Yotsuha estaba parada ante la entrada del instituto de la prefectura de la ciudad de Shizuoka. Sabía que tenía que entrar, pero no lograba hacerlo. Era como si un muro de cristal le impidiera seguir avanzando.
Otros estudiantes pasaban caminando a su lado esa mañana de lunes, casi sin mirarla. Llovía suavemente, así que todos se movían con rapidez bajo sus paraguas, simplemente esquivándola. Algunos volteaban algo extrañados por su actitud estática, pero después de un simple vistazo volvían a concentrarse en el camino, ignorándola.
Una chica pelirroja, un poco más baja que Yotsuha, se detuvo a su lado y la miró asombrada. La chica quiso hablarle, pero Yotsuha estaba quieta y con la vista perdida, ignorando todo lo que se movía a su alrededor. La actitud impasible de Yotsuha refrenó a la pelirroja, que miró hacia el interior del instituto moviéndose en su lugar en forma incómoda.
Un conflicto se desarrolló en el interior de la pelirroja. Se cuestionó si debía hablarle a Yotsuha, o si mejor debía ignorarla y continuar su camino al instituto. Ella se sentía molesta con Yotsuha por su forma de actuar la semana anterior, pero al mismo tiempo estaba preocupada por ella, y por ello se resistía a dejarla de lado, así como así, parada bajo la lluvia a la mitad de la entrada.
Al final, la chica dejó escapar un sonoro suspiro. Se dio cuenta que no iba a lograr nada sin sacar a su paralizada amiga de su extraño trance, así que se decidió a tomar la iniciativa.
—Yotsuha… Yotsuha ¿Te encuentras bien? ¡Yotsuha! —dijo la pelirroja mirando a la muchacha intensamente.
Pero Yotsuha no reaccionó.
La pelirroja se impacientó. Cerró su paraguas y se puso frente a Yotsuha, tomándola del hombro y sacudiéndola suavemente.
—¡Yotsuha! ¿Qué te ocurre? ¿Puedes oírme?
Yotsuha comenzó a parpadear y recién entonces miró a su alrededor. Casi con dificultad enfocó la vista en la pelirroja que la seguía mirando con preocupación.
—¿Michiko? —preguntó con voz dubitativa, como si acabara de despertar de un coma.
La pelirroja puso ambas manos en los hombros de Yotsuha, y la miró con intensidad.
—¿Qué pasa contigo, Yotsuha? ¡Me ignoraste toda la semana pasada! Y ahora… ¿es que estás drogada?
Yotsuha miró a su alrededor, como volviendo a ser consciente de su situación. Ya se estaba haciendo tarde para entrar a clases, y muchos estudiantes caminaban a su lado apurando el paso.
—No, no es eso, lo siento, Michi-chan, es que… yo… no estoy segura si debo entrar…
—¿De qué estás hablando? ¡Vamos a llegar tarde si no entramos ahora mismo! Ven, compartamos tu paraguas.
Michiko pasó su brazo derecho por debajo del brazo izquierdo de su amiga y comenzó a caminar casi tironeándola al interior del instituto.
Yotsuha se resistió por inercia, pero a los pocos pasos comenzó a caminar tomada del brazo de su compañera, mirando alrededor con nerviosismo. La semana anterior había sido como una pesadilla, y ella se había comportado de forma errática. Ahora que estaba volviendo en sus cabales tenía miedo de enfrentarse a todos en el instituto. Si no fuera por Michiko, aún estaría parada afuera, sin poder moverse.
—Michiko, yo... lo siento mucho —dijo Yotsuha sintiendo un nudo en su garganta—. Yo no quería ignorarte, es que... no sabía qué hacer...
La pelirroja se detuvo y miró a Yotsuha directo a los ojos, como si estuviera intentando leer los pensamientos de su amiga.
—¿Estás bien ahora?
—Tal vez, ahora sí —respondió en forma dubitativa Yotsuha.
—Bien, eso es suficiente. Después de la clase me vas a contar todo. Ahora entremos —dijo la pelirroja retomando el avance.
—Gracias. No podría haberlo hecho sin ti.
La pelirroja le sonrió.
—Vamos, que ya van a tocar el timbre.
—Sabías que eres una buena amiga —le dijo Yotsuha a la pelirroja, sintiendo sus ojos humedecerse.
La cara de la chica se hinchó con una gran sonrisa.
—Ahora sí estás comenzando a ser la Yotsuha que yo conozco —le dijo al tiempo que le tomaba la mano y comenzaba a caminar más rápido—. Vamos, la clase de matemática ya va a comenzar.
—¿Matemática? —preguntó Yotsuha reduciendo el paso y frenando de golpe a Michiko que casi tropezó por el repentino tirón hacia atrás.
—Pero ¿qué te pasa? —protestó la pelirroja mirando extrañada a Yotsuha—. Sí, nos toca matemática, ¿Qué hay con eso?
—Es que, Ichihara-sensei me va a regañar.
—¡Claro que lo va hacer! ¡Dijo que quería hablar contigo el viernes, y tú te desapareciste, te estuvimos buscando por todos lados y te habías ido!
—¿Y cómo quieres entonces que entre...?
—¡Pues caminando! —respondió exasperada Michiko, tirando literalmente del brazo de Yotsuha y retomando el paso—. Te conozco y sé que puedes hablar con ella. Además, seguro que Ichihara-sensei te va a entender porque eres una buena estudiante, así que ¡Vamos!
Cuando llegaron a la sala, las dos chicas entraron por la puerta trasera y Michiko acompañó a Yotsuha hasta su asiento, al fondo de la sala, al lado de la ventana.
Mientras Yotsuha se acomodaba, el bullicio del salón se redujo un poco cuando algunos de sus compañeros se dieron cuenta que ella había llegado y miraron con poco disimulo en su dirección.
Michiko se había quedado al lado de Yotsuha, mirando de vuelta con el ceño fruncido aquellas miradas indiscretas. Eso cohibió a los diferentes grupos de mirones, y pronto volvieron a sus propios asuntos, así que la tensión se redujo. Michiko se inclinó hacia su amiga, que ya se había sentado y estaba cabizbaja mirando sus manos sobre el pupitre.
—No los tomes en cuenta, son todos unos cretinos. Estás de vuelta, y sé que sabes cómo enfrentar estas cosas. No en vano querías ser la capitana del equipo, ¿verdad? —dijo Michiko, dándole una palmada en el hombro a su amiga—. Me iré a sentar, hablamos en el receso.
Michiko caminó a su asiento, que era de la primera fila delante de la clase, casi frente al escritorio del profesor.
El timbre sonó, y a los pocos segundos entró la profesora de matemáticas, Kumiko Ichihara. El salón pasó de un pandemonio de adolescentes moviéndose hasta sus puestos a un silencio ceremonial en menos de 5 segundos.
La profesora se detuvo en su escritorio, saludó a la clase, y desde ahí todo siguió como de costumbre, hasta que ella comenzó a tomar la asistencia. Al llamar el nombre de Yotsuha, la profesora levantó la vista cuando oyó que la chica respondió.
—Bienvenida, Miyamizu-san. Es bueno que nos honre hoy con su presencia —dijo la profesora, causando algunas risas en el salón que se acallaron de inmediato en cuanto ella pasó la vista por sobre las cabezas de sus alumnos.
La profesora continuó tomando asistencia con normalidad mientras que Yotsuha se hundía en su asiento intentando pasar desapercibida el resto de la clase. Pero la hora de matemáticas ocurrió sin mayores incidentes, salvo que ahora Yotsuha sí puso atención, tal como ella lo había hecho con éxito el año anterior. Ella estaba aceptando que ésta era su realidad, así que no podía darse el lujo de no escuchar con atención las explicaciones de los profesores.
Cuando el timbre del recreo sonó, la profesora levantó la voz por sobre el bullicio de los alumnos que se apuraban por salir de la sala.
—Miyamizu-san, necesito que vengas conmigo a la sala de profesores.
Yotsuha sintió un escalofrío correr por su espalda.
—¿A-ahora mismo? —respondió desde el fondo de la sala.
—Sí, ahora mismo —repitió la profesora con firmeza, sin quitar la vista de la chica, como intentando que no fuera a escabullirse por sorpresa de nuevo, tal como lo había hecho el viernes.
Yotsuha terminó de guardar sus útiles y cuadernos bajo la mesa, y luego se acercó hasta pararse en frente de la profesora, pero sin atreverse a mirarla a la cara.
—¿Sabes por qué te estoy llamando? —preguntó la profesora intentando hacer contacto visual con su alumna.
Yotsuha levantó la vista por medio segundo para encontrarse a la profesora mirándola fijamente. Volvió a bajar la vista y asintió débilmente con la cabeza.
—Bien. Entonces sígueme —dijo la profesora, con voz más amable.
Yotsuha miró hacia el lado y vio que su compañera Michiko la miraba con intensidad. La pelirroja le hizo una seña con la cabeza, como diciendo "adelante".
La profesora salió rápido de la sala sin mirar hacia atrás, así que Yotsuha apenas si pudo responder a su amiga con su cabeza; la adolescente comenzó a seguir a la profesora de cerca, con la vista en el suelo, apenas si mirando los pies de la profesora, y sin atreverse a mirar a nada y a nadie a su alrededor. Sentía que cualquiera que la viera ahora lo estaba haciendo para juzgarla.
Las dos mujeres bajaron por las escaleras hasta el primer piso donde estaba la sala de profesores. Cruzaron la puerta, y después de dar un par de pasos adentro, la profesora Ichihara se volvió hacia Yotsuha.
—Espérame un segundo y no te muevas de aquí —le ordenó con un tono firme.
La profesora fue hasta su escritorio que estaba al fondo del salón. Dejó sus cosas y volvió sobre sus pasos de inmediato. En el camino preguntó algo a un par de profesores que estaban sentados en sus puestos. Ellos se volvieron y respondieron algo que Yotsuha no alcanzó a entender, pero fue una conversación corta porque uno de ellos se giró hacia su dirección y apuntó hacia algo en la pared al lado de la puerta de entrada, a un metro de Yotsuha. La profesora se despidió con un pequeño gesto de su cabeza y volvió de inmediato hacia ella. Tomó una llave que estaba en un pequeño gabinete en la pared, donde el otro profesor había apuntado, y luego le indicó a Yotsuha en dirección a la puerta de salida.
—Vamos a la sala de conferencias de al lado, ahí podremos conversar tranquilas.
Yotsuha siguió a la profesora a la sala de conferencias en silencio. Era una sala mediana, con un amplio sofá puesto contra la pared derecha y dos sillones al frente del sofá, puestos alrededor de una mesa de centro de vidrio. Parecía la sala de estar de una casa. Hacia el fondo había una mesa rectangular con 6 asientos, colocada en el medio de dos estanterías abarrotadas de carpetas y libros que Yotsuha no pudo distinguir. Al fondo de la sala había una máquina dispensadora de agua y un pequeño mueble bajo con puertas, que tenía encima vasos y tazas, más algunos insumos para servir té o café. Sobre el mueble estaba una ventana que daba al estacionamiento, donde se veía un par de automóviles y árboles.
La adolescente se quedó mirando a su alrededor por varios segundos, hasta que finalmente miró a la profesora, que se había quedado de pie observándola sin decir nada. Cuando la profesora se dio cuenta que tenía su atención, apuntó con su brazo hacia el sofá, sin decirle nada. Solo entonces Yotsuha vio un gran cuadro colgado en el muro sobre el sofá que mostraba una fotografía esplendorosa del monte Fuji, dándole al lugar una sensación agradable y relajante. Pero nada de eso podía ayudarla porque estaba nerviosa casi al punto de las lágrimas. No estaba acostumbrada a que los profesores la regañaran y la llamaran a una reunión así. Con un suspiro poco disimulado la chica se sentó en el medio del sofá, justo donde la profesora le había indicado.
La profesora Ichihara se sentó en uno de los sillones en frente de su alumna, quedando separadas solo por la pequeña mesa de vidrio.
Yotsuha seguía sin poder mirar a la profesora a la cara. Por varios segundos la profesora se quedó en silencio, observándola, lo que aumentó el nerviosismo de la chica.
—Y bien, Miyamizu-san, antes que nada ¿tienes algo que quieras decirme?
—Ichihara-sensei, yo... yo lo lamento, sé que hice las cosas mal la semana pasada. De verdad lo lamento... —respondió la chica sintiendo que la voz le salía aguda y temblorosa.
La profesora dio un suspiro, y se acomodó en su sillón.
—Me alegra saber que eres consciente que violaste varias reglas del instituto la semana pasada —dijo la profesora Ichihara en un tono que mostraba un cierto alivio—. Pero estoy preocupada. Sé que tú no eres así, porque tú nunca habías tenido ese tipo de comportamiento. Quiero entender qué está pasando contigo. ¿Están bien las cosas en tu casa?
Yotsuha levantó la vista con timidez, y miró por primera vez a la profesora.
—La verdad, no del todo.
—¿Quieres contarme qué sucede?
Yotsuha miró por la ventana. El día estaba nublado, con un cielo oscuro, y seguía lloviendo suavemente. Su estado de ánimo no era mejor que el clima de ese día. Miró a la profesora, resignada. Sabía que tenía que responder, pero también sabía que no podía contarle todo.
—Fui a visitar a mi hermana mayor en Tokio el fin de semana antepasado. Discutimos, y ella me reveló cosas de mi familia que yo desconocía, y eso... me puso muy mal. Estuve mal toda la semana pasada a causa de eso. Me estuve cuestionando muchas cosas, y por eso no vine al instituto el lunes y martes, y luego, bueno, el viernes, creo que topé fondo.
—¿Tu abuela sabe de eso?
Yotsuha asintió débilmente con la cabeza.
—Mitsuha... mi hermana, ella nos visitó este fin de semana... y ella habló también con mi abuela. Cuando mi abuela lo supo todo se enfermó. Sufrió un desmayo, tuvimos que llamar una ambulancia y...
Yotsuha sintió que no podía seguir hablando.
—Espera un segundo, Miyamizu-san —dijo la profesora poniéndose de pie.
La profesora fue a la máquina dispensadora de agua, sirvió un vaso y se lo llevó a Yotsuha. La chica lo recibió mientras la profesora fue a buscar una caja de toallas de papel en las estanterías, que luego dejó en la mesa de vidrio frente a Yotsuha, previendo que la conversación se iba a tornar emocional.
La profesora volvió a sentarse en su sillón y esperó un minuto mientras la chica bebía del vaso y se recomponía.
—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó la profesora después de la pausa.
Yotsuha asintió.
—¿Cómo está tu abuela? —preguntó la profesora con un tono de honesta preocupación.
—Ella está mejor. Los paramédicos dijeron que había sido algo emocional, que no tiene que estresarse o vivir emociones fuertes. Esta semana debe visitar al médico.
—Entiendo. Me alegra que al parecer no sea algo tan grave. Si tu hermana les dijo algo así de impactante, puedo entender que hayas estado muy afectada. Pero tú no estás sola, Miyamizu-san. Nosotros estamos aquí para apoyarte —dijo la profesora gesticulando con los brazos, indicando todo a su alrededor—. Entiendo que se trate de un tema familiar, y que tal vez no quieras ventilarlo conmigo, pero dijiste que te estabas cuestionando muchas cosas. ¿Podrías contarme qué pasa? ¿Hay algo en lo que yo te pueda ayudar?
—Yo, no lo sé, sensei —respondió con timidez Yotsuha.
—Pues, inténtalo. No lo sabremos si no lo haces.
—No es eso, no creo que sea algo en lo que usted me pueda ayudar.
—Mira, Miyamizu-san, todos a veces nos sentimos agobiados, y es común pensar que nadie puede ayudarnos. Pero muchas veces nuestros problemas son cosas que otros ya han vivido. O hay soluciones que nosotros no conocemos, pero otros sí pueden verlas o pueden ayudarnos a encontrarlas ¿Entiendes? Entonces, confiar en tus mayores puede ser de ayuda. Solo debes dar ese paso.
Yotsuha se quedó en silencio, pensando ¿Qué podía decirle a su profesora que pudiera servirle de ayuda? La profesora Ichihara enseñaba matemáticas, y era una de las profesoras más brillantes e inteligentes de todo el instituto, una persona muy lógica. Pero Yotsuha sabía que nada de lo que estaba viviendo era lógico, aunque tal vez la profesora sí podría entender y ver algo que a ella se le escapaba. Se acomodó en el sofá, enderezando su postura, intentando buscar coraje para hablar.
—Ichihara-sensei... —dijo Yotsuha mirando tímidamente a su profesora—. ¿Usted cree que podamos vivir en más de una realidad, que... nuestra realidad pueda cambiar de formas que... no podemos controlar?
La profesora Ichihara se quedó pestañando extrañada, sin poder comprender qué estaba preguntando la chica.
—Espera... —dijo, confundida— ¿a qué te refieres con más de una realidad? ¿Hablas de la realidad de tu situación familiar o…?
—¡A nuestra realidad! —interrumpió Yotsuha de forma exaltada—. Que usted es una profesora, que está sentada frente a mí. Que ambas estamos vivas, aquí sentadas en esta sala ¿verdad? Ésta es nuestra realidad. O eso es lo que creemos, pero ¿qué pensaría si usted se diera cuenta de que... esta realidad en la que vive, puede cambiar de pronto y, no lo sé, usted pudiera reaparecer en una realidad distinta donde ya no fuera profesora? ¿O si se diera cuenta que en esa nueva realidad hay personas importantes para usted que antes estaban muertas, pero ahora vuelven a estar vivas? Y aunque a usted le gustara esa nueva realidad, ¿podrá disfrutarla si supiera que tal vez todo puede volver a ser como antes?
—No... espera ¿qué? —preguntó en completa confusión la profesora—. Eso que dices no tiene ningún sentido. No existen múltiples realidades, o sea, hay teorías científicas que dicen que podría existir un multiverso, o cosas por el estilo, pero eso son solo teorías… ¡son ciencia ficción! ¿De eso se trata lo que te habló tu hermana?
—Sí, es algo así, sensei.
—Pero eso no tiene sentido, niña. Creo que tu hermana se confundió… ¿Qué edad tiene ella? ¿Y a qué se dedica? ¿Es acaso científica?
—No, ella estudio administración y finanzas. Tiene, eh… como 26 años.
—Entonces eso que les dijo de seguro es un error —dijo la profesora, intentando tranquilizar a su alumna—. No dudo que tu hermana debe ser muy convincente si es que incluso afectó a tu abuela. Pero no debes dejarte confundir, Miyamizu-san...
Yotsuha apoyó su espalda en el sofá, hundiéndose en él, sintiendo una gran desilusión ante la desdeñosa respuesta de la profesora.
—¿Ve? Entonces usted no puede ayudarme. Yo creo que nadie puede —dijo Yotsuha bajando la vista.
—Si me explicas mejor qué fue lo que te dijo tu hermana, tal vez pueda comprenderte. Tal vez le entendiste mal, o hay algo que confundió a tu hermana, pero eso no tiene que afectarte a ti.
Yotsuha negó con la cabeza.
—Ni mi propia hermana lo entiende. Mi abuela tampoco, ni yo… mi familia se topó con algo que va más allá de esta realidad. Antes mi familia servía en un santuario Shinto ¿sabe? Servíamos al dios de nuestro santuario, a Musubi. Lo hicimos por decenas de generaciones, por más de mil años...
—¿Y ya no lo hacen? —preguntó extrañada la profesora.
—Ya no. Nuestro santuario ya no existe. Nosotras venimos de Itomori, en Gifu. Era el pueblo donde cayó el cometa en 2013.
—Oh, lo lamento, no sabía eso —se excusó la profesora, incómoda por haber hecho una pregunta tan indiscreta.
—A mí eso ya no me importaba. Mi abuela igual siguió enseñándome cosas del Shinto todos estos años, Yo creía todo eso era cosa del pasado. Pero lo que descubrí fue que nuestro dios puede controlar la realidad de formas que no puedo imaginar. Eso fue lo que mi hermana me enseñó hace una semana, y eso me hizo cuestionar si todo esto...
Yotsuha paseó la vista por la habitación, hasta terminar mirando a la profesora, que la observaba de vuelta, desencajada.
—...si todo esto es de verdad real —continuó Yotsuha—. Yo no sabía si todo esto que está a mi alrededor es la realidad, o si es solo un largo sueño. Y entonces tuve miedo que todo esto que veo, todo lo que siento, lo que... he estado viviendo día a día desde 2013, todo esto fuera falso, y que todo por lo que me he estado esforzando... pudiera desvanecerse en un parpadeo. Que yo misma pudiera desaparecer ante... ante la voluntad de dioses que podrían cambiar de parecer, y que ellos desecharan esta realidad donde yo estoy viva, y que yo no pudiera hacer nada...
—Miyamizu-san... Yotsuha, no, ¡no digas esas cosas! —exclamó la profesora en un tono alarmado—. Tú estás aquí, yo estoy aquí, ¡eso no puede cambiar! Esas ideas son una locura, no debes temer algo tan... ¡tan irracional!
—Ichihara-sensei, lo sé. ¡Sé que es una locura! Eso fue lo que me estuvo corroyendo toda la semana anterior. ¿Qué sentido tenía estudiar? ¿Sufrir y trabajar por un futuro que podía... no ser real?
—Yotsuha, me estás asustando. Creo que esto me supera, tal vez debamos llamar a la psicóloga del insti...
—¡No! —dijo Yotsuha poniéndose de pie—. ¡Esto no se lo puede contar a nadie! ¡Yo confié en usted!
—¡Está bien, está bien, tranquila, Yotsuha! —dijo la profesora alzando los brazos en son de paz—. No se lo voy a decir a nadie, pero siéntate, por favor. Siéntate y hablemos esto con calma ¿ya?
Yotsuha sintió que su respiración estaba agitada. Se tocó el pecho y sintió su corazón latir desbocado. Se sentó de nuevo y bebió un largo trago de agua, intentando tranquilizarse.
—Perdóname —dijo la profesora mientras Yotsuha volvía a tranquilizarse—. Yo sé que lo que me estás diciendo debe ser algo muy importante para tu familia, y que tú y tu familia en serio lo creen. Pero tú entiendes mejor que nadie que esto que me dijiste es difícil de aceptar. No quiero traicionar tu confianza, Miyamizu-san, pero si me dices que tienes miedo de desaparecer, no puedo dejar de preocuparme por tu vida, por tu seguridad, y es mi deber como profesora hacer algo ¿Lo entiendes?
—Pero eso ya no importa, profesora.
La profesora palideció.
—Miyamizu-san... Yotsuha... ¿Qué quieres decir con eso?
—Hasta la semana pasada yo temía que nada de esto fuera real. Pero estaba equivocada. Ahora entiendo que todo es real. Tan real como puede llegar a ser. Y si deja de ser real, yo no puedo hacer nada, pero igual tengo que vivir como si lo fuera ¿lo entiende? No puedo elegir si esta realidad es la única que existe, o si es que mañana cambiará, pero mientras sea la realidad en la que vivo, tengo que aceptar que estoy en ella. No tengo opción. Nadie la tiene...
La profesora estaba boquiabierta. No sabía que más decir, después de varios segundos comenzó a parpadear, como volviendo en sí.
—Tú... no, espera ¿Y todo esto que dices… es por eso que les dijo tu hermana? Yo no entiendo...
—Ichihara-sensei, se lo dije. Nadie lo entiende. Yo quiero hacerlo. Quiero entender, pero ni mi propia familia sabe bien qué pasó. O porqué. Solo me queda aprender, estudiar, e investigar el pasado, para buscar pistas de... de cómo nuestro dios Musubi hizo todo esto, y también entender por qué lo hizo. Pero ahora siento que estoy mejor. Ya no tengo miedo de… de… de desaparecer. Le pido perdón, y prometo que no volveré a comportarme como lo hice la semana pasada.
Yotsuha se puso de pie, e hizo una reverencia.
—Ichihara-sensei, gracias por escucharme. Me siento mejor, y estoy mejor, debe creerme. Pero, necesito que lo que le dije lo mantenga en secreto. Nadie debe saber de esto...
—Yotsuha... si lo que me dices es cierto, yo no sé qué debo hacer, tal vez debiéramos buscar ayuda...
—Profesora, ¡yo confié en usted! ¡Prométame que guardará todo lo que le dije en secreto! —dijo Yotsuha casi gritando, con voz angustiada.
—Yotsuha, yo no...
—¡Debe prometerlo! Ichihara-sensei ¡Por favor! ¡Usted debe hacerlo…!
Los ojos de Yotsuha comenzaron a llenarse de lágrimas.
La profesora se mordió los labios. En sus quince años como profesora ella jamás había tenido una conversación como ésta, ni con adultos, y menos con un menor de edad. Y ahora se sentía totalmente desarmada. Quería pedir ayuda, pero hacerlo sería traicionar la confianza de una de sus mejores alumnas. Pero ver la cara de Yotsuha contraída por el miedo la superó. Se puso de pie, y sin darse cuenta de cómo abrazó a la chica.
Yotsuha quedó tan sorprendida ante el cálido abrazo de su profesora, que a los pocos segundos comenzó a llorar como una niña pequeña, liberando la angustia que le estaba presionando el pecho.
—Ya, tranquila, Yotsuha, tranquila, está bien, está bien. Esto será algo que voy a guardar solo par a mí... shhh, tranquila, tranquila —decía la profesora mientras la chica lloraba y la abrazaba con más fuerza.
Pasó un largo rato hasta que Yotsuha comenzó a calmarse, y solo entonces la profesora se separó lentamente de ella, y la empujó suavemente guiándola a sentarse de nuevo en el sofá. Tomó varias hojas de papel tisú y dejó que la adolescente se secara las lágrimas y se limpiara la cara.
—Te prometo que guardaré tu secreto —dijo la profesora—. Pero con una condición. Dijiste que ahora te sientes mejor, que... que estás aceptando que estás... bueno que ésta es la realidad ¿verdad? Ésta también es mi realidad, y en esta realidad yo soy una profesora, y debo cuidar de todos mis alumnos. Y debo cuidarte. Por eso debes prometerme que tú también te vas a cuidar. Debes prometerme que te asegurarás de estar a salvo y que, si vuelves a tener dudas, o por se te ocurren ideas que puedan poner en riesgo tu vida o tu salud, tú me vas a buscar y vas a hablar. Antes de tomar cualquier decisión radical, primero hablarás conmigo... ¿Estás de acuerdo? ¿Me lo prometes?
Yotsuha levantó la vista y se encontró con la mirada de la profesora que estaba apoyada en sus rodillas, en cuclillas, mirándola preocupada.
La profesora tomó a Yotsuha por los dos hombros, casi forzando que la mirara directo a los ojos.
—¿Me prometes que te cuidarás y que hablarás conmigo si algo malo te pasa, Yotsuha? —insistió la profesora.
Yotsuha asintió.
—Sí, Ichihara-sensei. Lo prometo. Prometo que lo haré.
—¡Bien! —dijo la profesora, incorporándose y dando un par de pasos hacia su sillón. Se detuvo y miró por la ventana. La lluvia se había detenido, y la luz del sol se filtraba entre las nubes, haciendo más clara la mañana. Se giró hacia la chica e intentó reconfortarla.
—Ahora todo va a estar bien. Debes volver a clases. Pero creo que es mejor que antes pases al baño a lavar tu cara y refrescarte. Y dile al profesor de la clase que tú estabas hablando conmigo, para que no tengas problemas.
Yotsuha se puso de pie, e hizo una reverencia.
—Gracias por escucharme, Ichihara-sensei, y confío en su palabra.
—Y yo voy a confiar en la tuya, Yotsuha. Ahora ve a clases.
Yotsuha caminó a la puerta, y antes de salir, hizo una nueva reverencia a la profesora, y se fue.
Kumiko Ichihara exhaló fuertemente, como si un gran peso hubiera caído de sus hombros. Sintió sus piernas tambalear. Casi sin poder controlarse dio pasos erráticos hasta llegar al sillón, donde se dejó caer pesadamente.
—¿Qué... fue... todo... eso...? —se preguntó a sí misma mientras cubría su boca. Intentando controlarse, su mente comenzó a repasar lo que la chica le había dicho... ¿Esta no es la verdadera realidad? ¿Qué significaba eso? Esa niña parecía... cuerda. ¡Era su alumna! Yotsuha Miyamizu era una de sus mejores estudiantes, y no podía dejarla perderse ante una locura así. Porque esa muchacha no podía inventar una historia así solo para confundirla, así que ¿qué locura era esa? ¿O acaso Yotsuha Miyamizu tenía una hermana que estaba perdiendo la razón y estaba arrastrando a toda su familia con ella?
Kumiko Ichihara tomó una gran bocanada de aire, y miró el cielo raso, como buscando una respuesta que su mente no quería conceder. «Esa niña no está loca» se dijo a sí misma. «Ella solo confundida. Solo confundida...»
§
Yotsuha lavó su cara con más energía de lo que debía. Cuando levantó su cabeza ante el espejo, sus ojos estaban enrojecidos, pero también sus mejillas. Volvió a mojar su cara con mayor suavidad, para intentar compensar su error, y luego secó su cara con cuidado con toallas de papel. Terminó de arreglarse lo mejor que pudo, cerró los ojos concentrándose en continuar su día a como diera lugar, y luego se dio ánimo para salir del baño de chicas con la cara en alto.
Salió al solitario pasillo del primer piso. Las clases del segundo bloque debían haber comenzado hacía por lo menos unos diez minutos, así que ya no quedaban estudiantes moviéndose por los pasillos del instituto. Yotsuha se dio cuenta que, si se cruzaba con algún docente tendría que dar sendas explicaciones, y no tenía ni el ánimo ni la energía para tal cosa, así que apuró el paso, intentando moverse de la forma más discreta posible de manera de no alertar a nadie de su presencia.
Subió por las escaleras centrales al segundo piso, siempre intentando ir sigilosamente, e iba a comenzar a subir al tercer piso cuando sintió un grito ahogado detrás suyo.
—¡YOTSUHA!
La chica sintió un escalofrío al escuchar su nombre, y se dio vuelta casi de un salto para encontrarse cara a cara con Michiko.
La pelirroja estaba jadeando, mirándola compungida, como si hubiera estado corriendo alrededor.
—¡Michi-chan! ¡Casi me mataste del susto! —se quejó Yotsuha sintiendo que su corazón por un segundo casi había salido despedido por su garganta.
—Yo… lo siento, te estaba buscando —se disculpó su amiga—. ¿Estás bien? Te fui a buscar a la sala de profesores, y no estabas ahí, y luego volví a nuestra sala y ¡tampoco estabas! No estabas en ninguna parte. Me asustaste, pensé que… espera ¿estabas llorando?
Yotsuha bajó la cara, intentando esconder sus facciones de su amiga.
—Yo… la verdad, sí.
—¿Pero estás bien?
—Sí, estoy mejor —respondió Yotsuha asintiendo—. Hablé con Ichihara-sensei y fue una conversación difícil, pero eso me hizo sentir mejor, creo que me siento mucho mejor ahora.
—Entonces ven conmigo —dijo la pelirroja tomando la mano de Yotsuha.
Las dos chicas comenzaron a subir las escaleras con Michiko liderando la comitiva con pasos sigilosos. Cuando llegaron al pasillo del tercer piso, Michiko asomó apenas la punta de la nariz, para verificar que no había nadie mirando. Cuando vio que no había moros en la costa, se coló a las escaleras que seguían subiendo, siempre llevando de la mano a Yotsuha.
Yotsuha se dio cuenta que Michiko había escapado de la clase recién cuando ella no tomó la escalera alejándose de su sala.
—Michiko, ¿no deberíamos ir a clases...?
—¿Y dejar que sigas actuando rara, y te vuelvas a escapar como el viernes? No me lo perdonaría por segunda vez. Ven, vamos a la azotea para hablar.
Las dos chicas llegaron al quinto piso y continuaron subiendo por una estrecha escalera que daba a una puerta que probablemente salía a la azotea. Estaba cerrada con un candado.
—Uhm, pensé que este lugar podía estar abierto —dijo Michiko encogiéndose de hombros—. Aunque tal vez es mejor que no podamos salir si está lloviendo.
Yotsuha miró la puerta con candado, y sintió el extraño picor de lo prohibido. Se acercó a la puerta y puso la mano en la puerta de metal. Estaba muy helada. Del otro lado estaba la libertad del aire libre, en las alturas del techo de su instituto, donde ella jamás había estado. De pronto por su cabeza pasaron recuerdos de un drama shoujo que ella había leído en la secundaria, donde la heroína de la historia recibía su primer beso de su mejor amigo de la infancia en el techo de su instituto. Y eso le hizo sentir que realmente desearía salir a ese techo, aunque estuviera lloviendo. Tomó el candado en su mano, y lo miró con intensidad, como deseando que de pronto se abriera gracias a un milagro o por un super poder asociado a la intensidad de su mirada.
—Hey, Yotsuha, deja eso —dijo Michiko algo extrañada del extraño ensimismamiento en que estaba cayendo nuevamente su amiga.
Yotsuha se dio vuelta como algo mareada de volver de golpe de nuevo a la realidad. Vio a su amiga mirándola preocupada.
—Oh, lo siento —se excusó Yotsuha—. Es que nunca había estado aquí, y de verdad se me antojo salir al techo.
—Yo tampoco conocía este sitio, pero el viernes miré por todas partes y vine aquí, buscándote. Claro, no te encontré tampoco... y ahora lo recordé. Ven, sentémonos.
Michiko se sentó cuidadosamente, intentando que su falda aislara el frío suelo de sus piernas, y apoyó su espalda contra el murete de la baranda que enfrentaba a la puerta.
Yotsuha pensó que ese era un escondite ideal. Cualquiera que pasara caminando por el pasillo del quinto piso y mirara hacia arriba jamás las vería. Pero ella se sentía nerviosa. Algo dubitativa se sentó junto a su amiga.
—Eh, Michi-chan, ¿no deberíamos volver a clase? —preguntó Yotsuha. Era primera vez que estaba escapando de clases de esa manera, sin contar lo del viernes anterior. Pero el viernes ella estaba tan ensimismada en el escondite que había encontrado que ni siquiera se había preocupado por haber faltado a varias clases, en cambio ahora ella estaba volviendo a sus cabales, y acababa de prometer a Ichihara-sensei que no haría locuras, y resulta que diez minutos después ya estaba escaqueando clases.
—Vamos a volver, pero primero necesito que me digas la verdad, Yotsu-chan ¿qué está pasando contigo? —preguntó la pelirroja mirando con intensidad a su amiga.
—Michiko… no sé cómo explicarlo. Es difícil.
—¿Tú estás bien? ¿Alguien te hizo algo? ¿Alguien del insti?
—¡No! No es… nadie me ha hecho nada. Es que, estuve con mi hermana, y ella… ella me reveló cosas de mi familia que yo desconocía. Fueron… cosas muy difíciles, y eso me ha hecho sentir muy confundida. La semana pasada yo no era yo misma…
—Ni que lo digas. Ichihara-sensei me preguntó por ti. Escuché que Yamada-sensei también le preguntó a Kimura-kun por ti. Mucha gente notó tu ausencia, y luego simplemente escapaste el viernes… y desapareciste. ¡Te buscamos por todas partes, y yo no te pude encontrar! Y tú no eres así…
—¡Lo sé, lo sé! —dijo Yotsuha levantando la voz y luego bajándola de golpe al darse cuenta que podían sorprenderlas—. Yo estaba muy confundida, pero ahora ya me siento mejor, Michi-chan, de verdad te agradezco que estés preocupada por mí, pero ahora me estoy sintiendo mejor, en serio.
—¿Me estás diciendo la verdad? —preguntó la pelirroja, mirando ansiosa a su amiga—. Hubo algunos que dijeron que estabas estresada, que… que tal vez podrías… haberte hecho algo malo…
—¡No! No, tranquila, yo no haría eso —dijo Yotsuha alarmada de estar causando esa impresión—. Sí, estaba muy mal, pero yo… ¡no! Yo no planeo nada así, como, como…
Michiko no aguantó más y saltó al cuello de su amiga, abrazándola.
—Tú-eres-mi-mejor-amiga. Yotsuha, eres como una hermana para mí… no vuelvas a hacer algo así sin avisarme, sin… buscarme. No vuelvas a asustarme así ¿está bien?
Yotsuha abrazó de regreso a su amiga y cerró los ojos. Ella se dio cuenta que había sido demasiado egoísta. Al caer en su propio miedo, ella había arrastrado a su abuela, a la profesora Ichihara, a Michiko y a mucha gente a su alrededor a un estado de preocupación que no merecían sufrir. Se propuso no volver a cometer ese error.
—Perdóname, te prometo que no haré eso de nuevo… —dijo Yotsuha, apretando un poco más a su amiga en su abrazo.
—Gracias, Yotsu-chan. Gracias.
Las dos chicas se quedaron por varios segundos así, abrazadas en silencio.
El calor del cariño que le daba su amiga hizo que el corazón de Yotsuha bombeara con fuerza, animado y agradecido. Pero de pronto una nube de realidad volvió a la mente de Yotsuha.
—Michi-chan… debemos volver a clases.
La pelirroja se separó de Yotsuha, se puso de pie y le tendió una mano a su amiga para ponerla de pie.
—Está bien. Pero no sé cómo lo vamos a hacer para entrar…
—Ichihara-sensei me dijo que le dijera al profesor que yo había estado hablando con ella. Así que no debería haber problema. Y además le diré que tú me estabas acompañando. Porque, de todas formas… es la verdad.
Ambas se rieron ante lo ingenuo de la idea.
—Bien, vamos de inmediato antes que sea peor —dijo Michiko comenzando a bajar la escalera, con un paso tranquilo, aunque siempre en modo de sigilo.
Yotsuha siguió a su amiga hacia el salón del 3-C, de vuelta en el tercer piso. Ambas caminaban en silencio, en un código implícito de no llamar la atención de algún adulto en su camino de regreso a su sala de clases.
Mientras caminaban, Yotsuha pensó cuánto lamentaría perder a su amiga, perder el lugar que había alcanzado en el equipo de fútbol femenino, perder su vida en Shizuoka…; ésta era su vida, una vida que había logrado ganar tras años de incertidumbre, y ella se dio cuenta que no podía dejarse arruinarlo todo, así como así.
Y en ese momento Yotsuha Miyamizu decidió que ella iba a descubrir todo lo que había pasado con la familia Miyamizu. No podía seguir viviendo en la oscuridad y la ignorancia. Su abuela había sido siempre indolente. Siempre culpando a Mayugorô por todo lo que no sabía, pero nunca yendo más allá. Ella no iba a cometer ese mismo error, y se propuso que escarbaría en el pasado hasta llegar a las últimas respuestas, costara lo que costara, para proteger esa vida que estaba luchando por mantener.
§
La tarde del martes estaba fresca y algo oscura. El día había sido nublado en Shizuoka. La falta de luz hacía que Mitsuha se sintiera aún más deprimida por tener que estar en hospital, esperando en una sala abarrotada de pacientes. Su abuela estaba sentada junto a ella. Ambas esperaban a que el cardiólogo llamara a Hitoha a su consulta.
Mitsuha sacó su teléfono y miró la hora. Eran las cuatro veinte. Habían llegado antes de la hora de la cita, se habían registrado, pero aún no pasaba nada.
Al fondo de la sala de espera había una fila de ventanas que dejaban ver el cielo nublado sobre las verdes montañas que franqueaban el límite norte de la ciudad. Los vehículos que pasaban sobre la autopista del bypass Seishin pasaban raudos a la vista de Mitsuha, lo que le hizo sentir envidia, ya que ellos tenían una libertad que ir a donde quisieran, una libertad que ella no tenía en ese instante. Ella solo deseaba que todo esto terminara pronto para poder volver a Tokio, encontrar a Taki y estar con él.
Mitsuha quería ver a su novio con desesperación. Desde que habían estado juntos durante la madrugada del domingo, ellos solo habían conversado por teléfono, a ratos, e intercambiado mensajes. Pero ella notaba que Taki estaba notoriamente más apagado que de costumbre. No quiso presionarlo, pues supuso que él debía estar muy atareado y estresado con las reuniones que estaban teniendo, pero por lo poco que el chico le había explicado, parecía que todo estaba saliendo muy bien. Sin embargo, esa sensación de repentina distancia entre ellos no dejaba de incomodarle como una espina. Algo andaba mal, y ella necesitaba saber qué era.
Taki había dicho que después de la última reunión con la gente de la prefectura irían a ir a un almuerzo grupal, y que después de eso volverían a Tokio, probablemente en el Shinkansen de las cuatro, así que él ya debía estar acercándose a Shizuoka a toda velocidad, para pasar hecho una exhalación y alejarse de ella camino a Tokio...
Mitsuha guardó su teléfono dando un suspiro de desanimo, y se puso de pie, incómoda ya de estar tanto rato sentada en el duro asiento. Su abuela la miró extrañada. Mitsuha intentó estirar disimuladamente su espalda cuando escucharon la voz de una mujer hablar desde su derecha.
—¿Miyamizu Hitoha?
Hitoha y Mitsuha se pusieron de pie y miraron a una enfermera vestida de traje blanco que se asomaba en el pasillo. Se acercaron a ella.
—Ella es Miyamizu Hitoha, y yo soy su nieta, Miyamizu Mitsuha —dijo la chica presentándose.
—Sra. Miyamizu —dijo la enfermera dirigiéndose directamente a la anciana—. El doctor Ueno la atenderá ahora. Síganme.
La enfermera las guio hasta una oficina de tamaño mediano. El médico, un hombre de unos 50 años, se puso de pie indicándoles un par de asientos, en donde las mujeres se sentaron mientras la enfermera cerraba la puerta tras de ellas.
Media hora después Hitoha y Mitsuha ya habían salido de la consulta e iban de camino hacia el estacionamiento del hospital, de regreso a su casa. La anciana iba resignada, pero Mitsuha se sentía molesta y preocupada.
—Abuela, de verdad me prometes que no harás ningún esfuerzo o pasarás sobresaltos innecesarios —preguntó Mitsuha ya por cuarta bien.
—Mira, niña. Si sigues insistiendo, sí me voy a sobresaltar. Ya oíste al médico. No tengo nada grave y puedo hacer vida normal...
—¡Abuela, el médico dijo que tu corazón estaba débil! Dijo que no estaba bombeando tanta sangre como antes, y que si te sobre-exiges o pasas emociones fuertes, puede causarte una insuficiencia, un ataque… o… o…
—O la muerte —terminó de completar la frase Hitoha.
Mitsuha cerró los labios con fuerza sin ánimos de decir nada más. Siguieron caminando en silencio por los pasillos hasta salir al exterior a un área techada, con una explanada que daba a una calle semicircular donde había varios taxis detenidos, esperando pasajeros. Se detuvieron un segundo, mientras Mitsuha intentaba decidir qué auto tomar.
Pero Hitoha había estado ensimismada pensando todo el camino, sin poner demasiada atención a su entorno. La anciana miró a su nieta, y la tomó del brazo con fuerza, como atrayéndola hacia sí, lo que sorprendió a la chica.
—Tú sabes que ya soy una anciana. He vivido más de lo que pensé que lo haría. He vivido más años que los que vivió mi madre. Enterré a mi propia hija, y ya no me quedan demasiadas fuerzas para seguir luchando. Esa tarea ahora va a ser tuya y de tu hermana.
—Abuela, no hables así, ¡tú sabes que te necesitamos! —respondió Mitsuha, sorprendida por las sorpresivas afirmaciones de la anciana, que parecían salidas de la nada.
La anciana negó con la cabeza.
—Ustedes dos ya son mujeres, y pronto deberán tomar las responsabilidades de la familia. Musubi sabe que he hecho todo lo que estaba a mi alcance, pero él es más poderoso que yo, así que lo que yo no pude hacer, sé que él lo hará de una forma u otra, por él mismo o a través de ustedes.
—Abuela...
Hitoha soltó a su nieta, y apuntó a los autos detenidos frente a ellas.
—Volvamos a casa. No debemos preocupar a Yotsuha. Y no le digas nada que la preocupe en forma innecesaria ¿lo entiendes, Mitsuha?
—Le diré la verdad, que no debes hacer nada que te preocupe o te haga pasar rabias.
—Eso lo toleraré. Es la mejor noticia que le podía dar un médico a tu hermana —dijo la anciana sonriendo y caminando al taxi que estaba más cerca de ellas.
Un solícito chofer se acercó y le abrió la puerta para que la anciana subiera en la parte trasera.
Ya camino a la casa de las Miyamizu, el teléfono de Mitsuha sonó. Mitsuha lo sacó y revisó. Era un mensaje de Taki.
«Voy en el tren a casa ¿Cómo sigue tu abuela?»
Mitsuha sonrió al saber que estaba bien. Respondió de inmediato.
«Está bien. No tiene nada grave o de peligro inmediato, pero su corazón está débil, así que no puede hacer nada de fuerzas o agitarse»
Mitsuha miró por la ventanilla. Estaban cruzando la línea de trenes frente a la estación Naganuma, así que faltaban pocos minutos para llegar a casa de su abuela.
«Dejaré a mi abuela en su casa, y volveré a Tokio» ella terminó de escribir.
Mitsuha bajó su teléfono, y pensó si debía escribir el siguiente mensaje. Después de un par de latidos, se decidió a decir lo que pensaba, sin filtros.
«Necesito verte. Pronto estaremos de nuevo juntos»
—Ustedes los jóvenes pasan demasiado tiempo pegados a esa pantalla —dijo Hitoha sobresaltando a su nieta—. No entiendo cómo lo hacen para no quedar ciegos mirando eso.
—¡Abuela! No es nada anormal, le estaba escribiendo a Taki.
—Dile que recuerde lo que le dije —ordenó Hitoha.
—Te aseguro que él no es de los que olvidaría algo que tú le dijiste —dijo Mitsuha con una sonrisa traviesa—. Ya en un par de ocasiones me ha sorprendido hablado de cosas que tú le dijiste en Itomori, o que mejor dicho nos decías, y que ni yo recordaba.
—Entonces, él sí es el indicado...
—¿Indicado para qué?
—Para que Musubi complete sus planes… —dijo la anciana, dando unas palmadas en la rodilla de Mitsuha.
—¿Qué planes? —preguntó preocupada Mitsuha.
—Eso no lo sé. Ahora sé que su voluntad va a terminar cumpliéndose. Y siento que ese chico Taki será más importante que tú en eso. En hora buena que te encontró.
—Que yo lo encontré, querrás decir —dijo algo ofendida Mitsuha.
—Claro, tú lo buscabas, pero él te buscó también, y él te encontró ¿verdad? Si él no te hubiera buscado, tú aún estarías sola. No olvides eso.
—Bueno, ambos nos buscábamos, y ambos..., mira, no importa, dejémoslo así.
El taxi dobló en la pequeña calle de Miyamaecho, y se detuvo frente a la casa de Hitoha. Mientras bajaban, la luz de la casa se encendió, y Yotsuha salió a recibirlas a la carrera.
—¡Abuela! ¡¿Estás bien?! —gritó la chica desde la barda de la reja, sin esperar a que las recién llegadas siquiera se acercaran a la casa.
La anciana hizo un saludo con la mano, sin querer gritar su estado de salud a todo el vecindario. Pero Yotsuha no aguantó, abrió la reja y salió a abrazar a su abuela en la mitad de la calle.
Mitsuha se bajó del taxi luego de terminar de pagar y se encontró a su hermana abrazada a su abuela sin que la anciana casi pudiera moverse.
—Hola Yotsuha. Está todo bien, entremos a la casa, que ya está refrescando.
Yotsuha le arrebató el bolso que llevaba su abuela en la mano, y las tres mujeres entraron a la casa. Una vez adentro la adolescente ya no pudo contenerse más.
—Abuela, ¿qué te dijo el médico? —preguntó ansiosa, parándose delante de la anciana, sin dejarla avanzar más.
—Que no tengo nada grave. Ven, vamos a la sala, te lo contaré.
La adolescente tomó del brazo a su abuela y la llevó hasta uno de los sillones de la sala. Tomó un mullido cojín de un sofá que estaba al lado, lo puso sobre el sillón, y luego ayudó a su abuela a sentarse. Luego ella se sentó en el sillón de al lado, casi tocando a su abuela.
—Entonces, ¿qué les dijeron? —volvió a preguntar Yotsuha, mirando a su abuela y a Mitsuha, que seguía de pie a la entrada de la sala.
—El médico revisó los resultados de los exámenes de sangre que le tomaron a la abuela el sábado. Y le envió a hacer otro electro-cardiograma, y un scanner, para ver como tenía el corazón.
—¿Y…? —insistió Yotsuha, ansiosa.
—Todo está perfectamente bien —dijo Hitoha palmeando con suavidad la mano de su nieta menor.
—Eso no es del todo así, abuela —reclamó Mitsuha.
Hitoha se giró hacía su nieta mayor, y le dio una mirada de reproche, casi haciéndola callar con la mirada. Pero Mitsuha no se dejó amedrentar.
—El doctor dijo que el corazón de abuela Hitoha está débil —continuó Mitsuha—. Puede que el desmayo del fin de semana haya sido a causa de eso. No encontró signos de infarto o cosas graves, pero dijo que la capacidad de bombeo de su corazón está comprometida, y que por eso no puede hacer actividades físicas intensas, o vivir emociones fuertes que aceleren demasiado su corazón.
—Mitsuha, no voy a dejar de hacer mis cosas por lo que diga un médico, él dijo que podía hacer mi vida normal —reclamó Hitoha intentando desestimar las palabras de su nieta.
—Te dijo que podías seguir tu vida, pero que no podías agitarte, hacer esfuerzos mayores o vivir emociones fuertes, o tu corazón puede fallar, te pueden dar desmayos o incluso... o incluso un ataque. Y eso te puede matar —concluyó Mitsuha, cruzándose de brazos, en una actitud de desafío a la anciana.
—¿Ella puede morir? —dijo Yotsuha, sintiendo que sus ojos se comenzaban a llenar de lágrimas.
Hitoha suspiró, cerrando los ojos, y rindiéndose a pelear con Mitsuha. Se giró de nuevo hacia Yotsuha, e intentó calmar a la niña.
—Yotsuha, ya soy una anciana. Tal vez no te hayas dado cuenta, pero podría haber muerto cualquier día de estos desde hace años. Si Musubi ha sido generosos dándome una vida larga es porque tenía que cuidarlas a ustedes dos. Pero ustedes ya pueden cuidarse por sí mismas. Ya no me necesitan como antes.
—¡Te necesitamos, no digas eso! ¡Yo te necesito! —reclamó Yotsuha con lágrimas cayendo sobre su rostro, y la cara contraída de dolor.
—¡Te dije que no alarmaras a la niña! —dijo Hitoha molesta hablando entre dientes en dirección a Mitsuha.
—Yo no puedo mentirle a mi hermana. Pero es verdad que la abuela por ahora está bien, Yotsuha. Y mira, le dejaron unos medicamentos que deberá tomar en las mañanas y en la noche. Ya debería tomar uno. Acompáñame a la cocina, y te mostraré. Y no sigas llorando, acuérdate que no queremos que la abuela se agite.
Yotsuha se paró haciendo aún hipos, y siguió a su hermana a la cocina.
—Te traeremos un vaso con agua y las medicinas, abuela. Quédate descansando mientras tanto —le ordenó Mitsuha.
Mitsuha le mostró la receta a Yotsuha y examinaron los frascos que les entregaron en el hospital. La mujer le explicó en detalle las instrucciones a su hermana menor, y dejó que la chica sacara las dos pastillas que Hitoha debía tomar esa noche. Yotsuha las puso en un pequeño plato, sacó agua fresca en un vaso y se las llevó a la anciana.
—Abuela, voy a ir a prepararme para volver a Tokio —dijo Mitsuha desde la entrada de la sala.
—¿No te vas a quedar? —preguntó sorprendida Yotsuha volviéndose a su hermana.
Mitsuha negó con la cabeza.
—Mañana tengo que volver a la oficina. Así que tendrán que seguir su vida normal. ¿Necesitas que les deje algo preparado para cenar ahora?
—No, yo me encargaré —dijo Yotsuha, con voz decidida.
—Entonces me iré a preparar —dijo Mitsuha, alejándose por el pasillo hacia uno de los dormitorios.
Veinte minutos después Mitsuha iba saliendo por la puerta de la casa de su abuela, seguida por Yotsuha que la acompañó hasta la calle.
—Cuídate mucho, hermanita, y cuida a la abuela —dijo Mitsuha volviéndose a su hermana, y dándole una pequeña reverencia paradas afuera de la puerta.
Yotsuha se la quedó mirando, como dudando, y al final dio dos pasos al frente y le dio un fuerte abrazo hundiéndose su cabeza en el cuello de su hermana, como escondiéndose.
—No nos vuelvas a dejar solas. No ahora —pidió Yotsuha con voz compungida.
—Tú sabes que tomé distancia de la abuela porque nuestra relación se había deteriorado. No porque no las quisiera. Pero ahora siento que las cosas están mejor.
Vamos a estar hablando a diario, ¿está bien?
La adolescente se separó de su hermana e hizo un pequeño gesto afirmativo con su cabeza.
—Y también necesito que tú estés bien —continuó Mitsuha—. Si estás preocupada por la abuela, es porque entiendes que esto no es un sueño, que todo es real. Tan real que, si algo malo te pasara a ti, la abuela y yo vamos a sufrir mucho. Así que tú te vas a cuidar muy bien. En serio ¿Verdad?
—Sí, lo haré —respondió la hermana menor—. Ahora sé que esta realidad es mi mundo. Pero, voy a buscar respuestas. No voy a quedarme de brazos cruzados sin saber por qué nos está pasando todo esto.
—Está bien. Pero no te obsesiones con eso ¿Ok?
La luz de un vehículo doblando en la calle las iluminó. Mitsuha ahora dio dos pasos y abrazó a su hermana para despedirse.
—Ahí viene mi taxi. Cuídate, hermanita. Te quiero.
—Yo también te quiero.
Yotsuha vio alejarse a su hermana. Cuando el automóvil desapareció de la calle, el silencio que quedó le pareció extraño. Las últimas dos semanas de su vida habían sido una locura; ahora volvía a una nueva normalidad con una abuela debilitada y enferma, pero sintió que podría afrontarlo. Pero en esta nueva realidad, ella sentía que ya no era un simple peón arrastrado por las circunstancias de un juego del cual ella no tenía idea. El conocimiento era poder. Y ella quería ese poder para proteger su presente y su futuro.
§
Taki abrió la puerta de su departamento y dijo en voz alta "ya estoy en casa" solo por costumbre. Sabía que no había nadie en casa y nadie le respondería. Se paró en el pasillo mirando alrededor de la cocina y el comedor. Todo seguía igual que el viernes, apenas unos días atrás. Pero se sintió extraño en su propia casa, como si él ya fuera alguien ajeno, y que no hubieran sido días, sino años.
Taki achacó esas extrañas ideas al cansancio. Todo había salido bien en las reuniones. El trabajo había sido maratónico, extenuante y estresante, pero la recepción de las propuestas de la constructora Ouzumi por parte de las autoridades del ayuntamiento de Nagoya había sido muy buena. Incluso habían tenido un almuerzo final en un fino restaurant algunas horas atrás. Había sido fantástico. Pero agotador.
Taki se limitó a tomar un vaso de agua en la cocina y fue de inmediato a su dormitorio. Dejó el bolso de viaje debajo de su mesa de dibujo, colgó la chaqueta y la corbata en la silla y se dejó caer en la cama pesadamente, cerrando los ojos.
La luz del atardecer que entraba por la ventana comenzaba a menguar, pero fue suficiente para que a Taki le molestara aún con los ojos cerrados. Giró la cabeza en sentido contrario y miró la hora en su teléfono. Eran pasadas las seis de la tarde. Se dio cuenta que apenas le quedaba un 4% de batería al aparato. Pensó en cargar el teléfono, pero su cansancio era tal que no tuvo fuerzas para hacerlo. Cerró los ojos y se quedó profundamente dormido.
Cuando Taki volvió a abrir los ojos despertó de golpe. La habitación estaba ahora totalmente a oscuras. Tenía la extraña sensación que lo había despertado algún sonido familiar, pero su mente somnolienta no había alcanzado a captar qué era.
Taki aguzó el oído y entonces escuchó que golpeaban la puerta del departamento. Luego sonó el timbre. Así que se dio cuenta que era eso lo que lo había despertado.
Intentó oprimir un botón del teléfono para ver la hora, pero la pantalla no se encendió. Solo apareció una imagen de una batería roja, vacía, que parpadeó un par de veces antes de que la pantalla volviera a negro. Así que no supo qué hora era, pero por la oscuridad en la habitación no tuvo dudas que ya era de noche.
El timbre de la puerta volvió a sonar con insistencia, así que Taki se apuró hacia la puerta, aún algo adormilado. Sintió que tal vez había dormido muchas horas, pero no sabía cuántas. ¿Sería su padre que tal vez había olvidado sus llaves? Recordó que su papá solía volver más tarde los días martes, generalmente pasada las nueve de la noche.
El timbre volvió a sonar justo cuando Taki abrió la puerta. Se encontró de frente con una sorprendida chica que dio un pequeño salto hacia atrás cuando la puerta se abrió hacia ella de golpe. Era Mitsuha, mirándolo con cara de sorpresa y preocupación, que en un segundo pasó a ser una cara de alivio y felicidad.
—¡Taki! ¡Estás bien! —dijo la chica saltando a los brazos del muchacho, aún más sorprendido que ella.
—¿Mitsuha? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo viniste?
—Yo... lo siento, estaba preocupada por ti ¿estás bien? —dijo Mitsuha, separándose del muchacho y dándole una rápida inspección visual.
—Sí, estoy bien ¿pasó algo? —respondió Taki confundido.
—¡Pues te estuve llamando todo el viaje desde Shizuoka y no contestabas! Estaba preocupada de que te hubiera pasado algo malo en el camino.
—Tranquila, estoy bien, es que mi teléfono se descargó. Llegué a casa temprano y me quedé dormido, y…
—¿Pero por qué no me avisaste que habías llegado bien a casa? —reclamó Mitsuha con un tono resentido—. Yo no sabía si estabas bien y quería verte, y no sabía dónde más buscarte y...
Mitsuha se sintió culpable de invadir el espacio privado de Taki sin su consentimiento. Inconscientemente dio un paso hacia atrás.
—Y perdóname por venir sin avisar, lo siento —dijo Mitsuha bajando la vista.
—Está bien, Mitsuha, tranquila, esto fue mi culpa. Pero ¡Perdón, estoy siendo un pésimo anfitrión! Pasa adelante, es que estoy recién despertando y estoy algo aturdido aún...
Taki entró al departamento y encendió las luces. La entrada y el pasillo se iluminaron de golpe. Él y Mitsuha tuvieron que entrecerrar por un segundo los ojos por el repentino cambio de brillo.
Mitsuha entró al departamento sintiéndose algo cohibida.
—Gracias por recibirme, Taki —dijo Mitsuha, haciendo una pequeña reverencia.
—Bienvenida a casa. Ven, pásame tu bolso y, toma, puedes usar éstas —dijo Taki entregándole a la chica un par de pantuflas de visitante.
Mitsuha le entregó su bolso y dejó sus zapatos al lado de los de Taki, y se puso las pantuflas.
—Espero no ser una molestia —dijo Mitsuha.
—No lo eres, pero no creo que la casa esté muy ordenada para recibir visitas —dijo excusándose Taki—. Ven pasa, puedes sentarte en el comedor.
Taki dejó el bolso de Mitsuha a un costado de la mesa de comedor y entró a la cocina.
—¿Tienes sed? Te puedo ofrecer algo de beber, veamos... —dijo Taki inspeccionando el refrigerador—. Hay cerveza, té helado y... uhm, jugo de manzana.
Pero no obtuvo respuesta. Taki cerró la puerta del refrigerador y se asomó de vuelta a la entrada del comedor. Vio a Mitsuha pálida, con las manos cubriendo su boca, y los ojos casi saliendo de sus cuencas mientras miraba toda la sala.
—Lo lamento, ¿algo te incomoda? ¿Está muy desordenado? —preguntó Taki nervioso, mirando también a su alrededor, a los muebles abarrotados de libros, algunos formando pilas en el suelo.
—Taki esto es... —dijo Mitsuha posando su mirada en el chico.
—¿Qué pasa? ¿Hay algo mal? —preguntó extrañado Taki, sin entender qué le pasaba a la muchacha.
—Es… tu departamento, está casi igual… igual a lo que veo en mis recuerdos.
Mitsuha dio algunos pasos en el comedor, y pasó con suavidad la mano sobre la superficie de la mesa, sintiendo la leve aspereza de la madera entre sus dedos. Era la misma mesa, la misma sensación que ella había sentido hacía ya nueve años atrás.
Taki de pronto comprendió lo que pasaba por la mente de Mitsuha. Esta era la primera vez que ella volvía a su departamento, claro que esta vez dentro de su propio cuerpo. Él imaginó la euforia de los recuerdos y sensaciones que ahora la debían estar embargando.
—Bueno, no todo es igual, hemos cambiando algunas cosas estos años... —dijo Taki, casi como excusándose.
Mitsuha miró a Taki con lágrimas de felicidad en los ojos.
—Ver todo esto, es... es sentir que yo sí viví aquí. Que yo de verdad estuve aquí, esto es prueba de que yo... fui tú... que todos mis recuerdos son reales —dijo Mitsuha con una sonrisa.
Taki no se pudo aguantar, y sin pensarlo avanzó hacia ella y la abrazó.
—Ahora tenemos que formar recuerdos nuevos. Ya no tus recuerdos, o mis recuerdos, sino nuestros recuerdos —dijo Taki, apoyando su cabeza en la de ella.
Mitsuha se dejó llevar y abrazó a Taki con fuerza.
—Necesitaba tanto estar de nuevo contigo... —dijo la chica hundiéndose en su abrazo en el cuerpo de Taki.
De pronto una idea pasó la cabeza de Mitsuha y casi sin pensarlo se separó de Taki.
—Espera, ¿tú papá está aquí? —preguntó asustada, sintiendo que la regañarían por verlos así.
—No, estamos solos. Él debería... espera ¿qué hora es? —preguntó confundido Taki.
—Son pasadas las ocho —dijo Mitsuha. Sacó su teléfono y lo revisó—. Casi las ocho y media.
—Entonces aún falta para que papá llegue. Él suele llegar tarde los martes. Espera... ¿tú ya cenaste?
Mitsuha negó con la cabeza.
—Yo tampoco —dijo Taki con una sonrisa—. Entonces hoy voy a prepararte algo de cenar, aunque tendré que ver que cosas tenemos...
—¡No tienes que molestarte! —dijo Mitsuha.
—¿Cómo podría molestarme? Igual tenía que preparar algo, así que tenerte ahora como invitada es un placer, no es una molestia.
—Entonces está bien —dijo Mitsuha, relajándose.
Mitsuha se acercó a uno de los muros de la habitación y miró los cuadros que la decoraban. Había varios que recordaba haber visto en sus recuerdos de 2016, pero uno capturó toda su atención.
—Oh, esto es...
Mitsuha miró una imagen en blanco y negro de un edificio, de madera con arquitectura europea, con una torre de reloj al centro. Sintió que su corazón perdió un latido al ver esa imagen.
—Sí, es Itomori —dijo Taki acercándose a ella—. Es una vista de la primaria. La que se veía desde tu casa.
—Esa era mi primaria —dijo Mitsuha, hablando como en un susurro—. ¿Cómo es que tienes esa imagen?
—¿Acaso no te dije que por mucho tiempo me obsesioné con Itomori, aunque no sabía por qué? De hecho, tengo muchos libros acerca de Itomori y del incidente de 2013. Y esa lámina la encontré una vez y no pude evitar comprarla. Además... mira, ven conmigo.
Taki tomó la mano de Mitsuha, y la llevó a su dormitorio. Taki entró y encendió la luz de su habitación.
—Ven, pasa —dijo Taki, viendo que Mitsuha se había quedado paralizada en la puerta —. Eh... ¿te sientes bien?
Mitsuha se apoyó en el marco de la puerta, y miró hacia el interior del dormitorio embobada.
—Esto... es tan real... que siento que todo antes fue un sueño, pero un sueño que ahora puedo recordar —dijo Mitsuha, emocionada.
La chica dio un par de pasos tímidos en la habitación, con las manos tomadas sobre su pecho, como si estuviera en un museo valiosísimo y no pudiera tocar nada.
—Bueno, es tan real como siempre lo ha sido —dijo Taki.
—Para ti fue siempre real, pero para mí hace solo unos días pasó a ser un vívido recuerdo, y ahora que puedo verlo con mis propios ojos es... es algo increíble. Oye, espera ¿cambiaste la mesa? —preguntó Mitsuha sorprendida ante un nuevo tipo de mesa que ocupaba lo que antes el escritorio de madera de Taki. Era una mesa metálica con una base horizontal, tal como una mesa normal, pero encima de esa base tenía un gran vidrio plano, que estaba montado sobre una bisagra, y estaba inclinado en unos 45 grados.
—Esa es mi mesa de dibujo. ¿Te olvidaste que soy arquitecto?
—Perdón, es que todo está casi igual, pero esa mesa me sorprendió —respondió Mitsuha con una sonrisa—. Y veo que aún tienes aún más libros —dijo Mitsuha apuntando al librero que estaba al fondo de la habitación.
—Bueno, te dije que he ido consiguiendo libros nuevos…
—Y por eso tienes más pilas de libros en el suelo que antes ¿o me equivoco?
—Sí, bueno, había que hacerles espacio a los que ahora tengo de Itomori —dijo Taki guiñándole un ojo—. Pero eso no es lo importante que quería mostrarte. Mira...
Taki sacó una carpeta azul de entre los libros, y miró alrededor, buscando donde pudieran sentarse los dos, pero había solo una silla en la habitación, así que apuntó a la cama, detrás de Mitsuha.
—Sí quieres puedes sentarte ahí, si no te molesta.
La chica miró la cama, y se sentó en el punto más cercano al librero.
Taki tomó la silla y se puso frente a ella.
—Estos son los bosquejos que hice en 2016, cuando te fui a buscar a Itomori —dijo Taki abriendo la carpeta y poniéndola en las manos de Mitsuha.
La chica miró con atención el primer trabajo, y se encontró con un exquisito dibujo de un puente de arco.
—¡Este es…! —pero Mitsuha no pudo seguir hablando.
Taki solamente asintió.
Mitsuha fue revisando las láminas una a una, admirándose de lo detallado.
—¿Pero estas, tú las copiaste de los libros? —preguntó asombrada.
—No, todas esas las hice en 2016, solo a partir de los recuerdos que tenía de nuestros intercambios. Esas imágenes iban y venían en mi cabeza, como recordando un sueño. Algunas tuve que rehacerlas varias veces, hasta que llegué a esas que estás viendo.
—¿Y cómo supiste que eran las imágenes correctas? —preguntó extrañada Mitsuha.
—No lo sé, solo sentí que estaba todo en su lugar. Después de ese viaje, cuando olvidé todo lo nuestro, seguí sintiendo una atracción misteriosa por Itomori. Y entonces cuando revisaba los dibujos que tienes en tu mano, yo me daba cuenta que se parecían mucho a las imágenes de los libros que iba encontrando. Pero entendía como había dibujado algo así. Al final me convencí que era porque recordaba imágenes que había en los noticiarios o en televisión, y que de alguna manera tres años después habían resurgido en mi mente. Nunca pude imaginar la causa real...
—Son... estos dibujos son maravillosos —dijo Mitsuha, sintiendo sus ojos húmedos. Hasta que pasó una lámina más, y se encontró con una imagen tan familiar que le tomó varios segundos entender qué estaba viendo. Era su habitación en Itomori.
Mitsuha se tapó la boca, para sofocar un gemido de sorpresa, dolor y alegría, todo al mismo tiempo. Sintió como por su mano y su muñeca caían lágrimas que no pudo controlar.
Taki se puso de pie y se sentó en la cama al lado de ella. Pasó su mano sobre el hombro de la chica, trayéndola hacía así, mientras le quitaba con suavidad la carpeta con los bocetos de las manos.
—Perdona, no quería hacerte sentir mal.
—No, no es eso... es que, eso es maravilloso. Es volver a ver algo que ya no existe, y que estaba solo en mi memoria, en mis recuerdos... ¡Y en tus dibujos! Es... maravilloso —dijo Mitsuha levantando la vista hacia Taki, sonriendo mientras más lágrimas caían por sus mejillas—. Gracias, Taki, gracias por mostrarme eso.
Taki dejó con cuidado la carpeta en el suelo, y tomó con ambos brazos a Mitsuha, cobijándola.
—No esperaba verte hoy, no esperaba tenerte hoy aquí conmigo. Y no esperaba... poder abrazarte de nuevo, Mitsuha —dijo Taki acariciando el pelo de Mitsuha mientras ella apoyaba su cabeza sobre su hombro.
—¿Por qué me dices eso, Taki? Desde el fin de semana has estado... diferente. Y por eso también quería verte hoy y hablar contigo. ¿Pasó algo en Nagoya? —dijo Mitsuha, abrazando a Taki por la cintura, sin querer mirarlo a la cara. Cerró los ojos, temerosa de la respuesta del chico.
Taki se quedó en silencio, y continuó acariciando el pelo de la chica por largos segundos antes de poder responder.
—Yo... te amo con todo mi corazón, Mitsuha. Y quiero que seas feliz, pero tengo miedo que, sin importar cuánto yo te ame, yo... yo no pueda darte la felicidad que tú estás buscando.
Mitsuha abrió los ojos, y se incorporó, mirando a directamente a Taki a los ojos, pero el chico rehuyó su mirada.
—Taki... dices que me amas, y tú sabes que yo también te amo, entonces ¿de qué estás hablando?
—Mitsuha, yo... cuando hablé con tu abuela el sábado —dijo Taki en un tono compungido—, ella explicó que tu destino es... es ser la heredera del legado de tu familia, la heredera de la familia Miyamizu. Y yo sentí que tu abuela tenía razón. Pero yo también sé que tú no quieres eso, sé que tú quieres vivir tu vida en Tokio, que tú quieres ser una exitosa mujer de negocios. ¿Y si mi destino fuera hacerte ser esa mujer Miyamizu de la que habla tu abuela, esa que tú no quieres ser?
—¿Te refieres a que mi destino es que yo vuelva a ser una doncella miko de un santuario Shinto? —preguntó asombrada Mitsuha.
—Sí. Eso entendí de mi conversación con tu abuela. Y lo malo es que creo que eso... podría ser real. Y yo... no quiero traicionar tus sueños, Mitsuha. No quiero transformarte en alguien que tú no quieres ser. Y tal vez, por eso, si nosotros estamos juntos, tal vez yo no te pueda dar la felicidad que tú buscas... y yo en realidad sería un estorbo en tu camino...
Mitsuha se puso de pie de forma violenta.
—No, no, no... —dijo con un tono ronco Mitsuha—. No puedes... ¡no debes dejarte embaucar por mi abuela! Yo te amo y tú me amas, y nosotros nos liberamos. ¡Tú nos liberaste de Itomori! ¿Que no lo recuerdas? Ahora somos libres, y ¡ahora estamos juntos en esto! Podemos hacer de nuestra vida lo que nosotros queramos, ¡ya no tenemos que estar atados a las tradiciones de un santuario que ya no existe! ¡Itomori ya no existe, Taki!
—Pero Mitsuha, lo que nos pasó no es normal, que yo haya podido volver en el tiempo y salvarlas a ustedes no es normal. Nada es normal. Y si el dios del santuario, Musubi, accedió a enviarme de vuelta para salvarlas, eso fue por alguna razón, y ¿qué tal si ese dios quiere algo a cambio de haberte salvado, como que ese santuari-
—Taki, ¡ITOMORI-YA-NO-EXISTE! —dijo gritando Mitsuha, exasperada—. Cierto, le debemos la vida a Musubi, pero él nos liberó de ese pueblo por una buena razón, y ya no tenemos que volver ahí... ¡No podemos, Taki! Somos libres, ¡LIBRES!
Taki quedó boquiabierto mirando a la chica, que se quedó mirándolo con los ojos echando chispas, respirando agitadamente. Él nunca la había visto así y no pudo decirle nada más.
Mitsuha tampoco supo que más decir y se dio cuenta que su corazón estaba latiendo casi desbocado en su pecho. Cerró los ojos intentando tranquilizarse.
—Mitsuha, lo siento, no quería hacerte enojar —dijo con timidez Taki.
Mitsuha abrió los ojos y negó con la cabeza.
—No, no es tu culpa, sé que estás pensando en lo mejor para mí, pero hay demasiadas cosas que tú no sabes. Y mi abuela puede ser muy buena embaucando con sus palabras melosas.
—Pero ¿y si ella tiene razón en algo de lo que me dijo? —intentó retrucar Taki—. Incluso cuando volví por última vez a Itomori el día del cometa, tu abuela sabía de los intercambios, ella misma los vivió. Entonces ella podría no estar equivocada del todo.
—Pero ella no vivió lo nuestro, Taki. Solo nosotros sabemos lo que vivimos, y yo...
Mitsuha se detuvo. Inspiró profundamente, y volvió a sentarse en la cama al lado de Taki, con las manos sobre sus rodillas, mirando un punto de suelo mientras ordenaba sus pensamientos.
—¿Sabes que ocurrió justo el día antes de que comenzaran nuestros intercambios? —preguntó Mitsuha en forma casi retórica mientras miraba de vuelta a Taki a la cara.
Taki negó con la cabeza, sin saber a dónde quería ir Mitsuha con esa pregunta.
—Ese día antes, no, mejor dicho, esa noche —continuó— fue la noche en que Yotsuha y yo hicimos la ceremonia de danzas Kagura donde preparamos el kuchikamizake. Yotsuha y yo bailamos en el pabellón... y luego masticamos el arroz blanco delante de todos, y lo escupimos en unas cajitas de madera. Delante de toda la gente del pueblo que iba a ver la ceremonia.
—¿Eso lo hacían delante de todos? —preguntó asombrado Taki, a sabiendas de lo tímida que era Mitsuha en aquella época. No podía imaginarla haciendo eso.
—Sí, y te juro que me comía la vergüenza. Y para colmo esa noche fue el grupo de Teruki-san, y se burlaron de mí mientras hacíamos la ceremonia.
—Esos eran el chico y las chicas de tu clase que te siempre molestaban ¿verdad?
Mitsuha asintió débilmente.
—Esa noche me sentí tan mal que cuando todo terminó y volvíamos a casa, yo estaba tan frustrada que grité a todo pulmón una petición a Musubi desde las escaleras del santuario. Le pedí que en mi próxima vida yo fuera un chico apuesto de Tokio...
Taki quedó desencajado ante tal revelación.
—Espera... ¿tú pediste eso y... al día siguiente estabas dentro de mí? —preguntó casi tartamudeando Taki.
Mitsuha asintió.
—Entonces... ¿tú fuiste a que causó los intercambios? O sea, ¿Musubi lo hizo porque tú se lo pediste?
—No lo sé, Taki, pero te juro que cuando pedí eso, era porque quería irme de Itomori. Quería liberarme de la esclavitud del santuario. Ya no quería hacer más rituales que a nadie le importaban, y ser la burla de mis compañeros. Quería dejar de ser la hija del alcalde corrupto del pueblo... ¡Yo quería ser libre! Y si Musubi me escuchó y cumplió mi deseo enviándome a tu cuerpo, entonces es porque él estaba de acuerdo con todo eso, ¿no lo ves?
—¿Entonces... me eligió a mí, solo por ser un chico de Tokio? —preguntó atónito Taki.
—Un chico apuesto de Tokio —lo corrigió Mitsuha, ruborizándose levemente.
Taki miró a Mitsuha, con su cabeza hecha un torbellino de ideas. No pudo aguantarse más y se puso de pie.
—¿Pero... si Musubi hubiera elegido a otro chico en vez de a mí... tú entonces ¿te hubieras enamorado de otra persona en vez de mí? —preguntó Taki sintiéndose de pronto como un alguien reemplazable.
—¿Qué? ¡No! —reclamó Mitsuha—. ¡No puedes decir eso! Yo... yo no sé por qué Musubi te eligió a ti, pero yo me enamoré de ti por quién tú eres. Fuiste tú, con tu preocupación por mí, quien se ganó mi corazón. Y fuiste tú quien estuvo dispuesto a viajar hasta Itomori arriesgando la vida solo para salvarme. ¿Quién de tus amigos hubiera hecho eso? Nadie, Taki, ¡Nadie!
—Pero, si Musubi en realidad me eligió para salvarte, y para salvar la vida de todos en el pueblo... ¿que nos hayamos enamorado era parte de ese plan? —preguntó Taki, más pensándolo para sí mismo en voz alta.
—¿Acaso eso importa? Taki, yo soy la que me enamoré de ti. No fue Musubi, no fue mi abuela, ni eso le importa a nadie más que a nosotros. Nadie controla lo que yo siento por ti. Son mis sentimientos, Taki ¡Mis sentimientos! Si Musubi planeó colocarte en mi camino, no puedo sino darle las gracias. Pero mis sentimientos hacia ti son míos y solo míos ¿lo entiendes? Yo elegí estar contigo. Yo no soy un peón en el tablero ¡No voy a ser una ficha en el juego de nadie! Por eso, olvida lo que te dijo mi abuela, Taki. Sí, soy la heredera de la familia Miyamizu, pero esa herencia desapareció junto con Itomori. Ahora soy libre, ¡Somos libres!
Mitsuha se puso de pie y abrazó a Taki con fuerza.
—¿Aceptas que estamos juntos porque nosotros mismos nos buscamos? ¿A pesar de olvidar? ¿A pesar de que los dioses se opusieran?
Taki se sintió culpable por haber llevado la situación a este extremo. Sus dudas habían hecho incluso estallar a Mitsuha, algo que él nunca había visto. Y sintió que la chica tenía razón.
—Perdóname por dudar —dijo finalmente Taki—. Cuando me propuse salvarte, y luego cuando prometí volver a encontrarte, mi propósito era hacerte feliz. Y tengo... tenía miedo que ahora yo fuera un estorbo para tu verdadera felicidad.
—Ahora tú eres mi felicidad, Taki —dijo con suavidad Mitsuha—. Ven conmigo.
Mitsuha se separó de Taki, y se sentó de nuevo en la cama de Taki, pero esta vez cerca de la cabecera. Dio unos pequeños golpes con su mano izquierda en el colchón, invitando a Taki a sentarse a su lado.
Taki quedó mirando a Mitsuha un segundo, dudando, pero luego se sentó a su lado. Mitsuha lo abrazó por la cintura y apoyó su cabeza en su hombro.
—Yo hoy te elijo, aquí, en tu casa, Taki. Yo te elijo. Yo. No Musubi, ni mi abuela. Y Tú ¿me eliges a mí por sobre las tradiciones antiguas?
—Está bien —respondió Taki rindiéndose ante la lógica de Mitsuha—. Yo te elijo a ti, y te seguiré en tu camino, el que tú elijas, Mitsuha. Caminemos juntos ese camino.
—No es mi camino. Que sea nuestro camino.
Taki comenzó a acariciar a cara de Mitsuha, y luego le tomó la barbilla, la alzó y le dio un beso en la boca.
Mitsuha cerró los ojos y se dejó llevar. Besó a Taki con pasión, y de pronto sintió como si el mundo exterior se volviera difuso. Un extraño mareo la rodeó, y sin darse cuenta cómo, se dio cuenta que había caído sobre su costado sobre la cama mientras besaba a Taki.
Mitsuha sintió como si el tiempo a su alrededor se enlenteciera. Siguió besando al muchacho hasta que se dio cuenta que su corazón palpitaba sin control. Se separó levemente de Taki y sonrió al chico, mirándolo directo a los ojos, sintiendo la cara caliente.
—Prométeme que vas a estar siempre conmigo —pidió Mitsuha, intentando recuperar su respiración.
—Te lo prometo, Mitsuha, te prometo que voy a seguirte y estar contigo a donde sea que tú estés —respondió Taki, también respirando agitadamente.
Mitsuha rio de felicidad, y hundió su cabeza en el cuello de Taki, abrazándolo con fuerza.
La chica se dio cuenta que ambos estaban yendo demasiado rápido, y que era mejor calmarse, así que cerró los ojos mientras lo abrazaba, apegándose a él, pero solo sintiendo el calor del cuerpo del chico a través de sus ropas.
Taki también cerró los ojos, abrazándola y acariciando con suavidad su cabeza, mientras que su respiración comenzaba lentamente a volver a la normalidad.
El tiempo de pronto pareció detenerse, ambos intentando sentir la cercanía del otro, y gracias al cansancio de un largo día y a las intensas emociones acumuladas, los dos se quedaron dormidos, abrazados sobre la cama.
