Después de la muerte de su padre en Azkaban, su madre se había mudado a una casa que tenían en la costa norte de España. Se veían poco, la verdad, ella estaba allí integrada en una elitista comunidad mágica y él odiaba viajar.

— ¿A qué debo esta visita? —cuestionó mientras tomaban el té.

Podría haber sido sutil, haberle dicho que era bisabuela, cosa que seguramente no era una buena idea, o podía directamente ir al grano, demasiado impaciente para sutilezas.

— Me sacasteis de la escuela en el último año, dos semanas. ¿Por qué?

— Estabas perdiendo la razón —respondió su madre con calma.

— ¿Yo?

— Astoria dijo que algo había pasado entre Potter y tú y te habías obsesionado con él. Nos preocupaba mucho que hicieras una tontería

— ¿Además de intentar matarle?

Narcissa ignoró la pregunta y siguió con su explicación, impertérrita.

— Cuando te sacamos del colegio te resistías y gruñías. Tu padre dijo que querías morderlo.

— ¿A quién? —cuestionó Draco, aunque sabía perfectamente de quién hablaban necesitaba escuchar la confirmación de sus labios.

— A Potter. Consultamos con un especialista. Nos dijo que tu alfa estaba intentando acoplarse con él, que te sentías atraído no solo por su olor, sino también por su magia, algo que es poco usual y puede desatar un frenesí alfa si no se completa el vínculo.

— Quiero hablar con ese especialista. Quiero saber qué me hicisteis y por qué.

— Hicimos lo que teníamos que hacer —respondió Narcissa, contundente, dejando la taza en el platillo y mirándole de esa manera que Scorpius imitaba—. Un Malfoy no puede unirse a un Potter.

— Ese pensamiento me ha hecho perder a mi hijo, madre —contestó él con brusquedad.

— Yo hice lo que estaba en mi mano, si tú has sido blando educando a tu hijo, es tu responsabilidad, Draco.

Se marchó de allí con el nombre del sanador y la sensación de que parecerse a su padre estaba lejos de ser satisfactorio en ese momento.


— Señor Malfoy —le saludó el sanador cuando entró en su despacho de la escuela de medicina de San Mungo.

— Quiero saber qué me hizo —No se anduvo con rodeos, no tenía sentido.

El hombre, que había dejado una prestigiosa consulta años atrás para pasarse a la enseñanza, palideció visiblemente. Con manos que temblaban un poco, se sirvió un vaso de agua y bebió la mitad de un largo trago.

— Sus padres me ordenaron que tratara el frenesí alfa. Usted había atacado a su compañero.

— No era mi compañero.

— Me temo que su alfa no pensaba igual. Según conseguí inferir gracias a la hipnosis, usted pasó su primer celo con un omega, pero no completó el vínculo. Ese omega quedó en estado y su alfa reaccionó mal.

— ¿Lo tiré aposta de la escoba?

— Yo creo que no, creo que quiso proteger a su omega y su cachorro pero todo se torció. Cuando me lo trajeron sus padres usted estaba más allá de cualquier razonamiento porque quería volver con él. En ese momento usted sabía lo que había hecho y su instinto era cuidar de él.

El pecho de Draco se apretó un poco por la angustia, pero se esforzó porque la zozobra no se dejara ver en su cara.

— ¿Por qué no me dejaron volver?

— Porque el omega estuvo a punto de morir, señor Malfoy, las autoridades iban a intervenir y sus padres querían protegerlo.

— ¿A mí o a mi apellido?

El sanador no respondió, sólo apretó los labios y se bebió el resto del agua.

— ¿Qué me hizo? —insistió Draco al ver que el hombre no parecía tener intención de seguir hablando.

— Lo que me ordenaron —respondió, pero no le miró a la cara al hacerlo.

— ¿Era legal?

— Señor Malfoy…

— No voy a denunciarlo. ¿Era legal?

— No. —Admitió el sanador por fin, entrelazando los dedos que cada vez temblaban más sobre su vientre— Me ordenaron que contuviera el frenesí alfa y la única manera que había entonces era borrar recuerdos y alterar la capacidad del alfa de vincularse.

Ahí era a donde Draco quería llegar. Se inclinó hacia delante, estrechando un poco los ojos, inquisitivo.

— ¿En qué sentido?

— Advertí a sus padres de que todos los instintos que van con la vinculación desaparecerían, ellos me dijeron que usted ya tenía una esposa adecuada elegida por ellos, no necesitaba un vínculo real.

— Salazar… —murmuró, echándose hacia atrás en su asiento.

El sanador levantó las manos en alto con las palmas hacia afuera, como si quisiera recalcar su inocencia, recordarle que él solo había cumplido órdenes.

— Les advertí que no sería tan sencillo, que esto le cambiaría el carácter, exacerbaría lo malo porque usted perdería la capacidad de crear lazos emocionales, la empatía, la amabilidad, el cuidado, todo lo que con la vinculación se siente por el omega y su prole. No limitaría solamente su vida de pareja, limitaría su capacidad social a todos los niveles.

— Quítemelo —exigió Draco, tajante.

— No es tan sencillo —intentó disuadirle el sanador, con ojos espantados.

— ¡Quítemelo! —levantó la voz y golpeó con el puño el escritorio repleto de papeles.

— Señor Malfoy… son muchos años así, no puede quitarse sin más, sería un shock y perdería el control de su alfa, podría hacerse daño a sí mismo o a otra persona.

Draco se puso de pie, sacó la varita y se inclinó sobre el escritorio para encararse con el sanador, que estaba más pálido que la pared tras él.

— Escúcheme bien, sanador de pacotilla. Usted me hizo esto, usted lo arregla. Deshaga lo que hizo, ahora, antes de que lo lleve a los tribunales por joderme la vida.

— ¡Hice lo que me ordenaron! —trató de defenderse el hombre.

— Y seguro que le pagarían muy bien por ello, ¿verdad? Qui-te-me-lo. Ahora.

Pero el sanador negó con la cabeza, también con la varita fuertemente agarrada entre los dedos.

— No es seguro quitarlo sin más, mi consejo es que vaya a un terapeuta para alfas con desórdenes mentales, porque se va a sentir totalmente fuera de control.

— ¿En serio cree que voy a aceptar consejos de un matasanos como usted? —cuestionó, lanzando un hechizo al jarrón que había sobre la mesa, que explotó en diminutas piezas de cerámica, salpicándolo todo de agua y trozos de flores.

El sanador Greyson no dijo nada más, solo alzó la varita y murmuró un largo hechizo. Tan largo que Draco sospechó que le estaba tomando el pelo para que se fuera y dejara de romper cosas, porque él no notaba nada diferente. Al menos, hasta que salió al vestíbulo de San Mungo y un olor increíble se cruzó en su camino.

Lo siguió, claro, porque solo una cosa en ese mundo olía de esa manera. O más bien una persona, una que se había parado en medio de la acera para mirarle con ojos furiosos.

— ¿Qué demonios haces, Malfoy?

— Tienes un aspecto terrible, ¿por qué has salido así a la calle?

Potter parpadeó un par de veces y cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva. Estaba pálido, le temblaban las manos y su cara brillaba con un sudor frío, realmente no debería haber salido de la cama.

— Aún hueles a celo.

— Acabó anoche.

— ¿Y qué haces en pie?

— ¿Qué demonios te importa?

— ¿Lo pasaste con Nott? ¿Por qué te ha permitido levantarte?

En lugar de responder, Potter directamente se giró y siguió caminando por la acera. Con facilidad, Draco se puso a su par y lo sujetó del codo.

— No me toques —siseó el omega, liberándose con brusquedad.

— Respóndeme entonces.

— No es asunto tuyo.

— Sí lo es —insistió Draco, cogiendo de nuevo su codo— tal y como hueles...

Esta vez Potter se detuvo y lo miró. Draco sintió perfectamente como su alfa saltaba como un perrito al ver esos ojos tan de cerca.

— ¿En serio crees que yo volvería a ponerte el culo? jamás, ¿me oyes? contigo jamás, nunca. No hay nada que puedas hacer o decir para que deje de verte como te veo, Malfoy.

— No te quejabas tanto aquella noche —contestó Draco con chulería, ignorando totalmente sus palabras, solo pendiente de su olor.

— Dudo mucho que esa noche sea un referente.

— No has contestado a mi pregunta sobre Nott. ¿Le pagas en tus celos? yo lo haría gratis.

— Y tú no escuchas, Malfoy. —Le empujó levemente con la mano abierta del hombro, porque Draco se había acercado mucho, tanto que podía contar las venitas rojas reventadas en sus ojos por el celo y el cansancio— No somos nada, no te debo explicaciones. Puedo tratar de ser cortés contigo por nuestros hijos, pero no esperes de mí nada más allá de hablar del clima.

— ¿Te ha dicho Nott que tu olor es una maldita locura? —le ignoró Draco, acercándose hasta pegarle la nariz a la garganta, con la mano colocada en la cintura para retenerlo.

— Tienes un problema de contención, alfa —gruñó Harry, sacando la varita con disimulo, porque seguían en medio de la calle—. Suéltame o te voy a dar motivos para denunciarme otra vez.

— Vamos, Potter, lo pasamos bien… —susurró el alfa, acariciando el cuello moreno con la nariz hasta llegar a la oreja.

— Te he dicho que me sueltes — Un golpe de magia involuntaria dejó a Draco sentado en el suelo muy poco dignamente—. ¿Qué os pasa a los alfas con los oídos?

— Estamos programados para volvernos locos con vuestro olor y lo sabéis, jugáis con eso a provocar.

Potter se agachó junto a él y le habló junto al oído, un susurro furioso que erizó la piel de Draco.

— Yo no necesito provocar a nadie. Odio esto, odio saber que voy a suplicar, a perder toda racionalidad por un pene. ¿Quieres saberlo? Drogas, Malfoy, incluso cuando estuve con Nott para tener a mis hijos, mis celos son tan locos que necesitaba drogarme, así que después de que nació Albus me hice una histerectomía para no volver a necesitar el semen de un alfa. ¿Satisfecho? Y no, nunca le he pagado a Nott por tener sexo con él, ni a él ni a nadie. Y ahora piérdete.

El omega se incorporó con esfuerzo y se alejó un par de pasos, aún con la varita en la mano y una mirada retadora.

Un rugido creció dentro del pecho de Malfoy. No solamente otro alfa tocaba a su omega, sino que había permitido que fuera sometido a una cirugía. La racionalidad no estaba funcionando bien, con la nariz llena de su olor y el alfa queriendo marcarlo profundamente, queriendo el reclamo de que era suyo porque su semen era lo único que podía calmar el frenesí de su celo. Sin utero…

Se puso de pie de un salto y se alejó de Potter mascullando entre dientes, planeando matar al cirujano, matar a Nott por haberlo fecundado y después haber permitido que se mutilara. Matar, matar, matar, desgarrar, morder hasta arrancarle la garganta…

Se detuvo en medio de la calle. Con los ojos como platos y respirando con esfuerzo. Frenesí alfa, ahí estaba, la puerta a la locura.


Dos meses después

Draco salió del sanatorio con la cabeza despejada y una cita para volver quincenalmente a tratarse con su sanadora.

No le había dicho a nadie donde estaba. Tampoco es que hubiera una multitud de personas preocupadas por su salud mental, ¿no? Por su salud en general, la verdad.

Había tenido razón el sanador Greyson, no era tan sencillo como eliminar el hechizo. Aquel día tras alejarse de Potter, un alejamiento que le había costado un gran esfuerzo físico, humano ofuscado enfrentado a alfa en pleno frenesí, apenas había atinado a aparecerse en su casa.

Después de dos duchas frías y de pasar la vergüenza de decirles a los elfos que no le dejaran salir de casa bajo ningún concepto, escribió a Greyson, solicitando, con lo que intentó que fueran buenas palabras, el nombre de alguien que pudiera ayudarlo. Así había terminado ingresándose en un sanatorio mental para alfas.

Fácil no había sido. Un requisito para el ingreso era llevar una pulsera inhibidora, algo a lo que su alfa se rebelaba, porque ya había estado inhibido treinta años. Se pasó los tres primeros días encerrado en su habitación con pociones tranquilizantes tumbado en la cama mirando a la pared, con la cabeza lo bastante despejada sin el rugido de su alfa resonando en su conciencia como para poder reflexionar sobre todo lo ocurrido.

No sabía quién era. Entumecidas por treinta años bloqueadas, las emociones eran un desbarajuste. La memoria no había vuelto realmente, seguía habiendo mucha confusión, la terapeuta le explicaría después que era mejor así, una protección de la mente, que había que trabajar las emociones primero para luego poder trabajar los recuerdos bloqueados.

Le aplastó en primer lugar la culpabilidad. Aunque no recordara los hechos, podía sentirse culpable por sus actos para con Potter tal y como se los había relatado Pansy. No solo por él, también por Astoria, los amigos perdidos y, sobre todo, Scorpius.

Después llegó la ira contra sus padres, una ira tan intensa que tuvieron que entrar a su habitación porque estaba golpeando las paredes a manos desnudas.

El tercer día fue el de la tristeza, un sentimiento que le era muy ajeno incluso en la infancia. Un Malfoy no llora, un Malfoy exige, le habían machacado cuando era muy niño. Lo habían educado para estar por encima y salirse siempre con la suya, así que no sabía de tristeza y nostalgia, sabía de pataletas y rabia.

Al cuarto día, cuando fueron a buscarlo para ir a la primera sesión de terapia, era una sombra del alfa irritado que había llegado al hospital. Y solo entonces, tras dos horas de conversación con la terapeuta ordenando un poco lo que había sentido esos tres días, le permitieron escribir cartas.

Así comenzó la costumbre de escribir una carta a Scorpius cada día. Su hijo no comenzó a responderle hasta que llevaba casi tres semanas de estancia allí. Pensó en escribir a Potter también, pero le aterraba su reacción.

— ¿Qué quieres decirle?

Draco, sentado con un intento de dignidad en una sillón frente a su terapeuta, resopló.

— Vamos Draco, verbaliza. Con Scorpius lo estás haciendo muy bien.

— ¿Tú crees?

— Por lo que tú mismo me cuentas que escribe, sí lo creo. Y también creo que, si su relación es como la describes, El señor Potter estará al tanto de lo que te estará ocurriendo.

Un frío intenso le invadió y le revolvió el estómago. Respiró hondo e identificó el sentimiento: miedo, ansiedad.

— ¿Por qué me da miedo la idea de que él lo sepa?

— Dímelo tú.

— Yo he preguntado primero.

Ella soltó aire, divertida. El carácter hosco de Draco no se había suavizado, ahora era una persona asustada que saltaba con facilidad.

— Temes que no te crea. Que no quiera escuchar porque te odia. O que ahora sí te crea porque tienes el control y luego tu alfa se lo cargue.

— O las tres cosas. Todo esto es una mierda —masculló Draco, pasándose la mano por el pelo.

— Vamos a seguir trabajando en todas estas emociones.

— ¿Y los recuerdos? —cuestionó, ansioso.

— Hay que aprender a mantener el equilibrio sobre los pies antes de subirse a la escoba, Draco.

Se le escapó una sonrisa.

— ¿En qué has pensado? —preguntó la terapeuta, curiosa, no veía muchas sonrisas en ese paciente.

— Durante la batalla, Potter me salvó la vida con una escoba. Y yo sé la devolví intentando matarlo.

— Vaya. Aún no sabemos cuál era tu intención.

— ¿Y eso es importante?

— Diría que es un matiz importante, sí. Y lo necesitaremos para trabajar sobre tus acciones.

— Greyson me dijo que sospechaba que en realidad era un accidente y que mi alfa quería proteger.

— Lo sé, me mandó un informe bastante extenso sobre su trabajo.

Draco volvió a bufar.

— ¿No hay nada en que agradezcas de su tratamiento?

— ¿Cómo voy a agradecer que me transformaran en esta persona?

— ¿Crees que has tenido una mala vida? ¿O que habrías sido muy distinto sin ese hechizo?

— Creo que no tengo nada. Y quizá si me hubieran dejado vincularme con quien mi alfa quería podría tener una familia.

— ¿Es culpa pues del hechizo? ¿La persona que eras entonces estaba preparada para vincularse y ser padre? Enfrentándote además a tus padres con ello, perdiendo la vida para la que habías crecido. Y todo eso con una persona a la que odiabas según tu.

— No lo odiaba.

— Tampoco erais amigos —le recordó la sanadora.

— Yo quería, cuando nos conocimos —confesó con voz pequeña, con la mirada un poco perdida a través de la ventana.

— Y él no te eligió y en lugar de ponerte triste de enrabietaste.

— ¿Quiere decir que ya no tenía una buena gestión de mis emociones? ¿Con once años?

— Creo que el hechizo extremó las partes menos sociales de tu carácter. Quizá tener un hijo juntos podría haber cambiado las cosas, pero quizá no. No es un buen punto de partida, Draco, crear una familia requiere esfuerzo y amor, requiere cimientos, y vosotros no los teníais.

— ¿Apoyas lo que me hicieron?

— ¿El tratamiento de Greyson? no, desde luego. Pero me gustaría que reflexionaras acerca de quién eras entonces, porque está en tus manos quien vas a ser ahora.


Aquel día al salir del sanatorio, la primera sorpresa fue que, al llegar a casa, Scorpius le estaba esperando.

— Hola, padre.

Su hijo se mantuvo, contenido, a un par de metros, de pie delante de la silla en la que había estado sentado.

Draco se quitó la capa, la dejó en el respaldo de otra silla y dio varios pasos hacia el joven.

— Scorpius…

— Albus quería que trajera a Lily para que la conocieras, pero me ha parecido…

— ¿Precipitado? Lo entiendo. ¿Puedo darte un abrazo? —cuestionó con voz un poco ronca.

Los ojos grises, tan iguales a los suyos, se abrieron de sorpresa. No recordaba la última vez que había abrazado a su hijo.

— Me encantaría —respondió Scorpius, con voz también ronca.

No se había percatado de que su hijo era más alto y fuerte que él. Tenía el físico de Lucius. Por suerte, eso era lo único que había heredado del abuelo que no había conocido. Lo estrechó entre sus brazos y el joven le devolvió el abrazo con igual fuerza, con la cara escondida en su cuello.

— Gracias, hijo —le dijo cuando por fin se alejaron el uno del otro.

Scorpius lo miró, con el ceño ligeramente fruncido, y Draco reconoció el gesto heredado de Astoria.

— No me des las gracias por abrazarte, padre.

— No es por eso. —Le hizo un gesto para invitarle a sentarse en el sofá junto a él— Tus cartas este mes han ayudado.

El joven se sonrojó un poco y sonrió, otro gesto que le recordó a Draco a su esposa. Aunque se pareciera mucho físicamente a él, Scorpius siempre había sido una parte de Astoria.

— Tengo que decir que fue una gran sorpresa que me escribieras. —Se reclinó hacia atrás en el sofá y cruzó una pierna sobre otra— Me costó un poco procesar lo que me contabas.

— Créeme que a mí también.

— ¿Cómo estás? —le preguntó Scorpius con suavidad después de una pausa porque uno de los elfos apareció con la bandeja del té.

— Bueno, con pociones todavía para una temporada —respondió Draco entre sorbo y sorbo de infusión.

— ¿Qué opina la terapeuta?

— Que aún hay mucho trabajo por hacer, seguiremos viéndonos cada dos semanas. —Dejó taza y platillo sobre la mesa— Scorpius, ¿cuánto le has contado a Albus?

— Todo, padre. Necesitaba otros ojos que me confirmaran lo que estaba leyendo al principio. Y es mi compañero, no tengo secretos con él —aseguró con vehemencia.

Draco sonrió un poco y cogió una de las galletas que habían traído con el té. Tenía que recordar decirle a Flix que esas galletas no le gustaban, eran las favoritas de su padre, él prefería las de chocolate.

— Es como si vosotros fuerais la versión mejorada —murmuró, masticando despacio—, la que tenía posibilidades de funcionar.

Su hijo rio, un sonido que se hizo agradable a sus oídos.

— Albus odia que le digan que se parece a su padre. En realidad, el carácter de Harry lo ha sacado James. Si lo que quieres saber es si se lo hemos contado a Harry, la respuesta es no. Es vuestra historia. ¿Piensas hablar tú con él?

— Para eso tendría que poder acercarme a él sin que me maldiga. El último día que nos vimos fue muy violento. Además, aún hay recuerdos bloqueados, el accidente del campo de quidditch, por ejemplo.

Scorpius cogió una galleta también y la masticó despacio, pensativo.

— Harry es una gran persona. Y tú… me parece que estás haciendo un esfuerzo por cambiar las cosas. Albus cree que su padre escucharía. Dice que él y James le han oído alguna vez llamarte durante el celo.

— Eso no es posible, Scorpius.

— Yo solo digo que deberías intentarlo. Hablar nada más. Conmigo te has disculpado en más de cincuenta cartas, padre. ¿Quizá encontraros en un momento con más gente? Aún no conoces a Lily.


Unas semanas después, tras dudar mucho y hablarlo más veces con Scorpius, y él a su vez con Albus, decidieron que conocer a Lily podía ser una buena manera de romper el hielo. Se suponía que serían ellos cuatro y la niña nada más, porque James y Edward estaban de misión en alguna parte de Gales y Sirius y Remus andaban de viaje de pareja, aprovechando las vacaciones escolares ahora que Remus había vuelto a la enseñanza.

Scorpius le había dicho que las protecciones le reconocerían, así que se apareció en el vestíbulo, que inmediatamente se iluminó para él, dando la bienvenida a nueva sangre Black. Lo agradeció, porque la alternativa era el flu y odiaba viajar así. Se enderezó los puños y el cuello de la camisa, preguntándose por enésima vez si era una buena idea lo de dejar las túnicas y vestirse a lo muggle con un pantalón de vestir y una camisa, como hacía su hijo. Cogió aire y se dirigió al salón, después de esperar un minuto en vano a que apareciera un elfo para anunciarle. No había elfos en esa casa, Sirius se había negado completamente según su hijo.

La puerta del salón estaba abierta, así que lo vio antes de entrar. La imagen hizo que su alfa lloriqueara: en el gran sofá, Potter sostenía a su nieta en brazos mientras le daba un biberón. Carraspeó para llamar su atención, incómodo por la ausencia de Scorpius.

— ¡Malfoy! —se sobresaltó Potter— no te esperaba.

Dejó el biberón con cuidado y se puso de pie, pero no avanzó hacia él.

— Creía que Scorpius te había avisado. El celo de Albus se presentó de repente.

Draco trató de evitar la imagen de su hijo y su pareja teniendo sexo en esa misma casa en ese mismo momento, tres plantas más arriba. Scorpius le había contado que Potter y Black habían construido en el ático un pequeño apartamento aislado mágicamente del resto de la casa con todo lo necesario para que cualquiera de ellos pudiera pasar su celo en la intimidad.

— ¿Él está bien?

Potter levantó una ceja, sorprendido.

— ¿Albus? sí. Va a volver al trabajo en septiembre y el sanador le dijo que el estrés y dejar la lactancia podría desencadenar el primer celo después del embarazo, pero aún así no esperaban que fuera tan pronto.

Recordó que su hijo le había dicho que en esa casa no se andaban con rodeos para hablar de esas cosas, así que trató de sobreponerse a la incomodidad.

— En ese caso… hablaré con Scorpius en unos días para volver a concertar una cita —le dijo, haciendo mención de darse la vuelta.

— Ya estás aquí. —le detuvo Potter— ¿Quieres sentarte?

El bebé se revolvió un poco en brazos de su abuelo y apartó el arrullo que la envolvía, así que Draco tuvo por primera vez un vistazo de su nieta. No cabía duda de que había heredado los ojos verdes de Lily Evans también, y su cabello rubio. Por primera vez en su vida, sintió una feroz protección hacia un bebé, tan fuerte que le dejó sin aliento. Sin pensarlo más, se sentó en la butaca más cercana al sofá en el que Potter había vuelto a acomodarse, incapaz de apartar la mirada de la niña.

— ¿Es preciosa, verdad? —susurró el orgulloso abuelo.

— Lo es —afirmó, tajante Draco.

Potter volvió a ofrecerle el biberón, que Lily cogió con ganas, y Draco parpadeó para salir de ese extraño trance y centrar su cabeza en lo que le había llevado allí.

— Disculpa que no te ofrezca nada de beber…

— No he venido a que me invites a merendar —le interrumpió con brusquedad.

— ¿A qué has venido entonces? —cuestionó Potter, igual de seco, poniéndose a la defensiva rápidamente.

— A conocer a Lily. Y a disculparme.

La cara de sorpresa de Potter fue tan cómica que Draco no pudo evitar una mínima sonrisa.

— ¿Exactamente acerca de qué?

— Los dos sabemos que la lista es muy larga. Debería empezar por todo lo que hice en la escuela y seguir por lo que ocurrió durante tu celo. Lo hice todo mal.

Con un movimiento experto, Potter dejó el biberón y sentó a Lily sobre su rodilla para ayudarla a eructar. La niña volvió a clavar sus ojos en él con tanta intensidad que le pillaron distraído las palabras de su abuelo.

— No recuerdo con claridad esa noche, todo está borroso —explicó el omega con voz calmada y la mirada también en la niña—. Mi mente se quedó con el dolor, con la súplica y después con la paz de estar anudado. No me sentí violado. Me refiero a que hiciste lo que hace un alfa en una situación así. ¿Se podría haber hecho mejor? seguramente, pero es que ninguno de los dos estaba preparado para lo intenso que fue.

— Era la primera vez que me enfrentaba a un celo —confesó Draco, con el labio atrapado entre los dientes—. Mis padres querían que me reservara para el matrimonio. No tenía ni idea de lo que hacía, supongo que tiré de instinto.

— También era mi primer celo. Para el siguiente tuve tiempo de reflexionar, en frío, para mí lo peor no era la idea del sexo rudo, sino la humillación y la necesidad. Y decidí no volver a pasar por eso.

— Es biología, los omegas suplican porque el dolor los vuelve necesitados.

— O porque es lo que se supone que deben hacer para animar a los alfas. Yo decidí que no quería eso, pero quería ser padre. Tenía miedo de que el aborto hubiera estropeado algo, porque pase dos años intentándolo sin concebir. El sanador dijo que podían ser las drogas, él no estaba a favor de usarlas durante tantos años, es de los que cree que lo único que puede ayudar a un omega es el semen de un alfa. Lo intenté, un celo, y Theo se esforzó muchísimo, pero no pude. Mi cuerpo se ha acostumbrado tanto a pasarlo con pociones que sin ellas el celo se vuelve muy loco. Por desgracia Albus lo ha heredado de mí, pero al menos encontró un sanador que realmente ayuda y mi hijo puede disfrutar de sus celos. Que por lo visto es lo normal, pero a mí me tenía que tocar la pajita más corta como siempre.

— Respecto al aborto… —Vio a Potter abrir la boca para decirle como otras veces que no quería hablar de eso con él, pero levantó la mano para detenerle— déjame explicarme por favor. Necesito que entiendas mi comportamiento en esas semanas.

Esperó unos segundos hasta que Potter asintió, la niña de nuevo acunada entre sus brazos. Esa imagen hacía más difícil aún hablar del hijo que habían perdido.

— Mientras tu estabas en la enfermería, mis padres me sacaron de la escuela y me llevaron a un sanador especializado en alfas con problemas con sus vínculos. Le dijo a mis padres que yo sufría un frenesí alfa.

— He oído hablar de eso.

— Según el sanador, tus hormonas y tu magia lo activaron y se agravó porque estabas preñado y no te había mordido. Yo no recuerdo nada de eso, ni siquiera el accidente ni cuando viniste a decírmelo. Parece que el tratamiento para controlar el frenesí incluye bloquear recuerdos. Para evitar que cualquier cosa pueda reactivarlo. Le hice quitármelo, por eso reaccioné así la última vez que nos vimos, salía de su consulta cuando capté tu olor.

Las palabras de Draco hicieron que Harry se encogiera un poco y abrazara a la niña protectoramente contra su pecho.

— ¿Por qué estás tan calmado ahora entonces? —cuestionó con los ojos entrecerrados por la sospecha.

— Porque tienes entre tus brazos a mi descendencia —respondió sin dudar—. Ahora mismo mi alfa lo único que quiere es proteger, no me sentí así con Scorpius. Y porque acudí a una especialista en alfas con problemas de control. He pasado dos meses ingresado, ahora voy a terapia cada dos semanas.

Potter parpadeó sorprendido, pero relajó la postura, lo que a su vez tranquilizó a Draco, que lo último que quería era que el omega le temiera.

— Los dos estamos bastante tarados —comentó Potter con un atisbo de diversión.

Draco cogió aire mientras ordenaba en su cabeza las palabras que necesitaba sacar, todo aquello estaba siendo un esfuerzo considerable y el olor de Potter estaba comenzando a hacerle sentir un poco inquieto.

— Yo siento que he sido otra persona todo este tiempo —soltó por fin, con brusquedad, como una pedrada—. Y no es que fuera una buena persona antes de aquella noche. Tú dices que no te violé, yo después de varias sesiones de terapia empiezo a no verlo tan claro. Y estar diciéndotelo hace que mi alfa proteste, créeme.

— ¿En qué sentido?

— El reclamo. Mis padres me llevaron a ese sanador porque yo quería reclamarte y eso me estaba haciendo, según ellos, perder la razón. Si no lo hubieran hecho no habría podido unirme a Astoria.

— Que es lo que ellos querían —comprendió Potter.

— Sí. —Draco asintió con la cabeza también y cambió un poco de postura, notaba cada vez más tensión en la espalda— Pero hay un fondo de razón ahí, sin control habría acabado echándome sobre ti en cualquier momento y mordiéndote contra tu voluntad. Aún no sé como no lo hice aquella vez.

— ¿No lo recuerdas? —preguntó el omega con voz ronca, su olor expresando de nuevo temor.

— No recuerdo los detalles. Aún no hemos llegado a esa parte en terapia, hay que ir desenterrando todo lo que está manipulado.

— Te golpeé.

— ¿Qué? —habló tan fuerte que la niña que dormitaba se revolvió y su abuelo tuvo que calmarla con arrullos y un suave balanceo.

— Sí que lo intentaste —prosiguió Potter cuando la niña se calmó, mirándolo de frente—. Recuerdo la paz del nudo, el subidón de endorfinas, y cuando empezaste a eyacular intentaste morderme. Te di un codazo y te quedaste ko hasta un rato después de que bajara el nudo. Y yo me escondí en el baño mientras.

— Morgana… lo siento —volvió a disculparse Draco, con el rostro entre las manos.

— No creí que llegaría el día en que escucharía una disculpa tuya. Una sincera.

— El efecto Lily —trató de bromear él esta vez, con la vista fija en la niña dormida, incapaz de mirar a Potter ahora.

— Draco… —la voz de Potter era ronca y eso hizo que levantara los ojos para mirarlo— fue un error de cálculo de mi sanador. Y mi cabezonería, me avisó de que no debía volver a la escuela, pero yo solo quería normalidad. Así que soy en parte responsable de lo que pasó, no todo es culpa tuya.

Aunque esas palabras deberían haberle hecho sentir mejor, descargado de una parte de la culpa, en ese momento lo único que podía sentir era inquietud y la necesidad de soltarlo todo.

— ¿Sabes qué es lo peor de todo? Que no se cuanto de lo que soy es responsabilidad de lo que me hicieron mis padres y cuanto es mi propia mierda de personalidad. Estoy atrapado siendo una persona que empieza a no gustarme y eso es jodido. Porque estoy descubriendo que a mi alrededor nadie va creer que realmente quiero redimirme.

— Creo que lo estás haciendo bien con Scorpius. Tu hijo quiere realmente tener a su padre, lo veo feliz.

— Una de las cosas que he conseguido verbalizar con mi terapeuta es que he sido un padre muy poco presente. Scorpius pagó las consecuencias de una vinculación forzada. Nunca debí unirme a Astoria.

— ¿En qué sentido forzada?

— Si no me hubieran alejado a la fuerza de ti, mi alfa jamás se habría vinculado a ella. Y solo pasamos juntos el celo que concebimos a Scorpius.

Ni siquiera a su terapeuta le había contado eso. Comenzó a sudar porque estaba perdiendo el control, cualquier cosa que saliera de la boca en ese momento sería una verdad sin adornar.

— Espera, ¿cuánto tiempo estuvisteis casados? —preguntó Potter con el ceño un poco fruncido, recolocándose a la niña en el regazo.

— Catorce años. Cada trimestre, cada celo, me volvía loco aporreando la puerta de su habitación. Nunca la abrió. En realidad ella me odiaba y tenía razones. Por eso se refugió en Scorpius.

Potter le miró largamente, de nuevo balanceando a la niña. Draco no supo si era porque la niña había hecho algún gesto de molestia que se había perdido o era algo automático por la inquietud que sentía.

— Yo… debo de decir que estoy muy sorprendido con todo esto. Te veo cambiado, parece que la terapia te funciona —le dijo por fin.

— No es solo la terapia. Estoy tomando pociones para controlar el frenesí, me ayudan a tener la cabeza despejada. Y me he tomado una dosis de veritaserum antes de venir.

— ¿Por qué?

— Porque necesito ser sincero contigo, en todo. Porque he bloqueado los recuerdos de aquella noche y creo que voy a necesitar tu ayuda para sacarlos a flote y enfrentarme a lo que hice esos meses. Porque mi alfa ruge un reclamo por ti cuando estás cerca, tu olor es mi droga. Y porque… párame por favor, la humillación me va a matar —suplicó, el sudor mojando la parte de atrás de su camisa.

En algún momento, sin ser consciente, Draco había empezado a exudar feromonas a pesar de las pociones supresoras. Eso, o su comportamiento irracional, o el conjunto de todo hizo que Potter definitivamente se asustara e hiciera mención de ponerse de pie para salir de la habitación.

— Lily se ha dormido por fin. Voy a…

Pero Draco le detuvo, poniéndose de pie con los brazos extendidos y las palmas alzadas en son de paz.

— No la dejes en la cuna. Es más seguro que la tengas en brazos. No confío en mí mismo ahora, llevo demasiado tiempo respirando tus hormonas.

— Quizá debas marcharte, Draco.

Dividido, asintió con la cabeza, pero sus palabras fueron de negación.

— No quiero irme —lloriqueó— quiero estar cerca tuyo.

Potter se movió rápido, rodeando el sofá hacia la puerta, sin darle la espalda, con Lily fuertemente abrazada contra él y la varita en la mano, pero no le atacó.

— ¿A quién puedo llamar para que te acompañe a casa? Creo que no ha sido una buena idea mezclar veritaserum con tus pociones y mi olor.

— Oh Morgana… Blaise, llama a Blaise por favor. —Se dejó caer al suelo lloriqueando, encogido sobre sí mismo y con una erección monstruosa entre las piernas, dividido entre la necesidad de reclamo y el terror absoluto a volver a estropearlo—Y no sueltes al bebé por favor. Quiero irme, pero mi alfa… mi alfa te quiere, se volvió loco ya una vez por no tenerte. Voy a acabar en un manicomio… puta biología. Vete, llámalo y escóndete en otra habitación.

Y cerró los ojos mientras escuchaba los pasos de Potter alejándose.