Capítulo 2
1983
El entrenamiento había terminado hacía sólo unos minutos, y Erin, Sarah, Jane y Eliza se dirigieron lentamente hacia los vestuarios. Las cuatro se giraron cuando la voz enfadada de Melissa llegó hasta ellas. Las otras dos chicas que habían comenzado con ellas, solían quedarse un rato más para seguir entrenando, porque según Melissa, "no estaban dando lo mejor de ellas".
-A mi a veces me cuesta seguir el ritmo, creo que nos están machacando demasiado -dijo Jane quejándose.
-Puede ser, pero somos unas privilegiadas en estar ahí. Hemos trabajado duro y nos lo merecemos -contestó Erin mirándola y sonriendo un poco, dándole ánimos.
-Yo lo que no entiendo es porqué te han cogido a ti, eres bajita y para ser animadora hay que ser un poco más alta -protestó Eliza abriendo la puerta de los vestuarios y pasando en primer lugar. Sus tres compañeras, pusieron los ojos en blanco.
-Tal vez porque es ágil y esbelta. A veces la altura no es lo importante. Habrá bailes en los que sea mejor una bajita que una alta -Sarah contestó antes de que Erin le hiciera un gesto de "déjala, no merece la pena"
Para Sarah y Erin, Eliza era una arrogante y petulante. Siempre queriendo quedar por encima de los demás, destacando llevándose a todos por delante y si pudiera ser pisoteando al resto, mejor. Apenas habían coincidido en las clases, pero llevaban tres semanas de entrenamiento, y ya la habían calado.
Sin embargo, Jane era un encanto. Todo inocencia y una buena niña. Tanto Erin como Sarah tenían un par de clases con ella, y se habían hecho amigas.
Faltaba apenas una semana para el primer partido de la temporada, y todos estaban nerviosos. Melissa y Liz, la mano derecha de la capitana, no dejaban de presionarlas para que todo saliera perfecto.
2013
Stockbridge
Antes de aterrizar, Hotch había repartido el trabajo entre su equipo. Ahora, Strauss iba sentada en la parte de atrás de un SUV, mirando por la ventanilla el pueblo que la había visto nacer y crecer.
Cada lugar por el que pasaban, traía un recuerdo a su mente. La iglesia a la que su familia iba los Domingos; la escuela en la que estudió; el cine al que iba con sus amigas y que al parecer, ahora era una sala de recreativos. Hasta el parque en el que bajo un sauce, le dieron su primer beso a los quince años.
Todo eso hacía que sintiera que el tiempo no había pasado; que todos los recuerdos, tanto buenos como malos se estaban agolpando en su cabeza, y en su pecho; y todo lo que había dejado atrás y avanzado cuando había abandonado el pueblo a los dieciocho años, amenazaba con hacerla estallar.
Se dio cuenta que el coche se había detenido frente a la comisaría, y se tomó un momento para recuperarse antes de bajarse. Ignoró la extraña mirada de la agente Jareau, cruzó la suya con Aaron y con paso firme, entró en el edificio.
-¡Erin Strauss! ¡No sabes lo que me alegro de verte -Paul Brown, la máxima autoridad de la comisaría de Stockbridge, abrazó a su antigua amiga.
-Lo mismo digo, Paul. Es una pena que sea en estas circunstancias -Strauss forzó una sonrisa-. Te presento al agente Hotchner, jefe de Unidad y a la agente Jareau. El resto del equipo ya está trabajando en diversos lugares.
-Gracias por venir. La verdad es que estamos desesperados. Nunca en el pueblo ha pasado nada parecido.
-¿Dónde podemos instalarnos? -preguntó JJ.
-Les tenemos preparada una sala, espero que sea suficiente. Por aquí, por favor.
Y en apenas unos minutos, los tres habían comenzado a trabajar.
Se quedó mirando cómo la sangre corría por el pecho del chico, sin moverse. Le tomó el pulso y se dio cuenta que estaba casi muerto. ¿Y era deportista? Se suponía que eso lo haría aguantar un poco más. Tendría que adelantarlo todo, si quería que todo fuera como las otras veces.
Cogió la bolsa e introdujo su cabeza, apretándola en su cuello. A pesar de estar casi inconsciente, Elliot intentó coger aire, sin éxito. Apretó fuertemente, hasta que dejó de moverse. Era su momento favorito, sentir cómo la vida se escapaba debajo de sus manos.
Ahora, debía decidir dónde dejar su cadáver.
Prentiss entró en la habitación de Elliot, sintiéndose una extraña, como cada vez que tenía que hacer algo así. Se sorprendió al encontrar una habitación totalmente ordenada.
Las paredes estaban cubiertas de póster y fotos de deportistas, con la bandera de su equipo justo encima de su cama. El ordenador portátil estaba apagado sobre el escritorio.
-¿Has encontrado algo? -Rossi apareció tras ella.
-Nada. Es una típica habitación de adolescente, pero ordenada. Yo no la tenía tan ordenada ni a los veinticinco.
Rossi soltó una risita mientras cogía el ordenador.
-Nos lo llevaremos, y veremos si García puede sacar algo.
Se despidieron de los señores Hawinks y pusieron rumbo a la comisaría.
Morgan les dio las gracias a los tres adolescentes y con un leve movimiento de cabeza, le indicó a Reid que se iban. Se dirigieron en silencio al coche.
-¿Qué piensas? -preguntó Reid poniéndose el cinturón.
-Elliot parece un chico modelo. Saca buenas notas, es deportista y sale con una chica de último curso. No parece tener enemigos. Tampoco Demian ni Karen parecían tener problemas con nadie.
-Vamos a ver si el resto ha averiguado algo -contestó Reid un momento después.
Cuando llegaron a la comisaría, Rossi y Prentiss ya estaban allí también. Entre todos, pusieron sobre la mesa los datos que tenían hasta el momento.
Strauss hablaba en el pasillo con Brown, y aunque intentaba estar atento a lo que decía el equipo, Hotch no podía evitar mirarlos de reojo. Desvió la mirada rápidamente cuando ella entró en la habitación.
-Creo que por hoy no podemos hacer nada más. Mañana seguiremos buscando a Elliot e investigando el entorno de los tres adolescentes. Ahora vamos a descansar -ordenó Hotch mirando a su equipo. Todos asintieron levantándose.
Se dividieron de nuevo en los SUV, y tardaron menos de diez minutos en llegar al hotel. Era el único del pueblo, pero al menos se veía en buenas condiciones.
Después de registrarse, decidieron que bajarían a cenar a la cafetería. Strauss se disculpó y subió directamente a su habitación y Hotch dijo que no tenía hambre, siguiendo el ejemplo de su jefa.
Esperó unos diez minutos antes de ir a su habitación. Había notado que estar en el pueblo la había afectado, aunque sabía que ella lo negaría.
Llamó suavemente y esperó. Esbozó una ligera sonrisa cuando ella abrió la puerta. Ella suspiró levemente y se hizo a un lado para que pudiera entrar.
Erin se había soltado el pelo, que había llevado recogido todo el día y se había quitado también los tacones. Aaron se había dado cuenta que cuando iba descalza, la cabeza de Erin quedaba a la altura de su barbilla, y encajaba perfectamente en el hueco de su cuello cuando la abrazaba. Y le gustaba hacerlo.
-¿Cómo estás, Erin? -preguntó al cabo de un momento.
-Perfectamente. ¿Por qué iba a estar mal? -replicó ella sentándose en el pequeño sillón que había en la habitación, alejándose de él.
-Estamos en tu pueblo, siempre surgen sentimientos, pensamientos del pasado y…
-Aaron -levantó una mano para parar sus palabras-. Estoy bien, no tienes que preocuparte por mí. Tenemos que encontrar a ese chico y descubrir quién está haciendo esto. El resto no importa.
Él la miró fijamente, y unos segundos después, ella desvió la mirada. Sabía por su tono, que estaba ocultando algo, aunque no iba a presionarla. Cada uno tenía su historia, y tenía todo su derecho a guardárselo para sí misma.
Cogió una silla y se sentó frente a ella.
-¿Y de qué conoces a Paul Brown? -preguntó con indiferencia un instante después.
Erin volvió a mirarlo, con una media sonrisa.
-Fuimos amigos en el instituto. Los dos últimos años. Está casado y tiene dos hijos -añadió rápidamente. Se fijó en que él se había sonrojado y evitaba mirarla. Le gustó pensar que tal vez, estaba un poco celoso.
Se mordió el labio nerviosa y se inclinó un poco, rozando levemente la mano del agente para llamar su atención. La retiró rápidamente cuando él la miró.
-¿Te preocupa mi relación con Paul para el caso?
-¿Qué? No, no. Era sólo…curiosidad. Me pareció ver que os lleváis bien, eso es todo.
-Sí, pero llevábamos casi treinta años sin vernos. Desde que me fui de aquí.
-¿No has vuelto en treinta años? -negó lentamente con la cabeza y él frunció el ceño-. ¿Y eso por qué?
-¿Por qué hacerlo si ya no me aporta nada? ¿Por qué quedarme, o volver, a un sitio que me arrancó la felicidad?
Se levantó rápidamente, comenzando a caminar de un lado a otro, sintiéndose como un animal enjaulado, dándose cuenta que había hablado más de la cuenta. Aaron esperó unos segundos y luego se levantó.
-Erin...
-¿Puedes dejarme sola, por favor? Estoy cansada y me gustaría acostarme. Mañana será un día largo.
-Sabes que puedes contarme cualquier cosa. Háblame, Erin -intentó el agente.
-No tengo nada que contarte -sus miradas se cruzaron y Aaron vio el miedo de los recuerdos en sus ojos.
-De acuerdo.
Se acercó a ella, posó las manos en sus hombros y dejó un suave beso en su frente. Luego salió de la habitación. Hubiera querido quedarse, abrazarla y sí, también besarla. Cada vez tenía más ganas de hacerlo. Esperaría con paciencia a que ella le contara sus miedos y secretos. Estaría ahí para ella cuando lo necesitara.
Continuará…
