N/A: Acá estoy, una semana después de publicar el primer capítulo. La verdad es que me sorprende haber sido leído por algunas personas; francamente, esperaba que nadie se fijara en mi fic. ¡Hasta conseguí un follower! Muchas gracias a zalazaresgiliares por ser el primer seguidor del fic :)

Pero por sobre todo, muchas gracias a mi novia, que hace tiempo para leer y corregir todo lo que escribo. Ella es como la seguidora cero, ha leído cada proyecto que he escrito y me sigue dando cuerda para que me anime a publicar. Gracias, amor.

Y ustedes, yankees e hispanohablantes que lurkean mi fic, dejen aunque sea un corazoncito, aunque lo que más busco son comentarios (aunque sean de hate). No me hagan ir en persona a obligarlos, porque les voy a revolver toda la casa para ver qué puedo vender por Mercadolibre.

Sin más dilatación... DIGO, DIGO, dilación, disfruten del capítulo (que está repleto de OCs).

Capítulo 2

Perspectiva: Miguel

Nuestras espadas rugen cuando hacemos chocar el acero celestial. La pista de práctica se siente estrecha y sofocante, como si a duras penas pudiera contener nuestras fuerzas oponiéndose. Gabriel intenta abrirse paso en mi defensa con una serie de rápidos cortes en equis; aunque me hace retroceder, le es imposible dar su filo con mi piel. Siento mi pie rozar con una esquina de la arena; rompo mi defensa en el momento exacto para lanzar una estocada al pecho expuesto de mi compañero. Éste se alza sobre sus alas en un retroceso forzado; su sonrisa burlona ha transmutado en una extraña seriedad.

—Habíamos dicho que "alas, no" —le reprocho con mi espada abajo.

—Vamos, ¿acaso te dan miedo las alturas, jefe? —me desafía y emprende un vuelo más alto.

Extiendo mi par de alas para ascender a su altura en respuesta. No obstante, y sin darme tan siquiera un momento para ponerme en guardia, Gabriel se lanza con todo en picada; logro esquivar su espada a duras penas, aunque su filo consigue cortar levemente mi mejilla. Me llevo la manoa la herida y suelto un quejido en cuanto veo la sangre amarilla entre mis dedos.

—¿Qué pasó, Señor? —se carcajea alzándose una vez más— ¿Acaso teme que esas mejillas azules pierdan el color?

Dejo salir el aire por mis dientes con visible irritación. Él se abalanza hacia mí una vez más, pero ahora estamos volando a la misma altura; mi espada bloquea su estocada y frena el rumbo de sus alas bruscamente, lo que nos lleva a intercambiar espadazos frenéticos en un vuelo descontrolado. Los ataques de Gabriel son veloces, pero carecen de fuerza y dirección; sus intentos de tajearme fracasan uno tras de otro, y el choque de nuestros aceros no genera ningún castigo en los músculos de mi brazo. Al contrario de mí, Gabe se oye jadeante y muy frustrado, tanto así que decide girar sobre sí para cargar un poderoso corte en círculo; en el momento que su espada hace una rotación completa y golpea mi acero en un rugido, aprovecho para estocar hacia su rostro y corto su mejilla con mucha más pasión de la que él tuvo al lacerar la mía. Como era de esperarse, el muy tonto aletea en retroceso y cubre la herida con su mano, que no tarda en mancharse con el color tan chillón de nuestra sangre.

—Maldición, sabes bien que facturo con este rostro —me reprocha.

Ambos bajamos a tierra y envainamos; una vez más, demostré por qué soy el líder de los arcángeles.

—Apuesto a que algunas hermanas encontrarán el atractivo en tu cicatriz —sugiero con ironía.

Rafael, que estaba espectando nuestro duelo, alza sus manos enfrente de ambos; con el uso de su tan preciada (aunque aún muy verde) magia, cura nuestras heridas en un santiamén.

Los entrenamientos continúan como todos los días; aunque nunca hemos librado una sola batalla, nuestros Ancianos insisten en que sigamos aumentando nuestras fuerzas. Paso la mayor parte del día contando el inventario de la armería, y eso es lo que me dispongo a hacer luego del combate; en cuanto atravieso los zaguanes del silencioso almacén, me recibe ese petricor tan característico, que es el olor "menos agradable" que se puede percibir en el Cielo.

Todo parece ir bien conforme voy chequeando el inventario, pero entonces puedo sentir una voz muy clara en mi mente:

«Miguel, Miguel», me llama. Sin duda alguna debe tratarse de un Anciano.

—¿Quién habla? ¿Dónde estás?

«Soy yo, Senoy»

Es muy frustrante sentir esa voz tan grave y rasposa en mi mente; no puedo entender cómo el General Azazel podía soportar esto.

«Presta atención, mi arcángel, porque tienes órdenes nuevas». No puedo hacer más que desistir a sus designios: «Reúne a tus hermanos a lo largo de la alameda. Cuando hayas acabado, haz de venir al Palacio de Justicia».

La voz abandona mi mente junto con la migraña que la acompañó. Salgo del almacén y emprendo vuelo sin importarme acabar con mi ronda; tengo la idea perfecta para hacer esto de un tajo.

Perspectiva: Gabriel

—No puedo creerlo, ¡en el rostro! —continúo quejándome, así haya pasado hora y media o más desde la práctica.

Rafael suspira hastiado y me alcanza el espejuelo por quinta vez; me vuelvo a pasar la única base en todo el Cielo que encaja con mi piel morada.

—¿Te das cuenta?, ¿cómo voy a seguir siendo el arcángel más talentoso, veloz y BELLO, si mis propios amigos me agreden así?

—Solo es un corte —espeta el muy cabezón—. Además, como Miguel es mellizo de Lucifer, lo racional sería que él sea más "bello" que tú.

Diviso a una joven ángel rodeando el cuartel «llegó en el mejor momento», pienso. Con una velocidad implacable, recorro varios metros en segundos para impedir su paso. Los ojos de la chica se llenan de estrellas; con un rubor muy palpable, a duras penas puede controlar el volumen de su voz:

—¡Yiaaaa! ¡Es Gabriel! ¡Estoy enfrente de Gabriel!

—Muñequita, ¿me podrías decir si ves un rasguño en mi mejilla? —le ofrezco la zona que cubrí con base de maquillaje—. Sé sincera y te dejaré besarla, ¿qué te parece?

Ella niega con una sonrisa que llega hasta sus orejas; dando saltitos y jadeos de emoción, se acerca hirviendo a besar mi mejilla. No obstante, cuando sus labios se juntan, "¡BOOM!", pongo mis labios y le robo un beso. Si antes estaba estallando de la emoción, ahora chorrea un mar de sangre amarilla por la nariz. Regreso a Rafael en cosa de un segundo y le dedico una merecida mirada altanera.

—Dile a los gemelos que superen eso, perro.

Rafael, sin embargo, apunta detrás de mí con esa expresión tan pétrea:

—Muchachos, tenemos trabajo —escucho esa voz tan conocida a nuestras espaldas.

Miguel regresa ansioso, típico de él cuando le hablan los Ancianos del Cielo:

—Nos convocaron en la alameda; todos los arcángeles debemos estar presentes. —Sus alas siguen extendidas en suelo firme, proyectando dominancia—. Dividanse dos y dos mientras yo acudo al Palacio de Justicia.

Antes de siquiera poder enunciar alguna pregunta, él simplemente asciende y encara rumbo en una pirueta.

—¿Qué carajo acaba de pasar? —balbuceo, ambos mirando al jefe alejarse.

Perspectiva: Rafael

Gabe y yo emprendemos vuelo en direcciones opuestas. Sin más que hacer además de resignarme, decido que mi primera visita será a la hermana Zophiel, una erudita de incalculable valor para las Fuerzas, pero que contrasta su tacto gentil con una insólita piromancia.

En cuanto arribo a la enorme biblioteca, solo me recibe un silencio sepulcral que delata mis pasos. No tardo en encontrarla entre las estanterías de ónix, que albergan cada tomo por orden temático y alfabético.

—Zophi, ¿po-

Ella levanta su mano y me calla con un "shhh, ahora no".

—Es muy importante —insisto—: Miguel ordena que nos reunamos en la alameda.

—Ush, cómo joden —cierra ese libro rojo sobre un atril, da media vuelta y asiente—: Vámonos entonces.

Ambos nos retiramos de la Biblioteca Celestial emprendiendo un vuelo que yo guío. Naturalmente, a Zophiel no le cuesta nada igualar mi humilde velocidad.

—¿Adónde vamos? —me pregunta sin apartar la vista del horizonte.

—Zadkiel —respondo sin más.

Tras varios minutos de vuelo, puedo divisar al ángel de cabello largo, con esa túnica rosada que se sobrepone a nuestra casaca blanca. Descendemos al mismo tiempo, y aunque rodeamos sus flancos, él está imperenne, sentado en el borde de una fuente.

—Hermano Zadkiel —lo saludo—, debemos presentarnos en la alameda.

—Solo un momento —responde con la vista clavada en las carpas que habitan el adorno.

—Son órdenes de Miguel —agrega Zophie.

Él voltea, sorprendido; se levanta y alza sus alas con la gentileza que siempre lo ha caracterizado:

—Qué bueno, llevábamos tiempo sin hacer estas cosas —celebra con una sonrisa para luego elevarse—. Después de ustedes.

Perspectiva: Gabriel

Encontrar a Chamuel no supone esfuerzo ninguno; no solo porque soy el más rápido, sino porque además lo puedo ver desde las alturas en el Mirador, echándole los tejos a nuestra hermana Eurielle.

—¡Dos cosas! —exclamo, amplificando mi voz a la par que desciendo a la superficie— Primero, no vas a follártela, Chamu.

—¡¿Qué?! ¡¿P-pero qué dice este tipo?! —balbucea intentando salvar la situación con Eurielle.

—Y segundo, tenemos que ir a la alameda —enserio mi expresión—, órdenes de Miguel.

Chamuel solo gruñe y despega del suelo hacia donde debe ir; Eurielle, por su parte, parece muy disconforme.

—¿Solo nosotros tres? —se cruza de brazos.

—Los siete —corrijo y me acerco a ella—. Miguel solo dio la orden y se fue; estoy tan confundido como ustedes.

Ella pone su puño en mi pecho y sonríe desafiante:

—Qué molesto es el jefe, ¿verdad? Oí que esta mañana te dio una paliza en la pista de entrenamiento.

—Fue un duelo parejo —respondo luego de toser incómodamente.

Ella pasa su pulgar por mi mejilla; consigue remover la capa de maquillaje y vislumbrar el corte.

—Yo diría que atacó donde más te duele, ¿o no? —Ella sonríe y se acerca a mi oído—. Imagino que te lo han dicho, pero…

Trago saliva cuando siento su aliento cálido tan cerca:

—Creo que te hace ver más bonito aún.

Basta con un solo beso en mi corte para estremecerme; es una mezcla entre ardor y calor que resalta el lugar donde está mi herida.

Ella emprende vuelo, pero yo me quedo ahí, como un tonto, viéndola partir.

"Me acaba de besar mi crush…", murmuro con una sonrisa.

Perspectiva: Miguel

Subo los escalones del Palacio tan rápido como ansioso; los zaguanes de diez metros se abren, las puertas internas de mármol también. Accedo a la cámara central del sitio, la Corte. Los tres Ancianos del cielo me esperan con visible cólera sobre sus pedestales.

"No será capaz", murmura Sansenoy, pero es acallado por un gesto del supremo Semangelof.

—General Miguel, tome asiento —ordena Senoy, a la par que un estrado se alza frente a mí.

—¿Por qué tanto secretismo, señores? —tomo asiento.

Los tres se miran al unísono y presiento que algo muy grave está ocurriendo.

—Lamentamos ser tan crudos, pero…

—Tu hermano Lucifer nos ha traicionado.

El calor escapa de mi cuerpo ante esas palabras: "traición".

—¿De qué están hablando? ¡Esa es una acusación gravísima! —exclamo con la lengua endurecida— ¡¿Cómo podría él…?!

Semangelof hace brillar sus ojos y una memoria se proyecta como una pantalla flotante frente a mí: puedo ver a mi hermano convertido en serpiente, dándole a la nueva hembra humana el Fruto del Conocimiento.

"No puede ser…", murmuro entre la incredulidad y la decepción.

—Esto es imperdonable, Miguel —asevera Sansenoy, el más severo de los Ancianos—. La decisión es unánime: debes organizar al ejército para encontrar a Lilith en el mar Rojo.

—Lucifer intentará protegerla —agrega Senoy—, por lo que estará en tus manos capturarlo, o darle un final digno.

Llevo mis manos a la cabeza; es demasiado para mí, en tan poco tiempo…

—Sabemos que es difícil, Miguel —lamenta Semangelof

—Pero debe hacerse AHORA —sigue Sansenoy, con su expresión de ira y resentimiento—. Él es muy poderoso y no sabemos qué más podría estar tramando.

—Lucifer suele reunirse a solas con la escriba Belfegor y el maestro Abadón, ambos muy poderosos también.

—Y no solo eso, sino que hemos detectado a varios hermanos de rango importante reunidos en Marte —Semangelof recobra la palabra.

—¡Un complot! —interrumpe Sanseoy— ¡Rebelión!

Los tres ángeles extienden sus alas en un coro cuyas voces provienen de sus magias en sincronía. Semangelof, el más alto y glorioso de los tres, me busca con esos ojos blancos y llenos de poder:

"¿Estás con nosotros, General?"

Perspectiva: Gabriel

Los seis estamos reunidos y recibiendo a cientos de ángeles que arriban tan confundidos como nosotros.

—¿Qué diantres estará pasando? —Eurielle se acerca a mí.

Me encojo de hombros; todos los soldados se organizan torpemente detrás nuestro y cesan sus voces cuando la silueta de un ángel superior desciende para encararnos: el Coronel Andras, con su figura elegante y cortas ropas, cuyo rostro inspiró a la creación de los búhos y lechuzas, guarda sus alas y se acerca a mí.

—Teniente Gabriel —me sonríe—, veo que mi viejo puesto está en buenas manos.

—Hago lo que puedo, señor —respondo con un saludo militar.

Él asiente con una extraña sonrisa dibujada en su pico.

—Señores, hoy harán valer sus puestos en nuestro ejército —comienza a discursear, amplificando su voz—. El objetivo es cazar a dos renegados: Lilith la humana, y el tan famoso querubín Lucifer.

Mis ojos se abren como platos: "¿Lucifer?" murmuro, y busco alguna reacción en Rafa, a quien por primera vez puedo ver estupefacto.

—Lucifer es muy fuerte; no sólo cuenta con una magia poderosa que le fue innata, sino también con una destreza física inigualable. Puede transmutar su forma, atacar a varios objetivos en corto y mediano alcance, y el autocontrol de su magia podría superarnos incluso a las Dominaciones —Andras camina de un lado al otro de la alameda, con sus brazos de mediano grosor cubriendo su espalda—. Vuestra misión es garantizar que los traidores sean sometidos, para recordarle a las futuras generaciones por qué no deben cuestionar a los Ancianos.

La multitud a mis espaldas se alza en gritos de devoción; sin embargo, los arcángeles sabemos bien que algo está terriblemente mal con esto. Para más inri, un Miguel angustiado desciende y saluda al coronel antes de dirigirse a nosotros.

—Miqui, ¿qué carajo está pasando aquí? —lo increpo sin temor a cortar distancias con él, siendo yo su teniente y segundo al mando.

—Es cierto —sentencia para mí, y luego alza su voz al ejército— ¡Es cierto, mi hermano nos ha traicionado!

Nadie se atreve a emitir sonido alguno.

—Yo dirigiré las levas —continúa—; la centuria será dirigida por las Dominaciones. Mis arcángeles, por su parte, cubrirán la península del Sinaí en grupos de dos.

Entre murmullos y sin mayor guía, los soldados se organizan según las órdenes del General. Trago saliva y me convenzo de solo un pensamiento: «esto será un desastre».