Ha pasado mucho tiempo ya, quiero disculparme por ello, ha sido esta una ausencia excesiva que espero no vuelva a repetirse…

Originalmente, este capítulo eran dos que se publicarían la primer semana de febrero festejando con ello que Demasiado cumplió precisamente el día cinco, un año de estar en vigencia, pero aunque me presioné para ello, pareciera que el contenido del capítulo ameritaba más tiempo del que le estaba dedicando y simplemente se negó a salir a la calle el nene.

Demasiado, como el hijo de una mujer en su plenitud, ha resultado muy inquieto, así que de pronto da sorpresas como esta, que se ha quedado silencioso en su cuarto y de repente de la nada, se ha puesto a dar de saltos y esto es lo que ha salido; debo reconocer que son otras las actividades las que me han impedido también poner atención al crío, mi blog, mi trabajo, mis estudios e incluso otras cosas que estoy escribiendo para concursos…

Pero bueno, que el nene ya está aquí, espero lo reciban como a sus hermanos, una nueva disculpa… Demasiado regresa y no se irá.


A reventar…

Too much of something is bad enough

— ¿Tienes pendientes? —Acomodaba velozmente algunas cosas de la mesa mientras daba tiempo a Hermione de hojear el libro antes de marcharse al Ministerio, en su mente estaba que debía volver lo antes posible y ya mucho tiempo habían estado perdiendo… o ganando si consideraba el arrumaco en la cocina; la castaña ronroneó sin dejar de ver el documento y Roar levantó la cara desde su tazón de leche, inspeccionando a la ex roja, con una curiosidad de congénere.

—Debo ver a Harry… en realidad ni siquiera sé a qué asunto darle más atención, aunque con este material… —Hermione se detuvo en la página que buscaba, justo delante del dibujo que Pansy quería mostrarle, aquellas alas, aquella forma del cuello alargado, pero sobre todo los rasgos de la parte inferior que le fortalecían la expresión y las líneas que insinuaban un fuego que quizá ahora no estaba más claro. —… un augurey.

— ¿Lo encontraste? —Pansy fue a recoger lo de la mesa de la sala, mientras a punta de varita daba indicaciones a su guardarropa de acomodar lo sucio en su sitio para el lavado, pasó de prisa quitando a Roar con un empujón de mano del sillón al que recién había saltado, el felino se había ido a sentar justo sobre la carta de color negro y no la dejaba tomarla.

—Dibujado en el listado de los Veintiocho Sagrados. —Hermione miraba aquello con cuidado, el dibujo era casi exacto, el detalle y la postura del ave, así como aquello que simulaba ser fuego bajo la figura estilizada. —Esto no puede significar sino que el emblema los representa… ¿de qué año podrá ser?... está tan detallado y bien hecho, como si los quisieran realzar… divinizar.

—Esa vieja leyenda. —Pansy se mofó de lado, tomó aquel sobre y lo levantó hasta su cara para verlo mejor, lo miró un momento y volvió a pensar en que tenían que salir pronto de casa pero antes de eso decidió que valía la pena quitarse de más pendientes; viendo su reloj de pulsera y luego al rincón donde estaba el plato de comida de Roar y su agua, pensando en que tendría que ponerle más comida porque la leche no iba a ser suficiente, tiró de la punta del listón plateado y volvió la cara al contenido, sacó la hoja y la extendió con su mano limpia; al ver aquello se quedó de un palmo, fue como si una roca enorme y fría le cayera en el fondo del estómago, el ceño fruncido le enmarcó los ojos verdes y un amargor le golpeó la lengua. —Hermione.

—El listado de los Veintiocho Sagrados siempre me ha causado interés, ¿cómo funciona eso, Pansy?... ¿les mandan algún tipo de carné de pertenencia? —Estaba tan absorta mirando el libro y sus notas sonriéndose con aquella idea boba, casi una broma ácida, sin quitar el dedo de dónde había encontrado el dibujo, que no veía a Pansy sentarse en el sillón sin apartar sus ojos verdes de aquella carta. —En tu caso, por lado paterno y materno… ¿eres purísima, no?

—Hermione. —Volvió a llamar mirando fijo aquel papel, Roar subió de un salto al sillón y se pegó a ella como para pasarle sus pelos, la castaña pasó otra hoja y deslizó su dedo por un párrafo leyendo con cuidado y viendo luego la glosa a mano alzada que parecía un boceto más, un augurey pero volando en picada, ¿por qué la obsesión con esa ave?

— ¿El augurey significa algo para los sangre pura que yo no sepa? —Preguntó sin realmente esperar que ella le pudiera contestar, Pansy no dijo nada y eso la hizo volverse a mirarla, al hacerlo la encontró tan rígida y seria, sentada mirando la carta que se asustó. — ¿Qué ocurre?

—No lo sé. —Pansy se volvió a verla mostrándole el contenido y a Hermione le causó un escalofrío ver que lo primero en la hoja, en la parte superior, era aquel emblema: un augurey dignificado y elegante, grabado en la hoja con un suave y portentoso relieve; el papel de la carta brillaba, a la distancia parecía más que hoja, terciopelo endurecido, en la mano de la morena, resplandecía casi puro, casi luminoso y se preguntó si no estaría encantado para encandilar.

— ¿De quién es la carta? —De dos pasos estaba junto a ella y tendía su mano hacia el papel que la morena sostenía con un aparente espanto, casi podía sentirle la tensión desde donde estaba, casi podía olerle el desasosiego; Hermione supo que aquello estaba más allá de su comprensión, cuando percibió tanto nerviosismo en la ex verde, no era normal, no podía serlo.

—No tengo idea. —Estaba encabezada por el nombramiento: Señorita Pansy M. Parkinson, con una caligrafía cuidada, alargada, poderosa que Hermione no pudo evitar ver con recelo, le daba oficialidad de organismo gubernamental y nadie en todo el Ministerio usaba ese emblema, tampoco en gobiernos vecinos, amigos o conocidos; aunque intentó leer lo que decía, no pudo hacerlo con comodidad porque Pansy había bajado la hoja para cerrar los ojos y tomar algo de aire, Granger tendió la mano y la sujetó mientras la morena se llevaba las suyas al rostro y se sentaba en su sillón respirando larga y fuertemente.

Señorita Pansy M. Parkinson:

Es un gusto para nosotros el enviarle la presente, un acontecimiento sin precedente alguno está por llegar a nuestras vidas y como orgullosa parte de este nuevo movimiento, debe ser de los primeros en saber de su llegada; al día de hoy, nos complace informarle que miembros honorables, poderosos y dispuestos de los SAGRADOS VEINTIOCHO preparan con ahínco y dedicación el futuro que habrá de regir de ahora en adelante los senderos del mundo mágico inglés.

No existirá más la podredumbre mágica que ha venido mermando nuestra comunidad, y en cuestión de unas semanas la purificación del sistema al que pertenecemos quedará pactada por el comienzo de un nuevo Orden Mágico; es usted parte de este selecto grupo de elegidos, tome con orgullo el estandarte de la salvación para el verdadero poder mágico, para bien de todos y cada uno de los miembros de nuestro pueblo y en detrimento de los desagradecidos, corruptos e incapaces. Pronto, necesitaremos de su apoyo Srita. Parkinson, pues es su responsabilidad dar fundamento a su herencia mágica, por siglos, los Parkinson y los Fawley han sido parte importante de nuestra organización, no es ahora la excepción. Unirse es la única opción.

Permanezca alerta. Permanezca fuerte. Permanezca fiel.

Nobiles, magicae purissimum

Antes de decir cualquier cosa, Hermione se mordió el labio con fuerza, como intentando provocarse dolor y con ello entender lo que pasaba, aunque en el fondo también encontraba el tono terriblemente petulante de aquello como una broma de mal gusto que le provocó una sonrisa nerviosa que sin embargo quiso evitarle a la morena; Pansy ahora la miraba con los ojos penetrantes, una mirada asustada, mitad espera mitad duda, como si poco a poco comprendiera a quien tenía delante y a quien había dejado ver aquella evidencia de… ¿de qué?. Cuando sus miradas se cruzaron un hueco nació entre ambas, por un lado Hermione sabía que aquello tenía muchas implicaciones aunque fuera casi hilarante, todas negativas para la destinataria de la carta y de esa forma, todas terribles para su relación; por el otro lado Pansy comprendía que se le venía encima un nuevo tropel de acusaciones y no le preocupaba tanto el sufrirlas de nuevo como el que vinieran de la castaña frente a ella.

/o/o/o/

— ¿Llegó Pansy? —Preguntó al entrar en su oficina a uno de los jóvenes recién llegados por la ampliación de personal prometida por Padma, el chico negó con la cabeza dos veces, como si necesitara reafirmar lo que decía o como si todavía le costara mucho identificar a la aludida, a la que miraba con asombro y temor. — ¡Alguien mande una carta urgente a Pansy, díganle que tengo que verla! —No lo iba a fingir, porque no tenía caso, estaba nerviosa y necesitaba hablar con ella lo antes posible, las grandes zancadas que la habían llevado hasta ahí ya lo venían dejando entrever.

—Señorita Bulstrode, llegó esto para usted hace un momento. —La chica del escritorio que estaba más cercano a la puerta le tendió un montón de avioncitos y entre todos ellos, una gruesa línea negra que la hizo detenerse antes de tomar aquello de sus manos, casi se podría decir que se escuchó por toda la oficina la forma como contuvo el aire con molestia dentro de sus pulmones; sintió como si le hubiera descendido por la espalda un hielo, pero no la helaba del todo, sólo a medias, haciendo que las partes calientes de su cuerpo se estremecieran con violencia, la boca se le secó de golpe e intentó fingir serenidad parándose muy derecha.

— ¿Todo es mío? —Preguntó sintiendo una tensión horrenda, que le escalaba por la nuca hacia la cabeza, como una araña de gruesas y enormes patas que quiere anidar a como dé lugar sobre su cuerpo; la joven asintió con sus enormes y azules ojos acuosos tendiendo todavía el montón de papeles sin atinar a qué más hacer.

—Sí, los avioncitos llegaron temprano y el sobre hace un momento, casi luego que se fuera. —La muchacha no la miraba ya, estaba además ocupada revolviendo en otro montón de aviones y aún con el brazo estirado y en la mano, como un montón de papeles al azar, todo lo que había mencionado antes, Millicent no sujetó nada y entonces la chica sí que le miró. — ¿Pasa algo? —Preguntó viendo a aquellas cartas, sin darle la menor importancia a la oscura que sobresalía sobre los demás papeles, pasando por los amarillos, los rojos, los verdes y los blancos, el negro no importaba para ella.

—No, nada. —Al fin tomó todo aquello y con las mismas enormes zancadas de antes, fue hasta la oficina de Pansy y se encerró, ahí dentro buscó la chimenea que tenía su amiga en un rincón y aprovechando las llamas que avivó con un latigazo de su varita, dejó caer el resto de los sobres a cada paso que daba mientras se quedaba sólo con aquella y de un solo golpe la arrojaba al fuego. — ¡Quémate! —Pidió, mirando el papel retorcerse, blanquearse poco a poco y volverse gris y escamoso, gris y aterciopelado, gris y un polvillo oscuro sobre la superficie rojiza del carbón.

Nada más desaparecer de su vista volvió afuera y pensó de nuevo en Pansy, ¿por qué tardaría tanto?, de dos pasos fue hasta su escritorio, sacó de un cajón su botella especial de whisky de fuego, rebuscó con su manaza brusca por el cajón la copita pequeña, más para jerez que otra cosa que le había obsequiado alguien, y la llenó dos veces, ninguna de las dos llegó siquiera a llenarle de sabor la boca, no sentía, estaba lívida y nadie lo notaba gracias al cielo. Entonces ocurrió, fue una sacudida enorme, tanto que la copa se le ladeó cuando intentaba servir la tercera de la mañana y el whisky se derramó por el escritorio hasta llegar al suelo en un hilillo goteante y sutil, no le dio importancia, algún idiota se habría tropezado cerca moviendo su escritorio; mas la segunda sacudida fue peor, como si la oficina estuviera atada al lomo de un enorme perro que decide quitarse el polvo y las pulgas de encima; cuando alzó la cara al frente, vio a sus compañeros que intentaban controlar los papeles que se desparramaban de las mesas, los avioncitos que chocaban contra los muros cuando estos se movían de su sitio y las personas que saltaban como si hubieran perdido el piso.

Por un momento creyó que era el alcohol, las dos copas que ya se había bebido, pero entonces vio a personas correr por el pasillo, varita en mano dispuestos a todo; corrían apresurados con la mirada llena de intención y ella misma se dio cuenta que estaba llevando su mano hacia la varita y tomándola con firmeza; una nueva sacudida hizo que resbalara al ponerse de pie de su asiento, el joven al que antes había preguntado por Pansy gritó a voz en cuello algo que no entendió, porque entre el grito, el tropiezo y la corretiza en el pasillo se escuchó una gran explosión; alguien gritó que estaban atacando el Ministerio y mientras se incorporaba de nuevo y aceleraba el paso rumbo al pasillo sintió de nueva cuenta que todo se ponía patas arriba.

Hasta entonces comprendió la realidad de las palabras anteriores: atacaban el edificio y por eso estaba temblando.

/o/o/o/

Había mucho ruido en la sala porque hablaban todos a la par, estaban tranquilos y resolviendo asuntos cada quien a su modo filtrándose alguna risa o algún exabrupto, en cierta forma era la bondad de las reuniones de trabajo del equipo más cercano del Ministro: él no mandaba, él los reunía y se paseaba entre todos resolviendo y dando opiniones y cualquiera podía acercársele y obtener una respuesta inmediata y personalizada, era un formato de trabajo colaborativo y respetuoso, ordenado y cercano, casi íntimo; Shacklebolt quería eso también para el siguiente mandato, quería que Hermione lograra ese mismo nivel de organización y confianza con los suyos y hacía más de media hora que esperaba que estuviera ya por ahí para irse codeando con los compañeros y aprender de él, en su oficina sabían que había salido a comer pero no había regresado y creyó conveniente dejarla hacer, porque siempre vale la pena sentarse y probar bocado sin ser interrumpido.

Harry estaba en un extremo de la sala preparándose para salir rumbo a su entrevista con Malfoy, él habría preferido que no fuera así, que él no fuera a hacer aquella tarea, no obstante Harry se negaba a que alguien más fuera y Ronald que hubiera podido ir por ser más cercano a ellos no era opción, otros aurores conocían menos a Draco aún y algunos le odiaban más todavía; conclusión, sólo quedaba Potter y su consabida enemistad con el heredero final de aquellas dos ancestrales casas, ignorando la existencia del pequeño Lupin claro está. Convencido de que un último consejo y advertencia no estaría de más, Shacklebolt fue entre saludos y consultas acercándose al que alguna vez fuera su alumno, lo recordó de aquellas misiones durante el final de la guerra y de aquella increíble batalla final con Voldemort y se volvió a preguntar si estaría haciendo lo correcto al no dejarle su puesto a él.

Luego volvió a responderse que sí.

— ¿Tienes tiempo? —Harry se volvió a mirarlo, había estado concentrado en firmarle unos documentos a su asistente y en darle instrucciones que no había podido escuchar, o quizá no le había interesado oír.

—Apenas diez minutos, no quiero que Draco me eche en cara que me estaba esperando… los Malfoy valoran mucho la puntualidad. —Se reía de lado al entregar las últimas hojas al joven Burke que las sujetó y se fue a una mesa cercana para hacerlas rollo y enviarlas de inmediato. — ¿Qué pasa? —Frente a frente, Kingsley seguía siendo más alto que Potter, que había embarnecido apenas con los años, y crecido muy pocos centímetros ya.

James Potter. Todo mundo se llenaba la boca diciendo que eran idénticos pero la realidad es que Harry era muy diferente, cuando uno pasaba horas mirando aquel rostro o conversando con él podía empezar a ver las enormes diferencias entre ambos, que no eran sólo los ojos; en contraste con su padre, Harry tenía un gesto adusto y melancólico, que todos atribuían a su pasado trágico, Kingsley no, él le llamaba la madurez anticipada. Creía fervientemente que el que Harry fuera presionado tanto y tan duramente por Snape y que Dumbledore le guardara todos esos horribles secretos, habían hecho de aquel hombre alguien temeroso de lo que era, de lo que llevaba dentro, calculador, analítico y desconfiado, tremendamente aprensivo y por qué no decirlo, sobrecogedor; sin saberlo, el mismo Harry sentía esa parte de Voldemort viviendo en su interior aún viva, cuando de eso no quedaba nada, al final lo que Harry creía eran vestigios del mago oscuro, era en realidad su propia libertad, su juventud, su rebeldía o su sentido común en muchas ocasiones, y si a algo le temía el joven elegido era a ser presa de todo eso, que al final no era otra cosa que sí mismo.

En los últimos años ya como auror, aquel temor no había desaparecido, por el contrario, se había hecho tan grande que se le veía en el rostro, como una arruga enorme en la frente, apenas superada por la conocidísima cicatriz que todavía hacia que los recién llegados sostuvieran la respiración con asombro, parecía que en los últimos años el grueso de la población creía que la cicatriz era una metáfora, y no una real marca sobre la piel de aquel hombretón adusto; no obstante esa virtud callada de Harry era un rasgo único e irrepetible, una virtud prodigiosa y una terrible maldición. Precisamente por ella no lo había elegido para su puesto, porque un hombre con ese peso pasado y futuro sobre sus hombros no podría con más lozas de responsabilidad encima; además, siempre sería mejor una persona así, curtida por la batalla en un puesto de guerra como el de líder de los aurores, un sitio privilegiado para enfrentar el mal.

Para volver a ser héroe.

—Malfoy… no necesito recordarte las condiciones en que debe darse esta entrevista, ¿verdad? —Harry negó con la cabeza y se levantó las gafas con el índice sin dejar de mirarlo, en el movimiento las arruguillas entorno a sus ojos se disolvieron, y parecía de nuevo el joven alumno de hacía pocos años, tendría más arrugas en otras partes del rostro, pero para Shacklebolt aún seguía siendo un niño y siempre lo sería.

—No se preocupe, señor Ministro, le aseguro que no le romperé la nariz ni lo meteré preso por una sonrisa burlona. —Ambos se sonrieron por el comentario, Kingsley volvió a preguntarse si él no sería el mejor candidato a su puesto al retirarse, Harry le tendió la mano para despedirse cuando Burke se acercó a ellos con el rostro desencajado.

—Señor, reportan un incidente en las Oficinas del Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia. —Ambos lo miraron ansiando más detalles, pero él no tenía nada más que decir, les miraba y ya; como lo fulminaran con los ojos, finalmente agregó algo que los hizo sacar varitas y salir de ahí. —Dijeron que había muertos.

Ante el comentario y una orden de Kingsley todos en la sala salieron, Potter hacía mucho que había desaparecido rumbo al lugar, sin esperar a nadie, ni decir más, ni siquiera las indicaciones del que era su jefe; aquello lo hizo volver a dudar, quizá él debía ser la opción principal.

—Señores, podríamos estar bajo ataque, sea lo que sea que nos espere la prioridad es capturar a los responsables… ¿me oyeron? —Aquella última pregunta hizo a muchos fruncir el ceño y empezar a desaparecer, entre los fulgores de las ausencias, entre las ligeras detonaciones que le anunciaban que se iba quedando solo, identificó uno que otro suspiro exasperado y supo que no iba a ser fácil para sus acompañantes respetar vidas.

Generalmente no se respeta con facilidad a alguien que no respeta primero.

/o/o/o/

El aire en sus pulmones estaba detenido, como paralizado y hecho un embrollo duro, tragó saliva con violencia y desvió su mirada de aquellos ojos castaños que esperaban, porque estaban esperando; por un momento al enfocar sus ojos de nuevo en la carta pensó que era una trampa, Hermione Granger estaba ahí para evaluar su reacción, no tenía otro motivo para estar ahí, aquello era un complot venido de los altos funcionarios del Ministerio para hacerla caer, los besos, las caricias, las noches durmiendo en la misma habitación, eran parte de ese plan muy bien orquestado sólo para hacerla caer. Llevó la mano a la hoja y se la quitó a Hermione sin decir más, miró el papel con cuidado, lo analizó sopesando sus pocas y radicales opciones, se limitaba a pensar dejando que la maquinaria de su cabeza derrapara en un proceso infinito, se humedeció los labios con la lengua temblorosa y vio en un extremo de la habitación la chimenea; de pronto pasó por su cabeza todo lo dicho en Colegio, esas aseveraciones suyas contra los mestizos, su conocidísimo grito para vender a Potter.

Es que era obvio, todo mundo lo sabía, andaba por la vida con un prendedor de esmeraldas que lucía reluciente su inicial, el orgullo de su sangre pura lo ponía siempre bien en alto, la forma como se desenvolvía con sus amigos, la casi invisible, ahora gracias al trabajo, pero aún ahí a fuerza de pasado, intolerancia que tenía para con los no magos; tenía que ser eso, tenía que ser una broma, porque de pronto el orgullo que sentía por la sangre en sus venas se paralizó como un pajarillo que escucha un ruido lejano: el ruido del arma amartillándose para dispararle directo al pecho.

Y lo peor, Hermione ahí de pie analizando su reacción.

—Pansy. —Hermione llamó a su espalda, se había vuelto sin saber cómo, su voz fue como un grito que la asustó y le hizo saltar el corazón, el disparo certero contra su pecho ahora sangrante y moribundo, se sentía como si Severus Snape le hubiera atrapado con un trozo de pergamino relleno de las respuestas de un examen, tenía que deshacerse de él lo antes posible, tenía que quitarse la evidencia de las manos antes que le detonara como una bomba en las manos y la dejara sin ellas; en Colegio habría vuelto sus manos con la evidencia hacia la mochila de Millicent y depositado el cuerpo del delito dentro, que ella pagara los platos rotos, pero aquí, ahora, adulta y nerviosa echó a andar hacia la chimenea, dos, tres, cuatro pasos, Hermione la seguía y ella tenía que deshacerse de aquello antes que fuera muy tarde, antes que la castaña tuviera razones para odiarle, para mirarla como en la escuela. — ¡Espera Pansy!

No lo pensó, no lo pensó más, casi podría jurar que su clamor porque se detuviera fue el que provocó que arrojara aquello con más fuerza, tenía que deshacerse de él, sujetó la hoja con fuerza y la arrojó a las llamas, un golpe poderoso de muñeca que llevó la carta a estrellarse contra el fuego, donde chisporroteó, Hermione contuvo una exclamación de alarma y ella se dio la vuelta rumbo a la cocina a grandes zancadas sin atinar a poner las manos en ningún lado, la barra le parecía enorme, sus costados idiotas y su pecho no las alojaría.

Estaba desesperada.

— ¿Qué has hecho? —Hermione miraba las llamas como si pudiera meter las manos y sacar el papel, Pansy sintió como si oírla rompiera el silencio delicioso que lo rodeaba todo ahora que no existía más aquella culposa nota; tragó saliva otra vez, sus ojos dieron con la botella de licor más cercana, la atrajo con un movimiento, la abrió y dio un trago casi doloroso, aquella pregunta viniendo de Hermione, con ese justo tono de pesar por la desaparición del documento ahora le taladraban los oídos, casi le dolían, ¿qué había hecho?, volvió a tragar intentando despejarse las ideas, los pasos de Granger se aproximaron. —Tranquila, Pansy.

— ¿Qué significa esto? —Se volvió a ver a Hermione, aquellos ojos castaños esperaban cualquier comentario, menos esa pregunta, pero tenía que hacerla, estaba en medio de su pánico segura de que ella, la bruja más inteligente de su generación, ella, Hermione te estoy tendiendo una trampa metiéndome en tu vida Granger estaba jugándole una mala pasada. —Tú sabes de esto, ¿cierto?

—Pansy, no tengo idea de quién envió esa carta, no sé qué es… pero no debiste destruirla. —Aquello la zarandeó, no, no debió destruirla, tendría que haberla guardado, tendría que haberla llevado a su oficina, hablar con su jefa y decirle "Padma, recibí esto, pero no me importa, esa ya no soy yo", y la duda de dos segundos antes volvió a ponérsele de frente, ¿qué había hecho?; tendría que haber conservado la carta y dar aviso a sus jefes, demostrar así su inocencia, pero ahora la había destruido delante de su superior, ahora Hermione sabía que había destruido la única evidencia de una conspiración y aquello podría pasar como que lo desaparecía para luego unirse, sin que hubiera rastros físicos de ello. —Trata de calmarte, ¿de acuerdo?

—No voy a formar parte de eso, ¿me crees? —Preguntó enfocada ahora en lo que importaba, que ella le creyera, relajándose ante la veracidad de haber destruido esa evidencia horrenda y de ver en los ojos de la castaña que ella no tenía nada qué ver en ello; ante la pregunta Hermione asintió.

—Te creo, tranquila. —Hermione fue hasta ella y puso su mano cálida sobre su hombro. —No es tan grave, ¿está bien?, no es tan grave. —Su voz sonaba tranquilizadora, pero sus ojos parecían nerviosos, Pansy interrogó a ellos con los suyos y Hermione tuvo que añadir. —Soy testigo de que la carta te tomó por sorpresa, lo mejor habría sido conservarla pero ya que la has destruido, veremos la forma de proceder… Pansy, esto podría ser importante a futuro, ¿reconociste la letra? —Ahora que lo pensaba, ahora que le daba vueltas, ni siquiera recordaba la forma de las letras, ¡qué estúpida!, de tener la carta habría podido investigar más sobre ella, ¡qué imbécil!

—No. —Masculló con un sollozo exasperado, Hermione asintió como un médico que trata de sacarle al paciente herido la secuencia de hechos y entender por qué le cuelgan dos dedos de la mano y ha perdido el resto. —No es para nada familiar.

—Muy bien, partamos de ahí… ¿habías visto antes un logotipo como ese en otro sitio, además del libro de tu padre? —Jamás, habría sido la respuesta más acertada a aquella pregunta, los ojos de Hermione la analizaban concienzudamente y su cabeza corría a mil por hora, tragó saliva y se dio la oportunidad de pensarlo, es que no, no lo había visto antes a menos que…

—Un tatuaje. —Murmuró de pronto sorprendiéndose incluso a sí misma de estarlo recordando, Hermione inclinó la cabeza hacia ella con el ceño fruncido y tuvo que alzar la cara y verla a los ojos. —Hace unos años, en la Academia, hubo un siniestro, ¿recuerdas?... el asunto de… —No recordaba exactamente el nombre y tronaba los dedos como para atraer la memoria de algún sitio lejano, era una pena que no tuviera la costumbre de usar pensadero. —… alguien puso demasiado ácido a su poción y estalló un laboratorio…

— ¿Te refieres a la explosión que dejó cuatro muertos en la Academia de Formación Empresarial del Ministerio? —Preguntó Hermione y Pansy asintió con la cabeza, pero no estaba muy segura, aunque en el fondo de su cabeza podía verlo con claridad.

—Yo estaba en un aula contigua, cuando pasé por ahí uno de los cuerpos tenía ese tatuaje en el brazo… era ese logotipo en tonos verdes… —Hermione asintió y se acercó más a ella, la estrechó con su brazo y ambas esperaron un poco en silencio, cuando llamaron a la puerta; primero Pansy dudó en atender pero al final fue con seguridad sin importarle dejar a Hermione ahí y que pudieran verle desde la puerta, al abrir no encontró a nadie, no era nadie y se sintió ridícula ahí parada, viendo al pasillo de afuera mientras Roar maullaba desde el sillón.

— ¿Quién es? —Hermione fue hasta ella sólo para encontrarse como ella mirando al vacío, no había nadie; Pansy estaba muy extrañada y confusa, hasta que bajó la mirada y vio el piso.

—Mira. —Masculló a su acompañante que hizo lo propio bajando la mirada.

En el piso, un sobre negro con listón plateado esperaba, Pansy se inclinó hacia él y lo levantó del suelo como si pudiera morderla, Hermione tendió su mano hacia ella pero apenas logró rozar el sobre cuando escucharon una ráfaga de viento entrar al lugar, un felino enorme apareció ante ellas haciendo que dieran un paso atrás, rodeado de hilillos plateados que envolvían su figura etérea; un patronus, Pansy había visto aquel ser muy pocas veces, pero suficientes para saber a quién pertenecía, Hermione se endureció, como si aquello la obligara a entrar en modo combativo inmediatamente.

—El Ministerio está bajo ataque, Hermione… te necesitamos. —La castaña se sujetó del brazo de Pansy con fuerza mientras ésta echaba dentro de la casa la carta como si fuera un disco, ambas salieron corriendo con la varita ya en mano, aquello sólo podía ser muy malo.

/o/o/o/

La habitación estaba casi oscura y sólo se iluminaba en toda su extensión por la chimenea apenas insinuada, muerta con unos pocos carbones que titilaban, era el fulgor rojo sutil del fuego apunto de apagarse, el que se olvida tras una salida rápida. En la mesa reposaban los sobres previamente alistados, con todos los listones bien apretados y los moños perfectamente acomodados, detallado de mujer, detallado de manos delicadas y cuidadosas, estaban ahí para aparecerse en la puerta de su destinatario, en su oficina, en su transporte cada vez que él destruyera un ejemplar, no había modo de escapar si decidían destruir la carta, debían recibirla a como diera lugar y conservarla; más que encantadas estaban malditas, una y otra vez llegarían a su destino, las veces que fuera necesario, cuantas veces se destruyeran. Era la primera de las misivas enviadas y estaban seguros que serían las más complicadas, las más despreciadas y rechazadas.

Pero las siguientes iban a ser poderosas.

En el muro a un costado de la chimenea estaba la pizarra con todos y cada uno de los nombres de los invitados y sus fotografías más perfectas, miembros todos de los Sagrados Veintiocho, algunos suplían a las familias originales y fueron seleccionados por no haber aparecido en la lista inicial y aun así tener lo necesario para ser parte, otros eran herederos de familias que hoy reposaban en el olvido, obligadas al anonimato por el Ministerio y sus políticas de débil inclusión, o bien, relegadas y apestadas por ondear de cualquier forma y bajo cualquier pretexto su bandera de puros con orgullo; casi todos jóvenes, casi todos productivos y en su mayoría figuras que no cabía duda se unirían al movimiento sin apenas pensarlo.

Metidas en círculos rojos, observaban a la oscuridad las fotografías de cuatro o cinco miembros, aquellos de los que se esperaba una respuesta afirmativa aún, con un movimiento lento y firme un trozo de tiza marcaba líneas entorno a otros nombres, sobre todo aquellos que ya habían recibido sus cartas y las tenían guardadas, a la espera, en otros casos no había líneas, sólo marcas de puntos donde se había intentado poner la línea entorno al nombre, pero en su lugar se había limitado a una insinuación. No se oía nada más que el fuego chisporroteando y esa respiración suave de estar muy relajado y esperando, le tocaba estar ahí vigilando los nombres unas horas mientras esperaba además noticias de lo otro, el suceso que cuando se mencionara en la siguiente carta, definitivamente traería a los inseguros al grupo.

O los alejaría para siempre.

/o/o/o/

Aunque no tenía pensado responder al llamado porque estaba muy lejos para hacerlo y además suspendido, el anuncio lo tomó por sorpresa y lo dejó muy inquieto, llevaba horas metido en el jardín posterior de la casa, se había entretenido un rato con el ajedrez mágico y otro más jugueteando con los gnomos del jardín; a diferencia de su padre, Charlie había mandado traer gnomos y de vez en cuando les invitaba helado o té, cosa que en su primer visita Hermione había admirado y elogiado con ahínco. Dejó de pasar tiempo con ellos porque empezaron a preguntar por ella haciendo señas para figurar una melena enorme y revuelta, acabó sintiéndose triste y optó por despedirse educadamente.

Hermione.

En realidad no la pensaba como hubiera creído que iba a pensarla y eso de alguna forma significaba un alivio, ahora tenía otras cosas en mente que parecían estar precipitándose como de más importancia sobre su vacía cabeza; entre las amenazas de Charlie y el reciente llamado de Harry a todos los aurores a resguardar el Ministerio, respetando la vida de los atacantes, lo cierto es que se le estaba pasando el rato con mucha velocidad, y a la larga no era bueno. Viendo que estaba solo, que el sol despuntaba alto y que hacía calor, se fue a la orilla de la piscina y empezó a quitarse una a una las prendas, la camisa cuadrada a rojo y verde abandonó sus brazos mientras tiraba de ella a uno y otro lado, el izquierdo, marcado todavía por las profundas y asimétricas cicatrices de la despartición que sufriera tiempo atrás, continuaba siendo su embrollo personal, sentía a veces que los músculos se tardaban un poco más de la cuenta en seguir sus órdenes, pero ya no le exasperaba como al principio, ahora ya estaba metido en esa relación a tirantes por costumbre.

Mientras se sujetaba la muñeca con la mano contraria, apretándola para relajar su articulación y sentir menos duro el brazo entero y miraba el cielo, volvió a pensar en el llamado de Harry y volvió a sacudir la cabeza un poco convenciéndose de que no tenía que responder; su mano derecha fue hasta su cintura, sujetó la camiseta que le cubría y tiró para sacarla del pantalón donde estaba metida, con sólo ese brazo sacó la prenda de su cuerpo hasta quedar de torso desnudo bajo el sol caliente que todo entibiaba, incluso su piel pálida como la leche y su espalda poblado de pecas; con dos movimientos fuertes y torpes se despojó de los zapatos que fueron a dar a un costado y con los dedos empezó a abrirse el cinturón, mientras sus dedos jalaban de los calcetines, el pantalón pareció caer más fácil y al bajarlo por sus piernas torneadas por las horas de correr a las que todavía estaba acostumbrándose siete años después, sintió un poco de frío.

Enfundado en unos boxers rojos con coquetas garras felinas entintadas por aquí y por allá, Ronald Weasley era lo que era: un hombre blanquísimo, con pecas por todo el torso y los brazos, con las rectas y desiguales cicatrices de su brazo como evidencia de una pasada batalla o mejor dicho huida, con aquellas otras marcas casi invisibles de los tentáculos de un cerebro enemigo por aquí y por allá; tenía el cuerpo curtido de las guerras pasadas, todas de Harry, todas de Hermione, las cicatrices en su cuerpo eran más marcas de los tres que suyas solamente. Aún tenía las marcas visibles de haber sido en otro tiempo muy delgado, pequeñas líneas en su espalda y en su vientre revelaban que los músculos definidos de hoy eran fruto de mucho trabajo reciente, las piernas torneadas y los dedos largos de los pies, simpáticos y juguetones entonaban con el vello rojo de sus piernas y claro, casi amarillo, de su pecho y brazos.

La curvatura de su espalda, la forma como se delineaban sus omóplatos, las líneas difusas de los músculos que dividían su pierna en dos partes como los gajos de una mandarina jugosa y gruesa, las cuatro débiles comisuras que dividían su abdomen hasta perderse en las líneas de los lados, firmes y casi perfectas que señalaban ahí donde las abdominales diarias le hacían sufrir para no acabar como el gordo que era y devoraba comida al por mayor a todas horas, sin mesura.

¿Atractivo?, horrores, con el ceño fruncido incluso, parado encorvado ahí frente a la piscina, con un insipiente bigote formándose sobre su labio, Ronald Weasley seguía siendo el mozalbete guapetón del Colegio, con el plus de hombre maduro y cicatrices de héroe de batalla; si se le preguntara a la piel que lo cubría sus andares, habría tenido que confesar las pocas, pero existentes aventuras, las chicas tres o cuatro años menor que él que habían besado y lamido cada resquicio de aquel cuerpo, cada protuberancia, cada borde. Hermione habría estado en la lista, pero ella era diferente, las marcas de ella habían sido como cardenales que ahora latían, escocían feroces y a él le pesaban, en su mente le pesaban. Y mientras pensaba en el llamado de Harry aún más asfixiante que las caricias, y en la revolución bestial en su pecho que le exigía que acudiera a ayudarlo, se negó a sí mismo la posibilidad y se arrojó al agua helada de la piscina, donde el brillo cristalino azuloso lo cubrió y el frío le hizo reconsiderar mejor y berrear y rabiar, porque según recordaba a ratos: auror ya no era.

/o/o/o/

— ¡Cuidado! —Un rayo de color azul voló por los aires cimbrando el espacio, haciendo que unas ondas eléctricas se desprendieran de su figura, sacudiendo a todo el que se interponía en su paso, se estrelló como un latigazo de Zeus contra el muro al fondo del pasillo y millones de trozos de concreto, roca y pintura volaron por los aires acompañados de cerca por una nube blanquecina y fuego; era aquel un fuego azul como el rayo, que salpicó como agua a los que estaban más cerca, dos de esas personas quedaron encendidas en lapislázuli como si fueran joyas preciosas con vida propia, el ruido de sus ropas chamuscándose como si estuvieran sumergidos en aceite hirviendo la hizo estremecer, lucían como antorchas humanas de cobalto, que chillaban como ratas atrapadas en una trampa, podía oler hasta donde estaba la carne quemada, los músculos cocinándose y deseó no tener nariz.

Alguien pasó corriendo a su lado empujándola en su carrera, sacándola del raro trance en que la dejara aquella imagen que aun mirando a otros lados parecía tener grabada en la pupila, notó que estaba aún conteniendo la respiración y que seguía con la varita apuntando al suelo, la muñeca doblada al completo, girando la punta con cuidado mientras el halo brillante de su escudo de protección impedía que los trozos de la explosión y las llamas que cayeron cerca los alcanzaran, estaba acuclillada al lado de un sanador que pretendía con manos y varita contener una hemorragia en un cuerpo carmesí, brillante y chicloso; no sabía si era una chica o un chico, ni siquiera si era un adulto o apenas un joven practicante que había tenido el infortunio de pasar por ahí, justo ese día, justo a esa hora, sólo sabía que su escudo, esa cúpula blanquecina que se concentraba en sostener era lo que le daba oportunidad al hombrecillo delgado y macilento de salvar aquella vida; escuchó una corretiza del otro lado del pasillo y enfocó sus ojos en las sombras que las llamaradas azules dejaban ver, forzándose a ignorar los cuerpos que habían caído al piso y se retorcían como papel bajo el fuego maldito, reconoció a dos o tres aurores y supo que la batalla iba a recrudecerse, ella tenía cinco minutos ahí acuclillada, con un hilo de sangre mojándole el labio inferior y el ojo izquierdo entrecerrado por la inflamación de un golpe.

—Carajo. —El hombrecillo dijo aquello a medias sorbiéndose la nariz, como si contuviera una gripe descomunal, de reojo analizó aquella masa en el piso y supo por qué renegaba, intentó mantenerse serena, pero le estaba costando horrores; él todavía intentó presionar aquel pecho, pero el movimiento fue extraño, el cuerpo estaba inerte por completo, como una gelatina muy densa.

—Hay que moverle donde no estorbe. —Decirlo así le hizo sentirse repugnante pero sirvió para sobreponerse un poco, el sanador se llevó la mano manchada de sangre al rostro, a quitarse algo de la cara, mientras su mano con la varita hacía lo que ella había dicho un instante antes, luego se volvió a verla; las gafas de montura gruesa y cuadradas le caían en una nariz enorme, casi deformada como una joroba en la cara, ella asintió cuando le reconoció la intención en los ojos, hubo una nueva explosión junto a ellos y sin saber cómo se fue de lado sobre él, la cúpula vibró cuando un trozo entero del techo se les vino encima, la mano le escoció y la muñeca le dio un tronido.

Incluso para sostener la varita que emite un hechizo hay un límite y estaba cerca de ceder.

El sanador sacó la varita de debajo de ella mientras la sostenía contra su cuerpo, ambos tirados en el piso, miraban aquel enorme trozo de hormigón que amenazaba con aplastarlos, él no dudó más de dos segundos y lo pulverizó con una nube descomunal de restos pequeñísimos, como un talco grisáceo que los bañó al deshacerse la cúpula que antes los resguardaba, la muñeca le ardía horrores, como entumida, y al vérsela se encontró con que sangraba.

—Señorita Patil, arriba. —Pidió el hombre mientras usando sus pies se arrastraba con ella como una araña invertida hacia la pared, Parvati se miraba la muñeca con sorpresa, ¿era eso su hueso asomándose justo donde empezaba su mano y acababa su muñeca?, no podía levantarla, manchas rojizas y amarillentas se le cruzaban por donde ponía la mirada, el dolor era demasiado y aquel sanador intentaba incorporarla y llevarla hacia el muro. —Déjeme revisarla. —La sujetó por el antebrazo y contempló la herida, sólo entonces Parvati se dio cuenta que no hablaba de su muñeca rota, sino de su cabeza que recién se percataba, la tenía pesada, aletargada. —Debo detener esta hemorragia, resista… ¡Hemodegio! —El hormigueo la hizo respingar, sus ojos bailaron buscando un sitio donde posarse y fueron a ubicarse en su varita, que había quedado a unos metros suyos, manchada de la sangre de su brazo.

—Mi varita. —Masculló, el sanador hacía movimientos y procuraba darle atención a lo que ocurría en su cráneo, entonces Parvati escuchó algo parecido a un marchar, lejano pero acercándose, al alzar la cara vio a los aurores que acababan de llegar mirando hacia el pasillo de donde venía aquel sonido, los veía como difuminados, como envueltos en velos blanquecinos muy finos y delgados.

—Debemos salir de aquí. —El sanador la sujetó con fuerza por la espalda convencido de que ahora ya sólo podían huir, hubo un chasquido, como el de una caja que cierra con fuerza, un sonido que retumbó por todo el lugar, como un temblor que hiciera a todos perder el equilibrio un momento, Parvati comprendió lo que había sido aquello, al mismo tiempo que se le llenaban los ojos de lagrimillas de dolor, el sanador la sujetó fuerte por la cintura desde su espalda y pareció querer saltar prendado a ella sin lograrlo. —Pero qué…

—Nos bloquean la huida, impiden que desaparezcamos, fue un conjuro de amarre para contenernos… —Parvati lo miró de soslayo y luego señaló con su mano sana su varita, el hombre comprendió que le estaba pidiendo que sanara aquello y él hizo lo propio dirigiéndose a su mano con premura, dio un tirón violento y sin aviso sacándole una exclamación de dolor, luego rayos plateados y rosados empezaron a salir de la punta de su varita hacia su muñeca con un cosquilleo y picazón extraños, ella miraba sin ver, no enfocaba del todo y batallaba para mantener el equilibrio; a la par que el tejido que rodeaba la herida se iba recomponiendo, su mano iba sintiéndose más y más caliente, al cabo de dos segundos el hombre comenzó a sudar profusamente, sanar una herida así, sin elementos extra más que la magia de su varita, sin pociones, era un proceso que implicaba más desgaste físico del que le hubiera gustado a la Patil que él gastara. —… vienen a matarnos. —El sanador se detuvo un momento y le miró, se lo había dicho para justificar que le exigiera hacer aquello, pero también para advertirle que no debía quedarse en ceros, para que él comprendiera porqué necesitaba que pudiera sostener su varita lo antes posible y que él mismo pudiera empuñar la suya todavía, habría querido decir que exageraba al verle tanto temor en los ojos, que no era así y el dolor la tenía histérica.

Y sí lo estaba, pero porque era verdad.

/o/o/o/

En cuanto su zapato tocó el suelo y se encontró rodeada por aquel denso humo que olía dulzón, amargo y carnoso a la vez, supo que las cosas eran peores de lo que pensaba, Hermione a su lado pareció entender lo mismo y su cuerpo delgado y ágil se tensó de inmediato, enderezándose como el suricata que sale al escuchar un ruido tremendo guiado por pura curiosidad; Pansy no obstante hizo lo que siempre hacía en situación de peligro: arremangarse el brazo izquierdo, tomar la varita y echar a andar al frente, sin importar si no veía, sin importar a dónde iba.

Hermione dio dos pasos detrás de ella, la mano de la castaña se escapó como un ave asustada filtrándose bajo su brazo y tomándolo con desespero para detenerla, Pansy de momento olvidó que iban juntas y aquel tirón la hizo volverse con la varita alzada, sólo para acabar deteniendo su punta en la barbilla de la castaña que le miraba con una serenidad pasmosa, los ojos negros y profundos de quien está asustado y a la vez sosegado; Parkinson se sobrecogió con aquello, la cara seca y tranquila de Granger la volvió a lo que ocurría, su mano la sujetaba por sobre el codo con fuerza, como si no quisiera que diera un solo paso, como deteniéndole incluso la respiración.

—Hermione… —Comenzó para saber qué pasaba, pero la castaña dio un paso hacia ella con premura y se pegó a su cuerpo en un abrazo extraño, un abrazo sediento y Pansy no atinó más que a ponerle la mano en la espalda y apretarla contra sí, había ruido de siseo a su alrededor, como el vestido largo de una novia que patina por el piso larga y tristemente, y aquello la hizo tener un presentimiento ácido y doloroso, como si el abrazo fuera una despedida adelantada, sintió horror y atinó a pegarse más a ella aprovechando el humo y el vacío de donde estaban, quiso decir algo importante, pero le temblaron los labios y sólo pudo murmurar. —… hay mucho humo. —El susurro se perdió contra el cabello castaño de su acompañante que casi le cubría el rostro, la sintió temblar levemente, un suspiró se le salió del cuerpo cuando la sintió besarle la mejilla fugaz y veloz, fue la sensación más emocionante que había tenido en un buen tiempo y por más que clavó sus ojos en el rostro de la chica a su lado, esperando que le volviera la mirada, no lo logró; entonces hubo un ruido en algún sitio frente a ella, a espaldas de la castaña que se tensó de nuevo, quiso volverla tras de sí, protegerla, pero Granger se puso rígida.

—No te muevas, escucha. —Hermione la contuvo sujetándola por el codo con la mano izquierda mientras deshacían aquel abrazo nervioso, pero a Pansy no le interesaba quedarse quieta un instante más, los dos segundos que ya tenían de pie, los tres que habían perdido en aquel abrazo extraño podían implicar el mayor de los riesgos, habían aparecido en un lugar peligroso y permanecido por más de dos parpadeos totalmente a descubierto; se recriminó por tanta idiotez y miró de soslayo a su jefa como esperando que dijera algo al respecto, Hermione parecía oler el viento y entonces Pansy cayó en cuenta de su ubicación comprometida.

—Nos verán. —Contestó de pronto con la voz más ronca de lo que quería y dio dos pasos más soltándose de aquel agarre, escuchó que Hermione pretendía decir algo pero fue interrumpida por un estrépito, ambas tuvieron que inclinarse para esquivar la lluvia de conjuros en la que de pronto se vieron envueltas, era una tormenta oculta por humo, agujas que iban y venían maquilladas por la neblina; un miedo enorme le invadió, no era capaz de saber de dónde venían, sólo pudo levantar la varita en un intento de defensa, blandir escudos a medias procurándose seguridad.

— ¡Cúbrete! —Hermione empezó a caminar lanzando conjuros a uno y otro lado, no sabía a qué bando debía atacar y no entendía cómo ella podía identificar su grupo, no sabía si debía apoyarla en atacar a alguien, ¿a quién?; fue un avance lento y peligroso, todo lo que lanzaba, todo lo que intentaba hechizar era apenas con intenciones de cubrirse, Pansy no arrojaba un solo hechizo, sólo caminaba desviando con escudos los que casi la tocaban, a ella o a la castaña; así se vio avanzando sin saber bien a dónde, a veces se protegía dirigiendo un conjuro hacia otro lado, otras se viraba para desviar otro, buscaba entre las sombras del humo algo que le dijera qué dirección tomar; entonces hubo una corretiza y una serie de gritos, sombras entre la penumbra que luchaban y retrocedían después, y cuando notó que Hermione se le había perdido y que alguien corría, supo que estaba en verdadero peligro y aceleró sus pasos con la respiración pesada.

De pronto se encontró de frente contra la enorme estatua que recibía a los visitantes al Ministerio y el sentido de orientación se le despertó como si lo hubiera despabilado de un golpe en la nuca, supo dónde estaba y hacia dónde debía ir; confiaba en Hermione y su inteligencia para protegerse, y de cualquier modo se sabía lo suficientemente débil para no ser diferencia si peleaba con ella o se mantenía a su lado, ahora tenía que correr hacia su oficina y cerciorarse de que su gente estuviera a salvo. Millicent de pronto se volvió su mayor preocupación y atinó a echar a correr sin recato, con el sonido de sus tacones llamando la atención de quien estuviera dispuesto a notarla entre la extraña niebla que había dejado tras de sí el humo denso que les recibiera antes.

Por los pasillos que la llevaban a sus dominios encontró gente que peleaba y en su mayoría que intentaba levantar heridos, los muros de algunos sitios habían caído como azotados con puños del tamaño de personas, aquí y allá restos de ropa chamuscada y fragmentos de cristal anunciaban duelos intensos; mordiéndose el labio tuvo que mover cuerpos derribados y mesas hechas trizas que le estorbaban en su avance, en dos o más ocasiones encontró a quien corría en dirección opuesta, en una ocasión alguien alzó su varita para clavarla entre sus ojos haciéndola alzar la cabeza y echarse atrás para amenazar también con la suya; casi de inmediato, unos ojos llorosos y serios le analizaron y le dejaron de lado, aquello casi la había matado del susto.

En su avance por un pasillo el sonido de una respiración agitada la hizo volverse, no había nadie detrás de ella, ni una sola sombra, mientras avanzaba cada vez más convencida de que alguien le seguía encontró en su camino a un par de oficinistas del piso de abajo, que al pie del elevador intentaban contener la sangre que brotaba de la herida de un compañero derribado en el suelo, las dos chicas intentaban con manos y varita detener los borbotones que salían al muchacho por el cuello; miró a todos lados convencida de que se escuchaban pasos, ruidos a su espalda, antes de poder inclinarse para tratar de ayudar, cuando Pansy se inclinó y abrió la boca para decirles que les ayudaría, sólo con ver la palidez del rostro y el blanco de aquellos labios, supo que no tenía ya caso, incluso la sangre también había empezado a salir con más lentitud.

—Vamos, hay que moverlo del acceso al elevador. —Algo se deslizó contra ellas, de pronto sintió una sacudida que la aturdió.

Exhalación. Golpe. Sacudida.

En lo que logró contener el movimiento brusco de su cabeza contra la pared y pudo abrir los ojos nuevamente, vio a las dos chicas salir disparadas como ella a lado y lado del pasillo, de pronto tenía encima una sombra enorme y pesada que le impedía el movimiento y le cortaba la respiración, hubo un grito de alguna de las muchachas y conjuros lanzados a penas; Pansy luchaba por desprenderse aquel cuerpo pesado que jadeaba sobre su cuerpo, sus manos, piernas y rodillas no funcionaban y la varita le resultaba desconocida y confusa, una saliva espesa y caliente le cayó en el rostro y al poder enfocar la mirada al fin, se encontró con un rostro humanoide sobre ella, humanoide y bestial, una mano enorme había dejado de presionarla en el hombro para ir a posarse contra su mejilla, el tacto era húmedo y granulado, como si el ser ese tuviera las manos llenas de arena, los ojos le brillaban y la caricatura de caricia que le había prodigado la hizo gruñir, entonces le distinguió la boca alargada casi rozando las patillas, la nariz alzada y protuberante.

¿Un hombre lobo?

—Desmaius. —Exclamó entre dientes con un resoplido forzado y todo el asco que sentía metido entre cada letra, el rayo de su varita lo impactó en el pecho como una salpicadura, y lo vio salir volando como un trapo desgarbado; se puso de pie rápidamente para ver a un segundo ser sobre una de las chicas con mucha menos delicadeza que el que la atacaba a ella, la otra gritaba histérica sin saber cómo hacer, la varita se le había caído de las manos. — ¡Desmaius! —Gritó contra el otro logrando derribarlo a un lado de la oficinista que se levantó para ir a consolar a la otra.

— ¡Violet, tranquila, estoy bien! —Pansy miraba a todos lados, convencida de que aún oía jadeos y que alguien más las observaba, lo sentía en la nuca como un palo presionando, alguien más estaba por ahí y esos dos fuera de combate eran quizá sólo una parte del ataque contra ellas; con un movimiento de varita los puso a los dos juntos aún inconscientes, temía que se recuperaran y las volvieran a atacar ahora tomándolas por sorpresa.

—Deben salir de aquí… si no tienen preparación para combate, deben salir de aquí. —Dijo mientras conjuraba cuerdas y ataba a esos dos individuos, no sin reparar en el color de sus ropas: azul, un azul vivo y sucio, húmedo de sangre; habían corrido con suerte, las dos chicas parecían demasiado asustadas, manchadas de sangre se miraban entre lágrimas y se consolaban, la que según supo se llamaba Violet tenía la boca abierta en un rictus de espanto que parecía no írsele ya nunca, entonces la otra muchacha hizo lo que no esperaba.

La besó.

Pansy sintió como si estuviera viendo algo profundamente íntimo y desvió la mirada a los hombres lobo que empezaban a recuperar la conciencia, las dos chicas susurraban cosas y ella se sentía fuera de lugar, era de las situaciones más embarazosas que había pasado, y la ocasión de lo más absurda; entonces escuchó una explosión, como una sacudida entera del edificio que la hizo además perder el equilibrio y pensar en Hermione, en que la había abrazado un momento antes, que la castaña presentía otra cosa y los vislumbró en sus ojos, ahora se sintió muy ansiosa, de pronto estaba loca de angustia por no saber en dónde estaba; volvió los ojos a aquellas dos y pudo ver que Violet con los suyos cerrados asentía una y otra vez como recuperando lento la calma con las palabras de la otra chica. Una rabia enorme golpeó a Pansy, seguida de cerca por una envidia que le mordía el estómago como una rata a la que le queman la cola.

Hermione está por ahí sola y si algo le pasara yo estaría aquí protegiendo a…

La envidia fue reemplazada por genuino espanto, una nueva sacudida que la hizo reconsiderar a dónde iba, aunque luego recordó que igual no sabía dónde había ido Granger y tratar de encontrarla en el estado de las cosas sería una locura; no obstante sujetó la varita con más fuerza y se volvió a las dos muchachas que habían empezado a incorporarse al fin, quedarse inmóvil tampoco era la solución más adecuada, así que tenía que sacar valor de donde no tenía.

—Siento interrumpir, tórtolas, pero no es lugar para declararse amor. —Sujetó un trozo de madera que se había desprendido de una puerta, lo encantó como traslador directo a San Mungo y se lo arrojó a la besadora, Violet le miraba sorprendida; había en la mirada que le dedicaba aquella chica un aire de vergüenza y enojo, quizá su comentario la había herido de más y sintió que se le subía un sonrojo desconocido a las mejillas y se le oprimía el pecho. —Cuídense… y suerte. —Cuando las dos empezaron a brillar comprendió que la habían reconocido del todo porque tenían un rostro de sorpresa tremendo, mas no era debido a saber quién era, era debido a cómo había sonado aquel "Cuídense", lleno de melancolía, ternura y aflicción; se fueron con un rafagazo de viento y ella pudo echar a correr de nuevo hacia su oficina sintiendo algo atorado en la garganta, obligándose a pensar que ahí estaba Hermione en medio de sus escritorios, quizá junto a la chimenea.

Porque si no…

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Giro de muñeca.

—¡DESMAIUS!

Sacudida.

—¡Protego!

Latigazo.

—¡Carpe Retractum!...—Salto. Arrojarse al suelo. Correr.

Cuantos más metros avanzaba más era la sorpresa que lo invadía. Cuando inició el ataque, Harry y los hombres a su cargo arribaron al espacio donde había comenzado todo, apenas eran veinte o treinta sujetos los que mantenían a aurores y trabajadores en jaque, no eran poderosos magos o brujas experimentadas pero traían consigo apoyo que no esperaban; de entrada lograban contar por lo menos cuatro hipogrifos rabiosos que habían empezado a correr de lado a lado tirándose contra todo enemigo, con garras y picos habían dejado un hilo de cuerpos desperdigados por el suelo lastimosamente heridos que ahora eran atendidos por otros más, mientras había quien luchaba por mantener a las bestias domadas y someterlas en algún rincón de la sala.

—¡EVERTE STATUM!

Más allá, llamaradas enormes anunciaban la presencia de tres crías de dragón y por más que habían luchado en los últimos minutos, estaba completamente seguro que mínimo cinco de los perpetradores, así como por lo menos otras diez figuras extrañas que sabía no eran personas, habían logrado separarse del fragor de esa batalla para ir a perderse por los pasillos; los gritos que venían de vez en cuando de otros pisos, las explosiones que sacudían a veces el edificio, las notificaciones constantes de San Mungo enviadas por patronus lo tenían con el alma en vilo, ¿cómo estaban logrando semejante efectividad apenas un puñado de miserables asesinos?

—¡Ascendio!

Lograba ver entre sus allegados algunos heridos de gravedad, aunque otros se mantenían en el retumbo de la batalla con mucha energía y él mismo se sentía encendido en rabia e inundado de adrenalina; algo andaba mal con los atacantes, no lograba entenderlo pero tenía la impresión de que algo anda mal con todo aquello, como si las figuras delante de ellos fueran irreales, parecían hechas de goma, parecían…

—Mentira. —Susurró cuando comprendió lo que pasaba, un rayo verde pasó justo a su lado apenas desviado por uno de los aurores más jóvenes de su equipo, que lo había desviado de tan mala suerte que salió rozándolo a él y sin darle de lleno de puro milagro y por sus reflejos de gato, mientras a otras cuatro personas casi los tocaba antes de estrellarse contra una mesa en el fondo de una oficina; los papales salían volando por todos lados y los gritos que acompañaban algunos hechizos lo tenían con los pelos de punta al doble, ahora que había entendido que con quien peleaban no eran personas, eran otra cosa.

—¡Relashio!

—¡PROTEGO!

Una cadena inmensa fue a sujetarse del enemigo más cercano y Harry alcanzó a ver con sorpresa que sus extremidades apenas eran sostenidas con esfuerzo, caía al suelo pesadamente y se transformaba en algo similar a la plastilina que su primo dejaba abandonada en los escalones y con la que jugaba de niño escondido en su alacena.

—No son personas. —Murmuró al hombre a su lado, que le miró desconcertado y recibió el impacto de un hechizo en pleno pecho. —¡No son personas, escuchen! —Exclamó por lo alto y alguien soltó un hechizo cortante sobre un cuerpo enemigo, haciendo que la extremidad cayera como desmenuzada, como abotagada ante la sorpresa de más de uno.

—¡Harry, nos están atacando con figuras de arcilla! —El Ministro avanzaba ya por un andador en pos de un grupo que había huido, mientras los hombres que comandaba Harry intentaban someter a los dos dragones que seguían enfurecidos, mientras algunos de los enemigos se iban desvaneciendo bajo una lluvia provocada por alguien lo suficientemente avispado para notar que no eran personas, la batalla lejos de menguar con aquel descubrimiento pareció encarnizarse; ahora mismo las figuras inhumanas atacaban con más fuerza y Harry no podía más que pensar que quien quiera que las dirigiera a distancia era muy poderoso, casi al nivel de Minerva McGonagall, que había hecho algo similar para proteger su colegio una vieja y aciaga noche.

—¡Diffindo! —Potter se volvió hacia las sombras que se replegaban rumbo a algún sitio más seguro, mientras daba órdenes a los que le rodeaban con las manos y exclamaciones bajas, convencido de que tenía que seguir al Ministro y servirle de protección; si los atacantes hacían daño a Kingsley, estarían metidos en un verdadero embrollo, no sólo de dimensiones bélicas, sino políticas quizá incontenibles.

Ahora las explosiones a su espalda hacían que un sudor helado le empapara la frente, no podía imaginar a un mago o magos tan poderosos como para orquestar un ataque de esta magnitud sólo con conjuros de control mental sobre animales y de transformaciones sobre restos de arcilla; debido a los gritos y el caos que provocaban a distancia estaba imposibilitado para mandar a gente en busca de los verdaderos causantes, pronto se dio cuenta que no podían sacar a los heridos porque habían conjurado algo para no dejarlos salir. Desaparecerse era imposible, estaban en una ratonera. Echó a correr con otro grupo para deshacerse del primer bloque de atacantes, y cuando pudo acercarse a los primeros restos de las figuras de arcilla, miró con espanto que en efecto no tenían nada de humanos, que ostentaban lo que parecían ser uniformes y que éstos se parecían mucho a los trajes de los mortífagos.

Con una clara y llamativa diferencia: eran azules, con un ave extraña bordada en la solapa, un ave que creyó de momento era un fénix y viéndola a detalle mientras sus compañeros le cubrían la espalda, le vio rasgos que lo hicieron buscar en su memoria un momento. Recordó la otra, la del asunto de Mundungus y sintió una rabia descomunal.

/o/o/o/

Maldita sea, Pansy… ¿dónde estás? La pregunta se le venía a la cabeza a cada paso que daba, se había topado con algunos conocidos en su carrera hacia el punto donde iniciara el ataque, todos y cada uno de unieron a ella al verla, con aquella mirada penetrante y decidida, con el ceño fruncido, la melena sujeta en la nuca y las pecas como puntos oscuros de tinta marrón en los pómulos; mientras se aproximaban al lugar habían sido embestidos por un grupo de hombres lobo que parecían sometidos a la maldición Imperio, en la lucha desesperada por contenerlos, evitar garras y mordidas y empujar cuando la varita no era suficiente, se vio convencida de que aquello pintaba peor de lo que imaginaba, se había organizado para hacerles frente lo mejor posible, pero no era suficiente. A punta de varita los replegaban contra un muro, mientras uno a uno los iban dejando inconscientes sin acercárseles mucho, por algunos ya tenían desgarros en la ropa o arañones en la piel, nadie quería acabar mordido, mucho menos contagiado; concentrada como estaba en sostener un escudo protector sobre todos, no dejaba de mirar a cada pasillo cercano con la esperanza de verla llegar, sentía en el estómago una pesadez absurda, como si estuviera segura por completo que algo malo le había pasado a la morena.

—¡Devaister! —La voz a su espalda sonaba casi alegre y cuando sintió aquello subir por sus piernas y de golpe se fue al suelo apenas logrando amortiguar un poco metiendo las manos, supo que estaban a merced de alguien muy astuto para observar un rato y luego irse sobre ellos por sorpresa; los demás se volvieron también y a Hermione no le quedó más que dejar el escudo que sostenía y volverse a su atacante, por un momento le dio la sensación de volver a ser niña y no saber qué hacer ante el Sauce Boxeador, un profesor convertido en lobo, un dementor, o cualquier otra cosa.

Era una mujer, lo podía distinguir aún con la túnica, la capucha y la máscara, lo distinguía perfecto, no podía ser de otra forma, la forma como la túnica se le adhería a lo que tenía que ser la cintura pronunciada y las protuberancias de un busto frondoso; incluso por entre las rendijas de los ojos por donde asomaba una mirada oscura y tétrica, supo que sonreía y la sensación de vulnerabilidad le recordó aquella horrenda noche que le dejara una marca en el antebrazo.

— ¡Jinx! —Casi logra darle en el pecho, casi lo logra si aquella mujer no hubiera alzado su varita y desviado el conjuro con un movimiento elegante y casi bailarín que la hizo plantarse en el suelo con más fuerza, aquella era una duelista experta; la sonrisa, bajo la máscara negra que le ocultaba la cara se volvió más grande, y Hermione berreó cuando las raíces le escalaron por la cintura apretándola y haciendo que la ropa le lastimara por todos lados, cuando le subieron al pecho le estrujaron los senos con ardor y quisieron alcanzarle las manos; alguien a su espalda intentó ayudarla con hechizos que procuraron quemar las raíces y cortarlas, pero era en vano pues crecían ahora más rápido, como pequeñas y musgosas hidras. — ¡CENTAS! —De pronto se sentía furiosa y no tuvo de otra que atacar así, tirando relámpagos descontrolada, apuntando tanto a su contrincante como a las raíces a sus pies, la varita le vibraba en la mano con cada ataque veloz y la rabia en las sienes le hacía sentir calor entre más avanzaba deshaciéndose de las raíces para lograr ponerse en pie y cuando al fin se incorporó apoyada en sus manos mientras su enemiga era atacada por un par de apoyos, y pudo unirse a ellos, sólo podía pensar con colérica desesperación:

¡¿Dónde carajo estás, Pansy?!

/o/o/o/

Ya no caminaba, ahora corría desesperada porque en el fondo se recriminaba el haber decidido ir en pos de su oficina y no haber seguido a la castaña, así que estaba furiosa consigo misma y muy nerviosa, por los pasillos iba colaborando como podía, reparaba un muro aquí, levantaba una puerta allá, logró a punta de varita derribar dos enormes centauros que combatían con un par de magos del Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas y que sólo requerían un pequeño empujón para por fin vencer, aquellos seres tenían los ojos en blanco, como unas lunas refulgentes y el horror que sintió al ver sus rostros vacíos mientras los ataban de patas y manos, hizo que el estómago se le revolviera, ¿qué podía haber peor que ser dominado así?; luego de intercambiar algunas palabras con aquellos dos hombres sobre el estado de la batalla y lo que habían visto hasta llegar a ese sitio, pudo descubrir con desagrado que estaban siendo presas de un ataque enfocado en destruir, orquestado para herir y causar terror. Siguió su camino rumbo a su oficina, ya corriendo desesperada, con el pelo sobre la cara pegado por el sudor y la varita afianzada.

Cuando siguió su camino, optó por detenerse un segundo y sujetarse el cabello, con la varita entre los dientes contempló el estado del pasillo por el que iba, mientras aquellos dos a los que había apoyado continuaban en su faena; pensó que no debía irse sola, pero no tenía otra opción, quedarse con cualquiera que no fuera de los suyos, no le parecía lo mejor. Por entre los andadores se encontró metida en un silencio extraño, hacía muchos pasos que había dejado atrás el fuego de una oficina hecha trizas, los gritos, las batallas y en este nuevo ambiente la velocidad de sus pasos menguó sobrecogida, como si algo no le murmurara advertencias y tuviera que andarse más con cuidado; convencida de que la misma soledad del lugar era inaudita se desplazaba con pasos largos y casi flexionando las rodillas, ¿tantos trabajadores y batallas en otras áreas, y ahora sólo silencio?, ¿qué había ocurrido realmente por ese andador?, ¿alguien esperaba a la vuelta de la esquina?

Había demasiada tranquilidad ahora, no creía que hubieran tardado tanto en convocarlas como para que ya hubiera zonas con batallas perdidas, terminadas o muertas, era extraño que entonces poco quedara de la batalla por ahí, aunque claro, podía ser que aún no llegara a todos los rincones del Ministerio o que en realidad hubiera pasillos donde no pasara absolutamente nada; entonces escuchó un combate en su camino y sin pensarlo se metió en él, más por hacer algo y no tener que enfrentar de nuevo que se había marchado dejando a Granger atrás; había dos aurores peleando acompañados por otros tantos funcionarios, entre secretarias y asistentes que empuñaban sus varitas, combatiendo a cuatro hombres secundados por…

—Inferis. —Los cuerpos, plagados de úlceras, amoratados y de pieles que parecían tener la textura del papel, avanzaban rápidos y grotescos contra los que les hacían frente a punta de varita, el problema con aquellos cuerpos revividos con la magia más oscura no era sus habilidades mágicas o poderes sobrenaturales, el problema con ellos era que causaban tal impacto a quien los enfrentaba, que la magia misma se coartaba en su camino; si algo detestaba era aquella fisonomía putrefacta, aquel daño corporal extremo, sentía náusea sólo con la idea de que alguien pudiera hacerse con su cuerpo luego de muerta, para enviarlo a la trinchera y usarlo como peón en batalla.

Congelada por sus miedos más profundos sintió que su cordura pendía de un hilo cuando uno de aquellos cuerpos se volvió hacia ella y pudo verle el rostro: era una mujer, quizá rondaba su edad, debía ser una muggle por el atuendo, los jeans se le habían roto por toda la costura de la pierna izquierda y el muslo sobresalía a medias por entre el agujero, la carne de aquella sección de pierna era del color el moho, y parecía tener la textura de la espuma que se logra cuando licúas mucho un poco de lecha con plátano, el aire se detuvo en sus pulmones cuando vio el hilo de saliva, grumosa y verde que le caía de la boca, desde el agujero irregular de un diente hecho pedazos; alguien lanzó un certero hechizo a aquel cráneo y cientos de miles de gotitas negruzcas y espesas saltaron por todos lados cuando una herida del tamaño de una mano le apareció en la coronilla. Un agujero que había decidido aparecerse justo ahí, en esa cabeza que se ladeaba a la derecha mirando a Parkinson, que se había quedado boquiabierta con una náusea tan grande en la boca que tuvo que vomitar a un lado en el extremo de la sorpresa.

Por el rabillo del ojo vio un relámpago plateado que golpeó a un hombre frente suyo, mientras se incorporaba quitándose la saliva que le mojaba la barbilla y sintiéndose asquerosa, fue como un latigazo que lo arrojó contra el muro, donde desapareció con un grito de desconcierto y un ¡plop! que sonó a papel de regalo, ahora comprendía la soledad del lugar, quien fuera que estuviera batallando contra el Ministerio había hecho un buen plan: atacar y quitar a la gente de su camino enviándolos a sabrá Merlín dónde; tomada sobre aviso, Pansy desvió cinco o seis rayos iguales que intentaron golpearla mientras paso a paso avanzaba hacia el fragor de la batalla muy derecha y plantada sobre sus pies, esperando no tener restos de su pasada escena de debilidad. Debía reconocerlo para sí misma si no para los demás: nunca había creído ser una duelista avispada o poderosa, mucho menos una guerrera de gran poder o temple y el vómito aquel podía confirmarlo, mas era resistente y tenaz, y si carecía de repertorio de conjuros por lo menos tenía las agallas para fijarse en un punto y mantenerse en él.

—¡Sectum!

Los cadáveres que rodeaban a aquellos cuatro hombres no podían ser los muertos de la batalla actual, tenían la apariencia de haber sido sacados de un cementerio recientemente, algunos llevaban aún esos trajes elegantes y vistosos de los funerales cubriendo sus cuerpos resecos y arácnidos; entre más avanzaba deshaciéndose de ellos, usando ataque tras ataque y rompiendo miembros plagados de podredumbre sin consideración o misericordia, más se ganaba las miradas de los contrincantes y de los de su bando. Usando su arma más confiable, su poderoso Diffindo empezó a deshacerse de las extremidades de los inferi que intentaban acercarse al grupo combatiente al que se unió, y entre movimiento y movimiento, entre escudo y ataque, procuró observar a los cuatro magos que comandaban el ataque: dos eran con toda seguridad mujeres, los otros dos eran hombres bastante dispares, uno enorme y mayor, el otro ligeramente más bajito y joven le era muy familiar; no quería reconocer formas de pelea, pero le parecieron extrañamente cotidianos y se obligó a no ponerles atención, porque le habría causado más problemas que ventajas poner rostro bajo aquellas máscaras.

— ¡Diffindo! —Gritó siguiendo la batalla, rebanando por igual objetos, muros y cuerpos que se le ponían delante, por el otro lado del pasillo a espaldas de sus contrincantes una corretiza les llamó la atención; miembros del grupo atacante y miembros del Ministerio por igual se aproximaron al lugar entre el rumor de la batalla, venían todos a congregarse en aquel espacio que ahora que miraba con atención era amplio y permitía la batalla.

—Manténganlos juntos, ¡hay replegarlos a todos! —Era la voz de Potter, Pansy la reconocería en medio de un tubo de desagüe o dentro de una caja llena de armónicas, aguzó la mirada sólo para encontrarse con que eran cuatro o cinco los combatientes, enemigos que de inmediato se unieron a los que ella ya estaba haciendo frente, el rostro de algunos de los miembros del Ministerio al ver los inferis regados por el piso fue un poema, y ella tuvo que arremeter con más fuerza, porque los invasores estaban haciendo gala de mayor habilidad.

—¡JINX!

—¡REDUCTO!

Había fuego, alguien a su lado se incendiaba y tuvo que volverse para intentar apagarlo con la varita y en la desesperación con las manos a falta de mayor velocidad mental para ayudar, alguien tras ellos empezó a ayudarle a rodarse y Pansy volvió a la batalla lanzando rayos plateados y azules y chispas buscando no tener necesidad de gritar, que la garganta ya le dolía.

— ¡PENETRO! —Alguien gimió a su espalda y tuvo que volverse a desviar un ataque que de buen grado se le habría estrellado en la cara, tomada por sorpresa un conjuro se impactó contra su rodilla derecha casi tirándola, restos de ese conjuro alcanzaron el vientre del sujeto a su lado haciendo que cayera de bruces al suelo.

—¡Pansy! —Millicent estaba del otro lado, por un pasillo superior con una terraza que daba justo a donde estaban, venía despeinada y con la ropa manchada de algo negruzco y pardo, verla le dio alivio y se dio el lujo de sonreírle antes de volver al conflicto. —¡Cuidado!

Algo cayó justo a su lado, como una bomba que sacudiera a todos y la hizo venirse al piso en medio de un grito compartido con otros más, alguien del bando enmascarado había empezado a convocar rocas enormes que caían sobre todos, era una lucha por esquivar, romper, pulverizar y Pansy se encontró pronto extenuada varita en mano, los dedos blancos por la presión de sostenerla y atacar; en un instante creyó tener un momento de tranquilidad cuando las tres personas junto a las que luchaba se detuvieron, pero no era nada de eso, no había tregua, es que por el otro andador había llegado replegado otro grupo de enemigos que huían de más personas del ministerio y la línea de cinco personas en que se encontraba Pansy de pronto fue la carne dentro de un emparedado. Al frente tenía enmascarados y a su espalda también, se viró un poco poniéndose de lado para tenerlos a sus costados y nerviosa se llevó la mano a la frente para secarse el sudor, que al mirarse distinguió rojizo y se supo herida aunque no sabía de dónde.

—Mierda. —El joven mago a su lado se pegó más a ella y comprendió la verde que tenía razón en la expresión y que tenía que hacer lo propio uniéndose a él y a los otros más cercanos, a derecha e izquierda tenía enmascarados que les miraban a ellos y a los que había afuera, Pansy y compañía eran el islote, los de color cobalto el arrecife a su alrededor y más allá, una franja más de defensores del orden y el Ministerio; en cuestión de dos parpadeos a su espalda había más, mientras por su frente arribaba otro grupo de trabajadores furiosos y llenos de la locura propia de la batalla sangrienta e inexplicable.

—Esto no es nada bueno. —Murmuró dándole la razón al muchacho frente suyo ahora que giraba lento para saber qué le esperaba en cada flanco, mientras su muñeca se movía independiente de su boca y sacudía la varita dejando salir escudos y ataques por igual.

¡EXPULSO!

— ¡Expelliarmus! —Los inferís habían caído ya todos y caminaban entre cuerpos destrozados, el tacón de su zapato se incrustó en una pierna atorándola y casi tirándola al piso, el enemigo a su derecha intentó huirle al grupo que se venía integrando al lugar, haciendo que los de dentro se pegaran entre sí aún más; ahora sólo estaban los magos contra ellos, ya no había bestias o cuerpos revividos a perversión, Pansy tomó posición al costado del muchacho que había hablado, parecía que tendrían que pelear espalda con espalda para protegerse lo mejor posible, entonces notaron ambos con horror que de los enmascarados un grupo muy definido se desprendía de su batalla contra los que los rodeaban para atacarlos a ellos al centro del grupo. —Infelices… no piensan dejarnos salir con vida de esta maldita ratonera. —Mascullo quitándose un hilo de sangre de sobre la ceja derecha.

— ¡IMPEDIMENTA!

—Estamos en una trampa para osos, a donde vayamos se cerrara sobre nosotros. —Masculló el hombre a su espalda, de pronto empezaron a caerles hechizos como lluvia, Pansy intentaba con toda su fuerza formular un escudo funcional, pero no lograba sostenerlo con tantos ataques regados a su alrededor y flaqueaba de uno y otro lado a cada tanto.

¡PROTEGO!

— ¡Están atacando a los que están dentro! —Gritó alguien desde afuera, el hombre a su lado sacudió la varita con rabia, tenían que vencer a alguien, tenían que lograr hacerse espacio, un andador seguro para salir de ahí; la lluvia de hechizos era tanta que el hombre a espaldas de Pansy cayó al suelo noqueado y pronto ella misma tenía heridas causadas por los estragos de los rayos que la rodeaban y se filtraban por entre su escudo, anta la multitud de ataques inservible.

— ¡AVADA KEDAVRA! —El hombre a su lado lo conjuró como si siempre la hubiera lanzado y un espasmo de realidad la golpeo: había ahí gente muriendo y ella misma podría morir si un rayo esmeralda como aquel la golpeaba, miró a todos lados, en el grupo recién llegado creyó distinguir la cabellera de Hermione, pero se convenció que era sólo su imaginación y se mordió el labio recordándose que necesitaba mantenerse serena.

— ¡Sanatas! —Fuego, de pronto había fuego que los rodeaba y el calor abrasador la hizo perder los estribos, miraba a todos lados confundida mientras olía la carne achicharrada de alguien y un alarido que helaba la sangre se elevaba por sobre los otros conjuros de la batalla, Pansy se vio lanzando hechizos contra toda túnica y máscara que pudiera ver.

¡Accio!

— ¡Van a matarlos! —Gritó alguien desde el pasillo superior, Pansy se esforzó por combinar escudo y ataque por igual, las manos las tenía entumecidas y empezó a sentir ardor en el costado, un golpe venido de no sabía dónde la hizo dolerse de la pierna izquierda y casi irse de lado, mas logró contener la caída y se fue al frente sobre su rodilla derecha que gimió de dolor; uno de los enmascarados la miraba fijamente, una bruja de su grupo gritó como si la hubieran asesinado, ¿la habían asesinado?

— ¡CRUCIO! —La sacudida la golpeó por sorpresa, le dio de lleno en el pecho casi a altura del corazón haciendo que le detuviera la sangre en el corazón en un latido dejado al olvido, fue como si la tomaran entre una mano gigantesca y la presionaran hasta hacerla pedazos, el grito de su garganta fue largo, doloroso, como de perro herido.

— ¡SECTUSEMPRA! —Ese era Potter, lo reconocía, entre la gritería de hechizos que se le mezclaban y la bruma de dolor que le hacía llorar los ojos, lo podía escuchar y por un momento creyó estar viendo a Draco, sangre, estar en el Colegio; el dolor la hacía delirar, se le mezclaba el rostro de su madre con la tela de un pantalón que se le paseaba frente a la cara y una bota que le pasó tan cerca que casi le rompe la nariz, la voz del Ministro se escuchaba en algún sitio lejana y ahogada, una explosión llenó todo de polvo, otro cuerpo cayendo a la distancia, Millicent… Millicent llamándola, el dolor es más fuerte que cualquier cosa, está a punto de orinarse.

— ¡CRUUUUUCIO!

—Ma… —No podía decirlo, no podía decirlo, estaba llamando a su madre entre las lágrimas de dolor que la maldición le estaba sacando ya no de los ojos, sino del recuerdo de batallas y tristezas pasadas, había sonido de pasos y gente que gritaba a su alrededor, y a ella la cabeza se le llena de un zumbido enloquecedor que la hace apretar los dientes casi hasta sentir que se los hará trizas unos con otros.

— ¡Pansy!

— ¡CRUCIO! —Volvió la voz anterior y esta vez dolió tanto que se sacudió contra el piso como un pez a contra corriente y entre las lágrimas vio la batalla y la mente se le nubló como si se hubiera vuelto loca en un segundo, vio caer a dos enmascarados, vio replegarse a uno más y otro desaparecer con un chasquido, de pronto estaba poseída por algo más cercano a perderse para siempre que otra cosa y entonces la vio.

— ¡SANATAS! —Hermione avanzaba a fuerza de prenderle fuego a todo lo que se le interpusiera, tenía la cara inflamada de rabia, las llamas le incendiaban los ojos y el enemigo se retorcía y Pansy creyó que se iba a morir y lo último que vería sería a esa mujer envuelta en llamas y con los ojos enloquecidos por el odio de una guerra perdida; dos máscaras más desaparecieron, una entre llamas otra al huir.

Al fin huían.

— ¡Cave Inimicum! —El dolor menguó un poco, el que le miraba atacándola pareció tambalearse bajo dos golpes que lo llevaron de lado a lado, algo sacudió el mundo entero a su alrededor y entonces entre el humo de desapariciones y el caos absoluto, tres voces gritaron a la par:

— ¡Bombarda Máxima!

— ¡DEVASTO!

— ¡DESTRUCTO! —No le dio tiempo a volverse tirada como estaba en el suelo, no le dio tiempo de cubrirse de lo extenuada que se encontraba, llevada al límite del dolor apenas escuchó esos gritos y muy apenas los comprendió; sentía cada parte de su cuerpo temblar como si fuera de gelatina, los pequeños espasmos que venían desde su columna la hicieron primero estirarse y arquearse como un gato, luego reprimirse en sí misma con sacudidas irregulares hasta quedar en posición fetal, en ese momento, en aquel estado de insolente destrozo hasta respirar costaba y la boca la tenía abierta con la saliva cayéndole a borbotones por entre los pliegues de su cuello torcido, mientras su lengua se revolvía como si todavía la estuvieran torturando, los ojos los tenía en blanco, su mente se había perdido…

En el otro lado, lejos del derrumbe generalizado que por más hechizos de protección que lanzaron no pudo ser evitado, Hermione Granger vio la mole entera del edificio venirse abajo y Pansy Parkinson estaba ahí.

/o/o/o/

Un silencio del tamaño del mundo se apoderó de todo, había quien contenía la respiración dentro de su cuerpo, había quien tenía los ojos clavados en el derrumbe y quizá absorto en ello había detenido todo movimiento, todo intento de hacer algo, quizá hasta se habían olvidado por completo de respirar; los que intentaban ayudar se olvidaron también de seguir sometiendo a los atacantes y poco les importó que empezaran a huir, en unos minutos no quedaba ni uno solo, ahora la visión estaba puesta en el derrumbe y quien pudiera estar bajo los escombros, que sabían eran muchos. Hermione permanecía con el cuerpo aterido, mirando fijo a aquella enorme cantidad de roca que había caído sin más sobre un montón de personas, entre ellas Pansy; su primera reacción fue caminar hacia allá y empezar a mover las rocas a punta de varita, y lo hizo tan absorta que no notaba que era la única en hacerlo, que había reaccionado primero que nadie más y que ahora la seguían. Pero no duró mucho en ello, pronto no era la única moviendo roca, cuando la vieron los hombres de Harry y él mismo, cuando el Ministro la encontró entre las sombras y el polvo, rápidamente corrieron a asistirla, aunque algunos lo hacían más con la intención de alejarla, pensando que debían protegerla.

— ¡SURGERE! —Hermione apuntó su varita a un extremo del trozo gigantesco de muro que se había precipitado frente a ellos, aunque otros intentaban ayudarla de momento y veían sus movimientos fue sorpresivo que simplemente actuara así, dispuesta a hacer todo ella; pese a ser una bruja experimentada y de gran habilidad, su hechizo apenas logró sacudir la roca generando más polvo del que hubieran querido.

— ¡CUIDADO! —Toda una sección del techo caído se levantó con un estruendo dejando ver a un par de personas que cubiertas de una capa gruesa de polvo fueron auxiliados de inmediato, sólo verlos una vez le mostró que ninguno era ella y entonces volvió a la carga.

— ¡Todos, como Granger! —Era Millicent que quizá también viera a Pansy quedar bajo el escombro, en otros sitios del derrumbe ya estaban levantando a su modo los trozos de techo sin hacerle caso a ellas, y aquí entre las dos y algunos más el conjuro resultó lo suficientemente fuerte para elevar un pedazo de hormigón.

— ¡SURGERE! —Gritaron al unísono por segunda vez, y el montículo de concreto se elevó, más empezó a partirse como el trozo gigantesco de una galleta muy tostada y reseca.

— ¡Cuidado! —El corazón se le fue a la garganta, la loza enorme se desmoronaba volviendo a caer en donde estaba antes, pero como crueles pedazos de gigantesca muerte polvosa; no podría detenerla aunque usara ambas manos para moldear el hechizo necesario, simplemente no había modo, desesperada intentó acercarse y conjurar algo más efectivo.

—Espere señorita Granger, no se acerque. —Alguien la detuvo, más personas removían escombro, más allá alguien vitoreaba, sacaban a alguien más con vida por el agujero dejado entre dos lozas.

Angustia, eso era todo lo que podía sentir, una venenosa angustia, porque Pansy no se veían por ningún lado y ella simplemente quería verla, muerta, viva, como fuera.

/o/o/o/

Hacía mucho tiempo que no fumaba, así que el sabor inicial fue muy desagradable, la garganta le renegó como si estuviera haciendo el acto espectacular de tragarse una espada, su mente divagó de la calada que le daba a su cigarrillo, hasta la espada de Gryffindor muchos años antes, empuñada por Neville Longbottom para cortar la cabeza de aquella maldita serpiente; ese día a veces se le fundía en la memoria como si fuera agua pasada y pocas cosas valieran la pena desde aquel entonces. Mientras volvía a ponerse el cigarrillo en los labios donde jugaba a acróbata, miró su reloj y descubrió que habían pasado muy pocos minutos en realidad, aunque sentía que era toda una vida, el llamado todavía le sonaba en las orejas, el agua de la piscina se le empezaba a secar en los hombros bajo el sol; se quitó el cigarrillo y se paseó la lengua por los labios humedeciéndolos y recordó a Hermione tiempo atrás.

La primera noche juntos era una bofetada, recordaba relativamente poco, sobre todo aquel espasmo extraño que la había sometido llegado el momento, no lo había asustado no, pero le había causado una muy viva impresión, arqueada en su mano, pegado su pecho desnudo y húmedo contra el suyo, la respiración congelada en la garganta como un grito que no quiere salir y se aferra; siempre, para la eternidad, al recordar a Hermione y atar su memoria con intimidad recordaría esa mueca suya, justo esa, la de ese instante. No le había gustado, jamás lo diría en voz alta, pero no le había gustado nada, parecía sí presa de lo que sentía y sí, arrobada por la emoción y las sensaciones placenteras de su cuerpo, pero recordaba muy bien que a él no le había gustado y de no ser por la enorme excitación que sentía, probablemente se le habría ido la calentura entera y no habría podido terminar.

Pero terminó.

Recuerda con la tercera calada lo que vino después. Hermione era tierna y dulce y en ese momento estaban tan enamorados que el encuentro había resultado tierno y fascinante, al menos para ella que acurrucada contra su costado, se había quedado dormida besándole la mejilla, pequeña y delgada contra el largo enorme de su cuerpo; Ron se había clavado en la cama sin moverse un milímetro pensando en aquella expresión y preguntándose si siempre sería así, si hacerle el amor a Hermione tendría por obligación aquella mueca extraña que no podía alejar de sus recuerdos. Por fortuna no volvió a pasar, una porque Hermione podía ser muy expresiva y variante en sus gestos, otra porque procuraba no mirarla en ese momento, nunca lo admitiría, pero siempre buscó el orgasmo en ella sin tener que verla, a ojos cerrados, volviéndose a un lado, concentrándose en sí mismo.

Cuarta calada. ¿Aquellas revelaciones personales serían las que Charlie le quería fomentar dejándolo solo en su casa?, ¿qué tan correcto era estar pensando en Hermione y su rostro en el espectro del orgasmo mientras el Ministerio era atacado?; volvió los ojos al cigarrillo, llevaba la mitad y entonces recordó porqué ya no fumaba. Un año más o menos antes durante una práctica formal, un grupo de aurores entre ellos Harry y él, estuvieron realizando conjuros bajo presión, algunos acabaron con desmayos a los pocos minutos, otros más con dolores de cabeza que los mandaron a San Mungo; recordaba con diversión la expresión de Harry al verlo pálido, mareado y sofocado en un rincón de la sala, intentando reponerse.

Creo que te está pasando factura el ser una chimenea, Ron. —Potter se quitó las gafas para limpiarlas con la punta de su camisa, sentándose junto a él en el piso mientras hablaba, Weasley sonrió de lado echando la cabeza atrás hasta golpearla con el muro.

Un cigarro no mata. —Murmuró con una sonrisa de culpa, pero sintiendo que se le iba a salir un pulmón por la boca si no la mantenía bien cerrada.

No… pero ayuda a. —Si algo torturaba a Ron era la forma como la mirada de Harry cambiaba cuando se hablaba de que alguien cercano podría morir, los ojos que le dedicaba cuando existía en la conversación indicios de su posible muerte eran como lozas pesadas sobre sus hombros.

A Ron no le gustaba esa mirada en Harry, por eso ya no fumaba.

Volvió a pensar en el ataque al Ministerio y si él estaría siendo necesario, pero se convenció de que no podía ser así o ya le hubieran llamado, imaginó aquella enorme instalación atacada por sorpresa, no era algo fácil de hacer y siempre habría requerido la participación de alguien desde dentro; la única forma de penetrar aquella fortaleza mágica era si alguien interno disponía las cosas para facilitar el ataque, tendría que haber infiltrados, al menos unas cuatro o cinco personas, todas con capacidades mágicas fuertes. En algunas ocasiones habían analizado ataques a sitios como el Ministerio o San Mungo, ninguno parecía sencillo no obstante no era imposible atacar, recordaba una clase en la que había comentado la posibilidad de atacar no sólo con magos, sino además con bestias mágicas u otras cosas; la idea de atacar una instalación de gobierno apoyado en animales mágicos al principio fue descabellada, pero recordaba a un compañero de clase, más no quién con exactitud, que había sugerido el uso de hombres lobo, gigantes, trolls o incluso vampiros, muy a la vieja usanza de Lord Voldemort.

Las risas fueron casi automáticas, hacía mucho que no había alguien con tal nivel de convocatoria, pero él creía que era factible, alguien comentó que con algo de dominio mágico sobre las bestias no sería difícil y pronto se encontraron evaluando la posibilidad de tener un dragón atacando alguna oficina, la idea del fuego de un dragón en plena recepción del Ministro, incendiando todo y destrozando con sus enormes dimensiones dejó de ser gracioso, era una opción factible y si se les pedía pensar como atacantes, seguramente a más de uno se le prendió el foco con ideas de cómo filtrar al animal y cómo dominarlo ya dentro; Ronald no fue la excepción, hermano de entrenador experimentado de dragones, había escuchado muchas veces los alcances de saber domar a una buena bestia, más meritorio del entrenador que del animal y por tanto, más riesgo para quien se le pusiera delante.

Pensando en aquello se le acabó el cigarrillo, el agua de la piscina desapareció del todo de su piel, se puso en pie desnudo como estaba y estiró su cuerpo, el sol caía a plomo y lo calentaba todo, le cegaba, sí, pero aquella reflexión le estaba sirviendo aunque no sabía bien para qué; mientras volvía a la orilla de la piscina dispuesto a volver al agua, miró de soslayo al sitio donde estaba antes sentado, las muchas cartas que había abierto antes de empezar a fumar le miraban desde su lugar, junto a la pata de la silla reposaba el listón plateado y pensó un momento en que se iba a mojar.

Al final se arrojó al agua, de todos modos el sol iba a secarlo al cabo de un rato.

/o/o/o/

Tenía que moverse muy rápido, contaba apenas con unos segundos antes de que alguien pudiera notarlo tanto en uno como en el otro lado, le molestaba terriblemente el atuendo, pero no podía desprenderse de una sola de las prendas; por sobre los bordes que le envolvían los ojos intentó descifrar qué tan mal estaba y miró con desconcierto que estaba en serio herida, quizá no peligraba su vida, pero su mente…

Se inclinó sobre ella mirando todavía si respiraba, como si dudara de su propia habilidad para determinarlo un segundo antes, no sabía cuántas veces tendría que sentirle el pulso o verle respirar para convencerse de que lo estaba, como fuera, se sentía fuera de lugar, miraba de vez en vez a todos lados, sólo para cerciorarse de que estaban solos; estaba cometiendo un terrible error al ayudarla pero no iba a permitir que ella muriera, de todos los posibles muertos, ella no podía estar en la lista. Tomarla por el brazo antes de que la mole de concreto la aplastara había acabado en sujetarla con demasiada fuerza y extraerla por milagro, las heridas de la pierna izquierda eran producto de eso, del arrastre de su miembro entre los extremos de un sándwich de concreto, un hilo de sangre había quedado por el piso ahí donde se habían deslizado unos centímetros al aparecerse.

La batalla no le asustaba, para nada, pero caer así de sorpresa sobre tanta gente "inocente" sí lo había sacado de su zona de confort; cuando lo reclutaron para aquello la idea de atacar y someter no sonaba tan terrible, pero cuando estuvo listo para actuar y le dijeron su parte del trabajo empezó a sentir una extrañeza que le obligó a permanecer, observar y esperar; su parte había sido aparentemente simple: acudir a hacer un trámite cualquiera, uno en serio necesario para sus negocios, llevando en el bolsillo del pantalón el bolso en el que reposaban dormidos pero latentes seis hombres lobo. Debía dejar el bolso en una oficina en particular: la recepción del Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas, hasta donde se dirigió camino a resolver sus asuntos y saludar a una vieja conquista.

Después sólo debía acabar su trámite y en punto de las 13:00 hrs, soltar las ataduras mágicas del bolso, ingeniárselas para ocultarse en algún armario, archivo o desván y salir enfundado en el uniforme exactamente quince minutos después; los uniformes siempre le habían parecido idioteces, no entendía a los mortífagos con sus máscaras, mucho menos con la marca en el brazo, esas cosas le parecían de lo más sosas y simples, como niños pequeños que se cuelgan cuentas al cuello para decir que forman parte de un club sin chiste, ni seriedad. Pero igual se puso la túnica y la máscara y empezó a atacar por aquí y por allá, la premisa era crear caos, así que fue por el pasillo destrozando cristales, incendiando archiveros, noqueando personas y conjurando muebles que corrían y desordenaban oficinas.

Los primeros minutos habían sido cruciales y pronto se reunió con otros tres de su grupo, una mujer y dos hombres, los hombres tenían indicaciones específicas: sacar gente del Ministerio a punta de varita, enviarlos lejos, a parques, a callejones y avenidas concurridas, uno de ellos incluso se divertía enviándolos a hoteluchos de cuarta en un barrio pobre de Londres, a otros los hizo desaparecer de ahí para hacerlos aparecer en una nevería al oeste de Liverpool; la mujer sin embargo, tenía otras indicaciones, ella iba a matar. Los rayos verdes que salían de su varita lo dejaron helado y fascinado a la vez, la forma como soltaba maldiciones asesinas a diestra y siniestra lo hizo sentir náusea, pero permaneció en el grupo, quizá no porque creyera, sino porque le interesaba ver más.

Contrario a su consejo a Blaise no había ignorado la carta y ahora sabía por qué. Cuando la roca se desprendió, cuando los tres con los que estaba hicieron aquella enorme destrucción y vio a Pansy en el suelo convulsa y vuelta una masa informe de dolor y angustia, comprendió su presencia ahí; fue rápido, tanto que hasta se sorprendió de sí mismo, ahora viéndola ahí maltrecha esperaba que hubiera valido la pena.

/o/o/o/

—P… hey, P… —Alguien le tocaba la mejilla con cuidado, un roce apenas que le causaba mucho dolor, dolía tanto todo que no sabía si quería abrir los ojos, al hacerlo, la boca le supo a sangre y sintió una bruma de espanto que la hizo empezar a sollozas, era como si ojos y lengua se pusieran de acuerdo para empezar a detectar cualquier cosa y todo fuera abrumador en extremo; sus ojos se enfocaron en aquellos penetrantes y oscuros y en la forma de la máscara, dio un respingo y siguió llorando, un alarido que no se había dado cuenta no tenía sonido alguno, no podía pensar, no tenía capacidad de definir lo que pasaba además de las sensaciones más básicas, no hasta que él acercó a sus labios un pequeño frasco y la hizo beber un líquido que le supo a alcohol puro y empezó a calentarle la cabeza.

Por un segundo siguió en blanco, luego fue como si el dolor fuera más profundo y más real, un grito se le ahogó en el pecho y casi enseguida todo el dolor derribó lo que fuera que obstruía en su cabeza su razón y la cordura y el sentido se revolvieron como aves apresadas y volvió; el alarido antes callado se volvió un seco y hosco gruñido venido desde su pecho, una vibración de las cuerdas que le recordó los ensayos del coro en Hogwarts a los que le gustaba ir a burlarse, las caídas y rodillas peladas de la infancia, el saber que su padre había muerto, el tener a Draco sobre su cuerpo intentando separarle las piernas. Sueño y realidad se le empezaron a mezclar y en un segundo de eternidad comenzó a volverse loca para de pronto estallar.

Pansy volvió.

Aterrada buscó su varita al final de su adolorida mano y la encontró por fortuna entre sus dedos ateridos y casi ajenos, el aire estalló en sus pulmones con ardor de mil diablos y rabiosa apretó su arma y la apuntó directo a aquella frente, respirando agitada, con cada milímetro de piel ardiendo como si la hubieran sumergido en aceite hirviendo.

—Calma, P… calma, apenas pude sacarte. —La voz, sin razón ni aparente motivo, sin lógica alguna la relajó, como si saberlo fuera suficiente para confiar.

—¿Theo? —Preguntó sin voz sólo con el aire que salía de sus pulmones, no tenía ni la voz quebrada, era casi más soplido que sonido, él asintió con la máscara cubriéndole la cara, sonrió, lo sabía, pero no dijo nada; miró a todos lados nerviosa y se descubrió adolorida hasta la raíz del pelo, tanto que podría echarse a llorar, él le pasó la mano por el rostro y le indicó que callara con su dedo enguantado sobre los labios.

—Shhh… necesito que tomes aire fuerte, debo regresarte a los escombros antes que noten que no estás. —Por más que intentaba dilucidar lo que pasaba, entender a qué se refería con volver a los escombros, no alcanzaba a entender nada, la pierna le dolía más que el cuerpo que pareció empezar a adormecerse y empezó a asustarse ante su alcance para sentir cosas.

—Me duel… —No acabó, sentía que la cabeza se le escapaba por la ventana, o por el agujero del techo, el azul del traje de su amigo empezó a brillar, líneas delgadas y resplandecientes manaban de él hacia los lados, como el sol cuando uno entrecierra los ojos.

—P… P… ¿me escuchas?... P no digas a nadie que yo te saqué… aguanta, P. —Sintió como que la levantaban del piso, pero no, era otra cosa…

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Bad enough

—Disculpe, necesito información, ¿sabe si han traído a…?

¡A un lado, a un lado, apártense!

—Por favor, por favor, mi padre estaba ahí…

—Necesito que me escuche, señor, necesito su ayuda, por favor…

— ¡¿ES QUE NO PIENSA PONERME ATENCIÓN?!... ¡SE LLAMA THOMAS!, SU NOMBRE ES THOMAS, TRABAJA EN LAS BODEGAS… por favor, oiga, ¡POR FAVOR!

Estaba lleno. San Mungo estaba saturado, había gente que apenas había acabado aturdida en el ataque, algunos presentaban hechizos borra-memoria, otros tenían meros golpes producto de derrumbes o explosiones; un grupo más numeroso que los primeros tenía heridas de consideración, huesos rotos o golpes graves por aparecer en espacios inadecuados, cuatro hombres que habían aparecido en un acantilado y acabado cayendo al vacío estaban en el área de urgencias dando de gritos, sumado a eso rastrearlos estaba significando todo un reto para aurores, rescatistas y sanadores. Cuanto más pasaba el tiempo, más nombres iban saturando el listado de heridos, desaparecidos y muertos, para sanadores y asistentes lo más complicado no era atender a los heridos sino tener que decir que no había razón para buscar entre las camillas que llenaban pasillos, salas y privados, que tenían que bajar directo a la morgue.

Entre tanto movimiento la ayuda siempre se agradecía, por eso Luna Lovegood andaba por los pasillos tomando nombres, revisando extremidades y en algunos casos conteniendo hemorragias y bloqueando encantamientos crueles, como los cuatro chicos que habían llegado con graves casos de baile crónico o los que escupían babosas en un rincón, recordándole muy bien a cierta anécdota del ahora temporalmente desaparecido Ronald Weasley; estaba ocupada conteniendo la tos y risa de una mujer, cuando vio pasar a un grupo de heridos de gravedad, por un momento pensó que se trataba de Padma pero pronto identificó las diferencias y dejando a su paciente en buenas manos, fue corriendo a ayudar.

—No te asustes, no te asustes Parvati, todo va a estar bien. —La morena le clavaba unos ojos exasperados, mientras aquellos labios dejaban escapar los gorjeos del pájaro que agoniza.

Nada más identificarla tras un par de miradas asustadas, Parvati alzó los ojos oscuros y enormes que tenía y los enfocó en los suyos azules, se le notaba aterrada y desesperada además, parecía como si hubiera pensado que iba a morir, pero ahora mismo lo que más le preocupara fuera precisamente no hacerlo, lo dicho por Luna le había vuelto algo de razón; así que haciendo gala de su mejor sonrisa Luna estaba ahí, inclinada sobre la camilla de Parvati Patil, ayudando a detenerle la hemorragia del cuello que parecía estarla vaciando por completo, mientras con sus enormes ojos azules procuraba darle seguridad.

—Lu… Lu… —Por mucho que no quisiera verlo así, a Luna aquel le pareció que era un suspiro último, pero no podía permitir que aquello pasara, elevó su varita y lanzó un conjuro sobre aquella herida que no dejaba de sangrar y esta se taponeó con una masa de color verde brillante que brotó hasta escurrir por entre el cabello de la Patil y las manos de Lovegood; los sanadores a su alrededor se volvieron atraídos por el siseo de aquella espuma, por un momento parecieron dispuestos a echarla de ahí furiosos por su invención extraña, pero luego les cambió el semblante, cuando los hechizos de control de hemorragia que ellos empleaban empezaron a surtir mejor efecto.

—Sea lo que sea que le lanzaron y provocó esa herida evita que los hechizos de control de sangrado funcionen… esa gente vino aquí a hacer el mayor daño posible. —Las manos entorno a Parvati volaban como mariposas laboriosas, las varitas y los encantamientos iban y venían como hilos y líneas que patinaban por aquel cuerpo inerte y debilitado; Luna se quedó sin más que hacer que mirar y apretar aquella mano que se había cerrado entorno a la suya con vehemencia.

—Es el caso de muchos de los heridos, es absurdo, hay personas a las que hicieron daño mínimo, casi irrisible… había una oficinista a la que le ataron unos calzoncillos entorno a los ojos… y otras a las que incluso se ocuparon en maldecir para que no los podamos sanar. —El hombre al lado de Luna batallaba por cortar trozos de gasa y vendas para cubrir la herida de la chica en la mesa; mientras esto pasaba, Luna recordó el pasaje de un texto que había leído algunos días antes Las habilidades muggles para la curación de heridas y enfermedades graves, adaptada a nuestra capacidad para remediar y sanar a partir de la magia, formarían un conjunto indisoluble de mejora para la calidad de vida humana, no mágica, no no-mágica: humana.

—Pansy. —Murmuró para sí recordando que eran líneas de su proyecto, aquel en que deseaba traer al mundo mágico lo mejor de la medicina muggle, que quizá ahora les sería de mucha utilidad; luchando por ayudar a los sanadores que la rodeaban le dio por sonreírse por la ironía de la situación, ella había venido a San Mungo para escribir un artículo para el Quisquilloso, algo relacionado a esa alucinación compartida sobre un hombre regordete vestido de rojo con larga y blanca barba que reparte regalos en navidades, asunto muy mencionado en textos mágicos y muggles desde hace varios siglos y que algunos atribuyen a sustancias en el aire, fruto de la mezcla abundante de canela, muérdagos, cocoa y común por la época.

Pensar en aquel artículo y en el proyecto de Pansy le recordó que tenía que buscar a la morena cuanto antes y ver el desarrollo y evolución de su trabajo, sobre todo porque si avanzaba el suyo, seguramente tendría el apoyo de la verde para el que ella misma quería impulsar; una vez que la herida de Patil estuvo controlada y que pudo salir del lugar con más tranquilidad, mientras iba por el pasillo revisando personas y tomando notas mentales para lo que pensaba escribir con motivo de su coincidencia con el ataque, concluyó que tenía que ir a buscar a Pansy un día de esos, para consultarle cómo iba el asunto de su proyecto y pedirle un par de consejos para el suyo, además quería ver cómo iban las cosas entre ella y Hermione.

Y de paso ver si la castaña era tan celosa como siempre le había parecido que era.

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No, esperar a que quitaran fragmento por fragmento no podía ser una opción, Harry estaba ahí del otro extremo de los escombros y veía más allá a más gente conocida, Padma y otros a los que ahora mismo hubiera querido echar a patadas; la varita le estorbaba en la mano, habría querido levantar aquellos trozos con sus propias manos y se odió, se odió por ser tan conocida, por ser tan cuidada y meticulosamente observada, así que de pronto olvidando todo eso, dejando de lado lo que podía pasar si alguien le mirara hacer, se concentró en analizar la pieza de concreto frente a sus ojos, las varillas cortadas que sobresalían por uno de los lados y la cuarteadura que resplandecía como una arruga negra en medio de la estructura. Mirándola con cuidado era sencillo adivinar por dónde se partiría primero el montículo al ser elevado, ahora que imponía su sentido común y su mente fría, su lado analítico y su inteligencia al deseo desenfrenado de levantar aquello, entendía cómo hacer para incorporarlo sin hacer daño en exceso, no dijo nada, sólo se paró lo más firme que pudo entre el escombro que ya la rodeaba, y sin mirar a nadie, sin advertir nada lo hizo.

—SUUUUR… —Potter se volvió a verla tomado por sorpresa, era una mirada sobrecogida, la mirada de incomprensión de saber que es ella, que puede lograrlo y no entender por qué lo hace; el Ministro de Magia, parado del otro lado del montículo elevó los brazos, conteniendo a todos los que levantaban escombro a su modo en pequeños trozos, como dejándola hacer y la voz salida de su pecho se volvió más penetrante y la varita en la mano le temblaba como si tuviera miedo, pero ella no temía ahora nada. —… GEEEEEEE… —De pronto el cuerpo entero lo sentía tenso y dolorido, aquel gasto de energía era inconmensurable pero no se detuvo a pensar, más cuando el gigantesco pedazo de escombro al centro del lugar se elevó al fin dando una sacudida torpe, frunció el ceño porque le dolían las sienes, aquello no iba a ganarle era la mejor bruja de su generación. —… REEEE. —La voz fue más honda, la varita en su mano se curveó peligrosamente ante la mirada atónita de Millicent a su espalda, pero no se amilanó por ello, iba a resistir porque era una extensión de su mano y si ella soportaba aquella presión en su espalda y en su brazo, la varita lo haría también; Potter dio un paso hacia ella con la intención de ayudarle pero la energía que el cuerpo de Granger desprendía era enorme, marcando un círculo difuso a su alrededor en que incluso el polvo y los escombros habían huido presas de su poder, había alrededor de la castaña un suave remolino de viento y arena, pronto el montículo se había elevado unos dos metros; como el cabello entorno a su cabeza se elevaba también como las serpientes de la medusa, otros tantos otros trozos de techo flotaban a su alrededor, ante la mirada azorada de todo mundo y estando ahí, suspendido, Kingsley apuntó con su varita y con un grito potente exclamó.

— ¡EVANESCO! —Fue como un golpe que a muchos tomó desprevenidos y los dobló, Hermione sentía arder su mano, la varita dio un tronido pero no se partió, mas un hilo de humo blanquecino salió de ella y ondeó hacia arriba; en la conmoción posterior a aquel acto poderoso del Ministro, la castaña clavó sus ojos en el polvo y negrura que quedó bajo el montículo que un segundo antes había desaparecido, sombras se movían y tosían bajo aquello y ella se metió en la bruma sin importarle que no podía ver nada con claridad.

—Hermione. —Harry intentó seguirla pero la perdió, parecía imposible tanto polvo pudiera alguna vez asentarse en aquel espacio tan pequeño y lleno de personas y pedazos de concreto, pero al final luego de un largo rato ocurriría.

Entre la negrura buscó con los ojos cansados, arenosos, y cuando vio aquella figura apoyada malamente en su mano derecha detuvo su andar presuroso, respiró al fin, parecía como si tuviera horas sin haberlo hecho, la cabeza le punzó con ello y fue como si volviera a sentir todo, pero sobre todo dolor; sentada, claramente aturdida y con la mirada clavada en algo a la lejanía, manchada de sangre y blanca de polvo, Pansy Parkinson se tocaba el pecho y temblaba, Hermione recordó las lesiones anteriores que había sufrido, el colapso del pulmón unos días antes y comprendió su apariencia afectada y el tono azuloso de sus labios, sintió que iba a gritar pero no lo hizo, por el contrario corrió hacia aquella figura entre las motas de polvo que empezaban a disiparse, casi como si le alegrara el agreste lugar.

Cuando la alcanzó brincando un trozo de concreto y esquivando algunos otros, la miró desde su altura y le pareció pequeña, frágil e irreconocible, y cuando el rostro blanco y gris se alzó para mirarla a los ojos, con un aire perdido de un animal moribundo, cuando aquellos dos puntos verdes en medio del rojo intenso de sus ojos maltratados por la tierra y los golpes le miraron, sintió que el corazón se le detenía en el pecho.

—Ayú… —Comenzó la morena tendiéndole la mano, Hermione supo que no la reconocía, que no sabía quién era, sólo temblaba destrozada; la castaña no la dejó terminar, se tiró de rodillas al piso y la atrapó en un abrazo que supo bien le era doloroso porque la escuchó gimotear contra su cuerpo y sacudirse su contacto, intentar huirle y eso fue aún más horrendo.

—Pansy. —Dijo contra su cabello que cada una de sus respiraciones hizo desprendiera polvo como si de talco se tratara, los brazos de la morena seguían tirantes y temblaba todavía, su mano derecha cayó al suelo y Hermione estaba sollozando histérica cuando entendió que se había desmayado. —Pansy. —Se apartó un poco para mirarla y encontró aquel rostro más pálido, con unas ojeras profundas que se alargaban en el centro del pómulo como tomando la forma de una lágrima, los dedos que llevó a aquel rostro dejaron surcos en la capa blanca de polvo que cubría su piel, Parkinson no reaccionó ante el roce. — ¡Oh Dios mío! —Entonces supo el valor del tiempo perdido en aquel arrebato pero no tuvo oportunidad de decir más y su intento de incorporarse falló, alguien las envolvía a ambas en sus brazos.

—Hay que ir a San Mungo. —El llanto se le acumuló en la boca y no pudo decir nada, la cabeza de Pansy se fue hacia atrás bajo el peso de la debilidad; antes que el polvo se disipara por completo los tres habían desaparecido.

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Mientras tamborileaba sobre la mesa, mientras sentía el calor entrándole por todo el cuerpo y el cansancio del ejercicio extenuante aterirle los brazos, volvió a darle vuelta a esa opción, no era bueno, no era la mejor, pero parecía mejor a no hacer nada; levantó la mirada al cielo y sí, miró el sol. Le gustaba hacerlo cuando niño y sus padres se lo quitaron a fuerza de regaños, zarandeadas y aspavientos, ahora lo miraba de nuevo; el ardor de la luz casi fue revivificante, cómo quema la luz, cómo escoce, cómo destruye.

Sonrió mirando al sol y sintiendo ese dolor, la bondadosa luz lastima también; sonrió de nuevo, hacer aquello no era bueno. Pero era mejor que no hacer nada.

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—… voy a interrogarlos yo mismo, ¿entendido? —Seguía de lado a lado por el pasillo caminando mientras Harry en la intersección de dos andadores hablaba a sus hombres con dureza, Hermione no lo quería ahí ahora, no quería dar explicaciones, quería que se fuera pero él permanecía a la espera; mientras iba y venía compungida, amargada, no dejaba de pensar en la posibilidad de que Pansy acabara muerta, el sanador que los recibió lo había dicho, no respiraba cuando entraron en la habitación.

¿Y si Pansy moría?

La pregunta hizo que el estómago se le estirara, como un retortijón doloroso y sorpresivo, algo más allá de su resistencia física, de pronto se vio a sí misma apoyada en la pared dando bocanadas de aire, algo que supliera el vacío extraño que le inundaba desde dentro y se desbordaba hacia afuera; en su mente un recuerdo nuboso la zarandeó: ¿alguna vez sintió eso mismo al saber a Ron en peligro?

—Hermione, ella va a estar bien. —Harry hablaba a su espalda poniéndole la mano en el hombro, cuando se volvió a verlo sus ojos le preguntaban mil cosas, el moreno sólo negó con la cabeza. —Es muy impresionante ver a alguien ser aplastado por una roca así, hace mucho tiempo que no tenías que pasar por una batalla… es normal que te sientas tan abrumada, no te asustes.

No alcanzaba a comprender que el hombre más inteligente de su alrededor comentara aquello en clara ignorancia de la verdad, se dijo que era negación y de algún modo lo agradeció, aunque quizá hubiera deseado más bien a alguien dispuesto a consolar a una amante y no a una amiga; ¿amante?, frunció el ceño buscando dónde sentarse pensando en aquello, ¿amaba a Pansy?, la pregunta le secó la boca, la puerta de la habitación se abrió.

—No ha pasado lo más difícil. —El sanador dijo aquello como para atajar cualquier pregunta, Hermione asintió sin dejar de morderse la mejilla, ¿dolía?, ni siquiera lo sabía, Harry se acercó con la cabeza gacha. —El daño fue mucho, nos preocupa sobre todo su estado mental, si sale de ello bien librada, saldrá adelante, las próximas dos horas son cruciales… creo que con hidratación y algo de cuidado, ese pulmón se recuperará por fin, esta vez es mejor que no salga de San Mungo hasta que esté del todo bien… es la segunda lesión, yo sugeriría incluso más cuidado a futuro.

—Se lo advertiremos, téngalo por seguro. —Potter sonrió a medias y vio a su compañera avanzar hacia la puerta y abrirla con cuidado, otros sanadores dentro arreglaban cosas y el cuerpo de Pansy levitaba mientras cambiaba sus ropas por el atuendo de los hospitales, de los enfermos; entre el movimiento de telas y de su cuerpo, Hermione distinguió los moretones de los golpes, los vendajes de las heridas cubiertas, las marcas de la batalla y recordó a Pansy retorciéndose presa de la maldición torturadora, el sanador que pasó a su lado con las ropas de la morena le sonrió pero Hermione sólo tenía atención para el olorcillo de orina que desprendía aquella ropa.

—El dolor. —No pudo decirlo fuerte, le salió como un susurro que se le ahogó en la garganta, las lágrimas le llenaron los ojos, una culpa amarga le llenó el pecho.

—Es sorprendente la resistencia de esa mujer. —Harry se paró junto a ella mirando a la cama de la convaleciente, Hermione se inclinó al otro lado para secarse las lágrimas presionándolas bajo los párpados vuelvan a entrar, maldición, entren.

—Hierba mala… —Nada más decirlo se arrepintió, pero Harry sonrió con desgano y casi creyó que había valido la pena el mal chiste, incluso ardiendo.

—Logramos detener a un par de esos malditos, los tienen en revisión, uno está medio muerto… —Harry sonaba furioso, más que eso, rabioso. —… ¿quién pudo hacer algo así?

Hermione tuvo un rafagazo de lucidez, el sobre negro, el listón plateado, la insistencia, el miedo de Pansy…

—Creo que yo lo sé. —Murmuró volviéndose a Harry con el alma prendada a la mujer en la cama, con ella y toda la locura que hacía a su alrededor.