Cap 5: El ángel de Atena

A Sísifo le tomó un par de días sanarse de sus heridas y que la fiebre le bajara, por lo cual pasó mucho tiempo en cama siendo atendido por Adonis. Le parecía algo raro viniendo de él. Es decir, ¿no era el rubio el que presumía tener a todos buscando seducirlo y eso? El caballero de Atena llegó a la conclusión de que el otro se sentía solo. No lo culpaba realmente. Si todos se acercan con intenciones lujuriosas, seguramente un niño como él era lo más cercano a una compañía decente que tenía en mucho tiempo. Después de todo, fue el ex amante de Afrodita quien le contó del tiempo que llevaba viviendo en soledad en las profundidades de ese bosque maldito protegido por ese campo de rosas creado por él mismo. Era la única manera en la que podía explicar por qué era tan amable con él cuando lo único que podía ofrecerle a cambio de su hospitalidad eran sus historias alocadas de las aventuras que había vivido. De esas tenía muchas, estando vivo, en el inframundo y junto a León. Le encantaba hablar de esas cosas para matar su propio aburrimiento y parecía que Adonis también disfrutaba oírlo.

―Has vivido muchas aventuras ―mencionó el rubio mientras comían juntos el almuerzo.

―¡Y las que me falta por vivir! ―gritó Sísifo alzando su puño al aire viendo como la sonrisa del rubio se deformaba en una mueca de tristeza―. ¿Te sucede algo?

―Es sólo que… me he estado preguntando si la vida tiene algún significado real ―suspiró el mayor mientras se miraba las manos―. Yo nací de una relación aberrante, todo lo que aprendí sobre la caza no sirvió de nada y sólo se interesan por mí en busca de mi belleza. ¿Y si este es mi destino? ¿No hay nada que pueda hacer para cambiarlo?

―No deberías darles tanta importancia a esas cosas ―resolvió Sísifo encogiéndose de hombros―. Yo desciendo de Prometeo, toda mi vida crecí oyendo sobre cómo no debía ser una deshonra como él y sobre adorar a Zeus, pero me negué.

―¿Crees que haya esperanza para alguien como yo? ―preguntó Adonis desesperado viéndolo fijamente.

Ante eso el niño de ojos azules se cuestionó qué debía responderle. Él mismo seguía atrapado en el dilema de si valía o no la pena seguir viviendo. Su nueva oportunidad era confusa y para colmo estaba sujeto a los caprichosos designios de la diosa Atena. A veces realmente se cuestionaba si no sería mejor tirar la toalla y dejarse arrastrar nuevamente al inframundo, pero era alguien demasiado orgulloso como para darle gusto a los dioses. Si él regresaba, estaba seguro de que Hades le prepararía una bienvenida a su medida. Después de todo, Atena y él lo habían desafiado y feliz no estaba de momento. En todo este tiempo, había evitado ahondar demasiado en las palabras dedicadas a Adonis para no agrandar o empeorar sus temores al respecto de su origen, pero si quería animarlo un poco debería disfrazar la verdad.

―¡Por supuesto que la hay! ―exclamó con gran entusiasmo―. Incluso alguien como yo que fue un pecador en su primera vida he conseguido un hogar en el santuario de Atena, tengo una misión a su lado y ahora como su caballero me dedico a ayudar a las personas. Si alguien sin capacidades como yo consiguió todo eso, imagínate alguien como tú que es atractivo y bueno en la caza ―señaló al rubio usando sus dos manos―. Lo único que te detiene de tener un futuro brillante son tus propias inseguridades. Olvídate como fuiste concebido y sólo vive el hoy.

Sísifo no creía en aquellas palabras realmente. No porque no lo deseara, sino lo contrario. Deseaba con todas sus fuerzas la existencia de verdad en las mismas. Intentar engañarse así mismo era lo único que estaba ayudándolo a mantenerse animado, porque afrontar la dura realidad de que quizás toda su vida careciera de significado alguno, asustaba. Le daba miedo perder aquel sentimiento en su interior, su cosmos. Recordaba claramente a las almas en el inframundo marchando sin propósito de manera autómata y aunque ahora estuviera vivo, ¿había diferencia con ellos cuando no poseías sueños? Existían personas como Ganimedes que se habían perdido a sí mismos y vagaban por el mundo cual almas en pena. Eso aterraba a Sísifo. Volverse como ellos estando vivo y que su cosmos no le respondiera al máximo como antes, sólo acrecentaba su temor a volverse un cascarón vacío. Lo peor es que no tenía con quien hablarlo exactamente. Atena sólo lo descartaría si dejaba de serle útil y León se preocupaba por cuidarlo en todo aspecto. Le daba vergüenza tener que molestarlo con tal insignificancia. Y ahora había otros con las mismas dudas e inquietudes que él, quienes seguramente se derrumbarían si él no les daba un aliento.

―Gracias, Sísifo ―dijo el rubio sonriéndole de mejor humor por su apoyo.

Extrañamente esas palabras tenían sentido para su persona. Él no había pedido nacer ni eligió cómo ser concebido. Entonces, ¿Por qué preocuparse por algo imposible de cambiar? Lo que sí podía hacer era dirigir su propia vida, elegir si quedarse aislado y escondido en aquel bosque o salir al mundo y conocerlo. Sísifo halló su camino en la vida y como caballero de Atena parecía tener un trabajo de suma importancia por los relatos oídos por su boca. Se sintió apenado de sí mismo por esa actitud tan impropia de un cazador o siquiera de un hombre. Quedarse allí encerrado por miedo le repugnaba. Él era un valeroso elemento como guerrero si se lo proponía e iba a demostrar que su vida tenía significado. Su segunda oportunidad en la Tierra no sería con él muriendo en las sombras. Haría algo de lo cual se pudiera sentir orgulloso, una vida honrada que le dibujara una sonrisa cuando volviera a fallecer para poder irse sin arrepentimientos.

―Si algún día quieres puedes venir a visitarme en el santuario de Grecia ―ofreció Sísifo mientras alistaba sus pertenencias para retomar su viaje―. Aunque cuando me vuelva más fuerte vendré a verte sin terminar a medio morir ―agregó frunciendo el ceño enojado por casi haber sido devorado varias veces.

―Te deben estar esperando ―concordó Adonis con un poco de tristeza por quedarse sin compañía―. Te deseo buena suerte en tu viaje y que los dioses te sonrían.

―Gracias ―respondió el caballero nada más por cortesía.

Cuando los dioses le sonreían no era precisamente por alguna cosa positiva hacia él, sino todo lo contrario. Sólo le sonreían con burla y sadismo, pero no iba a arruinar los buenos deseos del otro joven. Adonis se encargó de guiarlo de manera segura hacia la salida del bosque y lo despidió con la mano. Sísifo le sonrió agradecido por toda su ayuda pensando en que definitivamente pasaría por allí de regreso al santuario. Esperaba hacerlo mejor la segunda vez y darle una sorpresa al chico. Continuó su travesía dejando los talismanes lo más pronto posible. El veneno y las heridas que sufrió lo retrasaron algunos días y las sacerdotisas eran tan exigentes como la diosa a la que servían. Vio la cantidad de esas cosas que le quedaban y sólo restaban unos tres. Con suerte sólo sería ese el número de ciudades a visitar y misión cumplida. Celebrando eso mentalmente se encaminó a su siguiente destino.

Sísifo recorrió varias ciudades cumpliendo diligentemente con su tarea de repartir aquellos talismanes de la diosa Atena. Por sentido común asumió que tras repartirlos todos podría dar por finalizada su misión y volver al santuario. Sólo esperaba que la diosa le diera otro largo periodo de inactividad para dedicarse al ocio como tanto le gustaba. Llegó a la nueva ciudad ingresando sin ningún impedimento. Cosa rara. ¿Y los guardias? ¿Por qué no veía soldados por las calles? Le resultó extraño, pero le restó importancia. Miraba a sus alrededores notando casas quemadas, cadáveres en las calles y poca actividad humana en general. ¿Qué sucedió allí? Y aun en medio de todo ese desastre de restos calcinados y olor a carne humana en descomposición había quienes no parecían darse cuenta de la situación.

—¡Eso es todo lo que pude reunir! —gritó la voz de un niño haciendo que el caballero se desviara de su camino para curiosear qué pasaba.

—¡Deberías ser capaz de conseguir más comida o dinero! No es tan difícil robarles sus pertenencias a los muertos —reclamó un hombre de cabellos oscuros pateando a un infante de alrededor de diez años―. Los cuerpos tienen algunas posesiones valiosas y esas casas vacías no son complicadas de saquear.

―¡No voy a robar! Eso es malo ―se negó el pequeño pese a los golpes recibidos.

Por lo que Sísifo notó el niño estaba ciego, pues mantenía sus ojos cerrados y no parecía coordinar bien sus movimientos para defenderse o huir. Ese no era su asunto. Debía dejar los talismanes y largarse, incluso se dio media vuelta dispuesto a dejarlo a su suerte cuando una voz en su interior lo obligó a regresar. Aquel adulto levantó su mano y dejó caer su pesado puño contra el invidente. Mas no alcanzó a tocarlo, porque Sísifo lo detuvo a tiempo sujetando su brazo con enojo. "¿Quién lo diría? Tengo consciencia. Pésimo momento para descubrirlo". Pensó ofuscado consigo mismo por no haber ignorado eso.

—¿Qué crees que estás haciendo? ―interrogó el griego viéndolo de mala manera.

—No te metas, niño ―ordenó el mayor soltándose bruscamente de su agarre.

—Estás golpeando a un niño ciego. Obviamente debo meterme ―aseguró Sísifo de manera altanera.

—Tú también eres un niño —señaló el hombre con obviedad viendo la caja de pandora en su espalda—. Te diré algo. Tú me das esa caja de aspecto pesado y nos olvidamos de todo.

—No.

—Entonces será por las malas.

—Idiota —bufo tras darle un fuerte impacto con su cosmos haciéndolo volar lejos. El hombre quedó inconsciente al golpearse la cabeza tras la colisión por lo que dejaron de prestarle atención—. Oye, niño ¿estás bien? ―interrogó Sísifo al ciego.

―¡Te irás al infierno por tu comportamiento violento! ―le gritó la víctima.

―Si no lo hacía te habrían golpeado.

―¡Por mí está bien! Sólo a través del dolor podemos acercarnos más a Dios y al entendimiento del significado de la vida.

―Qué estupidez ―bufó Sísifo cruzándose de brazos sin entender su lógica.

―Tú no crees eso ―dijo el ciego mientras cambiaba su tono de voz a uno más serio y grave―. Yo nací ciego y tal vez sea por eso, pero soy capaz de sentir el dolor ajeno. Puedo verlo en mi mente, te visualizo con claridad matando viajeros, engañando a personas y dioses buscando tu lugar en tu nueva vida ―aseguró señalándolo con su dedo índice―. Sientes dolor, dudas y miedo, pero lo ocultas de todos.

Ante esas palabras el caballero de sagitario se quedó demasiado sorprendido como para responder de manera ingeniosa en poco tiempo. Él había hecho un enorme esfuerzo por olvidar las atrocidades que hizo en su primera vida. No las mencionaba y las mantenía ocultas en el fondo de su mente. Siempre se había movido por la vida sin cargar con arrepentimientos de ningún tipo, pero ahora que veía lo inútil de su ambición se cuestionaba si valió la pena. ¿Aquellas vidas valían su sueño? ¿Era necesario extinguir sus existencias para salirse con la suya? Era en esos momentos donde venía el remordimiento, ¿él merecía estar allí sin saber ni qué hacer con su oportunidad? ¿Y si ellos estaban destinados a hacer grandes progresos en favor de la humanidad o ser los protagonistas de alguna hazaña heroica? Si ese era el caso, arruinó una parte de la historia de la humanidad.

―Niño tienes demasiada imaginación ―aseguró Sísifo intentando fingir indiferencia―. Mejor te llevo a algún lugar seguro para que dejes de meterte en problemas.

―Mi nombre es Shanti ―aclaró el menor sintiendo como el otro le sujetaba la mano para guiarlo en el camino―. Soy capaz de sentir el dolor del mundo, lo presencio en mi mente, pero no es real para mí porque carezco de dolor personal.

―¿Quién rayos te pregunto acerca de eso? ―cuestionó el caballero caminando a un ritmo considerado con el ciego. No quería repetir lo que le hizo Atena a él.

―No me lo has preguntado con tu boca, pero puedo sentirlo ―respondió Shanti sin dejar de caminar―. Tienes dudas acerca de quién soy y cómo sé tanto sobre tu pasado. Eres un hombre con un alma mucho mayor que ese cuerpo de niño que posees.

Sísifo echó un vistazo con mayor detalle al niño delante suyo. Su piel era demasiado blanca para ser oriundo de allí, su cabello estaba cortado al ras como si estuviera calvo. Aunque sin dudas lo que más le llamaba la atención era esa túnica aparentemente extranjera que dejaba ver su avanzado estado de desnutrición. Conocía muy poco acerca de las costumbres religiosas en otras tierras, pero no le interesaba ninguna en la que tener a un niño en ese deplorable estado estuviera bien. Iba a regañarlo por su estado tan descuidado cuando oyeron unos gritos provenientes de algún sitio. Las personas a su alrededor comenzaron a correr y gritar de manera histérica. Sísifo finalmente logró escuchar algo entre tantos alaridos y visualizar… para su desgracia.

―¡Centauros! ―gritaron algunos hombres mientras armados con algunos palos intentaban repelerlos.

Zeus en un intento por poner a prueba a un mortal despreciable por el cual sentía compasión, modeló una nube del cielo con la forma de Hera y la puso al alcance de Ixión quien se unió con la nube y de esta extraña pareja nació el primer centauro. Luego éste ser monstruoso, se apareó con unas yeguas y su descendencia fueron los fieros centauros. Seres de los cuales nadie se hizo cargo y Zeus dejó a su suerte en la tierra donde hacían de las suyas atormentando a los mortales a placer. Según las palabras de Atena esos eran parte de los que violaban a sus sacerdotisas y por lo que presenciaban sus ojos no era todo lo que hacían. Sus flechas en llamas destruían las casas y mataban a las personas más desafortunadas. Ahora entendía por qué nadie custodiaba la puerta, probablemente los soldados ya habían caído intentando cerrarles el paso.

―Debo llevarte a un lugar seguro ―murmuró Sísifo sin soltar al niño ciego en ningún momento.

Comenzó a correr intentando encontrar algún sitio donde esconder al niño, pero todo a su alrededor se estaba prendiendo fuego. Los más afortunados morían a causa de un disparo certero de esas flechas. Los que no tenían tanta piedad sólo eran heridos por las mismas y usados como juguetes por los centauros. Le tapó los oídos a Shanti cuando llegaron a un callejón oscuro y Sísifo observó con horror a un hombre cuya pierna fue alcanzada por una flecha. Esos malditos centauros les ataron unas sogas a las extremidades y comenzaron a correr cada quien en una dirección diferente mientras el hombre gritaba de dolor. Esos abominables seres comenzaron a reírse en voz alta mientras el cuerpo del mortal era partido por la fuerza puesta por cada uno de ellos. Pensó seriamente en retroceder en silencio y huir de allí hasta que los sollozos de unos niños lo obligaron a volver a mirar. Esos medios animales traían a un grupo de personas a punta de flechas.

"¿Qué pretenden hacer?". Pensó el caballero con horror observando como uno de aquellos pequeños niños estaba llorando y suplicando piedad. Notó a un par de adultos muy golpeados luchando por llegar donde el pequeño. Tenían heridas abiertas sangrando como si hubieran dado una gran pelea a los centauros. De hecho, a los que estaban custodiándolos les notó varias heridas no muy grandes, pero aun así lo bastante visibles para él. Uno de los infantes fue sujetado a la fuerza y puesto delante del que parecía el jefe. Aquel horrible ser se rio al ver el miedo en los ojos del menor y sin siquiera mediar palabra le dio un golpe con su puño. Fue tal la fuerza aplicada que al tocar el suelo su cráneo se abrió exhibiendo sus sesos a los demás niños presentes.

―¿Quién quiere ser el siguiente? ―interrogó ese monstruo haciendo enfurecer a Sísifo.

―Escucha, Shanti ―dijo el caballero en voz baja mientras se quitaba la caja de pandora de la espalda―. Sujeta bien esto ―instruyó poniendo los talismanes de Atena en sus manos―. Esto te mantendrá seguro, no los sueltes por nada del mundo y nada malo te pasará.

―¿Y tú qué harás? ―preguntó el niño temiendo la respuesta.

―Voy a hacerme cargo de esos bastardos ―aseguró Sísifo completamente molesto.

Si quería ganarle a la superioridad numérica de aquellos seres tendría que usar la cabeza. Lo primero que necesitaba hacer era alejarlos de los rehenes. Esa parte podía ser la más sencilla de momento. Tendría que atraer toda la atención de los centauros sobre su persona y darles el camino libre para que huyeran. Por suerte, él era naturalmente irritante. Causaría un gran alboroto y les incitaría a alejarse. Eso es todo lo que podía hacer. Sujetó un arco y flecha que encontró tirados en el suelo y, ―cambiándose de escondite para no atraer la atención hacia Shanti―, disparó directo a la cabeza del jefe. Por desgracia se dio cuenta a tiempo y evitó que el ataque fuera mortal.

―¿Te atreves a desafiarme? ―preguntó el centauro sonriendo con los dientes siendo exhibidos.

―¿Te crees un desafío digno de mí al menos? ―respondió Sísifo con una sonrisa arrogante―. Con eso de que ustedes son una aberración salida de la fornicación con una nube ―se burló.

―¡Mátenlo! ―ordenó haciendo que varios atacaran a Sísifo.

Usando lo que sabía de combate, se esforzó en esquivar los peores golpes y responder los que se dieran la oportunidad. Lamentablemente la diferencia numérica le estaba pasando factura. A pesar de haber usado su cosmos para defenderse, no tenía el efecto deseado contra esos seres. Para empeorar su situación, los hombres que estaban cuidando de los niños suplicaban piedad de ellos. Y lo estaban incluyendo a él. Estaba pidiendo que no lo lastimaran a él. ¿Por qué? Si él no los conocía de nada. No conocía su nombre y ellos tampoco el suyo, pero ahí estaban, llorando y rogando por su vida. Se sentía bastante débil luego de haber puesto tanta fuerza en derribar a los centauros, pero sin importar a cuantos derrotó aun habían más intentando darle muerte.

―¿Algún último deseo? ―preguntó aquel centauro viéndolo con burla.

―Qué mueras de manera lenta y dolorosa ―se burló Sísifo causando la cólera en el otro.

―¿Sabes qué? Antes de matarte a ti, vas a presenciar la muerte de estos niños que intentaste proteger.

―¡No! ―negó el caballero viendo con horror como aquellos seres pensaban deshacerse de esos pequeños inocentes.

Los monstruosos seres comenzaron a seleccionar a sus presas para el grotesco espectáculo que se avecinaba. Sísifo en esos momentos se arrepintió de ser débil y tonto. No había pensado en un plan genuinamente inteligente por dejarse llevar por sus propias emociones del momento. Si tan sólo fuera más poderoso. Habría matado a todos esos seres y salvado a los niños. Deseaba poder. "Soy un idiota. En estos instantes sólo puedo pensar en el odio que les tengo a los centauros. Qué ironía, mi constelación es de uno de ellos. En estos momentos sólo deseo poder, poder para destruir a mis enemigos y darles muerte. Sé que mi deseo es malvado y que seguramente liberaré grandes males en la tierra, pero…"

―Si puedo salvar a esos niños cargaré gustoso con el pecado que me corresponde y el castigo que venga ―susurró Sísifo por lo bajo decidiéndose a arriesgarlo todo por esa vez―. ¡Sagitario! ―gritó invocando él mismo a su armadura.

Ésta, al oír el llamado de su caballero abrió la caja por su cuenta y sin ningún mediador vistió a Sísifo dándole una gran sorpresa. Aquella armadura que antes le había pesado como el infierno, ahora era tan ligera que literalmente estaba flotando. Podía volar tal y como le dijo la diosa Atena. Se había quedado unos segundos admirando su propia apariencia al igual que los demás. Tanto centauros como mortales no podían creer lo que veían, en esos momentos aquel niño molesto parecía un ángel desplegando sus alas de manera suave mientras brillaba en aquella tonalidad dorada a causa de su armadura. En medio de una ciudad infestada de muerte, sangre y desesperanza apareció un pequeño milagro que podía significar la posibilidad de salir con vida de esa situación. El santo de sagitario no podía creer lo que sucedía. Sentía su pecho ardiendo como nunca, no era precisamente doloroso, pero sí muy intenso. Al fin tenía de regreso su cosmos. Aquel sentimiento de fuerza infinita que habitaba en su interior y que creyó perdido durante mucho tiempo. "Y lo recuperé justo a tiempo". Pensó agitando sus alas para crear una ventisca dorada que fue capaz de alejar a esos asquerosos monstruos de los rehenes.

―Ahora veremos quién suplica a quién, maldita aberración ―insultó el azabache mientras volaba en dirección de uno de los centauros y le asestaba una patada en el rostro doblando el cuello de forma en que se lo rompió.

Los demás hombres mitad caballo se comenzaron a reagrupar pensando en alguna estrategia conveniente para lidiar con ese ser alado. Lo primero que hicieron fue intentar acercarse para tomar el control de los rehenes nuevamente, pero Sísifo no se los permitió produciendo un fuerte viento dorado con sus alas. Eso había conseguido desviar las flechas con las que pretendían herirlos y a la vez mantenerlos a una distancia considerable para evitar ser heridos por las flechas repelidas por su brisa. Aun así, por la forma en la que sagitario se esforzaba en dirigir su cosmos conseguía devolver algunas con una fuerza mayor con la que habían sido lanzadas originalmente. Viendo al fin la abertura en las filas de centauros que tanto había estado buscando aprovechó la distracción para hablarle a uno de los adultos.

―En aquel callejón hay un niño ciego escondido, por favor llévenselo también a un lugar seguro ―pidió sin dejar de vigilar a aquellas bestias humanoides en ningún momento.

―Pero ¿qué hay de ti? ―interrogó el adulto viéndolo con preocupación―. Ellos son muchos y tú uno solo.

―No se preocupe, yo estaré bien por mi cuenta ―aseguró dedicándole una media sonrisa que no convenció mucho al mayor―. Además, tengo la bendición de la diosa Atena, ¿sí? Soy un santo a su servicio no dejará que nada me suceda ―mintió logrando el alivio del hombre.

La bendición de un Dios jamás era tomada a la ligera pues era algo que sólo se les otorgaba a unos pocos privilegiados; héroes, descendientes o mortales de almas puras como las sacerdotisas. Si el niño delante suyo tenía la mencionada gracia divina sin dudas poseía habilidades más allá de lo humanamente posible. Con ello en mente el hombre malherido buscó al niño ciego que le fue indicado y se reunió con los demás para emprender su huida hacia un sitio donde no le estorbaran en su tarea. Cuando salieron del rango de visión de sagitario, finalmente Sísifo se sintió más tranquilo y colocó toda su atención en los centauros. "Qué fastidio tener que decirme a mí mismo sirviente de esa maldita, pero era lo único que convencería a esas personas de creer en mi fuerza". Respiró profundamente observando su entorno con cuidado. Los centauros se habían distribuido de tal manera en que estaba atrapado en un semi círculo del cual la única salida era tomando el camino por el que se fueron los infantes.

"Será un poco arriesgado, pero debo atraer su atención hacia mí y rogar que no intenten seguir a los demás". Pensó el moreno mordiéndose los labios con anticipación. Voló en dirección al líder con claras intenciones de golpearlo en el rostro mientras una lluvia de flechas caía sobre él. Las esquivó a duras penas dándose cuenta de que maniobrar en el aire era más difícil de lo que pensó en un inicio. Estar esquivando las flechas lanzadas hacia él le quitó velocidad y dirección para asestar un golpe contundente. Es más, el movimiento de Sísifo se había vuelto contraproducente, pues el centauro líder le dio un fuerte golpe en el rostro que lo mandó a volar varios metros hacia atrás. Sin embargo, gracias a sus alas pudo reducir la rapidez con la que pudo ser lanzado al suelo. El santo se limpió la sangre de la boca y cerró sus ojos un momento buscando sentir a civiles inocentes cerca. Imitó la misma técnica que usaba en el inframundo cuando husmeaba en lo que hacían las demás almas y se percató de que sólo quedaban los centauros y él.

―¿De qué te ríes? ―preguntó uno de los centauros mientras preparaban flechas ardientes―. Estás totalmente solo y a punto de morir.

―¡Parecía más impresionante antes!

―Sólo estaba fanfarroneando, no es la gran cosa.

―No se dejen tomar desprevenidos esta vez y terminémoslo sin demora ―ordenó el líder alzando la mano en señal de "apunten".

El santo de Atena ignoró por completo los diversos comentarios realizados acerca de cómo matarlo concentrándose en lo que estaba por hacer. Entre las múltiples lecciones dadas por León para asegurar su supervivencia le contó algo muy interesante cuando lo salvó de ahogarse. Entre sus tantos viajes de pesca se había caído en una zona profunda donde fue arrastrado hacia el centro del remolino. León había ido tras él sin dudarlo y logró sacarlo con gran facilidad. Al preguntarle el motivo de lograr tal hazaña que parecía imposible, le explicó que en las aguas existían corrientes que empujaban todo lejos de su eje central. Aprovechando dicha fuerza el mayor había conseguido sacarlo con el mínimo de fuerza. Le había explicado con mucha paciencia la importancia de leer esas corrientes en el agua y el viento cuando se navegaba. Si aplicaba ese mismo conocimiento a la batalla él quizás podría triunfar.

―¡Disparen! ―Oyó el grito del monstruoso ser antes de que la lluvia de flechas se dirigiera hacia él.

Con el poco tiempo del que dispuso para concentrar su cosmos debería bastar. Era todo o nada. Si su teoría era incorrecta perdería la vida en ese mismo lugar. Sísifo comenzó a girar en su mismo sitio a gran velocidad usando sus alas para generar más viento en cada giro realizado. Su propio cosmos hizo crecer en cuestión de segundos el viento dorado a su alrededor y gracias a la fuerza centrípeta las flechas eran atraídas hacia Sísifo, pero no lograban alcanzarlo, pues era atrapadas por la corriente de aire a su alrededor y por acción de la fuerza centrífuga eran repelidas lejos del santo de sagitario. Habiendo caído sobre su persona decenas de flechas, fueron capturadas por su pequeño tornado dorado para ser posteriormente expulsadas con mayor fuerza y velocidad de regreso hacia ellos. En cuestión de minutos, Sísifo había hecho caer a todos los centauros con sus propias flechas usando el mínimo esfuerzo. Los pocos supervivientes medio equinos salieron corriendo asustados jurando hacerle pagar la osadía algún día.

―Todo me da vuelta, ¡por los dioses! ―se quejó el niño sujetándose la cabeza una vez que se hallaba solo.

El suelo se le movía de arriba abajo y el estómago se le revolvía queriendo expulsar su contenido. Cerró los ojos dejándose caer al suelo quedándose sentado en lo que volvía a ver todo con normalidad. O al menos eso pretendía sin saber lo que acontecía en los alrededores de la ciudad donde estaban los supervivientes. La diosa Atena estaba muy al pendiente de las acciones de su santo y sin que éste lo supiera lo había estado siguiendo para ver cómo actuaría en su primera misión como su sirviente. Encontró interesante como por obra del destino se había topado con dos personas muy interesantes. Y ahora esto. Había salvado una ciudad él solo y era momento de sacar beneficio de ello antes de que Sísifo abriera la boca. Ella se dejó ver como la hermosa mujer que era y caminando soberbiamente se acercó a las malheridas personas en la entrada.

―¡Mortales! ―llamó la diosa Atena dando una entrada magistral adentrándose en la ciudad destruida dejando sentir su cosmos divino el cual apagaba los incendios a su paso―. ¿Se encuentran bien? ―interrogó con una voz dulce.

―¡Diosa Atena! ―exclamaron algunos saliendo de sus escondites acercándose a ella―. Nos honra su presencia, pero no tenemos nada que ofrecerle.

―¡Por favor no nos castigue! ―imploró una mujer colocándose de rodillas pidiendo misericordia.

―¡Unos centauros atacaron nuestros hogares! ¡Le prometemos hacer ofrendas en el futuro, por favor perdónenos!

―Descuiden, mortales ―dijo Atena de manera conciliadora mirándolos compasivamente―. Yo no he venido a castigarlos, sólo quiero corroborar si mi santo cumplió correctamente su trabajo ―explicó de manera suave.

―¿Santo? ―interrogaron entre cuchicheos.

―Sí, tengo un guerrero santo directamente bajo mi orden. Es mi protector y "ángel de la guarda" ―mintió de manera descarada siendo creída su palabra sin cuestionamientos―. Se ve como un niño de diez u once años, cabellos negros y ojos azules.

La deidad era plenamente consciente de la victoria de Sísifo. Había estado vigilando sus pasos desde que se dio cuenta del posible encuentro entre los centauros y su mascota. Esperaba que no se muriera fácilmente. Considerando la alta apuesta que hizo para conseguir sacarlo del Tártaro, más le valía demostrar que sus esfuerzos no fueron una pérdida de tiempo o se aseguraría de hacerlo pagar después de muerto si era necesario. Por fortuna, había triunfado contra aquellas monstruosas bestias salvajes. Aunque lo sentía algo débil. Estaba en un sitio del que no se había movido por varios minutos, pero podía constatar que los centauros fueron derrotados. Era la oportunidad perfecta de ganar más fieles que la honraran y adoraran como se merecía. Qué sencillo era convencer a los humanos de que ella era una diosa generosa que les envió una salvación para su momento de mayor desesperación. Podía percibirlo en la mirada de esas mugrosas personas a su alrededor. La adoraban. La miraban con ojos brillantes llenos de gratitud y devoción.

―¡Atena! ―llamó sorprendido Sísifo cuando llegó donde aquella bruja. Él había sentido su presencia y de inmediato fue a ver qué estaba planeando hacer―. Si esto es por lo de los talismanes… ―se apresuró a aclarar sabiendo que no había completado su tarea.

―¡Es él! ―señaló la deidad con su dedo índice apuntando directamente hacia Sísifo―. ¡Él es el ángel que les envié para salvarlos en su momento de mayor desesperación!

―Pero ¿qué demo…? ―intentó preguntar sagitario confundido por esas palabras.

Su rostro claramente expresó la confusión por la situación en la que estaba metido. La tarea encomendada por la diosa era llevar aquellos talismanes con su sangre para proteger pura y exclusivamente para sus sacerdotisas fieles y sobre todo vírgenes. Y ahora la encontraba diciendo que… ¡Oh no! Al ver los rostros de esas personas llenas de agradecimiento e intercalar miradas entre él y Atena no necesitó más para unir cabos y entender la extraña frase con la que lo señaló anteriormente. Apretó los dientes con furia preparándose para gritarle unas cuantas verdades a esa mocosa tan odiosa, pero ella sintiendo el cosmos de su santo alterándose y creciendo decidió ponerle un alto con unas simples palabras.

―Lamento mucho que hayan creído que yo venía a castigarlos a todos por no honrarme con las ofrendas correspondientes ―dijo en voz alta y clara, pero manteniendo una fingida pena de ser señalada de esa manera―. Si se tratara de cualquier otro Dios en mi posición lo más probable es que en estos momentos estarían soportando un grave castigo por su desobediencia, pero como se trata de mí, preferí hacer algo por mis leales súbditos. ¿No te alegra ver a toda esta gente a salvo y viva, Sísifo? ―preguntó la deidad con una falsa amabilidad detectada sólo por el estafador.

"Esta maldita me está amenazando delante de sus fieles con matarlos a todos. Probablemente yo podría sacarlos de su error, pero las sacerdotisas no están vírgenes, la gente no le rindió tributo y estando en persona tampoco pueden ofrecerle un banquete como se acostumbra. Todas ofensas para los dioses que serían castigadas con maldiciones o la muerte."

"Si te mantienes callado y me sigues el juego no morirán". Dijo Atena a través de su cosmos para que sólo sagitario la oyera.

"¿Matarías a tus propios fieles sólo por saber cómo eres realmente?".

"Si no me adoran no me sirven como fieles. Piensa con cuidado lo que harás, Sísifo. ¿Te gustaría ser la causa de la muerte de esta gente sólo por tu orgullo?"

―Señor ángel muchas gracias ―interrumpió una voz infantil sacándolo de su conversación mental.

Al mirarla bien era una niña de cabellos rubios algo sucios manchados de barro y sangre. Probablemente había resultado herida intentando escapar o era la sangre de alguno de sus padres que la manchó intentando protegerla. Tenía arañones en sus ropas y no parecía ser mucho mayor que él, quizás tendría unos cinco o seis años. Ella le ofreció una flor silvestre en su mano extendida mientras le sonreía. Era costumbre que a los campeones se les diera una corona de laureles como símbolo de victoria, pero dadas las circunstancias, el simple gesto le era suficiente. Ni siquiera él era tan vil como para querer exigirles un banquete o fiesta cuando la ciudad estaba en ruinas y recién apagada. "Al menos Atena se hizo cargo del fuego". Pensó viéndola de reojo recibiendo una sonrisita altanera de la deidad.

―Gracias, pequeña ―agradeció Sísifo sonriéndole con dulzura mientras aceptaba la flor―. Pero eso de "ángel" es sólo un apodo que usa a veces la diosa Atena conmigo. Mi nombre es Sísifo, puedes decirme así ―aconsejó intentando no soltar alguna blasfemia.

No le apetecía seguirle el juego a la diosa, pero viendo el estado de quienes lograron llegar hasta ahí lo último que necesitaba era darles más problemas. Si Atena les daba apoyo real o al menos se hacía de conocimiento público que había sitios bajo su protección, las monstruosidades se lo pensarían dos veces antes de atacarles. Eso les daría algo de seguridad por algún tiempo en lo que se recuperaban del daño y reconstruían las edificaciones quemadas. Además, las palabras de Atena tenían un claro mensaje entre líneas, si esas personas no se sometían a sus deseos los castigaría por "faltarle al respeto". Se preguntaba que sucedía consigo mismo. No debería importarle nada de eso no era su asunto, no le beneficiaba ni nada, pero… "me siento aliviado de ver a infantes sonriendo". Se dijo para sí mismo el santo tras ver a la niña correr junto a otros pequeños curiosos que lo veían meticulosamente por culpa de las palabras de Atena. "¿Ángel? ¿Será por las estúpidas alas? Le dije que debería quitarlas y yo mismo lo haré si alguien se refiere así a mí. Es vergonzoso. La diosa de la guerra no tiene el más mínimo sentido del gusto". Pensó con disgusto.

Tras aquella breve charla, las personas se pusieron manos a la obra para retirar la mayor cantidad de escombros posibles y rescatar todo lo que aun fuera utilizable. Sísifo se le acercó a Atena para susurrarle que beneficiaría a su imagen colaborar personalmente con ellos. Aunque se negó, el santo le aseguró que incluso si lo hacía una vez eso lograría dejar una huella y que su nombre resonaría en las poesías y cantares que se hicieran en su honor atrayendo a más fieles a su causa. La verdad es que Sísifo estaba cansado de ser el único usando su cosmos para destruir escombros que obstruían el paso y de batir sus alas para quitar las cenizas sin ninguna ayuda porque era "el ángel de Atena". Pero si a él lo ponían a trabajar esa caprichosa también podría ayudar. Sólo por eso la convenció de involucrarse. Aunque le costó tener que vigilar los alrededores cuando ella fue a un lago a bañarse antes de la cena tras terminar las tareas de limpieza. Fue sumamente aburrido estar sentado tanto tiempo mirando hacia la nada.

―Ya terminé ―anunció la diosa una vez que estuvo vestida.

―Qué bueno ―dijo aburrido sin siquiera voltear a verla.

―Me sorprende que no intentaras espiarme mientras me bañaba ―admitió ella mientras emprendían su camino a donde los ciudadanos les habían preparado una cena en su honor.

―No me interesa ver a alguien tan fea como tú ―respondió Sísifo con su gran bocaza.

―¡¿Fea?! ―interrogó ella a gritos viéndolo de mala manera―. ¿Cómo puedes decirle a un dios que es feo? Todos somos hermosos.

―Hefesto.

―Está bien ―admitió entendiendo el ejemplo―. Casi todos los dioses somos hermosos.

―Ajá, por fuera gran, cosa. Por dentro están huecos y podridos. Eso no se me hace bello ―explicó sin dejar de caminar ignorando las miradas de furia lanzadas por la diosa.

―Hablas de belleza, pero tú no eres la gran cosa y estás igualmente podrido ―contraatacó Atena viéndolo con desprecio.

―Eres una niña pequeña si crees que me importa ―dijo el niño encogiéndose de hombros―. El lado bueno de no tener pareja es que puedo hacer lo que quiera sin restricción y no tener a gente interesada en mí evita que tenga a personas locas o posesivas detrás. Ser promedio me parece muy bien ―dijo alegremente. Pues agradecía mucho ser como era y no soportar un destino como el relatado por Adonis.

Sin embargo, verlo tan tranquilo y confiado hizo enfurecer a la diosa. Fue llamada fea, manipulada para trabajar como una mortal y ahora debía soportar una pobre excusa de comida de esa gente inmunda. Empero, sabía cómo borrarle la sonrisa a su santo.

―Luego de la cena nos iremos de regreso al templo ―anunció ella atenta a cada reacción del otro―. Te tengo una pequeña sorpresa esperando por ti. Yo que tú no me demoraría mucho o… bueno, puede sucederle algo a León en tu ausencia ya de por sí larga.

El rostro de Sísifo palideció ante aquellas palabras. Después de eso anduvo ausente y ansioso. Agradeció a las personas la comida ofrecida, pues sabía lo mucho que les costó conseguir rescatar algo de las ruinas, pero no comió demasiado y apenas pudo se puso la armadura de sagitario y voló hacia el templo a toda velocidad rogando que León estuviera bien.

Continuará….

N/A: Mito de Ixión: /obras/ixion-ribera#:~:text=Ixi%C3%B3n%20era%20b%C3%A1sicamente%20un%20golfo,y%20presumir%20de%20tal%20proeza.