Saludos a los que leen, gracias, en serio gracias por pasarse por acá, los que me conocían antes de esta historia, por volver a lo que hago… y los que no, bienvenidos.
Espero poder dar el ancho en este nuevo voto de confianza de su parte, como saben, los personajes no son míos, la canción tampoco, pertenecen a sus autores, yo sólo los uso y me entretengo con ello…
Gracias, quédense. Esta historia, como todo lo que hago, es para ti, que no sabes, pero que sé… yo te sé, y con eso me conformo. Siempre.
"Easy lover…"
Blanco, el azulejo es blanco pulcrísimo delante de su rostro, tiene las manos a cada lado del reflejo difuso de su cara en aquella superficie lisa y mojada, siente la toalla pegada al cuerpo a fuerza de humedad y casi está segura, con cada trago de saliva que da, que puede sentir cierto hormigueo entre las piernas, ahí donde la humedad de la toalla y del agua helada de la regadera no alcanza a llegar y a reconfortarla; se la quita y la deja caer con un golpe acuoso y pesado, esta vez el frío ya le ha invadido del todo y se siente mejor, despejada, muy despierta y alerta y cae en cuenta de que ha cometido una completa idiotez.
–¿A qué viene esta estupidez? –Murmura mientras mira a uno y otro lado dentro de aquella regadera y recuerda aquello de que no son eternas, así que se da la media vuelta y tiende la mano fuera de ella, esperando que un elfo, como hace poco tiempo, le alcance una toalla, cosa que ocurre casi al instante; mientras vuelve a cerrar el agua, mientras vuelve a envolverse en otra toalla tibia y reconfortante, se sale de la regadera sacudiéndose los pies, concentrada con la mirada al piso, viendo la forma de secárselos lo antes posible para poder irse a los vestidores pronto, está ahí parada a medio pasillo obstruyendo el paso, escucha a personas que la evitan, algunos con resoplidos incómodos porque no quieren hablarle, ella mira a otro lado y se agacha en una danza de giros cabizbajos, extraña y cómica para quien pudiera detenerse a contemplarla un rato, pero nadie lo hace.
Al fin logra secarse los dedos de los pies recargada en un muro y un elfo llega presto ofreciéndole un par de sandalias secas que ella pronto se mete como un guante, echa a andar con las manos en la cabeza, sacudiéndose el cabello con violenta emoción, la toalla prendida con un sencillo atoro de la punta casi bajo la axila izquierda, intentando comprender el recuerdo de lo que vio en la regadera, luchando por dilucidar por qué la intrigó y llamó tanto la atención; cuando compartes habitación en Hogwarts con un montón de chicas de tu misma casa, no es raro encontrarte con alguna desnuda, es más, es el pan nuestro de cada día, pocas hablan de ello fuera del Colegio, vamos, ni siquiera dentro del Colegio se habla de eso, porque es tan normal como entrar al baño, así que no tiene por qué hacerse un escándalo si sales de la ducha y te topas con alguna compañera medio desnuda, ¡incluso totalmente desnuda!
Creía poder recordar con algo de esfuerzo el cuerpo desnudo a los doce años de Millicent… incluso como que tenía un vago recuerdo de aquellas piernas anchas suyas a eso de los diecisiete, así que no podía hacer mayor aspaviento de haber visto a una mujer desnuda en el gimnasio aquella mañana y sin embargo, había algo, una cosa diferente; estaba sentada secándose por quinta vez los dedos de los pies, era particularmente empeñosa y obsesiva con esas cosas, cuando alcanzó a distinguir que la uña de su meñique derecho tenía un ligero piquito que se atoraba en la ropa, así que buscó la varita en su bolso para remediarlo con un encantamiento simple, apenas había movido los labios un poco y despedido un atisbo de luz rosada para ver caer el trocito de uña, cuando escuchó unos pasos lentos que se acercaban.
No le gustaba que hubiera otras personas en la misma zona que ella mientras se cambiaba, así que se incorporó lo antes posible, se fue hacia el extremo más alejado de la puerta y buscó dentro de su bolso de gimnasio la ropa que se iba a poner: pantalones negros entubados que envolverían con elegante sensualidad sus caderas y largas piernas, blusa blanca ligera de algodón egipcio, de mangas amplias y cordones al cuello, escote oval hasta el nacimiento de sus senos, un hermoso sostén de encaje ligero y delicado, casi transparente en su sedosidad, las bragas eran cortas y hacían juego adornadas del mismo finísimo encaje. Se metió en el vestidor de puertas cortas, no le importaba realmente que alguien pudiera verle las pantorrillas mientras se vestía, los pasos un segundo antes lejanos se hicieron presentes en la misma habitación y alcanzó de reojo a distinguir la figura que entraba a otro de los vestidores con una enorme toalla roja sosteniéndole la melena tremenda sobre la cabeza; la roca que durante la ducha helada se había desaparecido de su estómago, parecía haber decidido regresar e instalársele en una zona de la tripa que no existía en ningún dibujo de anatomía.
Tomó de entre su ropa el frasco de crema corporal que solía usar con diligente costumbre y se concentró en untar cada parte de su piel con cuidado, haciendo caso omiso a la presencia en otro de los vestidores junto a ella, no quería hacer caso y no iba a hacerlo, pero se sentía nerviosa, alterada, incluso llegó a escapársele el frasco de las manos y casi hacerse pedazos en el suelo; entonces alguien empezó a tararear, era ella, tarareando en algún sitio mientras se vestía y por extraño que parezca, Pansy empezó a sentirse cómoda y se descubrió perdida en aquel sonido casi afable y cotidiano, y mientras escuchaba aquello, nasal y dulce, acabó de hidratarse, deslizó por sus brazos los tirantes de su sostén y con un movimiento de dedos lo abrochó usando magia, con sus dedos gentiles y largos acomodó las copas levantándose el busto, se retiró algunos cabellos cortos y delgados que se le adherían a la piel apenas húmeda todavía y sonriendo a medias mientras seguía oyéndola, ya no tararear, sino canturrear por lo bajo una melodía que no conocía.
Ya se agachaba para pasar su pie derecho por dentro de su ropa interior, cuando creyó escuchar que hablaban del otro lado, que alguien más venía a la misma sección donde ambas se cambiaban, pero pasaron de largo como por obra divina y lo agradeció especialmente, cuando descubrió que ella también había notado la presencia y había callado, esperando a que aquellos intrusos se quedaran o se fueran; deslizar la prenda suave aquella cuesta arriba por sus piernas, mientras le escuchaba canturrear le hacía sonreír, sin saber por qué se dio cuenta de que estaba vistiéndose para esa voz del otro lado de la habitación, se sentía tranquila y relajada y mientras se abotonaba la blusa y hacía un coqueto moño con los listones del cuello, mientras cerraba las mangas abombadas entorno a sus delgadas muñecas y metía los faldones de la blusa dentro de sus pantalones ajustados para acentuar su esbelta figura; se miró al espejo que había tenido todo el tiempo a su espalda y se vio, sonreía sin saber bien a bien qué lo causaba, pero se sentía bien.
Escuchó un suave "shhh" proveniente del otro vestidor y un aroma especiado llenó el ambiente, era un perfume diferente, creía no haberlo olido nunca antes y eso la hizo sentirse extraña, ¿cuántas veces se habrían topado antes por la oficina, el Colegio, la vida, y nunca había notado su perfume?, se reprendió a sí misma por intentar recuperar el recuerdo de un gesto íntimo que ambas jamás tendrían; sujetó por su parte su botella de perfume, ella no usaba aerosol para aplicarlo, puso su dedo índice en la boca de la pequeña y alargada botella y le dio vuelta con cuidado, con la yema húmeda se acarició detrás de las orejas en una línea firme que le bajó hasta el cuello rumbo a la garganta, repitió en cada lado y luego lo hizo también para deslizar su dedo desde la garganta hasta el centro de sus pechos que con ropa habían adquirido una elevación de impacto. Mientras colocaba dos puntos más de perfume, uno en cada muñeca, escuchó que un par de zapatos eran colocados en el suelo, parecían tacos altos y delgados, pero no quiso ahondar en ello, por su parte tenía que salir ya del vestidor, ir a su bolso y calzarse, al ajustarse el reloj de pulsera se dio cuenta de lo tarde que era y torció la boca con disgusto, estaba pasándola muy bien.
Salió y fue a buscar sus zapatos altos, sentada de espaldas a la otra que había dejado de tararear pero no por ello de emitir aquella relajante aura, Pansy se calzó y empezó a peinarse; la melena corta le entornaba la cara resaltando sus delgados rasgos, la nariz abotagada como siempre, perruna, parecía estar concentrada en oler algo en sus manos cuando la otra dejó el vestidor; un escalofrío la recorrió entera y tuvo que morderse el labio inferior para obligarse a no alzar la cara de lo que estaba haciendo, a diferencia suya, su compañera de vestidores ya estaba completamente lista, así que echó a andar hacia la salida colgándose la mochila de piel café caoba al brazo, Pansy tragó saliva y frunció el ceño, fingía que retiraba cabello de su cepillo, pero ya lo había quitado todo y no tenía que más mirar.
–Parkinson. –Hermione Granger saludó como quien no quiere la cosa, apenas en un susurro perceptible, Pansy tardó más de dos segundos en reaccionar y pasarse todo el exceso de saliva de la boca para hablar, cuando lo hizo, muy probablemente Hermione ya no escuchaba.
–Qué tal, Granger. –Innecesario del todo, absurdo por demás; Pansy se quedó ahí mirando a Granger que se alejaba, la vio metida en unos jeans flojos que apenas delineaban su cuerpo, aquel cuerpo tan extraordinario que había visto minutos antes en la regadera; sintió como si la boca del estómago le ardiera, quizá era hambre, arrojó en su bolso el cepillo sin cabello alguno, se pasó la mano de largos dedos por la melena oscurísima y se despeinó-peinó como de costumbre, ante el espejo trazó dos líneas en sus párpados sobre el nacimiento de las pestañas con algo de delineador, apenas una capa sutil de lápiz labial, colgarse el bolso y salir al mundo.
Y no alcanzar a comprender por qué se llevaba tan viva impresión de Hermione Granger.
Tras la visita al gimnasio, tenía por costumbre meterse en un andador muggle cerca del centro de la ciudad, buscaba una mesa desocupada en algún café, pedía un plato de fruta y hot cakes y una buena taza de café, compraba el periódico muggle si es que no lo tenían a la mano en el lugar y se ponía a leerlo; le gustaba hacer aquello desde que empezó a trabajar en la oficina que ahora dirigía. Alguien se lo había sugerido a broma en una reunión de ex compañeras de Hogwarts: Deberías mezclarte entre muggles, Pansy… ya sabes, sentirte cómoda entre basura sin magia, ¡digo!, sólo para acostumbrarte a tu nuevo empleo; se lo habían dicho más como una forma de humillación, que como un consejo real, hastiada en principio ignoró el consejo por muchas semanas, pero al cabo de unos meses el trabajo era condenadamente complicado, no entendía la jerga muggle y no soportaba sus costumbres extrañas, hasta que una mañana decidida y endurecida en su cuerpo tenso y asqueado, se paró en un puesto de periódicos y tuvo ese primer contacto.
Para empezar no había sido tan malo, nadie la había mirado ni se había asustado por su vestimenta, y eso la hizo sentirse cómoda; al cabo de unos días de hacer lo mismo, optó por interactuar más, preguntar la hora o algo así y descubrió con sorpresa que los muggles no muerden como alguna vez su abuela se había atrevido a decirle y que de hecho pueden ser hasta amables y educados. Luego, descubrió quizá lo que más le alentó: ¡los muggles no tenían puta idea de quién es Pansy Parkinson y a quién había intentado entregar la noche de la "liberación"!, así que si se reía fuerte en público, nadie volteaba sorprendido para luego hacer un gesto de molestia cuando la reconocían, por el contrario, lo veían normal; si estornudaba y debía llevarse a la nariz un pañuelo para luego tirarlo a algún bote de basura, nadie reaccionaba como si lo Slytherin se pegara por ondas extrañas, y si contoneaba las caderas en algún momento, le miraban con franco y claro deseo, no con la lascivia culposa que algunos usaban en su mundo natal. Y así como así, Parkinson se acostumbró a los sitios muggles, no porque los aceptara o fuera pro-no magia, sino porque en realidad se sentía cómoda y era un sitio en el que no tenía que fingir absolutamente nada.
Mientras encontraba la mesa que iba a ocupar, se fijó en la hora que su reloj marcaba y encontró con sorpresa que tenía un mensaje urgente de la oficina, pues el cristal redondeado de éste lucía azuloso, oscuro; esperó a sentarse en una terraza, dejando su bolso de ejercicio sobre la silla a un lado, para evitar que alguien se pudiera sentir tentado a sentarse (cosa que ya le había pasado), para mirar con más atención. El mesero se acercó rápido y gentil, y tuvo que dejar de lado lo que estaba haciendo para mirar el menú que le ofrecía, pidió unos waffles para variar un poco y repitió en tres ocasiones sus instrucciones de siempre:
–Integrales, nada de mantequilla extra, no jarabe falso o imitación, sólo miel maple natural o de abeja si no la tienen… no leche condensada, no azúcar añadida… si subo un gramo, tú lo pagarás. –La mirada del mesero era ante estas instrucciones amenazadoras seria y nerviosa, porque Pansy conservaba la mala costumbre de sentirse súper poderosa, aunque claro, siendo bruja, ante un muggle, lo era; luego añadió. –Tráeme jugo de naranja, igual, natural, si no tienes entonces que sea leche fresca fría, una taza de café cargado, un plato con fruta, que sea variada… –El mesero empezó a andar asintiendo sin decir palabra, cuando la mirada penetrante de Pansy lo hizo detenerse en sus pasos y volver, porque el dejo perruno de aquel rostro era demasiado para no volver. –… más vale que la fruta tenga mucho rojo, mucho, nada de amarillo, nada de naranja, o frutos rojos o frutos verdes, no quiero otra cosa… ¿entendiste?
Tras dos o tres asentimientos el muchacho desapareció, Pansy miró a su alrededor con cuidado, no quería llamar la atención más de lo debido, con suavidad llevó sus dedos al reloj de pulsera y deslizó las yemas de sus dedos por el contorno, buscando desprender el diminuto pergamino que se asomaba por un extremo y que le mostraría el mensaje; mientras tiraba suavemente miró a la calle, a la gente que pasaba ajena a sus pensamientos y a su intriga por lo que decía la nota, alcanzó a ver un par de mujeres que compraban fruta en un carro cercano, el día era bonito porque hacía sol, cosa rara, pero hacía sol, más allá unos hombres caminaban apresurados, quizá con prisa de ir a algún lado, oficina, trabajo, quién sabe; volvió a tirar de la nota y cuando la hubo desprendido la leyó con calma, era un recado de Millicent, el proyecto que habían estado preparando con tiempo había sido regresado desde la oficina misma del Ministro de Magia, consideraban sus propuestas arriesgadas y extremas y pedían un análisis y revisión profunda.
Con un suspiró dejó la nota sobre la mesa y soltó un gesto de cansancio, había trabajado semanas enteras en aquel documento, ahora debía volverlo a revisar y pulirlo, no era algo fundamental que ya debiera trabajarse, pero sí un proyecto tan bueno en esencia que significaría darle a su oficina más importancia y quizá a ella… era verdad, sabía el riesgo que implicaba pero igual había preferido meter el proyecto, a quedarse sin hacer nada ahora que existía la posibilidad de abrir mejores y más negocios para los muggles y los magos juntos; un plato ancho y blanco la asustó, tenía delante un delicioso surtido de fresas, moras, frambuesas, así como un grupo de trozos coquetos de melón valenciano, así como unas largas tiras de lo que reconoció como una azucarada y exótica sandía, y mientras se disponía a llevarse unos trozos a la boca miró de nuevo a la calle.
Allá en el fondo, una pareja se tomaba de la mano y reían mirando la bolsa de compras que llevaban, tenían los rostros iluminados por el sol que salía entre las nubes, Pansy se llevó un trozo nuevo de fruta a la boca y les miró sonriendo, mientras su mano viajaba hasta el periódico que el mesero había dejado caer sobre la mesa, cerca del café que humeaba dejándolo su delicioso perfume tan cerca, que deseó beberlo todo pronto; cerró los ojos negando con socarronería mientras pensaba que debía darse prisa, pero que no le interesaba en ese momento realmente hacerlo, que estaba sintiéndose muy bien ahí, en esa silla de herrería y cojín acolchado, que podía oler el puro del hombre en la mesa a dos metros y que se sentía muy viva, muy tranquila, muy plena. Volvió a mirar a la pareja tomada de la mano, una rubia con el cabello en media cola, la otra castaña de grandes ojos, una parecía dispuesta a reírse hasta que se acabara el mundo, la vida, el vacío, la otra lucía fuerte, decidida, y sobria, pero aun así hermosa con los ojos llenos de una luz que a la otra alimentaba.
–Muggles… dos chicas corren enamoradas por la calle… y yo tengo que entretenerme revisando documentos toda la tarde con Millicent… por Merlín. –Tosió mientras volvía a su platón de fruta y miraba con desgano los waffles, aun para variar, no le gustaban demasiado. –Bueno, al menos así no tendré que ir a la estupidez de esta noche con Granger… –Sonrío satisfecha con esa idea mientras tomaba la miel de maple y recubría los waffles, que en el fondo, no le gustaban nada, como tampoco no ir a la cena.
–Bien, ahora si observas en la página cuarenta y tres, encontrarás todos los porcentajes de la última variación de la bolsa, no es de sorprendernos que con estos números piensen que la cosa esté color hormiga, Pansy–. Millicent dio vuelta a la hoja por quinta vez en los últimos dos minutos, Pansy, pergamino autolimpiable a mano y pluma negra y lápiz rojo entre los dedos, continuaba sacando cuentas y operaciones usando fórmulas que muchos creerían, no era capaz ni de entender.
–Que esos porcentajes no sean favorables, no quiere decir tampoco que sea una catástrofe como ellos creen, Millicent–. Masticaba lo que decía lento, apretándose la barbilla, entrecerrando los ojos.
Pansy era responsable de muchas cuestiones de poca monta, o al menos eso solía decirse para omitir que nadie le ponía interés a lo que hacía, cuando su oficina lograba algo bueno, era la oficina la que lo hacía, no ella; eran las tristes consecuencias de hablar demasiado y ser lo que ella era: una petulante de primera que nunca aguantaba cerrarse la boca, Pansy tenía que reconocerlo, era una víctima de su propia arrogancia y carácter explosivo. Así que acostumbrada a ser ignorada y pasada por alto, Pansy se enfocaba en lo suyo, hacía las cosas bien, porque eso le gustaba, ponía ahínco en sus labores diarias y procuraba siempre plantearse mejores objetivos.
–A ver Millicent, explícame de nuevo lo de los embarques de la India, ¿qué tiene que ver esa tontería muggle del soccer con que nuestros socios del medio oriente no quieran verme para las negociaciones de agosto? –Tachó dos renglones enteros de la página quince del documento que revisaba, cambió por lo menos cuatro o cinco palabras de la página veinte y reacomodó una serie de términos que le parecían repetitivos; y volvió a algo que tenían que ver de la situación actual de la oficina, porque aunque el proyecto le fuera importante, tenían que seguir trabajando. –Hay que quitar toda la página ocho y la doce se va también.
–Para los muggles el futbol es tan importante como para nosotros el quidditch, Pansy. –Millicent dio un sorbo a su taza de café, mientras su amiga le miraba de reojo con una incredulidad del tamaño de un bola de fuego, a través de sus gafas de montura delgada y figura ovalada que la hacían ver más perruna que nunca que piensen que muerdo me da más poder.
–Pero eso no quiere decir que no puedan cerrar un solo negocio en esos días, es absurdo… sólo un grupo de imbéciles antepone al bienestar de cientos de familias y ventas cuantiosas, un evento deportivo… ¡por Merlín! –Se dio la vuelta en su silla y se sirvió un poco de whisky en un vaso de papel, Millicent soltó una carcajada pero a Parkinson no le hacía gracia, le parecía una real y reverenda estupidez. –No es gracioso, nos están atrasando el trabajo de todo el año, si siguen sin confirmarnos esas negociaciones y peor aún, sin mandarnos los proyectos y contratos… –Dio un trago corto y rápido al líquido dulzón y quemante del vaso, con ganas de apretarlo en la mano con fuerza hasta deformarlo, antes de dar una amenaza inútil.
–Buenos días. –La voz melosa y la cabellera rubia no eran de otro que de Malfoy, y Pansy deseó con abominable necesidad echarlo a palos de su oficina, estaba vuelta contra la pared todavía con el vaso en la mano y lo presionó conteniendo las ganas de ahora sí, en serio, hacerlo incluso pedazos; decidió dar un nuevo trago, ignorando a Millicent que había empezado a apoyar su peso de un pie a otro en clara mueca de incomodidad, en un bailecito ridículo porque todavía tenía la taza de café en las manos.
Draco Malfoy y Pansy Parkinson tenían por esos días una historia complicada, todo mundo sabía por obra y gracia de Zabini, la misma Millicent y algunos más indiscretos, que no habían terminado bien las cosas entre los dos; para empezar Pansy estaba en una edad en que aunque ella no quisiera, lo mejor parecía ser ya el matrimonio, mas Draco estaba en la edad en que lo que quería era salir de juerga, probar suerte mil veces y hacer de todo menos casarse. El asunto habría seguido con cierta estabilidad, de no haber sido por lo ocurrido un sábado del pasado mes de febrero, cuando Parkinson llegó al departamento londinense de Draco, confiada y cotidiana, botella de vino en la mano y coquetos cestos de comida tailandesa en la otra, sólo para encontrarse al novio de ensueño de toda Slytherin empiernado con una chica a la que por poco apuñala con los restos de la botella que hizo pedazos contra el muro; y es que si hubiera sido un revolcón, tal vez lo hubiera dejado pasar, pero aquello no era el acostón de un chico con una chica a la que se encontró en un bar y adornó de licor, no, era el sexo de dos chicos enamorados que se dicen cursilerías, que alargan el momento y todavía le costaba a Pansy quitarse de los oídos los suspiros entrecortados de la chiquilla y la arrastrada y sensual voz del rubio diciendo mimos que a ella nunca, jamás, le había dicho.
–¿Qué quieres? –Se dio la vuelta quitándose las gafas del rostro, ya con el vaso hecho un irregular doblez en la mano izquierda, se quitó los lentes porque detestaba que él la viera así, porque no era parte de la cara de una Parkinson para un Malfoy; desde muy niña la habían preparado para casarse con alguien como él, así que entendía de conservar poses, vestir la ropa adecuada, el lenguaje más indicado. Sonreír como se debe.
–Pensé que te gustaría saber que reservé para que cenemos en el Mnemósine… cangrejo, vino blanco… helado de vainilla con hojuelas de cajeta envinada. –Pansy descruzó la pierna con una lentitud que se pensaría era un intento por seducirlo, complacida quizá por el menú que le ofrecía, pero la verdad es que estaba calculando cada palabra que iba a decir, masticándola y cuidándola, porque entendía que aquello era un último y sagaz intento y no quería caer en él con facilidad, y por irónico que sonara, no quería sólo mandarlo a la mierda con la poca educación con que eso sonaría; Millicent había optado por sentarse en su asiento del otro lado de la oficina, mirando entretenida un concentrado de cifras que Pansy sabía de sobra, no le importaban para nada, sólo quería escuchar y en ello estaba.
–¿Y por qué exactamente querría cenar contigo, Draco? –Preguntó diciendo cada palabra pausada, espaciada, como un maldito robot muggle, sonriendo de lado e inclinando medio cuerpo para apoyar los codos en las rodillas, mostrándole a su contemporáneo el nacimiento de su pecho, ahí donde muchas veces se le habían perdido más que los ojos grises; el rubio rio de lado a lado tomando aquello como una clara señal de reconciliación venidera y casi pudo ver Pansy que respiraba más tranquilo, que se acomodaba en su zona de confort.
–Para arreglar las cosas, Pansy… Te has estado haciendo la difícil. –Tenía la mueca que ponía cuando McGonagall lo reprendía por correr en un pasillo en primer grado, o el gesto displicente que acataba cuando su madre le llamaba la atención luego de encontrarlos juntos metidos en algún armario durante una fiesta en casa; tanto cinismo sólo podía caber dentro de él, era el cuerpo perfecto y adecuado para esas cosas, para la morbosidad, la voluptuosidad, el deseo, el sarcasmo, el cinismo… y tristemente, el desinterés.
–Ve y lleva a Astoria… a mí déjame tranquila. –Volvió a tomar el lápiz rojo que había dejado en la mesa, girándose para apoyar los codos en su escritorio lleno de papeles, y humedeciéndole la punta con su lengua para hacer del rojo algo fuerte y permanente, se enfocó en marcar de nueva cuenta observaciones en lo que tenía enfrente ignorándolo, no quería hablar más con él; Draco tardó apenas dos segundos en llegar hasta ella, darle la vuelta en su silla y apoyar las manos en sus reposabrazos, quedando con su ágil y hermosa nariz delante suyo, se miraron un instante con profundidad, como si no se hubieran visto en mucho tiempo, pero era diferente, ambos respiraron largo y hondo antes de dedicarse una sonrisa.
Nunca como en aquel momento sintió Pansy por aquel hombre más repudio, pero era el repudio que se siente por el niño que rompe un cristal con su pelota nueva, el de una madre por su primogénito al verlo correr descarriado por la habitación donde charla con amigas, era un repudio suave, casi maternal; Draco sonreía y en la sonrisa había algo tan similar a la intención de seducir que la hizo fruncir el ceño, no, Draco no era un niño que por accidente comete un error, era el hombre que actúa con total desinterés de los sentimientos del otro, era el sujeto al que no le interesa lo que piense la persona que lo ama o lo que le pueda causar a ella… sólo se interesa él mismo.
–¿Por qué tienes que hacerlo tan difícil? –Pansy bajó la mirada a otro lado, no soportaba aquella mirada de acero clavada en sus ojos, aquella pregunta, no podía simplemente hacer como que no había pasado nada, no si lo había escuchado suspirar al oído de esa chiquilla con un aire con el que nunca lo había escuchado suspirar junto a ella; Pansy se concentró en el suelo, se concentró en mirar a un solo punto, al cuadro de piso opaco delante suyo. –Astoria es una aventura, Pansy… una chiquilla deliciosa que me encontré por ahí. –Era el colmo, la forma como había dicho el "deliciosa" su lengua acariciando esa palabra como si le hiciera el amor, no, no era como si le hiciera el amor, era como volvérsela a coger…
Draco no era que estuviera enamorado de la chiquilla, el suspiro y embeleso en la palabra era una farsa, ¡no quería ni a esa nueva aventura!, los ojos se le desorbitaron horrorizados, sintió que la garganta se le secaba… ¡¿es que no había un gramo de sinceridad en aquel hombre?!, podía hacerla rabiar de muchas formas, pero esta… Pansy no lo pensó, fue más rápida incluso que su cabeza y cuando se dio cuenta, tenía la boca abierta casi rozando con su labio inferior el superior de Draco, él tenía un cierto sonrojo poco habitual en su rostro y los pantalones se le habían alzado apenas un poco por sobre la línea del calcetín, mientras Pansy sostenía con su mano derecha el paquete de su entrepierna con cierta fuerza desmesurada, tan rígida de los músculos de su cuello que pensó que le dolía o le dolería mucho al día siguiente.
–Ve a cogerte a la chiquilla deliciosa, Draco… invítala a cenar para variar, que algo bueno además del sexo obtenga de ti… y no me busques más. –Aquello último lo dijo haciendo que la uña de su índice se alojara duramente en aquel bulto suave y caliente que tenía en la mano y que sentía como contenido, como un animalito a la expectativa; el rubio sonrió alzando las manos con las venas de sus sienes alteradas, como para decir que estaba desarmado y Pansy lo soltó, se levantó de su silla y fue a la puerta. –Ahora si me permites… necesito un café, disculpa que te deje… Millicent, ya regreso. –Y desapareció por el pasillo rumbo a buscarse algo que beber, antes que acabara arruinándolo todavía más, si es que era posible.
–Cierra tú, Millicent, simplemente no puedo hacerlo. –Llevaba en las manos su maletín y un montón de cartapacios gruesos, repletos de pergaminos que aunque encantados para no ser tan voluminosos eran tantos que apenas podía llevarlos, así que cinco intentos después, seguía sin lograr cerrar como se debe.
–Pansy, te estás tomando a pecho esto de documentar el proyecto, tenemos muchas otras cosas qué hacer como para que le sumes a esto revisar cada convenio que hemos hecho con muggles, ¿no crees? –La ex Slytherin pasó la punta de su varita por sobre la cerradura un par de veces, haciendo círculos sin prestar atención, cerrando con todo lo necesario y viendo a su alrededor, estaba oscuro y casi no había ya aviones de pergamino que dijeran que había aún movimiento por el edificio. –Padma no nos va a perdonar el no haber ido hoy al festejo y por eso precisamente. –Pansy se encogió de hombros sin darle verdadera importancia al asunto.
–Me rechazaron el proyecto argumentando falta de sustento histórico, Millicent… no voy a permitirlo, simplemente no, piensan que porque soy yo, no soy capaz de darle forma a mi documento... piensan que... –No iba a decirlo en voz alta, pero la mirada de su compañera le decía que entendía, siempre la habían creído hueca, sosa, estúpida; hoy era una buena empleada, capacitada y eficaz, no iba a dejar que la pusieran de lado porque su proyecto había sido débil en algún punto. –… voy a perfeccionarlo y a presentarlo de nuevo en unas semanas, verás que no podrán rechazarlo, ambas sabemos que la idea es buena, que nos conviene a todos.
–Es cierto. –No dijo nada más, ambas seguían caminando rumbo a los elevadores, Pansy hasta el tope de cosas en las manos que apenas le dejaban dar un paso, la otra apenas con su bolso de piel de boa en el brazo; al llegar a los elevadores, Millicent se detuvo nerviosa en la puerta y miró a su compañera como esperando que le dijera algo, al fin se atrevió a hablar. –Se suponía que iríamos a beber algo con las otras si no íbamos al evento de Padma, ¿recuerdas?
No, no recordaba, se le había olvidado por completo producto de la estúpida idea de demostrar que era mejor de lo que pensaban, cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza desde el rincón al que la relegaban las carpetas y documentos, Millicent asintió entendiendo el asunto y no dijo nada más; cuando el elevador se abrió y Pansy dio un paso dentro, Bulstrode se detuvo sin atreverse a seguirla, Pansy se dio la vuelta y atinó a alzar la cara como en un saludo indirecto.
–Anda, pásenla bien. –Murmuró desde su trinchera documental y dejó que la reja del elevador se cerrara entre las dos, todavía mientras descendía distinguió los pies enormes y fuertes de su amiga y creyó oír la suela de su zapato deslizarse mientras daba vuelta a él para retomar el camino hacia otro lado; suspiró una vez sola en el pequeño compartimiento metálico, había dos avioncitos que flotaban sobre su cabeza, uno era curiosamente rosado y despedía un aroma dulzón, buscó recargarse en el muro a su espalda cuando escuchó un pequeño gritillo de dolor y al volverse se encontró con un elfo, delgado y macilento que le miraba. – ¡Qué diablos, no te he visto!
–Señorita Parkinson, mil disculpas… mil disculpas, señorita Parkinson. –Repitió mientras ella se volvía al frente, ignorando al ser indefenso que seguía murmurando disculpas y lloriqueando, porque era obvio que quizá le hubiera herido con su tacón.
–Basta, basta, yo tuve la… ha sido sin querer. –Dijo para callarlo de una vez sin llegar a ser demasiado accesible, cuando la puerta se abrió y pudo por fin avanzar hasta las chimeneas, pasó de largo sin ver en qué dirección iba el enano enclenque, de hecho jamás notó que la seguía mirando, que vigilaba sus pasos con interés; una vez dentro de la chimenea pronunció su dirección y nada más aparecer en la sala de su pequeño y acogedor departamento y escuchar el suave maullido de su gato negro, Pansy pudo respirar tranquila, por un brevísimo instante.
–Eres una sensual rata de biblioteca. –Susurró una voz pastosa a su oído, rozándole la oreja con unos labios húmedos y trémulos, el escalofrío que la recorrió hizo que deseara con todas sus fuerzas una mesa delante suyo para dejar sus cosas, al momento esta apareció y pudo soltarlo todo; nada más dejar las cosas sobre ella, nada más sentir sus manos libres pudo escuchar una respiración que parecía relajarse y casi en seguida una mano delgada y hábil que se filtraba por su estómago, siguiendo las costuras de la camisa que llevaba fajada, metiéndose por el borde de su pantalón ajustado.
Aquellos dedos expertos desabotonaron el pantalón y se filtraron por toda su orilla haciendo que se deslizara abajo, la boca antes parlanchina se había ido hasta su nuca y dejaba una larga, tibia y húmeda caricia por su cuello, deteniéndose de vez en cuando por el nacimiento de su cabello, subiendo de pronto a modo de lengua desde la nuca y hasta el origen de su oreja izquierda; llevó las manos a las que le abordaban, a las que ya bajaban aguerridas y firmes por su vientre, levantando en su camino la camisa y encontrando el encaje de su ropa interior, los dedos usaron las uñas arregladas que portaban y levantaron aquel borde y sin mesura se internaron dentro de la prenda hasta alcanzar por un breve y tortuoso instante su intimidad que amenazaba con humedecerse, hasta que lo aferró por las muñecas y tiró de ellas empujándolo con sus codos con tanta fuerza que lo oyó soltar un ahogo.
–¡Qué demonios intentas! –Dio un paso lejos de él, empujando la mesa llena de papeles y sacó la varita de su bolsillo, con el pantalón abierto, con la blusa desfajada, con el corazón en la garganta de la impresión, de la excitación y el coraje.
–Pequeña… ¿por qué te enojas?... el jueguito en tu oficina me dejó muy caliente, Pansy. –Draco le tendía las manos, la miraba como si aquello hubiera sido un chiste, como si se tratara de una bromita de todos los días.
–Te juro, Draco, que si vuelves a decirme pequeña, te corto la garganta. –Tenía ganas de llorar, tenía ganas de escupirle en la cara pero le quedaba poquito de amor por él, aunque fuera una pizca todavía y no podía creer que viniera a querer agarrar esa y exprimirla.
–Pansy, amor… ¿qué ocurre? –Era el colmo, era lo último que necesitaba en aquel momento y no lo pensó, dio un tajo con la varita y dejó que saliera lo que tuviera que salir; Draco se llevó la mano al rostro tras un latigazo estrepitoso que hizo al gato salir corriendo a meterse bajo la cama.
Cuando Draco se volvió a verla, la mirada deseosa se la había borrado y en su lugar estaba la rabiosa que Pansy conocía bien, le vio también el sonrojo que le corría desde la zona del golpe hacia todo el resto de la cara, cuando se quitó las manos el cardenal era enorme, una raya amoratada y roja desde la línea del rostro del lado inferior derecho y hasta el tabique, donde parecía casi abierta, ennegrecida; Pansy apretaba la varita con tanta fuerza que podría haberla roto, y él se enderezó cuan alto era, más bello que nunca, más elegante y fiero que lo que ella alguna vez recordaría.
–Intenté volver, Pansy… no podrás decir que no intenté volver. –Masculló y al hablar le notó que el labio superior se le había hinchado a reventar.
–Venir a querer meterte a mi cama no es volver… ir y acostarte con ella no es volver… ¡yo sólo te pedí amor! –No quería decir eso, no quería confesarlo, pero se le salió cuando él quiso justificarse de forma tan absurda; el rubio inclinó la cabeza, y Parkinson vio con horror que estaba sonriendo, lo siguió con la mirada mientras se acercaba a la chimenea y se inclinaba por un puñado de polvos flu; no dijo nada, pero no dejó de apuntarle con la varita, espero a que le dijera algo, él se inclinó y se dispuso a entrar.
–¿Amor a la mujer más fácil de mi generación? –Sonreía todavía mientras arrojaba los polvos y las llamas se tornaban verdes, haciéndolo resplandecer como un demonio; en las lágrimas que le inundaban los ojos, Pansy lo veía como a un jodido monstruo verde resplandeciente, jodidamente hermoso. –A las mujeres fáciles… a las amantes fáciles, nunca se les da amor, Pansy… nunca.
Vio desaparecer su figura en el verdor intenso, le quemaban los ojos las llamas y aún así se quedó mirando hasta que el fuego se murió, entonces Pansy comprendió que no importaba si comía entre muggles para sentirse mejor, tampoco si se vestía escuchando un dulce tararear… sus viejos demonios siempre la iban a perseguir.
A dondequiera que fuera.
