Capítulo 19. El despacho de Draco.

Draco se había levantado más temprano de lo habitual esa mañana de finales de julio, antes incluso de que su madre se despertara, y se había puesto a trabajar inmediatamente para poder disfrutar de sus vacaciones que empezarían al día siguiente sin interrupciones ni preocupaciones. Estaba terminando de despachar unos papeleas cuando su elfo domestico Pitt entró en la sala con una taza que desprendía un delicioso olor a café recién hecho y el periódico recién traído.

Le dejó el café en un hueco en el escritorio y salió de la habitación intentando hacer el menor ruido posible para evitar distraer a su amo que apenas se había percatado de la presencia de su siervo. Terminó de leer el informe semestral de sus compañías marítimas y lo dejó en la carpeta. Se fijó en el periódico que su fiel servidor le había traído y, como si de un resorte se tratara, su vista se detuvo en las negras y gruesas letras del titular: "Detenidos los asesinos del caso Wiggenfield. El departamento de Aurores liderado por el jefe Potter resuelve el caso más trágico y complejo de los últimos diez años, llevando ante la justicia a tres jóvenes magos admiradores de los mortífagos, pero sin relación con ellos". Draco respiró aliviado de que el caso se hubiera cerrado por fin

Había pasado solo un mes desde que fue llevado al Cuartel de Aurores para ser interrogado por el caso Wiggenfield. No había sido una experiencia agradable volver a aquel departamento del ministerio de magia que le recordaba los momentos más oscuros de su vida pasada. Aun recordaba la frialdad y el desprecio en la cara de los aurores cuando pasaba al lado suya por el cuartel camino de una de las salas de interrogatorio y, por supuesto, la hostilidad con la que lo habían tratado los dos interrogadores que llevaban el caso, así como la tortura de hacerlo esperar durante horas y horas sin decirle nada. Solo agradecía que no le hubieran hecho esperar en una de las frías y húmedas celdas del cuartel. Aun recordaba su terrible experiencia en ellas esperando su juicio después de la guerra.

A pesar de que su implicación había sido totalmente descartada por los aurores, la aparición en la prensa de que los asesinados habían sido encontrados con la Marca Tenebrosa había puesto el foco de atención en aquellos que la portaban, y especialmente, contra él. La creencia de que algunos ex mortífagos, liderados por Draco Malfoy, estaban reuniéndose de nuevo para vengar a su líder caído se había extendido por toda Gran Bretaña por los ácidos y envenenados escritos de algunos periodistas y políticos, que pretendían dirigir la ira de los magos y brujas contra Malfoy y otras familias sangre puras que tuvieron relación con Voldemort, alejándola de los aurores que parecían dar palos de ciego desde que la teoría del resurgimiento de los mortífagos fue descartada. El propio Harry Potter, como jefe de Aurores, quien tuvo que tomar cartas en el asunto, descartando públicamente como falacias aquellas teorías que implicaban al padre del mejor amigo de su hijo, aportando pruebas contundentes de su inocencia y honradez durante todos estos años (algo que causó una gran expectación, incluso al mismo Draco). Tuvo también que tomar personalmente las riendas del caso, cesando al investigador principal, obcecado en una teoría que no se sostenía, lo que le costó enfrentamientos con varios miembros del gobierno y del Wizengamot. Y, por fin, después de volver a analizar todos los datos del caso y de una labor criminalística minuciosa, se descubrió la verdad, llevando ante la justicia aquellos que pretendieron volver a sembrar el caos.

Terminó de leer la noticia y se levantó de su cómodo sillón a estirar las piernas, tomándose un pequeño descanso para tomarse el café antes de que terminara de enfriarse y echó la vista al jardín, que resplandecía aquel día de belleza. La verdad es que su abuelo había acertado eligiendo esa sala como despacho, no solo por las vistas, sino también por su decoración. Los dos grandes ventanales permitían vislumbrar el jardín de las rosas, un espacio ajardinado con setos y rosas de múltiples colores y en el centro, se alzaba victoriosa la diosa Minerva con su fiel lechuza apoyándose en unos de sus hombros. Las cortinas, de terciopelo verde con brocados de seda verde y plata permitían ocultar o permitir la entrada de luz al despacho. Como era de esperar, las paredes estaban pintadas en un verde Slytherin, muy propio del gusto de los dueños de la mansión, sobre todo de los últimos amos de la casa, que parecían obsesionados con ese color. Colgaban de sus paredes unos pocos cuadros, algunos retratos y otros con escenas de lugares que había visitado, como una pintura del Gran Canal de Venecia. Draco había elegido poner en las paredes uno de los retratos de su antepasado Septimus Malfoy, quien siempre había sido un referente para él, y a su apreciado profesor de pociones, Severus Snape. También había decidido colgar el primer boceto en carboncillo de un gran cuadro que su padre había encargado de toda su familia, pero que no se había llegado a realizar debido a la caída en desgracia de su familia tras la detención de su padre tras la escaramuza del ministerio.

Del techo colgaba una lámpara de araña de bronce dorado que, junto con los candelabros de las paredes y la chimenea de estilo georgiano ayudaban a iluminar la estancia. Alrededor de la chimenea, situada en un lateral de la estancia, se alza un gran mueble con estantería de madera oscura, repleta de libros y pequeños objetos de colección. Frente a ella, pegado a la pared se encuentra un sofá y dos cómodos sillones de estilo imperio. Al lado de ellos, hay un gran globo terráqueo, que esconde un botellero, lleno con las bebidas favoritas del anfitrión y unos vasos de cristal. Una maqueta de un barco de tres mástiles, regalo de un cliente de los Malfoy, fue colocado a un lado de la puerta. Al otro lado, una cómoda con tres cajones y encima de ella, se halla un hermoso reloj dieciochesco y unas fotos de su familia en marcos de plata.

Su escritorio, situado detrás de los ventanales, era bastante grande y lujoso, de estilo victoriano, hecho en madera de roble oscuro, con una fina y sencilla decoración. Tenía varios cajones con tiradores de bronce en forma de serpiente, y algunos compartimentos secretos que solo Draco sabía abrir. Acompañaban al inmenso mueble un cómodo sillón con brazos de estilo victoriano, con tapizados de cuero verde y tachuelas plateadas, y el escudo de la familia tallado en la cima del respaldo, y un par sillas sin brazos del mismo estilo mucho más sencillas, pero igualmente elegantes. Sobre el escritorio, además de las pilas de papeles, libros e informes que Draco acostumbraba a tener sobre su mesa, una hermosa escribanía de plata destacaba sobre el conjunto. En el lado izquierdo, una elaborada y elegante lámpara de aceite ayudaba a iluminar el escritorio cuando la luz desaparecía, y en el lado derecho, un pequeño parco de plata con una foto de Scorpius, Astoria y él, tomada el día que se marchó a Hogwarts por primera vez.

Volvió a sentarse en su escritorio, terminándose los restos de café que quedaban en aquella taza de fina porcelana. Estaba descansando la vista con los ojos cerrados, sonriendo de lo bien que parecía haber comenzado el día. De pronto, escuchó aquella voz que algunas veces escuchaba por las mañanas, sacándole de su aburrimiento en algunas ocasiones.

- Parece que alguien está de mejor humor esta mañana – dijo el profesor Snape con esa voz áspera que le caracterizaba.

- Ni te imaginas cuanto – dijo Draco girándose hacia el retrato.

Severus Snape no solo había sido el profesor favorito de Draco. Había sido mucho más para él y para sus compañeros de Slytherin que les tocó vivir los duros años de la segunda guerra mágica en Gran Bretaña. No era ni un santo ni un héroe, por supuesto que no, nadie podría calificarlo así, aunque Potter intentara por todos los medios rehabilitar su memoria. Y es que, aunque no tuviera el calificativo de "héroe", muchos exalumnos como Draco tenían mucho que agradecerle. Siempre se mantuvo atento a sus pupilos como jefe de casa, procurando que cada uno de ellos diera lo mejor de sí y procurando unir a sus miembros como una verdadera familia frente al resto de casas, quienes despreciaban a la casa de las serpientes. Frente a ello, solo cabía una filosofía posible a los ojos del nuevo profesor de pociones: mejor ser temido que despreciado. Las serpientes aprendieron a vivir juntos, aprender juntos y luchar juntos. Los avances de uno eran un logro para todos, y los fracasos de unos eran un fracaso conjunto. Snape no toleró jamás peleas entre sus miembros y procuró que todos lo vieran como una figura de autoridad y, sin embargo, la puerta de su despacho siempre estuvo abierta para todos los miembros de su casa. La vuelta de Lord Voldemort y de sus secuaces supuso un nuevo reto para él y para sus alumnos. Volvió a actuar como espía para la Orden del Fénix y a la vez, tuvo que proteger a sus alumnos de sus propios padres que estaban en las filas de Voldemort, deseosos de que sus hijos tuvieran el honor de servir al Señor Oscuro. Pero por desgracia, poco pudo hacer por Draco. El fracaso de Lucius produjo que, como castigo, su hijo Draco tomara su lugar, y además, le impuso una misión imposible de cumplir, para poder tener la oportunidad de deshacerse de la familia Malfoy. Al principio, a Draco le pareció un honor, pero pronto descubrió que su vida y la de su familia estaba en serio peligro. Narcisa, quien sabía cuales eran las intenciones de Voldemort, suplicó a Severus su ayuda. Cuidó de él todo lo que pudo y evitó que sus manos se mancharan de sangre matando en su lugar al director Dumbledore.

Tras la muerte del director y huida de Hogwarts, Snape se volcó en proteger a Draco, enseñándole todas las habilidades que tenía a su disposición para poder protegerse, como la oclumancia y la legeremancia, que la dominó con gran eficacia. Consiguió que no se le asignaran misiones peligrosas y en las que se le envió, que no tuviera que asesinar a otros magos y muggles (algo que Draco siempre le agradecería). No pudo evitar que su tía lo "entrenara", sometiéndolo a torturas que no siempre pudo parar. Curó las heridas de su pupilo tras cada sesión y le entrenó para que pudiera defenderse. Eran incontables las veces que Draco se derrumbaba en los brazos de su antiguo profesor, la única persona (a parte de su madre) buscando que lo salvara de aquel infierno que se había convertido su vida. Y este, solo pudo ofrecerle un efímero consuelo, y la esperanza de que pronto, todo mejoraría. Draco descubrió tiempo después, a qué se refería su mentor con ello.

Cuando los mortífagos tomaron Hogwarts y él fue nombrado director, evitó que los hermanos Carrow se hicieran con el control total de la escuela, y evitó que sus alumnos se convirtieran en mortífagos, como el caso de Theodore Nott, quien convenció a su padre de que no era apto para tomar la marca y que sería una vergüenza como mortífago; o el caso de Blaise Zabini, a quien calificó de débil para que los mortífagos no lo seleccionaran como un posible aprendiz. Intentó evitar todo lo que pudo los maltratos y torturas al resto de alumnos, imponiendo castigos alternativos a las cruciatus que solían imponer los hermanos Carrow.

Severus Snape tuvo un triste final, muriendo en el cobertizo del embarcadero de Hogwarts, desangrado por las heridas que Nagini le provocó por orden de Voldemort. Después de la victoria de Harry Potter, su cuerpo fue enterrado en un lugar apartado en el cementerio de Hogsmade, solo y olvidado, excepto para unos pocos que lo recordaban con infinito agradecimiento.

- El caso Wiggenfield por fin ha sido resuelto, profesor – dijo Draco con suficiencia – gracias a nuestro querido auror.

- Celebro que Potter no sea del todo un incompetente – dijo el profesor con voz neutra, pero con una sonrisa torcida.

- A mí no me engañas – dijo Draco con una sonrisa pícara mientras le apuntaba con el dedo– te alegras de que haya vuelto a triunfar.

- Lo que me extraña es que te alegres tú de eso – dijo Snape impresionado – ¿es que os habéis vuelto amigos?

- No le tengo "aprecio" pero tampoco rencor – explicó Draco con tranquilidad

- ¡Y lo dice el chico que le juró odio eterno cuando tenía once años por no aceptar su amistad y preferir la de la comadreja y la sangresucia! – exclamó en profesor Snape desde su cuadro.

- Un chico estúpido que no veía mas allá de lo que su padre decía – dijo Draco de sí mismo con orgullo – ya no soy esa persona, he madurado, he cambiado.

- Pregúntale a Weasley – dijo Snape – a ver qué opina de ello.

- Su opinión me importa lo mismo que la de cierto cuadro con nariz aguileña acerca de mi "no amistad" con san Potter – dijo el rubio refiriéndose a su compañero de plática.

Severus Snape solo emitió un gruñido y se cruzó de brazos fingiendo estar molesto. Draco simplemente negó con la cabeza y volvió a ponerse a trabajar en sus asuntos, leyendo un aburrido balance de cuentas intentando cuadrarlo con los libros mayores que sus empleados le habían enviado.

Si había algo que odiaba de llevar sus negocios era comprobar la contabilidad, pero sabía que era necesario hacerlo para asegurarse de la buena marcha de los negocios, al contrario que hizo su padre, que los descuidó tanto que algunos de sus negocios se fueron a pique. No iba a permitir que le patrimonio de su familia se fuera por la borda por culpa de la holgazanería o de aspiraciones egoístas. Así que, muy a su pesar y refunfuñando, continuó con el lápiz marcando las notas y comprobando en los diferentes registros las operaciones. Le costaba concentrarse esa mañana y sus ojos se le cerraban de vez en cuando teniendo que hacer un sobreesfuerzo para mantenerse activo y no perder la concentración mientras punteaba cada transacción. Cuando estaba a punto de terminar, escuchó unos golpes secos desde la puerta de su despacho.

- Adelante – indicó Draco aliviado.

- Buenos días, padre – saludó Scorpius asomándose desde la puerta, - ¿Puedo pasar?

- Claro, Hyperion – contestó alegre de verlo, pero sin levantar la vista de sus papeles – te has despertado muy pronto esta mañana, no son ni las ocho todavía.

Scorpius no contestó, simplemente se dirigió al escritorio de su padre y se sentó frente a él en una de las sillas. Su padre levantó la vista y se fijó en que ya estaba vestido, a la manera muggle. Sonrió al pensar en qué diría su padre si él se hubiera presentado igual en el despacho. Después se fijó en su cara, parecía algo cansado.

- ¿Has dormido bien? – preguntó Draco – tienes cara de sueño.

- Me he develado a las 5 y ya no he podido dormir – dijo Scorpius – ¿has desayunado ya?

- Si – dijo secamente y preguntó - ¿y tú?

- Con madre – dijo escuetamente – dice que te has levantado muy temprano esta mañana.

- Quiero terminar todo esto para no dejar nada pendiente durante nuestras vacaciones – explicó su padre.

Scorpius se quedó callado dejando a su padre trabajar mientras él contemplaba el inmenso lugar de trabajo de su padre y se sintió algo pequeño en comparación con ese lugar. Se fijó en uno de los cuadros, que parecía dormir. Sabía que se trataba de un antiguo profesor y mentor de su padre, aunque aun no sabía porqué tenía un lugar tan distinguido en su estudio, pero nunca se lo había preguntado. Quizás algún día lo haría. Contempló la rica escribanía de plata, con esos dragones tallados y las plumas saliendo del tintero hasta que su padre lo sacó de los pensamientos.

- No he olvidado la promesa que te hice, Hyperion – dijo Draco – y ya que estas listo, saldremos enseguida para el callejón Diagon.

- Claro, padre – dijo Scorpius sonriendo.

Astoria siempre decía que las promesas que se hicieran debían cumplirse, y por un momento se arrepintió de haberle hecho aquella promesa a su hijo. Le prometió a Scorpius que podría pedirle cualquier cosa si conseguía un excelente en todas las materias (excepto en herbología, ya que, obviamente no esperaba que el rencoroso de Neville Longbottom le pusiera un excelente a su hijo, aunque se lo mereciera). Y como no, teniendo la oportunidad de conseguir un cheque en blanco de su padre (algo bastante difícil de conseguir), Scorpius se esforzó durante todo el año consiguiendo todos y cada uno de los excelentes que se propuso, incluso herbología.

Cuando volvió de la escuela, no tenía muy claro que podía pedirle a su padre. Pensó en pedir el último modelo de escoba o un nuevo equipo de quidditch. Pensó también en una caja de bromas exclusivas de Sortilgios Weasley o en la colección de libros antiguos que quería desde hace tiempo. Pero como no se decidió en aquel momento, pensó en conservarlo durante un tiempo, pensando en cómo gastarlo en el futuro en algo que necesitara.

Y ese momento llegó a principios de semana, cuando Rose le escribió una carta contándole que su primo y ella quedarían el ese viernes para ir al Londres Muggle con su madre (que se había cogido unas pequeñas vacaciones), y que los llevaría a visitar el Museo Británico. Tenía muchas ganas de quedar con Rose y visitar el mundo muggle, que era tan desconocido para él. Pero sabía que su padre no le dejaría ir, así que se valió de la promesa de su padre, que, pese a su negativa inicial, hubo de darle permiso.

- ¿Estás seguro de que no prefieres que te compre otra escoba? – preguntó Draco de pronto – ha salido un nuevo modelo de Nimbus que tiene muy buena pinta.

- No padre, no te puedes echar atrás – dijo Scorpius firmemente.

Draco gruñó y siguió trabajando, murmurando algo en voz baja inaudible para su hijo. Scorpius sabía lo poco que le gustaba aquello a su padre, y trató de tranquilizarlo.

- Sé que no te gusta mucho la idea de que vaya solo al mundo muggle, pero estaré bien – trató de razonar con él– Rose se ha criado en ambos mundos y Albus también sabe un montón, no tengo nada que temer con ellos, además de que estará cerca nuestra la Señora Weasley, ella se ha criado en el mundo muggle.

Draco iba a contestar cuando escuchó la voz del personaje del cuadro con el que había estado dialogando previamente.

- No entiendo tu preocupación, Draco – dijo el profesor con un tono ácido– si bien recuerdo, Potter y Weasley salieron vivos de todo lo que vivieron gracias a la presencia de la señorita Granger, no tienes nada que temer.

- Pero…- empezó Draco.

- Además, creo que será muy instructivo para tu hijo conocer un poco del mundo muggle – dijo interrumpiéndolo Snape.

- Gracias, profesor Snape – agradeció Scorpius al cuadro quien le dirigió una media sonrisa.

- Te has aliado contra mí, Severus – dijo Draco fingiendo molestia – no me voy a olvidar de esto.

Scorpius empezó a reírse contagiando al cuadro con su risa y haciendo sonreír a su padre. En fin, tenía que reconocer que su niño ya no era tan niño. Hyperion estaba creciendo y madurando, y sabía que no siempre podría tenerlo protegido en sus brazos.

- En fin, no puedo luchar contra lo inevitable – reconoció Draco - ¿a qué hora habéis quedado?

- A las 10 en el Caldero Chorreante – dijo Scorpius

- Perfecto, pasaremos antes por Gringotts para cambiar moneda y que te lleves algo de dinero muggle.

- Gracias, padre – dijo Scorpius.

- Agradécemelo comprando algo bonito para tu madre – dijo Draco.

Draco y Scorpius se levantaron y se dirigían hacia la salida, para terminar de prepararse antes de salir de casa cuando Scorpius se giró para ver la figura del viejo profesor de pociones y le preguntó a su padre algo que le rondaba a veces por la cabeza cuando visitaba su despacho.

- ¿Por qué tienes el cuadro de tu antiguo profesor en tu despacho? – preguntó Scorpius.

- Es una larga historia, hijo – dijo Draco – que prometo contártela en otro momento.

- Lo espero con ansias – dijo Scorpius contento, ya que su padre rara vez incumplía una promesa.

- No fue el más heroico, ni era amable ni agradable, pero si que fue el hombre mas valiente que he conocido – dijo Draco con admiración – el hombre que nos salvó a muchos de caer del todo en la oscuridad.

- ¿Qué quieres decir con eso? – volvió a preguntar Scorpius.

- En otra ocasión te contaré la historia completa de Severus Snape – dijo Draco – y quizás él también pueda contarte cosas que te asombren.

Draco y Scorpius salieron de la estancia dejándola en silencio en aquella mañana, con la luz entrando por los ventanales, deslumbrando al profesor de pociones. Draco y Scorpius se marcharon por la Red Flú al Caldero Chorreante tres cuartos de hora antes de la hora convenida, teniendo tiempo suficiente para ir a una de las bóvedas de la familia y sacar algo de dinero. Se encontraron con Albus, Rose y Hermione en el Caldero Chorreante diez minutos antes de la hora, y tras una breve y cordial charla de los mayores y una más amigable y distendida de los jóvenes, cada uno puso marcha a su destino. Draco salió del establecimiento por el lado mágico, pero en vez de volver a casa tan pronto, decidió visitar otro lugar antes de volver a casa y se desapareció.

Se apareció en las afuera de Hogsmade, en la entrada del cementerio del pueblo. El cielo estaba nublado y soplaba una pequeña brisa que movía las copas de los cipreses del cementerio. Draco lo atravesó tranquilamente sin prisa, sin detenerse en algunas de las tumbas que se encontraban en el camino, algunas pertenecientes a viejos conocidos. Llegó a lo que parecía el final del sendero y siguió caminando hasta que llegó a su destino, un sencillo monumento funerario, una losa de mármol negro tumbado en el suelo con una pequeña lápida en forma de obelisco, con una sencilla inscripción: "Severus Snape 9 de enero de 1960- 2 de mayo de 1998". Draco se dio cuenta de que otra figura que estaba frente a la tumba, depositando un ramo de lirios sobre la losa.

- Así que eres tú quien le trae esas flores – dijo Draco a aquel visitante a quien conocía tan bien.

- Eran las flores predilectas de mi madre – dijo Harry levantándose, poniéndose a su lado.

- Eran sus flores favoritas, le recordaban a ella – dijo Draco con nostalgia.

No supieron cuánto tiempo estuvieron allí, en silencio, en actitud orante observando la tumba de su antiguo profesor. Durante un buen rato estuvieron allí sin decir nada, recordando a su viejo profesor, aquel quien había velado por ellos muchas veces sin saberlo.