Disclaimer: Todo lo que puedan reconocer, lamentablemente no es mío (sería rica o pasarían cosas muy diferentes).
Capítulo 9
¿Qué acaso él no llevaba su café de casa en la mañana?, se cuestionó Kotoko inquieta por Irie-kun, ya tensa con los últimos días para entregar los resultados de su proyecto.
No se esperaba que su jefe se le uniera en la salita de descanso y le pidiera hacer un poco más de la bebida que preparaba, para compartir una taza con él, como si ella no pretendiera elaborar mayor cantidad que una individual.
Él había entrado y apoyado sus codos en la barra, poniendo una sonrisa sospechosa y calurosa, que la tenía en ascuas por sus verdaderas intenciones. Hacía una semana, desde la comida con su familia, había estado pensando en el tema de su deseo, pero con su imperturbabilidad días antes y sus múltiples ocupaciones lo había tachado de su mente… y vetado lo que competía a ella.
¿Cómo volvía a perturbarla en la semana de cierre del arduo trabajo de su equipo?
¿O era como un Hot N Cold de Katy Perry, a veces sí, a veces no?
Cabía la posibilidad que su débil lado emocional lo tuviera de arriba abajo, pero no iba a disculparlo ni a solucionarle su problema.
¿Y si estaba leyendo mal la situación? ¿No se suponía que ya no era su enemigo?
Suspiró. Siempre repetía que no la confundiría ni haría analizar de sobremanera, y allí estaba, concediéndole más valor y poder en su vida. Un día de aquellos exigiría explicaciones, más que nada para saber si seguía siendo sumamente despistada o si era normal que buscara lógica en sus acciones.
Pensándolo mejor, sonaba coherente que comprendiera lo básico de su comportamiento, en caso de tomar distancia y protegerse, y no por darle más importancia a él. Definitivamente no lo haría para someterse y complacerlo de la manera más conveniente para él.
Además, solo era un café.
—¿Cómo lo tomas? —averiguó, cogiendo dos tazas.
—Negro.
—Oh, bien. —Deslizó suavemente la taza en la barra, acercándola a él.
—Gracias.
Ella se giró y buscó el recipiente con el azúcar, el cual no estaba a la vista.
—Me gusta tu café, noto la diferencia.
Se quedó en shock, asombrándose por la admisión en voz alta. ¿Desde cuándo él…? Negó para sí, deteniendo esos derroteros peligrosos. Asintió de espaldas, empezando a abrir puertecillas y cajones.
—En el calendario del pizarrón están los días que me corresponde prepararlo —indicó suavemente, antes de gruñir para sí al encontrar el bote de azúcar.
¿A quién se le ocurría dejarlo en un estante alto?
Brincó al sentir el calor de él por detrás, mientras se alzaba sobre ella para coger el recipiente lejos de su alcance. Juró que se movía lentamente, respirando sobre su cabeza para alborotar los cabellos de su flequillo y hacerle sentir su aliento de café, e innecesariamente rozar su brazo extendido, que se estremeció sin necesidad de tocarlo piel con piel.
Agradeció que no le diera el bote en la mano o lo habría dejado caer, pensó al oír el mudo golpe en la barra.
También que se hubiera ido después de eso, perdiéndose el bochorno en su rostro y los rápidos latidos de su pulso.
¿Eso pasaba cuando iniciabas la vida sexual?
¿O eran ambos quienes se deseaban?
Resopló. No tenía tiempo para eso, su campamento de criaturas mágicas no se iba a pulir solo.
ooOOoo
El viernes en que entregó su proyecto importante Kotoko se daba golpes de frente por haber olvidado un pendiente para el lunes, que no podría completar el fin de semana al tener una reunión planeada con sus ex compañeros de club universitario, consistente en ir a acampar en Okutama (a dos horas de la ciudad, se acomodaba a sus gustos y nunca lo habían visitado en sus días de escuela, prefiriendo aventurarse más lejos de la gran urbe). Debía terminar la presentación ese mismo día, habían planeado con meses de antelación y tampoco podía abusar de las horas extra por un despiste suyo.
Ya tenía que colocar todos sus temas laborales en la agenda electrónica, porque había traspapelado la nota sobre la presentación. Necesitaba explicar bien la idea al encargado del video publicitario para que contrataran a los actores correctos.
Se despidió de sus compañeros y colocándose sus audífonos tronó sus dedos para enfrascarse en la pantalla. Había que ser precisa en el resumen del resumen y así no perder tiempo agendando otra cita; el público objetivo era americano y acomodarse con el huso horario de los Estados Unidos era un fastidio; ella tenía que quedarse el lunes a la tarde para ajustarse a la mañana de los extranjeros.
Nunca le había servido más aprender inglés con Christine, o habría necesitado a alguien con ella.
Se proponía a ir a la máquina expendedora cuando notó que Irie-kun continuaba en la oficina. A pesar de que últimamente sudaba en su presencia, con el vientre anudado, pensó que podría interrumpirlo ahora y no aguardar al lunes temprano para su revisión; con su supervisor directo de vacaciones, él iba a revisar su trabajo antes de mostrarlo a su proveedor.
Primero, claro, investigaría si estaba disponible.
Cogiendo aire y apagando los pensamientos intrusivos sobre sexo, llamó suavemente a la puerta cerrada, que tenía la persiana abajo como las paredes.
Él la invitó a pasar y Kotoko se detuvo en seco al ver que se había quitado la corbata y el saco, a la vez que desabotonado los botones superiores de la camisa. La lengua se le atoró en la garganta con el vistazo de su pectoral y tragó saliva al perderse la reacción de su cara.
—No sabía que quedaba alguien aquí —informó Irie-kun, abrochándose uno de los botones de la camisa. —¿Qué ocurre?
Se obligó a levantar la vista y pegó los talones al encontrar un indisimulable fuego en los orbes de él, finalmente aclarando la duda de su atracción. Si surgía por las oficinas vacías aparte de ellos, o en respuesta a su expresión, le importaba nada.
—Quería… eh, mostrarte mi presentación, si no estabas ocupado. Puede esperar al lunes, sí.
—No, envíame el documento.
Asintió y se apresuró a alejarse, tomando largas respiraciones al sentarse en su escritorio. Espiaba sobre su hombro, temiendo que la hubiera seguido, y aunque no fue así, sentía su calor en la nuca y el fantasma de su estimulación meses atrás, mutando en las imágenes propias que había conjugado esas dos semanas.
¿Al perdonarlo había soltado a un monstruo peligrosamente creado con su noche juntos?
No tuvo tiempo de considerarlo tras completar su carga y tomó el camino de vuelta con la mayor dignidad que podía juntar. Era grato no ser la única con la tensión y saber que no se estaba lanzando a sus pies como otrora.
Entrando al aposento privado lo vio descendiendo la temperatura al termostato y sintió una silenciosa satisfacción, aunque él sonrió de lado como si imaginara sus pensamientos. No resultó secreto para los dos que se desearan mutuamente y el sitio les estaba sirviendo de contención; una burbuja se infló en ella al preguntarse qué pasaría al terminar lo que harían.
¿Quería una repetición?
Su mente le advirtió que le hacía falta.
Él tuvo una pésima idea al cambiar de sitio, moviéndose al sillón para mirar la presentación proyectada junto a ella, que tardó unos segundos extra en abrir el cuaderno de apuntes.
Sintiendo como si los granos de arena de un reloj cayeran lentamente, aguardó la lectura de él de las hojas digitales y suspiró conforme pasaba cada diapositiva. Al verlo regresar a la primera, gruñó para sí, pero asintió a su indicación de pretender que él era su proveedor.
Aquella tarea fue peor que un examen del terrible maestro de inglés universitario, mas sirvió en relajar los ánimos dentro de sí. Pese a ello, dio un respingo al sentir que él depositaba una bolsa de frituras abiertas en su regazo, la cual en ningún momento había visto.
Cogió una y abandonó el empaque en la mesita. La comió y él empezó a dar unas observaciones orales, que ella estudiaría el lunes, por lo que se apuró en limpiar sus dedos, no encontrando más remedio que en su boca, y escribió.
Él terminó de hablar, ella de apuntar y el silencio arribó.
Estremeciéndose de frío o de calor, ella dispuso levantarse, pero él lo hizo con mayor premura, ofreciéndole una breve ojeada del abultamiento en su pantalón.
Sin mediar cordura, alargó su mano a la suya y se acercó a él, quien la sujetó del cuello y le acarició la base del cráneo.
—No estés tensa por el resultado de tu trabajo, suenas segura —susurró Irie-kun, el tono burlón enronquecido.
Se mordió el labio y gimió cuando él comenzó a masajear sus hombros. Fue inevitable bailar con la cabeza conforme los nudos se deshacían. Jadeó al sentir el dedo en su columna, caminando de la ropa a su piel descubierta. En los ojos de él brillaba una vela candente, ansiosa de quemarla.
Dio unos pasos atrás y chocó con su escritorio; Irie-kun la siguió y le hizo sentir la prueba de su excitación.
Sin saber el instigador, tuvo su boca en la suya. Abandonó su cuaderno para sujetarse de su cuello, abrazando la fricción en su entrepierna con el juego de su lengua en su cavidad. La electricidad corría de ella a él, haciendo estorbar su ropa y su piel sin alivio. Su instinto solo le llamaba a tomar y no emitió queja cuando él la subió al escritorio bajando un reguero de besos hasta su cuello.
Un soplo de aire sorprendió a sus muslos, rápidamente estremecidos por el contraste de unas manos cálidas que elevaban más su falda hasta revelar el húmedo deseo escondido.
—Dime que es una locura —gruñó él haciendo de lado su ropa interior.
—Es una locura —accedió, acercando el pico de su zona erógena a sus dedos.
Él dio un pinchazo y ella mordió la punta de su mentón, viendo colores alrededor. Lo cogió de los costados de su rostro, pegando sus miradas.
La desesperación y picardía lo bañaban a él.
—Lo es.
—¿No te gustan las locuras? ¿Ni el placer prohibido? —En medio de sus preguntas él introdujo uno de sus dedos en ella, con otro estimulando su botón hinchado.
Palpitó y palpitó, apretando los dedos en los oídos de él. Cerró los ojos, rogando por más.
—Sí… sí…
Abrió los ojos de golpe al sentirlo apartarse. Irie-kun sacó su billetera y antes de extraer lo evidente, conectó sus ojos. Ella admiró el oscurecimiento en los suyos y los raudos respiros de su pecho… y asintió.
Él no tardó en envolverse en un preservativo, quitarle la pieza que se interponía entre sus sexos y alinearse a ella. Kotoko metió sus manos debajo de su camisa y se sujetó de su espalda, otorgándole todo acceso.
Lo besó cuando entró en su cuerpo, chupando su labio con fuerza al llegar al final del camino. Abrazó la sensación de su ser, acomodando su cadera con el brincar de sus miembros. Tenía una quemazón infernal y un apuro inmensurable por aplacarla.
Fue rápido, brutal, arrollador. Gimió a las acometidas, perdiéndose a los sentidos, dando y tomando hasta que el mundo se hizo pedazos junto a él, en un clímax que sabía a perdición.
…A travesura y estupidez.
Desvergüenza.
Temblando cuando él se retiró, se lanzó de golpe al suelo, recogiendo sus bragas del tobillo que las sostenía, bochornosamente subiéndolas y ocultándolas con su desprolija falda. Percibió el aroma de su unión, coloreándose más de lo que debía estar.
Acababa de… ¡Y si había cámaras!
—Por favor. Después. Hablaremos.
Él la sorprendió abrazándole por detrás.
—Sí, ¿quieres que te lleve a casa? —cuestionó pausadamente; notó sus brazos trémulos y negó.
—Respiremos.
Él asintió sobre su cabeza.
—Avísame cuando llegues a casa.
Lo hizo.
La anticipación de que Kotoko acabara su proyecto más importante había estado matando a Naoki y lo increíble había pasado.
Nunca había hecho algo tan impulsivo y estúpido.
No se arrepentía de tenerla una vez más, y no del todo por lo excitante clandestino, pero sí al actuar con falta de tacto en una relación que quería llevar bien.
Él no había planeado eso, aunque no mentiría que no había pasado bastante tiempo esas semanas fantaseando con Kotoko, más tras verla elevarse en puntillas para alcanzar un estante, marcando su trasero. Y la había visto acomodándose un busto en el sostén, como si le molestara, con ese pecho sirviendo a su mente imágenes subidas de tono.
La había visto mirarlo y chupando sus dedos. Aquello, sumado a lo que ya sentía, había sido el encendedor de su mecha.
Por otro lado, ella lo había sorprendido.
Kotoko ya no tenía toda su ingenuidad de antes, que le resultaba agradable, si bien en ocasiones exasperante. Era una versión madura de la que lo había atrapado y no por eso la quería menos, sino le enamoraba de verdad, porque completaba un rompecabezas de él con mayor perfección.
¡Y ella no lo sabía!
Imprecó, corroborando que todo en su oficina estuviese bien para secretamente espiarla hasta llegar a casa. Negó, llegaría al día siguiente con la cabeza más clara.
Se alegró que fuese tarde y no debiera ver a alguien más, porque no podría explicar esa humedad blancuzca en la pretina de su pantalón, con su poco cuidado a retirarse de ella. La prueba de su orgasmo había quedado en el exterior del condón y había rozado su miembro con su ropa.
Al menos esa vez sí había conseguido su clímax durante el coito, se consoló.
Que no chocara en el camino hasta la casa de ella, persiguiendo a su taxi, fue un milagro.
NA: Ja,ja.
Era predecible, pero por una vez quería hacerlos en esas circunstancias. Tenía un borrador, supuestamente para las instalaciones de residentes en el hospital, pero ganó para este sitio y sin otra alma, que les daba un infarto de temer que habrían otros XD.
Besos, Karo.
