Cap 4: La armadura dorada
Casi sin darse cuenta Sísifo había compartido todo un año con León. Supuso que ese tiempo para la diosa era un equivalente a menos que un pestañeo. Cosa que agradeció infinitamente. Su cuerpo seguía sin ser rival para alguien cualificado y con gran tamaño y experiencia como León, pero si se enfrentaba a una persona normal tenía en claro que usaría su cosmos. De momento ardía levemente. Lo usaban para cazar y defenderse de los animales salvajes cuando eran atacados en sus viajes de caza. Sísifo hubiera deseado más tiempo para manejar ese raro poder que parecía desvanecerse en su memoria desde que había sido resucitado. Había considerado incluso abandonar a Atena y pasar el resto de sus días viviendo como el hijo adoptivo de León, pero la diosa fue clara cuando lo llamó de regreso al destruido templo.
―Intentas hacer eso y voy a matarlo ―amenazó Atena colérica al saber que ese mortal ni siquiera se arrodilló ante su presencia―. Cuando estés frente a tu señora, procura mostrar sumisión.
―No te confundas, mocosa. Soy tu caballero, cumpliré cualquier encargo que me des, pero no voy a inclinar mi cabeza ante semejante incompetente ―bufó Sísifo con gran desdén.
Ambos se miraron con rencor. Sabiéndose atrapados en un pacto que tal vez no fue tan buena idea como pensaron. Empero, ya no había nada que hacer. Por orgullo seguirían adelante hasta quebrar la voluntad del otro y hacerlo ceder. Además, Atena notó algo interesante. Sísifo por muy pecador, codicioso y ruin que fuera valoraba a las personas que le prestaban ayuda desinteresada. Prueba de ello fue el enojo mostrado por su amenaza de arremeter contra León si se negaba a cumplir su deber o sus múltiples quejas sobre su obrar contra inocentes. ¿Quién lo diría? Un pecador que tenía un sentimentalismo que escapaba a su entendimiento. Los dioses jamás habían experimentado ese tipo de estúpidas distracciones. Si un mortal se le hacía hermoso se lo raptaba, se copulaba con el mismo y se desechaba después. Si necesitaban alguien que peleara en su honor, buscaban algún héroe y lo dotaban de regalos, poderes u objetos para llevar a cabo su misión. "Jamás entenderé esas tonterías a las que llaman vínculos. Eso hace débiles a los humanos. Un momento, ¡eso es! Los lazos los hacen vulnerables. Ahora que lo pienso, me dijeron que Sísifo ofreció a su esposa toda su fortuna, reino y libertad cuando escapó de su trato con Hades, pero si hubiera un motivo por el cual regresar conmigo nunca podría huir como hizo con mis familiares". La sabia diosa ya tenía lista su estrategia para poder encomendar a Sísifo tareas lejos de su templo sin temor a que la traicionara.
―Tengo una encomienda para ti y espero la cumplas de manera eficiente ―ordenó Atena mirándolo con una mueca burlona que no le agrado―. Y será mejor que no escapes durante la misma o León podría morir por tu culpa.
―¡¿Qué?! ¿Por qué lo metes en esto? ―cuestionó furibundo por esas palabras―. Además, no es como si me importara, no lo conozco mucho ni nada de eso.
―Entonces vive con ese pecado a cuestas, al fin y al cabo, no te importa ¿no? ―interrogó la diosa riendo por lo bajo.
Sísifo gruñó diversas maldiciones y blasfemias contra la diosa por la forma tan sucia de obrar. Ciertamente estaba esperando alguna encomienda suya con la cual tener una excusa para alejarse y dejarla esperando como una tonta igual que hizo con Hades. Empero, ella no era tan ingenua como él y supo aprender de los errores de los demás dioses. Al caballero no le agradaba la idea de que le quiten la vida a una buena persona sólo por capricho de una diosa. Es más, eso hacía aún más detestable a Atena a sus ojos por ser capaz de derramar sangre de alguien ajeno y sin culpas sólo para castigarlo a él. Soltó un suspiro sabiendo que había perdido esta batalla, pero aún no la guerra. En cuanto ella cometería un sólo error tomaría ventaja y buscaría su preciada libertad. Viendo que su caballero no parecía tener nada más que objetar, procedió a mostrarle una caja con la figura de un centauro arquero.
—¿Qué es eso? —cuestionó Sísifo curioso mirando la caja delante suyo.
—Esta es tu armadura. Un símbolo de que eres mi caballero —respondió la diosa mirándolo ciertamente con burla. Para ella era como ponerle una marca al ganado—. Este es el más grande honor que tendrás en tu miserable vida. Después de todo es una armadura hecha de oro que representa tu constelación.
—¿Mi constelación? ―repitió sin entender a qué demonios venía eso.
—Mortal idiota. Todos los seres humanos nacen bajo la protección de una constelación determinada. Es la que rige sus vidas y dirige sus destinos ―explicó brevemente con algo de fastidio por su ignorancia―. La tuya es Sagitario.
—¿Cómo lo sabes?
—Eres el hijo de Prometeo. Es natural que quien te proteja sea Quirón, el centauro que escapó del sufrimiento eterno intercambiando su inmortalidad con la mortalidad de tu familiar.
—Admito que no esperaba eso ―dijo Sísifo inspeccionando la caja con la mirada atenta―. Todas las constelaciones en el cielo fueron hechas por los dioses y hay muchas que fueron puestas ahí por tu padre, quien me odia bastante.
―Las estrellas son independientes de mi padre y protegen a quien rigen ―aclaró Atena―. Además de que hablamos de Quirón, quien escapó de su sufrimiento gracias a tu ancestro. Por agradecimiento seguro que lo haría incluso si le dieran la opción de no hacerlo. Como sea, esta armadura las mandé a hacer con Hefesto. Me advirtió que el contenedor se llama "caja de pandora".
—Curioso nombre. ¿Acaso desatará cientos de males contra la humanidad? Y decías no ser una pésima gobernante ―se burló descaradamente.
—Si se desatan males o no dependerá de ti ―amenazó la diosa con seriedad.
—¿Por qué me estás echando la culpa de algo que tú mandaste a hacer?
—La caja de pandora donde se encuentra tu armadura es capaz de incrementar tu poder si la usas bien, pero si tu corazón es malvado desatarás un enorme mal a la Tierra como hizo Pandora ―explicó Atena mientras le enseñaba la caja―. Todo depende de lo que desees al momento de abrirla. Si deseas poder, muerte, traición, o algo relacionado al mal sólo aguarda la miseria a los mortales.
—Así no me dan ganas de usarla —dijo Sísifo viéndola con desconfianza.
—Tonterías pruébatela —ordenó ella usando su propio cosmos para abrir la caja y ponérsela.
Sin que Sísifo pudiera evitarlo la armadura dorada se desarmó sola delante de sus ojos y sus partes se amoldaron a su cuerpo. Todo su cuerpo fue cubierto por aquella protección que lo mandó directamente al suelo por el peso de la misma. Sísifo maldijo el dolor de su rostro al golpear directamente el suelo e intentó ponerse de pie, pero aquellas enormes alas eran un contrapeso que hacía imposible vencer la gravedad.
—Si mi constelación es sagitario, ¡un centauro! ¿por qué demonios tengo alas? —interrogó enojado.
—Los dioses hicimos a los hombres a nuestra imagen y semejanza. Es natural que tu armadura tenga alas como mi armadura divina.
—¡Pesan demasiado! ―se quejó el azabache intentando levantarse sin éxito―. Si piensas hacer más que sean sin alas. Es imposible moverse con esas cosas.
—No es imposible si usas tu cosmos como hacemos los dioses.
—A los dioses les sobra el cosmos si pueden desperdiciarlo en unas tontas alas decorativas. Deberían ahorrarlo para las peleas.
—No son decorativas, puedes volar usándolas, pero tienes razón. Los humanos tienen menos cosmos y mi ejército se debilitará mucho si se desgastan con eso.
—¿Me quitarás las alas?
—No. Eleva tu cosmos y aprende a moverlas. ¿Acaso crees que es fácil hacer una armadura de oro?
—Ni que la hubieras forjado tú misma.
—Lo hizo Hefesto y por lo mismo si le pido que cambie la tuya se sentirá ofendido. Es el orgulloso herrero de los dioses, no volverá a colaborar conmigo si lo hacemos enojar quejándonos de su trabajo.
—Maldición ―se quejó el joven de piel oliva golpeando el suelo con los puños cerrados.
Y aunque no le gustara, Atena tenía razón en su negativa de cambiarle la armadura. No había sido sencilla de forjar por los componentes de la misma. El Stardust Sand es uno de los tres componentes necesario para la creación de su Cloth. Era un mineral se encontraba en Grecia y aparte de ser usado para la construcción de las Cloths era usado para crear poderosos muros de dureza, también se lo podía encontrar en abundancia en minas detrás de una cascada cerca de Jamir. Siendo un elemento tan útil era codiciado y custodiado con fiereza por quienes lo tenían cerca. Incluso había conjuntos de personas dedicadas a la tarea de custodiarlo. El segundo componente era el Oricalco, un metal fantasma producido por la civilización atlante. Complicado de conseguir por ser territorio de Poseidón con quien no estaba en buenos términos desde que lo humilló en Atenas. La verdadera habilidad de su látigo "Snake Plasma" era que podía destruir tanto el Stardust Sand como el Gammanium. Por último, pero no menos importante, la armadura dorada se había bañado de la luz del Sol, su luz y energía están almacenadas en estos ropajes cortesía del Dios Apolo. Pedir deshacer el trabajo enojaría a Hefesto y haría que diera marcha atrás en la fabricación de las demás armaduras que se encargaron.
―Ahora volviendo a lo de tu misión, debes ir a llevar estos talismanes hechos con mi sangre a algunos templos que tengo repartidos por varias ciudades ―explicó Atena quitándole la armadura para volverla a guardar en su respectiva caja.
―¿Para qué sirven? ―interrogó viéndolos una vez que los tuvo en su mano.
―Son una protección ―avisó la deidad queriendo que entendiera la utilidad y la importancia de los mismos―. Sátiros, dioses menores, centauros y demás seres desagradables irrumpen en mis templos y violan a mis sacerdotisas. Si sigo matando y expulsando a cada una que fue atacada me quedaré sin fieles.
"Y sin cosmos". Pensó Atena teniendo presentes las palabras de su padre. Tras la explicación dada por el mencionado, comenzó a prestarle atención al poder de los demás dioses notando que la mayoría no tenían uno excesivamente grande. La razón de ello es que vagaban libremente entre el Olimpo y la Tierra usándolo a diestra y siniestra. Algunos de ellos ni siquiera se preocupaban de la ausencia de fieles, pues no necesitaban su cosmos. ¿Contra quién lucharían? Con los demás dioses no se iniciaban luchas pues la mayoría eran resueltas con intervención de algún tercero que mediara entre las partes. ¿Contra los humanos? Ellos eran débiles y temerosos de la divinidad de los inmortales. Era su momento de demostrar que ella era la legitima regente de la Tierra. Estaba segura que los tomaría por sorpresa un humano haciéndoles frente. Sísifo poseía un cosmos que, si bien no era divino, era suficiente para encargarse de esas pequeñas alimañas. Con el cosmos de sus fieles sería capaz de derrotar a Ares y alzarse en gloria como la diosa de la guerra. Título cuestionado en innumerables ocasiones por su tío Hades, pues las luchas de Atena solían traer pocas muertes y eran más del tipo táctico. Razón por la cual no le daba nuevos súbditos como deseaba.
―Al menos ahora piensas en protegerlas en vez de maldecirlas directamente ―dijo el caballero mientras la miraba fijamente―. ¿Sólo debo dejarles esto y volver? ―interrogó para saber si había alguna pequeña oportunidad de escaparse de la tarea.
―Sí, sólo eso ―declaró Atena de manera determinante sin estar dispuesta a dejarle hacer lo que quisiera―. En esos lugares los hombres están terminantemente prohibidos, así que ni siquiera tú podrás quedarte y cometer algún desvergonzado acto que ensucie mi nombre.
―¡Abre bien esos oídos, Atena! Yo soy muchas cosas, pero violador no, ¿sabes? ―interrogó claramente ofendido.
Incluso un ser como él tenía sus límites y jamás se le había ocurrido la idea de hacerle algo a una mujer inocente. Ni por mucho que la diosa de la sabiduría y él se odiaran, metería a un tercero a sus problemas. No sería tan ruin y bajo como ella amenazando con dañar a una persona que ni sabía acerca de su trabajo como caballero. Se miraron con desconfianza mutua antes de que el niño de ojos azules emprendiera su viaje hacia los templos. Ni siquiera fue a despedirse de su amigo. Hablar con él sólo le había traído problemas y ni siquiera sabía del peligro al acecho por esa caprichosa diosa. Su viaje duró días, uno tras otro, pasaban sin mayores cambios. Estaba tan obsesionado con terminarlo lo más rápido posible que sólo se detenía a comer dos veces al día, beber agua y dormir algunas cuantas horas. Gracias a eso, su tiempo fue muy bueno y consiguió llegar a la primera ciudad en menos de una semana.
―Al fin llegué a la primera maldita ciudad ―se quejó el caballero con fastidio al caminar haciéndose pasar por un vendedor que venía a ofrecer talismanes de Atena.
Los soldados que custodiaban la entrada lo creyeron uno de esos niños timadores que buscaban formas de sobrevivir y le restaron importancia. Un pequeño de once años no era una gran amenaza. Sísifo rio para sus adentros una vez que ingresó a su objetivo. Qué tontos e ingenuos eran esos guardias. ¿En serio creían que no podía hacer nada? Él podría hacer mucho si no fuera porque había un rehén de por medio. Soltó un largo suspiro extrañando a aquel hombre. La había pasado muy bien al lado de León durante todos esos meses y ahora tenía que abandonar su cómoda y ociosa vida por un trabajo. "Al menos puedo darme el consuelo de que es por una buena causa". Pensó intentando darse ánimos para seguir con lo mismo. Empero, su estómago gruñó con fuerza haciéndolo desviarse hacia el mercado buscando algo de comer. "Aunque dinero no tengo… Tal vez debería robar o algo. Esa bruja de Atena no me dio ninguna libra siquiera. Sólo he logrado pagar mi viaje con lo que conseguí haciendo pequeños encargos en el camino".
―¡Yo era un grande! ―gritó un borracho haciendo escándalo en medio de los múltiples vendedores―. ¡Yo les servía a los mismismos dioses! ¡Era un inmortal! ―exclamó tambaleándose torpemente dando un deplorable espectáculo en la calle.
El santo de Atena sólo oyó sus gritos sin prestarle mucha atención. No tenía tiempo para gastarlo viendo a un borracho y menos cuando debía cuidar de sí mismo. Había notado las miradas de algunos hombres hacia él. Lógico, ahora era un niño de once años con una enorme caja a sus espaldas cuyo contenido seguro estaba causando curiosidad en los demás. "Y si supieran que tengo una pesada armadura de oro, seguro no se detendrán hasta robármela". Por lo mismo comenzó a caminar evitando lo más posible quedar acorralado o algo similar por ellos. Algunos le ofrecían algo de dinero a cambio de acercarse esperando que fuera lo suficientemente ingenuo para caer en sus trampas, pero en cuanto se cansaran de sus negativas seguro irían por la ruta de la fuerza bruta. Evitando a todos esos terminó acercándose al borracho. "No puede ni ponerse de pie, es literalmente la persona menos peligrosa de este lugar". Pensó restándole importancia. Sin embargo, al verlo bien notó algo raro, sentía como si tuviera un cosmos. Algo en su interior le decía que él no estaba mintiendo en sus palabras.
―Copero de los dioses ―repitió Sísifo con burla por lo bajo―. Pero si eras su ramera.
―¿Dijiste algo, niño? ―preguntó Ganimedes acercándose hasta el niño sorprendiéndolo por percatarse de su presencia.
―Nada, nada ―dijo el menor queriendo evitar crear un conflicto innecesario para irse rápidamente.
―Estos niños de ahora que no respetan a sus mayores. Ni siquiera cuando están en la presencia de una celebridad como yo, alguien que les sirvió a los dioses como…
―Ramera ―completó el caballero entornando los ojos con fastidio intentando alejarse, pero había sido sujetado del brazo―. Oh vamos, Ganimedes, todos en el Olimpo saben que tú les llenabas las copas y ellos te rellenaban cada agujero disponible.
―No tienes idea de lo que estás hablando ―regañó el adulto jalándole una de las orejas al menor―. Mi vida era perfecta en el Olimpo, tenía cada capricho que alguna vez pude desear, pero todo se arruinó por culpa de ese maldito Sísifo. Si él no hubiera hecho enfadar a los dioses todo sería perfecto y los mortales elegidos seguiríamos viviendo con las todopoderosas deidades.
―¡Eso no fue mi culpa! ―gritó Sísifo furioso de que lo culparan de algo que no hizo. Él había pagado su "pecado" empujando la roca. Lo ajeno a eso no estaba en su control―. Los dioses no son más que unos pretenciosos seres con egos grandes, pero frágiles. Si Zeus mandó sacar a los mortales del Olimpo, fue por capricho suyo. Es más, quizás ya tenía tiempo deseando hacerlo y me usó de chivo expiatorio para no decirte a la cara que ya no te encontraba atractivo de tan usado que estabas ―replicó furioso.
Al joven de ojos azules le desagradaba Ganimedes. No por haber sido secuestrado por Zeus, sino por esa asquerosa sumisión y devoción ciega hacia los dioses. La supuesta paz y estado de bienestar en el cual vivían no era más que una ilusión. Las grandes deidades se jactaban de vivir en comunidad con los mortales como iguales, pero la verdad era diferente. Los inmortales hacían cuanto querían con los humanos y de vez en cuando tomaban a algunos como mascotas. Humanos a los que usaban de "ejemplo" como Ganimedes, convenciendo a los demás de que ser obedientes y aceptar sin cuestionar los designios de los dioses traían grandes recompensas. Él no lo veía así, no podía aceptar que ser un sirviente eterno fuera un premio. Estando en la Tierra como mortal automáticamente te convertía en su esclavo y ascendiendo al Olimpo por el favor o capricho de un Dios te volvía un esclavo, pero con cadenas de oro. No había libertad. No había vida. No había sueños. Y lo único que le molestaba más que los caprichosos dioses eran los esclavos defensores de sus dueños maltratadores.
―¿Tu culpa? ―preguntó Ganimedes sintiendo como si la borrachera se le bajara de repente para ser reemplazada por odio y enojo―. ¿Sísifo? ¿Eres tú? ¡¿A ti también te resucitaron?! ―demandó saber sacudiéndolo violentamente.
―¡Suéltame! ―ordenó intentando soltarse.
"Maldito Zeus. A tu amante lo devolviste con apariencia de quince años y a mí como un maldito niño en crecimiento". Ganimedes pese al descuido tras su regreso al mundo mortal seguía siendo una persona de bella apariencia. Su cabello es de una tonalidad negra y muy largo, con varios mechones y un corte elegante al frente. Sus ojos son rasgados y azules. Seguía vistiendo una túnica que no permite vislumbrar su cuerpo enteramente, pero que llamaba la atención. El copero de los dioses no la había pasado para nada bien. De un momento a otro fue sacado de su comodidad y arrojado a la Tierra como si fuera basura. Durante su estadía en el Olimpo, su padre había muerto, por lo cual al regresar ya no era príncipe, no poseía tierras, poder ni riquezas. Deprimido por su suerte se dedicaba a mendigar monedas, ahogar sus penas en alcohol y hablar acerca de cómo su buen comportamiento le ganó una constelación en el firmamento y cómo la rebeldía de Sísifo acarreó la desgracia para los inocentes.
―¿Por qué estás aquí? ―preguntó el mayor mientras seguía zarandeándolo con fuerza―. ¡Tú eres una desgracia, un error a quien nadie quiere recordar! ¿Escapaste con otra de tus sucias tretas?
―Para tu información, Atena en persona fue a sacarme del Tártaro ―respondió el menor de ojos azules con soberbia―. Y tu querido y adorado ex amante me dio esta nueva vida. Ahora soy un caballero de su hija favorita, tengo un hogar en el santuario de la diosa y hasta me dieron una armadura hecha de oro puro ―presumió hablando demás.
No había dicho ninguna mentira, sólo había obviado su propio sentir al respecto. Estaba feliz de salir del Tártaro, pero no de atender a la diosa engreída. Tampoco es que estuviera especialmente agradecido con Zeus por volverlo un niño haciéndolo tan vulnerable. Casi como si esperara que, en vez de durar más, muriera más pronto. Eso tendría sentido. Y, por último, detestaba su armadura. Llevaba una caja de pandora, literalmente, con riesgo de desatar quien sabía cuántos males sobre la humanidad y todo dependiendo de su corazón. Y él siempre supo que su corazón era de todo menos puro. Lo mejor sería no tocar esa maldita caja, pero si se deshacía de ella, seguro Atena le montaría un escándalo. Aun así, disfrutó de ver el rostro de Ganimedes contorsionándose en cólera, envidia y rabia hacia él. Oh sí, él podía presumir de tener todo lo que esa mascota deseaba y lo obtuvo sin andar de adulador con nadie. Su sonrisa vanidosa no duró mucho en su rostro pues se dio cuenta de varios hombres acercándose a él.
―Oro ―murmuraron con unos ojos codiciosos mientras sacaban cuchillos y espadas. Otros levantaban piedras o ramas del suelo con intención de usarlas contra él―. Entrega el oro.
―Maldición ―gruñó el santo de sagitario antes de comenzar a correr con todas sus fuerzas intentando esquivar todo lo que le lanzaban.
Aquellos hombres lo persiguieron por todo el lugar y varias veces estuvieron a punto de atraparlo. Mas gracias a lo aprendido con León, supo tenderles trampas improvisadas usando las cosas que había en el mercado, como las telas. En determinado momento le robó unas gruesas alfombras a un vendedor y subió al techo de un pequeño edificio desde el cual dejó caer las alfombras para capturarlos como si fueran redes. Dio un salto pisando a los hombres bajo suyo y siguió corriendo. Usando comida para arrojársela a la cara a quien tuviera demasiado cerca, se había conseguido deshacer de algunos perseguidores, pero los vendedores a los que les estaba usando su mercancía se unieron a su caza con motivo de hacerle pagar todo lo usado o destruido por su intento de escape. "Por los dioses que esto termine de una vez". Rogó Sísifo mentalmente corriendo lo más lejos posible sin siquiera ver hacia dónde.
Sus veloces pasos lo llevaron a internarse en una zona prohibida de la ciudad. Lugar al cual ni siquiera sus codiciosos perseguidores se atreverían a cruzar. Podían ansiar mucho hacerse con el oro que cargaba el niño, pero sus vidas no lo valían. Ese niño tonto no parecía haberse percatado hacia donde se dirigía y mucho menos que ya habían dejado de perseguirlo. Pronto encontraría su final. Era una pena perder el oro mencionado, pero en vista de que nada más podía hacerse, todos retornaron a sus tareas olvidándose rápidamente de Sísifo y sin preocuparse de lo que fuera de él. El caballero efectivamente había seguido corriendo sin mirar atrás sin darse cuenta llegó a una especie de bosque. Cuando sus piernas flaquearon del cansancio se dejó caer de rodillas en el suelo un momento y se cercioró de que nadie lo seguía. Mas, el alivio le duró poco al observar a su alrededor los árboles de madera oscurecida y hojas marchitas. El suelo se sentía algo raro, pegajoso de hecho.
―¿Por qué es tan… viscoso? ―preguntó el azabache viendo con asco su mano antes de sacudirla intentando quitarse esa tierra tan particular. Mientras hacía eso una serpiente comenzó a descender de la rama del árbol detrás suyo e intentó morderlo tras sisear ruidosamente poniéndolo en alerta―. ¡Por el Olimpo! Esa serpiente es enorme ―exclamó sorprendido dando un salto hacia atrás evitando ser alcanzado por las fauces de aquel animal.
No obstante, ese animal no fue el único en intentar darle muerte. Unas harpías enormes estaban sobrevolando los cielos más allá de la copa de los árboles a su alrededor. A juzgar por la manera en la que volaban en círculo, ya lo tenían marcado como presa. Sólo estaban esperando el momento de atacarlo. Por lo mismo, Sísifo se apresuró a volver a correr para alejarse de su rango de visión. Las harpías viendo sus intenciones de escapar volaron siguiéndole el paso de cerca. Se escondió dentro del tronco de un árbol oyendo el aleteo de aquellos seres cerca. De momento, debería esperar para salir cuando ya estuvieran lejos y no pudieran seguirle el paso. Se relajó un poco permaneciendo sentado en completo silencio. Sin embargo, dio un fuerte grito cuando algo le mordió la mano.
―¡¿Qué demonios?! ―gritó con fuerzas ante un dolor repentino viendo su propia mano con una gran marca de dientes de los cuales brotaba sangre―. ¿Una planta? ―preguntó para sí mismo incrédulo al verle alejarse y hacer una especie de gesto similar al de una persona degustando un platillo nuevo.
Aquella criatura al fondo del árbol era una planta con forma ovalada, verde y con unos monstruosos dientes. Una auténtica abominación de la naturaleza. Era imposible que una planta comiera carne, se suponía que esas cosas no atacaban a los humanos, el lugar de las hierbas de ese tipo era ser devoradas, no ser los cazadores. Además, ¿qué hacía al fondo de aquel tronco del árbol? De momento no les prestó atención a los motivos de aquella cosa para estar allí y salió del árbol intentando correr. No llegó lejos cuando unas lianas se enredaron en sus pies y mientras más luchaba por liberarse aquellas cosas subían por sus piernas rasgando su piel. No eran lianas normales. Poseían unas espinas diminutas responsables del dolor en su piel al ser sujetado. El caballero soltó un grito por el abrasador dolor y mientras era arrastrado hacia el interior del árbol entendió por qué estaba escondida esa cosa. Bajo los pastos secos estaban esas lianas dispuestas como una gran red de araña. Se le permitió acercarse como un insecto a su depredador, pero no se le dejaría salir sin ser devorado.
"Maldición. Voy a morir antes de volver a ser un hombre y para colmo devorado por una planta. Esto no será una historia épica cuando regrese al inframundo". Pensó cuando las lianas envolvieron su cuerpo de pies a cabeza. Todo le estaba ardiendo y estaba cada vez más cansado. Luchar le producía severo dolor y que sus fuerzas se consumieran con celeridad. "No tengo nada que perder de todas formas. No tengo familia, amigos, pareja y seguro hay muchos como Ganimedes que me odian. Él tiene razón, ¿realmente para qué volví? Ni siquiera tengo idea de qué deseo hacer con esta nueva vida". Sus pensamientos se volvían cada vez más oscuros al no encontrar nada a lo cual aferrarse. El mundo había avanzado mucho desde su fallecimiento. Su muerte no tuvo significado y esta nueva vida que consiguió, ¿lo tenía? No, sólo hacía un trabajo de mala gana obligado para que no mataran a León. "¡Un momento! Si yo muero, Atena creerá que escape y se desquitará con él". Recordó alarmado.
―¡Suéltame! ―ordenó liberando su cosmos haciendo que su cuerpo lo expulsara quemando las lianas que lo aprisionaban.
Gracias al tiempo estando junto a León pudo pulir mejor lo que sabía acerca del cosmos. Si bien no era la gran cosa lo que podía hacer, algo útil aprendido fue la capacidad de concentrar el cosmos, podía hacerlo alrededor de su cuerpo o en la punta de sus dedos. Debido a eso conseguía formar varias flechas pequeñas capaces de atacar a una cierta distancia. Sólo lo había utilizado para cazar de vez en cuando animales medianos, pero ahora le daría la función de liquidar esa maldita planta delante suyo. Cuando estuvo libre su cuerpo la atacó con las flechas dándole muerte. Prefirió huir a seguir allí cuando percibió las sombras en el suelo. Eran alas enormes y definitivamente no eran pequeñas avecillas. "¿Las harpías no se habían ido ya?". Suspiró abatido retornando su carrera. Maldijo repetidas veces como todas las alimañas en ese bosque. Parecía no tener fin, pero desde que ingresó allí todo intentaba matarlo.
―Necesito salir de aquí cuanto antes ―suspiró mientras caminaba de manera cada vez más torpe―. Se me nubla la vista, y la cabeza me duele ―se quejó viendo la herida en su mano―. Se puso negro ―observó cómo la zona de la mordida estaba hinchada y de un color negruzco como si fuera un moretón.
Llegó hasta un enorme campo de flores delante suyo. Había demasiadas rosas realmente hermosas y juraba que debía ser un espejismo. En un bosque lleno de tantas cosas muertas, oscuras y tétricas, ver algo así de bello era irreal. Sísifo pensó seriamente en regresar por donde vino y buscar un camino alterno, pero los gruñidos y sonidos sin identificar provenientes del bosque le hicieron tomar la decisión de arriesgarse con las rosas. Prefería aguantar un par de espinas que arriesgarse a ser devorado por aquellas cosas horripilantes. Comenzó a correr pisando diversas rosas cortándose en el proceso los pies y las piernas. Dolía un poco, pero el ardor de su piel rasgada era soportable de momento, sólo eran algunos arañazos. Sin embargo, a medida que se adentraba más se sentía aún más mareado. Sus sentidos estaban fallándole y le costaba mantener los ojos abiertos para avanzar. Sus oídos se sintieron como tapados haciendo que los sonidos del bosque, antes claros para su cerebro, ahora eran lejanos y bajos. Su coordinación entre su vista y su cuerpo estaba fatal. Hizo el esfuerzo por aguantar, pero su cuerpo cedió y cayó desmayado.
Abrió los ojos pesadamente sintiendo un gran dolor sólo por esa pequeña y rutinaria acción. Se dio cuenta que estaba en una ¿cama? Estaba cubierto por una sábana y se cuestionó seriamente si no lo habían estado velando porque no conseguía moverse. El cuerpo le pesaba y la cara le ardía. "Si aun puedo sufrir supongo que estoy vivo". Pensó con seriedad haciendo un nuevo esfuerzo por levantarse cuando un rubio ingresó a la habitación donde estaba. Aquel hombre era sumamente atractivo. Incluso él que tenía muy en claro su gusto por las mujeres y estuvo felizmente casado debía aceptar que aquel joven poseía una belleza sobrenatural. Venía con un cuenco con aparentemente agua o algo similar.
―Veo que despertaste ―dijo el muchacho de alrededor de trece años dejándole el cuenco cerca suyo.
―Gracias, supongo que tú me salvaste la vida, ¿verdad? ―interrogó el azabache con curiosidad―. ¿Por qué?
―La mayoría de las personas simplemente dirían "gracias" ―dijo con una sonrisa divertida―. ¿Por qué mejor no empezamos por los modales? Soy Adonis, ¿y tú?
―Sísifo ―respondió sin siquiera pensárselo mucho antes de beber el agua fresca ávidamente sintiendo como si su garganta dejara de quemarle―. ¡Un momento! ¿Eres el amante de Afrodita?
―Lo era hasta que Zeus me sacó del Olimpo ―confirmó el rubio.
El caballero de Atena comenzó a maldecir su suerte nuevamente. Debería haberse largado de ese lugar con mayor velocidad o no dar su nombre real. Estaba seguro que si ese chico averiguaba quién era él, lo mataría personalmente o lo arrojaría como estaba a esas criaturas hambrientas que lo esperaban en el bosque. "Estúpido Zeus. ¿Pusiste a todos los rechazados en un mismo sitio acaso?". Probablemente el rey del Olimpo no se había dado una gran tarea para reubicar a los exiliados, pero no entendía ese fetiche de devolverlos tan jóvenes. Como fuera, al menos le dio algo de tratamiento a sus heridas más graves. Su mano ya no estaba hinchada y la sangre mala parecía haber sido extraída. Ahora debía pensar cómo podía salir de esa situación antes de que Adonis descubriera quien era y tratara de darle muerte o algo similar como le sucedió con Ganimedes. Aun le hervía la sangre de recordar cómo se le reclamo por el estúpido capricho de los dioses.
―Debes estar muy enojado por eso ―comentó Sísifo sin saber bien qué decir ante eso sin comprometerse demasiado.
―¿Por ser expulsado? ―preguntó el rubio viéndolo fijamente―. La verdad es que no, así que relájate, Sísifo. No voy a hacerte daño por eso ―aclaró viéndolo con calma.
―¿Sabes que soy Sísifo? El mismo que hizo enojar a los dioses y varias cosas, ¿no? ―preguntó sorprendido y algo preocupado por haber sido descubierto tan pronto.
―Sé quién eres y casi toda tu historia. ¿Cómo lo sé? ―preguntó pronunciando en voz alta la pregunta en la cara del menor―. El veneno te hizo alucinar y mientras volabas en fiebre te quejabas de Ganimedes, de tu suerte y blasfemaste contra cuanto Dios te llegaba a la mente.
―Nada que no haga estando normal ―mencionó despreocupado mas sus ojos seguían fijos en el rubio delante suyo―. ¿Y por qué si sabías todo eso me ayudaste? ¿No tenías todo lo que deseabas en el Olimpo?
―La verdad es que no ―admitió el rubio con una mirada triste enfocada en el suelo―. ¿Sabes lo que es tener a todas las mujeres y hombres deseándote sólo por tu belleza? ¿Qué no les importe hacerte daño con tal de poseerte?
―¿Tengo cara de tener ese tipo de problemas? ―interrogó sarcástico señalando su propio rostro.
Sísifo jamás se consideró así mismo como alguien atractivo o que enloqueciera a las personas con su belleza. Después de todo, él estuvo comprometido durante años con Anticlea por su trato con Autólico. Por lo mismo engañarla podría traerle problemas con su suegro y por proteger su sueño de fundar su propia ciudad, guardó tajantemente fidelidad a ella. De casados se cuidó de seguir manteniendo las cosas en paz. Y luego de su primera muerte, teniendo una magnifica compañera como ella dispuesta a traerlo de regreso a la vida colaborando en su treta. ¿Cómo engañarla? Tan excelsa mujer merecía tanto y él ya no pudo ofrecérselo a causa de su huida. Serle infiel habría sido el colmo de males y ni siquiera una escoria como él llegaría a tal punto. Por lo mismo nunca buscó amantes ni seducir a nadie. No podía entender para nada los dilemas de la gente sobrenaturalmente hermosa como Ganimedes o Adonis. Y ahora por culpa de su trato por esta segunda vida su única virtud destacable que era su astucia, ya no podía ser usada para estafar dioses.
―¿Seguro? ―preguntó Adonis no creyéndoselo―. Tal vez ahora que estás en el cuerpo de un niño no te suceda, pero en tu primera vida, ¿no fuiste acosado?
―No ―negó con seguridad sin ningún atisbo de duda―. Yo no soy para nada agraciado, pero está bien así. Como sea, ¿por qué no estás intentando matarme como Ganimedes?
―Las diosas y varios dioses del Olimpo me desearon como su amante y Perséfone en uno de sus intentos por separarme de Afrodita me contó la verdad sobre mi origen. Como Afrodita hizo que mi madre cometiera incesto y mi abuelo/padre la intentó asesinar estando embarazada ―explicó el rubio con asco de su propia concepción―. Cuando le pregunté al respecto me confirmo que era verdad, pero que no debía darle importancia.
Adonis no podía dejar de cuestionarse por qué una aberración como él podía ser considerado alguien hermoso. Además, el hecho de que las diosas se hubieran enamorado de él siendo apenas un bebé tampoco era algo cómodo de saber. Se sentía como una especie de juguete al que todos deseaban y no les importaba que tan ruines o crueles fueran los métodos si lograban poseerlo. Por lo mismo, a Perséfone no le importó cómo se sentiría sabiendo de sus orígenes, sino la reacción que pudiera provocar contra Afrodita. Sólo buscaban separarlo de ella y llevárselo a su lecho. Él también quería alejarse de la diosa del amor cuando descubrió sus motivos para ocasionar tal tragedia en su familia, pero no podía por ser su capricho. Hasta que Zeus en cólera lo devolvió como un simple mortal, pero libre de aquellos dioses gracias a los actos de Sísifo.
―Por lo que sé, los dioses no entienden de sentimientos, así que no es raro que les dieran poca importancia a los tuyos ―mencionó Sísifo sabiendo que Atena era un caso parecido, pues tampoco parecía muy empática―. Como sea, tienes una nueva vida y deberías disfrutarla.
―No puedo ―respondió el rubio con tristeza―. Todos desean este glorioso cuerpo y sólo miran mi esplendorosa belleza sin igual. No puedo relacionarme con nadie sin que tenga pensamientos impuros.
―Qué vanidoso ―bufó Sísifo rodando los ojos―. Pronto le harás compañía a Narciso de seguir así. Eso si no es que Zeus no lo resucitó para odiarme también ―se quejó mientras se miraba la mano que había sido mordida por la planta.
―¿No intentarás seducirme mientras finges consolarme? ―preguntó Adonis completamente extrañado por la indiferencia de su invitado ante la oportunidad que cualquiera tomaría para seducirlo.
―A mí me gustan las mujeres o supongo que lo harán. Este cuerpo aun no conoce la lujuria ―explicó mirándose así mismo. Ni él entendía bien lo que acarreaba su nuevo cuerpo―. Si tanto te molesta que sólo te vean como un bonito e inútil adorno haz algo para aprovechar tu nueva vida. Ahora ningún dios parece estar diciéndote qué hacer, busca algo que te haga feliz y pon todo tu esfuerzo en eso.
―Será mejor que descanses, aun no estás del todo recuperado ―sugirió el rubio soltando un suspiro buscando cambiar el tema rápidamente―. Cuando te mejores te sacaré de este bosque ―prometió con una sonrisa.
―¿En serio? ―interrogó Sísifo feliz de poder salir de ese maldito lugar asesino.
―Sí, pero mejórate. No te cargaré para hacerlo ―bromeó el mayor.
Al menos como niño no era un pervertido como los demás hombres y mujeres que había conocido, pero no estaba seguro si su consejo serviría de algo. Era fácil decirle que se consiga algo que hacer, pero Adonis se cuestionaba si podría hallarle sentido a su propia vida.
CONTINUARÁ…
N/A: Marín explica por qué las armaduras están guardadas en la "caja de pandora" en el capítulo 2 del manga de Saint Seiya. Así mismo en ese capítulo se menciona que sin el uso del cosmos se convierten en protecciones excesivamente pesadas para sus portadores.
Link: /viewer/5f22f1ecde1b2/cascade
Origen de las cloths de sait seiya: es/wiki/Oricalco
La novela Gigantomachia lo designa como un "hypermetal".
Sin armaduras: Kurumada Suikoden - Hero of Heroes. Link: es/wiki/Kurumada_Suikoden_-_Hero_of_Heroes
Otra licencia creativa de mi parte. La explicación de Dohko sobre que las armaduras doradas tenían el poder del sol en su interior porque daban una vuelta en elipsis alrededor del sol no me gustó. Son las constelaciones las que rotan alrededor del sol, así que eso de las armaduras rotando elegí cambiarlo por un headcanon de que Apolo bañó las armaduras con la luz del Sol.
Mito de Narciso: trans/es/1-15724/narciso/
