Las trompetas sonaron. Los ejércitos rugieron. La carga por la supremacía había comenzado. El suelo retumbó ante las pisadas de cientos de miles, y los muros se sacudieron con el percusión de los tambores de guerra.
Dos colosales ejércitos se enfrentarían en la batalla más grande desde hacía más de veinte años, desde las Doradas Guerras lideradas por el Emperador Wyrm en persona. Nada similar a esas escaramuzas mediocres, y esas batallas pírricas de mil efectivos en cada bando. Nada de eso. Casi cien mil almas estaban en juego en esta batalla, y el dios de la guerra miraba sonriente desde su trono de sangre y cráneos. Ansioso por más.
Los arácnidos marcharon a paso firme sobre las murallas. Barreras de escudos bloqueaban los millares de flechas que provenían desde la cima de los muros, y la infantería esperaban impacientes su momento de brillar. Espera... Espera... Espera el momento en que sus generales decidan actuar.
Mientras tanto, el cielo se tornó oscuro, ante las absurda cantidad de flechas que provenían de ambos lados del campo de batalla. Los musgosos tenían la ventaja de la altura, y sus arcos de madera de una calidad que solo era capaz de obtenerse en el Sendero Verde, los dotaba del título de uno de los mejores regimientos de arqueros de todo Hallownest.
Sin embargo, las tejedoras no se quedaban atrás, y aunque sus técnicas eran únicas, no por eso menos efectivas. Sus arcos estaban hechos por sus propias piernas, y su hilo extraído de su propio cuerpo. Carecían de la potencia de los grandes arcos de los musgosos, pero lo compensaban con una cadencia mucho más elevada. Capaces de disparar dos flechas mientras sus oponentes solo podían lanzar una.
Hachi estaba al oeste. La general sabía que un ataque frontal contra el muro sería una estupidez, así que debía de tener más ideas en mente. Los musgoso de seguro esperarían que ellos intentaran treparlos con sus habilidades arácnidas, pero no caerían en una trampa tan evidente. Sus tropas resistían, sus oponentes también. El momento de actuar.
— ¡Traigan las máquinas de asedio! —
Su voz se alzó entre sus tropas, y un mensajero cabalgó sobre un cazasuelos hasta la parte posterior de las formaciones. Y en menos de cinco minutos, las imponentes máquinas de madera se presentaron al campo de batalla, tiradas por cuerdas por los poderosos devotos.
Los trabuquetes no tardaron en hacerse notar, y las enormes piedras que lanzaban sobrevolaban las formaciones hasta el bando contrario. Carentes de precisión, pero con un gran poder destructivo. Algunos, lanzaban enormes fragmentos de roca que chocaban contra los muros. Como el incansable caer del agua que agrieta la sólida roca. Otros, lanzaban barriles de brea, la cual se incendiaba tras hacerse pedazos al impactar contra su cualquier superficie. Y si bien el fuego no sería capaz de derrotar a la roca, si causaría el terror entre las filas enemigas. Pero...
— ¡Cúbranse! —
La voz de un oficial alertó a Hachi, quien vió con asombro como una andanada de flechas perfectamente sincronizada cayó sobre la posición de su infantería, mientras entre la conmoción, enormes piedras aplastaban a los soldados, cuyos escudos no serían capaces de detener tal cosa.
— ¡Mi señora, el enemigo tiene maquinaria de asedio del otro lado del muro! — Gritó un oficial bajo u mando.
— ¡Debemos mantener la posición! —
— ¡Pero, mi señora...! —
— ¡Sin peros! ¡Resistid a toda costa y devolved el fuego! ¡Tenemos que aguantar! ¡Ellos pronto llegarán! —
Una guerra de resistencia era exactamente lo que los musgosos querían, después de todo, esa era su mayor fortaleza y estaban luchando en su propias tierras. Cada minutos que esta batalla se alargase, la balanza se inclinaba más y más a su favor. Y eso era algo que el general a cargo de ese sector de la muralla sabía muy bien.
— General Sun Quan, el enemigo mantiene posiciones. Parece que no planean avanzar por el momento. — Informó un mensajero.
Sun Quan, el Inamovible. La mente más brillante de la familia Sun, y aquél que jamás ha sido derrotado en una batalla de asedio donde estuviese a la defensiva. Era meticuloso. Calculador. Nada se le pasaba por alto, y siempre esperaba el movimiento de su enemigo para contratacar. En esta tablero de guerra, él se veía como las fichas negras de su juego de mesa favorito. Siempre a la espera, siempre atento para contratacar donde más le doliese al enemigo. El era un escudo físico y moral.
Su armadura blanca jamás a sentido el filo de un arma magullar su belleza. Alto y delgado como su padre, pero su color parecía dar a entender que se trataba de un alma pura, como solo el blanco es capaz de serlo. Sin embargo, en su propia cultura, es el blanco el verdadero color de la muerte.
— Entendido. Nos mantenemos sin cambios. ¿Alguna novedad de los otros frentes? —
— Negativo, general. Pero podemos suponer que la situación no es muy diferente que aquí. —
— Lo dudo. — Comentó seguro. — Si mi hermano está liderando el flanco oeste, puedo asegurar que no se parece en nada a lo que estamos viendo aquí y ahora. Infórmenle a los capitanes que distribuyan más flechas y que tengan listos el aceite. Podemos esperar un ataque en cualquier momento. —
— Si, general. —
Y así, el mensajero se alejó del puesto de mando, dejando al general sumergido en sus pensamientos. El puesto de mando era una locación sencilla dentro de los muros, donde una mesa mostraba un mapa con las posiciones marcadas de ambos bandos, mientras varios estrategas planteaban posibles ideas de ataques enemigos. Sin embargo, la voz del propio General cayó el resto de voces.
— Ren. Prepara a tus hombres, y mantenlos listos sobre los muros, pero no se expongas hasta que sea el momento. —
Las palabras del general estaban dedicadas a una joven que parecía observar todo en silencio. Aún tenía mucho que aprender, pero su habilidad con el arco apenas tenía rivales en el reino. Era su hermana menor, la cual, a pesar de portar también el rango de generala, estaba bajo la tutela de su hermano para aprender sobre los caminos de la guerra.
— ¿Que sucede, hermano? ¿Una de tus corazonadas? —
Su voz era suave y dulce, pero su aspecto delicada y sus tonalidades naranjas podían engañar con facilidad a cualquier despistado insecto. Ella escondía una gran habilidad guerrera bajo su peculiar belleza, y aunque no superaba su hermano mayor, bien podría ganarse a Sun Quan en un duelo de aguijones bajo ciertas condiciones. Después de todo, era la menor de los tres.
— Confiar en tus instintos es parte de ser un general, hermana Ren. — El leguaje de Sun Quan era perfecto, aún cuando trataba con sus propios hermanos. — El tiempo te da experiencia, y la experiencia te de previsions. Un general debe superar a su oponente en la mente. Después de todo, las batallas casi siempre suelen ser librada entre solo dos mentes maestras. —
— Si, si. Hermano, eres muy aburrido... Preferiría haber ideo con gege Ce... El es más divertido. — Un comentario que sacó unas risas muy controladas de los estrategas, pero un suspiro por parte de su hermano.
— Y es po eso que padre, te asignó conmigo. Para que mantengas la cabeza pegada a tu cuerpo el mayor tiempo posible. — Incluso con su refino hablar, Sun Quan sabía como devolver una broma de forma sutil.
Sin embargo, ambos hermanos estaban en lo cierto. Pues muy al oeste, al otro extremo del muro, la batalla a la que tenía que enfrentarse Hornet no sería para nada similar a la situación de su hermana Hachi.
Hornet comandaba sus tropas con ímpetu. Ella era más guerrera y menos estratega, y una carga frontal sería una opción más factible para su modo de combate. Sus tropas con escudos resistirían las flechas enemigas, pronto estarían fuera del alcance de las máquinas de asedio enemigas, y sus tropas tenían listas miles de ganchos, sogas, y todo listo para escalar esos muros.
Ella ya lo tenía todo planeado. Los muros eran altos, pero los arácnidos son fuertes. Los más poderosos harían una torre viva en diferentes partes del muro, y no quería que sus tropas cayesen en una trampa tan obvia de aceite hirviendo. Los guerreros bajo su mando eran tan fanáticos como ella, y menos meticulosos como los que seguían a su hermana. De hecho, tal como la propia Hornet montaba un enorme garpede, la mayoría de sus tropas cabalgaban sobre cavasuelos o garpede de mucho menor tamaño. Un enorme ejército de aqueros montados, que se acercaban a paso veloz hacia el muro oeste sin dejar de dispara flechas.
— Su señora... ¿Qué es eso? —
Un capitán bajo su mando alzó su voz, ante una imponente figura que se mantenía firma sobre la muralla, de brazos cruzados, e ignorando la lluvia de flechas que caían cerca de su posición. Hornet alzó la mirada y lo vió, y de inmediato, supo reconocer que se trataba de un formidable guerrero. Uno tan loco, que se lanzó desde lo alto del muro, cayendo épicamente sobre el suelo frente a ella y su ejército. Y a sus espaldas, una jauría de locos musgosos que seguían a aquel que parecía su líder, descendía de igual forma usando cuerdas o dejándose caer para los más temerarios.
— ¡Esos tipos están locos! — Exclamó un oficial.
— ¡No! ¡No lo están! ¡A todas las unidades! ¡Cargad! —
Hornet comandó sus tropas al frente. Esos insectos que descendía de la muralla estaban haciendo algo muy extraño, pero definitivamente destruiría sus planes por completo si no lograban desplazarlo de esas posiciones, pero no sería fácil hacer tal cosa.
Hornet ahora veía como un colosal muro de escudos de alzaba frente a ella. Uno que le impedía llegar a la muralla. ¿Qué clase le idiota dejaría la seguridad de su muro para luchar en un campo abirto? ¿Que clase le loco preferiría desaprovechar su mejor ventaja, y exponer a sus tropas a tierra, donde las tejedoras montadas tendrían la mayor ventaja? Al parecer, alguien que tenía una descabellada idea en mente.
— Su señora... Apenas nos quedan flechas. — Comentó un capitán.
— Usad las de ellos. Devolvedles el fuego. —
— No podemos. Los musgosos usan flechas más largas... nuestros arqueros no pueden dispararlas sin usar un arco convencional. —
Hornet apretó sus dientes ante la noticia, ahora que alzaba su mirada, y veía las flechas de los enemigos llover sobre su posición, pero apenas ninguna respondiendo al fuego. Ahora, su única salida estaba al frente. Apegarse al plan original. La gran pregunta era... ¿Cómo superar una formación de lanzas tan perfectamente lograda? Solo había una respuesta posible.
— ¡Todos! ¡Seguidme! —
Hornet rugió con furia, y aquellos bajo su mando acompañaron su coro. La tejedora de rojo guió a sus tropas al frente, en una embravecida carga para aplastar tas colosal formación. Los musgosos eran maestros en las defensas, pero las tejedoras eran las maestras jinetes. Y en ese preciso momento, se pondría a prueba cual era la mejor estrategia.
El suelo retumbó ante el galope de las criaturas de Nido Profundo, pero la formación de musgosos no temblaba. ¿Acaso esos arácnidos estaban tan locos como para lanzarse de frente hacia las puntiagudas lanzas con sus monturas? Ese sería un suicidio. Pero por supuesto, eso no era lo que Hornet tenía en mente.
— ¡Ahora! —
Ante el comando de su líder, cientos de tejedoras saltaron de sus monturas, y sus hilos se lanzaron sobre los muros de escudos. Una espesa red que unió los escudos y se enredó entre las lanzas.
Los arácnidos cayeron justo al frente de la formación, y haciendo uso de todas sus extremidades comenzaron a tirar con fuerza. Algunos musgoso no eran capaces de mantener sus escudos, otros perdían sus lanzas de entre las manos. Intentos de los habitantes de Nido Profundo por crear alguna apertura significativa entre las formaciones musgosas. Todo, mientras las flechas no paraban de caer sobre sus cabezas.
Una estrategia que dió un moderado resultado, pues ahora varios puntos de la formación musgosa entablaban combate cercano contra las tejedoras. Aquellos musgoso que había perdido sus lanzas habían desenfundado sus aguijones, pero su baluarte de coraje aún se mantenía vigente.
Las tejedoras, con sus tres pares de brazos, tenían un gran números de posibilidades. Algunos portaban grandes agujas, otros portaban dagas en cada una de sus extremidades. La mayoría, preferían tener un equilibrio más marcado.
Los musgosos confiaban en sus escudos. Confiaban en ellos como si sus vidas dependieran de ellos. Y en parte lo era. Los escudos piel verdes no temblaban ante la duda, y su dureza bloqueaba los múltiples ataques de sus oponentes. Sus aguijones no eran tan ágiles, pero lo compensaban con habilidades defensiva absurdas.
Un solo guerrero musgoso era capaz de enfrentarse uno a uno contra una tejedora y mantener la posición. Los arácnidos usaban sus ágiles movimientos para intentar apartar ese escudo del medio, o intentar flanquearlo, pero una formación tan cerrada no les daría esa oportunidad. Y si alguien no hacía algo pronto, este combate quedaría en un desventajoso punto muerto para el Sendero Carmesí.
Entonces, la tierra se sacudió bajos los pies. Un terremoto rompió el equilibrio de ambos bandos por igual sobre un punto específico del campo de batalla. No muchos sabían lo que estaba pasando, pero grande fue la sorpresa y el terror de los musgoso, cuando vieron a la propia Hornet emerger de abajo de la tierra, cabalgando su enorme garpede y arrasando todo a su paso.
Su porte era glorioso. Su aguja ya se había manchado con la sangre verde de sus oponentes. Su montura la alzaba por encima del campo de batalla, mientras sus poderosas mandíbulas trituraban lo que quedaban de los cadáveres de los musgosos que no pudieron apartarse de su camino. Una jinete del apocalipsis vestida de rojo, y con una mirada fría enfocada sobre los enemigos que la rodeaban. La formación perfecta de escudos se abrió como la mantequilla ante un cuchillo caliente, y ahora solo era cuestión de tiempo antes de que el resto cayese. O eso era lo que Hornet pensaba.
De pronto, una sombra se lanzó sobre ella. Tán rápida como el sonido mismo, y que blandió su pesada arma contra la armadura de su montura. Nadie en su sano juicio creería que una criatura tan blindada fuese capaz de recibir daño alguno, pero el golpe que recibió no era nada a lo que Hornet se había enfrentado antes.
La tejedora tuvo que saltar, cuando sintió a su corcel de cien piernas ser lanzado varios metros hacia atrás. Ella se preocupó por su vida, y tuvo que mirar hacia atrás por temor, pero al ver que su mascota lograba moverse con dificultad, pudo respirar aliviada, aunque esa enorme marca que había quedado sobre el blindaje de su garpede era algo que no podía ignorar.
Hornet miró al frente, y su corazón se sacudió ante la imponente presencia que había se había unido a la batalla. Un colosal insecto que duplicaba su altura. Ese mismo que no hacía mucho, estaba de brazos cruzados sobre el borde de la muralla, y miraba todo el campo de batalla con una sonrisa desafiante. La misma que le dedicaba a Hornet en ese momento.
Su enorme espada dentada no podía ser tomada a la ligera, y su cuerpo parecía tener una armadura natural integrada. Sus únicas vestimenta, era un sombrero de hueso, hecho del fósil de un ente antiguo, y una enorme tela morada que se batía ante los caprichos del viento. Hornet sintió el peligro de inmediato, y su aguja no tardó en retar a ese misterioso ser al combate.
— Soy la Khan Hornet de la Senda Carmesí. Hija de Herrah, la bestia, y una de las Doncellas Carmesí. — Dijo con voz imperante, un claro desafío hacia aquel al que apuntaba su aguja.
— Mi nombre es Sun Ce, primogénito del clan Sun, y uno de los grandes generales de la Senda Verde. Prepárese señorita... porque yo seré su oponente. —
