Cap 17: Sísifo y Ganimedes

El veneno de Adonis pese a tener un efecto de anestesia general había conseguido mantener a sus compañeros sumidos en un sueño realmente profundo. Luego de todo aquel desastre sucedido en la fallida prueba de Atena, todos habían ido a dormir sin siquiera pedir o interesarse por la comida. Ni siquiera los santos dorados de piscis y leo tuvieron apetito tras la cruenta masacre. Las náuseas producto de retirar los cadáveres del coliseo mataban cualquier indicio de hambre. Naturalmente al haber estado esos cuerpos sin vida expuestos al sol durante toda la tarde, se habían descompuesto al punto de generar un olor putrefacto tal que se colaba incluso por las fosas nasales del rubio. Pese a creerse inmune a aromas como esos por su esencia floral natural. Quienes estuvieron exentos de todo aquel problema despertaron a altas horas de la madrugada sintiendo bastante hambre. No habían comido nada desde la mañana y sus estómagos rugían en protesta. Ganímedes había llegado al gran comedor poco después que Sísifo, ventaja dada por el orden de sus casas. Al llegar lo encontró revolviendo los estantes en busca de los restos de la cena. Cosa que le extraño encontrar en falta. ¿Dónde estaba lo que cenaron? Le restó importancia cuando consiguió algo de pan y queso y lo llevó a la mesa.

—¿Recién despertando? —preguntó el niño a acuario cuando lo vio entrar a sentarse a la mesa.

—Es culpa del hambre —respondió cortamente

Ganimedes se quedó un rato viendo lo raro que se sentía estar en el gran comedor a solas con su compañero siendo iluminados por una única vela. Supuso que con la llegada de los aspirantes escenarios como ese serian de lo más imposibles de tener. No obstante, ahí estaba en compañía del otro en plena madrugada por culpa del rubio que los dejó fuera de combate por medio día. Soltó un suspiro por ello. Había perdido los papeles y casi llegó a un combate mano a mano con Sísifo. Esa no era una actitud que debiera tener alguien de su personalidad. Y menos cuando se suponía así mismo alguien maduro y racional. Durante mucho tiempo había reprimido sus sentimientos y los había controlado a tal punto de que su rostro se mostrara inexpresivo la gran mayoría del tiempo. Su meta silenciosa era convertirse en una estatua viviente sin apegos sentimentales que le hicieran perder la compostura en situaciones extremas, sin importar el tema del que se tratara.

—¿Quieres una cena propiamente dicha? —preguntó el azabache mientras lo veía curioso—. Yo comeré algunas golosinas y volveré a la cama —aclaró señalando su propio plato mientras empujaba el pan y el queso que encontró.

Ganimedes meditó la oferta. Sinceramente dudaba poder encontrar restos de la cena a esas alturas y en caso de hacerlo seguro estaría frío. No todos los alimentos podían consumirse fríos o con mucho tiempo de haber sido guardados. Aceptó el pan, pero lo dividió en dos partes y empujó una hacia el menor. Sísifo lo miró con expresión confusa por el gesto. Si le había dado el pan y el queso era para que el otro lo consumiera, no para él. Sin embargo, pronto vio al ex copero robarle algunas de sus golosinas. Las cuales eran cereales y las pulpas de frutas con miel endurecida, creando lo que conocían como golosinas. El infante estaría feliz de comer sólo eso y regresar a su cama, pero Ganímedes sabía que eso no era una cena. Teniendo tan poco para comer en esos momentos lo último que podía hacer era disfrutar del pan y el queso frente a alguien que se quedaría pasando hambre durante la noche. En el escenario más desastroso, sagitario saldría en medio de la noche hacia el bosque en busca de frutas o hacia el río buscando pescar. Cualquiera de las dos opciones le parecía mala idea por la oscuridad reinante y la obvia presa que sería en caso de ser visto solo por algún aspirante con pocas buenas intenciones. No los conocía y no podía darles ningún voto de confianza sin ganárselo.

―No puedes comer sólo golosinas, te enfermaras del estómago ―advirtió el mayor viéndolo con seriedad―. Eres todo un mocoso idiota cuando estás solo.

―No pasa nada por saltarme una comida y no fue por gusto siquiera ―se quejó encogiéndose de hombros mientras comía el pedazo de pan y servía agua para los dos.

―En parte sí ―recriminó acuario bebiendo tranquilamente su agua.

―¡Todos sabíamos que esto iba a salir mal!

―¡Si tanto te molestaba pudiste hacer algo más que desaparecerte de manera caprichosa! ―reclamó Ganimedes frunciendo el ceño con disgusto.

―Ir a dar ese ridículo discurso tampoco iba a solucionar nada ―alzó la voz sagitario.

―¿Y qué ibas a lograr desapareciendo entre los aspirantes? ―interrogó el ex copero viéndolo de manera crítica―. ¿Ibas a decirle a todos que se retiraran? Por favor, con tu apariencia sabemos que te habrían ignorado o atacado. ¿Ibas a desaparecer hasta que todo el desastre pasara? Eso no habría salvado a nadie. Si hubieras regresado podrías haber hablado de manera civilizada para persuadir a la diosa Atena de cambiar su estrategia.

―Ella ya tenía decidido lo que iba a hacer ―se quejó Sísifo apretando el puño con molestia.

―¿Y desde cuando ese es motivo para dejar de intentarlo? ―cuestionó con dureza.

Sagitario cerró la boca ante esa pregunta entendiendo a qué iba todo ese asunto. Si lo analizaba con calma, Ganímedes dijo que tenía ordenes de llevarlo, así que si hubiera obedecido podría haber aprovechado para volver a intentar convencer a Atena de cambiar de idea. Pensándolo en frío, ir a dar el discurso podría haber sido incluso una mejor opción. Podría haber dicho que la prueba se ejecutaría al día siguiente, de esa manera Atena no podría retractarse sin revelar que él estaba haciendo lo que quería. Habría ganado todo un día, incluso dos de habérselo propuesto para conseguir formular una prueba adecuada. Desde la lógica, ¿qué podría haber hecho desde el coliseo siendo completamente sincero? Nada. Los escenarios sino eran los mencionados por acuario serían variaciones de los mismos. Lo había arruinado con su terquedad. En su ciega rebeldía por no seguir las ordenes de nadie, terminó ignorando una buena oportunidad de evitar el desastre. Soltó un largo suspiro admitiendo la derrota de manera silenciosa. Él podía ser astuto, pero la inteligencia y la sabiduría no eran su fuerte y menos cuando tenía sentimientos atravesados.

―Tienes razón ―aceptó a regañadientes masticando con fuerza sus dulces―. ¿Qué crees que haya pasado? ―preguntó sagitario distraídamente queriendo hacer conversación.

―Lo obvio es asumir que hubo bajas, la pregunta sería cuantas y qué se hará al respecto ―opinó Ganímedes con una voz monótona antes de volver a ingerir sus alimentos.

Tras esa respuesta sólo se oían los ruidos provocados por sus dientes al masticar sus alimentos. No era incómodo para ellos. Ganímedes era de pocas palabras, por lo general las justas y necesarias. Por el contrario, Sísifo era alguien que charlaba casi constantemente sin detenerse a respirar a veces. Y en ese tiempo habían aprendido a sobrellevar sus manías. Después de tantos meses juntos en el santuario, les era natural haberse acostumbrado el uno al otro. Con piscis y leo también se llevaban bien, pero con ellos era demasiado fácil hacerlo.

León actuaba como un padre para todos ellos, dando consejos, cuidándolos y siempre dándoles el apoyo que los tres dorados ex inmortales jamás recibieron de sus familias. Adonis parecía de esas hermanas mayores por su comportamiento con aire maternal de a ratos y de un hermano que gustaba de molestarlos a veces. Había ganado bastante confianza en sus compañeros tras su secuestro, dándose la libertad de bromear o hacer comentarios sarcásticos cuando los otros actuaban demasiado infantiles. Pese a su distancia física aumentada como medida de seguridad para no afectarlos con su veneno, la distancia sentimental se redujo con creces.

―Aún no puedo creer que dentro de poco se cumplan dos años desde que reviví ―suspiró Sísifo viendo su reflejo distorsionado en el agua de su vaso usando la pobre luz de la vela para verse―. Un año junto a León y varios meses aquí en el santuario.

―¿Sigues pensando en ser libre? ―interrogó curioso Ganímedes.

―¿Tú sigues pensando en volver con Zeus? ―respondió con otra pregunta.

El santo de acuario lo miró de mala manera juntando las cejas en señal de enojo. Ese era un tema por demás delicado. E irónicamente, era un asunto que mantenían en secreto de los demás. ¿Quién diría que la única persona a la que le expresó su deseo sería precisamente la más problemática? Realmente no había sido intención del mayor de los azabaches revelar los detalles de su relación con el rey del Olimpo. Era algo privado. Un asunto que sólo concernía a quienes compartieron lecho en el pasado. Con toda su aversión y enemistad con Sísifo, terminó siendo demasiado "expresivo" con él. Todo por culpa de aquel estúpido noble. Desde que la fama de los santos dorados creció, las estupideces del hombre también. Ilusamente sagitario y él cayeron en una trampa que los había acercado de manera peligrosa y torció su relación de manera irreversible. Y aun con su mente rumiando aquel recuerdo no sabía si fue para mejor o peor.

Eleusis era una ciudad de Grecia, en Ática, al noroeste del centro de Atenas, en la llanura triásica, ribereña del golfo Sarónico, en su extremo norte. Era la sede de la administración de la prefectura de Ática occidental. Donde estaba asentada una pequeña población que albergaba un santuario dedicado a la diosa Deméter y su hija Perséfone, que llegó a adquirir gran importancia por ser la sede de los misterios eleusinos, uno de los mayores cultos de la Grecia. Las cosechas habían estado sufriendo de incendios forestales provocados por la esfinge. Un ser con los cuartos traseros de un león, las alas de un gran pájaro, y el rostro de una mujer. Esa criatura había causado problemas anteriormente en Tebas. «Llegó desde la parte más lejana de Etiopía» para causar el terror en los campos que circundaban la ciudad de Tebas.

Fue enviada por un dios, pero nadie sabía cuál. La mayoría señalaba a la vengativa Hera, opinión que sostenían varios. Señalando que el motivo de la diosa habría sido la impunidad en que los tebanos quedaron tras el rapto y la violación que Layo, rey de Tebas, cometiera en la persona del joven Crisipo. También se mencionaba como que fue enviada por Dioniso y Ares, vinculando las razones de este último al episodio en el que su hijo Dragón fue muerto a manos de Cadmo, el fundador de Tebas. Algunos otros, por su parte, señalaban que la envió Hades. Fuera cual fuera el caso de Tebas, poco y nada les concernía actualmente. El misterio del dios que lo envió quedaría para otra ocasión. Con interés de conseguir el favor de diosa Deméter, se había acordado que los santos de oro se encargarían del problema. Atena había elegido enviar a Ganímedes y Sísifo por ser sus santos con mejor manejo del cosmos. Habían perfeccionado el manejo del hielo y viento respectivamente a diferencia de sus compañeros que aun seguían adaptándose a sus nuevas habilidades.

La Esfinge se asentó en uno de los montes del oeste de la ciudad. Desde ahí se dedicó a asolar la campiña destruyendo las siembras y matando a todos los que no fueran capaces de resolver sus enigmas. Mataba estrangulando a los desafortunados que caían en sus garras. Por culpa suya no se estaban celebrando las fiestas en honor a Deméter y la diosa había encontrado esto problemático. Ganímedes y Sísifo no solían llevarse bien, por lo general se insultaban, golpeaban sin llegar a nada letal o serio y se hacían malas caras cuando tenían que quedarse juntos demasiado tiempo.

No obstante, no podían contar aun con la ayuda de Adonis, pues su sangre venenosa era tan poderosa que si se permanecía demasiado tiempo cerca suyo terminaban desmayados. El rubio aún seguía trabajando en alguna forma de neutralizar su veneno a voluntad de manera que pudiera al menos conversar de frente con los demás sin causarles daño. León aún seguía intentando crear alguna técnica propia. Luego de ver uno de los ataques de Sísifo tenía una ligera idea de lo que quería, pero aún no estaba lista para ser usada en un combate real.

La misión no había resultado tan difícil como esperaban. El polvo de diamantes de acuario y el viento dorado de sagitario hicieron un complemento perfecto para crear un tornado helado que por poco destruye a la esfinge. Ésta había huido de esos dos mortales apremiando su supervivencia por encima de su misión de destruir aquellos campos. Los propios santos estaban sorprendidos por lo fácil que pareció. Mas, le restaron importancia. Ganímedes se había peleado con Afrodita y Sísifo con Eros. Comparado al terrible cosmos proveniente de las divinidades, la esfinge era casi un gato deforme.

Cumplieron lo encomendado, pero decidieron quedarse un poco más por la invitación de un noble que ofreció hospedarlos en su hogar como agradecimiento. Era la persona más rica del lugar y probablemente a la que más afectaba la pérdida del cultivo. Siendo ya demasiado de noche y estando cansados, no rechazaron la oferta. Aquel lugar les hizo sentir como si su sangre de la realeza tirara en reconocimiento.

Espero que mi humilde hogar sea de su agrado ―habló el anfitrión de nombre Basil guiándolos por su enorme casa.

Nos honra su invitación ―respondió Ganímedes caminando con el aire de un principe como lo era de nacimiento.

Nos complace su hospitalidad ―agradeció Sísifo con sus modales de rey caminando con el porte de lo que fue.

No es que desearan ser presuntuosos, pero esa era la educación recibida desde la cuna. Ambos tuvieron años aprendiendo etiqueta, modales y oratoria. El niño superaba a su compañero en cuanto a varios temas como la organización de banquetes, las negociaciones entre nobles y demás peripecias y extravagancias propias de los de alta cuna. Mas no por ello Ganímedes era ignorante. Los dioses también solían ser muy estrictos en cuanto a los modales para referirse a ellos. De primera mano sabía cómo exigían modales de los más altos a quien deseara compartir la mesa con ellos y fallar era motivo de burla. Le era frecuente ver a los amantes mortales de varios de ellos ser el hazmerreír de las deidades por su falta de decoro al probar los alimentos y él jamás se permitió caer a su nivel. En el santuario literalmente comían en el suelo, por lo que sus modales no servían para nada y los azabaches por esa razón se permitían olvidarse de sus propios orígenes. Empero, estar rodeados de lujos, siendo invitados de alguien de alta alcurnia, no podían dejar de mostrar su porte. Había veces en las que les era imposible ocultar quienes fueron. Había hábitos, formas de hablar o caminar muy distintivas de las que ni eran conscientes, pero quienes los veían lo notaban de inmediato.

He mandado a preparar nuestros mejores platillos en honor a ustedes ―habló Basil guiándolos al interior del comedor―. Coman y beban cuanto deseen ―invitó sentándose a la cabeza de la mesa―. Por favor no se preocupen por los utensilios. No espero que guerreros como ustedes sepan de etiqueta ―dijo riendo suavemente en un pobre intento por parecer amigable.

Aquella última frase les hizo enfurecer por dentro. Les acababa de decir que eran unos salvajes de manera indirecta. Un pequeño juego típico de la alta aristocracia y personas de renombre. Insultar haciéndolo ver como si de un favor se tratara para que el invitado no se sintiera ofendido o, mejor dicho, en su ignorancia no entendiera la gracia. Si perdían la compostura sólo le darían la razón sobre ser unos bárbaros, por lo mismo simplemente se sonrieron cómplices. Si quería guerra con ellos, se la darían. A ver si con un poco de suerte le dejaban claro que no iban a dejarse menospreciar tan fácilmente. Hacía mucho tiempo que no asistían a ese tipo de cenas y por un momento temieron que la etiqueta hubiera cambiado durante las décadas en las que no fueron parte del mundo de los mortales. Pero no tenían otra opción más que usar lo que ya sabían y esperar que resultara.

Muchos guerreros que han participado en cruentas batallas han pertenecido a la nobleza ―mencionó Ganímedes probando la bebida de su copa notando el sabor a alcohol mezclado con jugo―. Un rey que no encabeza sus propias batallas no merece ser líder.

Estoy de acuerdo ―secundó Sísifo comiendo un trozo de carne de su plato y tras masticarlo lentamente hasta tragarlo continuo―. Aquellos nacidos para gobernar se hacen notar en todo ambiente. Es más, un requisito para ser un auténtico noble de alta alcurnia es adaptarse correctamente a su campo de batalla, sea en terreno abierto usando una espada o en una mesa con un cuchillo ―apremió alzando su copa probando el contenido con soberbia, pero dándose cuenta que no era jugo proveniente de las frutas solamente.

Oh mis disculpas, ¿son nobles? ―preguntó Basil frotándose las manos nerviosamente―. ¿Puedo preguntar de qué familias?

No ―respondió Ganímedes de manera tajante.

Oh vamos por favor ―insistió el noble viéndolos de manera suplicante―. De haber sabido que estaba tratando con nobles de alta alcurnia habría…

¿Nos habría dado un trato diferente si supiera nuestras familias de procedencia? ―preguntó el santo de acuario viéndolo fríamente.

Oh no, yo sólo… ―intentó remediar.

Le pido de la manera más atenta que detenga esa línea de diálogo ―pidió el niño con sus ojos azules viéndolo con reproche―. Indagar en la vida privada de los invitados es descortés en diversos niveles. Si desea caer en indagaciones de tan mal gusto, le sugiero interactuar con los campesinos ávidos en el chisme.

Las malas lenguas no son difíciles de encontrar estos días ―mencionó Ganímedes levantándose de la silla siendo imitado por su compañero―. Gracias por la cena, pero es momento de retirarnos.

Su hospitalidad es apreciada, pero me temo que rechazaremos su oferta de pasar aquí la noche ―avisó el niño caminando junto a su compañero.

Oh les ruego me disculpen por mi atrevimiento anterior ―suplicó Basil mientras hacía señas a sus sirvientes de traer algo más―. Como muestra de mi arrepentimiento permítanme ofrecerles la ambrosía de la que dispongo ―ofreció mientras los sirvientes retiraban los platos usados en la cena para colocar una bandeja de plata en la que venían con tres de copas y una botella―. Concédanme el honor de brindar con ustedes por su victoria antes de marcharse.

Los sirvientes trajeron en bandeja de plata pulida unas copas y unas botellas que colocaron en la mesa tras retirar los platos con los restos de la cena. Ambos santos miraban todo eso con sospecha. En primera, la ambrosía era la bebida de los dioses, aquella que se decía confería la inmortalidad a quien la ingiriera. Era imposible que cayeran en manos mortales tantas botellas. En segunda, esa insistencia en que lo bebieran también les daba gracia. Le seguirían el juego para ver qué era lo que realmente tramaba. Ambos retornaron a la mesa viendo sus copas llenas. Los santos se rieron por dentro pensando en brindar y largarse. Le dieron gusto de chocar copas y bebieron hasta dejarlas vacías.

Hacía tanto que no probaban vino. Por lo general no eran para consumo diario y se reservaban para los banquetes. Esos eventos a los que ellos ya no pertenecían por dejar de ser nobles. León ni se diga de compartirles del que a veces tomaba por lo estricto que era con ellos. Pese a tener alta experiencia con la bebida y una resistencia envidiable, el castaño les insistía en que sus cuerpos eran demasiado jóvenes para tolerar esa graduación alcohólica. Ganimedes se rio de ello, desde que había resucitado que bebía para ahogar sus penas y estando tantos meses sobrio, debía admitir que lo extrañaba un poco. Además, Basil les rellenaba las copas y les insistía en que bebieran un poco más. No debían quedar mal con el anfitrión, ¿cierto?

Casi se nos termina esta botella. Iré a pedir que traigan otra ―habló el noble retirándose de allí viendo a los dos santos sonrojados con los ojos llorosos por la notable ebriedad―. No tardaré mucho ―avisó saliendo del comedor.

Extrañaba mucho beber. Todos los problemas desaparecen con una buena copa ―dijo acuario arrastrando las palabras mientras bebía de su copa.

Eres un borracho ―se quejó Sísifo mientras reía eufóricamente sin motivo alguno―. Cuando te conocí también andabas ahogado en alcohol.

Eso es porque tú arruinaste mi vida ―acusó señalándolo con el dedo―. Yo era feliz hasta que tú apareciste ―sollozó dando un gran trago.

El imbécil de Zeus los echó del Olimpo por decisión propia ―se defendió el menor dando otro trago mientras su cabeza se movía tambaleando de un lado a otro.

Desde antes de eso me arruinaste ―se quejó el mayor sirviéndose más vino con las manos temblorosas―. Todo por culpa de que no sabes mantener la boca cerrada.

¡¿Eso qué tiene que ver contigo?! ―exigió saber el niño golpeando con las manos la mesa―. ¿A ti en qué te afectaba si insultaba o me burlaba de los dioses?

Cuando… cuando causabas problemas Zeus se ponía de mal humor y se desquitaba golpeándome a mi ―confesó el ex copero con lágrimas en los ojos producto de la falta de inhibición a causa del alcohol―. Él me amaba, me atesoraba y adoraba como nadie, pero desde que te rebelaste contra él hasta hacer el amor dolía ―gimoteó cerrando los ojos mientras bebía directo de la botella―. Yo sólo quiero que me vuelva a amar como cuando nos conocimos.

¡Dirás cuando te raptó! ―gritó Sísifo comenzando a ver rojo por esa confesión―. ¡Es un hijo de puta que no merece que lo ames!

¡Es el amor de mi vida! Nunca nadie va a amarme como él lo hizo, así que no te permitiré hablar mal de él ―defendió Ganímedes viéndolo con furia.

Sólo eras su ramera, ¿no puedes verlo? ―preguntó el infante desesperado por hacerle ver que Zeus no valía la pena.

¿Y tú qué sabes sobre el amor? ―interrogó con aquellos ojos azules viéndolo con desdén―. ¿Alguna vez te has entregado por completo a otra persona?

A mi esposa Anticlea ―respondió sin dudas.

¿La misma esposa que tomaste como si fuera una garantía de tu trato con su padre? ―interrogó Ganímedes con la lengua afilada―. ¿Cuántas cosas no habrá soportado ella por ti? ¿O acaso crees que para ella habrá sido sencillo ser la esposa de un rey impío como tú? Alguien que se manchaba las manos de sangre por codicia, matando viajeros, estafando dioses y teniendo una infamia tal que hasta en el Olimpo sabíamos de ti ―acusó de manera dura―. Ella incluso fue parte de tu treta para engañar dioses, pudieron matarla allí mismo o castigarla si es que no está ahora pagando su pecado por toda la eternidad en el inframundo, mientras tú estás aquí gozando de fama, comida y favores.

Pero yo nunca le fui infiel ni la golpeé ―se defendió de lo único que se sentía moderadamente orgulloso.

¿Puedes jurar sobre su nombre que nunca le habrías puesto la mano encima? ―interrogó Ganimedes acercando su rostro al del menor de manera intimidante―. No me respondas a mí, sino a ti mismo. ¿Puedes asegurar que nunca la habrías lastimado en un mal día? ―cuestionó con su dedo índice presionando su pecho―. Te conozco, Sísifo. Hemos sido compañeros por meses, cuando te enojas arrasas con todo lo que se encuentra en tu camino. ¿Qué hubiera pasado si se daba una de esas situaciones y tu esposa se te acercaba sin saber de tu estado de ánimo? ―El menor sólo pudo responder con un largo silencio―. Eso le sucedía a Zeus. Venía de mal humor y se desquitaba con quien tuviera cerca, pero se disculpaba conmigo y trataba de mejorar. Él me ofrecía grandes banquetes donde bebíamos hasta olvidar todo lo malo.

¡No soy como Zeus! Yo no hago las mismas cosas que él ―negó Sísifo desesperado―. No soy infiel, no golpeaba a mi pareja, no la… usaba. No la engañaba ―susurró.

Y entonces la voz de su consciencia resonó desde el fondo de su mente. Sí que lo hizo. La usó por el poder de su padre buscando crear su reino. No le fue infiel por motivos meramente egoístas, uno por las posibles represalias que le daría su suegro o en el peor de los casos Hermes por faltarle al respeto a su descendencia. En segunda, porque se sabía poco atractivo, por lo cual el único motivo por el que mujeres hermosas lo buscarían sería por sus riquezas y para ver si conseguían sacarle algún hijo ilegitimo con el cual reclamar una herencia. Había engañado a Anticlea fingiendo respeto cuando la realidad era que no quiso darle hijos por llevarle la contra a Autólico, a quien sabía hijo de Hermes. Le gustaba gozar de los beneficios de su poder, pero no ofrecer algo de su parte.

Pensó en que quizás su querida esposa fue desdichada a su lado al no poder engendrar hijos juntos cuando pudieron. Hasta hacia no mucho era ignorante de que Zeus lo maldijo para que no pudiera tener hijos cuando volvió a la vida. Había dictaminado que su semilla no debía permanecer en el mundo queriendo a su vez matar el legado de Prometeo que corría por su sangre. Si no hubiera engañado a su esposa y suegro, podría haberle dado hijos, podría haberla hecho feliz con una familia. Personalmente estuvo satisfecho con esa vida a su lado desde la que tuvo como rey hasta la que tuvo escondido de Thanatos, pero ¿Anticlea fue feliz? Nunca se preocupó por ello y en retrospectiva sentía que había usado su amor por él en su beneficio. No muy distinto a la relación de Zeus con Ganímedes o Afrodita con Adonis, sólo que él no era víctima, sino victimario.

No me extraña que Zeus y tú se odien tanto si son tan parecidos ―rio Ganimedes rellenando su copa antes de beber.

Cállate y dame esa botella ―ordenó el niño sirviéndose más.

Ambos estaban dolidos al recordar sus pasados y cuestionarse sus presentes. Por ello no dudaron en dejar que el alcohol borrara todo rastro de tristeza. Si para ahogar sus penas ellos debían ahogarse en vino que así fuera. Les daba igual. Ya ni sabían si reían o lloraban cantando sus desdichas. Llegados a ese punto en el que ninguno podía siquiera caminar derecho, Basil regresó encontrando a los santos bastante mareados sobre la mesa. Ni se podían sentar derechos. Tal y como supuso, eran demasiado inexpertos con bebidas para adultos. Ordenó a sus guardias atarlos de manos de inmediato y llevarlos a su habitación.

Cuando se enteró de la existencia de los santos de Atena su primer impulso fue contratar sus servicios, mas estos no atendían llamado alguno que no fuera autorizado por su diosa. Había considerado el soborno a cambio del secreto de aquellas extraordinarias habilidades que desafiaban la lógica humana, pero de buena fuente se enteró que eran silenciosos como un sepulcro al respecto. Casi se había rendido sobre obtener sus secretos hasta que los vio. Era tan jóvenes y seguramente poco tolerantes al alcohol que se le ocurrió ordenar que se les agregara vino a sus bebidas. Durante toda la cena lo habían ingerido. Tarde o temprano les pasaría factura. Se había preocupado cuando quisieron irse, pero viendo como ellos mismos consumieron descuidadamente sólo pudo sonreír por su buena suerte.

Tan pequeños e inocentes ―dijo Basil acariciando el rostro de Ganímedes con sus dedos―. ¿Quién diría que un santo podía ser tan hermoso? ―preguntó en voz alta antes de desviar su mirada hacia Sísifo―. Aunque me pregunto ¿cómo se siente tomar la pureza de un ángel?

Basil estaba ansioso y no sabía qué hacer a continuación. Podría ordenar que se los encerrara en un calabozo atados con grilletes y cadenas como los esclavos que compraba, pero eso haría difícil saciar sus deseos carnales por acuario. Desde que lo había visto quedó fascinado con su belleza, la gracia de sus movimientos durante la batalla y aquel inexpresivo rostro. Una máscara libre de emociones a la espera de ser rota. ¿Cómo se vería cuando lo desvirgara? Acariciaba la fantasía de ser el primer hombre en tomar a los santos. Seres puro y castos como la misma diosa Atena. No sabía si lo que más lo excitaba era saberse el primero con tan adorables niños o lo que significaba conseguir someter a los que obraban milagros. Estaba subiéndose a la cama listo para despojarse de sus ropas cuando su esposa Polimnia irrumpió en sus aposentos visiblemente agitada.

¡¿Qué haces aquí, mujer?! ―gritó furioso de ser interrumpido cuando al fin podría saciar sus deseos.

Lamento interrumpir, pero hay un santo dorado en la entrada que ha pedido verte ―dijo ella temblando asustada―. Pregunta por ti. Supo que hemos hospedado a sus compañeros y exige respuestas.

Maldición ―susurró Basil levantándose de la cama con preocupación y rabia―. Deja que me encargue de eso. Tú vigila a estos dos ―ordenó saliendo rápidamente de la habitación pensando en cómo engañar al intruso.

El noble salió apresurado y cuando sus pasos dejaron de oírse, Polimnia buscó un florero y habiendo quitado las plantas que tenía dentro, dejó caer el agua sobre el rostro de los santos. Estos despertaron de inmediato debido al líquido enfriando su piel. Se sacudieron violentamente ante la sensación de ahogo por el agua que ingresó a sus fosas nasales y miraron desorbitados a su alrededor buscando al responsable. La cabeza les dolía mucho y tenían deseos de vomitar. La esposa del anfitrión los miró con pena, sintiéndose horrible por la bajeza que su esposo pretendía cometer contra sus salvadores. Aquellos que fueron enviados a recuperar la prosperidad de la tierra deshaciéndose de la esfinge no podían ser pagados de esa manera. Además, eran tan sólo niños. No podía soportar la idea de no hacer nada por defender la virginidad de unos pequeños cuando podía.

¡¿Qué sucede?! ―interrogó Ganimedes mirando mal a la mujer mientras Sísifo devolvía la cena al borde de la cama.

No hay tiempo para explicaciones ―dijo la fémina mirándolos nerviosa―. Mi esposo ha intentado cometer una aberración contra ustedes. He mentido acerca de la presencia de un compañero de ustedes, pero mi marido pronto descubrirá el engaño. Por favor escapen antes de que lleve a cabo el pecado.

¿Qué nos iba a hacer? ―preguntó Sísifo mirándola confundido aun tambaleándose por efecto del mareo.

Ganímedes lo miró no creyéndolo tan estúpido. Para él era sencillo ver lo que estuvo o estaba a punto de suceder; ambos estaban demasiado borrachos para siquiera estar conscientes de cuando fueron trasladados, los dejaron en una cama matrimonial y sólo faltaba aquel tipo quitándoles la ropa. No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta que iban a violarlos. No le cabía en la cabeza que Sísifo quien tenía diversos siglos de existencia y conocía un sinfín de relatos y cantares sobre dioses y mortales, no dedujera algo tan obvio. Aunque odiara admitirlo, sagitario sabía de la historia de la humanidad como nadie. ¿Cómo no iba a saber sobre estos temas? Polimnia no pudo contenerse y abrazó al niño sollozando con culpa. El pequeño ángel de Atena le resultaba tan puro como incapaz de ver la maldad del mundo que lo rodeaba. Oh cuan imperdonable habría sido quitarles la inocencia a unos santos. Ningún infierno sería suficiente para hacerle pagar por su osadía a su lujurioso esposo.

Lamento tanto esto, no merecemos el favor de santos como ustedes ―gimoteó aun sin soltar al pequeño.

Sísifo por su lado realmente estaba preguntando qué era lo que deseaba realmente aquel noble de ellos. Asumió rápidamente que ese pervertido quería poseer a Ganímedes por ser bonito. Eso explicaba la borrachera y la cama. Hasta ahí tenía todo claro, menos ¿qué hacía él ahí? Acuario y piscis le dejaron claro múltiples veces que él no era bonito ni atractivo para nadie. Cosa que no le importaba demasiado. Le molestaba no entender por qué estaba en esa cama si querían violarse a su compañero. Lo lógica dictaba que él debería estar en algún calabozo y Ganimedes en la cama. No obstante, no dejaba de cuestionarse si eso era todo lo que quería de ellos. Es decir, ¿se tomó tantas molestias con la posible consecuencia de ser maldecido por la vengativa Atena sólo por sexo? Presentía que podría estar deseando algo más y la mujer delante suyo podía tener respuestas a sus preguntas, pero no dejaba de abrazarlo y gimotear. Tan pronto como consiguió soltarse del agarre decidieron escapar por la ventana era una suerte que pudieran llamar a sus armaduras a través del cosmos sin importar la distancia. Con su velocidad sobrehumana estuvieron fuera de esa casa en pocos minutos. Aunque a menos distancia de la esperada tuvieron que detenerse por el dolor de cabeza y estómago.

Nadie se enterará de esto. ¡Nunca! ―sentenció Ganímedes sujetándose la cabeza aun luchando contra la migraña.

Estoy de acuerdo. Sería vergonzoso ―coincidió sagitario.

Si ellos reclamaban lo que estuvo a punto de suceder, se volverían víctimas. Se darían así mismos esa etiqueta y los volvería débiles ante los ojos de los demás. ¿Quién respetaría a unos santos si con sólo emborracharlos quedaban a disposición de lo que desearan? El pudor de saberse responsables del suceso o del casi crimen, los hacía acordar guardarlo como secreto. Ellos sabían del vino en sus bebidas, consumieron mucho más por cuenta propia creyendo poder aguantar y tuvieron que ser salvados por una mujer. No, no, y no. Jamás dejarían que esto llegara a oídos de nadie. Ni de su diosa, sus compañeros ni nadie. Fingirían que todo lo sucedido esa noche era un mal recuerdo que se perdería en sus memorias con el paso del tiempo. Sin embargo, había algo que Sísifo se negaba a olvidar. Ni con todo el alcohol en su sistema era capaz de ignorar su conversación con acuario y Ganímedes tampoco podría ignorar esa caja de pandora que abrió descuidadamente.

Escúchame bien, Sísifo ―pidió acuario mirándolo fijamente―. Mientras seamos compañeros no te dejaré morir. Ni a ti, Adonis ni a León. Eso será hasta que pueda volver con Zeus.

Bien, ahora escúchame tú a mí ―pidió sagitario viéndolo decidido―. Si Zeus viene a buscarte para reclamarte como pareja antes de que yo sea libre, no te dejaré volver con él. Mientras seamos compañeros no te permitiré estar con alguien tan despreciable.

Aquello era un secreto que compartían y protegían de manera recelosa. Sólo se permitían hablar de esas cuestiones entre ellos y eso había causado que el mayor entendimiento de las motivaciones del otro, fuera el combustible para sus enojos. Leían entre líneas las acciones del otro y los sentimientos detrás de sus palabras. Se entendían demasiado bien para su propio bien.

―Es un asunto personal que no te concierne. Es mi vida amorosa, Sísifo ―habló acuario saliéndose de sus memorias.

―Para mí también se volvió un asunto personal porque te pone en peligro ―contraatacó de manera firme.

―No pienses que voy a agradecerte lo que estás haciendo, sólo me estorbas ―reclamó Ganímedes mirándolo con enojo.

―Ódiame si quieres, cúlpame si te hace creer que el imbécil de Zeus alguna vez te amo, pero no puedo comprender porque preferirías volver con él que estar…

―¿Estar dónde? ¿Aquí? ―interrumpió el mayor clavando sus ojos azules en aquellos tan parecidos a los suyos en color―. Lo mismo podría preguntarte yo a ti, ¿por qué anhelas huir de Atena cuando aquí lo tienes todo? ―interrogó estoicamente―. Tienes una nueva vida que se te otorgó, el favor de Atena y sus hermanos, fama como un ángel de la esperanza, el rango más alto como santo por ser el primero en portar una armadura, un padre que te ama y compañeros que darían la vida por ti. ¿Por qué entonces quieres dejarlo todo por un futuro incierto?

―¡No pienso someterme al deseo de los dioses! ―gritó sagitario tercamente―. Ellos sólo nos quieren dóciles y obedientes para que jamás vayamos en su contra.

―Despierta de una vez, Sísifo si ellos quisieran todos estaríamos muertos antes de darnos cuenta ―habló acuario con firmeza sosteniéndole la mirada―. En el momento en que traiciones a nuestra diosa estarás muerto o peor aún. Muchos dioses te odian y no te hacen nada por la bendición de Atena. Sin ella serás destrozado en menos de un parpadeo.

Eso era algo que preocupaba profundamente a Ganímedes pese a su resentimiento contra Sísifo. Una parte de él lo culpaba por ser la causa de los humores de Zeus, pero por otra admitía sólo para sí mismo que sagitario no sabía lo que acontecía en su lecho. Y a juzgar por sus reacciones, quizás de saberlo habría hecho algo. Justo como ahora estaba empeñado tercamente en algún día hacerle pagar a Zeus lo que le hizo. Mas lo veía imposible. En carne propia probó el poder de una deidad enojada. Afrodita lo había dejado más muerto que vivo en su búsqueda por Adonis y no dejaría que sus compañeros pasaran por lo mismo cuando su propio deseo era regresar a sus brazos. Sería derramar sangre en vano.

―Es mejor eso que vivir sometido ―contradijo el infante comenzando a desesperarse por los argumentos que no era capaz de derribar.

―¿Vale más tu orgullo que las personas que dices amar? ―interrogó Ganímedes con una sonrisa irónica―. Me insistes hasta el cansancio en que no vuelva con Zeus, pero ¿para qué? ¿Para quedarme aquí donde mi futuro es incierto? ―interrogó enojado visiblemente―. Ni siquiera tú quieres quedarte. Si obtuvieras la oportunidad de dejar de ser santo, ¿has pensado en lo que será de los demás? ―preguntó genuinamente interesado―. León se hizo santo por protegerte, ¿te irás y lo abandonaras luego de poner su vida en juego por ti? ¿Acaso lo llevarás contigo a vivir una vida oculta como hiciste con tu esposa? ―Sísifo sólo pudo responderle con silencio sin saber qué decir a esas preguntas―. Adonis nos considera sus amigos, ¿has pensado en cómo se sentiría si decides abandonarnos? Ellos no saben cómo piensas e ilusamente creen que somos como una familia o algo parecido, pero yo no, Sísifo. Sé que no debo aferrarme a esto porque es temporal hasta que puedas escapar. Por favor, no me pidas que confíe en algo tan inseguro y de futuro incierto ―finalizó soltando un suspiro mirando hacia otro lado―. Al menos con Zeus sabía qué esperar, contigo no.

Si había algo que el guardián del noveno templo apreciaba de Ganímedes era su inteligencia guiada por la fría lógica y su honestidad. Si había algo negativo en esas virtudes, era esa lengua afilada cuyas palabras apuñalaban su pecho de manera más letal que sus ataques de hielo. Tras eso terminaron de comer en silencio y retornaron a sus respectivas casas, sabiendo que su conversación siempre llegaba a ese mismo punto muerto en el que ninguno deseaba retroceder. Ganímedes no quería a Sísifo metiéndose en sus asuntos, y éste no permitiría que su compañero regresara con el abusivo dios.

CONTINUARÁ…

N/A: Hesíodo llama a la Esfinge «ruina de los cadmeos», aludiendo a los tiempos en que «llegó desde la parte más lejana de Etiopía» para causar el terror en los campos que circundaban la ciudad de Tebas.

Fue enviada por un dios, pero no hay acuerdo sobre cuál. La mayoría de los autores señala que fue la vengativa Hera, opinión que sostienen, entre otros, Apolodoro y el autor del escolio de las Fenicias. Señala este último que el motivo de la diosa habría sido la impunidad en que los tebanos quedaron tras el rapto y la seducción que Layo, rey de Tebas, cometiera en la persona del joven Crisipo. También se menciona como que fue enviada por Dioniso y Ares, vinculando las razones de este último al episodio en el que su hijo Dragón fue muerto a manos de Cadmo, el fundador de Tebas. Eurípides, por su parte, señala que la envió Hades.

La Esfinge se asentó en uno de los montes del oeste de la ciudad de Tebas: el Ficio o el Antedón. Desde ahí se dedicó a asolar la campiña tebana destruyendo las siembras y matando a todos los que no fueran capaces de resolver sus enigmas. Mataba estrangulando, y algunas opiniones refieren que de ahí viene su nombre, ya que cerraba (sphíggein, 'cerrar') el paso del aire a los desafortunados que caían en sus garras.