Regina Mills estaba muy enamorada de Neal Cassidy. Se conocieron en la secundaria y se hicieron novios en la universidad, casándose un año después de graduarse. Regina siempre había sido una mujer apasionada y determinada. Como alcaldesa de Storybrooke, manejaba su pueblo con justicia y mano firme, pero su vida personal era un remolino de emociones.

Ella era feliz en su hogar, con el hombre que amaba. Siempre había querido tener hijos, pero cada vez que hablaba del tema con Neal, él lo desviaba. No entendía por qué nunca quería hablar de tener hijos en el futuro. Regina conocía a la familia de Neal desde que eran amigos y tenía una relación cercana con su padre, Rumple Gold, dueño de la casa de empeño del pueblo. Era un hombre respetado y querido en Storybrooke. Cuando conoció a Regina, le tomó cariño y llegó a quererla como a su propia hija. De hecho, él fue quien la entregó el día de su boda. La madre de Neal falleció al dar a luz, dejando a Rumple haciendo el papel de padre y madre para él. A Neal nunca le faltó nada.

Durante los primeros meses de matrimonio, Neal se comportó amoroso, tierno y amable con Regina, demostrando cuánto la amaba. Pero luego de unos meses, todo cambió. Neal ya no era la persona cariñosa que solía ser; comenzó a llegar más tarde de lo habitual, bebía con más frecuencia y discutían casi por todo. Atrás quedó el Neal del que Regina se enamoró. A pesar de todo, se engañaba pensando que todo volvería a ser como antes, que recupera al hombre que le abrió su corazón cuando le propuso matrimonio hace siete años.

**Siete años antes...**

Regina estaba charlando con su madre cuando el sonido del celular las interrumpió.

—¿Hola?

—Hola, preciosa. ¿Qué tal? —era Neal.

—Bien, querido, aunque te extraño —contestó Regina con una sonrisa.

—Yo también te extraño. ¿Qué harás esta noche?

—Mmm, pensaba ayudar a mi madre a preparar la cena. ¿Por qué? —preguntó con algo de curiosidad.

—Bueno, quería invitarte a salir.

—¿Salir? ¿Adónde? —preguntó con una sonrisa.

—Será una sorpresa. ¿Te gustaría?

—Mmm, está bien. ¿A qué hora?

—Paso a recogerte a las 7, ¿te parece?

—Perfecto, te espero. Nos vemos a las 7. Te amo.

—También te amo, preciosa. Ah, y vístete informal.

—Está bien —colgó con una sonrisa boba en sus labios. Así fue como la encontró su madre y le preguntó:

—Por esa sonrisa, supongo que fue Neal quien te llamó.

—Sí, quiere que salgamos esta noche. Pasará a recogerme a las 7.

—¿Dónde irán?

—No sé, le pregunté y me dijo que era una sorpresa —miró el reloj; eran las 5:40—. Será mejor que suba a arreglarme —dijo mientras subía las escaleras.

Casi corriendo a su habitación, se preparó. Tomó una ducha y eligió su ropa: un jean negro, una blusa negra, un blazer color beige y botas negras hasta las rodillas. Su maquillaje no era muy cargado y sus labios estaban pintados de un color rojo sangre. Se recogió el cabello en una trenza francesa. Observándose en el espejo de cuerpo completo, le gustó lo que vio. Agarró su bolso y bajó para esperar a Neal.

Unos minutos después, sonó su celular. Era Neal informando que se encontraba afuera. Se despidió de su madre y salió de la casa. Ya dentro del coche, Neal la besó con ternura y ella correspondió en unos segundos, regalándole una sonrisa a la que él respondió con otra.

—Estás hermosa.

—Gracias —dijo Regina sonrojándose.

—¿Lista para tu sorpresa?

—Por supuesto. ¿Alguna pista de adónde vamos?

—Sólo puedo decirte que te va a encantar —dijo Neal sonriendo mientras Regina hacía un puchero al escuchar que no le daría ninguna pista de adónde se dirigían.

—Está bien —dijo ella acomodándose en el asiento—, ya no insistiré.

Después de media hora, llegaron a la entrada del bosque. Neal estacionó el auto y sacó de la guantera una venda de seda, cubriendo los ojos de Regina con ella. La ayudó a salir del auto y se adentraron en el bosque.

—¿Adónde vamos? —preguntó Regina.

—Ya verás, te encantará.

Regina no preguntó nada más y se dejó llevar. Luego de un rato caminando, se detuvieron y Neal le quitó la venda.

—Listo, llegamos.

Regina, que había cerrado los ojos, los abrió lentamente y se quedó sorprendida por lo que vio.

—¿Te gusta? —preguntó Neal.

—Neal —dijo Regina con los ojos cristalinos por las lágrimas sin soltar—, es... es hermoso, me encanta —le dio a Neal un beso apasionado. Luego de unos minutos, se separaron por falta de oxígeno—. Te amo —dijo con lágrimas cayendo por sus mejillas.

—Yo también te amo —dijo él, secándose las lágrimas con sus pulgares con delicadeza, como si pudiese romperse—. Ven, vamos a sentarnos —dijo tomándole la mano. La sorpresa era en un pequeño claro, cerca de un río, donde había un pequeño camino de pétalos de rosas hasta una manta en el suelo con una canasta de picnic, una botella de vino, velas alrededor y la luz de la luna reflejándose en el agua.

Cenaron entre besos y risas. Luego de terminar de comer, se tumbaron en la manta viendo las estrellas, tomados de la mano en un silencio cómodo que fue roto por Neal.

—Regina.

—Mmm.

—¿Te puedo decir algo? —dijo él, algo nervioso.

Regina, al darse cuenta de eso, volteó su rostro para verlo y frunció el ceño.

—¿Sí? ¿qué sucede?

Neal se sentó y de su boca salió un suspiro tembloroso. Le tomó las manos a Regina, que también se había sentado y estaba enfrente de él, y dijo:

—Desde el momento en que te vi al entrar al salón de clases, supe que había algo en ti que me gustaba. Entonces quise ser tu amigo, pero luego supe que quería ser algo más que eso. Me di cuenta de que me había enamorado de ti desde el primer minuto en que te vi, pero no tuve el valor de decírtelo hasta la universidad, cuando finalmente pude decirte cuánto te amo —hizo una pausa y tomó una respiración honda. Regina estaba atenta a lo que decía, con lágrimas en los ojos. Ella tomó su rostro en sus manos y lo besó brevemente. Luego Neal continuó: "Luego supe que eras la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida. Amo todo de ti —dijo, secándose las lágrimas que se habían escapado—. Te amo, te amo tanto que —hizo una pausa y se puso de rodillas frente a ella. Regina estaba callada, con lágrimas en los ojos. Neal sacó de su bolsillo una caja y la sostuvo abierta, mostrando un anillo con una pequeña piedra roja en forma de corazón. Regina, al verlo, sonrió y sintió mariposas en el estómago. Neal terminó de hablar—: Regina Mills... ¿aceptarías ser mi esposa? —dijo él, esperando su respuesta.