Disclaimer: Los personajes de Harry Potter son propiedad de J. K. Rowling. La historia es de Inadaze22.

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Epílogo: Toda la diferencia del mundo

Todavía había muchas cosas con las que Hermione luchaba y a veces, en la oscuridad, no podía encontrar una razón lógica para que alguien se preocupara por ella, pero Draco lo hacía, aunque muy a su manera. No era perfecto en ningún sentido de la palabra, pero había madurado y cambió mucho desde la noche en que lo quemaron todo.

Ella sonrió para sus adentros.

Seguía odiando los teléfonos móviles, las fiestas y las nueces, pero asistía a eventos con ella y tenía un teléfono gracias a ella. Seguía siendo incapaz de comerse una nuez y se mantenía firme en su postura. Era quien era, pero también era perspicaz y generoso. Seguía esforzándose innecesariamente por mantener sus sentimientos en privado, pero había compartido mucho de sí mismo con ella en los últimos tres años, más de lo que Hermione podría haber esperado.

Se negaba a acompañarla los martes a beber con Harry y Ron, pero cuando Ron la invitó a cenar con él y su novia, Kate, Draco la acompañó sin mucho alboroto y pasó días negándose a admitir que lo había pasado bien. Y cuando Harry le preguntó si podía unirse a ellos para celebrar el que hubiera sido el octavo cumpleaños de Matthew a principios de este año, no lo rechazo. Seguía declinando todas las invitaciones a las cenas dominicales de los Weasley, pero aparecía temprano para acompañarla a casa, nunca era descortés y aceptaba amablemente el plato que Molly le ofrecía. Draco había señalado que hizo las paces con todo el mundo y no sentía la necesidad de formar ningún tipo de vínculo con ellos.

Y Hermione nunca se lo discutía porque, bueno, esa era su decisión.

Draco no era tan horrible como la gente creía... Bueno, no era horrible con ella. Seguía siendo un bastardo con los demás, pero ella comprendía que solo estaba siendo él mismo. Ambos habían tardado un tiempo en darse cuenta de que con ella no era muy diferente a cuando estaba sin su máscara. Más suave, a veces vulnerable y no tan incómodo con los sentimientos que mantenía en privado.

Pero ese era un lado de él que solo ella veía.

Hermione seguía luchando con el pasado, igual que él, pero juntos atravesaban los días oscuros. A veces la oscuridad era tan abrumadora que ella se preguntaba por qué él estaba con ella. Los septiembres eran duros y los febreros también; luego llegaba marzo, y él se volvía un poco malhumorado a mediados de mes. Había veces en que Hermione creía que la única razón por la que Draco se había quedado era porque quería recordarse a sí mismo que había alguien en el mundo más roto que él. Y necesitaba de tiempo y de la brutal honestidad de Draco para que ella viera la verdad, pero al final, siempre entraba en razón.

Él estaba allí porque quería.

Y eso era todo lo que importaba.

Hace más de cuatro años, Hermione se había preguntado que, si gritaba, ¿alguien la oiría?

¿Se darían cuenta?

¿Les importaría?

Siempre pensó que la respuesta a todas esas preguntas era no y por eso nunca lo intentó. Pero ahora sabía que la respuesta era sí. Había gritado y algunas personas la habían oído...

Draco no era el único en su vida que sabía lo mucho que luchaba internamente, cuanto se odiaba a sí misma, pero era la única persona dispuesta a no permitirle revolcarse en su miseria. No era el único que sabía que ella seguía sufriendo, pero se negaba a tenerle lástima. Draco no fue el único en decirle que, si seguía por ese camino, no viviría para contarlo, pero él había sido la persona que la había sacado de las profundidades, tanto literal como metafóricamente.

Le decía la verdad y también se la hacía ver.

Cuanto más hablaba y avanzaba con él, mientras más se sentaba y se quedaba con él, más aprendía y comprendía, cuanto más lo tomaba de la mano y lo abrazaba, mientras más lo besaba y se quedaba despierta con él cuando tenían pesadillas; Hermione se dio cuenta de que tal vez se habían necesitado el uno al otro desde el principio.

A veces, cuando las voces eran demasiado fuertes y el odio a sí misma era tanto que no podía soportarlo, Hermione pensaba que no era digna de tenerlo a él ni a nadie en su vida. Pero solo Dios sabía lo agradecida que estaba. Porque sin ellos, seguiría atrapada en un mundo de remordimientos.

Un mundo que intentaba verla y oírla, pero no podían hacerlo.

Un universo que no conocía las batallas que libraba cada día contra el odio a sí misma.

Un mundo que no podía entenderla.

—¿Otra vez perdida en tus, señorita Granger?

Hermione parpadeó y volvió al presente, sonriendo tímidamente a la señorita Shepard.

—Me perdí en mis pensamientos, ¿verdad? —cruzó las piernas—. Lo siento. Tengo muchas cosas en la cabeza.

—¿Te gustaría hablar de ello? Tenemos tiempo.

Ella exhaló.

—Sinceramente, no puedo creer que esta sea mi última sesión.

—Yo sí puedo —le dijo Katherine con sinceridad—. Has llegado tan lejos, Hermione. A la mayoría de las personas les tomaría toda una vida salir de un agujero tan profundo como el tuyo, pero tú lo estás haciendo. Sé que no has salido del todo, pero creo que estás preparada. La verdadera pregunta es: ¿crees que estás lista?

Hermione no dudó.

—Lo estoy.

Y ella realmente lo creía.

Al final de la hora, tras una sentida despedida y la promesa de concertar una cita cuando lo necesitara, Hermione cerró la puerta del despacho de la señorita Shepard. Cerró los ojos y exhaló con una sonrisa.

Sentía que cerraba la puerta a una parte de su vida y empezaba una nueva etapa.

Y al dar los primeros pasos alejándose de la puerta, Hermione recordó cuántos nuevos comienzos podía uno experimentar a lo largo de su vida.

A los nuevos aprendices en su primer día o cada vez que metían la pata, siempre les decía que cada momento era un nuevo comienzo. Sin embargo, fue ahora que estaba experimentando un cambio tan radical, de ser la persona que necesitaba terapia a la persona que era hoy, que reconoció una profunda verdad.

Los finales y los comienzos eran fundamentales en el viaje del ser humano.

Algunos eran más bienvenidos que otros, pero Hermione estaba finalmente en un lugar donde podía ver que cada final necesitaba ser reconocido, llorado e incluso celebrado antes de que un nuevo comienzo pudiera realmente empezar. Y pensaba celebrar este tan pronto como pudiera.

El vestíbulo del edificio de oficinas donde se encontraba el despacho de la señorita Shepard estaba lleno de gente que entraba y salía en rápida sucesión, pero no estaba abarrotado. Siempre prestaba atención a la gente que la rodeaba, los saludaba si la reconocían y les hablaba cuando le dirigían la palabra; por eso le extrañaba no haberse fijado en la pelirroja en cuanto la vio. Tal vez tuviera algo que ver con sus acelerados pensamientos o con la sensación de expectación, pero no fue hasta que la distraída pelirroja le rozó el hombro.

—Lo… —iba a soltar una disculpa cuando por fin se dio cuenta de quién era la pelirroja.

Ginny Weasley.

—Lo siento —terminó la otra mujer, sonrojada, parecía una langosta cocida.

Hermione no la había visto desde la plática en el despacho de Parvarti.

Ginny nunca asistía a las fiestas y cenas Weasley a las que ella iba, lo cual fue planeado. Tenía sentido y era la mejor manera de minimizar la incomodidad. Ginny se veía igual; solo ligeramente mayor y con el cabello más corto, pero las duras expresiones de su rostro eran más suaves.

—No te vi. Disculpa. Estaba... —Ginny hizo un elaborado gesto con la mano—. En mi propio mundo.

—Conozco esa sensación —contestó Hermione y no le costó tanto volver a hablar con ella como había imaginado.

Y se lo había imaginado; a altas horas de la noche, cuando hablaba con Draco de aquello. Ella le contaba lo que diría o lo que haría y él la escuchaba hasta que se quedaba dormida o le daba su propia opinión sobre el asunto. En los últimos tres años, había cambiado considerablemente. Sin la rabia y el resentimiento, no quedaba mucho que decir que no hubiera dicho ya.

Lo único que podía hacer era hablar de algo nuevo.

¿Y no había estado pensando en nuevos comienzos y puertas abiertas?

Ginny miró torpemente a su alrededor, colocándose el cabello detrás de las orejas.

—Solo... Lo siento.

Hermione estaba a punto de dejarla ir y volver a ser un rostro más entre la multitud, pero impulsivamente tomó una decisión. El diario que sostenía pasó de su mano derecha a la izquierda antes de preguntar.

—¿Cómo has estado?

Más que nada, Ginny parecía sorprendida por la pregunta, tanto que parpadeó varias veces antes de responder cuidadosamente.

—Bien.

Y Hermione continuó.

—Me alegro —lo dijo en serio.

Eso hizo que Ginny se abriera un poco más.

—He estado viendo a una terapeuta. La señorita Shepard, su despacho está arriba. Pansy Parkinson... ¿O ahora es Zabini? No importa, ella me la recomendó hace más de dos años.

Hermione no lo sabía.

—Ahora es Zabini.

Se casaron hace dos meses en una pequeña boda en la finca italiana de la abuela de Blaise, junto a un puñado de amigos y primos muggles. Pansy estaba impresionante y Hermione estuvo a su lado, vestida de azul; Draco al de Blaise de gris. Hermione agarró el ramo, los primos de Blaise convencieron a Pansy de lanzarlo como una especie de tradición que muchos magos no entendían. Hermione entendía perfectamente lo que significaba y cuando se lo explicó a Draco, este no pareció alarmado por la posibilidad. Le había preguntado si era algo que ella quería y se sorprendió a sí misma cuando asintió.

—La señorita Shepard también es mi terapeuta —explicó Hermione—. Yo…

—¿Lo es? —Ginny pareció alarmada por un instante, luego paso a incómoda—. Oh, puedo empezar a ver a otra persona si eso te incomoda. No lo sabía. No quiero que pienses que yo...

—No, no —Hermione le aseguró—. Hoy tuve mi última sesión con ella —Ginny pareció exhalar—. Y si siguiera viéndola, ni se me ocurriría sugerir algo así. No si ella te está ayudando.

Ginny tiró del extremo de su camisa, pareciendo un poco más tranquila.

—Lo está haciendo. Es verdad. Ha sido duro, pero me está obligando a mirarme a mí misma —las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente—. Es muy divertido.

Eso la hizo resoplar.

—Oh, definitivamente. Me he mirado tanto a mí misma, a mis acciones y a quién soy como persona. Ha sido un viaje frustrante, pero es necesario saber la verdad.

Ginny asintió en silencio.

—Definitivamente, lo entiendo —podría haber dicho más si su reloj no hubiera sonado. Apagó la alarma y esbozó una leve sonrisa—. Debo irme. Voy a llegar tarde.

—Sí, yo también debería irme —Hermione hizo una pausa—. Verte ha sido... Bueno —tal vez aún no estaba preparada para convivir con Ginny en las cenas de la familia Weasley, pero verla hoy le había hecho albergar esperanzas de que en un futuro eso sería posible.

—De verdad que lo fue —Ginny extendió la mano en lo que parecía un movimiento impulsivo...

Y Hermione le estrechó la mano antes de irse.

Hermione se guardó el diario bajo el brazo mientras bajaba los escalones, preparándose para unirse a sus compañeros londinenses en la concurrida acera. Estaba a punto de mezclarse entre la multitud cuando un destello familiar de cabello rubio llamó su atención.

Se detuvo bruscamente, haciendo que el hombre que venía detrás casi chocara con ella. Después de disculparse, Hermione se abrió paso entre la multitud y se encontró frente a Draco, que estaba sentado en un banco con un ramo de flores a su lado y un libro en la mano. Era uno suyos, lo había dejado en su departamento hacía meses.

Él se sentó un poco más erguido al verla, pero no dijo nada.

Ella sentía curiosidad y sospecha.

—¿Son para mí? —señaló el manojo de nomeolvides.

—Son para tu familia, ya sabes.

Lo sabía. Iban al cementerio el primer día soleado de cada mes y él siempre llevaba tres ramos de flores. A veces, la dejaba sola con su familia. Otras veces, se quedaba a su lado cuando ella hablaba con ellos. Y unas cuantas veces, Hermione lo vio arrodillado en la hierba, hablándoles con palabras que ella no podía oír mientras depositaba flores en las tumbas.

Eran momentos como ese cuando su corazón se hinchaba.

—¿Qué haces aquí?

Draco cerró el libro y se encogió de hombros. Probablemente, se suponía que debía ser caprichoso, pero parecía como si lo hubieran pillado haciendo algo malo.

—Resulta que estaba por la zona.

Hermione lo miró dubitativa, cruzando los brazos sobre el pecho.

—El Ministerio está del otro lado de la ciudad.

—Me estoy tomando un descanso para comer —le lanzó una mirada desafiante.

Ella intentó no sonreír.

—¿A las tres y media?

Entonces él sonrió satisfecho.

—Precisamente.

Hermione por fin se permitió sonreír. No era propio de Draco ofrecer información o explicar sus acciones o comportamiento, pero ella siempre parecía saber lo que él hacía, incluso cuando no hacía nada en absoluto. Incluso cuando solo estaba allí. Como hoy.

—¿Esa es tu historia?

—Exactamente —dijo, pero había un toque de humor en su voz. Sus ojos se fijaron rápidamente en el diario que llevaba bajo el brazo—. Creía que lo ibas a devolver hoy.

Ella se encogió de hombros y se sentó junto a él en el banco, lo bastante cerca como para que sus piernas se tocaran. Draco la abrazó sin pensárselo dos veces y ella se recostó a su lado. Fue agradable, casi normal y a ella le gustaba.

—Decidí quedármelo. Si voy a hacer una crónica de mis sentimientos, creo que este sería un buen punto de partida.

—¿Y cómo te sientes ahora?

—Es complicado, pero en general, no estoy mal. ¿Y tú?

—Más o menos igual.

Hermione asintió y se sentaron en silencio. Hacía un buen día, el primero soleado en semanas, así que era agradable estar al aire libre, con un calor moderado y una brisa decente. Draco volvió a la lectura y ella leyó con él hasta que ella resopló por algo que dijo el protagonista. Él le dirigió una mirada que carecía de la malicia necesaria para hacerle sentir que lo decía en serio.

—¿Te gusta el libro?

—Está bien, pero un poco académico para mi gusto.

—Esnob de los libros.

Draco esbozó una sonrisa que solo se presentaba cuando alguien realmente se la había ganado.

Hermione lo observó en silencio, sintiendo calor y no precisamente por el verano.

Draco no era romántico en ningún sentido; no le daba rosas, tarjetas, regalos, ni nada que remotamente representara una ñoñería, para el fastidio de su madre. Pero en momentos como este, cuando parecía realmente feliz de estar en su presencia, a Hermione no le importaba. Sus acciones siempre habían sido más elocuentes que sus palabras y eso era todo lo que ella necesitaba. La mayoría de las veces, cuando él la miraba, había algo que burbujeaba bajo la superficie, algo que se parecía mucho al amor, se sentía como amor y sonaba como amor. Se lo dijo una única vez mientras creía que ella estaba dormida.

Y algún día volvería a repetirlo. Ella no necesitaba palabras para saber lo que él sentía.

Draco la miró de reojo.

—¿Qué?

—Nada.

No cedió. De hecho, suspiró y volvió a cerrar el libro.

—¿Qué pasa Hermione?

—Nada. Nada. Ha sido un buen día. Hablé con Ginny.

Draco se tensó ligeramente. Si no lo conociera tan bien como lo conocía, nunca se hubiera dado cuenta. Hermione sabía que, si él se salía con la suya, ella nunca tendría la oportunidad de siquiera estar en la misma habitación que Ginny. Draco era así de protector cuando se le daba la oportunidad, pero estaba mejorando. La primera vez que fueron a Venecia, se pasó la mitad del viaje dividido entre vigilar cada movimiento de ella y tratar de no parecer que la estaba observando. Finalmente, tuvo que apartarlo y hacerle saber que podía respirar; que ella no se derrumbaría.

Ni siquiera un poco.

Y se lo recordaría de nuevo.

—Está bien. Estoy bien.

Él asintió, pero la mirada relajada que había tenido había desaparecido.

—La vi, pero ella no me vio.

—Me tropecé con ella —informó Hermione—. Hablamos. Eso es todo.

—¿Y?

Ella puso expresión pensativa.

—Y... Eso fue todo. No fue tan difícil como pensé que sería. Sé que no vamos a ser amigas, pero creo que podemos ser civilizadas.

—Como quieras —era su respuesta habitual para cualquier cosa con la que no estuviera totalmente de acuerdo, pero no quería discutir. Hermione le sonrió, lo que le hizo relajarse de nuevo—. ¿Adónde quieres ir ahora?

—Creía que estabas en tu descanso para comer.

Sonrió satisfecho.

—Pensé que sabías que estaba mintiendo.

—Lo sé, pero no es propio de ti confesar nada.

Draco parecía que no iba a disculparse.

Hermione se quedó reflexionando un rato.

—Es bueno estar aquí afuera. Podríamos sentarnos aquí un rato más. He estado literalmente en movimiento todo el día. Nuevos aprendices... Fue más o menos la razón por la que me fui esta mañana antes de que te despertaras. Perdón por eso, por cierto, tuve una reunión, luego los empleados en formación hicieron más preguntas sobre nosotros que sobre el protocolo.

—Está bien —Draco movió el brazo que estaba alrededor de su hombro y tomó su mano—. Yo también tenía cosas que hacer. Arcturus vendrá a la ciudad. Nos ha invitado a cenar esta noche, pero supongo que charlará más de lo bien que va el negocio que de otra cosa —le devolvió la mirada antes de observar sus manos entrelazadas—. He pensado que deberíamos cenar en un restaurante muggle, para tener intimidad.

—Me parece bien.

—Pero antes visitaremos a tu familia.

—Eso me gustaría mucho —Hermione sonrió.

Intuía que él quería decirle algo más, y no se sorprendió cuando cambió de tema.

—Sabes, ahora te has dejado un par de calcetines en mi departamento; además de los pantalones del pijama, la camisa, el jersey...

Sus mejillas enrojecieron un poco.

—Me los llevaré esta noche después de la cena.

—No hace falta —Draco dijo con displicencia—. Yo, uhh, te cedí un cajón.

Ella se quedó helada. ¿Un cajón?

—¿Esto es un...?

Draco la miró con severidad.

—Pensé que habíamos acordado dejar que las cosas avanzaran con calma.

—¿Pero un cajón? —Hermione se echó a reír—. Viniendo de ti, eso es casi como decir que también estás cediéndome un espacio en tu armario. Lo próximo será pedirme que me mude contigo.

Él la miró y parpadeó.

Ella le devolvió la mirada hasta que cayó en la cuenta.

—¿De verdad?

Draco parecía incómodo.

—Bueno, prácticamente vives conmigo, Granger.

Hermione procedió a argumentar.

—No, no lo hago.

Draco levantó una ceja.

—Te quedas a dormir casi todas las noches.

—La palabra clave aquí es: casi. Pasamos los fines de semana en mi casa. Nos compré un pequeño bote de remos para ir a pescar como los muggles —su primer intento de usarlo había sido desastroso.

Como muchos de sus primeros intentos.

Draco se rio y sacudió la cabeza.

—Te reconozco el mérito, pero tu cepillo de dientes está en mi baño.

—Creo que ambos apreciamos tener una boca limpia por la mañana.

—Tienes un punto ahí —lo pensó un segundo—. Tu estúpido gato ha pasado tanto tiempo en mi otomana que cree que es su cama personal.

—Apolo es territorial. Y tú eres la razón por la que tengo un gato en primer lugar.

—¿Y qué tal es esto? Despediste a mi ama de llaves.

—Ella ya no era necesaria.

—¿Te estás escuchando, Granger? Tu correo es reenviado a mi casa.

—Yo solo... —Hermione se mordió el labio—. Tal vez tengas razón.

—Sé que la tengo.

—Entonces... ¿No te importa?

—No habría despejado un cajón y un espacio en mi armario si lo hiciera. No habría preguntado si acaso me importará.

Hermione frunció el ceño.

—Pero no preguntaste.

Draco suspiró.

—¿Tengo que hacerlo?

Ella se pavoneó, sabiendo que le estaba sacando desquicio.

—Sí.

Puso los ojos en blanco y resopló un poco porque, en todo caso, él seguía siendo un imbécil.

—Granger, ¿te mudarías conmigo?

Ella sonrió.

—Sí, pero no voy a vender mi casa. Acabo de terminar de instalarme y pintar la madera del muelle —ella tampoco quería desprenderse de esa casa porque habían pasado muchas cosas, buenas y malas, entre aquellas paredes.

Eso le pareció razonable porque asintió.

—La convertiremos en una casa de escapadas de fin de semana y quizá, cuando necesitemos espacio extra, nos mudemos allí permanentemente —volvió a abrir el libro y siguió leyendo como si no hubiera dicho lo que había dicho.

Hermione abrió y cerró la boca como un pez. Sabía a qué se refería con lo del espacio extra y era una afirmación que le cambiaría la vida, esas no eran el tipo de cosas que se decían en un banco cualquiera en medio de Londres. Al final, no dijo nada más sobre el tema.

—Estaría dispuesta, si tú lo estás.

—Lo estoy.

Y mientras su mundo se inclinaba sobre su eje, Draco hizo un ruido y pasó la página.

—Ya puedes dejar de fingir que lees —cerró el libro. Hermione soltó una risita—. Te das cuenta de que es la primera vez que dices algo sobre nuestro futuro, sobre casarnos y tener hi...

La besó, probablemente para hacerla callar, pero funcionó. Al menos hasta que estuvo listo para decir algo.

—¿No me dices siempre que no complique las cosas? Bueno, te lo digo ahora. No las compliques. Todo ya es bastante complejo ahora que estamos haciendo planes, mudarnos juntos, y sin mencionar que finalmente lo hemos hecho público.

No era mentira.

—¿Desearías que no lo hubiéramos hecho?

Había sido un milagro que se mantuvieran fuera de los chismes por tanto tiempo. Hermione sospechaba que tenía algo que ver con el miedo a que Draco los aterrorizara por siquiera insinuar algo. O les hiciera realizar un voto irrompible como a Parvarti Patil. Pero un día cualquiera, hacía tres semanas, habían hecho una declaración conjunta a El Quisquilloso, de entre todas las revistas, confirmando los siempre presentes rumores.

Desde entonces, la atención había sido incesante.

Él se encogió de hombros.

—Algunas cosas no deben mantenerse en secreto para siempre.

Ella lo miró con elocuencia.

—Quizá algunas cosas sí.

—Pero eso no se aplica a nosotros.

Lo que Hermione iba a decir murió en sus labios cuando él volvió a besarla.

Eran diferentes a los demás; considerados en vez de críticos, cómodos en lugar de rígidos y equilibrados en vez de inseguros. Estaban dispuestos a escuchar y no culpaban a los demás. Hablaban entre ellos y establecían pautas que seguían a rajatabla. Cenaban con Narcissa los viernes, desayunaban con Blaise y Pansy los domingos y se reservaban un día entero para ser... Bueno, ellos.

No eran normales, pero lo intentaban.

Nunca lo tuvieron fácil, pero sabían que nada que valiera la pena lo era.

Y ni siquiera eran perfectos; ni de cerca, pero eran una pareja.

Lucharon y maduraron, empujaron y tiraron; habían saltado juntos y cayeron. No tenían una canción ni ridículos apodos, pero tenían un aniversario, planes para el futuro y para unir sus hogares, y una historia de cómo llegaron a ser lo que eran ahora.

Y, aun así.

Eran más de lo que habían sido y menos de lo que podían ser, pero trabajaban activamente para cambiarlo. Día a día, trabajaban para recuperar todo lo que habían perdido, pieza a pieza, sus cimientos se hacían más fuertes de lo que nunca habían sido.

FIN

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Notas: Y con esto damos por finalizada la historia de Desgarrada.

Naoko Ichigo