Disclaimer: La historia y los personajes pertenecen a Nora Sakavic y su saga All For The Game y The Sunshine Court. Este fic contiene elementos y personajes de este último libro, pero no spoilers relevantes y no lo son tampoco para esta trama, solo es trasfondo.

«Esta historia participa en la actividad multifandom del foro Alas Negras, Palabras Negras».

Los prompts eran: Odio [emoción], Apuesta [escénica], Ponte de rodillas y suplica por ello [frases].

Mil gracias a Hitzuji, que con su relectura actual de la saga, ayudó a que puliera algunos aspectos de las escenas al refrescarme la memoria y a dshr69 en Twitter, que dibujó una comisión para alguien que me encantó y fue un fuerte componente en la inspiración y construcción de este fanfic y me ha permitido, además, usar la imagen de portada. Id a darle amor, es una artista magnífica: x dshr69 / status / 1779556180404093048

Bueno, pues nuevo fic. El segundo de este año, si no contamos la traducción de Paw and Order (que sólo está publicada en AO3). Como veis, mi obsesión por AFTG sigue ahí, casi un año después. Será un fic de veinte capítulos (unas 60k palabras), que ya están escritos. Tengo que advertir que habrá menciones a maltrato infantil, algo de transfobia, un poquito de homofobia interiorizada, una pizca de violencia más o menos gráfica y varias escenas de sexo explícito. Avisaré en los correspondientes capítulos. También creo que debería señalar que se sitúa varios años después del canon. Vamos, que se supone que los personajes han crecido y madurado bastante.

No sé con qué periodicidad actualizaré, porque quiero tenerla completa cuanto antes, así que seguramente me dé prisa y esté lista en las próximas dos semanas. Si vas a darle una oportunidad, ¡mil gracias!


BICHO RARO

En la pantalla del televisor, la distribuidora de los Zorros de Palmetto State lanzaba la pelota hacia adelante en un amplio arco. Una de las delanteras del equipo no tuvo problemas en dar un empujón al corpulento defensa que la estaba marcando. Sin apartar la mirada de la pantalla, Neil esbozó una media sonrisa satisfecha: incluso tras todos los años transcurridos desde la graduación de Jeremy Knox, los Trojans seguían siendo el equipo más deportivo de la liga universitaria. La delantera de los Zorros atrapó la pelota en la red de su raqueta y, con un golpe seco, la envió a una de las paredes. Se escurrió bajo el brazo del defensor de los Trojans justo a tiempo de recoger de nuevo la pelota en la red y dar varias zancadas rápidas hacia la portería, apuntar, lanzar y…

El televisor cambió de canal.

—¡Drew! —exclamó Neil, fastidiado—. ¡Allen estaba a punto de marcar!

—Como las diecisiete veces anteriores que has visto el partido en esta última semana —masculló Andrew, derrumbándose en el otro extremo del amplio sofá. Tenía el mando a distancia en la mano y evaluaba la publicidad que estaba emitiendo el canal al que había cambiado con un rictus aburrido en el rostro—. Informativo.

Apenas había terminado de pronunciar la palabra, la sintonía del programa de noticias retumbó en el salón a través del sistema de sonido, pero Neil ya no estaba escuchándola. Al escuchar la entradilla, había alzado la mirada hacia el enorme reloj de números adheridos que presidía una de las paredes y que sólo la paciencia y pericia de Andrew había permitido instalar con exactitud.

—Mierda —masculló para sí mismo. Se levantó del sofá para calzarse y salir disparado hacia la entrada de la casa.

—La cena estará lista a las nueve —avisó Andrew, con voz monótona, desde el sofá. Al escucharlo, Neil se detuvo, con una zapatilla en la mano y la otra ya atada en el pie izquierdo. Regresó hasta el sofá donde estaba Andrew y, tras asegurarse de que a este le parecía bien, le dio un beso de despedida en la sien. Andrew no apartó la mirada del televisor. Tampoco movió un solo músculo del rostro, ni reaccionó verbalmente, pero Neil salió de la casa sonriendo.

No tardó en convertir el paso vivo con el que cruzó la urbanización en un ligero trote veloz. El sol todavía caía a plomo, pero estaba tan habituado a calarse una gorra al salir de casa y ponerse gafas de sol que no lo notó demasiado. La gorra era de color naranja chillón, como todo el merchandising de los Zorros, pero incluso eso llamaba menos la atención que sus identificables cicatrices. Y, además, le gustaba seguir vistiendo los colores de la que aún consideraba su primera familia.

Correr por una urbanización compuesta por casas y jardines clónicos tenía la ventaja de poder vaciar su mente y enfocarse en repetir las jugadas que acababa de ver una y otra vez. Más tarde, le enviaría un correo electrónico a Dan, amiga y actual entrenadora técnica del equipo de Palmetto State, para compartir algunos de los aspectos del partido. Estaba seguro de que le vendrían genial de cara a la temporada siguiente y no dudaba de que Kevin también estaría escribiendo sus opiniones, más incisivas y menos positivas, en ese preciso momento, así que no estaría de más señalar las mejores jugadas también.

Su destino era la cancha de exy que había al final de la larga calle por la que corría, junto a un enorme parque ajardinado con columpios infantiles, un par de pistas de pádel y unas piscinas que, por lo que podía escuchar en los chapoteos, todavía estaban a rebosar de gente. La cancha era pequeña y humilde, pero suficiente. Su exterior le permitía camuflarse entre las casas de dos pisos que la rodeaban, pues replicaba los colores de las fachadas y los tejados. Por lo demás, la urbanización era, en palabras de Jeremy, la calle más aburrida que había visto jamás. Se extendía en cientos de casas idénticas, todas fuera del perímetro de Columbia, aunque bien conectadas con la ciudad gracias a una autovía. A Kevin y Jean, más centrados en el exy, les había dado exactamente igual su aspecto, pero Andrew había entornado los ojos al verla por primera vez, toda una reacción en él.

—Qué emoción. Por fin podremos vivir el sueño de la clase media en el país de las oportunidades —había dicho con sarcasmo, impasible a la sonrisa de Neil. Este se había encogido de hombros. Incluso con el dinero que ingresaban en las cuentas de Ichirou, ganaban más que de sobra para permitirse comprar en aquella zona y había suficientes casas vacías todavía para poder escoger tres adyacentes, con sus correspondientes jardines frente al porche y vallas que les daban privacidad.

Ese aburrimiento del que Jeremy se quejaba y la gentrificación que había molestado a Andrew era, desde el punto de vista de Neil, su mejor defensa. La mayor parte de la gente que vivía allí quería una experiencia tranquila para sus familias, lejos del ajetreo urbano. Era fácil pasar desapercibido por lo grande que era y, al mismo tiempo, todo era lo suficientemente monótono como para notar cualquier cambio anómalo. Algo deseable cuando el FBI o una mafia podrían mostrar repentino interés en la zona.

Llegó a la cancha. La puerta estaba abierta y el griterío de los niños y niñas que practicaban en su interior conseguía traspasar las paredes de metacrilato porque las puertas aún no estaban cerradas y selladas. En lugar de entrar a las gradas, Neil se dirigió a los vestuarios, que la cancha compartía con la piscina durante el verano, y entró directamente a la zona de juego, donde deberían estar los bancos del equipo local de estar habilitada para ello.

Jeremy Knox estaba en el centro de la cancha, vestido con una camiseta de colores y un pantalón corto. Soplaba un silbato en toques cortos con tanto entusiasmo que la cola de caballo en la que se había atado su cabello rubio teñido con enormes raíces negras saltaba tras él al mismo ritmo. Estaba rodeado por un puñado de críos y crías de edades comprendidas entre 8 y 12 años que seguían con atención las instrucciones que les estaba dando. Iban ataviados con petos de colores rojos y azules y usaban raquetas adecuadas para sus tamaños. Neil no estaba seguro de dónde habían salido, pero sospechaba que tenía que ver con las frecuentes visitas de Andrew a la tienda de artículos de exy de Columbia donde él mismo compraba sus propias raquetas.

—Repetimos el movimiento. La raqueta tiene que cortar el aire, pero no cimbrearse, un golpe seco. Seco, Jimmy —corrigió Jeremy. Se volvió al percibir la presencia de Neil, de pie junto a la cancha, y lo saludó con un gesto de la mano. Sólo uno de los niños, tan bajito y delgado que el casco de protección parecía quedarle enorme, se giró hacia él siguiendo el movimiento de Jeremy. Entrecerró los ojos, quizá intentando ubicar a Neil, en un gesto tan familiar que este no pudo reprimir una sonrisa.

De pie frente a la pared de metacrilato, Neil observó todo el entrenamiento. Jeremy tenía mucha mano con todas las criaturillas a su cargo. Paseando con calma alrededor de la cancha, pudo ver cómo Jeremy dividía los noventa minutos de los que disponía en diferentes ejercicios y estiramientos, prácticas para mejorar en el manejo de raquetas y rebotes y terminaba con un pequeño partido de petos azules contra rojos.

El chico volvió a llamar la atención de Neil, esta vez por su estilo de juego. Jeremy lo había colocado de defensor en el equipo rojo y sus jugadas estaban más llenas de rabia que de decisión y precisión. Sin embargo, su enconada defensa impedía que las pelotas llegasen al arquero. Neil se detuvo lo más cerca de él que le permitía la pared de la cancha, observándolo con curiosidad. Se percató de que había errado en su suposición, debía tener unos 12 años y no los 9 o 10 que había supuesto en un principio. Era pequeño para su edad, pero compensaba la falta de corpulencia y altura que solía buscarse en los defensores con determinación y fuertes golpes de raqueta. Una de las pelotas que despejó fue directa hacia donde estaba Neil, que dio un salto hacia atrás cuando se estrelló contra el metacrilato a escasos centímetros de su cara. Tras el susto inicial, descubrió al chaval mirándolo con los ojos entrecerrados, pero no había incógnita en sus ojos, sino…

«Rabia», comprendió Neil. «Por eso sus lanzamientos son tan potentes».

La niña que jugaba de distribuidora, más pequeña y torpe que sus compañeros y compañeras, volvió a poner la pelota en juego, lanzándola hacia los delanteros rojos, pero el arquero del equipo azul la despejó fácilmente de regreso y pronto el chaval se vio obligado a marcar a los lanzadores. Fracasó en evitar que se hicieran con la pelota, pero no dudó cuando la delantera del equipo azul, que le sacaba una cabeza, apuntó hacia la portería y, sin miramientos, deslizó un pie entre los de la delantera y desequilibrándola de forma que falló el tiro de manera tan estrepitosa que el arquero del equipo rojo ni siquiera necesitó mover la raqueta para despejarlo.

—¡Dan! —gritó Jeremy, deteniendo el juego con un pitido de silbato. Neil, que había seguido la trayectoria de las raquetas y la pelota, regresó la mirada adonde el chaval, lleno de ira, gritaba algo a la delantera, que estaba a punto de llorar. Jeremy hizo un gesto a Neil para que abriese la puerta de la cancha. Este obedeció, sin apartar la mirada del chico, curioso por su actitud—. Sabes que aquí no toleramos ese tipo de comportamientos. ¿Qué decimos siempre?

El resto de niños y niñas coreó alguno de los lemas con los que Jeremy los solía arengar. El antiguo delantero de los Trojans no había perdido deportividad en su estilo de juego, ni siquiera cuando se graduó en la universidad y uno de los equipos de la costa este lo fichó. Jugó durante un par de años allí antes de dar el salto a un equipo canadiense hasta que una lesión lo retiró. Kevin siempre le había echado en cara que se apartase del exy profesional y que, si él había podido llegar a la selección nacional con la mano dominante destrozada y teniendo que reaprender a jugar con ambas, Jeremy podría haberse recuperado de su lesión sin dejar de jugar y llegar con ellos a la selección. Pero, para Jeremy, el exy significaba algo diferente que para Neil, Kevin o Jean. No lo necesitaba como respirar. Le encantaba porque decía que era divertido, no porque quisiera ser el mejor. No era como el aparente desinterés de Andrew, que sí disfrutaba del exy cuando lo jugaba con Neil, sino algo más, que se demostraba sobre todo en iniciativas como la de reunir un grupo de niños y niñas de la urbanización para organizar clases de exy.

—Diez minutos, lo justo para que te enfríes y recuperes la calma —estaba diciendo Jeremy cuando acompañó al niño hacia la puerta que Neil mantenía abierta. Trató de poner el brazo en los hombros del niño en un gesto amistoso, pero este sacudió los hombros, de mal humor, para quitárselo de encima. Neil apretó los labios, diez minutos significaba que apenas podría volver para los últimos momentos del pequeño juego organizado al final del entrenamiento. Y eso porque ahora, durante el verano, Jeremy los alargaba hasta la puesta del sol, consciente de que los padres y madres agradecían el tiempo libre que les concedía con ello.

Neil volvió a sellar la cancha y un pitido del silbato de Jeremy volvió a poner el juego en marcha. Otro de los niños había tomado el lugar de Dan. Neil miró a este de reojo, curioso por la mera coincidencia del nombre con el de su amiga y antigua capitana. El niño, con los brazos cruzados, no se había quitado el casco y miraba obstinadamente hacia la pista, así que apenas podía verle los rasgos faciales. De cerca, con los protectores que se ponían, más toscos y parciales que los profesionales, parecía todavía más pequeño. Sí podía ver a través de la rejilla del casco cómo apretaba la mandíbula con rabia.

—Antes hiciste un buen rebote —dijo Neil, incapaz de quedarse callado, olvidándose de lo que estaba sucediendo dentro de la cancha.

—Te la tiré a la cara. —El niño masculló las palabras a duras penas, a través de los dientes apretados. Neil no pudo evitar la carcajada al oírlo.

—Ni siquiera sabías que estaba aquí. Si hubieras corrido tras la pelota, habrías recuperado el control tras el rebote. Con un giro de muñeca…

—Sé quién eres —lo interrumpió Dan—. Neil Josten, el número 4. —La sonrisa de Neil se congeló en su rostro. No porque el niño lo hubiese reconocido, todos los que entrenaban con Jeremy lo hacían antes o después y probablemente la mitad del vecindario sabían con quienes compartían barrio. No es como si los tatuajes de Kevin o Jean fuesen poco visibles, por no hablar de sus propias cicatrices. El único que tenía posibilidades reales de camuflarse entre la población era Andrew y sólo mientras nadie se fijase detenidamente en él. No en vano los cuatro acababan de alzarse con el campeonato mundial de exy representando a la selección nacional.

—Mi dorsal es el 6 —dijo Neil, con cautela. Andrew era el 1 en la selección, por su posición de arquero principal. Kevin ostentaba el 5, el primer número a disposición de los delanteros, por ser el mejor de todos y Jean el 10, el primero de los defensores. A pesar del nombre que había utilizado Dan, no había duda de a qué número se refería—. No hay cuatro alguno ya. Aunque cuando tenía tu edad era mi camiseta.

—Sé quién eres —insistió Dan—. Mi padre decía que erais la alineación perfecta. Y que el número 1 murió por vuestra culpa, pero que era el mejor de todos.

—Historia antigua para ti —bromeó Neil, aunque seguía sin sonreír. El padre de Dan, sin duda, era un fanático del exy desde al menos una década atrás si recordaba tantos detalles de su etapa universitaria.

Jeremy no había llegado a la selección, pero la alineación perfecta de Riko Moriyama sí. Primero Kevin, por supuesto. Su mano dominante había acabado, valga la redundancia, dominando la cancha. No había sido suficiente para ganar el mundial de aquel año, pero para la siguiente temporada habían convocado a Neil. Andrew había llegado una después, determinado a no alejarse de él. Jean se había incorporado justo a tiempo del siguiente mundial y los cuatro habían sido quienes, con más minutos de juego acumulados de todo el equipo, se habían alzado con el título de vigentes campeones. Para alivio de todos, pues sabían que Ichirou no tendría necesidad de fijarse en ellos mientras estuviesen en lo más alto y el dinero entrase a espuertas.

—Un fan de los Cuervos, ¿eh? —dijo Neil. Dan lo miró, intrigado a su pesar—. La Edgar Allan. Tu padre era fan de ellos, ¿no?

—Dice que ellos inventaron el exy. Y que vosotros os creéis muy buenos, pero no lo sois.

—Co-inventaron —matizó Neil, sin poder reprimirse, aunque su contrincante en la discusión fuese un niño. Intentó retomar la conversación que había iniciado y que, quizá, Dan sacase algo positivo de su expulsión—. Si aprendes a aprovechar los rebotes, serás un mejor defensor.

—Yo no quiero ser defensor.

—¿No? —El niño volvía a mirar con rabia hacia la cancha—. Yo también empecé como defensor y acabé como delantero.

—Quiero ser distribuidor.

«Distribuidor», pensó Neil, sonriendo con nostalgia. Un niño llamado Dan que quería ser distribuidor era una casualidad que no podía menos que enternecerle.

—Entonces, necesitas aprender aún más, los rebotes son fundamentales en esa posición.

Lo interrumpió el silbato de Jeremy, que llamaba a Dan. Simulaba señalar un inexistente reloj en su muñeca. Neil abrió la puerta de la cancha para el niño, que se aferraba de nuevo a su raqueta. Justo cuando iba a cerrarla, se volvió hacia Neil.

—Sí que te había visto. Quería que dejaras de mirarme así.

—¿Así cómo? —preguntó Neil, extrañado.

—Como a un bicho raro que tiene que aprobar un examen.