no me lo dijiste?

- Porque... tenía miedo.

- ¿Miedo?

- Nosotros ya somos los jovencitos que éramos cuando las niñas nacieron, como dije, pasamos por mucho...

- Sango... - la abrazó, sorprendiéndola con creces. - ¿Cómo pudiste tener miedo de decirme una noticia tan maravillosa como esa?

- Su excelencia... - sus ojos se llenaron de lágrimas en ese instante mientras correspondía su abrazo. - Lo siento.

- No, preciosa, no te disculpes. - se alejaron y él tomó su rostro con ambas manos. - ¿Seremos padres de otro bebé?

- Así es. - una tierna sonrisa emergió en sus labios.

- Eso significa que volveré a verte con esa barriga hermosa. - colocó su mano sobre su vientre.

- Había olvidado lo mucho que le gustaba acariciarla. - rio.

- Mi vida...

La besó suavemente mientras las lágrimas de ella mojaban los dedos que aún sostenían sus mejillas. Al mismo tiempo, por su mente pasaban todos aquellos recuerdos de los momentos en los que se había enterado que iba a ser padre de sus otros hijos y todos tenían algo en común: habían sido mágicos. Y esta no era la excepción.

- Entonces está feliz.

- ¿Bromeas? - rio, completamente emocionado. - Soy el hombre más feliz del mundo. - se acercó a su barriga, apoyando su mejilla sobre ella mientras la acariciaba. - Mi bebé.

- Excelencia, siento mucho el no habérselo dicho antes.

- Sango, no te preocupes, entiendo perfectamente lo que sentías y es que, realmente ha pasado mucho tiempo desde que cuidamos de un niño pequeño, pero se que lo haremos bien, sobre todo si estamos juntos. - tomó sus manos, besándolas. - Te agradezco tanto por ser la madre de mis hijos.

- Y yo le agradezco a usted por todo lo que ha hecho por nosotros. - sus lágrimas de felicidad se negaban a irse.

- Te amo, mi hermosa Sango. - volvió a besarla.

Segundos después se apartaron y, abrazados, volvieron sus ojos al firmamento, contemplándolo en todo su esplendor.

- ¿Qué crees que será? - preguntó él, acariciando su vientre.

- Mmm no lo sé.

- Me gustaría un niño, así ya no estaríamos en desventaja. - ambos rieron. - Pero si es una niña, será una más de mis princesas.

- Debemos decirle a los niños.

- Y lo haremos, Sanguito, pronto se lo anunciaremos.

Y así permanecieron, abrazados, sonriendo y hablando sobre todo lo maravilloso que se avecinaba para su futuro y su familia, aquella que en algún momento de sus vidas pareció lejana, sin embargo ahí estaba, recibiendo a una nueva vida, una que llegaría a completar aquello que parecía completo, pero que se había vuelto más perfecto de lo que alguna vez pudieron imaginar.