28
El abrazo de lady Tsunade fue como agua en el desierto: los brazos alrededor de su cuello, la suavidad de su cuerpo pegado al suyo, el aroma...
—Yo también te quiero en la mía —le susurró la Hokage al oído.
Un escalofrío la recorrió, y rodeó la cintura de lady Tsunade. Quería sentirla en cada partícula de su ser. Cerró los ojos, hundió la cara en el cuello de la Hokage e inhaló. Ese olor le era familiar y la hacía sentir como en casa. Ya no sentía ese vacío que la había agobiado toda su vida. Su mente estaba llena con el calor, la esencia y la respiración de aquella mujer.
Un jadeo la sacó de su ensoñación y la hizo tomar consciencia de sus acciones: sus labios estaban en el cuello de lady Tsunade y sus manos estaban acariciándole los costados.
La vergüenza la hizo saltar hacia atrás.
—Lo... lo... lamento, mi-milady.
Cerró los ojos con fuerza, esperando el regaño o el golpe por tal atrevimiento, pero solo le siguió el silencio. Se aventuró a darle una mirada a la Hokage; la mujer no parecía enojada, aunque sí perpleja. Tenía un brillo intenso en los ojos y sus pupilas estaban dilatadas.
—¿Milady? —habló con precaución.
Lady Tsunade sacudió la cabeza.
—Eso... no puede volver a ocurrir —dijo con firmeza, pero su voz salió un poco sin aliento.
—S-sí, por supuesto, milady. L-le pido disculpas. —Bajó la cabeza—. No sé... qué fue lo que pasó. Nunca haría nada para faltarle al respeto.
—Alza la cabeza.
Athena obedeció y trató de sostenerle la mirada a la Hokage a pesar de la vergüenza.
—Sé que a veces es difícil no dejarse llevar por los impulsos —continuó lady Tsunade—. Sin embargo, por el bien de nuestra amistad, debemos tener los límites claros.
Athena asintió.
—P-por supuesto, milady. No quiero hacerla sentir incómoda.
—Quizá —lady Tsunade vaciló—, el acercamiento físico podría generar confusión.
La tristeza y la decepción se apoderaron de ella. ¿No volvería a sentir ese calor y esa suavidad?
La expresión de lady Tsunade se suavizó.
—¿Sabes algo? Nunca he sido una persona que exprese el efecto de forma física. Sin embargo, contigo es muy natural. —Estiró la mano y tomó la de Athena—. Si prometes que no volverá a pasar algo así, no tenemos por qué dejar de lado el contacto físico. —Le acarició el dorso de la mano con el pulgar.
Athena tragó saliva y asintió. Era una dulce tortura.
—Cuando sientas que la emoción te está sobrepasando, me lo haces saber, ¿está bien? —le propuso lady Tsunade—. Además, si recuerdo bien, me dijiste que daba los mejores abrazos, ¿no es así? —Esbozó una sonrisa engreída.
Athena se derritió. Esta mujer iba a ser su muerte, pero ella iría cantando y bailando al cementerio.
Después de hablar con lady Tsunade sobre los límites de su amistad y de prometerle que no la haría sentir incómoda con sus sentimientos románticos, se fue a casa y, por primera vez en esos meses, se durmió apenas puso la cabeza en la almohada y no se despertó en toda la noche.
La mañana siguiente se sentía renovada, hasta sus compañeros lo notaron cuando se reunieron en uno de los salones de la mansión a la espera de su siguiente misión.
—Parece que alguien tuvo una buena noche —comentó Ren con picardía.
Athena sabía que se estaba refiriendo a la mujer del bar, pero lo cierto era que no habían conversado ni un cuarto de hora. Ema —si recordaba bien su nombre— la había hecho sentir presionada y apabullada; ella necesitaba calma y tiempo para hablar con los desconocidos. Era pésima para las charlas casuales, así que eso de conocer personas en los bares no iba con ella.
Sonrió.
—Sí, dormí muy bien.
—¿Sola o acompañada? —preguntó Ren.
Aya le dio un codazo.
—¡Oye! Eso no se pregunta. Mal educado.
Él soltó una carcajada.
—Pero si ya estamos en confianza. A ver, Athena, cuenta.
Aya puso los ojos en blanco. Athena, por otro lado, sentía la cara caliente.
—Dormí sola —al fin respondió.
Su compañero alzó los brazos en fingida frustración.
—Caramba, chica, me fui para que pudieras... —hizo una pausa—, ya sabes qué, y ahora me dices que no pasó nada.
—E-es que no era mi tipo —tartamudeó Athena.
—Sí, bueno, es que tienes la vara muy alta —replicó él.
Aya entrecerró los ojos.
—Ren, ¿tú sabes de quién está enamorada Athena?
El chico se encogió de hombros.
—No fue difícil adivinarlo.
Aya se pasó la mano por el cabello.
—Yo no he podido. La he estado observando con todos los chicos que se le acercan, y a ninguno le pone ojos de corazón.
—Hay que ampliar los horizontes —le sugirió él.
Athena se puso nerviosa; su compañero le había asegurado que ni Aya ni Kenji la rechazarían, pero aún se sentía incómoda con el asunto.
Se aclaró la garganta.
—Disculpen, ¿por qué están hablando como si yo no estuviera aquí? —les preguntó.
—Esa tusa te tenía mal —respondió Aya.
—¿Tusa? —preguntó Athena confundida.
—Sí, el mal de amores —explicó su compañera—. Por eso nos causa curiosidad quién es el que te tiene con esa cara de cachorrito enamorado.
—¿Quién tiene cara de cachorrito enamorado? —preguntó una voz a sus espaldas, y todos se sobresaltaron.
Athena sintió que toda la sangre le abandonaba el rostro. ¿Cuánto de la conversación había escuchado?
—Buen día, lady Hokage —dijeron al unísono mientras hacían una reverencia.
Lady Tsunade tomó asiento junto al maestro Iruka.
—Hice una pregunta.
Ante el tono autoritario, todos se tensaron. ¿Quién iba a ser el valiente?
—Kenji, milady —replicó Ren con aire despreocupado—. El amor joven es así.
Athena soltó el aire que había estado reteniendo. Quería comérselo a picos por la salvada.
Kenji le dio un manotazo a Ren.
—Oye, ¿qué te pasa? —Su cara estaba roja—. Aquí la única que tiene cara de idiota enamorada es...
—Yo —intervino Aya.
Athena la miró desconcertada. ¿Su compañera también la estaba salvando? Pero ¿por qué?
El maestro Iruka y la Srta. Shizune estaban tratando de sofocar la risa con una mano en la boca.
—¿Este es el equipo de los enamorados o qué? —inquirió lady Tsunade en tono de burla.
—Casi, milady —respondió Ren con picardía.
—¿Ustedes dos también? —Lady Tsunade miró a Ren y a Athena.
—No, no —intercedió Aya—. Con lo tímida que es Athena y lo bromista que es Ren, en lo menos que piensan es en el amor.
Lady Tsunade examinó a Athena por un momento y luego cambió el tema.
—Bueno, vamos a darle los detalles de la misión a este equipo tan unido y enamorado.
Al salir de la mansión, Athena se quedó atrás con su compañera para indagarla.
—¿Por qué mentiste?
Aya le sonrió.
—Bueno, es que estando allí me di cuenta de quién es la persona que te gusta.
Athena contuvo la respiración.
Aya le puso la mano en el hombro.
—No tienes de qué preocuparte, no tengo ningún problema con eso. Aunque sí siento un poco de lástima por ti. ¿No podía gustarte alguien menos... Hokage?
Athena suspiró aliviada; Ren había tenido razón.
—F-fue inevitable.
Aya soltó una carcajada.
—Bueno, sí. Esa mujer tiene a la mitad de la aldea loca por ella desde que llegó. Así que ni modo de culparte. Y de mi boca no saldrá. —Hizo el gesto de cerrar sus labios con una cremallera—. Fue un poco vergonzoso hacerme pasar por el cachorrito enamorado, pero imagino que lo que menos quieres es que ella lo sepa.
Athena no podía decirle que lady Tsunade ya lo sabía, pues era más un secreto ajeno que suyo; pero se sentía plenamente agradecida con su compañera, ya que no deseaba crearle más incomodidad a la Hokage con la mención de sus sentimientos románticos.
—Muchas gracias —susurró.
Retomaron el paso hacia las puertas de la aldea. Mientras caminaba, Athena le dio las gracias a su abuela por haberla enviado a Konoha, con lady Tsunade. Había conocido personas increíbles, y ya estaba empezando a sentirse como en casa.
