Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, son creación de la novelista Kyoko Mizuki. Adaptación del libro "El Gran Gatsby" de F. Scott Fitzgerald.

Advertencia: Debido a la trama de la historia la personalidad de algunos de los personajes de Candy Candy puede variar un poco.

-o-o-o-o-o-

Capítulo 4

A las ocho de la noche en punto llegué a la mansión del Señor Ardley. A esa hora, había ya un sin fin de personas gozando de la suntuosa fiesta. Me acerqué a un empleado mostrándole mi invitación por parte del dueño de la casa y me miró con extrañeza pues a nadie parecía importarle que yo fuese tal vez el único invitado real a aquella reunión. Fui directo a la larga barra del bar donde había todo tipo de bebidas, debido a la prohibición, el alcohol se había abaratado mucho, sin embargo, aquel despliegue del líquido me pareció exagerado.

Mientras tomaba una copa observé a la gente que pasaba de un lado a otro, no pude evitar comparar aquel lugar con una gran Torre de Babel en donde había gente de todos los extractos sociales, evidentemente hablando distintos idiomas: políticos departiendo con mafiosos; ricos bailando con pobres; empresarios, actores de cine, actrices de teatro y productores de Broadway, músicos, poetas, intelectuales y tontos. Jóvenes mujeres pasadas de copas seducidas por desconocidos que fumaban un cigarrillo tras otro. Aquello era un verdadero carnaval.

Cuando pedí otra copa, le pregunté al barman donde podría localizar al anfitrión.

- ¿El Señor Ardley? ¡Jamás lo he visto! Al parecer él jamás asiste a sus fiestas- me contestó, me sentí desconcertado.

Estaba camino a ponerme mi tercera borrachera, cuando de pronto vi a Annie Britter saliendo de la casa. Se paró en la punta de las grandes escaleras contemplando con interés el espectáculo del jardín con cierto aire despectivo. Antes de que el alcohol hiciera mella en mi estado anímico me acerque a ella, era la única persona que conocía en ese lugar y un poco de charla no me caería nada mal.

- ¡Hola! - le grité, mientras me acercaba a ella. Se veía realmente hermosa.

- Sabía que algún día te encontraría aquí, vives al lado ¿no es así?

-Sí, justo ahí- señalé hacia mi pequeña casa, ella me extendió la mano y me guio hacia el jardín.

Mientras caminábamos tomados del brazo, brevemente me indicaba quienes eran algunas de las personas que ahí estaban. Una bandeja de bebidas pasó junto a nosotros, tomamos una y nos dirigimos la mesa donde la esperaban.

-Archibald Cornwell- me dijo, mientras señalaba a sus tres acompañantes -John Elliot, Martín Maxwell, James Scott.

Dos de ellos, Elliot y Maxwell, estaba sentados con un par de chicas que a acababan de conocer ahí, departiendo como si fueran antiguos enamorados, el otro, James Scott me echó una dura mirada, al instante supe que estaba interesado en mi amiga y en desde ese momento me consideraba su rival, para la joven esto pareció pasar inadvertido.

Charlamos durante un rato tratando de ponernos al corriente desde nuestro último encuentro en casa de los Grandchester. El joven pretendiente de Annie intervenía una y otra vez intentando llamar su atención, cosa que ya empezaba a molestarme. Como es mi costumbre, traté de aligerar la tensión haciendo partícipes a los demás de la charla.

- ¿Y ustedes vienen con frecuencia a estas fiestas?

- Sí- asintió emocionada una de las chicas- Este sitio me gusta, siempre me lo paso bien. Hay de todo para todos.

- ¿Conocen al Señor Ardley? -Volví a preguntar esperando que alguien me dijera algo sobre él.

- El Señor Ardley no se muestra mucho por sus fiestas- me contestó el joven Maxwell- Al parecer no quiere relacionarse mucho con sus invitados, tal vez no busque problemas.

- ¿Problemas? ¿con quién? - cuestioné.

La otra chica, nos hizo una señal con la mano para que nos inclinamos en su dirección

- Alguien me dijo...- levantó la cara y volteó en todas las direcciones asegurándose que nadie la escuchara - ¡Me dijo que mató a un hombre! - Susurró. Inmediatamente nos echamos para atrás ante la declaración, ella sólo asentía con la cabeza.

- A mí no me parece que haya hecho eso- Aseguró Scott -Lo que yo escuché es que fue un espía italiano durante la guerra. Se lo oí a alguien que lo conoce muy bien.

- No, no, no- volvió a intervenir la chica -Él estuvo en el ejército americano. Yo estoy segura que mató a un hombre, ¡Quizás a varios! si no es así ¿por qué tanto misterio?

- Lo único que yo sé -intervino Elliot -Es que el hombre es más rico que Dios...

- O tal vez tenga un pacto con el diablo- bromeó Maxwell. Reímos ante la ocurrencia.

Todos en aquella mesa siguieron con sus conjeturas, yo escuchaba confundido ante tales afirmaciones. Levanté mi cabeza tratando de buscar a alguien que me diera el indicio de que se tratara del señor Ardley.

- Vámonos- me susurró Annie, tomándome nuevamente de la mano. Sin soltarla, la dirigí a la pista de baile.

- No, es por aquí- me dijo, re direccionando el rumbo.

- ¿A dónde vamos?

- A que conozcas al señor Ardley

- ¡¿Pero es que tú lo conoces?!- me sorprendí. Annie, me guiñó un ojo y sonrió.

Nos dirigimos a la mansión y desde las altas escaleras lo buscó entre la multitud. La observé mientras se concentraba en su búsqueda. Era tan bonita. Hace mucho no me sentía atraído hacia ninguna chica y Annie Britter me gustaba cada vez más aún con su porte desdeñoso, equilibrado con sus delicados movimientos y su maravilloso talento. Me sentí un tonto por no haberla notado en el colegio por estar embelesado con Candy. Hizo una mueca de disgusto al no encontrar al dueño del lugar, se dio la vuelta y entramos a la residencia. Al azar, abrió una gran puerta y entramos a una biblioteca. Ahí, un hombre mayor un poco borracho, husmeaba los libros uno por uno ajustando sus grandes anteojos cada vez que los revisaba.

- No les parece increíble- Nos dijo.

- ¿El qué? - respondí

- ¡Los libros son reales! Es la farsa mejor realizada que he conocido- Rio fuertemente. Annie y yo nos miramos sorprendidos - ¿A quién buscan?

- Al señor Ardley, por supuesto.

- ¿A cuál? ¿Al asesino? ¿Al espía? ¿Al héroe de guerra? ¿Al traficante? No hay algo suficientemente creíble para asegurar que este hombre realmente exista.

- Si existe, yo lo conozco- Afirmó Annie - Además, da unas maravillosas fiestas.

-Todo es parte de un elaborado disfraz. Créame señorita, el señor Ardley tal vez no sea real.

Salimos de aquella habitación mientras aquel anciano seguía con su fantasioso monólogo.

La luna ya se alzaba por lo más alto del cielo y la pegajosa música tenía a casi todo el mundo bailando. Ancianos con jovencitas totalmente alcoholizadas. Parejas de elite perdiendo el status moviéndose desinhibidamente al son de la música. A pesar del insólito panorama decidimos incorporarnos a la pista y bailar. Poco nos importó todo aquello, nos lo estábamos pasando muy bien a pesar de que un par de veces el acompañante de mi amiga prácticamente me la quitó de los brazos para que bailara con él.

De pronto se anunció un espectáculo de fuegos artificiales al ritmo de la voz un famoso tenor que cantaba una pieza en italiano. Annie y yo nos acercamos a la barra de bebidas y desde ahí contemplábamos el espectáculo sentados en dos altos banquillos. A mi lado se sentó un hombre más o menos de mi edad que me sonrió amistosamente.

- ¿Se divierte, joven amigo?

- ¡Oh sí!, en estos momentos ya me estoy divirtiendo- le respondí, levantando mi copa.

- Su cara me resulta familiar- dijo cortésmente - ¿No sirvió en la tercera división durante la guerra?

- Sí, claro. Estuve en el noveno batallón.

- Yo estuve en el séptimo de infantería. Sabía que lo había visto antes en algún sitio -Me sonrió nuevamente.

Hablamos un poco de la experiencia de la guerra y de los sitios que habíamos conocido. Simpatizamos de inmediato. Después de un rato, me invitó a probar un nuevo velero que había comprado por lo que supuse que se trataba de un habitante de algunas de las dos islas.

- ¿Qué hora le parece mejor? - pregunté.

- La hora que usted guste para mí está bien.

Estaba por preguntarle su nombre cuando Annie nos miró y sonrió.

- ¿Qué le parece la fiesta? - Preguntó mi nuevo amigo.

- Todo es excelente, pero también me resulta extraña. Ni siquiera he saludado al Señor Ardley y eso que traigo invitación -se la mostré- Parece que soy el único que trae una, yo vivo en la casa contigua -señalé con mi dedo en dirección del lugar -He escuchado tantas cosas de él esta noche, desde que es un peligroso espía, ¡hasta que es el mismísimo primo del diablo! - reí divertido.

- ¡Oh, joven amigo! me temo que no he sido muy buen anfitrión -sonrió comprensivamente -Permítame presentarme. Yo soy Ardley. Albert Ardley.

- ¡¿Que?!

Su sola sonrisa me convenció que mi impertinente comentario fue perdonado al instante. Él tenía ese tipo de sonrisas que se ven pocas veces en la vida y que pueden tranquilizar a alguien de manera automática sin sentirte juzgado. Con su mirada parecía que te entendía y creía en ti hasta donde tú deseabas ser entendido y que creyeran. Nunca me imaginé que el señor Ardley fuera así tan joven, tan afable. Tenía un porte estupendo, muy alto, con un cuerpo fuerte y en forma, vestido con un impecable esmoquin negro. Su cabello impecablemente peinado era muy rubio, y sus ojos del color del cielo en un día muy despejado. Era como estar viendo en vivo una obra de arte la cual hombres y mujeres podría admirar por igual debido a estar muy cerca de la perfección. En absoluto vi algo siniestro en su presencia, de manera que aquellos comentarios que escuché sobre él, por un momento se esfumaron tan rápido como el alcohol que corría en aquella fiesta.

- Yo... Le ruego me perdone…- dije apenado -He estado bebiendo un poco y...

- No hay problema, joven amigo, pensé que usted ya lo sabía- sonriendo, me dio una leve palmada en el hombro, inmediatamente se acercó a él un hombre de mediana edad de cabello negro con un bigote perfectamente recortado y elegante presencia.

- Señor Ardley. Le llaman de Chicago.

- Gracias George, ahora voy. Me disculpan, los veré más tarde. Señorita Britter- se dirigió a Annie y se despidió dándole un beso en el dorso de su mano.

-o-o-o-o-o-

Albert suspiró aliviado, el encuentro con Archie había fluido mejor de lo que esperaba y eso le dio una enorme satisfacción y tranquilidad. En realidad, había estado muy nervioso durante algunos días previos a conocerle, pero el amable carácter del muchacho le hizo sentirse a gusto con él.

- ¿Cómo te fue con el joven Cornwell? -preguntó George, al tiempo que caminaban a la oficina a contestar la llamada.

- Bien, es un chico muy agradable.

- No ha cambiado mucho, aunque yo todavía le recuerdo como un chiquillo. En el funeral del joven Stear apenas lo vi a lo lejos.

- Es hora de hablar con la señorita Britter- dijo, entrando a la oficina.

- Muy bien. Antes de que me vaya, el viejo Ernest Andrew estuvo por aquí otra vez. Esta vez estuvo husmeando en la biblioteca la colección de Shakespeare, de hecho, intercambió unas palabras con la señorita Annie y el joven Archibald, lo que salvó la situación es que estaba borracho. Me pone un poco nervioso, William, cada vez se acerca más. Por si las dudas, creo que debemos cuidar al joven Archie también, no podemos arriesgarlo.

- No te preocupes George, pronto le haremos una visita.

Mientras su tutor salía en busca de la chica, Albert miró por la ventana al jardín de su mansión, la fiesta estaba en pleno apogeo, tomó aire profundamente. Con notable fastidio, levantó el auricular y lo posó en su oído.

- Aquí, Ardley.

-o-o-o-o-o-

- ¿Sorprendido? - Annie se reía de mí abiertamente. No sabía si por mi expresión de sorpresa o mi desafortunado desliz con el señor Ardley.

- Sí, no lo imaginaba así.

- ¿Te lo imaginabas viejo y gordo?

- Más o menos. ¿De dónde es? Es decir ¿Qué hace?

- ¿No me digas que tú también serás otro de los apasionados del tema Ardley? - bromeó, regalándome una mirada chispeante.

- Mira todo esto Annie. Los hombres jóvenes no salen de la nada y tienen palacios en Long Island.

-Alguna vez he hablado con él y me ha dicho cosas un poco increíbles. Por ejemplo, que fue a Oxford.

- ¿Porqué?

- No lo sé- abrió la boca para comentarme algo, pero inmediatamente fue interrumpida por el hombre que se le acercó a Ardley apenas unos minutos atrás.

- Señorita Britter. El señor Ardley desea hablar con usted... a solas.

- ¿Conmigo?

- Así es, por favor madame- con un ademan le enseñó el camino. Annie me miró levantando las cejas y lo siguió hacia la casa.

-o-o-o-o-o-

Desde la ventana de su oficina, la cual, se había vuelto su mirador al mundo, Albert observó los movimientos que su amigo George Johnson. Desde esa parte, todo se podía ver como un gran escaparate, y el control de todo se podía ejercer fácilmente. Se dio la vuelta, calculando el tiempo que la señorita Britter tardaría en llegar a su oficina. Se acomodó el traje y dio un sorbo al whisky que tenía en un vaso. Inhaló profundamente, para tratar de relajar sus fuertes hombros. Al poco tiempo, tocaron la fina puerta de madera.

- Adelante.

- Señor, la joven Britter. Pase por favor- le indicó, llevándola hasta un cómodo sillón frente a un hermoso escritorio.

- ¿Gusta algo de tomar? - preguntó Albert, Annie sólo negó con la cabeza -Gracias George, déjanos solos un momento, por favor.

- Señorita Britter, discúlpeme por el atrevimiento de mandarla a traer, pero hay algo de lo que me gustaría hablar con usted.

- No le niego que me resulta extraño señor Ardley, pero le escucho.

- Gracias. Necesito de tu ayuda Annie ¿te puedo llamar así?

- Por supuesto.

- En todo caso llámame sólo Albert- sonrió -Annie te voy a contar una historia, pero antes necesito que hagas un poco de memoria. Mira bien mi rostro. ¿No me recuerdas? Nosotros ya nos conocíamos...

-o-o-o-o-o-

Esperé durante un largo rato. La lluvia en algún momento hizo su aparición y algunas de las personas que estaban en el jardín entraron a un gran salón donde había juegos de casino y un gran piano. La banda ya se había marchado, pues eran cerca de las tres de la mañana. Para amenizar, una rubia pasada de copas cantaba canciones tan melancólicas, que ella misma lloraba a mares en cada pausa. Observé por un momento a los sobrevivientes de aquella noche y no había ni una persona en sus cabales.

El joven enamorado de Annie se acercó a mí, y con absurdos argumentos me daba los motivos para alejarme de ella.

-Las jóvenes ricas no se casan con hombres pobres- espetó.

En otras circunstancias, tal vez le hubiera roto la nariz de un puñetazo y le hubiera restregado en la cara quien era yo, pero los cuatro sentidos que me quedaban coherentes me advirtieron que no era lugar, ni momento para armar un escándalo.

Salí del lugar para dirigirme a casa. Afortunadamente la lluvia ya había cesado y, desde la cima de la escalera, eché un último vistazo al jardín. A lo lejos pude ver al mismo anciano con el que platiqué en la biblioteca y que estaba más que ebrio. Su auto estaba completamente chocado con otro y alegaba que sólo quería que le dieran las llaves para marcharse, parecía no comprender que su vehículo estaba arruinado en su totalidad.

Justo cuando me di vuelta para marcharme, escuché la voz de Annie que me llamaba.

- ¡Archie, Archie!, Acabo de oír la cosa más asombrosa del mundo! ¡Es increíble! ¡Ahora todo tiene sentido! - gritó, desde el auto de sus amigos que estaba varado junto con otros tantos a causa del accidente del anciano.

- ¿Qué es? ¡Dime!

- ¡No!, juré no decirlo, lo siento, sólo estoy despertando tu curiosidad ¡Prometí callar! ¡Llámame!, ¡Veámonos la próxima semana, pídele mi número a Candy! - me dijo, mientras agitaba la mano en señal de despedida.

- ¡Lo haré! - Alcancé a decirle mientras la veía partir. Sentí una mano posarse en mi hombro, era el señor Ardley.

- Discúlpame por habértela quitado el resto de la noche, joven amigo.

- ¡Oh! no se preocupe.

- Recuerde que mañana probaremos el velero.

- Muy bien, aquí estaré- sonreí -Gracias por todo- le ofrecí mi mano y me la estrechó firmemente. Nuevamente el hombre de bigote se acercó a él.

- Señor Ardley, le llaman de Escocia.

- En un momento respondo George. Buenas noches, joven amigo- me sonrió.

- Buenas noches.

-o-o-o-o-o