Capítulo 2: Elecciones


Flashback

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Gracias —le digo.

¿Gracias? ¿Por qué, Kenshin? —me pregunta confusa, con sus hermosos ojos buscando el significado de mis palabras.

Gracias por traerlo sano y salvo para mí, gracias, Kaoru, por darme un hijo.

Oh, Kenshin —es todo lo que puede decir, mientras sus ojos azules se llenan de lágrimas. Ella llora tan fácilmente.

Si alguna vez pudiera elegir un momento en el que el tiempo permaneciera paralizado, juro por mi vida que sería este, este preciso momento, este momento de verdadera paz.


Cuatro años después

Ya es Junio, el verano apenas ha comenzado, pero el sol aún brilla como si quisiera quemar todo Japón. Ha pasado una hora desde que Kaoru salió al mercado para reponer nuestras escasas proviciones.

El mercado. Ninguno había esperado tener que ir allí en un futuro cercano. Habíamos plantado una pequeña huerta para poder ahorrar dinero, pero no dio resultados; el sol no había hecho nada bueno, además de mi mala suerte.

Nunca se me había dado bien la agricultura, de hecho, ahora la detesto. Recordaba de mi niñez que mi padre era bueno en eso, y durante mi vida de campo con Tomoe, intenté dedicarme a ello. La cosecha fracasó miserablemente, y perdí la mayoría, tal y como perdí a Tomoe meses después. La agricultura y yo nunca hemos sido buenos amigos.

Me siento al borde del pozo que hay en nuestro patio trasero, mientras me sirvo otro vaso de agua del balde. La pequeña sombra del techo del pozo, cortesía mía y de Sanosuke, me protege de los crueles rayos del sol mientras intento saciar mi sed.

El día había sido arduo, por lo que adradezco que mi hijo esté dormido. Necesito silencio y soledad para pensar, un lujo que poco he tenido desde que comenzó a caminar. El pequeño me sigue adonde quiera que vaya, al igual que la señorita Misao cuando la conocí en mi viaje a Kyoto, años atrás.

Pero, a diferencia de con la señorita Misao, no me molesta su presencia, no, la aprecio. Sin embargo, no lo entiendo, el por qué se aferra a mí, por qué me sigue a todos lados, o por qué aparentemente me admira, pero me encanta, lo amo.

Amo ser padre.

Pero hoy abrazo su silenciosa ausencia, tengo mucho en mente, y debo procesarlo todo antes de tomar una decisión...

—Estoy de vuelta —anuncia una voz alegre.

Levanto la cabeza para ver a mi Kaoru, atravesando el shoji para saludarme.

—Hola, Kaoru —le sonrío mientras se aproxima—. No esperaba que tardaras tanto.

—Parece que Kenji tampoco —dice mientras se sienta a mi lado—. Está profundamente dormido.

El niño tenía el hábito de esperar ansiosamente despierto cuando alguno de los dos salía; rara vez dormía, a menos que estuvieran todos en casa, donde él pensaba que todos debían estar.

—Está muy cansado —le digo.

—¿Cansado? —me pregunta ella.

—Sí, quería ayudar con las tareas, así que lo dejé, después de todo, es mejor que aprenda a temprana edad; pero se rindió después del almuerzo.

Ella ríe.

—Es típico de él querer trabajar; se rehúsa a ser excluído de todo.

—¿Por qué tardaste tanto? —le pregunto.

—Bueno, Kenshin, parece que no somos los únicos que están pasando por un mal momento con las cosechas, el mercado está prácticamente vacío, conseguí muy pocas cosas —puedo notar la angustia en su voz.

—No importa, Kaoru —le digo—, nos esforzaremos más con nuestra huerta —Aunque no soporto la agricultura, estoy dispuesto a hacerlo por nuestra familia.

—Está bien, Kenshin.

—¿Tienes sed, cariño? —le pregunto, pasándole el vaso lleno.

—Gracias, querido; siempre tan considerado.

Bebe lentamente, saboreando cada gota del precioso líquido, como si fuera la última.

—Ven —le digo, tomando su mano—. Sentémonos, tenemos que hablar, llevaré el balde con agua en caso de que quieras más.

Coloco el balde a mi lado mientras nos acomodamos en el porche. Mi mano aún sostiene la de ella aunque estemos sentados; es una costumbre que no puedo abandonar.

Recuerdo el primer día en que reuní coraje para tomar su mano; había deseado hacerlo durante meses. Para mí, tomar las manos significaba estar juntos por siempre; una unión que anhelaba.

En aquel entonces, ella todavía era tímida, y puedo recordar con claridad su sonrojo. Desde entonces, no creo que haya pasado un día sin tomarnos de las manos. Sonrío ante el recuerdo.

—¿De qué tenemos que hablar, Kenshin? ¿Es sobre Kenji? —me pregunta.

—No, querida, no es Kenji —Ojalá fuera Kenji.

—Entonces, ¿qué es? —me pregunta con suavidad, como si temiera lo peor, siempre parece temer lo peor.

—Nada de que preocuparse, querida, te lo aseguro —le digo.

—Entonces dime, Kenshin —Cuánta impaciencia.

—Saito pasó por aquí hoy —le informo.

—Ese viejo lobo no estaba buscando pelea, ¿o sí? —su hermoso rostro muestra una mueca de enojo.

Me río.

—No Kaoru, él ya no quiere pelear; piensa que ya no soy un oponente digno por no ser más Battousai, recuerda.

—Entonces, ¿qué quería?

—Me ofrecieron un puesto como agente especial en la policía local...

Me interrumpen los delgados brazos de mi joven mujer, que me abrazan fuertemente.

—Oh, Kenshin —chilla—. Es maravilloso.

—Kaoru... yo.

—¿Aceptarás? —me pregunta ansiosa mientras me suelta.

—No lo sé. ¿Quieres que lo haga?

—Bueno, Kenshin, sería mejor que tuvieras un trabajo. Apenas sobrevivimos con lo que gano en el dojo, y tenemos un niño en pleno crecimiento que alimentar, así que tener un trabajo estaría bien, ¿no?

—Creo que tienes razón, Kaoru, en realidad quería aceptar el trabajo, pero primero tenía que asegurarme de que estuvieras de acuerdo.

—Está bien, Kenshin; creo que deberías tomarlo, siempre y cuando no vayas muy lejos.

—Nunca lo hubiera considerado si eso significara alejarme de ti y de Kenji —le digo—. Mi trabajo se llevará a cabo por esta zona y sus alrededores; estaré cerca de ustedes, eso haré.

Ella sonríe satisfecha.

—Estoy feliz, Kenshin, muy feliz.

Me pregunto por cuánto tiempo ella estuvo esperando por este momento.

—Me alegra que estés de acuerdo, Kaoru, pero, ¿qué hay de Kenji? También tienes que pensar en el dojo.

—Está bien, Kenji está creciendo rápido, y Yahiko pronto será maestro del estilo Kamiya Kasshin, así que no tendré que dar todas las clases sola. Saldremos adelante.

Tiene razón, pero...

—Extrañaré a Kenji. Extrañaré pasar mis días con él.

—Y él también te extrañará, pero algún día entenderá que tuviste que hacerlo por su propio bien, Kenshin.

—Creo que entenderá.

—¿Cuándo empiezas? —me pregunta con curiosidad.

—La próxima semana.

—¿La próxima semana? Es muy pronto, Kenshin. ¿Usarás uniforme?

No puedo evitar reír al pensar en mí mismo usando uniforme policial.

—No, querida, no usaré ningún uniforme. El jefe ha decidido que hice suficiente por el gobierno Meiji como para tomarme las comodidades que deseo.

Además, ni muerto me verán con unos pantalones tan ajustados.

—Ya veo —dice ella—. Me gusta mucho este Kenshin; no creo que un uniforme de policía te quede bien.

—Pienso exactamente lo mismo, querida.

Ella me sonríe en respuesta, esa dulce sonrisa que capturó mi corazón años atrás. Está feliz y emocionada, muy emocionada, pero no tanto como yo. Nunca antes había tenido un trabajo honesto.

Elegí ser un asesino a los catorce años y comencé a vagabundear a los dieciocho; no tengo idea de lo que es ser pagado por un trabajo honrado, pero no puedo esperar por descubrirlo.


Un año después

(Kenji tiene 5 años)

Mis ojos siguen la pequeña cabeza pelirroja que se desplaza de un extremo a otro del patio a una velocidad aterradora. Es rápido, muy rápido, tal vez otro rasgo heredado de mí.

Observo cómo el pequeño sigue la pelota, que combina con su cabello, pateándola antes de correr tras de ella nuevamente.

Su figura es delgada y es unos centímetros más bajo que los niños de su edad, otro rasgo mío, supongo.

Por un instante, en medio de sus movimientos erráticos, veo sus pómulos altos por encima de su cabello rebelde que se acaba de soltar de su cola de caballo, igual que cuando yo era niño.

Cada vez que lo miro, me veo a mí mismo, en mi forma más pura, inocente e inmaculada, una forma que había sido deformada hace mucho tiempo. En esencia, es mi imagen exacta, con excepción de sus ojos, pero estoy seguro de que si lo llevara a Kyoto en cualquier momento, reinaría un recuerdo de sangre y oscuridad en los corazones de todos los que conocieron al asesino, Battousai.

Es por eso que he decidido mantener a mi hijo alejado de la contaminada ciudad de Kyoto, lejos de mi pasado, lejos de mi culpa, pero sé que no puede ser así para siempre, algún día tendré que llevarlo allí, tendré que mostrarle quién era.

Temo ese día, porque podría ser el día en que lo pierda a él, mi único hijo. No tengo idea de cómo me verá cuando sepa que era Battousai, pero creo que merece saberlo, y me aseguraré de que así sea.

Pero, por ahora, se quedará aquí, feliz e ignorante del pasado del hombre que lo engendró.

Observo cómo pierde el equilibrio por una fracción de segundo, antes de reponerse gracias a su agilidad impecable. Me maravillo con su habilidad, definitivamente heredada de mí.

—Muy bien, Kenji. Te salvaste de caer —le digo.

Me sonríe con su sonrisa parcialmente desdentada, y reanuda su persecusión a la pelota. La pérdida natural de sus dientes es lo único que diferencia su apariencia de la mía, pero cuando crezca, sé que será mi viva imagen.

Su velocidad y flexibilidad no son naturales a tan tierna edad, sólo tiene cinco años. Su fluidez lo haría un perfecto espadachín del estilo Hiten Mitsurugi, hace que me pregunte si el maestro Hiko vio lo mismo en mí cuando era niño.

Hablando de eso, algún día podría llevarlo para verlo, después de todo, Hiko es como un padre para mí, así que se merece el honor de conocer a mi hijo.

Siento que un suave ki se acerca a mí, el de Kaoru. Se sienta junto a mí en el porche, como lo hace siempre. Aunque se ha vuelto bastante infrecuente desde que comencé a trabajar como policía, después de lo cual sólo lo hacemos durante uno de los tres días a la semana en los que no trabajo.

—Es hermoso, ¿no? —me dice.

—Lo es, nunca dejaré de agradecerte por habérmelo dado —le respondo.

Ella ríe.

—Kenshin, te olvidas de que él no hubiera existido sin ti.

Sonrío al recordar esa noche de hace cinco años cuando tomé ese precioso sake que me ayudó a crearlo. Tal vez Sanosuke tenía razón cuando decía que el sake era una de las mejores cosas que le habían sucedido al Japón; definitivamente, había propiciado una de las mejores cosas que me sucedieron, la concepción de mi hijo.

—Nunca me imaginé como padre —le digo.

—En serio, Kenshin, ¿a qué viene eso?

—Bueno, para empezar nunca me imaginé vivir después de los dieciocho; era un asesino, por lo que mi expectativa de vida era muy corta. Es por eso que el arte de la espada enseña que un niño se convierte en hombre a los 15 años, porque no se espera vivir más que eso. La espada es un arma que mata, y alguien que quita vidas no espera vivir mucho tiempo más.

—Entiendo —dice con suavidad—. Qué triste.

—Cuando cumplí los dieciocho, me volví vagabundo, y esperaba vagar por el resto de mis días —continúo—. Pero el destino hizo que te conociera, y así saber lo que es la felicidad indescriptible.

—Kenshin...

—Pero ahora que soy padre, tengo mucho que considerar.

—¿A qué te refieres, Kenshin?

—Al futuro de nuestro hijo. El tipo de hombre en que se convertirá pesará mucho sobre nosotros, Kaoru —respondo.

—Supongo que sí —me dice, insegura sobre adónde quería llegar yo con eso.

—Quiero que sea alguien mejor. Necesitará que se le enseñe bien. No quiero que se convierta en lo que fui, no quiero que sea conocido como el hijo de Battousai.

—Kenshin, ¿adónde quieres llegar con todo esto? No me digas que te volverás a ir por tu pasado y tu culpa, ¿no? —me pregunta.

Sus ojos están llenos de preocupación.

—Kaoru. No —le digo, al entender el significado de sus palabras.

Ella suspira de alivio mientras le acaricio el rostro, un simple gesto que he utilizado para calmarla en varias ocasiones.

—Kaoru, puede que no merezca esta vida que me has dado, no después de arrebatar tantas vidas. Pero tengo una responsabilidad contigo y con mi hijo. No puedo irme. Me quedaré aquí para asegurarme de que él no será como yo. Tienes que deshacerte de tu temor a que me vaya, pertenezco aquí, Kaoru, contigo.

Mientras la calma la invade, retiro lentamente mi mano.

—No pude dejarte desde el principio —le confieso—. Y menos ahora que me has dado un hijo.

Sonrío mientras ella asiente.

—Por supuesto que no podrías, Kenshin, y si lo hicieras, sabes que te buscaría adonde sea que vayas, y te daría unos buenos golpes con mi bokken favorito.

Sonrío ante la confianza que veo en su rostro. Sabe que soy suyo; sabe que no puedo irme.

Un suave silencio cae sobre nosotros mientras volvemos nuestra atención hacia nuestro hijo, quien había decidido retirarse a la sombra de un árbol cercano para descansar.

De alguna manera considero que este es el momento perfecto para hablar de mis preocupaciones hacia él.

—¿Sabes por qué lo llamé Kenji, Kaoru? —pregunto.

—Porque es una variación de tu nombre, algo apropiado para tu hijo —responde ella.

—El nombre Kenshin, que me fue dado por mi maestro, significa 'corazón de espada', el nombre perfecto para un espadachín. Ken significa espada, como bien sabes, como en 'Kenjutsu' (esgrima), mientras que 'shin' significa corazón. Y tienes razón, Kenji es una variación de mi nombre, la única diferencia es que en vez de 'shin', está el 'ji'. El ji significa 'proteger'. Por lo que, en esencia, Kenji significa...

—...'Proteger con la espada' —termina la frase.

—Exacto.

—Es hermoso, Kenshin.

—Lamento habértelo ocultado. Fue una decisión egoísta de mi parte.

—¿De qué hablas? Recuerda que es tradición que los padres nombren a sus hijos.

—Sí, pero es decisión de los padres el quién será su hijo, y hasta en eso fui egoísta, Kaoru.

—¿De qué estás hablando, Kenshin? —me pregunta, puedo escuchar la molestia en su voz.

—Lo nombré con intención, quería que él se convirtiera en espadachín —le explico—. Fui un tonto por pensar en eso sin compartirlo contigo, lo lamento.

—Un espadachín, Kenshin, a veces eres tonto, ¿por qué serías egoísta al pensar en eso? ¿Nuestro hijo, un espadachín? Bueno, no es como si tuviera muchas opciones, con padres como nosotros, él nació siendo espadachín —dice Kaoru radiante.

—Oro —es todo lo que puedo decir, antes de dejarme caer con sorpresa.

¿Quiso decir exactamente lo que dijo?

—Kenshin...

—¿Tú también quisiste lo mismo todo este tiempo? —pregunto sin poder creerlo.

—¿Por qué no lo haría, Kenshin?

—Yo... yo... no sé...

¿Cómo podría saberlo?

—Bueno, está decidido Kenshin —continúa—. Sólo quiero señalar que también quiero que reciba educación. Esta es la era Meiji, Kenshin, los días de la espada casi terminan, y quiero que ingrese a la escuela Simiya, que está al final de la calle, tan pronto como tenga la edad suficiente, y que todos los días, después de la escuela, pueda tener lecciones de esgrima con su padre. ¿Te parece, Kenshin?

Entrenar conmigo significaba que aprendería el Hiten Mitsurugi en lugar del Kamiya Kasshin; así que ella quería que aprendiera mi estilo y no el suyo. Bueno, es típico de ella tomar decisiones importantes en el momento y resumirla en una sola frase.

De hecho, había sido ese tipo de proceder lo que me había hecho vivir con ella.

—Por supuesto, querida —le digo—. Gracias.

Me sorprende cómo puede lidiar con un tema delicado y resolverlo en cuestión de segundos; sin importar de qué se trate, una vez que involucra a Kaoru Himura, parece que todo terminará bien.

—De nada, Kenshin, sé que has estado preocupado por esto durante meses —me responde.

—¿De verdad? —soy incapaz de ocultar mi impresión—. ¿Cómo?

—Bueno, supongo que puedes decir que me conoces tanto como yo a ti. Después de todo, no hace falta el estilo Hiten Mitsurugi para que una buena esposa pueda leer las emociones de su esposo.

—Claro que no, querida, tienes toda la razón —le digo—. Y ahora que me saqué eso de la cabeza, lo mejor será que haga el almuerzo, ¿ne? Hoy haré los honores.

Ella sonríe con dulzura.

—Es muy amable de tu parte, Kenshin; me gustaría mucho.

Le devuelvo la sonrisa y me levanto para dirigirme a la cocina. Ahora no siento nada más que pura satisfacción. Tal vez nunca pueda arrepentirme lo suficiente de toda la sangre que derramé en mi vida, pero al menos puedo enseñarle a mi hijo a proteger vidas con la espada, hasta mucho después de yo haberme ido, tal vez al hacerlo, al fin pueda expiar mis pecados...