Inefable.

No podía ser peor.

El sentimiento que le consumía las entrañas cuando se separaron no podía sentirse peor.

Esto era lo que siempre había querido. ¿O no?

El plan divino era perfecto. Nunca lo había dudado. ¿O sí?

¿Qué era él?

Mientras estuvo en la Tierra esa pregunta le había rondado los pensamientos muchas veces, pero por alguna extraña razón desde hacía un par de siglos había preferido ignorarla.

Sabía que no era un ángel caído, no podía serlo, pero tampoco era como Miguel o Muriel, demasiado alejadas de la realidad de mundo como para entender cómo funcionaba o los sentimientos humanos.

Tampoco era como Gabriel… Gabriel y Belzebu… Tal vez no eran tan distintos.

Recordó que esta sensación de vacío enorme había surgido en el momento justo en el subió a su nueva oficina. No solo era por la estancia tan amplia, blanca y sin ningún libro a la vista, si no también porque le pidieron despojarse de sus ajadas ropas para vestir el traje entero que mandaba el cielo. Sus ropas de más de 180 años que había cuidado con tanto esmero… solo tuvo una mancha en él, hacía un par de años, pero Cro… no.

Se despojó de sus ropas, aunque por alguna razón escondió su anillo. No se sentía él mismo si no lo llevaba en el dedo meñique.

La Segunda Venida.

El tema lo ponía muy nervioso, y ya desde un principio, al subir al ascensor, sabía que lo que decía Metatrón no podía ser nada bueno para el mundo.

Durante los últimos meses se había dedicado a recabar información, y ya sabía lo que tenía que hacer para evitar ese final. Lo más difícil sería contactarse con él…

En un momento de distracción de los arcángeles, que siempre lo atacaban con preguntas, giro el anillo tres veces en su dedo meñique (esperaba que todavía funcionara) y bajo a la Tierra con disimulo.

Se encontró en frente de su amada librería antes de darse cuenta.

El sonido de la campanilla al cruzar la puerta, el olor de sus libros, las lámparas, su escritorio, su teléfono… todo estaba tal como lo había dejado, y eso que había pasado más de un año desde que se había ido.

Se preguntaba si debía llamar a voces a Muriel cuando una sombra que cargaba libros apareció detrás de una estantería.

Su sonrisa se evaporó, y aquella sensación, que en realidad no lo había abandonado en todos esos meses, volvió a palpitar en su interior, y tuvo el impulso de llevarse la mano a los labios.

Crowley…

Crowley se había parado en seco y aun con los lentes puesto podía ver la expresión de incredulidad en sus ojos. No supo si había recibido su mensaje a través del anillo o no.

Siguió caminando como si no lo hubiera visto y comenzó a ordenar unos libros en una estantería cercana.

Crow… Crowley… eh, ¿dónde está Muriel?

Le di el día libre. Le dijo que las librerías cierran los miércoles. ¿Buscabas algo, ángel?

Esa ultima palabra hizo arder el sentimiento en su interior. Le gustaba mucho como sonaba en su boca, y una sonrisa involuntaria volvió a su rostro.

De inmediato se dispuso a contarle apresuradamente todo lo que sabía sobre la Segunda Venida y su plan para detenerla. Era un plan incompleto, pero sabía que con la ayuda de Crowley todo cobraría forma.

Crowley, por su parte, continuaba con movimientos mecánicos acomodando libros (y sorprendentemente de forma correcta) mientras iba pronunciando "hums" de vez en cuando.

Cuando hubo terminado de hablar, Azirafel espero su reacción.

¿Y bien? – dijo expectante - ¿Me ayudarás?

Estoy esperando.

¿Esperando? – respondió confundido - ¿esperando qué?

Una disculpa apropiada.

¿Una qué? Pero…

Una disculpa convincente con el baile de "Me equivoqué".

Su mirada era hielo al voltearse y recostarse al librero con los brazos cruzados.

Azirafel se sostuvo las manos, nervioso.

Pero yo…

La mirada seguía siendo hielo. Un suspiro derrotado salió de sus labios mientras empezaba el baile.

"Tenías razón, tenías razón, me equivoqué, tenías razón"

Bien – dijo Crowley casi con indiferencia.

Bueno, ya que estamos de acuerdo…

Eso no fue lo que dije.

¿Qué? Pero hice el baile.

Azirafel – escuchar su nombre pronunciado en aquel tono lo sobresaltó. Crowley parecía más exasperado que nunca – no puedes aparecer así y esperar que te ayude sin más.

¿Por qué no? ¡Es por el mundo! Somos… - las palabras se le cortaron en la garganta.

Qué somos, dilo – había una nota de dolor y rabia en su voz - ¿amigos? O… - Crowley le dio la espalda – te fuiste por un año sin decir nada después de – Azirafel involuntariamente se rozó los labios con la punta de los dedos - ¿Crees que el mundo es lo único que importa? Crees que yo no… - hizo una pausa – como sea, yo creí que eras mejor que ellos, pero al final solo fuiste un, un…

¡¿Un ángel?! – Azirafel no podía evitar sentirse contrariado - ¡Es lo que soy, Crowley!

Pero tú no eres como ellos, ¿es que no lo ves? Renunciaste a tu libertad para complacerlos – Crowley se volvió de pronto con una expresión de verdadero dolor en el rostro – me abandonaste. Abandonaste todo lo que quieres aquí en la Tierra ¿para qué? Esto – y señalo la librería, pero podía significar "todo" - ¿No te importa?

¡Claro que me importa! – exclamó Azirafel, siendo por fin sincero con lo que de verdad había querido todos esos meses – yo quería regresar, en cuanto me fui supe que quería regresar, pero era más útil si me quedaba, así que eso hice, pero yo… Te extrañaba y…

Oh por Dios, por Satán. No sabes nada – dijo Crowley con un suspiro, pero Azirafel lo sabía. Lo sabía bien.

¿Acaso crees que no me he dado cuenta? Sobre esto – dijo dando un paso hacia Crowley – cómo no podría verlo, Crowley – murmuró – pero es que… No puedo.

¿Por qué? – había una nota de suplica en su voz.

¡Por lo que somos! No debemos, no está bien, no es correcto…

¿Te estás escuchando? ¿Quién decide lo que es correcto? Y, y qué hay de Gabriel ¿eh? ¿Él sí hizo lo correcto?

Yo no lo sé, y fue por eso que lo expulsaron… yo no quiero… yo… Tengo miedo, Crowley, tengo miedo de no ser yo, de no hacer lo que un ángel debe hacer, si no soy un ángel entonces, ¿qué soy? – ahora era Azirafel quien tenía una nota de suplica en la voz, y desconsolado entrelazó las manos.

Y una tercera mano le sostuvo las suyas.

Qué tonto eres para ser tan listo – dijo Crowley, despacio – Tú no vas a dejas de ser tú. Siempre quieres ayudar, aunque eso no esté del todo bien. Tú eres esa vocecita bla bla bla bla – dijo, imitando a un títere con su mano libre – que habla en el hombro de las personas, o así lo creen ellas – vovlvió a ver a Azirafel y ahora sus dos manos sostenían las suyas – el punto es que tú siempre has sido MI ángel, y no me importa quién piense que lo que hacemos es incorrecto, porque cuando estoy contigo sé que nada puede salir mal, y que si pierdo el camino vas a estar ahí para recordarme que muy, muy en el fondo soy solo un poco, de corazón, una buena persona.

¡Oh Crowley!

Azirafel no podía más.

Se soltó de sus manos y lo abrazó.

Todos esos siglos juntos, todos los buenos actos y detalles que había tenido con él, el recordar sus gustos, el responder a su llamado sin importar lo que fuera, el ayudarlo sin dudar, el esta siempre de su lado.

Había intentado dar la espalda a todo eso, hacer lo que tenía que hacer solamente, fingir que no había cruzado la línea del bien y del mal. Su corazón no era blanco, era de un tono de gris muy claro. Y sabía que el de Crowley también lo era.

¿Cómo podía creer que no eran iguales? Era como si, desde el principio, desde que había visto aquel rostro sonriente al mostrarle la galaxia por primera vez, estuvieran destinados a estar juntos, porque no podían existir uno sin el otro.

Crowley se quedó de piedra, pero no se quejó.

Su cabeza le llegaba a la clavícula, como siempre andaba encorvado, Azirafel olvidaba que Crowley era más alto que él. Sentía su calor, y su corazón latiendo acelerado.

En varias novelas se hablaba de esos síntomas como algo bueno, así que lo tomó como una buena señal.

No quería soltarlo, pero Crowley empezaba a carraspear.

Oh, ¿por qué no me abrazaste de vuelta? – preguntó Azirafel con un pequeño puchero cuando se soltaron.

No esperes de mí ese tipo de cosas, ángel – respondió Crowley haciéndose el indiferente.

Pero si ya me besaste.

¿¡Qué!? Yo, yo no recuerdo eso…

¡Claro que sí! – se extrañó Azirafel - Y eso para los humanos es una muestra de… - tuvo un momento de iluminación- vaboom…

¿Qué? ¿Qué quieres decir…?

Lo hiciste por… Amor. Tú estás…

¡No! No lo digas, no voy a escuchar, estoy muy ocupado para esto.

Azirafel estaba tan feliz.

¡Ese era el significado del sentimiento! No lo había sabido, aunque lo sentía desde hacia mucho tiempo, más fuertemente desde el incidente con los libros en 1941. Lo había leído mil veces en las novelas, pero no sabía identificarlo.

Tal vez, solo había tenido mido de que Crowley no sintiera lo mismo. Pero lo hacía, había escuchado su corazón.

Crowley, bésame – dijo, con firmeza, acercándose a él.

¿¡Qué!? – al demonio se le vino una torre de libros al suelo al quedar arrinconado contra la estantería, como un ratón acechado por un gato. A Azirafel le gusto la comparación y el sentimiento se intensificó.

Si no lo haces tú, lo haré yo – le susurró con una risa juguetona.

Sintió como Crowley se tensaba bajo su peso mientras se acercaba más.

No te atreverías… - susurró Crowley con la última nota de dignidad y compostura que le quedaba.

Si yo no fuera, en el fondo, un tonto maldito al que vale la pena conocer, no lo haría – sus labios apenas rozaron los de Crowley, y sintió como él se relajaba un poco. Hizo ademán de alejarse y dijo - pero creo que lo soy.

Al principio los labios de Crowley no cooperaban, supuso que era obra de la sorpresa, pero en un instante se sentía como si todo su cuerpo estuviera entregado a ese momento, como si lo hubiera esperado desde siempre. Una espera larga y tortuosa, un deseo oculto, acallado y suplicante. Era como si estuviera pidiendo ayuda.

Y claro que Azirafel estaba dispuesto a ayudar.

Los libros clásicos, eran muy sutiles sobre los temas relacionados con los actos humanos dedicados al amor. Era una suerte que sus lecturas no se hubieran limitado únicamente a los clásicos.

Se sentía libre de hacer lo que quisiera. Por una vez su mente parecía apagada, ajena al mundo, al cielo, a su labor. Por una vez estaba entregado a sí mismo, sin miedo, sin reservas, solo quería darlo todo de él.

¿Qué tal si probaba lo de la lengua?

¡WOW! – exclamó Crowley apartando el rostro – vas demasiado rápido para mí, ángel.

Crowley nunca había visto esa expresión de felicidad en el rostro de Azirafel. Parecía que resplandecía. O que podía explotar en una lluvia de confeti en cualquier momento.

Espera, espera, hay que calmarnos y llevar esto un poco…

A la alcoba, me parece una excelente idea – con un movimiento de su mano el rótulo de "abierto" de la puerta se volteó y las cortinas cayeron sobre todas las ventanas.

Azirafel había tomado la mano de Crowley y ya lo arrastraba a su habitación.

Señor Fell, espere un momento, hay que hablar un poco sobre…

Oh tonterías, hemos hablado por siglos – una risa se escapó de los labios de Crowley. No podía evitar adorar los momentos en los que el ángel hacía o decía cosas inesperadas, más parecidas a algo que haría él – No estoy diciendo que no quiero ir, pero el mundo nos necesita, ¿recuerdas?

Ya habían llegado a la puerta de su habitación y su mano se había detenido justo al sostener el pomo.

Crowley se sintió un poco decepcionado.

Tienes razón – dijo Azirafel, como recobrando el sentido.

Respiró profundo mientras Crowley carraspeaba y se quitaba los anteojos.

Azirafel pudo verse reflejado en esas pupilas que siempre lo habían visto como él era. Directas, claras, y de un amarillo tan, tan bonito…

Pero el mundo puede esperar – dijo al fin, con una sonrisa dulce en los labios. Lo tomó de la mano y lo metió en su habitación.