Capítulo 2. El comedor de Diario.


Draco tomaba su desayuno junto a su mujer y su madre en el comedor de diario, situada en la planta baja de la mansión, con vistas al jardín. No era una de las estancias más lujosas de la casa, pero tenía su encanto. La estancia tiene una decoración victoriana sencilla iluminada por unas arañas de bronce, con aparadores de madera oscura al igual que la mesa y las sillas. Jarrones y adornos de porcelana china adornaban los muebles, y de las paredes cuelgan algunos cuadros de paisajes pintados tiempo atrás, posiblemente del jardín, o eso pensaba Draco. Podían reunirse entorno a la mesa hasta ocho comensales a disfrutar de los banquetes que los elfos domésticos preparaban en la cocina.

La sala había sido creada tras la remodelación de la mansión. Recordaba con tristeza aquellos tiempos pasados en que sus padres y él se sentaban a comer en aquella inmensa mesa del comedor principal, en las cuales reinaba el silencio. También recordaba con temor y dolor cuando estaba llena y quien ocupaba la cabecera, que le llevaban a esos recuerdos de tiempos oscuros. Para fortuna de Draco, ese comedor sufrió graves daños durante la guerra y sucesos posteriores y hoy ya no existe, aunque los recuerdos siguen presentes.

Durante su larga estancia en su villa francesa, su madre y él se acostumbraron a comer juntos en torno a una mesa mas pequeña, mas acogedora y familiar, costumbre que mantuvo cuando se casó con Astoria y cuando volvieron a Inglaterra.

Esa mañana en especial Draco estaba un tanto abstraído de la realidad y más serio de lo normal. Aquellos que verdaderamente le conocían podían percibir que algo le preocupaba esa mañana tras ese semblante impasible que mostraba al público. Era uno de septiembre y Scorpius partía a Hogwarts por primera vez. Cuando Scorpius recibió la carta de aceptación, había sido una gran alegría para su hijo. Seria por vez primera que dejara la mansión tanto tiempo. La primera vez que se separaban tanto tiempo. La primera vez que su hijo se alejaría de la protección de sus padres y se enfrentaría al mundo solo.

Su madre y Astoria conversaban sobre los últimos sucesos de la aristocracia mágica y sus próximos eventos. Si bien las antiguas y adineradas familias sangre puras habían perdido poder en la sociedad, mantenía esa aura de grandiosidad celebrando eventos selectos que eran la envidia del resto las brujas y magos. A pesar de la mala reputación que la guerra había dejado sobre el último descendiente del linaje Malfoy y su familia, la alta sociedad todavía les tenía en cuenta, no por nada, aun después del expolio que el ministerio efectuó sobre su fortuna a modo de indemnizaciones de guerra, seguían siendo la mayor fortuna de Inglaterra. Si bien las familias aristocráticas no podían competir con ellos en riqueza, competirían en magnificencia y glamur en las fiestas que celebraban, siendo una verdadera competición entre ellas por ver quien organizaba la celebración mas grandiosa, siendo comparadas todavía con las que organizaban los Malfoy antes de la guerra.

Mientras parecía atender a la conversación, mentalmente se planteaba varias cosas que, siendo sincero, le abrumaban: ¿sería aceptado en Hogwarts por sus compañeros y profesores? ¿Le afectaría demasiado su pasado? ¿Se meterían con él por su culpa? Su mente funcionaba a demasiada velocidad esa mañana y esos pensamientos le atormentaban mas de lo normal. Su pasado le perseguía después de casi veinte años, afectando a sus seres más queridos. Afortunadamente, sus pensamientos fueron interrumpidos por su madre.

- ¿Qué opinas tú Draco? – preguntó su madre devolviéndole a la realidad.

- Creo que está muy bien madre- respondió sin saber de qué se trataba. No tenía ni idea de lo que estaban comentando las dos mujeres, no las estaba escuchando, así que optó por darles la razón.

- No me estabas escuchando- le reprochó su madre elegantemente. – Te preguntaba por el baile de los Bagnold.

- Creo que a Draco no le interesa en este momento ese tema Narcisa- comentó su querida Astoria- no hace falta que lo ocultes, ambas sabemos que estás pensando en Scorpius.

- No estoy preocupado- mintió rápidamente, aunque en vano. Astoria había fijado su mirada en sus ojos grises, descubriendo sus verdaderos sentimientos sin ni siquiera utilizar magia ni esforzarse. Ella era la única que sabia espantar las tinieblas de su corazón.

- Ninguna de las dos negamos lo contrario- dijo Astoria con una sonrisa en los labios, siguiéndole la corriente. Ella tenía un don para descubrir las emociones de Draco. – Va a estar bien, no te preocupes, cielo.

Entró en ese momento Scorpius al comedor. Se acercó a donde estaban su madre y su abuela, dándoles un beso en la mejilla y se sentó en la mesa, al lado de su padre, que le dio una palmada en la espalda a modo de saludo. Estaba algo soñoliento, se notaba que no había dormido bien. Su padre notó al instante lo nervioso que se encontraba su hijo aquella mañana.

- Buenos días, cariño – saludó su madre.

- ¿Tienes todo listo para el viaje? – preguntó Draco

- Sí padre, todo listo – respondió con una leve sonrisa, que pretendía esconder los nervios que el joven Malfoy, tarea inútil ya que su padre los había notado desde que había entrado por la puerta.

- ¿Has metido el violín en el baúl? – preguntó su madre.

- Si madre- respondió mientras se servía los cereales – espero tener algo de tiempo para practicar. – Astoria y él tenían la misma pasión por la música.

- ¡Mi dragoncito crece demasiado rápido! – exclamó su abuela. – Espero que acabes en Slytherin, como toda nuestra familia, no esperamos de ti otra cosa – Scorpius se tensó visiblemente.

- Madre…- advirtió Draco.

"Otra vez no" pensó Draco mientras le ponía una mano en el hombro a su hijo a modo de protección y apoyo. Su madre llevaba todo el verano sacando el tema de las casas de Hogwarts y expresando la "obligación" de su nieto por quedar en la casa de las serpientes. Ello conllevaba no solo el desprecio por las otras casas sino también por sacar a relucir los arcaicos valores de la pureza de la sangre, que tanto él como su esposa había abandonado hace años y habían procurado educar a Scorpius de forma diferente a como hicieron con ellos. Su madre no estaba de acuerdo con esa educación, y se lo hacía saber a su hijo en multitud de ocasiones. Recordó como hace no mucho tiempo atrás, su madre entró en ese mismo salón, donde en ese momento Astoria y él estaban desayunando, hecha un basilisco, cuando se enteró de que Scorpius se relacionaba y jugaba con algunos niños muggles en Hyde Park cuando iban a pasear por el Londres no mágico.

- Si tu padre viera como estás malogrando el linaje no estaría nada contento, Draco- le recriminó su madre.

- Padre ya no está, madre- le recordó tranquilamente Draco, intentando no sonar enfadado por ese reproche.

- No puedo creer que permitas a tu hijo relacionarse con los sucios muggles – expresó Narcisa con enfado - ¡Qué será lo próximo! ¡Relacionarnos con asquerosos sangresucias!

- Te pido que no uses esa palabra en nuestra presencia, madre – dijo Draco levantando la voz seriamente.

- Te estás equivocando Draco – advirtió su madre apuntándole. Draco recordó esas palabras, porque ya las había escuchado antes. Esas mismas palabras le dijo el día que descubrió que Astoria no secundaba las ideas de la pureza de la sangre (aunque él ya no las secundaba desde hacía mucho antes de conocer a Astoria). El día que le anunció que iba a pedir su mano y tomarla por esposa, convirtiéndose en la próxima señora Malfoy.

- Es nuestra decisión madre, y no quiero oírte decir esa mierda delante de nuestro hijo – sentenció Draco enfadado. Narcisa se marchó del comedor elegantemente y dando muestras de enfado y decepción.

- Gracias – dijo Astoria a su marido, mirándole con admiración y amor.

Scorpius estaba muy nervioso con el tema de las casas. Sabía lo que pensaba su abuela sobre el tema, ya que no había parado en todo el verano de repetirle que su lugar por nacimiento y sangre era Slytherin y no otro. También había escuchado a escondidas las discusiones que su padre había tenido con su abuela para que esta dejara de presionarle. Discusiones que no acababan del todo bien, que solían acabar con su abuela marchándose unos días de viaje, volviendo días después como si nada hubiera pasado. Además, había leído Historia de Hogwarts como unas 4 veces en esos últimos días, prestando especial atención a las características de los estudiantes de cada casa. Lo había dejado más confundido todavía. Él no creía que Slytherin fuera su lugar, y no porque tuviera miedo a repetir a seguir la estela de su familia, sino porque creía que era diferente a ellos.

- Desayuna rápido, no queremos llegar tarde a la estación y perder el tren - dijo Draco sin querer sonar una orden.

- Recuerda escribirme también a mi – ordenó su abuela – y mantenme informada de como va el colegio, tu generación va a ser interesante.

Scorpius simplemente asintió y continuó con su desayuno, aunque sin mucha hambre. En ese momento su abuela se despidió de él, dándole un abrazo y se marchó rumbo al jardín. Astoria fue a revisar que Scorpius lo tuviera todo lo necesario para su estancia en el colegio. No es que no se fiara de su hijo, al contrario, pero necesitaba comprobar por ella misma que llevaba todo lo necesario y, además, meterle algunas golosinas extra para el viaje. En el comedor quedaron los dos varones. Draco veía la cara de preocupación de su hijo mientras desayunaba. No hacía falta hacer legeremancia para saber que estaba pensando que ocurriría si no acababa en Slytherin.

- Hijo, no te sientas presionado por las casas de Hogwarts – dijo Draco poniéndole una mano en el hombro a su hijo. – Estarás bien en cualquiera de ellas, y nosotros, tu madre y yo te queremos pase lo que pase esta noche.

- Pero la abuela …- empezó Scorpius – Todos los Malfoy han ido a Slytherin, seguro que acabo allí. No quiero defraudaros como dice la abuela.

Scorpius, tu madre y yo nos sentiremos orgullosos de ti, sin importar en qué casa estés, aunque si puedes evitar Hufflepuff, mejor- Bromeó su padre. - Se que tu abuela puede parecer muy estricta con eso, pero no dejará de quererte por no estar en la casa de las serpientes. – tranquilizó su padre y añadió – Tu abuela está muy arraigada todavía a las viejas tradiciones, pero tú no te preocupes por eso. – Scorpius sonrío y su padre le dio una palmadita en la espalda.

- Tengo ganas de empezar el colegio – dijo Scorpius cambiando de tema – aunque no comprendo porqué no podemos llevar nuestras escobas.

- Reglas centenarias – dijo Draco – en mi época era igual y totalmente incomprensible.

Le hubiera gustado poder llevarse su escoba, pero los de primer año serían prohibido tener escoba propia en el colegio y tampoco podían pertenecer a los equipos de quidditch. No estaba en sus planes entrar en el equipo, al menos no por ahora, pero volar era una de las actividades que más le gustaba. Era un gran volador, mejor incluso que su padre cuando tenía su edad. Era una de las aficiones que padre e hijo compartían. A ambos le encantaba salir por las tardes a surcar los cielos o hacer duelos de buscadores en el campo de la mansión. Astoria, por el contrario, no le gustaba nada volar. Nunca le había gustado no sentir nada bajo sus pies. La primera vez que Draco enseñó a Scorpius a volar en contra de los deseos de su esposa tendría seis años, y apenas se levantaba medio metro del suelo. Por supuesto ambos se ganaron una severa reprimenda por parte de su Astoria, aunque no le prohibió continuar con las clases.

- Tengo que ir a terminar de hacer el equipaje – dijo Scorpius mientras se levantaba de la silla, dando terminado el desayuno.

- Te acompaño – dijo su padre levantándose también – pero pasaremos antes por mi despacho, que quiero darte una cosa.

Scorpius lo miró intrigado y caminaron juntos hasta la salida, en una tierna escena de padre e hijo, mientras los elfos limpiaban la mesa y preparaban el servicio para la siguiente comida del día, aunque con un plato menos en la mesa, algo que tanto Draco como Astoria notarían bastante.

- ¿Qué quiso decir la abuela con que mi generación sería interesante? – preguntó Scorpius.