Capítulo III
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Todo
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–¡Leche, oka-chan! –Estiró la pequeña mano que sostenía el biberón.
–¿Leche? Creí que habías dicho que ya eras grande –se mofó la mujer. Hasta hace una hora que su retoño de cuatro años había berreado por no ser tratado como un adulto.
–Pues ya no. Soy tu bebé, ¿ves?
–Eres mi bebé, Boruto-chan. -Movió la cabeza en aceptación.
–¿Entonces, me darás mi leche? –cuestionó entre enojado y suplicante. Tenía mucho sueño y sólo podía dormirse cuando bebía el lácteo mientras se agarraba un mechón de pelo.
–Sí, voy a calentarla. –Dió media vuelta para ir a encender la estufa con una risa contenida. No había día que no le hicieran gracia las ocurrencias de su hijo.
Sin embargo, únicamente le tomó dos pasos para luego ser jalada de la falda por su niño.
–Mami.
Sus mejillas y orejas se encontraban rojas, sus zafiros se tornaron vidriosos y sus rodillas comenzaron a temblar. Aquello logró anticipar a la madre sobre lo que sucedía.
–¿Si? –suspiró dulce.
–Quiero hacer popó.
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Un año, dos meses.
–El examen Jonin es dentro de un mes.
Boruto supo la intención detrás de las palabras de Sarada.
–No tiene caso. Si consigo el rango, me enviarán a misiones fuera de la aldea.
Descansaban sentados en el pasto después del arduo entrenamiento matutino. Mitsuki estaba a unos metros delante suyo, contemplando el nacimiento del tronco de un árbol con gran curiosidad, dejando libre la oportunidad para la fémina del equipo de cuestionar nuevamente las acciones del blondo.
–¿Entonces te quedarás en la aldea toda la vida? –Su voz destilaba molestia.
Uchiha no aprobaba de alguna manera que su amigo estancara su carrera shinobi sólo por una creencia en que podría anticipar los próximos ataques de los Otsutsuki. La realidad: lo más probable es que no volverían. Ya lo hubieran hecho, si así fuera.
–No toda la vida –contestó tajante, sin cabida a que continuara la discusión.
Él no permitiría que nadie lo hiciera dudar del rumbo en el que había redirigido su vida. Ni siquiera Sarada.
La chica desvió los ojos con incomodidad. Se resignó en un gran suspiro.
–Tengo hambre –dijo ella.
Boruto carraspeó con cierto alivio de que lo hubiera entendido. Quitó su trasero del pasto para levantarse.
–Vámonos, Mitsuki.
–Esperen. Vengan a ver esto.
La pelinegra también se levantó.
–¿Qué es? –preguntó ella.
Los tres adolescentes acercaron sus frentes una contra la otra, inspeccionando el punto entre sus pies.
–En definitiva es un perro. Tiene el hocico largo –exclamó el ojiazul.
–Es obvio que es un gato. Bigotes, pelo abultado, encrespado... –Continuó Sarada.
–Los perros también tienen eso. Es decir, ni quiera tiene cola de gato.
–Tal vez no le creció. O se la cortaron. Pero es un gato.
–A mi me parece más una ardilla.
Los dos voltearon hacia Mitsuki.
–¿Qué te hace creer que ésta inmensa bola de pelos es una ardilla? –Rió el otro disimuladamente.
–Es largo como un brazo, y su pelaje lo hace ver gordo como dos melones –observó la chica.
–Y no tiene cola –reafirmó Uzumaki.
El peliblanco reflexionó un par de segundos y halló su respuesta.
–Es una ardilla porque le gustan las nueces.
–¿Cómo sabes que le gustan las nueces?
El chico tomó algo del pelo de la criatura, de las tantas cosas que tenía pegadas. Parecía que había estado sucio por años.
–Tiene cáscaras aquí.
Ante tal descubrimiento, sus amigos exclamaron un largo "Oh".
Y después, afirmar con convicción:
–Es un perro.
–No, un gato.
El ojos ámbar negó despacio.
–Parece lastimado. O perturbado. No se ha movido desde que llegamos aquí.
–Podría quedármelo hasta que se recupere y encuentre un dueño apropiado –sugirió Sarada–. Aunque no sé si en el departamento de mamá dejen entrar animales.
–Déjamelo a mí. Seguro que Himawari sabrá cuidar a... Sea lo que sea esa cosa. Es buena en esto.
No hubo objeción, así que lo metió en su mochila que por suerte era horizontal y por tanto no afectaba la comodidad del animal, el cual seguía en los brazos de Morfeo.
El hombre serpiente anunció que debía irse a tratar unos asuntos con su padre. Así que sólo Sarada y Boruto fueron al lugar donde vendían el platillo favorito del chico; Hamburguesas.
Se sentaron en un gabinete para dos personas. Les extrañaba la ausencia de Mitsuki. No recordaban la última vez que estuvieron los dos solos en algún lugar.
–¿Qué tal tu familia? –preguntó la de lentes, previniendo que el silencio entre ellos no se volviera raro.
Él dio un sorbo a su refresco y alzó las cejas.
–El cumpleaños de Himawari es mañana.
–¿Le darás un regalo? –Ella sostuvo su negro cabello dentrás de su cuello para que no se manchara con la salsa de tomate de sus papas fritas. Había crecido bastante, ya era momento de cortarlo.
–Aún lo estoy pensando. No tengo idea de qué cosas le llaman la atención.
Uchiha asintió, pensando en alguna idea, no obstante debía decir que ya casi no convivía con Himawari, no desde que su hogar fue hecho añicos. Por lo que tampoco tenía idea de qué le gustaría a una jovencita como ella. Es decir, Sarada a esa edad si hubiera preferido alguna cosa que le regalasen serían libros de cualquier tema, pergaminos de jutsus de su clan o tal vez algún kunai personalizado.
Claro que la linda y entusiasta Himawari... Seguro tenía gustos muy diferentes a los suyos, y merecía algo especial, algo que sólo a un hermano se le ocurriría.
Miró con los ojos entrecerrados al ojiazul, quien se removió en su asiento.
–¿Qué?
–Me gustaría tener una hermana menor.
Boruto contuvo una exclamación de asombro que casi hizo que se atragantara con la carne.
–¿Por qué?
–Es lindo proteger a alguien que amas, y que sabes que de una u otra forma ella te necesita.
Sarada jugó con sus dedos sobre la mesa, cohibida por revelar su envidia.
–Mm, supongo que sí, es lindo. –Entonces él la observó con atención; vulnerable, errática y disociada. Era tan increíble verla así. Lo conmovió. Ella a pesar de lo que pensaba, decidía apoyarlo, estar a su lado. De alguna manera, aunque no era muy bueno, quiso devolverlo con palabras de aliento–. Si haces el examen lo pasarás. Tú y Mitsuki están a otro nivel. Lo lograrán.
–Gracias. –Ella levantó el rostro antes cabizbajo hacia él en cuanto lo escuchó. Alegre–. Mitsuki ¿eh? Tiene un mundo muy singular, ¿no lo crees? Incluso a lo que se refiere a su padre.
Boruto levantó una ceja.
–Me impresiona un poco que lo hayas notado hasta ahora.
Sarada negó divertida.
–Dice que vio a alguien reunirse con Orochimaru. Fue extraño, normalmente hay un Anbu que vigila que nadie se acerque a él, sin embargo ni siquiera él mismo pudo detectar su chakra. Mitsuki escuchó que la persona extraña preguntó a su padre sobre si es posible reconstruir un cuerpo con material orgánico –tragó saliva. Pensar qué es lo que esa persona haría con una información así, le daba escalofríos–. Entonces Orochimaru le dijo que las células del Primer Hokage serían una gran opción, aunque al parecer quien sea que fuese la persona intrusa no pareció convencida.
–¿A qué te refieres?
–Buscaba algo más fuerte que eso.
–...
–...
–¿Y lo hay?
–Al parecer no.
Boruto frunció las cejas.
–Eso suena peligroso. ¿Mitsuki le dijo a alguien?¿A Sasuke-san? –Por lo que tenía entendido, su maestro era el que más se había relacionado con ese sujeto.
–Bueno, dijo que ya le notificaron al Séptimo sobre la misteriosa visita. Pero no encontraron al sujeto, y tampoco es como si Orochimaru pudiera hacer algo indebido, siempre está vigilado. –Se ajustó los lentes–. Me sorprende que haya alguien más raro que el padre de Mitsuki.
Él no pudo estar más de acuerdo.
Continuaron comiendo. Los ruidos y pláticas alrededor circularon entre ellos. Cuando Sarada terminó su comida, de manera titubeante, habló:
–¿Has... Pensado en salir con alguien?
–¿Salir? –Tiró su basura y la de ella en el bote de basura, sin haber prestado demasiada atención a la pregunta.
–Sí, digo, no hace mucho cumpliste dieciocho. –La chica carraspeó–. Nuestros padres comenzaron a tener pareja más o menos a nuestra edad.
–No lo sé. No he pensado mucho en eso. –Se puso de pie, incitando a Sarada a hacerlo también. Se aseguró que el tirante de la mochila en su hombro no se moviera, para así no perturbar a "La Cosa"–. ¿Y tú?
–Creo que me resulta aterrador –dijo confiada en su respuesta, para luego agregar tímida–... Y emocionante.
Él la miró de forma intensa, después posó la vista al frente.
Ambos caminaron a su próximo destino, uno junto al otro, con el dorso de sus manos rozándose a cada paso.
El departamento de la familia Uchiha no era tan espacioso, apenas los cuatro cupieron dentro.
Sakura le ofreció té, porque ya habían comido y porque era lo único que le salía bien en cuanto a lo que cocinar se refería.
Lo que más le fascinó a Boruto, fue ver a su maestro no enseñándole ninjutsus, el arte de la espada, o luchando en una misión peligrosa; sino alzando levemente el meñique cuando tomaba del vaso de té. Sereno y silencioso.
Llegó un momento en que Sakura quiso aprovechar para mostrarle fotos de Sarada y él cuando eran bebés. Estaba tan entusiasmada que fue a buscar el álbum que había guardado en algún lugar de la casa. Su hija la había seguido para evitar que pudiera mostrarsela.
Fueron cinco minutos en los que él y Sasuke estuvieron solos en el pequeño comedor de la casa y, sorprendentemente, el Uchiha fue el primero en hablar.
–Sobreexigirte entrenando doce horas diarias, sin detenerte, sólo empeorará tu condición. –Lo miró a los ojos–. Entrenar conmigo kenjutsu, luego con Naruto el Modo Sennin, con tu equipo y con Kawaki taijutsu y ninjutsu... Es demasiado.
–Estoy bien. Tomo descansos de vez en cuando. –Exhaló fastidiado en respuesta. Ya había escuchado suficientes veces aquel argumento. Apreciaba que su maestro se preocupara por él, sin embargo, no podía aceptarlo por completo. No cuando aún tenía una cuenta pendiente con él–. ¿Cuántos días más estarás aquí?
–Una semana más. –El pelinegro entrecerró los ojos, sintió bajo la mesa los movimientos tensos de la pierna izquierda de su alumno, además de su chakra oscilante y al mismo tiempo hostil–. ¿Quieres decirme algo?
–Me preguntaba si habías encontrado algo. El último pergamino que mandaste no decía mucho.
Era casi imperceptible, aún así logró escuchar un destello de cinismo. ¿Acaso estaba molesto con él?
–No, no he encontrado nada aún.
Boruto inhaló y exhaló un par de veces más. Cuando estuvo listo, miró determinado a los ónix de su maestro.
–Sasuke-san... ¿Tiene alguna idea de por qué atacaron Konoha?¿O de por qué atacaron a mi madre? –Colocó un puño sobre la mesa sin hacerla temblar por el impacto. Entonces Sasuke entendió su aura hostil. El hijo de Naruto estaba lleno de dudas que esperaban ser resueltas–. Me he tragado esto durante un año. Sé que tú y mi padre ocultan algo. A él lo he dejado en paz, no quiero perturbarlo ahora que se ve... bien. Pero Sasuke-san, si sabes algo, si sabes la razón de por qué la asesinaron, entonces debes decirme. –Sus pupilas se afilaron, no daría marcha atrás–. Porque si no me lo dices en este momento, no confiaré jamás en ti.
Sasuke unió las cejas.
Este niño no era el de antes. Siempre había sido astuto, sin embargo en ese momento era diferente; más maduro, firme y gris.
Lo meditó un momento y dijo:
–Boruto. Decirte lo que sé no cambiará nada.
No le negaría el deseo de conocer. Él mismo había pasado por la obsesión de saber qué, quién, por qué, cómo y cuándo de las cosas. De su hermano Itachi.
Al menos quería darle la oportunidad de escoger.
–Igual dímelo –ordenó, impaciente.
De lo que Boruto se enteró en esos cuatro minutos restantes en que quedaron solos, fue frustrante y desgarrador en muchos sentidos. Porque repasó aquella última vez que habló con su madre, en aquella cena especial arruinada. Porque supo que iba a ser hermano mayor otra vez. Porque aún si era inverosímil, lo más probable es que la muerte de su madre hubiera sido provocada por una estúpida profecía Otsutsuki de la que ningún humano tenía conocimiento, y de la que nadie hubiera podido evitar.
Aunque enfadado, entendió por qué su padre calló. Como Sasuke dijo, no hubiera cambiado nada, tal vez incluso lo hubiera empeorado. Se imaginó en un instante el sufrimiento extra que habría pasado Himawari al enterarse de algo así.Y a Kawaki que, aunque se hiciera el rudo, aquello hubiera colmado su paciencia.
En segundos tuvo que serenarse y cambiar su rostro de tragedia para no asustar a las féminas. Vio las fotos con alegría en el rostro. Sólo aguantó un poco más para anunciar que debía irse, tomar su mochila y cerrar la puerta tras de sí.
Sasuke había escrutado su reacción de principio a fin, sin intervenir.
Llegó a casa y las luces estaban apagadas. Lo agradeció internamente. Dejó al animal dormir sobre el sofá y fue a su cuarto compartido. Se recostó en la orilla derecha del futón. Primero miró al techo, luego giró su cuerpo hacia la persona que roncaba a su lado.
Su padre tenía la boca abierta. La saliva se le salía de sus comisuras y caía en la barba que comenzaba a crecerle desprolija. Era una imagen asquerosa, y sin embargo hizo que sus lágrimas se derramaran hasta empapar la sábana. Suavemente, rodeó con el brazo una parte del torso de su padre, apretándolo cuidadosamente contra sí.
Decir lo que sabía ahora no cambiaría nada.
Por eso, lo guardaría en un cajón con llave.
Y seguiría adelante.
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–¿Crees en verdad que puedo ser una buena kunoichi?
–Lo creo, Hima.
La sinceridad en la voz de su madre era palpable. Igual preguntó.
–¿Aunque no quiera llegar a ser Jonin?¿O Chunnin?
A pesar de que se viera como una niña segura, la realidad es que se guiaba por lo que la gente pensaba. O eras ninja, o no lo eras. No había zona intermedia, tenías que dedicarte por completo a algo para ser un agente funcional para la aldea.
Himawari deseaba la seguridad que le otorgaba aprender sobre el uso de chakra en el taijutsu con su familia materna, además que estaba teniendo un mayor interés en aprender sobre jutsus de sellado.
Por otro lado, también le gustaba la libertad al hacer cosas manuales, como cocinar o hacer jardinería, cuidar animales y pintar. Realmente se veía en un futuro dedicándose a ello.
Finalmente, la peliazul mayor la sacó de sus cavilaciones.
–Claro –exclamó–. Has de tu vida lo que desees, yo te apoyaré. Puedes terminar la academia y después entrenar con Hanabi en el complejo Hyuga.
–Oka-san –susurró agradecida, para luego agregar preocupada–. Pero te quedarás más tiempo sola en casa.
–No lo estaré. –Negó con la cabeza e indicó con las manos su pecho–. Siempre te tengo aquí.
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Un año, cinco meses.
Lo había llamado Señor Dormilón. Aún no sabían si era un perro, un gato o una ardilla. En realidad a ella no le importaba saberlo, porque lo amaba por igual.
"La Cosa Fea", como lo llamaba Boruto, estaba con ella en sus entrenamientos con Hanabi. Dormía a cada hora del día, excepto cuando le daban de comer o cuando se subía al tejado de la Mansión Hyuga a tomar el sol.
Sin duda fue el mejor regalo que su hermano le hubiera podido dar en su cumpleaños, aunque en un inicio esa no hubiera sido su intención. Kawaki por otro lado, hizo su comida favorita, acompañada por un pastel con fresas como mamá lo hacía. Había sido algo contradictorio, un día agridulce, más no completamente triste como el anterior en el que apenas su tía y abuelo pudieron celebrar con ella.
Además, sin el título de Hokage de por medio, su papá pasó el día con ella. Como si ese hecho no fuera un gran presente ya, Naruto le regaló pergaminos que pertenecían al clan Uzumaki que había hallado en un almacén de la torre Hokage. No lo hubiera imaginado nunca, tenía mucho más por aprender. Diría que sus mejores alegrías sucedían cuando lograba descifrar cómo hacer los juinjutsus nuevos que le dejaba Hanabi.
No obstante, tal vez lo mejor fue que Himawari misma se hizo un presente. Quería pensar que su madre desde el cielo la influyó en hacerlo: Confeccionó su vestido amarillo para que volviera a estar a su complexión. Sus caderas y pecho estaban creciendo, y aunque para ese punto ya no le avergonzaba, sí se sentía extraña cada vez que le daba vueltas en la cabeza.
Había cumplido dieciséis años.
Y se había percatado a lo largo de esos meses en los que comenzó a mejorar emocionalmente que aún si sus prioridades de vida no cambiaron, su manera de pensar y de sentir sí.
Por ejemplo, la primera y más importante...
Le gustaban los chicos.
En ocasiones, cuando se sentaba afuera del complejo Hyuga o cuando iba a comer a algún lugar, su mente se detenía a buscar al joven más guapo del lugar. Hacía listas, de con quien tendría o no más deseos de salir en una cita. Tenía varios criterios, el físico; qué tan lacio u ondulado era su cabello, si la ropa era formal o informal, qué tan desalineado se veía, si sus ojos se veían amables y profundos o incluso cómo eran sus labios. La personalidad; si era rudo o dulce, misterioso o un libro abierto, un chico malo o un chico bueno; diría que cualquiera de las dos le atraía, al menos gracias a su explosión de hormonas.
Claro que si le dieran a elegir al chico definitivo de sus sueños...
–¿Himawari? –gritó alguien después de que ella entrara a la tienda–. Así que también viniste a comprar pinturas.
Ella suspiró.
–Inojin...
¿Por qué era el chico de sus sueños? Tenía un hermoso cabello largo, rubio y femenino; algunas personas lo catalogarían como algo malo, en realidad a ella le atraía mucho, por el simple hecho que él no le importaba lo que otros pensaban. También le gustaba su piel tersa y blanca, contrastaba mucho con sus ojos celestes como un cielo costero, que desde niña la habían hecho sentir especial cuando la notaban. Además, por muy extraño que sonase, le gustaba que fuera tan directo y a la vez tan desconectado del contexto emocional de sus propias palabras cuando decía lo que pensaba. Aunque raro y aparentemente insensible, ella sabía que era un chico amable y sentimental.
Ah, y su arte era precioso.
–Hace mucho que no venías por aquí. No desde que Hinata-san murió –destacó el joven sin tacto.
Si él le hubiera dicho eso en otro momento, probablemente hubiera llorado. Actualmente ni siquiera le dolía, porque supo que no lo dijo con mala intención.
–Sí –devolvió cohibida.
–Estás volviendo a pintar.
–Iniciaré hoy, mis pinturas se secaron y no tengo tablas donde hacerlo.
–¿Quieres ir al parque central? Es un buen lugar para inspirarse –sugirió el rubio–. Podemos ir juntos. Justo me dirijo para allá.
La peliazul no se lo pensó dos veces.
–Me encantaría.
Después de comprar lo necesario, se sentaron sobre una pequeña colina verde que daba con una vista al horizonte del parque donde yacían niños jugando, madres y abuelos hablando entre ellos con sonrisas pícaras o risas altisonantes en aquel medio día después de la escuela.
El hijo de Ino y la hija del Séptimo acomodaron su respectiva tabla, pinceles, agua y botes de pintura para comenzar a detallar el paisaje.
La segunda cosa que había cambiado en ella, es que hablaba con más resolución y confianza, con más jovialidad y feminidad, tenía una variedad de temas de conversación en la mente, como si anhelara estar preparada para tener una conexión con la gente.
Por eso, hablaron de las personas, de los colores, de las sombras y luces. Hablaron de la vida y la muerte. Sabía qué aspectos le gustaba hablar a él.
La niña lo admiraba absorta.
Sus ojos azules, su sonrisa despreocupada.
En serio que era perfecto.
El amor de su vida.
–¡Hey, ustedes!
–Shikadai. Chocho –exhaló el rubio.
–¡Hima, cuánto de no verte! –dijo la morena en tanto llegó a ella y la abrazó con fuerza.
La peliazul se sonrojó, había pasado tiempo desde que los vió por última vez.
Había sido en las primeras dos semanas después del funeral de su madre. Juntos habían ido a buscar a Boruto en el complejo Hyuga un par de veces sin algún éxito de encontrarlo allí. Después de unos días, escuchó que Shikadai por su parte buscó a Boruto en los campos de entrenamiento, no obstante éste rechazó cualquier asunto que tuviera que ver con quien sea, incluyendo uno de sus mejores amigos.
Fue tan serio que Shikadai no volvió a insistir. Sarada le había dicho que cada que se mencionaba el nombre de Boruto cuando los equipos de generación se reunían, Shikadai se ponía serio, callado y aparentemente indiferente.
No fue hasta que Boruto pudo formar una sonrisa que decidió buscar a Shikadai, disculparse por lo que sea que le había dicho o hecho y volver a estar como antes. Sabía que actualmente tomaban un rato para charlar después de que Shikadai y su equipo volvían de sus misiones.
Ella se alegró por él.
–Basta, la estás aplastando, gorda.
La tercera cosa que había cambiado, es que Himawari juzgaba internamente cada acción y palabra de las personas. Lo hacía de manera inconsciente. Por eso, lo único que no le agradaba del hombre de sus sueños es que fuera tan grosero con su compañera de equipo. No entendía siquiera por qué de esa actitud cuando a nadie más trataba así, más que a Chocho.
Claro, sabía que ella cambiaría eso de él una vez se hicieran novios.
Porque sí, Himawari lograría conquistarlo.
Algún día.
Chocho la soltó, mas ignoró el comentario de Inojin.
–Buen día para que amantes del arte se reúnan ¿eh? Me encanta tu cuadro, Himawari-chan.
–Gracias –asintió apenada.
De pronto Shikadai se sentó a su lado, dando un vistazo hacia arriba y cubriéndose con una mano la cara.
–El sol es una mierda –soltó–. No entiendo por qué hay personas que lo prefieren a los días nublados.
Sonrió y contestó:
–Igual prefiero los días nublados.
El chico la miró y asintió con un aire de profundidad.
–Los soleados son mejores, así se ven mejor las cosas para dibujarlas y pint-¡Oh, oye! ¿¡Qué crees que estás haciendo, Chocho!?
–Voy a ayudarte a pintar el árbol de allí, lo hiciste muy pálido. –La mujer sostenía el pincel y lo acercaba al cuadro del Yamanaka hasta que éste la rodeó con sus brazos para detenerla.
–¡Es así, tonta! Es acuarela. Déjalo, lo arruinarás.
–¡Sólo voy a pintar un poco aquí, tonto! El árbol debe ser verde, muy verde, no lo estás haciendo bien.
–¡Yo soy el amante del arte!¡Yo sé cómo hacerlo bien, no tú!
Himawari viraba a uno y a otro, entre alerta y divertida.
–Bah, si no quieres que te ayude la reina de la razón, entonces no te ayudaré –rezongó devolviéndole el pincel, se sentó a lado de su compañero de equipo con un aire de superioridad y elegancia.
–¿La reina de la razón? Será la reina del drama –dijo Shikadai e Inojin comenzó a reír.
–Sí, lo que digan. Me aman así –aceptó, coqueta.
Entonces más carcajadas sonaron.
La cuarta cosa que había cambiado, es que antes ella prefería el confort de los momentos en familia, en cambio actualmente que a ella le gustaba socializar y pasar ese tipo de momentos con amigos o personas nuevas por conocer.
La hacían muy feliz.
Pero a Himawari se le quitó el aliento al percatarse en los ojos del amor de su vida que miraban con un brillo especial a la morena.
Conocía ese brillo.
Así su papá había mirado a su mamá.
Así Sarada y su hermano se miraban.
Así ella miraba a Inojin.
Y así Inojin miraba a Chocho.
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–Justo ahí.
–Es un nudo –avisó mientras masajeaba con fuerza el músculo trapecio de su espalda–. ¿Te duele?
–Ah, ya no. Me siento mucho mejor. –Levantó el cuerpo estirando los brazos sobre el colchón, y fijó sus pupilas en las de su esposa–. Ahora es mi turno.
Ella se recostó boca abajo, con las manos funcionando de cojín para el rostro que observaba en dirección al buró frente a su cama. El retrato de ellos de jóvenes llamó su atención.
Sintió como Naruto comenzó a masajear en líneas rectas los bordes de su nuca.
–Hace mucho que no salimos –dijo en medio del cómodo silencio.
El hombre se posó en la zona del trapecio.
–Fuimos ayer a comer con los niños al restaurante de barbecue; y Shikamaru, Ino, Chouji...
–Me refiero a solos. –La mujer apretó los labios en un círculo, y los soltó–. En una cita.
–Oh. –Incrédulo, masajeó más abajo–. ¿Y qué te gustaría hacer?
–Cualquier cosa que sea contigo.
–Cualquier cosa. –Sus ásperos dedos descendieron con anhelo.
–Como una cita nocturna, ir a caminar al parque y comer algo por allí.
–Me gusta. –Sonrió alegre por las posibilidades. ¿Alguna vez comieron al aire libre en cima de la cabeza de Gamatatsu?¿O nadaron en el arroyo escondido en el bosque? ¡Hacer otra competencia de quién comía más ramen lo divertiría mucho! Sería bueno intentarlo—. Podríamos ver en la noche una película en casa –dijo finalmente.
La peliazul cerró sus párpados, imaginando su cita con una tenue sonrisa.
Naruto bajó más.
–Y hacer algo después de eso –sugirió precavido, casi susurrante.
–Sí –asintió ella, con las mejillas tornándose rosadas–. Tal vez.
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Un año, ocho meses.
Había salido de compras en la mañana de su día libre.
Últimamente se preguntaba, ¿Naruto Uzumaki puede hacer algo nuevo?
Algo que no tuviera que ver con ser Hokage, padre o amigo. Sólo él. Como cuando era un niño pequeño y solitario que intentaba nuevas formas de joder a los aldeanos y, absolutamente, al viejo Hiruzen y a Iruka-sensei.
No porque ya no quisiera desempeñar estos papeles, sino que tenía ganas de crear un nuevo concepto, agregar uno más a la lista.
Por ejemplo, de las cosas que había elegido, la primera fue arreglar el departamento, y uno de esos arreglos significó comenzar a llenarlo de plantas.
Si lo pensaba, sólo su familia conocía esa pasión suya. Cuando era niño, los cactus eran sus únicos amigos, a los únicos a quienes podía contarles cosas; secretos, gritos que tenía tantas ganas de dar al mundo.
Compartía eso con la mamá de sus hijos, y no se enteró de eso hasta el momento en que comenzaron a vivir juntos.
Era algo realmente lindo que quería volver a ver en su hogar.
Así que fue a la florería de Ino. Por alguna razón aún no comprendía que en su florería no conseguiría plantas a menos que quisiera que duraran vivas más de dos semanas.
–¿Has pensado en tener una novia?
–¡Ino! –gritó Sakura.
–No –respondió él rápido y seco, como si se lo hubiera comido el susto.
–La soledad se compensa con algo de amor, ¿sabes? –El tono de Ino era entre comprensivo e insinuante, lo que hizo suspirar más a la pelirrosa e incomodar al otro rubio.
–No estoy solo, tengo a los niños.
–Pronto ya no serán niños, Naruto. Harán su propia vida. –La mujer notó cómo las iris del Hokage se enturbiaron. Entonces decidió ser un poco más suave–. Nadie pensará mal de ti si comienzas una relación. Conocer a alguien nuevo que puedas llegar a amar, te hará feliz. –Uzumaki quería decirle que estaba conociendo a alguien, incluso estaba comenzando a amarla: La petunia rosa que había colgado en el balcón del departamento–. Sólo imagina volver a conversar con una chica, tener citas, risas, coqueteos... Ya sabes, devuelta a la juventud.
–No creo que Naruto esté listo para eso, Ino –gruñó Haruno.
–Tú lo dices porque esperaste a Sasuke incluso cuando la aldea lo consideraba muerto. ¿Crees que él deba esperar igual por un amor que traspasa la muerte? Eso es muy doloroso.
–¿Y crees que salir con alguien ahora arreglará algo?
–Bueno, al menos yo estoy pensando en ayudarlo. No veo que usted, señora amargada, proponga algo además de tratarlo como un cachorro herido.
–¿¿Cachorro herido??¿¡Tú qué sabes de nuestra amistad, Ino-Cerda!?
Las chicas discutieron acaloradamente frente contra frente, mientras él escuchaba los trapos sucios que le tiraban indirectamente con tal de descubrir quién de las dos tenía mayor razón. Estaba pensando detenerlas hasta que lo llamaron al otro lado del mostrador con algo parecido a la cautela de un Anbu.
–No es necesario que salgas con alguien.
–¿Qué? –preguntó después de acercarse a él sigilosamente.
–Hay otras formas de satisfacer tus necesidades sin tener que salir con alguien. –Le aconsejó airoso–. Hay un lugar para eso. Mujeres y hombres solitarios como tú se reúnen en el bar "Camelia". Está tocando el Muro Este de Konoha, justo al borde. Debes ir en la noche si buscas algo de sexo.
Los ojos del Séptimo salieron de sus cuencas, la boca le quedó seca y la piel como una gallina.
–¡Oh, mira la hora!¡Tengo que irme! Hasta luego, Ino, Sakura, Sai. –anunció Naruto gritando nerviosamente antes de desaparecer.
Los tres se quedaron observando curiosos la entrada del local.
–¿Qué mosco le picó?
Fue a su departamento con una pequeña hoja de helecho desalineado y encantador. Naruto se sintió identificado con ella. Hinata alguna vez le había dicho que aquellas plantas crecían a montones porque andaban en búsqueda de alguien que los amara. Él podría ser ése alguien, alimentar de amor a esa criatura que se veía como él, resistente, pequeño y algo solitario, en busca de algo nuevo.
Ya con su hija viviendo con ellos, el departamento parecía cada vez más pequeño y apretado. En algún momento, pensaron en comprar una nueva casa para ellos, sin embargo, desistieron de la idea al concluir que sólo se sentiría más grande y angustiosa. Lo único que hicieron entonces, fue pintar el interior de blanco, comprar plantas, pasar las cosas de Himawari al cuarto de su padre y comprar una manta gigante para los tres varones.
–¿Puedes hacerte a un lado, viejo? Estás en MI lado del futón.
–¡Tengo frío! Necesito abrazar a alguien.
–Entonces ve y abraza a Kawaki. ¡Eres asfixiante!
–De niño te encantaba que te abrazara cuando ibas a la habitación de papi y mami. ¿O es que ya no te acuerdas?
–¡Eso fue hace años! Ahora quita tu pierna sobre mí, ¿quieres?
–Pero Boruto-chan... –Naruto intentó atraer a su hijo tomándolo del brazo mientras éste se arrinconaba cada vez más a la orilla, aferrándose a la manta.
–¿¿Pueden dejar de jalar la cobija DE-UNA-PUTA-VEZ-USTEDES-DOS?? –Ambos rubios sintieron una patada en las costillas que los hizo salir del futón y pegar sus cuerpos contra la pared. Voltearon enfadados hacia un pelinegro que se enrollaba en el cobertor dándoles la espalda.
Aquel día, rememoró, habían sido regañados por los vecinos de abajo por tanto ruido. El Hokage tuvo que disculparse personalmente por el alboroto con los mocos congelados, no sólo con los vecinos, sino con su hija quien furiosa y con grandes ojeras les había reclamado a los tres porque dentro de unas horas tenía que reunirse con su tía para un entrenamiento exhaustivo.
Fue una noche acalorada. Aunque no literalmente.
Claro que si tuviera que nombrar la situación más bizarra que ocurrió en su pequeño nido de amor, fue aquella cuando su hija le habló sobre el por qué su nuevo miembro de la familia sería un buen compañero shinobi. Naruto preguntó en su mente cómo sería posible acaso que un perro-gato-ardilla que no hace nada más que dormir sea un buen compañero para una kunoichi.
Para su desgracia, su expresión hizo que Himawari adivinara la razón de su incredulidad.
–No me crees, ¿cierto?
–Hima...
La adolescente cruzó los brazos.
–Mira, hiciste enojar al Señor Dormilón.
El hombre con marcas en las mejillas vió entonces a la bola de pelos. No se había movido de su lugar. Y aún si no lograba verle los ojos con ese pelo imposible de peinar, su ronquido le indicó que seguía dormido. Suspiró para aguantar una risa, y pidió perdón al perro-gato-ardilla.
Nunca esperó en las noches siguientes que comprobaría que el enojo de Dormilón y su capacidad para ser un animal ninja eran reales. Porque a las doce de la madrugada, una intensa mirada lo hacía abrir los párpados y encontrar justo sobre su rostro dos ojos rojos escondidos bajo una maraña de pelos vigilándolo intensamente.
Durante una semana sus hijos se despertaron por sus gritos de terror, prendían las luces y nada ni nadie estaba en la habitación de los varones más que un enloquecido Hokage que decía fervientemente que el Señor Dormilón se estaba vengando de él.
El hombre se estremeció junto con la pequeña planta de sólo recordarlo.
En otra ocasión, él intentó cocinar una receta que Sakura le había dado en un trozo de la revista de "Los buenos padres" que aspiraba tener hecha para la cena cuando sus hijos llegaran. Tiempo después, Kawaki había abierto la puerta de su hogar y ante él una escena que lo horrorizó por entero. Colocó su mano frente a sus ojos, con los dedos sujetando fuertemente sus sienes.
–¿Qué hiciste, Naruto?
La cocina, la sala y el comedor estaban llenos de plastas de masa, pollo y carne, trastes usados. La cara de su padre estaba salpicada de jugo de arándano. Por suerte nadie lo veía en ese momento, sino pensarían que había matado a alguien.
Boruto se había reído por horas, como hace tanto no lo había hecho. Himawari consoló a su padre y lo ayudó a limpiar el desastre que había ocasionado. Kawaki por otro lado se encargó de hacer la receta y servir la verdadera cena.
Con una sonrisa en el rostro, el patriarca Uzumaki dejó la maceta del helecho sobre el recibidor.
–Estarás bien aquí. ¡De veras! Serás la primera en saber que llegamos a casa.
Las hojas de la planta se balancearon por el movimiento previo.
Parecía que estaba de acuerdo.
–¿Quieres agua?
El helecho siguió balanceándose.
–Te traeré agua.
Fue a la cocina y llenó un vaso. Regresó al recibidor y mojó a la planta.
–Ya está.
"Perfecta".
La voz en su cabeza provocó que su corazón saltara.
La comisura de sus labios se amplió con calidez.
Pocas veces la escuchaba. Sin embargo allí estaba. Su melodía gentil y suave, como un susurro detrás de sus oídos.
Desde el aniversario de su muerte, no había llorado.
Todavía la extrañaba, mas se alegraba de no pensarla durante el día con un hueco en el estómago.
Ahora la recordaba un par de veces al día, con añoranza.
A Hinata. La mujer de su vida.
Sus facciones plácidas se transformaron en unas compungidas al recordar las palabras de Ino.
De algo estaba completamente seguro: No estaba listo con que el nuevo concepto de sí mismo, fuera ser pareja de otra mujer. En realidad, no sabía si algún día estaría listo para una relación como esa.
Probablemente por lo mismo, intentó que su cabeza se deshiciera de lo que le dijo Sai, sin éxito. Su mente le daba vueltas y vueltas. Pasó un día, una semana y no pudo detener la curiosidad. No porque quisiera hacer "eso", sino que no entendía cómo era posible que hubiera algo así en su aldea y él no hubiera sabido de su existencia.
Entonces, transformado en alguien con pelo negro y lacio, ojos color ónix, piel más clara y con voz de un agudo profundo –y no, él no estaba imitando Sasuke–, fue al Muro Este de Konoha para ver el bar con sus propios ojos. Vio a algunos hombres y mujeres entrar, algunos ni siquiera entraban, se detenían en la entrada y se iban a otro lugar dentro de la inmensa oscuridad de la noche.
Se acercó para asegurarse que no había nada ilegal ocurriendo en aquel lugar. Al parecer, los tratos eran consensuados, no había dinero de por medio, sólo un acuerdo mutuo de "me gustas, te gusto, vámonos". El bar tenía luces cálidas, era tranquilo, no había gente actuando lascivamente, más bien diría que actuaban recatados, lo único sensual eran las palabras que a susurros se dedicaban unos a otros.
Al ver que lo caliente que se veía desde afuera de una ventana era moral, decidió marcharse.
Dio media vuelta, caminó unos cuantos metros con la cara de espanto.
¿Cómo diablos sabía Sai de ese lugar?¿Acaso ser Anbu les permitía enterarse de ese bajo mundo? La verdad no tenía idea. En su opinión, prefería aquel lugar de encuentros pasionales que aquellos a los que visitaba su maestro Jiraya.
No estaba prestando atención a lo que pasaba alrededor, hasta que un muchacho con una mujer pasó al lado suyo.
A Naruto se le erizó la espalda.
–¿¡Kawaki?! –El chico volteó hacia él–. ¡Eres tú! ¿Qué diablos haces aquí?
–¿Te conozco, imbécil? –gruñó sin llegar a ser rabioso.
El Séptimo sudó frío.
–Eh, no. No me conoces.
El pelinegro frunció el ceño.
–¿Entonces qué quieres?
Uzumaki tragó saliva. Se puso serio.
–No deberías estar aquí. –Dio un vistazo a la mujer, luego regresó a su hijo–. Porque si estás aquí, significa...
No pudo terminar la frase. El adolescente, cansado de aquel hombre pervertido con el cerebro ausente, retomó su camino con la fémina siguiéndolo desde atrás.
–¡Espera! ¡Oye!
–No se entrometa. –El rubio supo que su voz era su advertencia de: "O te voy a partir la cara".
No se le ocurrió qué más decir, sólo un torpe intento de regaño:
–¡Tu padre estaría muy enfadado en este momento-ttebayo!
El chico se detuvo, sus iris parecieron iluminarse. Giró sobre sí.
–¿En serio?¿Y qué me diría mi padre según usted?
El rubio carraspeó, sin percatarse de su desliz anterior.
–Que eres demasiado joven para estas cosas.
Kawaki sonrió.
–Pues dígale a mi padre que es muy contradictorio que me reclame estando él en el mismo sitio que su hijo.
El chico le dio la espalda y siguió caminando con su acompañante.
Naruto Uzumaki, el hombre que buscaba un nuevo concepto para su lista, quedó petrificado.
.
.
.
La observó como por cinco minutos.
Ella cortaba vegetales sin tararear.
¡Sin tararear una canción! Inaudito.
Él no podía estar más exasperado.
–¿Sigues enojada?
–...
–Fue el tipo que se puso en medio de tu camino, ¿y te enfadas conmigo?
–No tenías que golpearlo –amonestó con cansancio.
–Se lo merecía.
–No, Kawaki. –Por primera vez, elevó la mirada para fijarla en él–. No se lo merecía. Debes controlar esos impulsos tuyos.
–Mph.
Dudaba que ese idiota no mereciera su puño en la cara. Se había atravesado a propósito para chocar contra su cuerpo de mujer, lo que provocó a su vez que ella tirara la bolsa de compras y tuviera que agacharse para recogerla. Únicamente Kawaki se percató de los ojos morbosos del hombre, por lo que no se detuvo ni un segundo en pensarlo y le asestó una sola embestida que lo mandó directo al suelo.
Ése degenerado era el que debía controlar sus impulsos, no él.
–Y vas a ir mañana a disculparte apropiadamente con el hombre.
–Hinata...
–No hay discusión.
La determinación de la mujer hizo que él tensara su mandíbula y gruñera.
Aunque tenía mil razones para renegar a sus órdenes, no pudo hacerlo como tantas veces más.
–Lo que digas.
.
.
Un año, diez meses.
Sí, tenía sexo con mujeres.
Sí, Naruto sabía ahora.
Sí, él lo había regañado.
Sí, él le había dicho que era todavía muy pequeño para esas cosas.
Sí, le importaba un comino.
No sabía por qué tanto escándalo. Es decir, no es que hubiera perdido apenas la virginidad. De hecho, la perdió cuando tenía trece años.
Jigen se había convencido que para mejorar la fuerza de su recipiente con el doloroso entrenamiento que recibía, además debía llevar una pizca de placer. Por lo que su primera vez fue con una mujer que probablemente no sobrepasaba los cuarenta años.
Fue extraño, solo eso recordaba sentir. Lo demás estaba blanco en su mente.
A decir verdad, poco quería conocer la razón de ello.
Una vez, cuando la señora Uzumaki veía sus series empalagosas y miserables de la televisión, más específicamente "Hojas de otoño"; Mirai, el hijo mayor de Hana quien era hermana de Kotoko y esposa de Gon –catalogado cariñosamente por Kawaki como "el tipejo de mierda"–, le había confesado algo a su madre antes de que ambos escaparan de su hogar; una mujer mayor había hecho que Mirai tuviera relaciones con ella cuando tenía once años.
El pelinegro se había sobresaltado de su asiento cuando escuchó a Hinata llorar: "Mirai-kun. Oh, Mirai-kun". Él le había pasado un pañuelo con facciones que denotaban su incomprensión. Sólo en ese momento se preguntó cómo ella reaccionaría si él contara lo que le pasó. Sólo en ese momento supo que era algo malo. Sin embargo, no quería afligirse cuando durante aquel tiempo no lo había hecho.
Regresando al punto, aún si Naruto le prohibiera seguir con esas prácticas "adultas" y prejuiciosas para los shinobi, obedecerlo no estaba en sus planes. Obviamente, ninguno de los dos dijo nada acerca de aquel incidente. La única vez que hablaron del tema fue al día siguiente de aquella noche, con una clara advertencia de padre a hijo sobre la importancia de protegerse; Kawaki había rodado los ojos al escucharlo. Eso lo sabía ya.
Por otro lado, a él no le importaba que su padre tuviera sexo con otras mujeres, aunque Naruto le hubiera asegurado que no lo hacía, podía hacer con su vida lo que quisiera. Había sufrido bastante ya con la pérdida de su esposa. Contrario a él, estaba seguro que Boruto lo vería con malos ojos.
Personalmente aquello no le afectaba. Sin embargo, lo que siempre logró afectarlo fue la intimidad del amor. En ocasiones, había sentido una incomodidad exacerbante cuando veía a Naruto y a Hinata tan cariñosos, tocándose las manos, acercando sus rostros cuando creían que nadie los veía. Y aunque le había mortificado verlos, hubiera preferido ver eso cada día de su vida.
–Estás desconcentrado hoy, ¿eh? –Boruto lanzó una patada que logró voltearle la cara.
–Mierda.
–A este ritmo no estarás listo para entrenar el Modo Sabio. Concéntrate.
Le hervía la sangre cuando escuchaba a Boruto presumir sobre la brecha de fuerza que aún tenían.
No obstante, estaba en lo correcto.
Así que observó los movimientos de su hermano hasta el instante en que encontró un punto en el que pudo hacerlo flaquear.
Boruto cayó al suelo con su propia katana a centímetros de la garganta.
–¿Así está bien? –cuestionó jadeante el de ojos cenizos.
–Ja. Claro, está bien.
Tomó de su mano para levantarlo.
–Debo irme, Sasuke-san regresó hace unos días, iré a verlo. Luego iré con Gamakichi-san al Monte de los Sapos.
–Hm.
Cuando Boruto se fue a la casa de Sarada, él comenzó su camino por las calles de la aldea.
Era un día soleado, con mucha gente comprando víveres o recuerdos de turismo en Konoha.
Recordó entonces que Himawari le dijo que cuando acabara su entrenamiento con Boruto, fuera por ella al complejo Hyuga y le trajera un helado de vainilla y fresa. Chasqueó los dientes. El sol derretiría el helado y, si acaso se lo ponían en un cono, se le quedarían sus manos pegostiosas. Es decir, no le importaba acatar la petición de Himawari, siempre y cuando él no terminara con un empalagoso helado derramado en su mano.
Suspiró.
–Un helado doble de vainilla y fresa –anunció al encargado del local–. En vaso.
Himawari estaba creciendo, ya no era la niña que pudiera satisfacerse con una sola bola de helado. De hecho, con cada día que pasaba se le hacía más difícil entender su comportamiento adolescente. No porque se estuviera volviendo engreída o revoltosa, sino que comenzaba a querer actuar como... Mujer.
Ya no se ponía ropa con estampados de florecitas o de animales felices, sino que ahora usaba mayormente vestidos, faldas y su uniforme de entrenamiento que, a su parecer, era sospechosamente demasiado ajustado a su cuerpo. Aún así, debía admitir que le agradaba que aún no abandonara los tonos coloridos y claros de sus conjuntos, porque era algo que, personalmente creía, la hacía ser Himawari.
Hubo un revuelo en su mente cuando supo que se maquillaba. Un día en su hogar pretendió despedirse de ella porque iba a ir a una misión con el equipo del chico de las cejas grandes. Se había dirigido a su habitación, tenía la puerta entreabierta y antes de tocarla para anunciarse a sí mismo, alcanzó a ver por la rendija a Himawari frente a su tocador colocando una rosada capa de sombra de párpados mientras fijaba la vista en sus movimientos a través del espejo.
Empero, esas dos cosas no se le habían equiparado a cuando la encontró pintando en el comedor cuadros de madera mientras escuchaba música a la que la señora Uzumaki solía llamar "de despecho". Recordó como si fuera un video grabado la reacción de ella cuando él tomó un cuadro y dijo:
–Un corazón partido a la mitad, con una niña llorando... ¿Por un chico? –La inteligencia artística no era su fuerte, no obstante aseguraba que eso estaba plasmado en la pintura.
–El amor duele –susurró ella con una pizca de molestia, concentrada en su siguiente creación.
La inteligencia emocional no era su fuerte, sin embargo adivinó que Himawari tenía el corazón roto.
Por un chico.
¿Quién?
Ojalá pudiera saberlo.
–Miren a quién tenemos aquí. –Sintió una mano posarse bruscamente en su espalda. Giró su cuerpo para encarar al tipo que pronto estaría muerto, más se quedó quieto al notar quién era–. ¿Cómo has estado?¿Qué tal Hima-chan, Boruto y el idiota de nuestro Hokage, eh? –Kawaki siguió quieto, observando inquisidoramente–. ¿Qué? No me di-... ¡No me digas que no nos recuerdas!
–Eso no debería sorprenderme –dijo el otro hombre a lado suyo.
–Sé quienes son.
–Uf, ¿oíste Shino? Nos recuerda.
La verdad, no había recordado sus nombres. Así que decidió omitirlo en cuanto el encargado le entregó el helado en un vaso tapado.
–La primera y última vez que conversamos fue en la casa de Naruto hace dos años para recordar lo que fue del equipo ocho –observó Shino.
–Fue divertido conocer al nuevo miembro de la familia Uzumaki. ¡En serio! Ja. Todavía recuerdo lo tímido y callado que eras en ese entonces. –El muchacho siguió con la vista fija al hombre perro–. Bueno... Sigues algo tímido.
–Kiba...
–Hinata nos hablaba mucho sobre ti, ¿sabes? –Los varones se sobresaltaron por dentro. Ni siquiera el castaño se había esperado que surgieran específicamente esas palabras de su boca, así que tragó saliva–. Ella en verdad... Te tenía cariño.
Después de casi un minuto, cuando Shino supo que el chico no iba a decir algo al respecto, prosiguió.
–Ella hubiera querido que su familia siga estando bien y segura. Así que si necesitan algo, háznoslo saber. –Volteó hacia Kiba y lo tomó del hombro–. Debemos irnos.
–Eh, cierto. Nos vemos, Kawaki. –El castaño lo miró a sus iris atípicas, con algo parecido a la nostalgia–. Cuídate y sonríe.
El muchacho observó sus espaldas alejarse un poco más, para luego continuar su camino a recoger a la peliazul.
El encuentro había sido insólito. Claro que después de la extrañeza, sintió una especie de frescura en el pecho.
Cariño, ¿eh?
–Al fin llegaste. –Brincó Himawari cuando lo vió llegar a las puertas del complejo, pero en lugar de abrazarlo como cuando tenía doce años, tomó el bote de helado de sus manos y lo abrió–. ¡Ehh! ¡Se derritió!
Kawaki lo notó de inmediato.
Ella se había puesto un bálsamo brillante en los labios.
–Claro que se derritió. Hace calor.
–No es justo. Tenemos que ir por otro.
–No –espetó él–. Sólo congélalo en casa y estará como nuevo.
–¡No sabrá igual! Vamos, ¿Por qué eres tan malo que no quieres acompañarme a comprar otro?
El chico puso los ojos en blanco.
–Bien.
Ahora esa niña que se creía mujer era la que mandaba en casa.
No había más que hacer.
Caminaron al lado del otro, mientras Himawari le contaba ávidamente sobre los nuevos sellados que había aprendido, uno específicamente que se había enterado que su abuelo, el Cuarto Hokage, hacía en el pasado para encerrar un gran conjunto de chakra.
Kawaki la escuchaba.
Siempre la escuchaba.
Era un día soleado.
Y todo parecía ir bien.
...
...
..
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Canción del capítulo
Everything Matters, Aurora y Pomme.
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n/a: Gracias por leer.
Me alegra saber que el capítulo anterior les haya gustado. Y espero éste igual.
Hasta pronto y gracias por la paciencia.
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Ya quiero escribir el siguiente.
Publicado el 30/06/24
