Cap 14: El santuario
Adonis de inmediato se acercó a sagitario completamente preocupado. Los dioses presentes eran seres inmortales e invulnerables, así que no había tanto problema, sabrían arreglarse. Es más, en su caso lo más preocupante sería la pobre víctima que se volviera objeto de su deseo como le sucedió a Dafne. Sin embargo, en el caso de Sísifo él tenía el cuerpo de un niño. Podría tener muchas décadas o hasta siglos de existencia, pero cómo estaba ahora no quería imaginárselo entregándose a algún depravado por ordenanza de las flechas de Eros. Nunca vio a Sísifo cómo adulto, desconocía por completo su apariencia como hombre y desde que lo conoció sólo podía verlo como un niño pequeño. Según recordaba el rubio, las flechas de Eros hacían que te enamoraras del primero al que veías luego de ser golpeado por una. Y las opciones eran horribles se las viera por donde se las viera, especialmente desconfiaba del pelirrojo. Por lo mismo se apresuró a ponerse delante del de ojos azules. El niño se miró el pecho a consciencia, cerró los ojos concentrando su cosmos sintiéndose normal. No se percibía ninguna anomalía. No tenía problemas con eso que era su prioridad de momento. Los dioses también se revisaban si esa flecha que les dio sólo les causaría aquel pequeño tirón en el pecho o haría algo más.
―Sísifo ¿cómo te sientes? ―preguntó el rubio sujetándole las mejillas obligándolo a mirarlo―. Perdóname por esto, pero si vas a enamorarte a la fuerza prefiero que sea de mí y no de alguno de esos tres ―explicó rogando ser perdonado por esto.
―Ya te dije que este cuerpo no siente lujuria, al menos no aún ―le recordó sagitario con un puchero.
―¿No te sientes raro? ¿Enamorado quizás? ―cuestionó Adonis prestando atención a sus gestos.
―No, no siento nada raro. Te quiero, pero sólo como amigos ―aclaró el azabache.
―La maldición decía que se enamorarían de sus enemigos naturales ―meditó piscis intentando descifrar el significado de aquello.
Para colmo todos los presentes tenían una larga lista de enemigos. Así que ninguno podía imaginar del todo quien podría ser "su enemigo natural". Tenían demasiados en mente. Ninguno estaba exento de haberse peleado con mortales y dioses. Sísifo miró a los dioses y su rechazo seguía igual que siempre. Suspiró aliviado. Debía admitir para sí mismo que sí lo había puesto nervioso la amenaza de hacerlo amar a los dioses. Le daban escalofríos de sólo imaginarse así mismo comportándose como Ganímedes. Su cuerpo se sacudió visiblemente por lo repugnante de esa imagen. No, no y no. Él jamás agacharía la cabeza ante los dioses, no les era devoto ni sería ciego con esos malditos opresores de mortales. Los dioses igualmente se sentían descontentos con las palabras de Eros. Las diosas vírgenes estaban especialmente indignadas y más porque ellas corrieron el riesgo de enamorarse de sus propios hermanos o de un par de chiquillos y uno "usado" para colmo de males. Sísifo pensó en las palabras de Afrodita acerca de que no había terminado aún. Observó preocupado a su amigo sabiendo que el acoso no cesaría hasta que consiguiera lo que deseaba.
―Afrodita dijo que volvería ―le recordó el azabache con sus ojos fijo en el rubio.
―Si eso sucede, lucharé ―aseguró piscis observándolo determinado―. No soy un bonito e inútil adorno y si regresa no me quedaré quieto sin hacer nada mientras otros luchan por mí. Pelearé y no dejaré que dañen a nadie ―prometió con una mirada llena de fiereza que no le conocía.
―En ese caso necesitarás algo mejor que esa armadura ―mencionó Artemisa viéndolo críticamente.
―Hay una solución que podría servirte, Adonis ―mencionó la diosa de la guerra con seriedad―. Tal y como mencionaste te faltan veneno y espinas, yo puedo darte veneno para que no vuelva a tocarte.
―¿En serio? ―cuestionó el rubio emocionado por librarse de la diosa del amor.
―Pero tendría un costo muy alto ―advirtió la diosa de la guerra viéndole con seriedad―. Puedo convertir tu sangre en veneno. Uno tan poderoso que ni los dioses se atrevan a tocarte, de esa manera Afrodita jamás volverá a poner sus manos sobre ti. Mas, debo advertirte que no podrás volver a tener contacto con otra persona o vas a envenenarla.
Adonis guardó silencio para analizar los pros y los contras. Por un lado, lo que más deseaba era que dejaran de aprovecharse de su cuerpo para satisfacer sus deseos carnales. Personas como Hércules que sólo fingían interesarse en oír lo que tenía para decir sólo esperando el momento ideal para saltarle encima. Mas, al mirar a Sísifo le veía de nuevo la sensación de cuando estuvieron abrazados. El niño se había puesto de muleta para ayudarle a caminar y "volver a casa". La sensación de apoyo y calidez era algo no tan desconocido para él desde que estaba en el santuario con los demás santos. Recordaba los momentos que vivió en el templo de la diosa Atena y su decisión de no volver a ser tocado por nadie titubeaba.
Cuando la diosa de la guerra le invitó a su templo no había dudado ni un segundo en aceptar. Podría ver de nuevo a Sísifo siendo el único en esos momentos que entendía su situación. Para simples mortales no era algo común hablar sobre los dioses sin venerarlos y temerlos. Nadie se atrevería a hablar de un tema tan delicado a la ligera. Además, era el primero que conocía sin interés en su cuerpo con quien sí podía hablar sin miedo a que le saltara encima. Por lo mismo siguió a la diosa hasta aquel sitio apartado de todos donde conoció a acuario. Su encuentro con Ganímedes no había sido el mejor, pero sin dudas a quien veía como un peligro mayor era a ese tal León. Era el más grande de edad y tamaño de los presentes, ese ya era un motivo de alerta para él. Lo mantuvo vigilado todo el tiempo a la espera de ser asaltado por sorpresa, mas eso nunca sucedió. Al llegar sagitario a escena presenció algo que jamás había imaginado.
―No hace falta que hagas eso ―dijo Sísifo mirándolo con enojo por el riesgo que quería tomar―. Yo puedo lidiar con esto fácilmente, ya he muerto, me he enfrentado a dioses y los mortales tampoco son gran cosa. Además, tú no tienes ningún deber conmigo, no somos familia ni nada similar ―afirmó mirando hacia una esquina sin nada en particular, pero le ayudaba a no ver a nadie―. Tengo la edad suficiente para ser tu tatara abuelo, no necesito ayuda tuya ni de nadie.
―Aunque "tengas" la edad no así los conocimientos. Naciste en cuna de oro, destinado a la grandeza y siempre protegido por ser un príncipe, ¿estoy en lo correcto? ―preguntó el adulto antes de acercarse al distraído sagitario y abrazarlo contra su pecho―. Puede que no seamos familia de sangre y sé bien que no eres mi hijo, así como yo no soy tu padre, pero te quiero como si lo fueras ―aseguró con cariño sin dejar de abrazarlo―. Saber que estás esforzándote por proteger a los más débiles y luchar por una noble causa me hace sentir muy feliz. Más que mis propias aventuras y viajes, tú eres mi orgullo, Sísifo ―afirmó con sinceridad.
Mientras León abrazaba al más joven de los presentes intentando calmar su llanto para que no se ahogue, ―pues había comenzado a toser al intentar hablar mientras su rostro se llenaba de lágrimas y mocos―, la diosa Atena observaba curiosa. Y el rubio también. Las experiencias previas de Adonis le hacían pensar que lo siguiente que vendría sería ese hombre castaño sometiendo al niño como le había sucedido así mismo. La situación le era demasiado familiar; un joven llorando, un hombre grande y fuerte abrazándole mientras le daba "consuelo" y lo siguiente que sabría es que ese infante sería tomado para oscuros propósitos. Quizás esa era la razón de no mostrarse interesado en Ganímedes y en él pese a su extraordinaria belleza. Si ya tenía alguien para cubrir esas necesidades. También debería sumarle quizás el gusto a que sea más pequeño que ellos. Sabía bien de depravados que gustaban de los niños y perdían gradualmente el interés a medida que se desarrollaban y mostraban como hombres. Después de un largo rato en silencio oyéndose sólo los gimoteos del niño, decidió que era buen momento de romper el silencio.
―Diosa Atena ―llamó el ex amante de Afrodita sacándola de sus pensamientos―. ¿Hay algún motivo en particular para venir a vernos? ―preguntó de forma respetuosa.
―Sí, sus armaduras ya están listas ―dijo ella golpeando su báculo contra el suelo haciendo aparecer dos cajas de pandora delante de ellos.
Adonis no dejó de prestar atención al adulto presente creyendo que buscaría alguna oportunidad para manosear el menor. Después de todo eso era lo normal entre padres e hijos no relacionados por la sangre, ¿no? Había aprendido que el incesto era un pecado repugnante cuando había un parentesco de sangre, pero era aceptable cuando no existía un lazo biológico. Al menos eso era lo que le explicaron Afrodita y Perséfone cuando les comentó sus dudas sobre si lo que hacía con ellas no era igual de asqueroso que lo sucedido entre su madre Mirra y el padre de ésta.
Habían tranquilizado sus dudas, o al menos eso habían intentado, al recordarle que ellas no eran familiares suyos. Eran sus amantes y como tales debía complacerlas adecuadamente. Por su mente entonces pasó que quizás León sólo esperaba a que no hubiera público. No todos gozaban del exhibicionismo. Soltó un suspiro disimulado porque no sabría que sentiría si viera a un niño siendo profanado, uno incluso más pequeño que él mismo cuando inicio sus labores amatorias.
Tras la conversación con Atena. Adonis tuvo que separarse para dejarla conversar en privado con Sísifo mientras él quedaba en compañía de los otros dos. El joven rubio lo miró un poco dudoso. Había mantenido sus brazos cruzados hasta ese momento en un pobre intento de sentirse protegido. Ver aquellos dos peces en su caja no hacían más que recordarle como fue usado por Afrodita y los demás dioses. Los adultos eran en verdad malvados. Habiéndose enamorado de él siendo un bebé y esperando el momento en que su cuerpo estuviera a tono para complacerles en sus lechos. Se sentía asqueado de sí mismo. Su cuerpo le parecía un simple instrumento de placer para ajenos, pero con Sísifo no sintió nada de eso. Sagitario no lo vio con lujuria y le hablaba animadamente sin pretender nada más. Si a él le agradaba el castaño cuya mano estaba suspendida en el aire delante suyo, debía ser una buena persona. Él no estaba aprovechándose de Sísifo como hizo Afrodita con él, ¿cierto? No, imposible. Sísifo era el estafador de dioses. Si alguien sabía de mentiras y manipulación sin dudas sería él.
No se equivocó al confiar en el juicio de sagitario, pues León le demostró ser tal y como se veía a simple vista, una persona decente sin segundas intenciones ocultas ni nada similar. Habiendo tan poco espacio habitable en aquel templo, ellos habían tenido que dormir en el mismo sitio alrededor del fuego. Los primeros días, Adonis apenas podía pegar el ojo sintiendo ansiedad de que alguien fuera a atacarlo mientras estaba descansando. Tenía miedo de confiarse y que fuera ofrecido a otras personas. No le sería raro que alguno de los presentes quisiera sacar dinero vendiendo a otro ya que no tenían interés en lo sexual. Sin ese factor aún quedaba la codicia.
El blondo se sentía culpable y sucio de consciencia cuando esos pensamientos tan oscuros lo abordaban en medio de la noche. Siempre que llegaba el amanecer era el mismo escenario. Durante las noches León se levantaba cada cierto tiempo y buscaba ramas secas para mantener el fuego encendido, les acomodaba las mantas si se les caían y si eran noches demasiado frías, se aseguraba de abrazar a Sísifo. Le tomó algún tiempo entender porque lo mantenía apresado entre sus brazos y la explicación fue increíblemente sencilla. El niño era tan inquieto al dormir que la manta no duraba en su lugar más que unos minutos, por lo mismo al tenerlo sujeto lo mantenía caliente durante toda la noche.
―¿Alguna vez León te ha besado? ―preguntó Adonis muriendo de vergüenza y más al ver la cara desencajada del niño.
―No, él me quiere como un hijo y a mí no me gustan los hombres ―aseguró el azabache mientras volvían de una cacería juntos―. ¿Por qué preguntas?
―Es lo normal entre padres e hijos dar muestras de afecto ―justificó el rubio viéndole fijamente―. Pero no parece demostrártelo mucho, ¿cómo sabes que te quiere como a un hijo?
―Fácil, porque él cuida de mí, me abraza, me da palmaditas en la cabeza y la espalda a veces. Con eso demuestra que me quiere ―presumió orgulloso el menor.
―¿Sólo eso? ―interrogó desconcertado.
―Lo importante no es cuánto te toquen sino cómo se sientan ambos cuando sucede ―explicó Sísifo sujetándole la mano al otro―. ¿Cómo te sientes con esto? ¿Es incómodo? ¿Lo odias? ¿Se siente bien?
―No sabría explicarlo ―respondió Adonis sin saber qué responder exactamente.
―¿Qué están haciendo? ―preguntó León acercándose a ellos al verlos regresar―. Como sea, Sísifo vamos al río.
―¿Por qué? ―interrogó con un puchero.
―Es hora de bañarse, la diosa Atena me dijo que estabas bastante lastimado por esos centauros, así que debemos lavar esas heridas y aplicar ungüentos curativos ―explicó el castaño viéndolo con seriedad antes de suavizar la mirada para dirigirse a piscis―. Si quieres puedes venir también. Conmigo cerca nadie te molestara mientras te bañas ―prometió preocupado de que algún depravado atacara al menor si estaba solo.
―Yo…
―¡Vamos! ―gritó emocionado el azabache sujetándole la mano.
Sin darle tiempo a negarse se vio arrastrado hasta el río. Ciertamente necesitaba un baño, después de haber estado cazando junto a Sísifo. Y éste último estaba incluso peor que él, habiendo llegado de salvar una ciudad les ayudó con sus armaduras y luego se puso a cazar con él. Oh cierto, debían lavarle bien la mano que se lastimó y untarle el ungüento curativo. Vio a los otros dos quitarse la ropa sin problemas seguramente acostumbrados a bañarse juntos. Evitó mirarlos y con cierto recelo se quitó la propia. Siempre era muy precavido al acercarse a ríos, pues las ninfas del agua y bosque solían tener problemas con sátiros. Estando en compañía quizás no le harían nada. Se mantuvo cerca de la orilla cubriéndose lo más posible mirando al agua hasta que un grito de dolor lo sacó de sus pensamientos. Asustado buscó al niño encontrándoselo haciendo muecas de dolor con León a sus espaldas. De inmediato, comenzó a buscar alguna roca con la que poder defenderse y alejar al mayor de su amigo.
―Adonis ―llamó repentinamente el adulto haciendo respingar al rubio quien temió sus intenciones fueran descubiertas―. ¿Puedes pasarme mi ropa? ―pidió de manera seria―. La herida de Sísifo está sangrando demasiado.
―¿Herida? ―preguntó asomándose a ver dándose cuenta que en la espalda del menor había una herida algo profunda similar a un corte―. ¿Qué le sucedió? ―preguntó asustado viendo que había varios moratones oscuros en su piel.
―Peleé con los centauros sin armadura ―respondió el menor jadeando por el dolor―. Además de lanzarme flechas también me pegaron algo duro.
―Y no te lavaste las heridas ni las trataste ―regañó el castaño viéndolo con molestia―. Si hubieras seguido así más tiempo está infección podría haberse vuelto peligrosa.
―No me alcanzó a ver ni lavar ahí de todas maneras ―se defendió el niño con un puchero.
―Eso… es verdad ―aceptó el adulto mientras seguía limpiando la herida con agua y gran cuidado.
Adonis se apresuró a cumplir lo pedido y fue a buscar la ropa encontrando ungüento hecho de hierbas medicinales y tela que supuso fue preparada para vendarle. Se acercó con todo y vio al mayor ayudarle a bañarse para luego darle la atención médica básica que necesitaba el pequeño. Una vez estuvo limpio, seco y vendado lo dejó sentado a la orilla con una sonrisa. Procedió a lavarse a sí mismo y hasta conversó con él sin insinuársele ni nada. Desde entonces comenzó a tener más confianza con ellos al punto de poder bañarse juntos en ocasiones sin tener problemas. Hasta Ganímedes solía bañarse con ellos, aunque cuando sucedía terminaban peleando y viendo quien hundía bajo el agua al otro por los insultos que solían intercambiar. Y cuando acuario no se peleaba con él era con Sísifo. Lo otro con lo que ganó confianza fue con dejar a León tocarle. Él sólo le daba palmadas en la cabeza o espalda igual que hacía con sagitario. Poco a poco fue entendiendo que esos pequeños toques podían ser mucho más cálidos y significativos que aquello que Afrodita llamó "demostrar amor".
―Si quiero librarme de la diosa del amor y proteger a quienes me importan, pagaré el precio necesario por ello ―respondió Adonis viendo a la diosa de la guerra.
―¿Estás seguro de esto, Adonis? ―interrogó sagitario viéndolo preocupado―. Tal vez necesitas más tiempo para pensarlo.
―No hay tiempo, nunca sabemos cuándo pueda venir a buscar venganza ―respondió piscis con sus ojos mostrando suma tristeza―. Extrañaré un poco poder estar junto a ustedes.
―Entonces comenzaré de inmediato ―dijo Atena alzando su báculo en el aire.
―¡Espera! ―pidió Sísifo corriendo hacia su amigo para abrazarlo fuertemente―. Si será la última vez que toques a alguien al menos que sea un buen recuerdo.
―Gracias ―dijo Adonis correspondiendo al abrazo unos largos segundos recordando lo que era el contacto humano antes de separarse y ponerse de rodillas frente a la diosa de la guerra―. Ahora estoy listo.
―De la pecaminosa promiscuidad a la más pura castidad, de la flor más hermosa a la rosa más peligrosa, del pecado concebido al don adquirido. Yo la diosa de la guerra y la sabiduría maldigo tu sangre ―recitó haciendo brillar su báculo sobre el cuerpo de Adonis.
―¿Por qué siempre que lanzan maldiciones lo hacen con versos dignos de cantares? ―preguntó sagitario confundido por aquella rara costumbre―. Hasta Eros hizo algunas rimas mientras nos maldecía.
―Es poético, artístico y único ―respondió el dios del Sol viéndolo tranquilamente―. No espero que una pequeña bestia como tú lo entienda.
―Sigo sin entender por qué se ponen poéticos cuando maldicen a alguien. Pueden hacerlo hasta chasqueando los dedos, ¿o no? ―interrogó nuevamente mirando al pelirrojo.
―Es como un rezo ―agregó Artemisa queriendo que dejaran de discutir eso.
―¿En serio gastaste tu tiempo en inventarte rimas cada que maldecías a alguien? ―cuestionó Sísifo a la rubia mirándola con extrañeza―. Has maldecido a muchas personas debes tener una gran imaginación ―ironizó rodando los ojos.
Ajeno a aquella conversación, el santo de piscis se miraba así mismo sin sentirse diferente en lo más mínimo. La diosa Atena retiró el báculo dejando de apuntarle y comenzó a alejarse brevemente. El rubio se tocaba las manos frotándolas intentando verificar que tenían algún efecto al contacto, pero si era su sangre el veneno, eso quería decir que si no estaba herido entonces podría seguir tocando a sus compañeros. Suspiró aliviado pensando en que no necesitaba renunciar a las castas muestras de afecto a la que había comenzado a acostumbrarse. Se puso de pie y le sonrió a su amigo mostrándole que estaba perfectamente pese a la maldición que acababa de recibir.
―Ahora eres mi santo, Adonis de piscis ―declaró Atena viéndolo solemnemente.
―Así es, yo he elegido servirte y ser parte del santuario ―asintió el ex amante de Afrodita.
―¡Ja! Gané la apuesta ―celebró sagitario volando en dirección al dios del Sol.
De no usar sus alas no podría hablarle a la altura de los ojos y lo que más detestaba era que le miraran desde arriba, pero por la diferencia de estatura esa era su única solución.
―¿Qué apuesta? ―Quiso saber Adonis llevándose una mano al pecho sintiéndose angustiado.
―Sísifo apostó que, si te dieran a elegir entre Afrodita o Atena escogerías a mi hermana, si él tenía razón le debería un favor, si perdía el santo de leo se volvería mi amante ―explicó el pelirrojo con una pequeña mueca de disgusto por la apuesta perdida.
―¡Sísifo! ―llamó el rubio escandalizado por semejante juego―. ¿Cómo pudiste hacer algo tan horrible? Apostar a tu padre adoptivo como si fuera una…
―Yo rechacé la apuesta cuando me puso esa condición ―aclaró señalando al pelirrojo con el dedo índice de manera completamente acusadora.
―Entonces ¿por qué? ―preguntó piscis con una sensación de malestar en la boca del estómago.
―León me dijo que lo hiciera. ―Fue la escueta respuesta del niño.
―¿Cómo? ―cuestionó Adonis sin poder creerse semejante cosa.
―Apolo no quería darnos la ubicación de la cueva donde te tenían cautivo y ofreció contarnos con esa condición, pero preferimos apostar ―aclaró el azabache alzando las manos en señal de rendición como si tuviera que apaciguar a una bestia salvaje.
―¿Qué hubieras hecho si perdías? ―exigió saber piscis con el ceño fruncido.
―No iba a hacerlo.
―¿Cómo estás tan seguro de eso?
―Ganímedes me dijo que no querías ir con Afrodita y te conozco lo suficiente para saber que eso era verdad. Por eso apostamos. León me dijo que si esa era la única manera de conseguir una pista de tu paradero accedería gustoso.
―Oh Sísifo ―exclamó el rubio con una felicidad desbordante abrazándolo con fuerza.
El menor le correspondió al abrazo tranquilamente confiando en que sin tocar su sangre no sucedería nada. La que manchaba su ropa ya estaba seca y era de antes de ser venenosa por lo tanto inofensiva. Respiró hondo acostumbrado a disfrutar el aroma de las flores que tenía el cuerpo de su amigo cuando repentinamente comenzó a marearse. Su cabeza le estaba doliendo y sus ojos le estaban pesando. Le daba fuertes recuerdos de cuando fue herido por aquellas flechas que absorbían su cosmos. Sus piernas perdieron fuerza y se dejó caer en los brazos de su amigo. Adonis asustado por el repentino peso sobre él empezó a mover a Sísifo dándose cuenta que estaba desmayado. Lo notó algo pálido y de inmediato lo recostó en el suelo.
―¿Qué le sucede? ―preguntó Adonis asustado viendo al niño inconsciente.
―Es el veneno de tu sangre ―respondió Atena indiferente―. Te advertí que no podrías tocar a nadie. Tu sudor, lágrimas y saliva también son venenosos debido a tu sangre. Tu cuerpo es peligroso al contacto e incluso tu aroma puede causar envenenamiento.
―Hermano te pido que cures a ese idiota ―ordenó la diosa de la luna mirando al dios del sol―. No puedo permitir que se muera antes de pagarme.
―¿Pagarle? ―interrogó el rubio enojado de que sólo le importara una deuda y no mostrara un mínimo de empatía por la vida del menor.
―A cambio de mi ayuda para rescatarte, Sísifo ofreció deberme un favor. Él está a mi disposición cuando me plazca para cumplir una orden mía sin condiciones ―reveló Artemisa con su estoico rostro de siempre mientras su hermano cumplía lo pedido de sanar al azabache.
―¡¿Eso hizo?! ―gritó piscis alarmado de semejante trato.
―Realmente estaba dispuesto a hacer lo que sea por su amigo ―mencionó el pelirrojo sin dejar de cumplir con su tarea.
Adonis no pudo evitar sentirse conmovido por el apoyo de todos para salvarlo. La diosa Atena fue en persona a rescatarlo junto a su ángel pese a no haberle jurado lealtad ni haberse puesto su armadura, Ganímedes quien siempre fue egocéntrico y sólo veía por sí mismo casi había muerto intentando protegerlo, León el que creía sólo podría velar o proteger a Sísifo había estado dispuesto a ofrecer su propio cuerpo sólo por una pista de su paradero. Y Sísifo, el estafador de dioses, bien conocido por jamás rebajarse ante nadie se había endeudado y dejado su orgullo de lado para pedir ayuda por él. El rubio lloró de felicidad sabiendo a lo que se refería León con brindar y demostrar amor con acciones. Su corazón se sentía cálido al pensar en sus compañeros y su diosa. Ahora podía considerar el santuario como su hogar, el sitio que debía proteger, así como a sus habitantes. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Apolo terminó de curar a Sísifo haciéndolo despertar.
―¿Qué pasó? ―quiso saber el niño mirando a su alrededor.
―Lo siento, mi veneno te dejó inconsciente ―se disculpó Adonis con la cabeza agacha―. Por favor, evita tocarme. Parece que mi sangre venenosa afecta incluso si no estoy sangrando.
―Tranquilo, no fue tu intención ―tranquilizó mirándolo comprensivamente.
―Hora de irnos a casa ―declaró la diosa Atena―. Hermanos, agradezco profundamente su ayuda en la búsqueda de mi santo.
―Ni lo menciones, espero jamás tengamos que volverte a ayudar con tus mascotas ―se despidió Artemisa subiendo al carro de su hermano.
―Cuando quieras cobrarte el favor de nuestra apuesta sólo reza ―avisó el dios del sol a sagitario.
―Yo no sé rezar. Nunca les he pedido nada a ninguno de ustedes con ese método ridículo ―aclaró Sísifo cruzado de brazos.
―Ten ―ordenó Apolo haciendo aparecer un papel delante de él donde venían unas frases escritas―. Sólo recita eso cuando quieras hablar conmigo. Aunque siempre puedes ofrecerme a tu padre y vendré corriendo ―se despidió guiñándole un ojo haciendo que las alas de Sísifo volvieran a inflarse por el enojo.
―¡Nunca, pervertido! ―gritó con indignación mientras lo veía alejarse en su carro.
Tras aquella despedida la diosa de la guerra emprendió el regreso a su templo en compañía de sus dos santos. Debía prepararse para cualquier amenaza venidera. Si planeaba crear un ejército no podía permitir que secuestraran o mataran a sus servidores. Sería un completo desperdicio que cada vez que salieran a cumplir una encomienda su lugar de regreso fuera atacado. Tendría que ponerle fin a eso. Cuando finalmente consiguieron regresar, agradeció a su tía Hestia por cuidar de sus santos y se despidió de ella con una sonrisa. A continuación, la diosa de la guerra y la sabiduría pidió a los cuatro que quitaran sus pertenencias del interior, pues usaría su poder divino para reformar de una buena vez ese maldito lugar abandonado. Usando su cosmos todo a su alrededor comenzó a cambiar de manera irreal para simples mortales. La tierra se abrió en dos y de su interior salieron enormes columnas y paredes que fueron tomando forma lentamente. El suelo antes lleno de baldosas rotas y desgastadas retomó su brillo blancuzco original y parecían brillar al contacto con la luz del sol.
Atena construyó un nuevo Santuario usando parte del viejo. Contaba con una estructura jerárquica, liderada por ella misma seguido de doce casas. El Templo donde ella habitaría se encontraba en el centro del Santuario y su única entrada era una cámara especial que la separaba del templo de piscis. A su vez, para llegar a ella, el único camino disponible era atravesar las Doce Casas dispuestas ordenadamente en la vertiente, de Aries a Piscis. Los santos dorados jamás habían visto a un dios construir nada y se impactaron al ver de todo lo que era capaz sólo utilizando su cosmos, pues Atena sólo había extendido sus brazos y movido de vez en cuando su báculo. Lo que a los mortales podría tomarles años de planeación y construcción ella lo realizó en cuestión de minutos.
―Este será el lugar donde ejerceré mis funciones como protectora del mundo de los hombres y como absoluta soberana de la Tierra ―declaró la diosa señalando lo que serían sus aposentos.
―¿Por qué hay doce casas si nosotros somos cuatro? ―preguntó curioso Sísifo mirando las nuevas estructuras.
―Porque pronto no serán sólo ustedes. Planeo crear un ejército bajo mi mando ―le recordó la deidad viéndolo con obviedad.
―Eso lo sé, pero ¿pedirás que se hagan más armaduras? ―interrogó el azabache viéndola con sospecha.
―Sólo aceptaré a doce guerreros dorados como los más poderosos de mi ejército y serán quienes tendrán el honor de custodiar una de las casas que llevan hasta mí. En otras palabras, su deber será evitar que cualquier enemigo llegue hasta mí ―explicó Atena con una sonrisa de lado al ver a sagitario fruncir el ceño. Ya sabía que esa idea no sería de su agrado.
―Con todo respeto diosa Atena ―habló Ganimedes viéndola fijamente―. ¿No cree que este lugar es muy llamativo y atraerá la atención de dioses y mortales?
―Ya he pensado en ello ―respondió la divinidad golpeando con su báculo la tierra y haciendo sentir una onda expansiva producto de su cosmos liberado―. El Santuario sólo es accesible a los Santos. Ningún Dios o mortal puede ingresar aquí mientras la barrera que he colocado siga vigente. Será invisible para todos.
En tiempo de guerra, este lugar iba a constituir el último perímetro defensivo al que los intrusos deben de atravesar justamente, los doce templos custodiados por los Santos de Oro y sobre el cual una barrera invisible creada con el cosmos de Atena impediría a los invasores teletransportarse entre los templos de modo que la única forma de avanzar por los templos sería caminando. Y precisamente los doce templos estaban conectados entre sí por largas escaleras talladas entre las rocas y flanqueadas por columnas de piedra. Cada uno estaba erigido en un plano más alto que el anterior a lo largo de la vertiente montañosa. Por lo general, los santos dorados podrían desplazarse atravesando las casas custodiadas por sus compañeros, pero lo educado sería pedir permiso al dueño de una casa que se está atravesando por simple cortesía.
―¿Ven ese lugar de allí? ―preguntó la diosa señalando con su báculo para que sus santos ubicaran el lugar―. Esa es la villa de Atena.
―Qué creativo nombre ―comentó Sísifo con sarcasmo―. ¿Y la estatua tuya era tan necesaria?
―De hecho, sí ―respondió la deidad con un rostro tan serio que sagitario sospechó que era algo importante―. Sísifo ―llamó viéndolo fijamente―. Hay varias cosas sobre este nuevo lugar que debemos discutir en privado, pero te lo explicaré luego.
Ganímedes frunció el ceño ante esto por oír que se les volvería a dejar fuera de una conversación importante. No era raro ver a la diosa y su ángel tener múltiples encuentros privados donde ellos no participaban y tampoco se les comentaba nada respecto de la naturaleza de esas reuniones. ¿Por qué? Ahora todos portaban sus armaduras doradas, eran sus santos. ¿Cuál era la diferencia entre ellos y sagitario? ¿Su ápodo? ¿Qué él era el primero de los dorados? Pero si se podía demostrar fácilmente que era superado por sus habilidades. O quizás no era suficiente. El santo de acuario concluyó que debía seguir mejorando, hacer notar la diferencia de poder para hacerse de renombre. Uno que dejara en el olvido al "ángel de Atena". Y mientras él se perdía en sus pensamientos, la diosa explicaba sobre la villa antes señalada. Era un complejo de edificios, un lugar donde los dorados tenían prohibido acceder, en este lugar Atena iba a estudiar los movimientos de los cuerpos celestes y meditar sobre las futuras batallas que podrían librarse.
―¿Qué es eso de allá? ―preguntó Adonis interesado al ver una especie de gran plaza.
―Ese es el coliseo ―respondió Atena con sencillez―. Es una plaza que servirá de escaparate a los combates celebrados en ocasión de entrenamientos, duelos, torneos, pruebas y ejercicios de preselección de aspirantes a la obtención de armaduras sagradas.
―Suena a que serán una diversión para ti ―susurró sagitario no muy de acuerdo con el coliseo. Los que recordaba eran escenarios sangrientos de diversión malsana.
―No es así ―negó Atena viéndolo desafiante―. En mi santuario tendrán prohibido luchar por fines egoístas como dinero o fama. Aquí todo se hará bajo mis normas. Eso los incluye a ustedes cuatro, si usan sus poderes con motivos personales serán severamente castigados.
―Una pregunta, Diosa Atena ¿desde ahora viviremos cada uno en el templo que nos corresponde? ―cuestionó León algo preocupado.
―Así es, cada uno de los templos cuenta con una habitación privada donde tendrán lo necesario para sus necesidades básicas como dormir ―explicó de manera simple. Ella no veía para que otra cosa necesitarían de una casa.
―Extrañaré dormir junto a mi niño ―suspiró el mayor haciendo cuentas de que la casa de Leo y Sagitario estaban bastante separadas.
―No te preocupes, no es como que dejaremos de vernos siempre ―tranquilizó el menor sonriéndole―. Al fin y al cabo, por culpa de este estúpido sistema tendré que verle la cara a todo mundo para poder bajar.
―Eso es correcto porque el comedor es comunitario, así como las residencias de los aspirantes ―mencionó Atena señalando los respectivos lugares con su báculo.
Las residencias y zonas de entrenamiento para los aspirantes a Santos estaban ubicadas en el primer altiplano de la montaña gruesa y situados en el plano inferior, se ubicaban varios templos, edificios en ruinas y barracas y cabañas pobres, pequeñas edificaciones de adobe y madera. La diosa estableció que los santos debían vivir de forma austera y sin lujos, un lugar en el cual habitarían los maestros y aprendices de santos durante el entrenamiento.
―También preparé un sitio donde podrían curarse ―mencionó la diosa de la guerra viendo con regaño a sagitario―. Estoy cansada de que cada vez que deseo bañarme en el río encuentro tu sangre por ahí flotando y manchándolo todo. Así que creé "la fuente de Atena".
―Perdóname por salir lastimado a misiones a las que tú misma me mandas ―se quejó Sísifo viéndola con el ceño fruncido.
La fuente de Atena estaba en una de las zonas boscosas cercanas al Santuario, una zona árida y rocosa. Se escondía inmerso en un pequeño bosque, era un misterioso templo que serviría de reposo, curación y recuperación a los caballeros heridos en combate. En cierta medida su reclamo era verdadero, no le gustaba que la sangre de Sísifo corriera descuidadamente por el río ni que manchara las rocas. Aun no estaba segura si curar dioses era la única cualidad destacable de la sangre de titán diluida que corría por las venas del hijo de Prometeo. Mas, no quería arriesgarse. Quien sabía si tenía algún efecto en las criaturas del bosque. Esperaba que no diera habilidades extraordinarias o los sátiros que solían violar ninfas del río serían los más beneficiados. Era mejor tener un sitio donde pudiera sangrar sin exponer su secreto a los demás. Debía admitir que era difícil conseguir una manera sutil de decirle a sagitario que cuide de su sangre por su rara habilidad sin decirle lo valiosa que era. Conociéndolo si supiera que su sangre servía para algo no tardaría en negociarla u ofrecerla para estafar a los dioses.
―También he creado una biblioteca ―avisó orgullosa.
―¿Para qué? ―preguntaron los dorados sin entender.
―Quiero que todos sepan lo grandiosa diosa que soy y los cantares no son de fiar ―explicó frunciendo el ceño al recordar cómo se hablaba de ella cuando se hacía mención de las maldiciones que había lanzado en el pasado―. Por eso he decidido que tendremos una historia oficial sobre nuestras hazañas.
―Ya puedo imaginar que dirá esa historia oficial "la diosa Atena la más bondadosa y misericordiosa protectora de los hombres. Siendo la diosa de la guerra odia el derramamiento de sangre y por eso sólo lucha por defender el amor y la justicia" ―dijo Sísifo de manera burlona mientras revoloteaba alrededor de Atena y usaba sus manos para exagerar aquel largo título.
―Me gusta. Se queda ―comentó la diosa con una sonrisa prepotente viéndolo con desafío―. ¿Y sabes qué? También tengo en mente lo que dirá sobre ti: "El santo de sagitario el más leal servidor de la diosa Atena. El ángel cuyas gentiles alas protegen al mundo con su cálido y noble cosmos".
―¡Qué asco! ―gritó el aludido sonrojado de la vergüenza e ira.
―A mí me gusta ―mencionó León con una cálida sonrisa feliz de que su hijo fuera recordado de esa manera.
―Lo apoyo ―secundó el rubio divertido por la cara del niño. Por lo cual se tapó la boca con la mano.
―No suena bien. Es una mentira, una completa farsa ―les recordó señalando a Atena―. Ella es una pequeña bruja desalmada y yo soy un estafador. Vivo por y para mí, esa descripción tan asquerosamente cursi no suena a halago.
―Qué bueno que lo notaras ―respondió la diosa de la guerra con una cara de desagrado―. ¿Tú te crees que una diosa guerrera como yo merece ser recordara como una princesita tonta y sin cerebro que le juega al mártir?
―Entonces, ¿por qué? ―preguntó el azabache.
―Si yo voy a cargar con esa reputación de "diosa amable" tú te hundes conmigo como "mi ángel" ―se burló disfrutando verle haciendo muecas molesto.
―Deberíamos dejar que los cantares transmitan nuestra historia. No entiendo por qué tomarnos la molestia con una biblioteca personal.
―Porque se debe manejar la información según se le considere conveniente para así evitar que ciertos hechos se repitan, esta información será "La historia oculta del Santuario".
Con eso todo les quedaba claro. La información que se trasmitiera a las nuevas generaciones sería la que la diosa Atena considerara "correcta". Aunque bueno, Sísifo y Ganímedes poco y nada se preocupaban por como los fuera a recordar la historia. Al fin y al cabo, uno se iría en cuanto consiguieran a los doce santos dorados y el otro cuando Zeus volviera a reclamarlo como su amante. Ellos tenían claro que su estancia en el santuario sería limitada y probablemente ni siquiera podrían ejercer demasiadas funciones como dorados, pero lo harían correctamente. Por lo mismo, los cuatro santos dorados iban a dedicarse a mejorar sus habilidades. Serían poderosos guerreros capaces de proteger a los débiles y de instruir a nuevos caballeros que se convertirían en sus compañeros o subordinados. La diosa de la guerra vio con orgullo su nuevo santuario y aunque todavía tuviera pocos santos, pronto conseguiría hacer crecer su ejército y se alzaría orgullosa frente a los demás como la única soberana de los mortales.
CONTINUARÁ…
En la novela "gigantomachia" se menciona que la "historia oficial de Atena" siempre habla de ella con justicia inmaculada, aun si deben alterar algunos hechos en los registros como fueron la rebelión de Saga.
Link: /library/novel/41285/saint-seiya-gigantomachia
La frase que usa Sísifo para burlarse de Atena es el preámbulo del cap 1 del manga de saint seiya.
La frase que usa Atena para molestar a Sísifo es la que aparece en el manga the lost canvas.
