Cap 46: Montaña Jandara
La presencia de la diosa de la Luna era algo de temer. No sabían qué es lo que estaba pensando en esos momentos y su fría expresión dejaba ver únicamente desagrado. Ella había adoptado la costumbre de pasear de noche por el santuario de su hermana. Atena lo había permitido. Dio ese beneficio a los dioses gemelos por igual, debido a que solían compartir todo y si uno recibía algo que el otro no, se ponían celosos. La diosa de la caza entonces obtuvo una libertad similar a la del pelirrojo. Sólo que ella no era capaz de sanar hábilmente y en varias ocasiones se vio tentada a usar su cosmos para restaurar el de su discípulo. Pues eso sí era algo dentro de sus capacidades, pero no de lo permitido. Se recordaba una y otra vez que eso era algo que ni Apolo había realizado y ella menos aún debería de hacerlo.
Como buena diosa virgen no confiaba en los hombres. Le seguían pareciendo sucios y desagradables. Así que cuando vio a dos aspirantes especialmente insistentes en rondar de noche por la enfermería, no dudó en tensar su arco y preparar una flecha para cualquier movimiento extraño que hicieran. No era raro que las doncellas, —fueran del origen que fueran; ricas, pobres, nobles, plebeyas, etc—, al estar vulnerables fueran violentadas sexualmente por algún oportunista. Y los hombres jóvenes no eran una excepción. Pese a no tenerles aprecio alguno debido a su género, no era ajena a las historias sobre niños y adolescentes siendo tomados a la fuerza. Su estúpido discípulo tenía la culpa por seducir a los hombres. Tendría que castigarlo severamente para corregir esa actitud desvergonzada de su parte al tentar a sus pupilos. No obstante, mantener a raya a esos salvajes era algo que tenía permitido y en lo cual podía lucir sus habilidades de cazadora.
Su medio hermano, compartía sangre con Hércules. Ambos eran semidioses libidinosos en los que no confiaba. Es más, Artemisa juró y perjuro que Pólux traicionaría a sagitario. Ahora que este último no se podía defender, el rubio podría aprovechar y hacer lo que quisiera con él y nadie desconfiaría de su palabra. Después de todo, había logrado hacerse de buena fama en el santuario como el mártir que lo dio todo de sí para que el Ángel de Atena les salvara de una muerte inminente. La situación era parecida a la anterior vivida, con la diferencia de que esta vez, Pólux era el "noble y abnegado héroe". Los mortales no aprendían de sus errores y cambiaban tan rápido de opinión que la cazadora no podía evitar sentirse inquieta al respecto.
Por lo mismo estuvo atenta a lo que acontecía en el santuario durante las noches. Así fue como se dio cuenta que esos dos buitres iban en dirección a la salida del santuario. ¿Planeaban traicionar a su hermana? Si ese era el caso estarían más que muertos por su mano antes de dar un pie fuera de aquel recinto sagrado. Vio a su medio hermano moviéndose entre las sombras como si acechara. Pólux, quien era más astuto que los otros tres aspirantes, los estuvo vigilando de forma silenciosa mientras los seguía. No tenía idea de dónde se encontraba esa agua milagrosa. Y preguntarle a Apolo resultó en una propuesta indecente de ofrecer su cuerpo a cambio de la información. No estaba tan desesperado como para llegar a eso. Menos aun cuando la solución más sencilla sería seguir a los otros interesados para averiguar la localización del agua. Pues tampoco le daría el gusto a ese borreguito de burlarse por interesarse en sanar a sagitario.
La diosa oyó la conversación que sostenían los prófugos. Recordó que conocía bien aquel sitio. Era uno de los lugares más efectivos para poner a prueba las habilidades de un cazador. Incluso había llevado allí a Sísifo cuando quiso evaluar sus habilidades de arquería. La cantidad de criaturas extrañas, gigantes y venenosas eran ideales cuando se quería demostrar fuerza, destreza y disciplina. Empero, no le parecía que esos tres, cuatro si contaba al semidiós, pudieran llegar a tiempo. El viaje sería largo y les podría tomar incluso meses. ¿Sísifo podría aguantar tanto? ¿Y si esos inútiles se morían sin siquiera llegar a la montaña? Se sintió contrariada sobre si intervenir o no, pero no le veía nada de malo a darles un aventón. Después de todo ella no sanaría a Sísifo, no se la podría culpar de conseguirle un agua mágica prolongar su vida y podría excusarse en que sólo los dejó al pie de la montaña. Nada más y nada menos.
—Diosa Artemisa —dijeron los aspirantes postrándose de inmediato ante sus pies cuando se manifestó delante de ellos.
—Levanten la cabeza, sucios mortales —ordenó la rubia sin cambiar su expresión enojada—. ¿Pretendían traicionar al santuario huyendo a mitad de la noche? —preguntó frunciendo el ceño.
Pese a conocer la verdadera respuesta quería poner a prueba su determinación. Aquel sitio no era para que cualquiera hiciera excursiones. Sus vidas estarían en juego y no pensaba hacer uso de un sólo gramo de su poder si no volvían de manera exitosa con la cura para sagitario. Poco y nada le importaba si ellos volvían, lo relevante era si traían o no el agua y pobre de ellos si se atrevían a volver a mostrar sus caras en el santuario si fallaban. Aunque intentar huir de su castigo tampoco era una opción, pues los perseguiría hasta darles alcance si incumplían con su palabra.
—No deseábamos traicionar a la diosa Atena —aclaró rápidamente el más joven del grupo—. Queremos salvar a Sísifo —respondió Giles alzando la mirada hacia ella—. Por favor no le diga nada a la diosa Atena —suplicó con los ojitos llorosos.
—¿Crees poder realizar semejante hazaña? —interrogó la rubia de manera severa—. Tú que sólo eres un cachorro hombre.
—Lo haré. Lo tengo decidido —prometió el pequeño blondo sin ningún atisbo de duda.
—Podrían morir —les recordó la rubia sin encontrar ninguna reacción de miedo en los mortales.
—Estoy preparado para dar mi vida protegiendo a estos dos con tal de que traigan el agua —expresó Tibalt de manera temeraria.
"Buitre, pero al menos posee algo de agallas". Pensó Artemisa observando al príncipe.
—Si ese es el caso los llevaré a la montaña Jandara —declaró ella con calma.
—¡¿En serio?!—gritaron los aspirantes con sorpresa.
Era un feliz, aunque inesperado, ofrecimiento. Debieron intuir que los dioses tenían sus reglas y obligaciones impidiendo meter mano al asunto, pero podían escabullirse por grietas legales. La diosa de la luna no soltaría tan fácilmente a su discípulo. Aun no se había ganado el derecho a largarse al inframundo para tener su descanso eterno. Su lugar seguía siendo en la tierra donde ella pudiera verlo.
—Pero el dios Apolo dijo que nadie puede teletransportarse allí —mencionó Giles con dudas—. Dijo que ni siquiera los dioses pueden entrar con sus poderes —repitió el rubio con preocupación.
—Y eso es verdad —confirmó Artemisa de manera solemne como siempre—. No puedo llevarlos al interior de la montaña, pero sí a las faldas de esta. Desde allí estarán por su cuenta.
—Entonces vamos —afirmó Miles animadamente.
—¿Qué hay de ti, Pólux? —cuestionó la diosa sin siquiera voltearse a verlo—. ¿Irás con ellos? Te advierto que sólo realizaré un único viaje.
El semidiós dio un respingo en su sitio al saberse descubierto por su media hermana. Maldijo la omnisciencia de los dioses que todo lo podían ver. Por un momento pensó en huir de allí antes de que los tres aspirantes pudieran verlo y corroborar las palabras de la rubia. Mas, en vista de que afirmó que sólo realizaría un único viaje sería mejor aprovechar su buena voluntad. Salió de su escondite relevándose ante los otros.
—¿Qué haces aquí, toca niños? —cuestionó Miles señalándolo con el dedo índice.
—Sabía que te importaba Sísifo —afirmó Giles con una gran sonrisa llena de emoción.
Tibalt por su lado se limitó a guardar silencio sobre la presencia del aspirante de géminis. Pese a que ambos fueran príncipes, no tenía ningún motivo para cambiar su opinión sobre el otro. Le parecía que le faltaba mucha disciplina y empatía por los más débiles. Apenas si se movía para ayudar a su gemelo Castor y recientemente a Sísifo, pero fuera de ellos dos no había nadie a quien le tendiera la mano. Por lo mismo asumió que cualquier disculpa que quisiera darle por lo acontecido no sería bien recibida. Además, no deseaba ser un mentiroso. La imagen que tenía del rubio seguía siendo igual a la de antes.
—No me interesa ese enano, pero si se muere nunca podré ajustar cuentas con él —declaró Pólux con seriedad mientras mostraba fingido desinterés.
—¿Ajustar cuentas? —interrogó Artemisa mientras lo miraba con reproche—. ¿Es así como le dices a desear copular con el ángel de Atena? —cuestionó de manera acusatoria—. Realmente eres un desvergonzado si piensas hacerlo caer en los inmorales placeres carnales.
—¡No tengo ese tipo de deseos hacia él! —gritó el semidiós fastidiado de que lo siguieran creyendo similar a Hércules en cuanto a su gusto por los niños—. Ni que fuera como ese principito de cuarta que va todas las noches a la enfermería a verlo cuando cree que está solo.
—¿Tú cómo sabes eso? —interrogó Tibalt sin siquiera negar que realizaba dicha actividad.
Es más, si Sísifo se enteraba al despertar se lo confirmaría cara a cara. Le haría saber cuánto tiempo esperó por él y aguardó su regreso con esperanza.
—No desvíes la atención de tu incesante acoso —señaló el hijo de Zeus molesto de que ni siquiera se inmutará por la acusación.
—No es acoso —se defendió con un rostro indiferente.
—Sí claro, sólo lo "estabas cuidado" —acusó Pólux sin creerse sus palabras.
—¡Suficiente los dos! —gritó Artemisa con molestia—. No puedo creer que ese estafador me haya visto la cara. Pensé que Sísifo era un poco más decente, pero veo que disfruta de comportarse como una ramera igual a Afrodita.
—¿Disculpe? —preguntó Miles alzando una ceja—. Él está literalmente dormido, es decir, haciendo nada —defendió haciendo un esfuerzo por modular su voz.
No quería ser grosero y terminar maldecido por la diosa, pero tampoco podía hacerse el ciego respecto a la acusación. Sagitario no tenía la culpa de lo que esos dos cabezas huecas hicieran. Es más, ni siquiera sabía acerca de todo lo que estaba ocurriendo.
—Hablo de antes —aclaró la cazadora con una mueca de decepción—. Se dedicó a seducir a varios hombres y mujeres. Pensé que era firme sobre su celibato, pero tras el beso que le dio a Pólux, veo que sí tiene deseos carnales —explicó viendo al mencionado como si deseara matarlo con la mirada.
—¿Y eso tendría algo de malo? —preguntó Miles sin entender el motivo del enojo.
—Cuando despierte puede olvidarse de que es mi discípulo —informó ella con una mueca indignada—. Por estas cosas sólo entreno a mujeres vírgenes.
—Yo creo que estás enamorada de Sísifo —mencionó Pólux con una sonrisa burlona—. Como no puedes fornicar por tus votos de castidad quieres evitar que otros se diviertan —agregó maliciosamente.
—Será mejor que cuides tus comentarios o me aseguraré de que la pases realmente mal —ordenó la deidad con un tono amenazante en su voz—. Cuido a mi discípulo como a cualquiera de mis chicas, pero no deja de ser un hombre como cualquier otro —afirmó con remarcado desprecio.
—Si tanto te molesta Sísifo, ¿por qué quieres salvarlo? —interrogó Pólux apretando los puños, claramente molesto por lo que estaba oyendo de la boca de su media hermana.
—Me debe un favor —respondió Artemisa de manera concisa—. Él se ofreció así mismo a cambio de mi ayuda para rescatar a la ramera de piscis de las garras de Afrodita —relató rememorando un poco cómo comenzó su relación—. Aún no he usado el favor que me debe y su vida me pertenece hasta que me lo cobre —declaró de manera firme y amenazante como si estuviera marcando territorio.
La diosa cazadora detestaba que se asumieran ese tipo de cosas respecto a sus sentimientos. Ella seguía sosteniendo que los amores de su vida fueron su fiel amiga e Hipólito. En ambos casos fue meramente platónico. Sin ninguna interacción sexual o sucia de por medio. A su medio hermano esos motivos sonaban a excusas. Pólux no creía que alguien fuera tan lejos por tan poco. "Aunque viendo al principito…". Pensó observando a Tibalt quien insistía en dar su vida por el bienestar de Sísifo. Eso le molestaba. Era irritante verle hablar tan fascinado del estafador. ¡Ni siquiera conocía su verdadera identidad! Cuando supiera que se trataba del famoso rey impío apostaba a que volvería a despreciarlo y todo regresaría a su lugar. Sí, eso era. No había nada de qué preocuparse. Viendo que la charla parecía haber terminado regresó su impaciencia.
—¿Podemos irnos de una vez? —cuestionó Pólux con clara ansiedad por largarse antes de cometer alguna estupidez que le retirara la ayuda ofrecida.
—Espera —pidió Miles mirando directamente al rubio—. ¿Hablabas en serio sobre lo de ir con nosotros? —interrogó con desconfianza.
—Si no me dejan acompañarlos, le diré a Atena que escaparon —amenazó el semidiós con una sonrisa confiada.
Pese a que dos de ellos no estaban del todo contentos con la presencia del aspirante de géminis, tuvieron que callarse y aceptarlo en su grupo. Giles le veía el lado bueno a su ayuda. Siendo un semidiós su fuerza y resistencia serían sin dudas una gran ventaja para lograr esa misión con éxito. Con ello en mente se reunieron frente a la diosa de la luna. Artemisa concentró su cosmos en su cuerpo y una luz blanca los cegó a todos por unos instantes. Tuvieron que parpadear varias veces y refregarse los ojos con las manos para despejar su visión. Una vez que sus ojos se aclararon pudieron observar en donde se encontraban. Estaban al pie de una inmensa montaña.
—Esta es la montaña Jandara —señaló la diosa rubia con su dedo índice—. En lo más profundo de la misma, justo en el centro de la montaña, siendo precisa en su interior se encuentra el agua que buscan —explicó antes de hacer aparecer en sus manos un recipiente parecido a una jarra—. Lleven esto con ustedes para recoger el agua —sugirió dejándolo en manos del semidiós—. A partir de este momento están por su cuenta.
Y con esa última frase desapareció de la vista de los aspirantes.
—¡Espere! —gritó Miles extendiendo la mano como si con eso pudiera evitar que ella desapareciera—. ¿Cómo volveremos cuando consigamos el agua? —preguntó en voz alta sintiendo miedo de que los hubiera abandonado a su suerte.
—Ya pensaremos en eso cuando consigamos el agua —respondió Pólux comenzando a caminar.
—¿Conoces el camino? —cuestionó Tibalt viéndolo de manera seria.
—Naturalmente —respondió el rubio con una sonrisa confiada—. Como marinero tengo mucha experiencia orientándome —presumió.
—No es lo mismo orientarse en mar que en tierra —mencionó Tibalt frunciendo el ceño con desdén.
—Qué va a saber un príncipe mimado como tú —se burló el aspirante de géminis—. Yo he tenido múltiples aventuras en tierras lejanas que ni siquiera conoces.
—Las aventuras con hombres grandes y peludos no lo dudo —susurró Miles siendo oído por todos gracias al eco de la montaña.
—Eso me recuerda que aún no te retractas por lo que dijiste sobre los marineros —señaló Pólux apuntando con su dedo índice al ex eromeno—. Por tu culpa Sísifo creía que Hércules me violó.
—¿Y no fue así? —interrogó Miles mirándolo con fastidio.
—Óyeme bien, ramera barata —llamó el hijo de Zeus con los dientes apretados rechinando—. Mi retaguardia es un lugar sagrado. Un templo más virgen que las tres diosas juntas y jamás me dejaría profanar por nadie —aseguró con firmeza.
Si había algo que Pólux jamás había permitido a ningún a amante era metérsela. Él tuvo amantes femeninas que lógicamente yacían en su lecho de piernas abiertas para él y también tuvo diversos hombres a cuatro recibiéndolo gustosamente entre sus muslos. ¡Pero definitivamente él nunca sería el de abajo! Cualquier persona fuera mortal, semidiós o deidad se lo tomaría como un logro digno de vanagloriarse. No, no y no. Nadie lo haría ver inferior. Si pudo negarse a los avances de sus medio hermanos con éxito, no existía persona capaz de someterlo. Sin importar de quién se tratará, juraba en el nombre de su padre el poderosísimo Zeus que no sería la ramera de nadie.
—¿No crees que estás exagerando? —preguntó Miles intentando sonar conciliador para no iniciar una pelea—. No tiene nada de malo disfrutar de los placeres carnales variando de posición —aseguró siendo que él era versátil en cuanto a su posición en la cama.
—A ti no te importa porque eres una ramera a la que cualquiera usa y desecha, pero yo tengo honor y un orgullo que proteger ¿sabes? —respondió Pólux de manera altanera.
—Con esa actitud Sísifo nunca te hará caso —reprochó el ex eromeno.
—¡No me interesa que me haga caso! —gritó el gemelo mayor casi como si fuera un gruñido.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —cuestionó Tibalt de manera seria cruzado de brazos.
—Vine sólo porque me debe una pelea y la armadura de géminis —gritó exasperado al sentirse expuesto—. Ahora síganme o quédense aquí perdiendo el tiempo —ordenó al tiempo que comenzaba a caminar adentrándose al bosque.
Los otros tres se miraron entre sí claramente confundidos. Sin embargo, no tenían más opciones que seguir al loco semidiós. Por precaución el ex ladrón iba de la mano de Giles. Mientras el príncipe caminaba detrás de ellos. Ocupaba la posición de la retaguardia por si acaso sufrían del ataque de alguna de las criaturas de las cuales le advirtieron. No obstante, a Miles le ponía nervioso tener al espadachín detrás suyo por lo fácil que sería atacarlo por la espalda. Tras lo acontecido con Hércules tenía sus reservas hacia él. Aunque no las suficientes para negarse a que les cubra las espaldas. Después de todo, el príncipe idiota había sido uno de los primeros en luchar por los débiles cuando llegaron al santuario. Sin embargo, actualmente tenía contradicciones sobre su opinión sobre el espadachín.
Pólux por su lado continuaba hundido en sus propios pensamientos. Todos dándole vueltas a Sísifo. Después de mucho reflexionarlo y hablarlo con su gemelo Castor, llegaron a la conclusión de que probablemente el santo de sagitario estaba enamorado de él. No lo culpaba. Después de todo, ¿cómo resistirse a un guapo, poderoso y viril semidiós como él? Era obvio que sus encantos tarde o temprano le harían efecto. "Es mi don y mi maldición despertar las bajas pasiones de quienes me miran". Pensó el aspirante de géminis comenzando a sentir culpa por haberle chantajeado en el pasado. "Y yo deseando humillarlo delante de todos mientras obtengo la armadura de géminis. Le terminaré rompiendo el corazón... ¡Al demonio su corazón! No es mi culpa que se haya enamorado de mí. ¡No tengo obligación de corresponder a sus sentimientos!".
—Ahh —gritó Pólux con frustración debido a sus tormentosos sentimientos.
Se jaló sus largos cabellos rubios con molestia por sentirse de esa manera. Hablar con su gemelo tampoco había conseguido decidir qué hacer sobre sagitario. Era un anciano. ¡Un maldito anciano de quinientos años! No podía verlo como hombre con esa edad y menos cuando su cuerpo era de un niño. No era un hombre. Los tres aspirantes que iban detrás suyo tenían gestos de confusión y preocupación. La segunda especialmente porque quien los estaba guiando parecía inestable mentalmente.
—¿Qué le pasa? —preguntó Giles en un susurro.
—No lo veas o se te pegara su locura —aconsejó Miles mientras continuaban caminando.
—Cállense no estoy loco —ordenó el hijo de Zeus con enojo al percatarse de la patética imagen que estaba proyectando—. Ahora caminen, no pierdan más el tiempo —amenazó con molestia.
Tras aquella orden comenzaron a caminar adentrándose en el lugar. Era una región de montañas, a más de seis mil metros de altitud sobre el nivel del mar, un paraje perdido en los confines de la frontera entre Seres y el territorio de la gente del río Indo, donde según sabían allí se erigían numerosos monasterios. La densidad del aire era tan baja que incluso los lugareños evitaban y temían la zona como si de una región embrujada se tratase. A pesar de contar con el entrenamiento físico impartido por los dorados les estaba costando respirar el aire y las piernas pesaban como el plomo. Podían oír diversos sonidos presumiblemente de la fauna, pues no podían ver más que sombras lejanas debido a la niebla espesa.
Aprovechando la poca visibilidad otorgada por la propia montaña, una sombra se movía detrás de los árboles y rocas siguiéndoles el paso. Guardaba cierta distancia prudente, pero mantenía bajo estricta vigilancia al grupo. Su mirada verdosa estaba centrada en el pequeño rubio del grupo. Lo observaba con atención estudiando minuciosamente sus facciones. Posteriormente se fijó en la persona que lo llevaba de la mano. Rápidamente lo juzgó como un callejero. Mientras que la persona a la vanguardia y la retaguardia tenía el porte de gente adinerada o de la nobleza. Su andar mismo los delataba. La sombra siguió sus movimientos camuflándose con el paisaje. Luego de quien sabía cuánto tiempo de andar sin llegar a ningún lado, Giles ya no pudo seguir caminando, por lo cual Miles lo cargó en su espalda.
—¡Rápido, ramera! —gritó Pólux al tener que detener la marcha para esperarles.
—¿Sabes por dónde vas? —interrogó Tibalt con duda.
—¡Por supuesto! —respondió el semidiós intentando sonar seguro.
—Por supuesto que no sabe sólo se quiere lucir como siempre —comentó Giles frunciendo el ceño.
—Otro de tus comentarios y te lanzó de la montaña —amenazó el rubio mayor ofendido.
La figura que los estuvo vigilando todo el trayecto que estuvieron haciendo hasta el momento comenzó a brillar de manera leve. Repentinamente delante de los aspirantes apareció la imagen de una horrible criatura. Pólux y Tibalt fueron los primeros en distinguir a la enorme bestia. Tenía un cuerpo parecido al de un lagarto, pero siendo del tamaño de un palacio. Su largo cuello se movía de forma ondulante haciendo balancear la cabeza de serpiente poseedora de largos colmillos blancos por los cuales se deslizaba un líquido que presumiblemente era veneno. Luego comenzaron a salir otras cabezas siendo primero dos, luego tres, cinco y luego una cantidad que no alcanzaban a contar.
—¡La hidra! —gritó Pólux sorprendido mientras giraba a mirar a los que iban siguiéndole el paso haciendo un gesto con la mano para que retrocedieran.
—¿Qué no la había matado Hércules? —cuestionó Tibalt pasando a la delantera para dejar a Miles y Giles lo más alejados posibles.
—Parece que no —respondió el semidiós antes de verla desaparecer frente a sus ojos.
—¿Cuál Hidra? —preguntó Giles mirando a su alrededor.
—Ha desaparecido —murmuró el príncipe mientras observaba a su alrededor buscando señales de aquel monstruo.
—No, no, hablo de antes —aclaró Miles mientras el niño del grupo asentía en un acuerdo silencioso—. Yo no vi ningún monstruo, ¿y tú, Giles? —interrogó extrañado de no verle ningún gesto de miedo, preocupación o tan siquiera sorpresa.
—No, yo tampoco he visto ninguno. Sólo a Pólux y Tibalt asustados —respondió el pequeño.
—No estaba asustado, estaba alerta —respondió el semidiós con seriedad.
—Seguramente no alcanzaron a verla porque desapareció rápidamente —razonó el espadachín mientras su mirada barría su alrededor buscando cualquier cosa fuera de lugar—. Aunque es extraño porque era enorme. Tenía el tamaño de la villa de Atena, forma de serpiente con muchas cabezas y sus blancos colmillos parecían enormes dagas.
—¡La hidra volvió! —gritó Giles señalando al flanco izquierdo donde se movía la bestia entre las rocas.
—Ya veo, estaba ocultándose tras las rocas mientras usaba la niebla como cortina —dedujo Pólux mientras volvía a adelantarse—. Quédense en un lugar seguro mientras me hago cargo —ordenó mientras intercambiaba miradas con Tibalt para que se hiciera cargo de cubrir su retirada.
Al principio Miles y Giles no fueron capaces de ver nada, hasta que luego de las explicaciones dadas por los otros dos pudieron visualizar a la horrenda criatura desplazándose alrededor de ellos. La mayor preocupación de los príncipes era ser atacados por dos frentes. Por dicha razón se habían separado. De esa manera cubrían cualquier posibilidad de emboscada. Y tenían motivos para sospechar que la hidra no era la única detrás de ellos. Un cosmos desconocido se sentía por un lado y por otro había una bestia enorme. Por lo que podían deducir, ese cosmos podría pertenecer a alguien pensante. Eso significaba que la hidra pudo ser traída de vuelta a la vida por alguien cuyas intenciones desconocían y no tenían interés de averiguar por el momento.
La pequeña sombra se dirigió hacia donde se estaban escondiendo Miles y Giles. Ellos no podían irse a ciegas por aquel lugar corriendo el riesgo de separarse del grupo y perderse. Empero, en este lugar estaban algo resguardados teniendo a Tibalt en la delantera por si se aproximaba alguna bestia. La pelirroja alzó su dedo índice preparándose para usar su cosmos en el espadachín. Sin embargo, sin llegar a hacer nada, se detuvo y se ocultó tras una enorme roca cuando oyó los destrozos del semidiós acercándose peligrosamente a su ubicación. Desde su posición observaba al semidiós intentando golpear al monstruo. El aspirante de géminis se sentía sumamente frustrado. Cada vez que creía haber asestado un buen golpe terminaba destruyendo árboles o rocas. Era como si hubiera atravesado a la hidra y a la vez no. Sólo causaba destrozos a su alrededor, pero jamás sentía el cuerpo de la bestia. La sensación que le daba era como si estuviera peleando con una sombra. Aparecía y desaparecía de su vista mezclándose con su entorno. Pólux intentaba percibir el cosmos de la hidra, pero no había nada. ¿Lo estaría ocultando acaso? Si ese era el caso, necesitaba hacer algo de inmediato.
Además, todos sentían el cosmos de alguien más allí. Pero no sabían de dónde venía exactamente, hasta que a Tibalt, con su vista de águila, se le hizo curioso que hubiera una niña con cosmos mirando el espectáculo. Debido a que había estado intentando acercarse disimuladamente hasta Giles, el principe fue capaz de tener una mejor imagen de ella. Era pequeña y quedaba casi perfectamente oculta entre algunas rocas de tamaño mediano. Le parecía que podría tener más o menos la edad de Giles a juzgar por la altura. Debido a la neblina a su alrededor apenas si notaba sus largos y ondulados cabellos rojos como el fuego. No obstante, no sabía mucho más. La pequeña vio correr a Tibalt lejos de donde estaban ocultándose los otros dos e ir en dirección opuesta a donde se desarrollaba la batalla, abandonando al grupo. Alejándose cobardemente de la zona donde el rubio mayor peleaba contra la hidra y dejó a los otros dos a su suerte. "Mejor para mí, así puedo acercarme sin que haya estorbos". Pensó la pelirroja caminando lentamente hacia el pequeño blondo cuidando de siempre mantenerse oculta de la vista. Iba tan confiada que no fue capaz de prever al espadachín apareciendo a sus espaldas sujetándola del cuello de la ropa provocando que ella girara el rostro para observarlo con total incredulidad. La había tomado totalmente por sorpresa, pues no había sospechado que había regresado.
Ella se regañó así misma por el descuido. No estuvo alerta. Se había concentrado más en entretener a Pólux y acercarse a Giles que perdió de vista todo a su alrededor. No supo ni por donde le llegó Tibalt porque escondió su cosmos hábilmente para usar la poca visibilidad a su favor. Él había corrido sólo unos cuantos metros para tener el panorama completo y usando los árboles y rocas rodeó el escondite de Giles y Miles para ubicarse en la retaguardia de la pelirroja y de esa forma emboscarla. Justo cuando el de cabellos oscuros la atrapó, el monstruo con el cual luchaba el semidiós se esfumó en el aire. El aspirante de géminis caminó directo hacia el origen del cosmos extraño que había sentido antes sospechando que estaba relacionado al monstruo. Era demasiada coincidencia que en el momento en que fue atrapada, la hidra desapareció.
—¿Qué pretendías con ese tonto truco? —interrogó Pólux sujetando a la pequeña del cuello mientras la sacudía violentamente.
—Así no se trata a una pequeña dama —dijo Tibalt con reproche.
Como príncipes se suponía tenían un estricto código que seguir respecto a su trato con las féminas.
—Así les gusta ser tratadas —respondió el semidiós restándole importancia mientras seguía sacudiendo a la pelirroja—. ¡Habla mocosa! ¿Quién eres? ¿Quién te envía? —ordenó con impaciencia.
—¡No le diré nada a un hombre malvado como tú! —respondió ella apretando los ojos con fuerza.
—Espera, salvaje, intentemos hablar con ella —pidió Miles de manera asertiva—. ¿Nos podrías decir que pretendías hacer, pequeña? —preguntó de manera amigable como hacía con cualquier infante.
La niña lo observó un rato a él y al pequeño rubio debatiéndose brevemente si debía o no hablar sobre su objetivo. No obstante, no quería verse como una amenaza para ellos. ¡Ella era la buena! ¡La heroína! Lo último que quería era que le tuvieran miedo o creyeran que invocaría a bestias para que los devoraran.
—¡Vine a liberarlos de estos secuestradores! —respondió la niña con gran determinación mientras hacía un puchero muy pronunciado.
—¿Secuestradores? —preguntó Tibalt sin poder creer la confusión.
—¡No te hagas el inocente conmigo! —gritó la pequeña dama mirándolo con molestia—. Estaban llevándose a rastras a un muviano y un callejero. ¡Obviamente son traficantes de personas! —acusó señalando a los príncipes.
—¿Callejero? —repitió Miles forzando una sonrisa para no asustarla. Le habían dicho cosas peores en el pasado.
—¡Hasta la niña te vio lo ramera! —señaló Pólux riéndose abiertamente.
—Cállate, toca niños —ordenó el ex ladrón con un gruñido bajo.
—Se le ve en esa cara de pobre muerto de hambre que trae —mencionó la pelirroja viendo a Miles significativamente.
—¿Qué es un muviano? —preguntó Giles sin entender de lo que estaba hablando.
—¿Qué no lo sabes? —cuestionó la niña con gran sorpresa sin poderse creer que no lo supiera—. Somos nosotros. Mira nuestras cejas —dijo mientras señalaba las propias.
—Tiene razón son iguales —secundó el pequeño rubio siendo la primera vez que había visto a alguien con cejas como la suya.
Al igual que Giles, como característica más prominente, típico de los de su raza, carecía totalmente de cejas y tenía dos puntos en su frente. La diferencia es que en la niña eran rojizas como su cabello y en el aspirante a santo eran rubias.
—Pero eso no nos explica qué es un muviano —mencionó Tibalt sintiendo algo de curiosidad al respecto.
—Al menos dinos tu nombre —pidió el ex ladrón mirándola de manera comprensiva—. Nosotros somos aspirantes a santos que sirven a la diosa Atena. Él es Pólux, el medio hermano de la diosa —señaló al rubio mayor—. Él es Tibalt es el príncipe de Siracusa —afirmó mirando al mencionado—. El pequeño al que le dices muviano es Giles y yo soy Miles, un ex erómeno —presentó a todos uno por uno para inspirarle confianza.
—O sea que sí eres un callejero —mencionó pensativamente la pelirroja—. Mi nombre es Raga, soy una muviana.
—¡En el nombre del Olimpo, ¿qué demonios significa eso?! —exclamó el hijo de Zeus con frustración.
—Nos lo podría explicar si no estuvieras interrumpiendo —regañó Tibalt echándole una mirada de regaño al rubio mayor.
—Gracias —dijo Raga mientras se paraba rectamente—. Hace mucho tiempo existió un continente llamado Mu, también fue conocido como Atlantis, y fue el hogar de los alquimistas más grandes del mundo. Ese lugar se hundió misteriosamente en la época en que se desarrolló la Gigantomaquia —relató la niña de manera tranquila—. Nadie sabe con certeza si fueron los dioses, los gigantes o ambos quienes acabaron con ese lugar, pero a los descendientes de los supervivientes de aquel lugar se nos conoce como muvianos —explicó mientras señalaba a Giles y luego a ella misma.
—¿Y por qué creías que ellos eran secuestradores? —interrogó el pequeño blondo señalando a los príncipes—. Pueden ser intimidantes no lo niego. Tibalt parece un asesino serial y Pólux un loquito de las calles, pero no llegan a secuestradores —dijo Giles de manera despreocupada pese a las miradas de enojo de los aludidos y la divertida de Miles.
—Este lugar es tan peligroso que muchos traficantes de esclavos lo usan para mover la "mercancía" como les gusta llamar a las personas que capturan —explicó con rabia palpable en su voz—. La gente de mi aldea siempre está liberando a todos los que podemos, pero le damos prioridad a salvar a los nuestros.
—¿Sólo por estar relacionados? —interrogó Pólux viéndola con burla—. Cuanto favoritismo por su raza.
—¡Cállate! —ordenó la pelirroja señalándolo con su dedo índice—. Mi gente es conocida por ser hábiles alquimistas, además de manejar el cosmos podemos crear muchas herramientas que rivaliza con las de los dioses —presumió con una gran sonrisa—. A diferencia de cierto torpe semidiós que se dejó llevar por mi ilusión —se burló sacándole la lengua.
—Es el borrego descarriado, pero en hembra —dijo Pólux apretando los dientes controlándose de no pegarle, aunque le sobraran las ganas.
A su parecer no sólo compartían aquel origen proveniente del conteniente perdido, sino también ciertos rasgos físicos y personalidad. Mira que hablarle de esa manera a un semidiós. Era una niña irrespetuosa al parecer del aspirante de géminis.
—¿Acaso también vas a aparearlos como Sísifo pretendía conmigo y Ganimedes? —preguntó Miles
—No cabe dudas que eres su discípulo —secundó Giles observando de manera acusatoria al gemelo mayor.
—¡No es un animal para llamarla así, es una pequeña dama! —defendió Tibalt de manera firme. Para él era inconcebible hablar de esa forma de una señorita.
—Son un par de borregos seguro que hacen una cría decente —resolvió Pólux encogiéndose de hombro mientras los miraba pensativo.
Considerando que debían de quedar pocos sobrevivientes —o, mejor dicho, descendientes de aquel pueblo perdido—, era una suerte encontrar a uno de cada género. Para mayor coincidencia eran de una edad similar. A los ojos del semidiós era como encontrar criaturas en peligro de extinción que se podían reproducir por el bien de la supervivencia de su especie. Los pequeños muvianos no entendían del todo lo que querían decir las palabras del semidiós, pero sí captaban que quería que fueran una mamá y un papá de grandes. Se sonrojaron por pensar en eso. Ellos acababan de conocerse y ya querían unirlos en un juramento de amor eterno.
—¡Aún soy muy joven para casarme! —gritó Raga mientras miraba con asco a Giles—. Además, mírenlo —pidió señalando al blondo—. Parece más niña que yo. Es más, era la damisela en peligro hasta hace poco.
—Descuida —respondió el aludido mientras ponía una sonrisa aparentemente tranquila—. No tengo interés en una bestia salvaje como tú —dijo mirándola prepotente.
—Mejor ser una bestia salvaje grande y fuerte que un niño debilucho como tú —insultó Raga con clara burla.
—Ni tan fuerte eres si recurres a trucos baratos para engañar a las personas —replicó Giles haciendo pucheros—. Usar ilusiones es de cobardes.
—Qué tengan que cargarte en la espalda por un camino como este es de inútiles —atacó ella con una sonrisa engreída.
—Maldita —gruñó Giles con molestia.
A los más grandes del grupo les parecía divertida la actitud de los pequeños. A ojos del semidiós seguía siendo como ver a dos borregos jugando juntos. Definitivamente podrían dar una buena cría miuviana en el futuro. Miles veía encantado ese dulce e inocente romance infantil. Eran tan tiernos juntos. Sólo Tibalt retornó rápidamente al objetivo que los llevó a esa montaña en primer lugar, recordando la urgencia de su misión.
—Disculpa, señorita Raga —llamó el espadachín de manera educada atrayendo la atención de todos—. ¿Sabes dónde podemos encontrar el agua de la vida? Hay alguien a quien necesitamos curar lo más pronto posible.
—Sí sé dónde se encuentra —respondió la pelirroja con seguridad.
—Entonces... —intentó decir Tibalt para seguir la conversación, pero fue interrumpido.
—¡Habla ahora, borrega o te sacrificó como al carnero que le dio origen a la constelación de aries! —amenazó el semidiós volviendo a sacudirla de manera violenta.
—¡Eres una amenaza andante! —gritó la pelirroja al estar comenzando a marearse.
—¡Pólux basta! —ordenó el espadachín sujetándole el brazo—. Si queremos que nos diga no podemos maltratarla.
—No puedo revelar su ubicación a desconocidos como ustedes —aclaró de inmediato de manera tajante—. Esa agua es sagrada y no puedo dársela a posibles secuestradores o ladrones —dijo mientras su mirada afilada y acusatoria recaía sobre el aspirante de géminis—. Y menos cuando llevan a alguien tan cruel con ustedes.
—Pero ya aclaramos eso —mencionó Miles algo frustrado.
—Sólo aclararon que ustedes —dijo señalando a Giles y el ex ladrón—, no están secuestrados, pero eso no quiere decir que no puedan ser malas personas trabajando juntas.
Aquella respuesta le sentó mal al grupo. Ellos creyeron por breves instantes que tuvieron mucha suerte de encontrar a alguien capaz de guiarlos sin ningún problema hacia el agua. Todo para golpearse con la dura realidad. La niña no les diría nada a ninguno de ellos cuatro. Tal vez debieron fingir que sí eran un grupo de traficantes de personas para que se llevara a Miles y Giles a su aldea y así recolectar información. Estaban tan cerca de lograr su objetivo que no podían dar marcha atrás. El espadachín sabía bien que por culpa del semidiós habían dado una pésima imagen y que sería casi imposible convencer a la niña de que eran de fiar, pero tampoco podían intentar obligarla o sería peor. Por lo mismo, optó por una decisión un poco más diplomática.
—Te ofrezco mi palabra como príncipe de Siracusa de que no tenemos malas intenciones —ofreció Tibalt en su desespero por conseguir su confianza.
—Puedes llamarte a ti mismo príncipe, rey o hasta dios, pero en este árido lugar no tengo forma de corroborar tus palabras —respondió Raga con un rostro inexpresivo—. Podrías ser un ladrón que me está mintiendo para conseguir lo que quiere. Tu palabra no tiene valor.
—¿Hay alguna forma de que probemos nuestro valor? —interrogó el príncipe mostrando cada vez más desespero.
—Sólo mi maestra tiene ese nivel de habilidad, pero para verla tendría que llevarlos a mi aldea —mencionó la muviana—. El problema es que no tengo garantía de que no hagan nada malo al llegar.
—Puedes atarnos si quieres —soltó el espadachín sin pensarlo.
—Acepto —dijo la niña con una enorme sonrisa.
Lógicamente los otros tres se opusieron a esa idea y le reclamaron a Tibalt haber decido en nombre de todos sin siquiera consultarles primero. Al mencionado sólo le bastó con recordarles que de esa forma obtendrían más rápido la cura para Sísifo para silenciar sus protestas. Raga amarró a los cuatro enrollando sus muñecas mientras los dejaba en fila uno detrás del otro con ella a la cabeza. De esa forma los llevó como prisioneros hasta donde estaba su aldea. Esas sogas no eran normales. Estaban hechas de oricalcos y polvo de estrellas y estaban siendo controladas por los poderes psíquicos de la niña, así que al aplicar su cosmos estaban incluso más resistentes. Ellos notaron casi de inmediato que no podían usar el cosmos. Aquellas sogas eran tan fuertes como una armadura dorada sin ser de oro siquiera. La sentían pesada y dura. Ni siquiera parecía una soga, más bien se asemejaba a un grueso grillete.
—Tú y tu bocota principito de cuarta —se quejó Pólux con molestia—. Terminé atrapado en esta mierda junto a un montón de inútiles —continúo quejándose—. Hey, borrega sólo deberías amarrar al de tu especie. Estos fetiches se guardan para la habitación —dijo nada más para molestarla.
—¡Cállate, eres un insolente al insinuarle cosas así a una pequeña dama! —regañó Tibalt al semidiós por ser tan desvergonzado.
—¡La pequeña dama nos tiene a su merced, por tu culpa! —dijo Miles con molestia.
—Pero si nosotros mismos aceptamos esto al no defendernos —le recordó Giles con calma.
—¿Nosotros? No me metas al rebaño —se quejó el semidiós.
—Pudiste resistirte —mencionó Giles con obviedad.
—Necesitamos esa estúpida agua para sanar al estúpido caballo enano —respondió de manera sencilla el hijo de Zeus.
—Realmente estás muy enamorado si te dejas amarrar como cerdo por su bien —molestó Miles con una sonrisa divertida—. Si sigues así tal vez te ganes otro besito suyo muac muac —simuló sonidos de besos moviendo sus labios de forma sugerente.
Mientras seguían peleando y discutiendo avanzaron a través de un camino secreto conocido únicamente por los muvianos para llegar al lugar donde residían. Habían ingresado a una cueva oscura, extensa y hasta laberíntica debido a los diversos caminos que se habrían. La cueva tenía tantos huecos que sería imposible para cualquier persona adivinar cuál era el correcto. Raga los guio con confianza hasta uno de ellos que los internó en un largo paraje estrecho en el cual Pólux y TIbalt apenas cabían. Sus cuerpos se rozaron constantemente contra las paredes de roca causando que su piel enrojeciera. Hasta que finalmente vieron la luz al final del túnel.
CONTINUARÁ...
