Cap 18: Desayuno
Estar en penumbras rodeado de personas con las que habías estado a punto de matarte no era un escenario que invitara a dormir. Las tensiones no habían cesado desde que se los metiera a todos allí cual ganado. Quienes iban armados no soltaban sus herramientas ni las perdían de vista. Ojos codiciosos se posaban sobre las espadas ajenas, mientras cuchillos y dagas de corto alcance estaban ocultas entre sus ropas a la espera de una oportunidad para atacar. El hambre comenzó a sentirse en contra de su voluntad superando las náuseas de estar cubiertos de sudor y sangre seca en muchas ocasiones. Una necesidad biológica tan básica no saciada era en parte una ventaja como una tortura. La parte positiva era ayudarles a mantenerse alertas y la negativa sentir el dolor en sus vientres y de cabeza provocado tanto por el hambre como por el insomnio. Varios formaron grupos buscando aumentar sus oportunidades de supervivencia. Intentaban confiar en sus nuevos aliados para poder reposar algunos minutos antes de un cambio de turno con sus compañeros. No sabían qué esperar al día siguiente y en caso de ser otra batalla como la anterior necesitarían fuerzas.
―Esto es de lo peor ―se quejó en voz baja Miles sobándose el estómago con hambre―. De haber sabido que esto pasaría quizás ni siquiera habría venido.
―Al menos tú tienes opción ―habló a su lado el principe manteniendo su espada en el suelo con su mano apoyada en el mango.
―¿Por qué has venido aquí? ―interrogó el de cabellos largos sentándose con la espalda apoyada en la pared.
―Mi padre me envió aquí ―suspiró algo contrariado por el resultado de llegar a ese sitio.
El padre de Tibalt era un rey en una tierra lejana de la que casi nadie hablaba. A comparación de ciudades como Tebas, Grecia o Atenas, la suya apenas si era mencionada y casi como una curiosidad. Un sitio donde paraban los viajeros extraviados. Sólo se llegaba allí por error, casi literalmente. No obstante, su hermano mayor estaba preparado para asumir el trono cuando su padre falleciera, como primogénito era el heredero legítimo y lo entendía. Mas, por eso mismo, él como segundo hijo debía demostrar su valía para su gente y sobre todo ante su padre. No deseaba defraudar la confianza puesta sobre él por su hermano al recomendarlo como alguien digno de ser llamado santo de Atena. Sin embargo, con lo presenciado tenía muchas dudas al respecto de si era un sitio en el que él y su sentido de la justicia pudieran encajar. Si se regían por la ley del más fuerte, acabando con inocentes de ser necesario, no sabía si podría continuar.
―Yo vine aquí buscando una nueva vida ―habló Miles encogiéndose de hombros mientras sonreía con los ojos cerrados―. Ser callejero tiene sus riesgos y esta es una buena oportunidad para ser alguien nuevo ―explicó antes de mirar al hombre de cabellos castaño que acariciaba los cabellos de algunos niños dormidos―. ¿Qué hay de ti, grandulón? Un tipo de tu tamaño, ¿qué podría envidiar a un santo?
―La verdad es que todo les puedo envidiar ―respondió Talos soltando un suspiro―. Mi ciudad natal fue destruida por centauros y si Giles y yo estamos con vida es gracias a Sísifo ―habló con una pequeña sonrisa al recordar ese día.
Desde que era muy joven había admirado con gran fervor al semidios Hércules por su fuerza sobrehumana. Oía las historias de sus hazañas y su valor venciendo a cuanto enemigo se le pusiera enfrente. De niño soñaba con algún día ser igual de poderoso que él, pero lamentablemente se dio cuenta de que sería imposible. Aquella fuerza provenía de su sangre divina, era un don otorgado por la gracia de nacer como hijo de Zeus. No iba a mentir, eso lo desalentó mucho respecto a volverse fuerte. Mas, cuando se dio cuenta de la cantidad de niños huérfanos que eran maltratados constantemente en su ciudad, decidió hacer algo al respecto. Por muy irrelevante que pudiera resultar su ayuda para mejorar al mundo, pese a que ningún cantar hablara de él, quería ser de utilidad. No era raro que personas de poca moral secuestraran huérfanos para usarse de esclavos. Al no tener padres que los protegieran, era sencillo que se los llevaran e hicieran cuanto quisieran con ellos bajo la amenaza de matarlos. ¿Quién reclamaría por un niño muerto desconocido?
Con esa convicción se hizo más fuerte. Entrenaba todos los días levantado objetos pesados logrando una musculatura envidiable. La misma le confirió una apariencia intimidante que logró evitarle muchas peleas. A los niños les bastaba con ocultarse detrás suyo y con eso varios solían desistir de sus intenciones. Creyó que con su fuerza física sería suficiente para salvarlos a todos. Se equivocó, y aquellos centauros fueron quienes le hicieron ver su error. Había conseguido golpear a varios de ellos cuando ingresaron a su hogar para llevarse a los pequeños. Lo intentó, juraba en nombre de los dioses haber hecho todo lo que estaba en su mano por evitar el secuestro, pero falló. Se vieron arreados como si fueran vacas hacia las calles de la ciudad.
Allí fue cuando vio a uno de sus niños ser ejecutado de manera sádica. No deseando que se volviera a repetir ese cruento escenario rogó por la vida de los pequeños, aquellos a su cargo y por la del recién llegado que no paraba de insultar a esos monstruos. No pudo más que maravillarse al descubrir que se podía adquirir la fuerza de obrar milagros como los semidioses, pues sagitario le contó que no poseía un origen divino. Sus padres eran simples mortales. Al principio no le creyó, pero cuando le habló del cosmos, entendió la razón de que un niño al que superaba en tamaño y fuerza, pudiera hacer lo que hombres como él no.
―Espera, ¿ese Sísifo es un niño de cabellos negros, ojos azules y medio gritón malhablado? ―interrogó Miles recordando las pocas características que vio de los dos idiotas desmayados por unas rosas.
―Ja, ja, ja sin dudas es él ―confirmó el mayor riendo afablemente―. Aún recuerdo como insultó a los centauros antes de darles la paliza de su vida.
―¡Venció a decenas de esos monstruos él solo! ―exclamó emocionado Giles―. Nuestra ciudad estaba en llamas, los centauros mataban sin piedad y cuando todo parecía perdido extendió sus alas y nos iluminó a todos con su luz dorada ―relató apasionadamente.
―Ese blasfemo con problemas de ira ―espetó Shanti sentado en la postura del loto con sus manos juntas.
―¿Por qué te cae tan mal? Él te salvó a ti también ―mencionó Giles confundido por la manera en que hablaba del otro niño.
―No me salvó, arruinó mi sufrimiento ―replicó el ciego con molestia―. Sólo a través del dolor podemos acercarnos a los dioses. El dolor nos dignifica y abrazar la tragedia nos hace acercarnos a los dioses y ser capaces de oírlos como yo. Ellos me hablan y me oyen cuando los contactó.
―¿Por eso hablas solo a veces? ―interrogó Talos intentando ser comprensivo y no expresar su escepticismo en su rostro. Aunque siendo ciego ni notaría que cara pondría.
―Puede que no me crean, pero ellos me indicaron que mi destino estaba aquí ―respondió frunciendo el ceño de manera acusadora como si percibiera las caras que le estaban poniendo.
―Como sea, suena exagerado decir que puede acabar con tantos centauros él solo ―intervino Miles al darse cuenta de lo tenso que se estaba poniendo el asunto con el pequeño rubio―. Seguro recibió ayuda y los cantares olvidaron incluirlo. Lo vi caer desmayado por una flor ―bufó decepcionado de que la leyenda inflara tanto el nombre de un niño pequeño.
―Eso explica porque no lo volvimos a ver ―meditó Talos con una mano en la barbilla―. Llegamos a saludarlo antes de ir al coliseo, pero luego de que fuera a ver porque te perseguían no volvió.
―Entonces sí es el mismo niño del que hablamos, el de piscis, Adonis creo que se llama, sí que es impresionante ―habló el de cabellos largos con los ojos brillando de admiración―. Cuando apareció con flores a su alrededor se vio tan galante como todo santo debería ser, su voz era suave y amable, del tipo que te gusta oír susurrarte al oído en la noche ―mencionó con una sonrisa maliciosamente divertida.
―¿Susurrar en la noche? ―preguntó Giles mientras Shanti giraba la cabeza hacia él buscando respuestas.
―Lo entenderán cuando sean mayores ―respondió pasando sus brazos alrededor de los niños para atraerlos a su pecho y apretarlos cariñosamente―. Por ahora están chiquitos e inocentes. Manténganse así ―pidió con una mirada algo triste.
Talos se quedó mirando con cierta ternura como abrazaba a los más pequeños, aunque el invidente claramente intentaba apartarse de éste. Se atrevía a suponer que el otro no había tenido una vida sencilla. Sólo con oírle decir que era "callejero" ya podía especular diversos escenarios. Entre los niños que había a su cuidado se había topado con varias historias poco agradables de rememorar; niños que huían de familiares abusivos, otros huérfanos que debían robar o prostituirse para conseguir algo de comer, otros capturados como esclavos para ser dados como nueva mascota para gente de la nobleza, entre otras tantas historias que prefería no recordar. Pese a sus cortos años de vida, varios habían visto lo peor del mundo. Incluso experimentaban deseos de acabar con sus propias vidas sintiendo esa la única salida para ese sufrimiento perpetuo. A sus ojos ningún infierno podría ser peor al que enfrentaban cada mañana al abrir los ojos. Por lo mismo, le daba mucha pena que Shanti quisiera sufrir. ¿No tenía suficiente padecimiento siendo ciego?
Respecto a Miles no se equivocaba. Su realidad no era nada que Talos no hubiera visto en otros huérfanos. Habiendo crecido en las calles había desarrollado diversos métodos de supervivencia, mismos que sentía se requerirían ahora. Cuando no tienes una casa propia y te encuentras totalmente desprotegido necesitas tener el sueño ligero para prevenir que te roben, violen, maten o todo lo anterior en el peor de los casos. Sólo bastaba con cerrar los ojos para que hubiera quienes creyeran tener una oportunidad. Dormir profundamente era imposible. Quienes lo intentaron tuvieron un descaso eterno directamente. Por todas esas calamidades, es que no deseaba ver a los niños pasando por lo mismo que hacía él. Le gustaba ese brillo de inocencia y curiosidad en sus ojos. Ver a Giles y Shanti sin entender su insinuación sexual hacia el santo de piscis era esperanzador. No sabían mucho de sexo al parecer, con eso podía deducir que no fueron prostitutos. Era desolador ver a pequeños ensuciándose la boca haciendo proposiciones indecentes a los adultos en busca de seducirlos. Él mismo lo había hecho y no se sentía orgulloso de eso.
―Tomaré la primera guardia deberían aprovechar para dormir un poco ―ofreció Tibalt quien había oído la charla de manera estoica.
―Bien, despiértame para ser tu relevo ―pidió Talos acomodándose para tener lo más cerca posible a los más jóvenes.
―Hace mucho que no duermo con un hombre guapo sin que me pague ―bromeó Miles al sentir cómo el mayor lo había apoyado contra su pecho al igual que a Giles y Shanti.
―Con Talos siempre puedes dormir gratis ―mencionó Giles sonriendo pensando en que el mayor siempre fue altruista con ellos.
Existían dueños de esclavos que decían hacerse cargo de los huérfanos o personas sin hogar a cambio de trabajar, cuando la realidad era que los explotaban. Los golpeaban, sobajaban y arrebataban toda dignidad posible por un poco de pan y techo. Por eso varios de los niños que llegaban con Talos tras las malas experiencias comentaban saber robar, trabajar sin llorar o aguantar bien los golpes como presentación en busca de convencerle de dejarlos quedarse. Él jamás les exigió cosa semejante para permitirles estar bajo su protección. No iba a cobrarles a infantes que llegaban en grave estado de desnutrición, golpeados y abusados. No se veía capaz de hacerles algo semejante a pequeños tan vulnerables. Miles por su parte sólo rio un poco al ver al niño no captar su broma. Le revolvió el cabello y le deseó buenas noches. Al menos esperaba que no hubiera incidentes por unas horas. Sin embargo, tras cerrar los ojos descansó un lapso incalculable francamente, sentía que sólo había parpadeado, pero juraba que pasó mucho tiempo.
―¿Te encuentras bien? ―interrogó Talos adormilado al sentirlo sobresaltarse.
―Sí, estoy bien es sólo que no acostumbro a dormir de noche. Las cosas más divertidas suceden en la oscuridad ―susurró bromeando con coquetería.
―No creo que nos dejen dormir de día ―mencionó el mayor levantándose con cuidado―. Creo que ya va tocando cambio de turno.
―Siento haberte despertado ―se disculpó Miles.
―No importa, después de todo…
―Shh ―silenció el de cabellos largos―. ¿Oyes eso? ―preguntó en un susurro.
Ambos se callaron y prestaron atención a los sonidos a su alrededor percatándose de que alguien estaba hablando. Buscaron el origen temiendo que se trataba del inicio de una revuelta a medianoche. En esos momentos la mayoría dormía y un ataque sorpresa sería fulminante. Para su fortuna descubrieron que los murmullos provenían de ese chico llamado Argus al que salvaron en el coliseo. Había sido de los primeros en caer dormido con total despreocupación de los demás. Estaba cansado y nada le impediría visitar el reino de Morfeo. Lo raro era verlo fuera del círculo sentado en una esquina hablando con la pared. A veces alzaba su dedo y dibujaba formas en el aire.
Talos y Miles se miraron entre sí pensando que el pobre había perdido la razón como tantos otros. Hubo quienes gritaron estar siendo perseguidos por los dioses de la muerte, entre otras tantas alucinaciones con horrendos seres queriendo darles muerte. La cruda realidad era la inexistencia de criatura más aborrecible que aquellos en la arena ejecutando a sus congéneres sin piedad alguna. Talos se acercó al jovencito y lo convenció de volver a dormir. Proceso que repitió en Miles, quien parecía inquieto desde que el menor aseguró estar hablando con los aspirantes muertos.
La llegada de la mañana no representó mejoría alguna en el ánimo de los aspirantes. Una noche pasando hambre, sueño y ansiedad los tenía hechos unas fieras. Incluso los más amables y de carácter pacifista estaban alterados sin saber qué los esperaría. Excepto por Pólux y Castor. Ellos se sentían de lo más tranquilos, dado el poder del hermano mayor, la prueba en el coliseo no fue problema alguno. Y con el miedo generado por el hijo de Zeus, tenía seguidores montando guardia por él sin siquiera pedírselos.
No pensaba protegerlos si las cosas se ponían mal para ellos, su única verdadera preocupación era su querido hermano Castor. Con excepción de su gemelo, todos los demás podían morirse si querían. Él había despertado de lo más descansado igual que el menor, motivo por el cual él y su séquito fueron los primeros en salir de allí rumbo al comedor. El lugar era lo suficientemente grande para todos ellos, con mesas dispuestas a lo largo del salón con bancas para sentarse. Se preguntaba quién había acomodado la comida allí, pero poco y nada le importó a la hora de ir a servirse lo suyo. Sin nadie repartiendo los alimentos tomaron cuanto quisieron y se fueron a sentar a una mesa.
―Miren toda esta comida y es sólo nuestra ―habló un sujeto de cabellos ébanos mientras devoraba sin contemplación cuanto pan estuviera a su alcance.
―Deberíamos aprovechar para comer antes de que lleguen los demás ―propuso otro.
―Oye, Polux ¿deberíamos dejarles hacer eso? ―preguntó su gemelo en un susurro―. Podrían terminar iniciando una pelea y nos echaran la culpa.
―¿Qué podrían hacerme? ―interrogó Polux mientras comía despreocupadamente―. Da igual lo que ese santo haya ordenado. A mí me invitó mi media hermana, Atena. ¿Acaso iría contra los deseos de su diosa? ¡Já! Terminarían echándole a él si lo intentara. Eso, si no le doy una paliza primero si intenta castigarme ―presumió el semidiós confiado en ser intocable.
―¡¿Oyeron eso?! ―gritó uno de los espadachines que oyó la charla de los gemelos―. Podemos hacer lo que queramos y no seremos echados del santuario.
―¡Sí! ―vitorearon los demás.
El mayor de los gemelos simplemente les ignoró. Allá ellos si creían que él abogaría por su permanencia allí. Qué hicieran lo que desearan, pero no lo metieran en sus asuntos. Siguió comiendo tranquilamente sentado a la mesa junto a su hermano cuando vieron cómo cada vez llegaban más y más aspirantes hambrientos. Sus autodenominados seguidores con espada en mano habían creado una especie de barrera con la que impedían el paso de cualquiera que deseara servirse algo. Como mucho podían codiciar lo que tenían en frente y recoger lo que con saña le lanzaban al suelo para hacerlos comer como si fueran unos perros. Era humillante, pero ante el hambre hubo quienes aceptaron ponerse de rodillas por recibir un poco de alimento. Sin embargo, esa situación era demasiado inaceptable para alguien como Talos. Al menos quería apelar a la empatía básica y pedir una ración para los más pequeños. Con eso en mente se acercó hasta ellos.
―¿Podrían dejar a los niños comer también? ―preguntó haciendo un gran esfuerzo por mantener aquella orden de no pelear apretando los puños deseando golpearlos.
―¿Por qué? ―preguntó un espadachín riéndose burlescamente―. Aquí se reúnen los mejores guerreros, los mocosos no tienen lugar aquí.
―Nosotros seremos futuros santos, esos niños sólo morirán cuando se presente otra prueba como la de ayer. No tiene caso darle de comer a los muertos.
―¡Eso no tiene ningún sentido! ―reclamó Tibalt desenvainando su espada―. Exijo que se muevan y permitan a los demás comer.
―¿O si no qué? ―interrogó uno de los espadachines mofándose abiertamente. Bebió un gran sorbo de leche y luego de regurgitarlo en su esófago lo escupió sobre los escandalosos―. No pueden hacernos nada.
―¡Sí! Nosotros estamos al servicio del hijo de Zeus. El hermano de Atena nos dijo que podíamos hacer lo que quisiéramos.
―¿Irán en contra de la voluntad de los dioses?
Los gemelos ignoraron por completo el escándalo siendo de su total desinterés lo que hicieran o no. Ellos seguían comiendo como si nada a la espera de los santos o de Atena para que les comunicaran los resultados de la prueba anterior. Hasta esperaban que de una vez iniciaran los entrenamientos. Previendo que algo malo pudiera suceder, Miles se aseguró de mantener a los niños detrás suyo para no exponerlos al peligro. Veía la sed de sangre en la mirada de esos psicópatas y no sería de extrañar que asesinaran a varios para reducir el número de bocas que alimentar y aumentar las porciones para ellos. Empeorando la situación estaba que si ellos contaban con la protección de un familiar de la diosa sería complicado defenderse sin pagar un alto precio después. En su concentración por no perder de vista esas peligrosas espadas, Giles logró escaparse de su supervisión y colocarse al lado de Talos.
―¡Aquí nada de eso importa! ―gritó el niño con fuerza―. La máxima autoridad en este lugar es el ángel de Atena. Nadie es más fuerte que él y si no quieren hacerle enojar será mejor que nos dejen comer.
Giles confiaba en que si le contaba a Sísifo lo sucedido no lo dejaría pasar por alto. No importaba cuanto dijeran que la diosa de la guerra lo permitiría, estaba seguro que de estar presente los pondría en su sitio. Lástima que no sabía dónde estaba o cuándo podría verlo de nuevo. El comentario no les sentó bien a los espadachines, siendo uno de ellos el que respondió intentando cortar al respondón. Empero, fue evitado por Tibalt quien lo bloqueó con su propia espada y mandó a Giles donde el ladrón nuevamente. Dando inicio a una lucha entre los seguidores de Pólux y los hambrientos aspirantes más valientes.
Para mala fortuna del pequeño grupo del principe, sus compañeros estaban desarmados por lo que no tendrían oportunidad contra tantos hombres armados. Talos había usado su gran fuerza para contener lo mejor posible a los atacantes, pero presentaba algunos cortes en su cuerpo. El resto de los presentes sólo miraban sin hacer nada. Carecían de fuerza para luchar por el hambre y el sueño, además de la amenaza que colgaba aun en el aire de ser tomados por herejes. Si desafiar la voluntad del semidios era como desafiar a sus familiares olímpicos, no era buena idea plantarles cara.
―¡Oye! ―gritó alguien sujetando a Miles del cuello―. ¿Te acuerdas de mí? ―preguntó un hombre corpulento mostrando una daga en su mano.
―Me preguntan eso seguido, pero no habrás dejado una buena propina si no te recuerdo ―respondió con ironía intentando no demostrar miedo para no asustar a los pequeños que estaba cuidando.
―¡Por tu culpa casi muero ayer! ¿Y todavía te atreves a burlarte? ―preguntó clavando su arma blanca en el hombro del más joven.
―¡Las peleas están prohibidas, imbécil! ―gritó adolorido aguantando el dolor mientras su ropa se ponía húmeda por la sangre.
―Pero si no estamos peleando ―dijo mientras retiraba la daga y lamía la sangre que la manchaba―. Mi daga se resbaló en tu hombro, pero si quieres atacarme e iniciar una pelea para que te maten los santos…
Miles gruñó ante esa amenaza, podría enfrascarse en una pelea con ese sujeto para terminar malherido o muerto nada más. Él no sabía pelear, lo suyo era robar y huir. Sin embargo, al hacerlo dejaría a los pequeños totalmente desprotegidos. No recordaba a ese tipo, el día anterior pateó, empujó, evadió y molestó a muchos mientras rescataba niños, podría ser cualquiera. Si el odio del sujeto por él era grande al momento de huir lo perseguiría, pero algún otro demente podría atacar a los niños. En caso de que saliera huyendo y este tipo no lo siguiera podría quedarse matando a esos niños que contaban con él. Talos y Tibalt le confiaron cuidar de ellos mientras se enfrentaban a los sujetos delante de ellos. ¿Ni siquiera podía cumplir con vigilar a unos infantes sin arruinarlo? "Tal vez sólo soy eso, un simple ladrón que apenas puede con su vida y jamás será digno de la confianza de nadie. No puedo ni cuidar de mí mismo ¿y pretendía volverme un santo?". Pensó pesimistamente al ver al sujeto preparándose para volver a herirlo.
―¡Déjalo tranquilo! ―gritó Giles dándole una patada en la espinilla.
―¡Maldito, niño! ―se quejó el hombre con dolor.
Aprovechando la distracción, Miles se soltó de su agarre y lo tacleó con todo el peso de su cuerpo. Sujetó al infante y lo abrazó con fuerza esperando poder protegerlo del siguiente ataque. Pensaba y pensaba buscando una salida rápida u oportuna, pero nada parecía ocurrírsele. Además de que claramente nadie les tendería una mano y quienes estarían dispuestos a hacerlo no podían. Talos tenía algunos cortes sangrantes en sus brazos y el principe estaba rodeado de espadas listas para cortarlo. Lo atacaban uno por uno divirtiéndose prologando su sufrimiento viendo como poco a poco se estaba cansando. Pese a ser habilidoso, tenía poco espacio y eso era un grave problema a remediar. El ladrón se sentía estúpido por su pobre defensa para los chicos a sus espaldas. El invidente al menos era sujetado de la mano por Argus para que no se perdiera del grupo, pero de nada servía estar juntos si el demente con la daga comenzaba a atormentarlos. Tal vez eso no sería calificado como una pelea, después de todo, no conocía la justicia de los santos. Si el día de ayer permitieron la muerte de tantos, seguramente esto ni les importaría.
―Tendré que cortarlos a todos, pero descuiden, tal vez no mueran ―expresó con la daga en alto.
―¡Sísifo! ―llamó Giles en su desesperación y miedo.
Repentinamente el sujetó delante de ellos salió volando por los aires. Delante de sus ojos había una cinta roja ondeando hacia abajo junto a unos cabellos oscuros como la noche. Sagitario apenas estaba entrando al comedor junto a su compañero cuando oyó el grito. De inmediato buscó el origen y como era su costumbre, golpeó primero. Con ese tipo sujetándose la cara adolorida en el suelo procedió a observar preocupado al niño.
―¿Qué está sucediendo? ―interrogó Sísifo con seriedad.
―¡Ellos no nos dejan comer! ―respondió Giles señalando con su dedo la mesa donde estaban los gemelos y cerca de ellos al menos dos docenas de espadachines―. El santo de Leo nos dijo ayer que no podíamos pelear o seríamos expulsados, pero ellos no nos dejan acercarnos. Dicen que ir contra ellos es ir contra Atena y hasta Zeus ―explicó rápidamente consiguiendo claramente el enojo del santo frente a él.
―¡Muy bien al montón de cerdos allí reunidos! ―llamó dándole la espalda a Miles y los demás niños viendo con indignación como tenían rodeado al principe que vio el día de ayer y las heridas de Talos―. Les daré la oportunidad de retirarse por las buenas, háganlo ahora o los aplastaré como las asquerosas cucarachas a las que se asemejan ―amenazó recibiendo risas y burlas.
―¡Ese golpe me dolió! ―gritó el sujeto al que había golpeado anteriormente corriendo hacia Sísifo para matarlo.
―¿No te enseñaron que es de mala educación interrumpir a alguien cuando está hablando? ―interrogó esquivando su ataque para capturar su muñeca y tras girar sobre su propio eje lo mandó a volar directamente hacia donde estaban los acaparadores―. Es una pena que el sitio donde está la comida se haya echado a perder, ese vulgar cosmos y despojos de personas actuando como animales o rameras quitan el hambre a cualquiera ―se quejó el infante.
―¡Mátenlo! ―gritó uno corriendo hacia él con espada en mano.
―¡Hey, Ganímedes! ―gritó repentinamente sin perder de vista a los que le atacaban―. Quiero dejar constancia de que yo di el primer golpe y por tanto todo lo que suceda a partir de ahora es mi responsabilidad ―ordenó sonriendo despreocupado.
Tras aquella afirmación los enojados hombres fueron en fila hacia el menor, quien no desaprovechó esa pésima estrategia. Estar así le daba mucha facilidad para golpearlos. Podían ser hombres de gran tamaño, pero sin cosmos, no le suponían ningún problema. Le bastaba con esquivar grácilmente moviéndose en zigzag propinándoles un golpe al hígado que los dejaba en el suelo doblados por el dolor. De seguir así sería increíblemente sencillo terminar con todos. Mas, al darse cuenta de esto, decidieron atacarlo al mismo tiempo para ponerle fin al niño que estaba derrotándolos con vergonzosa facilidad. Formaron un círculo igual al que usaron para rodear a Tibalt, manteniendo espadas en alto para cortarlo. Estando rodeado era imposible prever quien daría el primer golpe ni quien el siguiente, con eso en mente estaban alistándose. Sin embargo, alguien ingresó en aquella rueda mortal de un salto mortal que pasó por encima de sus cabezas y pegó su espalda a la de Sísifo.
―¿Haciendo un calentamiento antes de desayunar? ―preguntó divertido sagitario.
―Dijiste que cargarías con toda la responsabilidad ―respondió Ganímedes cruzado de brazos con los ojos cerrados.
―¡Ataquen todos al mismo tiempo! ―ordenó uno de los espadachines.
Los presentes observaron con horror la próxima ejecución mientras Miles intentaba taparles los ojos a Giles y Shanti para que no vieran lo que sucedería. Estaba tan absorto en lo que sucedería que se le olvidó la ceguera del segundo. Sin embargo, a los santos les dio igual. Esos idiotas no sabían contra quienes se estaban enfrentando y no los culpaban del todo, siendo que ellos estaban vestidos con sus túnicas de siempre. Ninguno portaba su armadura, pero no la necesitaban para convocar su cosmos. Ganímedes usó su polvo de diamantes para enfriar el aire a su alrededor mientras Sísifo lo puso en movimiento con su viento dorado. Como resultado crearon un pequeño tornado helado alrededor de ellos que congeló las espadas con las que pretendían cortarlos. El frío extremo las había vuelto menos flexibles y más frágiles, haciendo que a acuario le bastara con sujetar a su compañero por el abdomen y hacerlo girar a gran velocidad para que sus patadas rompieran las hojas de aquellas armas.
―¡Es imposible! ―exclamó uno de los espadachines sujetando el mango de su espada rota―. Está forjada con el mejor de los metales, es imposible romperla.
―¿Ya quieren rendirse? ―preguntó el niño de la cinta roja.
―¡Les superamos en número podemos con nuestros puños! ―gritó alguien tercamente.
―Absurdo ―bufó Ganímedes mientras arrojaba por los aires a su compañero.
Sin su armadura a Sísifo le tomaba más cosmos y concentración mantenerse en el aire, por lo mismo, acuario lo mandó a volar con su propia fuerza. Aprovechando la atracción de gravedad, sagitario le dio una patada en la nuca a uno de aquellos sujetos que los superaba en altura por tener aproximadamente dos metros. Ganímedes se limitó a moverse esquivando el enorme peso muerto que caía hacia él, dando como resultado que aplastara a unos dos o tres tipos cerca suyo. Otro había pensado que era buen momento atacar a Sísifo mientras estaba cayendo hacia el suelo, pues no conseguiría moverse correctamente para esquivarlo. Con lo que no contaba era con acuario atrapándolo por la cintura y en un movimiento elegante como el de una danza de alta alcurnia, dio un giro de 360º dándole una fuerte patada en el rostro al atacante arrojándolo sobre otro. Había dejado su espalda descubierta, pero sin preocupación alguna gracias a que soltó a sagitario en mitad del giro. Éste se lanzó al ataque y repartiendo algunos puñetazos en sitios específicos que los dejó fuera de combate. Pese a haber empezado con un par de docenas de esos engreídos intentando atacarlos, al verse reducidos de números los que aún estaban de pie corrieron hacia Pólux en busca de protección.
―¡Diles que retrocedan! ―suplicó un espadachín de rodillas frente a los gemelos.
―No es asunto mío ―respondió el mayor cerrando los ojos con aburrimiento.
―Más les vale irse moviendo, rápido ―ordenó Sísifo frunciendo el ceño―. Va para todos, incluyéndote a ti, el del cosmos desagradable ―señaló con desdén a Pólux.
―¿Sabes con quién estás hablando? ―interrogó el aludido viéndolo con soberbia.
―¿Me ves cara de que me importe? ―cuestionó chocando las palmas de sus manos aplaudiendo―. Rápido, muévete, idiota.
―No toleraré que me faltes al respeto, soy Pólux hijo del rey del Olimpo Zeus y hermano de la regente de este lugar ―se presentó con prepotencia viéndolo con una media sonrisa esperando los ruegos y súplicas por piedad―. Si te pones de rodillas y me ruegas perdón tal vez acepte no castigarte.
―¡Ja, ja, ja! ―estalló a carcajadas el niño sujetándose el vientre sin poder contenerse―. ¿Eres el que nació de un huevo? ―preguntó riéndose aún más fuerte―. Aww es un polluelo. ¿Quién lo diría? Ese filosofo al que creíamos loco tenía razón: si a una gallina le quitas las plumas se hace hombre ―se burló con sus carcajadas aun constantes.
―Sísifo ―llamó acuario intentando hacerle ver lo maleducado que estaba siendo.
―¡Es el hijo de la de gustos raritos! ―exclamó sagitario señalando con burla al aludido―. El degenerado y estúpido Zeus debe tener una suerte fatal con las mujeres si a Leda le dio por fornicar con un cisne, pero no con él. O sólo es una…
―¡Cállate! ―interrumpió Pólux con rabia.
Había tolerado esas risas no por benevolencia, sino porque no se creía que existiera en el mundo alguien capaz o, mejor dicho, lo suficientemente estúpido, de burlarse de un dios como su padre. No obstante, cuando las burlas y risas hacia sus progenitores no hacían más que aumentar, su ira estalló. Quería golpear esa estúpida carita sonriente y dejarlo llorando hasta rogarle perdón. Su ataque sorpresa fue esquivado por el de cabellos oscuros, haciendo que su puño cerrado impactara directamente en el suelo. Las baldosas se agrietaron en un gran círculo que a cualquiera habría asustado. El rubio volteó a verle la cara esperando presenciar muecas de terror por lo que pudo ser su cabeza. Sin embargo, lo encontró sonriéndole maliciosamente. Con diversión incluso, como si su ataque no hubiera significado nada para él.
―Ay, herí los sentimientos del pollito ―bromeó Sísifo riendo abiertamente a su costa.
El rubio gruñó sintiendo su sangre hervir. Esa maldita sonrisa lo volvería loco, no paraba de hablar y seguía provocándolo como si nada. Iba a aplastar a ese maldito niño contra el suelo y se aseguraría que su sangre salpicara por todos lados por haber ofendido a sus padres. Semejante falta de respeto era merecedora de la muerte. Seguramente Atena le perdonaría considerando que Zeus era padre de ambos y semejante hereje no merecía seguir respirando. Intentó golpearlo, pero terminaba abanicando el aire. Quiso hacer una combinación de golpes intercalando el uso de la derecha y la izquierda fallando por la diferencia de altura supuso, porque tenía que apuntar más debajo de lo normal. Culpa de esa diferencia de treinta centímetros entre ambos. Probó pateándolo, pero igualmente le estaba esquivando sin problemas. Era como si supiera que lo que pretendía hacer antes de siquiera concretarlo.
Realmente la mayor experiencia de Sísifo en cuanto a ser golpeado por alguien con superioridad de tamaño era basta. Desde Thanatos en el inframundo hasta centauros, incluso podía mencionar a León cuando entrenaban. Fácilmente todo mundo le superaba en altura y tamaño. Mas, la experiencia le hacía bueno leyendo patrones, estilos de pelea y carácter, era capaz de verlo con un poco de meticuloso estudio de observación. Mientras Pólux más atacaba, más le estaba enseñando a sagitario como ponerle fin. Cuando el niño se aburrió de esquivarlo y supuso que había tenido suficiente le dio un golpe desde abajo directo en la barbilla. Por experiencia sabía que ese sitio provocaba un entumecimiento que dejaba las piernas hechas gelatina y con dificultad para coordinar. Mas no era suficiente, su puñetazo lo había elevado en el aire por lo cual dio un salto y con un mortal le dio una patada directo en el vientre que lo mandó al suelo. Aun no perdía la consciencia, pero dudaba pudiera levantarse después de eso.
―Esto te enseñara a ser más respetuoso con tus mayores, pollito ―se burló Sísifo mientras sonreía con la mano en su cintura.
―No… sabes quién… soy yo… ―gimió adolorido desde el suelo viéndolo con odio―. No te saldrás con la tuya luego de burlarte del todopoderoso Zeus.
―Tu padre es muchas cosas, pero ¿todopoderoso? ―interrogó retomando sus risas burlonas―. Ese depravado, inútil y estúpido dios no me da miedo. ¿Qué me hará si se entera? ―preguntó poniendo una mueca dramática―. Oh momento, ellos tienen omnisciencia. ¡Hey, Zeus mira como dejé a tu pollito! ―gritó mirando hacia el techo―. Anda, ven a matarme o castigarme por toda la eternidad por hacer llorar a uno de tus consentidos hijitos ―exclamó burlón antes de mirar a su alrededor―. Quién lo diría, no sucedió nada ―comentó acercándose hasta el semidios para palmearle la cabeza como si estuviera felicitando una mascota―. Sé un buen pollito y deja de buscar problemas.
La furia bullía dentro del cuerpo del semidios al verse humillado por un simple niño. Por sus venas no parecía correr sangre sino lava quemando todo a su paso por el propio odio en su ser buscando liberarse. Su cosmos había comenzado a crecer más y más, mientras sus ojos sólo venían un único objetivo al que darle muerte. Acuario tuvo un mal presentimiento ante esto. Conocía bien a Zeus, para su desgracia la faceta de "los destruiré a todos por mi enojo" no le era un misterio. En el Olimpo, solía apaciguar un poco a Zeus para que no arremetiera contra él con demasiada fuerza seduciéndolo, pero a cambio hacer el amor se tornaba doloroso. Dejaba profundas marcas de sus manos en su piel y moratones, así como mordidas por todos lados. Sin ese escape, lo más probable es que el semidios buscara saciar su sed de sangre con violencia por lo que decidió intervenir.
Usando su cosmos gélido como mediador intentó enfriar los de esos dos. Pese a la sonrisa con la que había combatido, acuario sabía que el cosmos de Sísifo estaba muy alterado. No sabía si se debía a la indignación por lo que había presenciado o por estar frente a un hijo de Zeus. Sin importar el caso debía evitar que esos dos siguieran provocándose mutuamente.
―Sísifo ya ―pidió el santo de acuario viéndolo fijamente.
―¿Qué? ―preguntó tercamente el infante dorado viéndolo con el ceño fruncido―. Si quiere ir a llorarle a su papi para que venga a castigarme porque le pegué, mejor para mí. ¡Qué venga! Tengo un par de cosas que decirle al desgraciado ―exclamó aun ansioso queriendo pelear.
―Por favor ―pidió Ganímedes viéndolo con un rostro estoico, pero en sus ojos se veía la súplica porque parara.
―Te odio ―se quejó Sísifo con un puchero al tener muy en claro que lo estaba manipulando emocionalmente, pero le funcionó, por lo cual terminó alejándose de Pólux.
Sagitario había sentido su cosmos crecer a pasos agigantados y estaba más que dispuesto a una segunda ronda. No le temía al cosmos divino, menos aún a uno diluido por su mezcla con sangre mortal. Su sentido de supervivencia estaba apagado desde el momento en que se dio cuenta que ese rubio tenía aproximadamente dieciséis años, y los inmortales habían sido expulsados hacia sólo dos años. Sacando cuentas rápidamente se podía notar que ese niño fue concebido mientras Ganímedes era amante de Zeus. Ese maldito dios le era infiel a su esposa y a su amante predilecto en sus caras y presumía con orgullo los hijos que dejó regados en la Tierra. Le irritaba de sobremanera pensar en cómo Zeus destruyó la vida de Ganímedes y no era capaz de cuidarlo apropiadamente siquiera.
Por mucho que acuario dijera que su vida anterior no valía la pena porque su padre lo vendió a Zeus, él dudaba. No se había interesado demasiado en su historia en el pasado, pero recordaba al rey enviar diversas tropas en búsqueda de Ganímedes, varios terminando muertos y yendo a parar al inframundo donde él moraba. ¿Cómo podía creer que de buenas a primeras cambió a su hijo por caballos cuando varias vidas se perdieron queriendo regresarlo a su hogar? Algo andaba mal, pero no tenía pruebas de nada y para colmo eso sucedió hace tanto tiempo que los protagonistas del suceso estaban más que muertos.
―Si haces algo estúpido te mataré yo mismo, Sísifo ―advirtió el dorado de hielo viéndolo seriamente.
―Asegúrate de matarme de manera suave para que Thanatos venga a buscarme y pueda reírme en su cara antes de burlarme de Hades en el inframundo ―pidió sonriendo divertido.
La charla entre ellos se vio interrumpida por la llegada de alguien más al lugar y no se le veía feliz con tanta destrucción a su alrededor.
CONTINUARÁ...
N/A: El filósofo mencionado por Sísifo es Diógenes: «A poco de haber expuesto Platón en la Academia su teoría de que el hombre es un bípedo implume, se presentó allí Diógenes casi en cueros con un gallo desplumado, que arrojó en medio de la Academia, gritando: —Ese es el hombre de Platón.
