¡Hola a todas/os! Quiero compartir con vosotras/os esta ida de olla que se me ha ocurrido, jajaja. Espero que os guste :)
Disclaimer: Severus Snape y los Rugrats no son propiedad mía sino que pertenecen a J.K. Rowling y Arlene Klasky y Gabor Csupo respectivamente, yo sólo los tomo prestados por diversión XD
Severus
Mi mamá me ha traído al parque a pasar la tarde. No ha querido quedarse en casa porque ha vuelto a discutir con papá, y yo tengo mucho miedo de quedarme solo, sin mis papás, porque ya se han amenazado varias veces el uno al otro con que un día van a coger la puerta y se van a marchar de casa sin mirar atrás.
El parque está muy tranquilo. Hay algunos niños mayores jugando en la otra parte del parque, pero donde estamos mi mamá y yo, sólo estamos nosotros.
Entonces, mi mamá saca un biberón lleno de leche, y me dice:
-Severus, es la hora de la merienda. –Me lo pone en la boca, yo lo sujeto con las manos y comienzo a succionar. ¡Qué rica!
Una vez he terminado de bebérmelo, se lo devuelvo a mamá, que lo coge sin hacerme mucho caso, porque está enfrascada leyendo un libro, y yo contemplo mi alrededor, buscando algo para jugar.
De repente, algo llama mi atención. Es una cosa que está escondida tras los arbustos. Es grande, azul y tiene muchos botones y una palanca. Me pregunto qué será.
Me acerco lentamente, con cuidado, no vaya a ser que esa cosa quiera hacerme daño. Pero según me voy acercando voy comprobando que no hace nada malo. Me fijo además que es como una especie de portal que da a no sé dónde.
Intento acercarme un poco más para ver mejor en qué consiste ese aparato, pero sin querer, tropiezo y me caigo dentro, y de repente comienza a hacer un ruido muy raro, y yo noto que desaparezco del parque y de pronto todo se vuelve oscuro, aunque dura sólo unos segundos. Aun así, yo tiemblo, asustado, porque no sé qué me está pasando ni qué va a suceder ahora.
De repente, la máquina se para y vuelve a entrar la luz del parque… espera un momento, es un parque, sí, pero no es mi parque. ¿Dónde estoy? Salgo del aparato un poco mareado y bastante asustado, dando ligeros traspiés, y enseguida descubro que estoy en un parque que no se parece en nada al de Cokeworth. Es un parque mucho más amplio y es un lugar mucho más soleado y caluroso que mi tierra natal, eso desde luego.
Hay muchos niños jugando, y todos parecen alegres y parece que se lo están pasando en grande. Siento envidia de esos niños porque yo, en todo el tiempo que llevo yendo al parque en mi casa, no he logrado hacer ningún amigo, y en cambio aquí hay varios grupos de niños jugando juntos.
Los observo escondido detrás de los matorrales, pero de pronto, una pelota azul con una estrella dorada vuela hacia donde estoy yo, y aunque intento esconderme para que no me vean, no me da tiempo y un niño con una camiseta azul y un pañal me dice:
-Ey, hola.
-Hola –saludo yo, agachando la cabeza, sonrojándome, avergonzado de que me haya pillado escondido detrás de los matorrales. ¡Espero que este niño no piense que estaba espiándoles a él y a sus amigos, porque no es verdad! Sólo estaba tratando de ver qué es lo que tienen ellos para encajar en un grupo, nada más.
-¿Me das la pelota? –me pide el niño, y entonces es cuando me doy cuenta de que su pelota está más cerca de mí que de él.
-Claro –le digo, devolviéndosela.
Él la coge y me sonríe.
-Gracias –me dice, y de pronto añade-: ¿Estás solo? ¿Y tu mamá?
-Por ahí… -digo yo, respondiendo vagamente, porque sigo sin saber qué me ha pasado ni dónde estoy.
-Puedes jugar con nosotros si quieres –me dice, a la par que camina de vuelta con sus amigos.
Yo no sé qué hacer. Nunca un niño se había dirigido hacia mí con tanta amabilidad y educación, y me siento raro. Pero por otro lado me haría mucha ilusión tener amigos.
Finalmente, decido ir con ellos. Me acerco al niño de la camiseta azul, que me presenta:
-Mirad, chicos, éste es…. ¿cómo te llamas? –me pregunta, cayendo en la cuenta de que no sabe mi nombre.
-Severus –respondo yo con cierta timidez.
-Hola, Severus, encantado de conocerte –me dice el niño de la camiseta azul y el pañal-: Yo soy Tommy, y estos son mis amigos Chuckie, Phil, Lil -¡Phil y Lil son gemelos!, ¡qué guay!-, Kimi, Helena y Leonor –¡estas dos niñas también son gemelas!-, y éste es mi hermano Dil.
-Igualmente, encantado de conoceros a todos –respondo yo ligeramente nervioso. No estoy acostumbrado a tanto público, a tener tanta gente mirándome y con… aprecio, respeto y curiosidad además. Los niños de mi barrio me miran con asco, desprecio y miedo, así que este recibimiento para mí es nuevo y una vez más me siento un poco raro, pero creo que me acostumbraré. Es más fácil acostumbrarse a lo bueno que a lo malo, desde luego.
Me siento a jugar con ellos a la pelota, y no dejo de sentirme extraño. Me tratan como si fuera un ser humano normal, y eso no deja de asombrarme, y es muy triste que tenga que ser así, pero bueno…
Nos pasamos la tarde jugando a la pelota, a las comiditas (simulamos que el barro es comida), y a los dinosaurios, y me lo paso en grande con ellos. Estos niños son muy fans de un tal Reptar, un dinosaurio verde que parece un tiranosaurio rex. Nunca había sido tan feliz.
Después, jugamos al escondite, y se la queda Phil, y los demás salimos corriendo a escondernos. Yo me escondo detrás de los matorrales donde me encontré con Tommy antes, y Kimi y Chuckie me siguen y se esconden conmigo.
-¡Anda! ¡Pero qué hace la máquina del tiempo aquí! –exclama Chuckie en voz baja.
-¿La máquina del tiempo? –pregunto yo-. ¿Es esto una máquina del tiempo?
-Sí –responde Chuckie en un susurro-. Hacía mucho tiempo que no aparecía y yo bien que me alegraba porque cuando aparece la máquina del tiempo eso significa problemas.
-¿En serio? –inquiero yo, poniendo en duda que signifique problemas. Porque si es una máquina del tiempo, no me creo que signifique problemas, al menos no todo el tiempo. Si es una máquina del tiempo, servirá para viajar a través del tiempo, como su propio nombre indica. Si fuera para crear problemas, se llamaría la máquina de los problemas o la máquina del caos, o algo así.
Phil nos encuentra, y salimos corriendo para intentar llegar antes que él al árbol donde nos la quedamos para contar.
-¡Por mí! –grita Kimi, muy contenta de haber llegado antes que Phil.
-¡Por mí! –exclamo yo, también muy contento por lo mismo.
Pero Chuckie, que se ha quedado rezagado con la máquina del tiempo y muy asustado, no llega a tiempo, y Phil exclama:
-¡Por Chuckie! Chuckie, te la quedas.
-Chicos, ahora no es momento de jugar al escondite –dice Chuckie, acercándose a nosotros muy asustado-. A que no sabéis qué acabamos de encontrar Kimi, Severus y yo –les dice a Tommy, Phil, Lil, Dil, Helena y Leonor.
-¿Qué? –pregunta la niña que se llama Leonor.
-La máquina del tiempo –responde Chuckie en tono dramático, y más asustado que antes si cabe.
-¿La máquina del tiempo? –dice Lil-. ¿La misma máquina del tiempo que está en El Palacio de los Juguetes?
-La misma.
-¡Qué guay! Porque yo nunca he viajado en el tiempo, y me gustaría un montón –dice Kimi entusiasmada.
-No sé si sea buena idea, Kimi… ¿Tienes idea de los sitios tan terroríficos a los que nos mandó la otra vez? A mí me mandó a una mina vieja y abandonada.
-Y a mí me envió al Antiguo Egipto, al salvaje y lejano Oeste, y al fondo del mar –dice Tommy.
-¡Hala, qué chuli! –exclama Kimi, con los ojos brillándole y juntando las manos.
-Y a mí me envió a la Prehistoria y a la Edad Media –dice Phil-. ¿Y a ti dónde te envió, Lil? A un cuento de hadas y a una isla pirata, ¿no? –Lil asiente con la cabeza.
-Y a Dili lo mandó a la Luna –añade Tommy, contestando por el pequeño Dil, ya que sólo tiene tres meses y aún no sabe hablar mucho, según me ha contado él.
-¡Qué guay! –Kimi está que no cabe en sí de la emoción.
-Y a mí me ha mandado aquí –decido añadir yo.
-Ah, así que tú vienes de la máquina del tiempo, como nosotras –me dice Helena señalándose a sí misma y a Leonor. Por cierto, qué niña más guapa que es Helena. Todos los demás niños las miran perplejos, como si no supieran que ellas han venido desde la máquina del tiempo también.
-Sí. -¡Ahí va! Así que Helena y Leonor también vienen de la máquina del tiempo. ¡Interesante!
-Claro, por eso estabas solo –adivina Tommy, aunque no del todo, porque estaba solo con y sin máquina del tiempo. Menos mal que he conocido a estos niños porque si no, yo estaba más solo que la una.
Pero de pronto me asalta una duda, una duda que me asusta mucho.
-¿Podré volver a mi casa?
-Claro que sí –me dice Lil en tono cariñoso y hasta maternal-. Con esa máquina del tiempo puedes ir a donde tú quieras. Sólo tienes que volver a entrar y te mandará de vuelta a casa. A nosotros nos pasó así, cuando conseguíamos encontrar a uno de nuestros amigos, el portal de la máquina del tiempo se abría y podíamos volver a casa, así que si nosotros pudimos, tú también podrás.
-Sí, podrás, nosotras vamos y venimos como y cuando queremos –añade Helena con una sonrisa, y los demás niños excepto Leonor la miran perplejos.
Eso espero, porque aunque estos niños me han caído muy bien, mi casa es mi casa.
-Puedes comprobarlo ahora mismo si quieres –me dice Tommy.
Pues sí, creo que ya va siendo hora de volver a casa. Mi mamá estará preocupada creyendo que he desaparecido.
Me acerco a la máquina del tiempo otra vez y la miro con respeto y admiración. ¿Quién habrá sido capaz de inventar semejante maravilla? Sea quien sea se merece un premio.
Me despido de los niños y entro en la máquina, en la que efectivamente vuelve a haber otro portal abierto, y enseguida empieza todo a desaparecer y vuelve a oscurecerse durante unos segundos, como antes, pero enseguida vuelve la claridad, que entra por la puerta de la máquina del tiempo. Enseguida vuelvo a contemplar mi parque, el parque de Cokeworth, y salgo de la máquina esta vez menos asustado y más confiado y feliz que antes. He descubierto una mina de oro. Lo que no sé es si podré volver a esos niños. Ojalá que sí porque me han caído muy bien y son los únicos amigos que tengo, así que aunque tenga que utilizar la máquina del tiempo para ir a visitarlos, merece la pena. Helena me ha dicho que sí se puede, que ella y su hermana van y vienen como si nada. Me pregunto de dónde vendrán ellas.
Vuelvo rápidamente con mi mamá, que me imagino que debe de estar preocupada por mí, pero enseguida me doy cuenta de que no. Ella sigue enfrascada en su libro, y es entonces cuando me doy cuenta de que no ha transcurrido el tiempo desde que me fui. Yo creía que sí, porque allí en el parque con los niños que se han convertido en mis amigos sí que se notaba el paso del tiempo, se notaba cómo iba anocheciendo, pero al volver aquí no se nota nada. Sigue estando en el mismo momento en el que estaba antes de caerme por la máquina del tiempo.
Vaya descubrimiento tan fascinante que he hecho hoy.
