Cap 3: León
La diosa Atena fue en persona a buscar a Sísifo al inframundo, con el permiso de su padre. Ante la palabra del rey del Olimpo, Hades no pudo hacer nada más. Le permitió el paso a su sobrina. Ella caminó con la cabeza erguida como si se tratara de su propio reino. Después de todo ella ganó. Venció a Poseidón y a Hades haciendo uso de estrategias demostrando su inteligencia superior a la de esos estúpidos dioses. Se sentían demasiado importantes sólo por ser los hermanos de Zeus. Como si ese parentesco los hiciera mejor que ella y las demás diosas. De los dos, al que más asco le tenía era a Poseidón por su actitud hacia las demás diosas. Las trataba como si fueran mortales a su disposición. Por suerte, Hestia, Artemisa y ella habían dejado claro que no darían placer sexual a nadie. Ningún Dios les tocaría o pagaría las consecuencias. Pero por lo mismo, ellos siempre las menospreciaban en otras áreas como represalia por sus rechazos. A ella la desafiaban en guerras buscando su derrota para ensuciar su nombre como diosa de la guerra y a Artemisa le hacían poner en duda sus habilidades como diosa de la caza. La tenían harta, Atena se encargaría de demostrar que ella era más poderosa que todos ellos.
―¿Tú eres Sísifo, el estafador de dioses? ―preguntó sólo para llamar la atención del anciano que empujaba la roca en el Tártaro.
―No lo sé, ¿tú eres la diosa de la sabiduría haciendo preguntas tan tontas? ―interrogó de regreso el anciano sin descuidar su tarea.
―He venido a sacarte del Tártaro ―anunció ella. No era una petición, no era una sugerencia, era una orden hacia su premio.
―Ya he rechazado a tu padre Zeus cuando hizo la misma propuesta ―respondió Sísifo con desconfianza.
Al igual que le sucedió con los Titanes, la propuesta tan salida de la nada era sospechosa. Él mismo solía engañar a los ingenuos con ese mismo método, ofrecía algo que su víctima deseara o le pareciera atractivo "sin compromisos" y cuando menos se lo esperaban, les hacía caer en su trampa. Qué Zeus le ofreciera salir del Tártaro era sospechoso. Deseaba salir de ahí, volver a la vida, volver a sentir, pero algo no le estaba diciendo ese Dios. Por ello, fingió no interesarle volver a la vida. Si dejaba ver su deseo por volver a vivir, si lo creían desesperado, se darían la libertad de ponerle condiciones usando su deseo en su contra. Un estafador como él buscaba debilidades en los demás para jugar con su desesperación. Era muy arriesgado rechazar la oferta de Zeus, podría no haber otra oportunidad como esa, pero hasta no saber a qué consecuencias se atenía se andaría con cuidado.
―No tienes derecho a negarte a mis órdenes. Soy la soberana de la Tierra, la diosa Atena ―exclamó ella de manera altanera―. Y eres mi premio, mi nuevo subordinado. No tienes derecho a negarme.
―El mandato que dice que los dioses están por encima de los humanos no se aplica en este lugar. Es por eso que yo elegí no someterme a los designios que el Olimpo quiere imponerme ―contestó Sísifo molesto por ser tratado como una cabeza de ganado o algo similar que podía intercambiarse sin su opinión.
―Si deseas salir de este lugar y vivir por segunda vez sólo debes jurarme devoción y lealtad ―condicionó ella sin perder el tiempo. Estaba indignada de ver a alguien tan arrogante y terco―. Sé que deseas volver a la vida, deja de fingir lo contrario ―ordenó con el ceño fruncido.
Atena hacía honor a su título de diosa de a sabiduría y reconocía el deseo de Sísifo de vivir, pero también comprendía que el repentino ofrecimiento de su padre le despertó las alertas. Por su parte, el mortal notó la inteligencia de la diosa y a diferencia de los otros idiotas a los que engañó, ella parecía mucho más difícil. Se habían encontrado dos mentalidades similares con orgullos y egos igual de férreos. Dar el brazo a torcer sería imposible de pensar si estuvieran tratando con alguien más, pero entre ellos no funcionarían sus estrategias habituales para salirse con las suyas.
―¿Y dime tú qué ofreces a cambio de mi devoción, niña? ―preguntó Sísifo siendo el primero en dar un paso para negociar.
―¿Tu libertad no es precio suficiente? ―interrogó ella con una media sonrisa. Era tal y como le dijeron, ese mortal era codicioso.
―Me temo que me has malinterpretado ―respondió el anciano con una sonrisa burlona. Si ella creía que hacerlo libre lo volvería su mascota, estaba muy equivocada―. No estoy dispuesto a agachar la cabeza ante alguien que considero indigno.
―¡Soy la regente de la Tierra! ―gritó Atena haciendo un esfuerzo por no estallar en cólera contra su premio aun sin usar―. Mi padre Zeus me concedió el poder de gobernar a los mortales.
―¿Y dime qué has hecho por nosotros? Cuando tu tío Poseidón violó a Medusa, ¿cuál fue tu respuesta a sus pedidos de ayuda?
―La castigué por haberme deshonrado al perder su virginidad en mi templo ―justificó Atena.
―Virginidad tomada por la fuerza, sin que ella pudiera oponerse. ¿Y qué hay de Leucótoe? Ella sólo era una princesa mortal, usada como venganza en los planes de Afrodita contra Apolo por revelar su amorío con Ares. ¿Cuál era el pecado de esa pobre doncella? Fue seducida por Apolo, quien se había disfrazado como su madre, Eurínome, para lograr acceder a sus aposentos. Clitia, ninfa que hasta entonces había sido la amante de Apolo, celosa, contó a Órcamo la verdad y enfurecido ordenó que Leucótoe fuese enterrada viva.
―¡Pero mi hermano intentó devolverle la vida!
―Y ella terminó convirtiéndose en una planta de incienso. ¿Y tú qué hiciste en ese caso?
―¿Yo?
―Sí, tú. Como gobernante de la Tierra es tu deber intervenir por quienes te sirven, ¿o no? Oh claro olvidaba que tampoco estuviste con Dafne cuando tu hermano la acosó al punto de preferir convertirse en un árbol a corresponderle.
―Él ni siquiera la había violado. Sólo la intentó seducir. ¡Debió sentirse honrada y entregarse sin demora!
―¿Y por qué habría de acceder a ello? Los dioses toman mortales que les parecen interesantes, sea consentido o no, los compran, violan, fuerzan, someten, castigan y denigran. ¿Por qué hemos de adorar a quienes nos hacen daño? Y tú como regente de la Tierra, ¿cómo me pides a mí rezar por protección a los dioses cuando soy testigo de cómo ustedes son la peor amenaza para nuestra seguridad?
A lo largo de los años allí atrapado, Sísifo descubrió que no era el único capaz de despertar el octavo sentido y retener su voluntad. Pese a que tenía un castigo que cumplir, siempre llevaba a cabo su tarea y se alejaba un poco para explorar el Inframundo. Así fue como conoció otras almas que eran parecidas a él y retenían su voluntad. Los vio hablando y suplicando piedad a los jueces. Él personalmente no tuvo contacto con ellos porque fue juzgado por tres dioses, entre ellos Zeus y castigado por él en persona. Sin embargo, en ocasiones había almas con recuerdos como él deambulando por allí y tenía la oportunidad de conversar con ellos, enterándose de diversas historias sucedidas en su ausencia de la Tierra. Para su desgracia, esas almas abandonaban por completo la esperanza y el deseo de ser felices, volviendo a ser muertos sin voluntad como todos los demás. Cuando se escapaba fuera e iba a hablar con los hombres también oía los cantares acerca de las tragedias de los dioses. Que más que ser pesares de ellos, eran catástrofes para las vidas mortales provocadas por deidades. Por lo mismo sabía sobre lo que le reclamaba a Atena.
―No entiendes lo que significa ser la diosa de la Tierra ―se defendió ella forzándose a mantener la compostura―. Toda la responsabilidad y carga que conlleva.
―No, no lo entiendo ―admitió Sísifo siendo sincero al respecto―. Mi status como mortal me restringe los conocimientos y sabiduría que seguramente tú sí posees por tu milenaria existencia, pero yo he sido un rey. Soy egoísta, codicioso, manipulador y siempre he visto por mi propio interés, por eso como soberano comprendí que yo me debo a mi pueblo. No era nada sin mis leales súbditos y ellos no eran nada sin mí. Yo proporcionaba guía, orden y mi astucia y ellos a cambio me entregaban su fuerza de trabajo, lealtad y confianza.
―Eras un rey no necesitabas nada de ellos.
―Por supuesto que los necesitaba. ¿Quién trabajaría la tierra sino mis súbditos? ¿Quiénes librarían las batallas en mi nombre? ¿Quiénes construirían edificaciones en mi reino sino ellos? Me es imposible imaginar hacer todas esas tareas en solitario. Los necesitaba, pero ellos a mí igual. Con mi guía construyeron los muros alrededor de la ciudad para cobrar un peaje que invertimos en comprar telas y otros productos que no poseíamos. Con mi astucia conseguí una fuente de agua dulce para ellos. Todo lo que conseguíamos juntos, lo disfrutábamos juntos. Cuando conseguiste aquella ciudad con tu nombre lo hiciste haciendo lo mismo. Poseidón ofreció una fuente de agua salada que de nada sirvió, tú ofreciste algo útil para ellos, algo que necesitaban y tu recompensa por ello fue ser elegida su patrona. No es tan difícil de entender.
Esa competencia la había presenciado personalmente, a escondidas de los dioses. Le interesaba ver qué tal actuaba en una competencia una diosa capaz de castigar a sus propias sacerdotisas si no cumplían su voto de castidad a raja tabla. Con una decisión así de ilógica motivada por un sentimiento tan primitivo como la ira, le era irrisible concebir la imagen de ella como una hábil estratega. Grande fue su sorpresa al ver que algo de cerebro sí tenía. Al menos en cuanto a las batallas intelectuales, campo en el que los dioses que conoció fallaban miserablemente. Le era interesante, pero sólo en cuanto a su rol como guía en una guerra. Fuera de eso la consideraba igual a los demás en el Olimpo. Había cosas que ella no hacía como secuestrar jóvenes para su placer carnal, pero eso era reemplazado con el uso de los mortales como herramientas para sus batallas. No era el mismo uso, pero la usanza de la vida humana era una constante.
―Pero la diferencia es que yo soy una diosa, esas necesidades de los humanos son ajenas a mi interés.
―Y por eso los humanos estamos dejando de creer en ustedes. ¿De qué sirves exactamente? Sería una vergüenza para mi agachar la cabeza ante alguien como tú. Nadie jamás aclamaría a un rey en cuyo pueblo ingresan personas de otras ciudades y hacen su voluntad sin permiso del rey. Me temo decirte que tu "autoridad" sobre la Tierra es un chiste. Todos los dioses entran y salen como quieren en nuestras vidas. No te piden permiso, no te rinden cuentas, te ignoran como si fueras un simple adorno. Una completa inútil de la cual reírse por ser llamada diosa sabia cuando en tus narices te faltan al respeto atacando a tus súbditos.
―¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar? Si fuera ese reino que tanto amaste el que fuera invadido constantemente por tus familiares y vecinos.
―Lo mismo que estoy haciendo contra el Olimpo: Luchar. El castigo que me impuso tu padre ha tenido beneficios. Gracias a mi falta de sentidos me he podido concentrar en mi propio cosmos. En pulir mi habilidad y dominio sobre el séptimo sentido.
Entre las capacidades que poseían los seres humanos se encontraban los cinco sentidos; la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto, pero además existe un sexto sentido también llamado "intuición" o "capacidad de premonición". Normalmente se dice de las personas cuyo sexto sentido está más desarrollado que poseen una "percepción extrasensorial", además de esto existe así mismo un "séptimo sentido". En la era actual, una época donde la distinción entre lo humano y lo divino era todavía confusa, todo el mundo tenía el séptimo sentido, pero pocos sabían hacer uso del mismo.
―Aun así, sigues condenado a empujar aquella roca por toda la eternidad ―le recordó Atena con una sonrisa cruel y cargada de superioridad.
―No la empujo porque sea designio de tu padre, lo hago porque quiero vencer la fuerza divina que siempre la empuja hacia abajo. Podría dejar de empujarla cuando quisiera, pero no lo hago. Yo regreso día tras día con la única intención de vencer el poder de los dioses que no la deja llegar a la cima. Mi cosmos crece cada día más y aunque me sigan derrotando, quiero vencerlos. Quiero demostrar que los humanos podemos vencer el poder de un Dios.
La diosa de la guerra comprendió en ese momento a qué se refería su padre con hacerlo callar. No era imposible para los seres humanos acceder al noveno sentido, sólo demasiado inalcanzable para ellos con su corta vida mortal. Los Dioses primordiales podían acceder a diez sentidos, sin embargo despertaban ocho en el nacimiento, el décimo les permitía dar la divinidad de un Dios. Pero el noveno era un sentido que debían temer. Sí, el sentido temido de los Dioses, el Noveno Sentido, era el más poderoso. Cuando la batalla parecía ganada por Cronos e iba a asesinar a su esposa traidora Rea, su hijo Zeus por amor y protección a su madre, despertó el Sentido temido de los Dioses. Los resultados de eso, favorecieron a Zeus y dio pie a que los Olímpicos triunfaran la Batalla y Zeus fuera el nuevo rey del Olimpo. Desde esa guerra dicho Sentido fue el Sentido Temido por los Dioses y aquel prohibido a los mortales previniendo una rebelión de su parte.
―Te propongo algo ―habló la diosa con una sonrisa calmada sabiendo que era demasiado pronto para hacerlo someterse―. Te saco de aquí para que vuelvas a la vida como mi caballero.
―¿Caballero? ―interrogó él sin entender a qué se refería.
―Serías algo así como mi guardaespaldas, estarías a cargo de protegerme y cumplir mis órdenes como eliminar alguna amenaza en las ciudades bajo mi protección y demás ―enumeró ella restándole importancia.
―¿De qué te serviría un anciano como yo en un trabajo similar al de un soldado? ―cuestionó él gustándole que al menos fuera honesta con su interés. Quería un soldado que peleara en su nombre, por su gloria, nada diferente a lo que hacía él cuando era rey―. Sé bien que como guardaespaldas mi deber será pelear contra quien ose atacarte.
―No te preocupes, mi padre te resucitará joven ―resolvió ella sabiéndose victoriosa―. Entonces, ¿aceptas convertirte en mi guardián?
―Acepto, diosa Atena ―concordó él con una sonrisa similar a la de ella.
Ninguno de los dos había renunciado a sus objetivos iniciales. Atena quería un ejército poderoso el cual pudiera someter a quienes se le opusieran fuera mortales o dioses. Podría hacer uso de ese mortal y de otros semejantes para sus propósitos. Ahora que sabía de potencial de los seres humanos los veía como herramientas útiles para ganar prestigio. Ya podía imaginarlo. Los dioses del Olimpo impresionados y sorprendidos de ver cómo utilizaba a los mortales y ese cosmos nunca antes aprovechado en su beneficio. Sería la primera en domesticar a guerreros capaces de dar batalla a las deidades. Por su lado, Sísifo tenía objetivos más sencillos. Sólo quería librarse de la aburrida labor y hacer su voluntad como siempre. Mas, para lograrlo ambos debían derrotar a su colaborador. Sería una lucha de voluntades entre Sísifo y Atena. Quien cediera primero en esa lucha perdería y ninguno quería ser el fracasado.
El dios Zeus sonrió complacido de al fin tener a alguien de confianza poniendo una soga en el molesto mortal. Ambos fueron sacados del Tártaro por el poder de Zeus y transportados directamente a Grecia. A las cercanías de uno de los numerosos templos alzados en honor a Atena. Tal y como habían acordado, le devolvió la vida a Sísifo. Una segunda oportunidad con un nuevo cuerpo mortal más joven para servir correctamente a su tarea.
―¡¿Por qué soy un niño?! ―gritó el recién resucitado al verse así mismo como un niño de alrededor de diez años.
―Eso me gustaría saber a mí ―dijo con molestia Atena contactando a su padre vía cosmos―. ¿Por qué es tan pequeño? ―preguntó a su padre.
―Durará más tiempo mientras más joven sea y de esta manera te será más sencillo educarlo para ser un hombre de bien ―respondió Zeus a su hija. Ella simplemente aceptó esa respuesta de mala gana. Lo habría preferido como un hombre joven capaz de luchar.
―Iremos a uno de mis templos, tengo preparado algo para ti, aunque ahora no sé si te quede ―ordenó Atena al niño antes de encaminarlo hacia un templo.
Sísifo tuvo que sujetarse los desgastados ropajes que llevaba desde el día en que murió para que no se le cayeran al suelo y lo dejaran desnudo. Aquella túnica era para un hombre mayor lógicamente, por lo cual ya no servía de nada ahora que su cuerpo se había encogido tanto. Para colmo, era difícil manejar su nuevo cuerpo. Había pasado tanto tiempo muerto, acostumbrado a vagar libremente que hacer uso de sus músculos dolía. Se sentía torpe y las piernas le temblaban cual potrillo recién nacido. No conseguía ponerse de pie o dar pasos hacia delante de manera normal sin tropezar. Todo ante la mirada de enojo de la diosa Atena. Sabía que acostumbrarse a su cuerpo vivo le llevaría algún tiempo, pero la deidad carecía de paciencia. Con molestia sujetó la muñeca del niño y lo arrastró a su ritmo sin importarle lastimar sus rodillas al friccionarlas contra el suelo.
―Me duele ―se quejó el infante sintiendo sus rodillas ardiendo por el dolor y la tibia sangre cubriéndolas.
―No te quejes, inútil ―ordenó la deidad siguiendo hacia adelante sin ni una pizca de compasión.
Luego de ser literalmente arrastrado hasta el lugar, Sísifo fue arrojado a la entrada de la estructura de piedra. Apretó los dientes mirando con rabia y los ojos vidriosos por las lágrimas contenidas a la odiosa Atena. Esa maldita bruja lo estaba tratando peor que a basura y hasta lo veía de la misma manera que Thanatos. Pese a querer hacer uso de su astucia en su beneficio, no dejaba de ser una deidad altanera como las demás que lo veía como un ser insignificante al cual aplastar a placer. Se intentó contener de llorar, pero su cuerpo reaccionó por su cuenta y de todas maneras algunas gotas cayeron por su rostro. Se las limpió con molestia y detalló el lugar en el cual estaban. Un templo viejo y abandonado al parecer. No se oía ni un alma y todo estaba en absoluto silencio. Además de algunas columnas caídas y rotas, se apreciaba el deterioro y el descuido.
―¿Somos los únicos aquí? ―preguntó Sísifo odiando que su voz sonara tan infantil, pero debía acostumbrarse al ser su nueva edad.
―En efecto, no pensaras que te llevaría a alguno de los templos donde están mis sacerdotisas vírgenes ―dijo ella con asco de sólo pensar cosa semejante―. Los hombres no tienen permitido entrar a esos lugares, arruinaría la pureza de mis doncellas. Por eso te traje a este donde no hay nadie de momento.
―¿Y quienes me atenderán? ―interrogó el mortal sorprendido temiendo la respuesta.
―Ya no eres un rey. Ahora eres como cualquier soldado, tu ropa, comida y seguridad dependerán por completo de ti mismo ―respondió Atena con una mueca divertida.
Ante aquello el menor se sorprendió de muy mala manera. Él nació siendo un príncipe, estaba acostumbrado desde su infancia a que sus necesidades y caprichos fueran saciados sin mover un dedo. Siempre tuvo múltiples sirvientes para preparar su ropa y comida, así como soldados para protegerlo. Ahora era un niño solo, sin ropa ni comida, sólo contando con un templo medio destruido. A juzgar por la actitud de la diosa, sería imposible pedirle ayuda con sus necesidades humanas. Ni siquiera le tuvo compasión a su pequeño cuerpo al arrastrarlo hasta allí. En esos momentos se arrepentía de no haber prestado más a sus lecciones cuando niño. Sus maestros le habían educado en el arte de la caza y le decían lo importante que era aprender a sobrevivir en situaciones así. Jamás pensó que necesitaría de esos conocimientos. Es más, murió sin siquiera necesitarlos.
―Bien ―aceptó sabiendo que en ese momento no podía negociar nada con la deidad―. Sólo te pido que me des algo de tiempo para ponerme en forma. No puedo ni caminar bien en estos momentos, debo acostumbrarme a estar vivo y entrenar este débil cuerpo antes de realizar cualquier tarea en la que estés pensando ―solicitó siendo serio al respecto.
―Has lo que puedas para sobrevivir ―respondió ella con indiferencia―. Cuando yo considere que tuviste tiempo suficiente de adaptación vendré a darte tu primera tarea ―informó la diosa antes de desaparecer delante del menor.
Sísifo chasqueó la lengua con fastidio. Esa maldita diosa malcriada lo dejó completamente a su suerte. No tenía idea de por dónde empezar para sobrevivir en ese sitio. Lo mejor que se le ocurrió de momento fue irse a sentar al interior del vacío templo. Agradeció que la ropa le quedara grande porque sirvió para cubrirse con las mismas de las frías ventiscas de la noche. Se abrazó a sus propias rodillas heridas viendo las manchas de sangre seca. Eso dolía. Estaba vivo de nuevo, pero indefenso y a su suerte. Si tan sólo hubiera tenido algo con qué negociar. Observó la luna llena brillando en el cielo. Era tan hermosa, blanca y a la vez solitaria como triste. "Justo como yo. En la inmensidad de la noche soy tan pequeño como esas estrellas". Cerró los ojos adolorido y cansado. Al día siguiente comenzaría a buscar algo de comida y agua. Al menos sabía que eso sería lo básico.
Al amanecer se despertó con el sonido de las aves y la fuerte luz del brillante sol. Al no tener nada cubriendo las ventanas de ese templo los rayos del astro rey lo obligaron a despertar contemplando el nuevo día. En el inframundo no existía eso y no fue hasta que vio el dorado brillo que no se dio cuenta lo mucho que lo había añorado. Con una nueva resolución se levantó del suelo y comenzó a caminar. Al inicio seguía tropezando con sus propios pies y no dominaba su propio equilibrio. Poco a poco consiguió estabilizarse y ser lo suficientemente diestro para caminar rectamente. Ahora sí podía ir en busca de algo que comer. Salió del templo y fue a través del bosque que rodeaba ese olvidado templo hasta que llegó a un río. Se acercó a beber el agua cristalina y cortó un poco de su ropa para humedecerla y limpiarse la sangre de sus rodillas.
―Estúpida Atena ―se quejó en voz alta al sentir el dolor de sus heridas.
―No deberías blasfemar, pequeño ―habló un hombre a sus espaldas haciéndolo respingar.
―¡¿Quién eres y qué quieres?! ―cuestionó levantándose de inmediato poniéndose en guardia.
―Tranquilo, pequeño ―dijo el hombre de mediana edad mirando al "niño" con una sonrisa divertida por la reacción―. Mi nombre es León, no venía a hacerte daño, sólo quería pescar mi desayuno ―explicó mostrando los instrumentos que traía para dicho propósito.
―Oh cierto que esto es un río ―susurró para sí mismo dándose cuenta de que era evidente que cualquiera iría a ese lugar en busca de agua y comida como él.
El adulto rio abiertamente al ver al niño y procedió a sentarse a pescar. De reojo vio al menor limpiándose las heridas. Tenía pequeños raspones y moretones por el cuerpo como si hubiera sido golpeado. La realidad es que eran las marcas de sus caídas volviéndose a acostumbrar a caminar. La ropa varias tallas más grandes que su pequeño cuerpo también le resultó llamativa a León. El pequeño parecía golpeado, perdido y sólo los dioses sabían qué más le habían hecho al menor para haber sobre reaccionado a su presencia. Pescó algunos peces viendo con ternura como el niño intentaba imitarlo sin éxito alguno. Ante lo cual Sísifo ya estaba considerado robarle al adulto cuando se distrajera y huir por su vida. Sin embargo, repentinamente el mayor se giró hacia él. Temiendo que sus intenciones hubieran sido descubiertas, se puso en guardia. Tal vez no podría ganarle, pero al menos sí buscar la oportunidad de huir.
―¿Te gustaría comer conmigo, pequeño? ―preguntó León viéndolo con una sonrisa amable.
―¿Por qué? ―interrogó desconfiado―. ¿Qué me vas a pedir a cambio?
―Mmm déjame pensar, ¿qué tal tu nombre y compañía? ―preguntó el hombre viéndolo fijamente―. Es aburrido estar solo, ¿no lo crees?
Sísifo detalló el aspecto de aquel hombre. Su piel tostada y sus cabellos castaños le hacían pensar que podría tratarse de un ateniense. Lógico y hasta esperable si estaba cerca de un templo de esa molesta diosa. No entendía la amabilidad de ese hombre y le parecía altamente sospechoso. ¿Un hombre adulto ofreciendo comida a un niño? Aunque con el hambre que tenía no estaba en posición de rechazar el ofrecimiento. Tendría que sacarle información y develar sus intenciones con él. Aunque sería después de comer. Nada más cocinarse el pescado comenzó a devorarlo con ansías. No sabía cuántos siglos había pasado en el Tártaro, pero por los dioses que esa era la mejor comida que hubiera probado en su vida. Nada como sazonar el pescado con un hambre acumulada de décadas. León lo miró complacido de verlo comiendo. Después de todo se aseguró de hacer todo delante de sus ojos para que viera que no buscaba envenenarlo o algo similar. Mas, tal nivel de desconfianza le seguía diciendo que algo le había sucedido al menor.
―Pequeño aun no me dices tu nombre ―le recordó el castaño viéndolo interesado.
―Soy Sísifo ―respondió luego de beber algo de agua para pasar el pescado.
―¿Y tus padres? ¿Hermanos? ¿Familia? ―se atrevió a preguntar el adulto de manera directa.
―No tengo, estoy solo ―contestó el niño siendo esa una verdad.
Sus ojos tomaron un tinte de tristeza al pensar en ello. Sus padres habían muerto cuando él era rey de Corinto. Y de eso quien sabía hace cuanto tiempo sucedió. Pese a no confirmarlo, no le quedaban dudas de que sus familiares sanguíneos estaban muertos. Sus hermanos, sobrinos y esposa seguro eran historia vieja ya. Tal vez debió buscarlos en el inframundo en vez de vagar errantemente. Sin embargo, en parte no quería hacerlo. No quería verlos convertidos en esos entes sin voluntad. Además, tal vez estaban pagando sus pecados como él. Siempre temió topárselos y perder su esperanza de vencer a los dioses. Podía ser codicioso y cruel, pero alguna vez tuvo sentimientos y vínculos. Sólo que, desde su llegada al inframundo, se forzó a olvidarlo todo y sólo concentrarse en su cosmos y su objetivo.
―Qué coincidencia, yo también estoy solo ―respondió León viéndolo con melancolía―. Yo era un almirante, ¿sabes? Tenía una linda esposa y un hijo.
―¿Por qué dices "tenía"? ¿Les sucedió algo? ―preguntó el niño curioso.
―Murieron mientras estaba en uno de mis viajes ―contestó con profundo arrepentimiento.
Él fue quien llevó un contingente de diez barcos a Jonia, ya que Quíos y Mileto se habían rebelado contra la Liga de Delos y los habitantes de Quíos estaban intentando sublevar también Lesbos. León se unió a un contingente de dieciséis barcos mandado por Diomedonte, llegado poco antes, y se dirigió con él hacia Lesbos. Primero recuperaron Mitilene, derrotando a la flotilla de Quíos en el puerto, para así poder recuperar toda la isla. Luego tomó Clazómenas y utilizando Lesbos como base, lograron tomar Quíos. Sus hazañas eran conocidas dándole el sobrenombre de "El León del valor". Todos lo aclamaron como héroe a excepción de su esposa, quien al recibirlo de regreso en su hogar lo hizo entre lágrimas con la triste noticia de que su hijo había muerto. Su pequeño de tan sólo cinco años había perdido la vida a manos de unos bandidos que atacaron su hogar. La madre del niño había logrado sobrevivir al ataque y las heridas recibidas cuando intentó salvar a su descendencia, pero no fue capaz de superar el luto. Poco después del regreso de su esposo, ella saltó de una roca realizando el "Salto de Léucade" en busca de borrar su dolor y todo lo que encontró fue la muerte.
Para León, era evidente que su esposa murió el día en que su hijo lo hizo. Sólo resistió cual alma en pena para compartir su carga con él y dejarle saber que era su culpa lo acontecido. Siempre luchando lejos de ellos, en busca de aventuras y la gloria. ¿Dónde quedaba su familia? Se había olvidado completamente de cuando era feliz simplemente viendo sonreír a su pequeña familia. ¿Qué clase de héroe no era capaz de salvar a quienes amaba? Y el niño frente a él le hacía cuestionarse cómo podían dejar a alguien tan joven en un mundo tan salvaje. Era tan injusto el destino. Él había perdido a su familia, pero un hombre adulto que sabía moverse en el mundo, pero ¿un niño?
―Mis respetos por ellos ―dijo Sísifo con educación desviando la mirada―. Siento haber preguntado.
Podía empatizar con el sentimiento de perdida de una esposa, mas no con la de un hijo. Aunque sí reflexionaba sobre las ironías del destino. Él jamás tuvo hijos pese a yacer en el lecho con su amada esposa. Al principio lo había hecho con intención de no dejar que nadie más poseyera su astucia. Mas, ahora se preguntaba, ¿qué le dejó al mundo? Él murió, sin hijos, sin hazañas, sin legado. El mundo siguió adelante mientras estuvo en el Tártaro, pero ¿tuvo significado? ¿Valió la pena? ¿Tenía sentido que se le diera una segunda oportunidad habiendo otros que quizás la aprovecharían mejor? Personas que no merecían morir como el niño que perdió el hombre frente suyo. Es verdad que siempre fue egoísta y cruel en su primera vida, pero tenía ciertos puntos blandos como lo eran la familia y la pareja. ¿Y cómo no hacerlo cuando tuvo una compañera de vida tan maravillosa como Anticlea? Alguien que se atrevió a formar parte de su estratagema para engañar a los dioses y renunció a los lujos para huir con él. Una dama cuya lealtad la hizo permanecer a su lado con fidelidad pese a no tener hijos juntos.
"¿Qué habrá sido del alma de mi esposa?". Se preguntó Sísifo temiendo que ella fuera castigada por su culpa. "Estar vivo es una mierda, vuelvo a sentir todas esas cosas que creía olvidadas". Pensó con un sentimiento de tristeza y preocupación que se apresuró a aplastar. No podía dejarse ver vulnerable ante nadie. Nunca se sabía cuándo había dioses al acecho o cuando usarían ese tipo de cosas en su contra. Él estaba vivo aquí y ahora. Lo importante era sobrevivir y escaparse de esa odiosa deidad que lo tenía como mascota prácticamente. Ni a su ganado descuidaba tanto como Atena a él. Empero, supuso que era normal. Si él moría, era por inútil. Lo reemplazaría con otro de los tantos héroes que abundaban en el mundo y problema resuelto. Eso hacían los dioses con sus amantes con él no sería diferente sólo por ser un guerrero.
―Gracias, pequeño ―dijo León con una sonrisa amistosa―. Si estás solo, ¿te gustaría que te enseñe a pescar y cazar? ―interrogó él.
―¡Eso sería maravilloso! ―aceptó Sísifo sin dudarlo, temiendo haber metido la pata por no meditar su decisión como era costumbre―. Digo, eso estaría bien, ¿qué vas a querer a cambio? ―interrogó de nuevo con la guardia en alto.
―¿Qué tal un beneficio mutuo? ―interrogó León viendo que el niño seguía desconfiando de él―. Ambos pescaremos y cazaremos. Del total que consigamos la mitad será para ti y la otra para mí. ¿Te parece?
León la única intención que tenía era lograr que el niño sobreviva, pero egoístamente también quería revivir sus días de paternidad. Le causaba una profunda lástima ver tanta desconfianza en alguien tan joven. ¿Quiénes lo habían lastimado tanto que siempre parecía alerta? Sucio, lastimado, solo. Su sentido del deber y su propia culpa por no estar para su propio hijo cuando lo necesitó le impulsaban a brindarle ayuda. Tal vez esa sería su manera de expiar su pecado de fallar como padre. Miró al cielo elevando una plegaria silenciosa dando gracias a los dioses por darle esta maravillosa oportunidad de cuidar a una de esas pequeñas semillas que serían el futuro. Realmente no tenía idea de quien era este niño llamado Sísifo o cuál era su historia, pero esperaba algún día lograr su confianza para oír su historia y compartir su dolor.
Sísifo por su parte estaba aún alerta del desconocido que tan gentilmente se ofrecía a ayudarle. Había una alta posibilidad de que estuviera buscando algo de él, sólo que aún no sabía qué. Miró su pescado casi terminado y juzgó conveniente aliarse a ese hombre. Al menos hasta que aprendiera lo necesario para arreglárselas por su cuenta. Esa maldita Atena, lo había dejado a su suerte y este pequeño rayo de esperanza no lo desaprovecharía. Tenía planeado aprender cuanto pudiera de aquel almirante y luego volvería al destruido templo a ver a esa despiadada diosa. Resopló de sólo recordar su actuar hacia él. Ahora entendía por qué esa tipa era conocida por ser irascible con por menores. Ni siquiera él que era un maldito estafador llegaba a esos niveles de castigar a las víctimas, pero ya qué. De momento no tenía recursos y su marca como estafador era tener una gran cantidad de opciones.
―Me gustaría aprender de usted, León ―aceptó finalmente Sísifo haciendo sonreír al adulto.
―Primero, vamos a conseguirte algo de ropa de tu tamaño ―ofreció el adulto retirándose a buscar telas para el niño.
León cumplió con lo dicho y fue en busca de ropas que le quedaran acorde al tamaño del niño. El clima cálido de Atenas y el hecho de que fuera verano era una fortuna, pues de la manera en la que estaba el menor, podría haber muerto en una fría noche. Desde entonces, el almirante le enseñó a cazar, pescar y luchar. Sabía que tarde o temprano se separarían cada uno por su camino, pero cuando sucediera, quería hacerlo tranquilo sabiendo que aquel era un hombre de bien, fuerte y capaz de sobrellevar la soledad. Al principio, Sísifo tuvo muchos problemas para seguirle el ritmo a León. Pese a su experiencia previa en el inframundo, estando vivo debía adaptarse a un cuerpo pequeño y despertar nuevamente su cosmos. Eso último le estaba fallando. No entendía la razón. Ahora era poseedor de un corazón latiente, ¿dónde estaba su cosmos? Soltó un largo suspiro cuando no fue capaz de siquiera empujar una roca de la mitad del tamaño que la que empujaba en el reino de Hades.
―¿Algo te molesta, Sísifo? ―interrogó León al verlo tirado en el suelo cerca de la fogata observando al cielo estrellado.
―¿Alguna vez has oído hablar del "Cosmos"? ―preguntó de regreso el menor sin dejar de mirar su constelación.
―No, ¿qué es eso?
―Es una energía que reside dentro de todos los seres vivos, como un universo dentro de cada uno de nosotros ―explicó observando la hermosa luna llena brillando en lo alto―. Es una poderosa fuerza que nos permite hacer cosas increíbles.
―¿Quién te dijo cosa semejante? ―cuestionó León con una sonrisa divertida por las ocurrencias del pequeño.
―Mi padre solía decirlo ―mintió a sabiendas de que no podía decirle acerca de su conversación con los titanes y dioses. Nadie le creería de todas formas―. Antes podía usarlo, pero desde que estoy solo, no puedo ―admitió honesto.
Estaba molesto por no ser capaz de usar el cosmos y más aun de no entender la causa de ello. No hizo nada raro o diferente. Se concentraba e intentaba que ese sentimiento en su interior explotara nuevamente y le dejara tener aquella fuerza digna de los semidioses. Si no recuperaba pronto eso estaría en problemas. Él sólo era un estratega. Peleaba con la cabeza y los engaños, ser un soldado sólo lo mataría rápidamente. Maldijo para sus adentros a Zeus y Atena por no ayudarlo en aquello al menos. Mientras tanto, León sólo sonrió con ternura pensando en la curiosa forma que tenía el niño de enfrentarse a su realidad. No externó su escepticismo al respecto de esa cosa que mencionaba para no desanimarlo. En su lugar intentó darle una explicación en base a los datos recibidos.
―Tal vez es porque ahora estás solo ―comentó suavemente el adulto―. Dime, Sísifo, ¿para qué usas el cosmos?
―Para ser fuerte ―respondió sin dudar. Y mentalmente agregó "y vencer a los dioses".
―¿Y qué harás si consigues esa fuerza? ―Continuó preguntando viéndolo poner una mueca confundida―. ¿Tienes sueños o metas? ¿Para qué usarías esa fuerza?
Sísifo guardó silencio ante aquello. Su meta era liberarse de Atena, pero después de eso, ¿qué haría? Su familia estaba muerta, su ciudad desconocía su estado actual, pero nadie le creería que era el rey muerto. No tenía a donde ir o volver. Volvió a mirar la inmensidad del cielo estrellado y luego sus ojos se posaron en el hombre a su lado. Tuvo mucha suerte de encontrarlo o estaría muerto desde el primer día. De momento no tenía nada mejor que hacer, así que se le ocurrió una forma de pagarle su ayuda. "Así no me quedaré en deudas con nadie. No sea cosa que luego venga a reclamarme la ayuda que me prestó". Pensó aun desconfiado.
―¿Te gustaría manejar el cosmos? ―interrogó con una gran sonrisa que se veía inocente, pero que contrastaba con esos ojos afilados y brillantes como un felino.
CONTINUARÁ….
N/A: Mito de Medusa: .
Mito de Leucotoe. En algunas versiones dicen que fue Helios quien descubrió el engaño de Afrodita a Hefesto. Así que aquí viene mi primera licencia creativa, dado que en esta historia está establecido que los dioses son los que gobiernan y los titanes fueron exterminados o encarcelados, Helios como titán no puede ser el dios del Sol. Además de que esto sirve para establecer la enemistad entre Afrodita y Apolo que será retomada en capítulos posteriores. Link del mito: wiki/Leuc%C3%B3toe#:~:text=En%20la%20mitolog%C3%ADa%20griega%2C%20Leuc%C3%B3toe,cont%C3%B3%20a%20%C3%93rcamo%20la%20verdad.
Ninfa Dafne: . /2017/09/mito_de_apolo_y_
El personaje de León está basado en su homónimo: wiki/Le%C3%B3n_(general)
Salto de Leucade: /2021/07/05/el-salto-de-leucade/
