Cap 2: El cosmos

El inframundo carecía del concepto del tiempo, los muertos no tenían conocimiento del pasado y del futuro. Las almas de los difuntos seguían existiendo, pero eran insustanciales y vagaban sin ninguna motivación. Los difuntos carecen de mente o fuerza, y por lo tanto no influyen en los vivos. Asimismo, no poseen sentido común, por lo que ignoran todo lo que les rodea y la tierra sobre ellos. Sus vidas en el inframundo eran neutrales, todos los estatus sociales y cargos políticos desaparecían y nadie podía beneficiarse de su vida anterior allí. La idea de progreso no existía, en el momento del fallecimiento, la psique se congelaba, tanto en experiencia como en apariencia. Las almas del inframundo no envejecían ni cambiaban de ninguna manera, de hecho, su apariencia era la misma que en su fallecimiento, si alguien moría en batalla, iría eternamente cubierto de sangre en el inframundo, mientras que, si habían fallecido pacíficamente, se mantendrían de esa manera.

En definitiva, los difuntos eran considerados irritables y desagradables, pero no peligrosos ni malignos. Podían enojarse si sentían una presencia hostil cerca de sus tumbas y se les proporcionaban ofrendas para apaciguarlos y no enfadarlos. La mayoría ofrecían ofrendas de sangre porque necesitaban la esencia de la vida para comunicarse y tener conciencia de nuevo. Aun haciendo uso de dicho método, las almas apenas recuperaban la consciencia por poco tiempo antes de volver a su estado "normal" nuevamente. Sólo Hades disfrutaba de ver a sus súbditos de aquella manera; sin ideas, sin emociones, sin voluntad propia. Todos obedeciendo sin cuestionar cada una de sus órdenes o repitiendo la labor que se les asignaba. Eso era el paraíso para el dios del inframundo. Gozaba de ver su reino en completa paz y quietud. Sólo roto por las risas de algunas doncellas en los campos Elíseos destinadas a entretener y servir a los dioses gemelos. Todo era perfecto, excepto por un alma inquieta.

"¿Dónde estoy? ¿Quién soy?". Preguntó a la nada siendo respondido por el silencio. No podía escuchar nada, no podía ver nada y desconocía absolutamente todo. ¿Su pasado? ¿Su nombre? Un enorme vacío se abría en su mente cada vez que intentaba conocerse así mismo. Delante suyo había una enorme y pesada roca que empujaba hasta la cima de una montaña, pero cuando casi llegaba a su destino caía hasta el fondo. Sus manos y pies no dolían a pesar de todo el esfuerzo realizado. Tampoco se veían lastimadas. ¿Por qué siempre hacía esa tarea tan inútil que no llevaba a ningún lado? Estaba atrapado en un mundo oscuro. Día tras día repetía las mismas acciones. De reojo a veces veía largas filas de personas ir a no sabía dónde. Pensaba que quizás era diferente a ellos por poder juzgar su caminata repetitiva e inútil, pero ¿tenía derecho? Él también hacia cosas inútiles. ¿Por qué se creía diferente? Él también existía, realizaba una acción en automático sin propósito, sin sentimiento. Todo gris y monótono, pero aun pensaba y preguntaba ¿por qué? No lo sabía, pero le gustaba.

"Mientras más pienso y analizo las cosas más crece este extraño sentimiento en mi interior. Si no tengo ninguno de mis sentidos, ¿cómo pude ver a los muertos caminando? No tiene sentido. Siento curiosidad por entender la razón de eso. ¿Siento? No tengo sensaciones como frío o calor, pero siento. Hay algo, como si todas las respuestas que deseo estuvieran en mi interior y a la vez también están las dudas. ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué busco? ¿Por qué realizo esta acción repetitiva? Todo está en mi interior, es como tener un pequeño universo. Algo cálido, brillante, poderoso. Algo que nace y crece sin detenerse. ¿Qué será esto que está creciendo en mi interior? No lo sé, pero creo que está sensación tiene un significado. Así que no importa si tengo que empujar esta roca una y otra vez. El universo en mi interior me lo está mostrando, todo aquello que creía olvidado regresa a mí de forma nítida como cuando estaba vivo. Cuando yo era…"

―¡Sísifo! ―gritó su propio nombre empujando la roca delante suya con una fuerza que hasta entonces le era completamente desconocida―. Yo soy Sísifo, el rey de Corinto ―se dijo así mismo mientras parpadeaba varias veces y se miraba las manos. Luego saltó hacia un lado de la ladera al ver como la roca que estuvo empujando venía de regreso―. ¿Dónde estoy? ―preguntó para sí mismo mientras caminaba curioso por el lugar.

Según lo poco que recordaba antes de su condena era que estaba en el Tártaro. El lugar donde los titanes fueron encerrados tras su derrota ante Zeus. Era el punto más profundo del inframundo. Tan oscuro que la noche lo rodeaba tres veces como un collar al cuello, mientras que por encima crecían las raíces de la tierra y del océano sin cultivar. Allí los malvados recibían el castigo divino. Se cuestionó un poco acerca de eso. ¿Por qué tirarlo allí? ¿Era por haber ofendido a los dioses? Pero si ese era el caso no tenían derecho a enojarse con él por no querer morir. Apreciaba su vida y había sido muy feliz estando durante años junto a su amada esposa guiando a su pueblo hacia la prosperidad. Admitía que eso de robar, matar y engañar era malo, pero había otros infiernos más adecuados que ese para tales crímenes. Se propuso explorar un poco el inframundo y conocer un poco de su realidad.

―Literalmente no tengo nada que perder aquí ―se alentó mientras se reía a carcajadas―. Estoy muerto, viejo y aquí no tengo nada de riquezas, familia o pareja. Nada que valga la pena. ¿Y qué es lo peor que van a hacerme los dioses si me descubren? ¿Matarme? ¿Castigarme? ―preguntó para sí mismo con ironía―. Es curioso, no muevo los labios, pero oigo mis propias palabras. ¿Serán mis pensamientos?

Al recuperar sus recuerdos lo primero que se planteó hacer Sísifo fue explorar un poco. De alguna manera que no entendía volvió a ver, oír y tenía esa rara sensación ardiente dentro suyo. No era su corazón, pues él mismo se sabía muerto. No tenía un corazón latiente, entonces, ¿qué era eso que sentía en su interior? Aquello que lo hizo capaz de mover esa roca de un solo movimiento. Pondría su empeño en descubrirlo. Por lo mismo, recorrer el inframundo le podría dar una idea de lo que estaba sucediendo. Así que comenzó su marcha. Caminó sin saber si fueron horas o días, estando en la oscuridad absoluta era difícil medir el tiempo transcurrido. Lo primero sería salir del Tártaro, pero no conocía el camino. Así que en vez de salir del mismo terminó internándose en la zona más profunda del mismo. Sísifo como el anciano hombre que era, se movió despacio y con suma precaución al llegar a una zona donde parecían haber unas puertas. Las atravesó creyendo haber encontrado finalmente una salida para ir a otra zona, pero se equivocó.

―Tenemos visitas ―dijo una voz profunda en forma casi de gruñido.

―Un humano alcanzó el octavo sentido ―respondió otro carcajeándose con ironía―. Oh qué sorpresa, el mortal que se burló de los dioses sigue dando problemas incluso muerto.

―¿Y qué esperabas? ―preguntó una tercera voz hablando con libertad como si Sísifo no estuviera presente―. Es el hijo de Prometeo.

―Su destino ya está sentenciado entonces.

―Él cometerá el mismo pecado que aquel ladrón del fuego de los dioses.

―¡¿Ustedes son los titanes?! ―gritó Sísifo a las celdas esperando ser oído por ellos.

No era un gran conocedor del inframundo, mas al igual que cualquier mortal con un mínimo de sentido común, sabía acerca de la lucha de Zeus, Hades y Poseidón contra los titanes. También los sabía en el Tártaro custodiados por Hades. Los sellos en aquellas celdas o jaulas parecían estar escritos con sangre, seguramente contenían la de las deidades y estaba seguro de que ningún mortal podría retirarlos. Probablemente la razón para que no hubiera nadie vigilando de cerca era que todos los muertos estaban en aquel estado automático como él estuvo antes. Saber que a esos temibles seres les era imposible escapar, le daba alivio. No es que se sintiera precisamente a salvo con los dioses olímpicos, pero según los antiguos textos, los titanes traerían caos y destrucción al mundo. Mejor permanecer con los dioses conocidos con los cuales más o menos se podía lidiar que con ellos. Mas, seguía intrigado por aquellas palabras incomprensibles para él.

―Sí, anciano tonto. Somos los titanes. ¿Quién más podríamos ser?

―Puedes acercarte para vernos mejor si quieres ―ofreció una de las voces en un tono que de inmediato disparó las alertas del antiguo rey.

―No, gracias ―rechazó Sísifo con un tono de voz tranquilo y amable que siempre usaba cuando quería algo―. Sólo quería entender, ¿qué es eso del octavo sentido? ―preguntó genuinamente curioso.

―Él es el que dejó en ridículo a Zeus, deberíamos decirle.

―¿Sin obtener algo a cambio primero?

―Lo obtendremos, lo haremos. Aun estando encerrado aquí puedo verlo, en su destino está hacer enfurecer a Zeus reviviendo la traición de Prometeo.

―Cualquiera que pueda arruinarles la vida a quienes nos encerraron aquí merece conocer ese secreto.

El pobre anciano no entendía de qué estaban hablando los titanes. Aunque en parte sí. Sabía bien que su familia tenía presente su relación tensa con Zeus, por lo mismo su padre se había dedicado a inculcarle "limpiar" el honor de su familia. Pensando en eso, él ya ridiculizó a Zeus igual que hizo su ancestro. No culpaba a los titanes por creer que aún no sucedía. Estando al fondo del inframundo supuso que les era imposible enterarse de nada reciente. Mejor para él. Pese a no tener nada que ofrecer a los titanes, le bastaba con hacerles creer que cumpliría ese destino que le profetizaban y listo. Obtendría respuestas y la manera de escapar de ese castigo nuevamente. Sería divertido ver la cara de los dioses cuando supieran que se escapó de la muerte por tercera vez.

―Grandes e imponentes titanes, ¿me es posible pedirles que me expliquen la razón por la que estoy consciente y los demás fallecidos no? ―interrogó Sísifo siendo una de las primeras cosas que necesitaba saber.

―Los seres humanos cuentan con cinco sentidos; oído, olfato, gusto, tacto y la vista. Un sexto sentido es la intuición. El Séptimo Sentido se logra mediante el entendimiento íntegro y entero del cuerpo y la fuerza de uno mismo a la vez que se ha entrenado en el manejo del cosmos.

―Y por último, el que despertaste, el octavo sentido es aquel que permite a una persona ir al mundo de los muertos conservando el cuerpo y voluntad propia, y controlando el alma. Todos los humanos lo poseen desde su nacimiento, pero reside en un lugar del cosmos todavía más profundo que el séptimo sentido, por lo que casi todo el mundo muere sin haberse dado cuenta en ningún momento que lo poseía.

―Cuando una persona muere, todos sus sentidos desaparecen, despertando el octavo sentido de manera natural para ir al mundo de los muertos. Desgraciadamente, al morir, uno queda sujeto a las leyes de dicho mundo.

―No entiendo cómo pude despertarlo ―dijo Sísifo sujetándose la cabeza intentando entender toda esa información nueva―. Yo ni siquiera sé que es el cosmos.

―El cosmos es una energía que proviene del mini-universo que poseen todos los seres vivos en sus cuerpos, el cual nació con el big bang que dio origen al universo.

El anciano se detuvo unos momentos a analizar sus palabras. Si ese cosmos era algo que tenían todos los seres vivos, ¿cómo era que ese octavo sentido se despertaba naturalmente si para obtener el séptimo debía de entrenar y entenderse de manera íntegra? Era confuso. Además, seguía sin responder a la interrogante de cómo recuperó sus memorias. Era cierto que no había bebido el agua para olvidar, debido a que su alma no iba a reencarnar para seguir con el castigo impuesto dado por Zeus, pero su consciencia se apagó. Y ahora de alguna manera había sido reactivada mientras realizaba su castigo. Los titanes se sintieron complacidos al haber comunicado aquello al hijo de Prometeo. Ahora sólo debían esperar pacientemente a que se desencadenara la cascada de eventos que podría finalmente liberarlos de su eterno encierro. Podrían hacer más rápido o lento dicho proceso, según la respuesta que diera a la siguiente pregunta.

―Si quieres nosotros te podemos enseñar a utilizar tu cosmos a cambio de un pequeño favor ―propuso de manera sugerente uno de los titanes.

―Me siento honrado por tal oferta, pero debo rechazarla ―dijo el astuto anciano. Si ofrecían aquello es porque iban a pedir un pago bastante alto. Uno que podía poner en peligro al mundo o a sí mismo―. Agradezco en verdad que hayan respondido a mis molestas preguntas, pero debo retirarme y cumplir con el castigo por mis pecados.

El antiguo rey detectó peligro desde el momento en el cual se acercó, pero su curiosidad había podido más. Ahora sabía acerca del cosmos, los sentidos y que el mundo inició con una gran explosión llamada big bang. Tenía mucho que meditar y descubrir aun, pero con esos tres conceptos podría comenzar su búsqueda del entendimiento del por qué estaba de regreso en sus sentidos. Le daba muy mala espina esa profecía de que él cometería el mismo pecado que su predecesor. No obstante, mientras no le robara nada al rey de los dioses, no habría nada que lamentar. Los titanes se equivocarían y su único parecido con Prometeo sería haber expuesto la ingenuidad de los dioses. Aún tenía esperanzas de que ellos estuvieran equivocados y la noticia de su engaño llegó tarde a los confines del inframundo, pero se sentía intranquilo, por lo que intentó alejarse rápidamente de las celdas sin faltarles al respeto.

―Algún día escaparemos de aquí ―aseguró uno de los titanes sonriendo macabramente en las sombras lejos de la vista del anciano.

Sísifo no podía ver aquella mueca por la oscuridad, pero de alguna manera la visualizaba en su mente. Era como si algo en su interior le permitiera ver aquello que sus inútiles ojos no podían. Ni la oscuridad absoluta, ni la falta de sentidos lo habían detenido. ¿Era eso el octavo sentido? No lo sabía, pero no se quedaría allí a analizar aquello. Caminó sobre sus propios pasos hasta volver al sitio donde se encontraba la roca que debía empujar hacia la cima. De momento la dejó de lado para sentarse a pensar sobre el cosmos. Esa cosa era como una sensación ardiente en su interior, como fuego expandiéndose a través de sus venas como si de sangre se tratara. ¿Cómo se podría controlar eso? Los latidos del corazón, la sangre latiendo, todo aquello eran cosas que no se podían dominar a voluntad. Se sentó cruzado de piernas haciendo su mejor esfuerzo por hallar algo en su cerebro, pero nada. No tenía idea de qué hacer con eso del cosmos.

―¿Qué se supone que estás haciendo? ―interrogó Tanatos apareciendo delante suyo―. ¿Por qué no estás empujando tu roca?

―Necesitaba un descanso. Un pobre anciano como yo no tiene la fuerza necesaria para llevar a cabo esa labor ―mintió como siempre buscando salirse con la suya.

―Estás muerto. No puedes sentir cansancio ―argumentó el Dios de la Muerte mirándolo con molestia.

―Aun así, me siento cansado y aburrido ―respondió el fallecido sin ningún temor, cosa que enfureció a la deidad.

―¡Es tu castigo, mortal! ―exclamó con su cosmos rodeando su cuerpo haciéndolo pesado y visible.

―¿Y qué me sucederá si no lo hago? ―preguntó Sísifo con cinismo―. Estoy muerto, no tengo cuerpo, sentidos, ya no soy rey, no tengo familia, pareja, súbditos ni amigos. No tengo nada que perder. Qué los dioses hayan sido tan estúpidos para caer en mis mentiras no es mi problema.

Lleno de cólera por la osadía de aquel hombre, Tanatos no dudó en golpearlo con su puño usando todas sus fuerzas. Estaba cansado de esa arrogancia por parte del mortal. Especialmente por haberse percatado de que despertó el octavo sentido. ¿Cómo? Ese maldito humano seguía rebelándose en contra de sus dioses y para colmo de males, tenía razón. Aunque no lo admitiera en voz alta, Sísifo no se equivocaba. No tenían nada más que hacerle. Ese hombre lo había perdido todo, excepto su maldito cinismo, arrogancia y rebeldía. Por lo mismo usó su cosmos para hacer que fuera capaz de sentir sus golpes en su propia esencia. Lo que Tanatos no sabía es que había otra cosa que Sísifo conservaba y era su astucia. Él no sabía nada del cosmos, pero a través de los golpes podía sentirlo recorriendo su ser haciéndolo "sentir" dolor. Cada ataque le recordaba a las sensaciones cuando estaba vivo y alimentaba su deseo de responderle los golpes haciendo crecer esa sensación en su interior.

El dios de la Muerte tenía varias almas que llevarse a los dominios de su señor Hades por lo cual no podía permanecer demasiado tiempo con Sísifo. Y en vista de la manera en la que se comportaba, hasta agradecía tener una excusa para irse. Luego de un comentario despectivo, ―acerca de cómo debía someterse a los dioses y rogar que se le diera acceso a los campos de Elíseos, junto a varias tonterías más que el mortal ignoró―, el Dios se marchó. Lejos de lo que pudiera imaginarse, el anciano sonrió cuando estuvo solo. Por cuenta propia decidió subiría esa roca a modo de práctica para dominar lo que había aprendido. Él había podido sentir como esa cosa llamada cosmos se concentraba en los puños del dios de la muerte cuando lo golpeaba. Así que se planteó hacer algo similar, pero con la roca. Si el poder divino era el responsable de hacer caer la roca antes de llegar a la cima, superar ese obstáculo, significaba superar a los mismos dioses.

―Cuando esta roca llegue a la cima habré derrotado a esos estúpidos dioses ―murmuró el anciano sonriendo mientras retomaba su tarea.

Desde entonces, Sísifo se tomaba la tarea de subir aquella roca como una práctica para su cosmos. Mientras más se concentraba en un punto especifico, más fácil se le hacía su castigo. Incluso aprendió algunas cosas de Tanatos, quien cada oportunidad iba a golpearlo o usaba su cosmos para ejercer una presión que lo arrojaba al suelo obligándolo a permanecer tirado boca abajo ante él. Pese a su estado de vejez, hizo esfuerzos por imitar los golpes del dios y aprendió a esquivarlos para disgusto del inmortal, quien ponía aún más empeño en destruirlo. Eso era perfecto para el mortal, cada vez que mejoraba, la dificultad aumentaba y ayudaba a pulir mejor lo que iba aprendiendo sin que la deidad lo supiera. El dios de la muerte lo que más deseaba era desaparecer esa maldita alma sin darle la oportunidad de reencarnar siquiera, pero estando muerto no podía mandarlo al mundo de los sueños, pues allí llegaban las personas cuyo cuerpo permanecía en coma y sus almas eran apresadas por los dioses del sueño.

"Pronto llegará el día en que venza la fuerza divina con mi cosmos"

Las acciones de Sísifo no pasaron desapercibidas para los dioses, quienes gracias a su omnisciencia sabían del cosmos que usaba para subir la roca. Y veían el rápido progreso que llevaba teniendo unas cuantas décadas allí. Para ellos ese tiempo no era más que un parpadeo, por eso era sorprendente. Mas, también era peligroso. Ese humano despojado de todo, aprendiendo el manejo del cosmos y aun rebelándose ante ellos era peligroso. Si no hacían algo pronto terminaría accediendo a un poder prohibido para los mortales. Algo que ellos no debían poseer pasara lo que pasara. El problema era que no sabían qué hacer con él. ¿Cómo detenerlo? Sólo una diosa sumamente sabia tuvo una idea que deseaba presentarle a su padre, pero no lo haría directamente. No sería la diosa de la guerra y la sabiduría si actuara sin premeditación. Para obtener su trofeo, debía evitar cabos sueltos. De momento guardó silencio esperando a que la cólera de su padre disminuyera.

Tras la condena de Sisifo varios héroes fueron castigados también. Zeus dominado por la cólera de saberse burlado por un mortal y con temor de que otros aprendieran a usar el cosmos, los hizo expulsar a todos del Olimpo para disgusto de varias deidades que perdieron a sus amantes. Zeus no atendió a reclamos, ni siquiera cuando su propio amante favorito, Ganimedes, protestó. Debido a que no habían cometido crímenes o faltado a las reglas simplemente los devolvió a las vidas que tenían antes de ser llevados allí. Se quería asegurar de que ninguno quisiera pasarse de listo con ellos. A algunos ya les había notado ciertas actitudes de egolatría por tener el amor o atención de algunas deidades y comenzaban a incordiarlo. Los mortales debían entender su lugar y previendo que alguno de los amantes de los dioses tuviera el ego demasiado alto como ese Sísifo, les daría una clara advertencia usando a aquel hombre como ejemplo. Debían ser agradecidos, humildes y devotos a los dioses para obtener el paraíso inmortal que ellos ofrecían y si se rebelaban contra ellos o desoían sus caprichos pagarían el precio más alto posible.

Por lo mismo, ellos sin haber hecho nada malo fueron sacados del paraíso. El objetivo era sencillo: que repudiaran a Sísifo. Con esos mortales contando acerca del horrible castigo que le esperaba a quienes se les opusieran lograría la sumisión a través del miedo. Su trabajo designado era una metáfora sencilla de entender. Sin importar cuanto empujara Sísifo aquella roca, ésta siempre caería por el poder divino de los dioses. Era inútil, repetitivo y en vano. Así eran los esfuerzos de los mortales de creerse similares a los dioses o de oponérseles a ellos. Sin importar lo que una deidad pidiera, debía concederse sin falta. ¿Una vida? ¿Una mujer? ¿Un hombre? ¡Daba igual! Si un Dios exigía sus cuerpos, debían abrirse de piernas sin oponer resistencia. ¿Una ofrenda? Todo, absolutamente todo lo poseído por un mortal podía ser arrebatado por un Dios sin reclamo alguno. Mas sin embargo, haberle cegado e impuesto una tarea inútil y eterna no había salido como esperó, pues el mortal lejos de verse sumido en el sufrimiento y arrepentimiento se dedicaba a regodearse de sus engaños a las deidades y blasfemar contra quienes lo castigaron cada vez que se escapaba del inframundo usando el octavo sentido.

Mientras tanto la diosa Atena ya tenía listo un plan para obtener lo que deseaba. Por lo que sabía de Sísifo, éste había sido un rey muy astuto, a quien en el Olimpo se le llamaba "el estafador de dioses". Convirtió en burla a Zeus, Hades y Tanatos. De no ser por el estatus de estos como grandes deidades serían el blanco de múltiples burlas, pero por lo mismo, era increíble saberlos burlados. Como diosa de la guerra, le interesaba tener a alguien tan hábil trabajando con ella. Sin embargo, sabía que, si ella simplemente le pedía a su padre liberarlo, éste se negaría, o en caso de no hacerlo él Hades y Tanatos definitivamente lo harían. Por lo cual propuso una apuesta. Sabiendo que cada ciudad se encontraba bajo la protección de un dios en concreto, pero la ciudad en la que gobernaba Cécrope, ―todavía en sus primeros pasos―, carecía de él. Fue así que se le ocurrió una competencia.

―No eres digna de esa ciudad, ni siquiera sabes cómo gobernar la Tierra ―molestó Poseidón a su sobrina―. Yo soy el más adecuado para hacerme cargo ―aseguró refiriéndose a ambas cosas.

―Estoy segura que yo merezco esa ciudad mucho más que tú ―desafió Atena―. Estoy tan segura de ganar que incluso podría apostar.

―Hija mía, tú ya gobiernas sobre los mortales, ¿es tan importante para ti esa ciudad? ―interrogó Zeus queriendo terminar la disputa de manera pacífica.

―Esto no se trata de una ciudad, sino de orgullo. Poseidón cree poder hacerlo mejor que yo y quiero demostrarle que se equivoca ―respondió Atena.

―Dijiste estar dispuesta a apostar ―mencionó el dios de los mares viéndola de manera libidinosa como siempre se comportaba―. Eres una de las diosas castas, si yo gano esa ciudad, quiero tu virginidad, querida sobrina ―pidió para el asco de la diosa.

―Acepto, pero si yo gano deseo que mi padre me conceda un deseo. Y que nadie tenga permitido negarse al mismo sea cual sea ―propuso ella con plena confianza en su futura victoria.

―Acepto las condiciones de esta apuesta y doy mi palabra de que el vencedor recibirá su recompensa ―prometió Zeus dando su promesa como Dios.

Zeus dejó que votara el pueblo que se disputaban las deidades. Las condiciones para el combate entre ambos eran sencillas. En ese momento se hizo necesario que los dioses ofrecieran algo a la ciudad. Ambos acordaron que cada uno haría un regalo a los atenienses y que éstos elegirían el que prefiriesen. Poseidón golpeó el suelo con su tridente e hizo brotar una fuente, pero su agua era salada y por tanto no muy útil, mientras que Atenea ofreció el primer olivo. Los atenienses (o mejor dicho su rey, Cécrope) escogieron el olivo y con él a Atenea como patrona, pues el árbol daba madera, aceite y alimento. Justo como había planeado desde el inicio, triunfó y con ello se ganó el derecho a tomar su trofeo.

―Me enorgulleces, hija mía ―felicitó el Dios del rayo a su hija consentida cuando regresaron al Olimpo―. No cabe dudas que eres la diosa de la guerra y la sabiduría.

―Muchas gracias, padre ―agradeció Atena sonriéndole de regreso―. Y respecto a nuestra apuesta…

―Sí, dime. ¿Cuál es tu deseo? ―interrogó el rey de los dioses sonriéndole sin perder el orgullo por su victoria frente al dios de los mares.

―Quiero que Sísifo sea liberado del Tártaro y se convierta en mi subordinado ―declaró la diosa con firmeza.

El semblante del rey del Olimpo cambió radicalmente al igual que la de los demás dioses. No podía ser posible que ella pidiera el regreso a la Tierra de ese insolente mortal. Había sido uno de los mayores incordios vivo y muerto. Ahora no sólo escapaba del inframundo a voluntad, sino que cada vez que escapaba repartía sus blasfemias entre las personas. Él sólo podía permanecer poco tiempo fuera del inframundo al estar muerto, pero siempre se aparecía como un fantasma y cual serpiente venenosa introducía su maldad en las personas; hacía dudar a los fieles, los alejaba del camino de la devoción y luego volvía sonriente al Tártaro para empujar la roca. Siempre con esa mirada de desafío al mirar hacia la cima. Deseaba negarse a la petición de su hija, pero tal vez era lo mejor para detener a Sísifo antes de que consiguiera despertar el noveno sentido. Ese nivel sólo se alcanzaba dejando atrás todo tipo de sentimientos y superando al octavo sentido. Aquel mortal lo había perdido todo y no sentía nada. No tenía nada de temor hacia los dioses, ni ninguna atadura mortal. La codicia que tanto lo había caracterizado se perdió al no poseer riquezas en el reino de Hades.

Sólo existían dos maneras de alcanzar el nivel temido por los dioses. La primera era mediante el entrenamiento constante, ―cosa que no suponía problema para Sísifo quien estando muerto dedicó décadas a entrenar su manejo del cosmos―, y la segunda librando batallas contra adversarios poderosos. En su cólera, Thanatos había dado el primer paso con ese método, pues el mortal aprovechó para imitarlo. Hades enfureció contra el Dios gemelo por haberle enseñado sobre el cosmos. Para evitar que algún otro habitante del inframundo cayera en las tretas de Sísifo se les prohibió acercarse a él. La falta de vigilancia a su persona facilitó mucho las idas y venidas de su alma de los dominios del Dios. Cuando estaba entre los vivos, se les aparecía a varias personas y conversaba un poco con todos. Algunos hombres eran sumamente inteligentes y comenzaron a cuestionarse acerca de su lealtad a los dioses. Muchos habían sufrido pérdidas por culpa de ellos, así que la herejía ya no les desagradaba cuando el "viento" se las susurraba.

―Hija mía, él es un estafador. Te puedo conceder si lo deseas todo un ejército de dioses mucho más capaces y leales a ti ―sugirió Zeus preocupado por verla como siguiente víctima de Sísifo.

―Puedo conseguir con facilidad guerreros fuertes y leales, pero no a alguien tan astuto como él ―alegó Atena con convicción, omitiendo decir alguien capaz de engañar a los dioses―. Pienso que sería un buen instrumento para mis planes.

―Pero tú ya eres una diosa sabia, con estrategias perfectas, no necesitas a ese ser tan insignificante ―intentó convencer Zeus.

―No quiero subordinados que sólo se limiten a hacer lo que digo, se vuelven totalmente inútiles cuando no estoy cerca ―contraargumentó ella por sus experiencias previas con héroes hechos de pura fuerza bruta, superados fácilmente cuando ella no les decía qué hacer―. Si tengo a alguien como él, podré delegar tareas sin preocupaciones.

―Él sería capaz de poner a tus fieles en tu contra ―mencionó su padre sabiendo la clase de alimaña que era ese mortal―. No puedo arriesgarte a semejante peligro.

―Sabré manejarlo. Soy la diosa de la guerra y la sabiduría ―afirmó Atena con orgullo―. Si alguien sabrá lidiar con él soy yo. Mi inteligencia no será superada por un simple mortal.

―¡Zeus! ―llamó Hades harto de guardar silencio al ver como su hermano era poco a poco convencido por esa diosa consentida―. No permitas a ese mortal escapar de mis dominios. ¡Atena sólo traerá la deshonra si lo haces!

―Él ya se escapa de tus dominios cuando quiere, Hades ―confrontó la diosa sin dar su brazo a torcer. No había apostado su virginidad con su tío para quedarse sin su nueva mascota―. Qué a ti te hayan dejado como un triste bufón, es por tu ineptitud. No me compares con alguien de tu nivel ―aseguró llena de vanidad.

―¡¿Cómo te atreves?! ―gritó el Dios del Inframundo indignado por tal afrenta.

―Yo sabré controlarlo para que deje de hacer su voluntad y devolveré la gloria perdida al Olimpo. Gloria perdida desde que tenemos un alma mortal blasfemando contra nosotros mientras tú no haces nada por solucionarlo ―finalizó con una sonrisa burlona la diosa Atena.

Hades no podía hacer más que mirarla con profundo odio por su osadía. Él era el hermano del rey del Olimpo, uno de los dioses guerreros que encerró a los Titanes en el Tártaro y ella venía a faltarle el respeto de semejante manera. Debía castigarla. Es más, deseaba hacerlo. Sus gestos y sus palabras, aunque diferentes le recordaban a Sísifo. Esos dos podían estar separados por múltiples diferencias, desde su origen, su estatus, y demás, pero esa actitud rebelde, engreída, astuta y burlona la poseían ambos. Tal vez era lo mejor dejarlos juntos y esperar que se maten solos. Sísifo era muy orgulloso como para obedecer a cualquiera y sólo atendía a su propio egoísmo. Mientras que Atena era una mocosa a la cual Zeus tenía demasiado malcriada. Ella creía que todo lo que pidiera le debía ser concedido sin falta alguna y cuando no se salía con la suya montaba en cólera siendo capaz de causar catástrofes. Como fue con el collar de Harmonía, el cual traía la desgracia a cualquiera que lo poseyera. Un regalo que muchos, incluyéndolo, juraban fue dado por Atena.

—Mi querida hija tú que gobiernas a los mortales en el planeta Tierra, si concedo tu deseo, te pido que hagas callar a Sísifo ―pidió Zeus a su hija predilecta con voz solemne.

—Si me permite preguntarlo, padre ¿por qué pedirme tal tarea? Sólo es el alma de un insignificante mortal quejándose ―respondió ella confundida por la causa de tal encomienda.

—Sus quejas han empezado a dejar de caer en oídos sordos. Los héroes y amantes expulsados del paraíso por culpa suya han empezado a ser felices en su exilio.

—¿Felices? Fueron expulsados del paraíso, donde no podían pasar dolor, pena o hambre. Tenían una eternidad perfecta para el reposo eterno, ¿cómo pueden sentirse felices repitiendo sus inútiles vidas como mortales? Es absurdo ―aseguró sin comprender.

—Lo sé. Sísifo es un héroe de lo absurdo. Como soberana de la Tierra considero justo que tú seas quien le haga jurar devoción a los dioses.

―¿Puedo preguntar la razón de desperdiciar nuestro tiempo en un alma tan insignificante?

―Mi querida hija nosotros los dioses somos por mucho superiores a los mortales, pero existe una razón para ello. ¿Alguna vez te he explicado el motivo de nuestro descontento cuando no se nos honra como corresponde?

―No, padre. Mas, conozco diversos ejemplos de ello. Afrodita castigó duramente a una mortal que se negó a rendirle las ofrendas como ella exigía.

Alguna vez una princesa cometió el error de ofender a la diosa del amor y el precio a pagar por la afrenta fue bastante alto. Afrodita instó a Mirra a cometer incesto con su padre, Tías, rey de Esmirna. La niñera de Mirra ayudó con el plan, y Mirra se unió con su padre en la oscuridad. Cuando Tías descubrió al fin este engaño gracias a una lámpara de aceite, montó en cólera y persiguió a su hija con un cuchillo. Mirra huyó de su padre y Afrodita la transformó en un árbol de mirra. Cuando Tías disparó una flecha al árbol, Adonis nació de él, era un bebé tan hermoso que Afrodita quedó hechizada por su belleza, así que lo encerró en un cofre y se lo dio a Perséfone para que lo guardara, pero cuando ésta descubrió el tesoro que guardaba quedó también encantada por su belleza sobrenatural y rehusó devolverlo. La disputa entre las dos diosas fue resuelta por Zeus, quien decidió que Adonis pasase cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone y los cuatro restantes del año con quien quisiera. Adonis, sin embargo, prefería vivir con Afrodita, pasando también con ella los cuatro meses sobre los que tenía control. Por causa de Adonis, Perséfone se separó de Hades en un intento de demostrarle su amor, mientras que, para no quedarse atrás, Afrodita se había llevado a su amante al Olimpo para tenerlo cerca como Zeus a Ganimedes. Al menos antes de devolverlos a sus vidas mortales.

―La razón de nuestro enojo es porque la falta de fe de los humanos es peligrosa para nosotros los inmortales ―explicó Zeus.

―Me temo que no entiendo, padre.

―Existen sólo dos formas en las que los dioses podemos poseer un inmenso cosmos; la primera es pasar durante muchos siglos, incluso milenios, acumulándolo. La desventaja de esta forma es que se debe pasar mucho tiempo de inactividad, aunque nuestro tiempo sea diferente al de los mortales, incluso para nosotros es mucho tiempo.

―¿Y la segunda?

―Qué los mortales nos ofrezcan el suyo. Verás, cuando sacerdotisas, reyes y plebeyos nos rinden tributo y nos rezan, nos ofrecen sin notarlo parte de su cosmos. Habiendo millones de ellos en el planeta, pese a darnos el equivalente a una gota de lluvia, al reunirlos a todos podemos llenar un océano. Ellos no lo notan, pero nos vemos ampliamente beneficiados.

―Si como dices representan apenas unas gotas de lluvia, ¿por qué importa Sísifo?

―Como te he mencionado, los mortales empiezan a seguir sus blasfemias. Debemos detenerlo. Al paso que va pronto será un problema para el Olimpo si todos los mortales dejan de rendirnos culto. Por ello es preciso que le hagas jurar lealtad a los dioses, el mejor modo de matar a una serpiente venenosa como esa, es cortándole la cabeza. Si el cabecilla de este intento de rebelión muestra sumisión, sus seguidores harán lo mismo.

—Pero, padre ¿no podrías conseguir tu deseo ofreciendo levantar su castigo?

—Me temo que ya lo he intentado. Ofrecí que dejara de subir aquella roca a cambio de su devoción y prefirió seguir empujando a ceder ante mí.

—¿Lo has amenazado con castigarlo?

—No hay cosa que no le haya hecho; lo he mandado matar, le quité el sentido de la visión y le impuse una tarea absurda, pero no deja de rebelarse ante nosotros sus dioses.

―No te preocupes, padre. Yo me encargaré de que conozca su lugar.

―Sé que tú harás un gran trabajo, hija mía ―dijo Zeus viendo complacido―. Tú eres la más sabia de los dioses y una estratega perfecta, incluso él perdería en una lucha contra ti. Dejaré en tus manos todo lo relacionado a él.

Atena tenía plena confianza en que sería capaz de completar aquella sencilla misión en poco tiempo. Era la hija del rey de todos los dioses, Zeus y cuando nació llevaba una armadura que protegía su cuerpo de adulta. ¡Era la diosa de la guerra! Título ganado por su sabiduría y habilidad estratégica. Sabría encontrar la debilidad de aquel simple mortal para derrotarlo psicológicamente. Una diosa pura y sin mancillar dedicada a su labor sólo sabía pensar en la manera de someter a sus enemigos. Por eso se sentía superior a libidinosos como su tío Poseidón. Alguien carente de las cualidades que ella poseía. Había nacido con la sabiduría y la fuerza para triunfar como demostró sin problemas en otras ocasiones. Incluso superando a otras deidades sin problemas. Se alzó victoriosa y nuevamente lo haría. Después de todo, le ganó a su tío pese a ser un dios más antiguo que ella. ¿Qué podría hacer un simple mortal como Sísifo?

CONTINUARÁ….

N/A: Inframundo: wiki/Inframundo_griego

En Saint Seiya, tanto el clásico, como next dimensions y the lost canvas muestran que las almas que llegan al inframundo pierden todos sus sentidos. Sin embargo, en The lost canvas the gaiden, se menciona que luego de haber llegado al inframundo algunas almas conservan su consciencia por un breve periodo de tiempo. En el capítulo 54 de the lost canvas Gaiden llamado "Aquel que busca a Dios Asmita de Virgo"

Link: /viewer/5af581714e63d/cascade

Se muestra que las almas que llegan al inframundo pierden todos los sentidos y vagan por allí sin consciencia alguna, pero es posible despertar el octavo sentido.

El Arayashiki u Octavo sentido, es un sentido poseído por muy pocos personajes en la serie. Además de los Dioses, muy pocos Mortales han despertado el Octavo Sentido de manera voluntaria.Vijnana quiere decir "conciencia" y Alaya quiere decir "Morada" Es un término especializado del Budismo Mahayana. en la cual La palabra "raya" de Arayashiki significa almacén o deposito. El prefijo "A" cambia el significado a "mantener guardado". En otras palabras, la mente esta donde la información se guarda o almacena. Significa "La Morada de la Conciencia/Sentido" Es la base de la existencia de cada ser humano.

Alaya es la conciencia universal que toma y conserva la experiencia individual y colectiva. Es decir, el alma colectiva. Algunos la llaman la octava conciencia. Según esta forma de vida, el Vijnana sólo sera alcanzado cuando, por medio de la meditación, el devoto puede volver al estado de conciencia pura como lo hizo el Buda.

Se dice que para lograrlo se debe pasar ocho etapas "Camino de las Ocho Etapas" (en sánscrito, Astingika-Marga). Tras lograrlo serás desprendido del ciclo de la reencarnación y alcanzarás el nirvana.

En Saint Seiya, Kurumada asoció este estado (la "octava conciencia") a la superación de las reglas del Inframundo y el libre movimiento en el sin estar sometido. A esto llamó "Octavo Sentido". El mismo lo podemos apreciar en la saga de Hades. En el capítulo 83 llamado "despierta el octavo sentido". Link: /viewer/5af61aa57aeb2/cascade

El Arayashiki se trata del 8° sentido, que permite ir al mundo de los muertos conservando la propia voluntad, cuerpo y controlar el alma.

La Conciencia Alaya (Arayashiki), es el 8° de los 9° niveles de conciencia, el Octavo sentido que todos los Humanos poseen desde su nacimiento, desgraciadamente, el octavo sentido descansa en un lugar más profundo del Cosmos que el Séptimo sentido. Así que usualmente uno muere sin saber su poder.

Cuando una persona muere, todos los sentidos desaparecen y aparece el Octavo Sentido de manera natural para ir al mundo de los muertos, desgraciadamente, la persona queda sujeto de manera inmediata a las leyes de dicho mundo.

"El octavo sentido reside en un lugar del cosmos todavía más profundo que el del séptimo sentido y todo el mundo muere sin haberse dado cuenta en ningún momento de que lo poseía.

Y naturalmente, cuando una persona muere, el octavo sentido aflora por primera vez.

Tras la muerte de un ser humano, cesa la actividad de los primeros siete sentidos que hasta entonces había utilizado.

¡Es justo entonces cuando aparece el Laya-Vijñana, el octavo sentido!"

En la wikia de Saint Seiya se explica su funcionamiento: es/wiki/Arayashiki

Mito del enfrentamiento de Atena contra Poseidón: el-mito-del-enfrentamiento-entre-poseidon-y-atenea/

El Noveno sentido aparece en el Spin off Saint Seiya Episode G - Assassin: es/wiki/Noveno_Sentido

Su origen se explicó desde Titanomaquia: La guerra entre Dioses y Titanes

Cita inicio "Sí. Nosotros los Dioses primordiales podemos acceder a 10 sentidos, pero sin embargo despertamos 8 en el nacimiento, el 10 nos permite dar la divinidad de un Dios.. Pero el 9 es un sentido que debemos temer. Sí.. El sentido temido de los Dioses, el Noveno Sentido, el sentido más poderoso. Pero, no te preocupes llegará alguien, que será el verdadero Rey y el despertará ese sentido temido.. Solo él podrá mantener la paz que nosotros, los Dioses Primordiales tenemos".

Link: es/wiki/Noveno_Sentido

Link del manga: /library/manga/14514/saint-seiya-episode-g-assassin

Mito de Ganimedes: wiki/Ganimedes_(mitolog%C3%ADa)#:~:text=En%20la%20mitolog%C3%ADa%20griega%2C%20Ganimedes,el%20copero%20de%20los%20dioses.

El castigo de Afrodita que menciona Atena es el que dio nacimiento a Adonis: /noticias-general-mitos-leyendas-europa/incesto-castigo-divino-el-mito-nacimiento-adonis-004335