Saludos queridos lectores, antes que nada, un abrazo. Espero que este capítulo alegre sus días y sería genial si me dan a conocer sus apreciados comentarios.

Disclaimer: Las imágenes son ilustrativas, un medio para darles una idea de como se ven los personajes, pero NO son de mi autoría, por lo que siendo imposible rastrear el origen de algunas de ellas, agradezcamos en nuestras almas el aporte de estos dotados artistas.

Capítulo 61 ― Gracia Divina II

Su llegada pasó desapercibida, el lugar en sí, era un caos de mujeres preparándolo todo para el alumbramiento y de Mashiro gimiendo agobiada por el dolor. A su lado llegó velozmente la querida Silvy, quien se aproximó a la mejilla tratando de menguar, aunque fuera un poco el dolor de la joven madre. Elfir agradeció la diligencia de su querida hada, sin atreverse a ser tan cercana con el precioso Cisne, por lo que intentó no importunar con su presencia, brindando el apoyo de su mirada amable. La partera realizó un tacto para evaluar la evolución de la dilatación y observó que el canal aún no era lo suficientemente amplio. La diosa se mantuvo serena, pese a que en su corazón era dolorosa la contemplación del padecimiento del Cisne de Plata... no, de Mashiro.

Posándose cerca de la cabecera de la cama en la que la joven sudaba copiosamente y sentía dolores punzantes. —Estoy aquí... estoy aquí junto a ti— susurró la deidad, tomando gentilmente la mano y retirando un mechón de cabello húmedo del rostro adolorido, sin dejar de ver las aguamarinas esperanzadas que la miraban de vuelta.

—Gra... gracias— dijo ella con voz fatigada, preguntándose cuanto tiempo más tendría que soportar, para que el parto ocurriera realmente. Tenía la sensación de que ya no habría fuerzas para pujar cuando la situación lo requiriese.

—Deja que lo haga un poco más cómodo.— Elfir sabía que no podría evitarle a la joven pasar por las incomodidades de un parto, pero tampoco la dejaría sufrir demasiado. Así que una corriente de aire llena de esencias relajantes inundó el lugar, del mismo modo que la temperatura exageradamente alta bajó hasta llegar a un nivel confortable.

Mashiro sintió el cambio y aunque el dolor no menguaba más que por lapsos cada vez más breves, el gesto removió sensaciones cálidas en su pecho y sus ojos buscaron el color del cielo azul, encontrándose con un firmamento precioso que la miraba con genuina preocupación. Los latidos de su pecho, que estaban exaltados por el momento, pudieron relajarse un poco ante el tacto de las manos de la diosa que evocaban tanto a su amor perdido. Esta sensación alimentó la idea que continuamente asechaba su mente y es que hasta en las más ínfimas cosas, la diosa y su Arika eran idénticas. La reina pensó que ya la había llamado por su nombre y ella no pareció reconocerlo, pero su reacción sobre el nombre de su hija, ciertamente fue inusual... tal vez, ¿no se reconocía solo a sí misma? ¿Realmente podrían existir tantas casualidades?

Por su parte, Elfir mimaba en todo cuanto le era posible a la joven, removiendo con pequeñas corrientes los cabellos plateados hasta que dejó de sudar excesivamente. Mientras esperaban el momento adecuada divinidad del aire había escudriñado en los sonidos para saber más de la historia de Mashiro, tratando de entender por qué el padre de la niña no estaba presente. Entre los murmullos y charlas de los sirvientes en el castillo, la noticia del parto de la reina, removió los rumores en torno al exesposo y así entendió que Ren, el progenitor de la pequeña, había escapado de la capital para salvar su vida, pues participó del complot que concluyó con el asesinato del viejo rey. La castaña tragó saliva, comprendiendo las penas que está fatigada, pero sonriente mujer había vivido y no pudo evitar admirarla por ello.

Otra oleada de dolor rompió el momento y Mashiro estrechó la mano de la diosa con una fuerza sorprendente, tratando de soportar los cambios inmensos en su cuerpo y el deseo de su hija por conocer el mundo. La partera se puso en alerta, volvió a palpar y confirmó que finalmente el momento había llegado. Quiso acomodar el cuerpo de la reina en la posición adecuada y la capacidad de Elfir para eliminar la gravedad facilitó enormemente la tarea. Se le ordenó a Mashiro pujar y la joven lo hizo de acuerdo a los ejercicios prenatales que practicó con Shinzo, pero comparada con la práctica la realidad fue abrumadora, aquellos momentos de esfuerzo parecieron infinitos para ella y para su cuerpo. Pero lo único en lo que Mashiro podía pensar en esos momentos, era en que su hija llegara al mundo con salud y bienestar; las lágrimas corrieron por sus mejillas mientras pujaba, sintiendo que se le iba la vida en ello y se forzó a mantenerse consiente más allá del dolor.

Elfir notó que algo andaba mal, pues la doctora se había puesto pálida e invitó a la reina a detenerse. Se apartó un poco para consultar a su colaboradora y a la doctora de cabecera de Mashiro entre susurros. —El bebé está en la posición incorrecta y... no se mueve como debería— Dijo esperando no ser escuchada. La más experimentada de las dos mantuvo la calma y se apresuró a ejecutar movimientos sobre el vientre para tratar de mover al bebé a una posición más adecuada para el nacimiento, pero su compañera la detuvo con un ademán mientras hacía la palpación. —El cordón...— Volvió a decir lo más bajo que pudo, y con ello fue suficiente para que su colaboradora entendiera que este se había enredado y que la situación estaba fuera de sus manos, pues la mujer mayor, no conocía situaciones semejantes en las que el alumbramiento pudiera darse así.

Mashiro gritó de dolor, desperada y preocupada por el silencio repentino. —¡¿Qué pasa?!— Gritó de nuevo. —¡¿Le pasa... algo malo a mi bebé?!— Preguntó de nuevo, sin aliento.

—Majestad, el bebé está en una posición inviable y el cordón se ha enredado. A este paso las dos podrían morir, pero si usted lo permite... podemos salvarla a usted.— Habló con tristeza la partera y la doctora desvió la mirada llena de conmiseración, pues había visto crecer a su majestad desde que era una niña y no pensó que tendría que vivir un dolor semejante.

¿Perder a Rena? Mashiro jamás contempló esta horrenda posibilidad, al menos dejó de hacerlo cuando pudo subir de peso y todo estaba bien, según los médicos de la corte. —No me importa lo que me pase, haz lo necesario para que mi hija viva— Ordenó a la partera sin un ápice de duda, porque talvez consideraron salvarle la vida a ella, antes que a su hija solo por motivo de su reinado, que en breve concluiría, pero eso ellas no lo sabían.

Aun así, los rostros de las matronas exponían lo inviable de ese camino. —No... no es posible, majestad.

La madre sintió una angustia como ninguna otra y antes de sumirse en un abismo sin fondo, se aferró a Elfir, porque ya no podía perder nada más. —Mi vida— Jadeo mirando otra vez el zafiro del cielo, que siendo una diosa no conocía los límites de los mortales e incluso si era algo contrario a la ley, pagaría cualquier precio si temor alguno. —Te doy... mi vida y cualquier cosa que quieras, pero salva a mi hija... te lo ruego— Sollozó, mientras la sangre manchaba las sábanas y otro dolor inclemente la recorría.

—Tu vida será mía entonces...— dijo Elfir suavemente con un tono enigmático y una mirada gentil, mientras hacía algo que esencialmente estaba prohibido, aunque... esto sería más como una apuesta y esperaba que coincidiera con la voluntad de las siete fortunas y que Lakshmi no se enojara demasiado.

Los iris azules comenzaron a brillar como preludio de su poder manifestándose, su mano se soltó de la de Mashiro y se movió cerca del vientre abultado, a esta le reemplazó Shinzo para brindarle sosiego. Elfir pensó que desde el momento en el que su hermana Derha le pidió servir como custodia de Mashiro, jamás se atrevió a tocarla por respeto de su estado; ya que la figura de la maternidad es extremadamente honorable y como guardiana no se atrevería a incomodar a la dama, además de prevenir disgustos con su rutilante forma de ser. Pero eso era algo que coincidía con un sentir prohibitivo que permanecía en su ser, como si ella, fuera un fruto prohibido que no debía tocar... ahora que esa auto imposición sería zanjada, llegaría la primera vez de sentir la piel bajo la yema de sus dedos. Elfir se llenó de un extraño nerviosismo, que fue más que solo por la vida de la pequeña, Rena. Hilos de poder puro emergieron de los dedos de la diosa ante las miradas incrédulas de las parteras y todas las doncellas que servían en ese momento contuvieron el aliento; incluso la doctora de cabecera de Mashiro quien vigilaba de cerca el proceso dejó caer su quijada con incredulidad, debido a un halo de luz que rodeó a la diosa y a las corrientes de aire que surgieron de la nada.

Con sus dedos divinos palpo sobre la piel del vientre de Mashiro, quien sintió un poco de alivio al dolor visceral que la había agobiado, así como una calidez y seguridad que no experimentaba a menudo. Esferas de luz revolotearon en el lugar, pues al menos una docena de Hadas rodearon a la señora del aire y a Mashiro asegurándose de que nada afectara tan crucial tarea. El poder sagrado atravesó la piel espectralmente hasta la profundidad del útero en el que la bebé aún se aprisionaba incapaz de moverse. Con profusa concentración, Elfir envolvió a Rena con sus hilos sagrados, desenredó cuidadosamente el cordón y la movió lenta y delicadamente para que la cabeza se ubicara en el canal de parto. —Ahora está en posición...— Informó a las parteras y le sonrió a Mashiro quien no podía expresar completamente su gratitud más allá de las lágrimas.

—Su cabeza, se ha asomado...— El asombro tiñó por completo la faz de la partera más experimentada. —¡Majestad! ¡Un esfuerzo más!

—¡Puje!— Dijo la asistente, mientras preparaba la suave tela en la que depositarían al bebé.

La obediente reina se esforzó nuevamente a pesar de su evidente agotamiento, porque después de pensar que su pequeña no llegaría a ver al mundo, tirar un poco más de su fuerza de voluntad con tal de tenerla a salvo, era una cosa que Mashiro haría sin lugar a dudas. Pujó y gimió estrangulando la mano de Shinzo en el proceso, hasta que el llanto de su adorada hija llenó la habitación y todas en el lugar suspiraron con alivio.

La asistente sostuvo a la bebé mientras la matrona mayor cortaba el cordón umbilical que tantos sufrimientos había causado y se ocupa de revisarla inmediatamente, era una bebé con saludables pulmones. —¡Es una niña!— dijo felizmente, pero pronto guardó silencio en cuanto la limpió y vio con angustia las magulladuras en la piel de la pequeña, cuyo llanto no cesaba.

—Dámela— Ordenó Elfir y no hubo quien dudara un solo instante en obedecerla.

Tomó en sus brazos a la bebé y la abrigó con calidez en una seda que Silvy proporcionó en el acto. —Seas bienvenida a este mundo.— Susurró sanando pacientemente las lesiones que aquel cordón ocasionó cuando se enredó alrededor del pequeño cuerpo.

—Gracias... gracias, su excelentísima...— dijo con voz cansada la joven de cabellos claros, casi al borde del desmayo.

Con su poder, Elfir no solo sanó a Rena, limpió y deshinchó, dejándola rozagante y serena. La deidad se dio el tiempo de mirarla, tenía una melenita plateada tan preciosa como la de su madre y sus ojos, que se abrieron lentamente, delataron el azul de un zafiro celestino. La veía y la sentía, con tanta intensidad que el deseo de que fuera su hija, se hizo presente en su pensamiento. —Querida Rena, este es el nombre que tu madre escogió para ti. En honor de este maravilloso día, yo te celebro y derramo sobre ti todas mis bendiciones— Marcó un símbolo dorado en la pequeña frente de la bebé que también besó con tierno afecto, y por ello la niña jamás sería ignorada por las hadas del viento que la cuidarían siempre. Ante tal voz apacible, la infanta gorgojeó sonriente y Elfir casi pudo morir de contento, junto a Silvy quien revoloteaba entre Mashiro y la bebé, pues apreciaba enormemente a las dos. —Se parece a ti, Mashiro.— Dijo con calidez en su voz y aproximando aquel manojo de alegría a los brazos de la madre, quien no pudo contener las lágrimas, pues al fin podría tener a su hija junto a ella.

Mientras Mashiro sollozaba feliz contemplando a su pequeña y Shinzo murmuraba lo mucho que se le parecía, la deidad las miró con un dejo de anhelo, pero no había tiempo para esas banalidades. —Deja que te sane a ti...— Sugirió, consciente del tenue sangrado que no cesaba en la madre primeriza.

La matrona volvió a fungir su oficio y se encargó del curetaje con la asistencia de la doctora. A su lado, otras dos doncellas limpiaron a su majestad y la vistieron con una bata de seda mientras la señora del viento se distraía con la bebé intentando no ver la desnudes de la mujer. La batola, que estaba diseñada para ser abierta por delante, ayudaría en las ocasiones en las que la Reina tendría que dar alimento a la recién nacida. Poco después, la castaña de mirar azul, removió un poco el camisón hasta desnudar el vientre de nuevo y para la vergüenza de Mashiro quien estaba demasiado sensible al tacto, procuró mantener la mirada en un punto fijo que disimulara su situación. Fingiendo no darse cuenta de la circunstancia, Elfir volvió a posar su mano a la altura del ombligo inflamado e hizo que su poder curativo acudiera a cada parte de su cuerpo con un brillo de tonalidad azulina, mientras que Shinzo quien cuidaba de Rena por un momento, no evitaba mirar con admiración y maravilla tal poder sagrado.

Pese al pulso tembloroso, la segunda espada pudo concentrar sus esfuerzos, haciendo que Mashiro fuera regenerada milagrosamente. El sangrado se detuvo y la rasgadura producto del parto se reconstruyó y desapareció como si jamás hubiera existido. Los huesos que se abrieron para dar paso a la vida se reacomodaron sanando como si ya hubieran transcurrido los días suficientes y su vientre se desinflamó hasta volver a su forma habitual y aplanada, con el talle que solía tener. Las mujeres envidiaron a Mashiro en ese momento, pues algunas matarían por una recuperación tan rápida y mágica, sin mencionar los cuidados de la diosa que era un ser realmente hermoso.

Tan rápido como fue posible, la deidad separó sus manos del cuerpo de Mashiro y desvió el rostro, sintiendo el ardor en su cara, sin comprender por qué algo como esto afectaría su temple. Las dos estaban avergonzadas, pero Elfir lo disimuló dando las gracias a sus haditas por cuidar de todo mientras ella estaba ocupada y entonces volvieron a revolotear por toda la habitación, dando algo que mirar a los presentes. Mashiro también lo había sentido, el tenue temblor en los dedos que la tocaron con tal delicadeza, era imposible que... la diosa se pusiera nerviosa por tocarla, ¿verdad?

La reina decidió no pensar en ello por demasiado tiempo, aunque era increíble, el toque sobre su vientre realmente le había devuelto el bienestar y la vitalidad, su cuerpo antes insoportable ahora era liviano y no dolía ni un poco, por lo que pudo, con toda seguridad, ponerse de pie. La doctora y la partera se espantaron en el acto y corrieron a ayudar a su majestad para que no cayera al suelo y agravara su condición. Pero nada de eso hizo falta, pues la mano de la diosa fue tendida anticipadamente a fin de escoltarla. —No teman, yo no suelo usar mi curación a medias...— Informó la sonriente deidad y todos sin excepción la reverenciaron con gratitud. Mashiro tomó felizmente a su hija en sus brazos y la meció, contemplándola como al ser más perfecto de toda la creación. —De todos modos, deberías descansar.— y sus palabras, que eran más que solo un consejo, se hicieron obra, por cuanto la silla más confortable del lugar se movió por sí sola hasta quedar a la espalda de la joven, a quien Elfir le solicitó tomar asiento con un ademán.

La reina asintió obedientemente y se sentó en el artilugio ingrávido que se movía de acuerdo a su voluntad, haciendo innecesario caminar. La maravilla de la dama albina ante tal magia quedó en segundo lugar cuando las manos divinas posaron una pashmina sobre sus hombros, de modo que el pronunciado escote de la batola fuera cubierto con recato, para que Rena pudiera ser amamantada con privacidad. Una sorprendida Mashiro, levantó la mirada para ver a la alta figura que, casi como un amante, le prodigaba hasta los más insospechados cuidados y no quedó claro para ella, si esto se debía a que ahora su vida le pertenecía o era una más de las diligencias que ocupaba como custodia. Cualquiera fuera la razón de la conducta tan cercana de la diosa, ella no se quejaría y disfrutaría de ese momento, por breve que fuera, por lo que asintió sin dejar de mirarla.

La joven Kruger sonrió con alegría observando a su amada hija succionar de su pecho habidamente, era tanta la felicidad de tenerla que el dolor inherente a la primera vez de alimentarla pasó de largo en su mente. Notó de inmediato que esos ojos, tan bellos como el cielo que la miraban, realmente coincidían profundamente con la tonalidad y matiz de los iris de su hija, lo cual la alegró en el alma. Siendo sincera, Mashiro pensó que este instante se parecía mucho a los momentos de las fantasías más dulces que se había permitido imaginar alguna vez, sobre como sería tener una familia finalmente.

La doncella Himeno, que observó la extraña conducta, no unilateral, de su majestad con la diosa, se aclaró la garganta para evitarle desencantos futuros a la joven que amaba tanto como a una hija. —Majestad, es momento de anunciar el nacimiento, es seguro que todos esperan con ansias conocer a la princesa.

Consciente de la larga espera de su familia, el Cisne de Plata decidió acudir al salón para dar la buena noticia, así como mostrar a su pequeña hija ante quienes quería tanto. La algarabía no tardó en hacerse sentir cuando las figuras tensas de un numeroso grupo casi se habían comido las uñas ante la expectativa y la preocupación, pero que al verla sonrieron deslumbrantemente, pues comprendieron que todo había salido bien. Natsuki miró con agradecimiento a Elfir, pues acababa de volver debido a unos asuntos relacionados con un Orphan volador, avistado cerca de la frontera, el cual no pudo encontrar en esta ocasión.

Mientras veían como Shizuru y Natsuki felicitaban a Mashiro con rostros de felicidad, más que hechizadas con la pequeña, junto a los miembros restantes de la familia Fujino; Shura levantó la ceja con gesto acusador y malicioso sobre Elfir. —Hermana, ¿podrías decirme que cosa le hiciste a la reina?

Elfir casi se ahogó con su saliva al escuchar tal cosa. —¿De qué hablas?— Pensó en cada momento que había pasado junto a Mashiro, pero no encontró una situación pudiera ser acorde a lo que se refiriera su hermana, salvo por... hoy.

—La niña, ¿me vas a negar que Rena realmente parece hija tuya?— Señaló lo evidente, con un tono burlón.

Por un momento temió que la pelinegra hubiera notado su intervención en el parto, incluso ahora mismo se preocupaba de la aparición de Lakshmi. Sabiendo que no era así, sonrió confiadamente mientras se cruzaba de brazos y miraba en dirección de la familia cuya dicha enarbolaba la felicidad. —Te equivocas... ella es preciosa y se parece mucho más a su madre.

Shura quien conocía a su hermana más que a sí misma, imaginó que la castaña podría actuar irreflexivamente una vez más. —Volvimos a la vida hace poco, ¿podrías no romper las reglas de inmediato? ¿Por favor?— musitó lo más bajo que pudo.

—¿Qué dices?— Susurró del mismo modo que la pelinegra de iris cambiantes un tanto contrariada. —Yo no he hecho nada malo.

—No finjas. No hay forma en la que esos ojos tuyos miren así por cualquier razón.

Elfir intuyó de lo que hablaba Shura, así que no lo negó. —No es tan grave. Las reglas están cambiando, ¿acaso no escuchaste de la excepción que madre hará por Mikoto? Fue un tema que se trató en una de las reuniones de los tres altos gobernantes y todos lo apoyaron. Dicen que si haces algo lo suficientemente bueno, puedes relacionarte cercanamente con los humanos.

—¿En serio?— La dama del agua miró con interés a su hermana menor. —¿Cómo puedes estar tan segura?

—Mi dominio es el viento, hay muchos sonidos allí... y más secretos de los que querrías saber.

—Ciertamente— Shura pensó que hay cosas que realmente no quiere saber y otras que se muere por conocer, como los intereses de la rubia que entraba en el salón junto a otros conocidos jinetes que venían a felicitar a su majestad. —En ese caso, podríamos ofrecer más que solo la posición de una concubina.— Sus palabras salieron como suspiros mientras veía a la joven de melena rubia que sin duda le parecía tan portentosa, como si un halo de luminosidad la envolviera y como si sus ojos fueran un lago precioso en el que pudiera sumergirse.

—Como lo veo, no parece que yo sea la única interesada en el cambio.— Elfir levantó su ceja con diversión, miró en dirección de Erstin Ho y concluyó que su hermana tenía buen gusto. —Pero, ¿es así de serio para ti?— miró con curiosidad a la primera espada, dado que las restricciones de los dioses, en torno a la proximidad con los humanos, estaba más relacionado con la prohibición de mezclar sus linajes. —Podrían ser amantes sin jamás desposarse.

—¿En eso pensaste cuando le ofreciste el contrato a De'Zire?— Shura cuestionó con cierta molestia, pues quería algo serio con Erstin. Aunque se apenó un poco recordando que esa joven remusiana la había rechazado. La señora del agua, aún estaba confusa por la situación, después de todo consideraba a su hermana un increíble partido, justamente por eso le parecían sorprendentes las acciones de la princesa. ¿Cuántas personas se arriesgarían a provocar la ira de un dios?

—Al final no importa lo que hubiera pensado, no será de todos modos.— Su tono de voz, aunque pareciera tranquilo, no ocultaba la tristeza en sus ojos. —Pensar que hubo épocas en las que nos ofrecían mujeres vírgenes a cambio de favores— Bromeó la castaña para no pensar en el hecho de que había sido rechazada por Zire y lo doloroso que realmente era, pues se sentía más que solo una pérdida para su orgullo, porque esta mujer no sería elegida solo por un capricho. —y ahora mismo he sido despreciada por una mujer, cuyo amor se guarda en un féretro junto a quien no existe más...

La de iris zafiro reflexionó sobre como cambian las cosas con el paso del tiempo, pensando que en aquel entonces, agitar los vientos de las velas de los barcos o procurar la lluvia a los cultivos habría sido suficiente para tener a la mujer que deseara. Claro que, recordaba que la presencia de mujeres en sus aposentos era incómoda, pues la mayoría opinaban que serían tomadas y desechadas con el alba. Pero no era esa clase de ser despreciable, contraria a las ideas de quienes las ofrendaban, respetaron e instruyeron a las infortunadas jóvenes, quienes pudieron elegir sus caminos libremente.

Notando lo pensativo del rostro de su hermana, Shura consideró decir sus propios pensamientos. —Elfir, espero que no estés pensando en Mashiro debido al desprecio que recibiste— La voz de la primera espada advertía un tono de disgusto ante la idea.

—No soy tan ruin, Shura...— Suspiró dirigiendo su mirada sobre la joven madre que en ese instante se volvió para verla y sonrió tan cálidamente, con un ademán de saludo pequeño, pero significativo, antes de continuar la amena conversación con su familia mientras Rena dormía en una cuna a su lado.

—No te juzgo hermana, yo desearía ser más valiente... como tú. Salvo que no entiendo, ¿desde hace cuanto tiempo desarrollaste estos sentimientos?

—Desde la primera ocasión, fue así con las dos... sobre Mashiro, fue tan extraño verla aquel día en la ceremonia conmemorativa hay una familiaridad que no puedo ni explicar. Yo estaba tan enojada con el hombre que quiso arrebatarle la vida que casi se sintió personal, pero me dije entonces que este comportamiento era impropio si codiciaba a la mujer de otra persona, pues se trataba de una mujer casada que además iba a ser madre. Me esforcé por mantener las distancias, pensando que Mashiro tenía una persona a la que amaba, y al principio creí que era el padre de esta niña preciosa cuya risa es la más grandiosa maravilla. Pero ese sujeto no es más que un pelele y un cobarde, alguien indigno de la hombría con la que nació.

—Supe que era un matrimonio concertado con un amigo de la infancia. No suele haber amor entre los contrayentes, pero al menos esperaba lealtad. Es lo que espero para nosotras si nuestra madre decide desposarnos del mismo modo que a Derha.

—Es por eso que no me hago demasiadas ilusiones, ¿realmente se nos permitirá el matrimonio con doncellas mortales? Si hay algo en lo que puedo coincidir con Kiyoku, es que a los dioses mayores no les importan nuestros sentimientos. Pero eso no significa que pueda ordenar a mi corazón el no sentir nada, o impedir a mis ojos sucumbir ante estas mujeres desde el mismo instante en que las vi, incluso si en el fondo sé que no puedo tenerlas.

—Si es así, ¿por qué no me pediste cambiar de labores? Pudiste cuidar de Shizuru cuando quisieras y yo velaría por la joven reina, fielmente...

Negó con la cabeza. —Cada minuto que me aparto de ella, no encuentro sosiego... es tan delicada y frágil que pareciese que va a romperse en cualquier minuto. Pero luego admiro cada cosa horripilante que ha vivido y entonces, sé que ella existirá perfectamente sin mí, porque su voluntad de vivir es más fuerte que mi propia lanza y su mirada es más mortífera que el peor veneno cuando alguien o algo amenaza lo que le es amado.

—Las cosas son diferentes cuando tomás el corazón de una madre, no solo amas a la mujer... ¿Lo entiendes?— Los iris magma observaron cuidadosamente la forma en la que Elfir mantenía sus ojos puestos en la joven y en la niña.

—Lo dices como si estuviera seduciendo a Mashiro de una forma tan descarada...— Se mordió los labios y volvió a mirarla de soslayo como si tuviera sed. —La he respetado cada segundo en el que he sido su guardiana, incluso he evitado tocarla al punto en el que ella podría pensar que me desagrada, pero es todo lo contrario. Deseo protegerla, abrazarla y jamás soltarla, conocer cada secreto de su alma y de su cuerpo, pero... ¿Cómo podría hacer tal cosa?

—Sé que quisieras hacerlo sin preocuparte de nada.— Intuyó la mayor con una expresión comprensiva.

—Ella es algo prohibido para mí— Elfir asintió y soltó el aliento contenido como si fuera su propia alma la que quisiera abandonarla. Tragó saliva y tensó la mandíbula, sosteniendo su muñeca derecha con la mano izquierda justo detrás en su espalda. —Al mismo tiempo es como el hechizo de una flama que va a quemarme en cuanto la toque y aun así, quiero arder sin piedad. Si tan solo ella quisiera hacer una hoguera conmigo.

Más que sorprendida, la dama de la espada infinita abrió los ojos como si no pudiera creer lo que escuchaba. —¿Estás segura de que no es un impulso quimérico? ¿Que pasará cuando la sed sea saciada?

—Si fuera por lujuria haría una banalidad. Propuestas es algo que abunda a nuestro alrededor, supe que también hasta ti han llegado tantas dádivas llenas de falacia... que sería insulso— Una mueca de desdén apareció furtivamente. —Con cualquiera de ellas un bocado de pasión sería suficiente... pero este sentimiento es algo que no podría apaciguarse con tan poco— caminó cerca de la ventana y le dio la espalda a las demás personas, dejando la vista de su faz solo a su hermana. —Sé que cuando esta misión concluya ya no podré volver a la dimensión superior sin añorar estos instantes junto a ellas, y no quiero ni pensar cuanto extrañaré también a Rena.— Admitió mientras deseaba ser la otra persona feliz en el cuadro familiar que se presentaba ante sus ojos y se sentía egoísta por ello. Entonces observó el cielo como perdida en sus pensamientos. —Sé lo que piensas, que soy como una veleta que se mueve con el viento; sin embargo, cada punta de mi alma se dirige nuevamente hacia ellas.— Elfir tragó saliva ya su rostro lleno de desasosiego. —Ruego por la felicidad de estas mujeres que sin siquiera desearlo han atrapado mi atención y mi afecto con solo ser lo que son. A mi pesar, la dama de Remus me ha rechazado y es claro que Mashiro no se interesa, porque cuando yo temblaba como una hoja al tocarla, ella parecía tan tranquila y confiada.— Sonrió ligeramente apenada.

—Elfir, incluso nosotros que tenemos largas vidas, hemos conocido la finitud. Con leyes o sin ellas, no quiero volver al instante final de mi vida, sintiendo tal vacío en mi interior.— Dijo con gentileza, sujetando con fuerza el hombro de su hermana, a quien amaba profundamente. —Asegúrate de intentarlo todo, con tal de hacer realidad aquello que anhelas y así, pase lo que pase, no tendrás arrepentimientos.

Una sonrisa retadora nació en los labios de la castaña. —Intuyo que darás el ejemplo con esa preciosa dama de las fraguas a quien no dejas de mirar ni un instante.— rodeó con su brazo a la pelinegra del agua.

—Sí, claro...— Afirmó nerviosamente la mayor de las espadas. Tan solo una duda acudió a su mente. —Solo hay un pequeño inconveniente.

—¿Cuál?— Elfir frunció el ceño.

—¿Cómo cortejas a una mujer del mundo mortal? ¿Hay algún protocolo a seguir?— La mirada rojiza como la lava contempló con genuina curiosidad a la segunda espada.

—No me mires... yo intenté lo del contrato nupcial y me fue como a las flores en sequía.

—Tendremos que consultarlo con Derha.

Elfir negó con un suave movimiento. —Tampoco le ha ido bien adaptándose, es mejor no meternos en esa situación.— Negó con expresión apenada, mientras Shura veía con una mueca extrañada al matrimonio Di'Kruger, que podría pasar como la pareja feliz, pero Elfir no mentiría sobre eso. —Será mejor preguntarle a alguna persona más experimentada.

Shura asintió pensativamente. —Alanis y Christine parecen conocer mejor sobre eso y podríamos...— su voz se detuvo cuando vio a cierta rubia, la princesa rompecorazones, ingresando al salón con su confiable doncella Kaon Sward, quien a su espalda traía toda clase de regalos para la recién nacida y la madre, aunque el salón en sí mismo ya abundara en obsequios de los presentes.

—Rayos y centellas...— Susurró Elfir al ver a De'Zire, sintiendo sus pulsaciones subir repentinamente con nerviosismo.

—Actúa con normalidad o finge que no la viste.— Shura le dio una palmada en el hombro.

Elfir asintió, obligándose a respirar con calma, forjó en su rostro una expresión serena y portentosa, consciente de que si era una diosa, debía actuar como tal. Llamó a su hada primordial con una tonada de su voz y la pequeña Silvy llegó a su lado tan brillante como siempre, a ella se unieron las otras esferas de luz que mágicamente depositaron cerca de Mashiro y Rena, una serie de obsequios envueltos de tal forma que se veían como hermosos capullos de flores. Todas las miradas se posaron sobre la diosa, incluso aquellos iris violáceos que desviaron la mirada como si una silenciosa culpa se alojara en su consciencia, cuando Elfir supuso que le resultaba desagradable después de su intrusiva propuesta y se forzó a no flaquear entonces, centrando toda su atención en las agasajadas.

—Querida Mashiro— Se aproximó, extendió sus manos para sostener a Rena, quien sorprendentemente no comenzó a sollozar tras la separación de su madre, porque conocía a este ser que siempre la ha protegido incluso antes de nacer. —He contemplado maravillas que los hombres ni siquiera imaginan y ninguna de ellas me ha extasiado tanto como tu bravura en este día que inició con adversidad, pero ha concluido con una dicha inconmensurable.— Centró toda su atención en la mirada cristalina del precioso cisne cuyos respiros se suspiraban emocionados ante tal gesto gallardo, a la par que los capullos se abrían revelando toda clase de maravillas. —Me has hecho muy feliz...— admitió ya a escasos pasos de la mujer que parecía incapaz de ver nada más que a Elfir y a su hija, sin siquiera preocuparse de las personas que les observaban, sorprendidas con tal giro de los acontecimientos. —Desearía que me concedieras el privilegio de ser para Rena la figura de la que hoy carece, si me permites amarla y protegerla, yo... yo realmente, quisiera poder ser junto a ustedes.

Incluso si aquel amor solo estuviera destinado a Rena, Mashiro asintió feliz de tener la oportunidad de permanecer junto a Elfir para conquistar su corazón. —Nada nos haría más dichosas, mira lo tranquila que se siente en tu abrazo— expresó lo evidente, haciendo que el zafiro miraran a la niña dormida como si ningún mal existiera en el mundo, ante sus ojos ella era más preciosa que un ángel.

La sonrisa de Elfir pasó de una complacida a una sorprendida, por cuanto Mashiro le plantó un beso lleno de gratitud y amor a su mejilla, ante la estupefacción de todos los reunidos que intuyeron cuanto más pasaba entre la diosa y la joven madre, pues ningún mortal se atrevería a tanto. La suave caricia aceleró el corazón del viento, cuyos latidos se hicieron rimbombantes, se contemplaron mutuamente a tan escasa distancia y la sensación magnética de aproximarse se tornó incontenible.

"Desearía... darle un beso."— La idea acudió al pensamiento mientras sus miradas anhelantes acortaban la distancia, como atrapadas en un embrujo silencioso y se habrían abandonado a sus deseos, de no ser por los tiernos sonidos de una Rena que recién despertaba y emitía gorgójeos inocentemente en medio de las dos mujeres.

Natsuki quien observaba la escena, no sabía si alegrarse o preocuparse, pues a ninguno de los asistentes les quedó duda de la evidente atracción que Mashiro y la diosa del viento sentían la una por la otra; pero ella, que conocía la historia de la vida que fue, no estaba segura si estas habrían sido las acciones de Arika Sayers, quien había elegido a De'Zire como su futura esposa. ¿Qué diablos estaba pasando ahora mismo? Justamente en memoria de la princesa, buscó a la joven extranjera, encontrándose con la puerta ligeramente abierta y su ausencia en la sala.

.

.

.

Las noches, que son espacio para el descanso, fueron interrumpidas por el llanto de una infanta, cuyo apetito suplicaba la atención de su madre. Junto a la cuna, los brillos de las hadas revolotearon, entreteniendo los ojos azules de la niña que intentaba tomarlas con sus pequeñas manitas que aún no controlaba. Ante tal cosa, la presencia de la deidad del viento llegó prontamente como una estela de luz dorada y Rena fue tomada cuidadosamente por las manos de Elfir, quien la acunó en su pecho cariñosamente. La niña, cuyo deseo más grande era comer, intentó buscar en el seno de la diosa el alimento que la eludía por el momento, molestándose y volviendo a llorar. La castaña meció a la niña. —Ya pronto comeremos, pequeño cielo.— Susurró en su oído, dándole un poco de sosiego, mientras se aproximaba a la cama de la reina, que ya se preparaba para abrir su bata.

La adormilada mujer miró con adoración a los tesoros más valiosos de su mundo, porque fuera el destino o la casualidad, ver a cierta castaña cuidando de su hija en lugar del padre que no extrañaba, era como el paraíso en sus pensamientos y así había sido durante dos semanas. Mashiro recibió a su hija con amor profundo y le sonrió con gratitud a la mujer frente a ella, admirando como cada vez, lo atractiva y sensual que era. La joven madre se apresuró a desabrochar su bata, rebelando el pecho que como un fruto maduro sobresalía para dar el sustento a la infanta, pero como siempre, Elfir desvió la mirada ya habiendo grabado en su mente la vista de un escote realmente tentador, que involuntariamente agitaba sus latidos y sonrojaba sus mejillas. La Kruger sonrió complacida, consciente del deseo que crecía y se manifestaba en la faz de la deidad al mirarla y le conmovía, incluso más, ver sus esmeros por ser completamente diligente en su labor de guardiana. Era un placer culposo descuidar los hilos de su vestido a la vista de esos iris celestinos, no negaría que expuso sus muslos "accidentalmente" al acomodarse en la cama para descansar y sintió la mirada en su piel cuando fingió dormir.

Rena fue amamantada y la vista de tal escena, revivía el profundo anhelo en el corazón de la castaña, quien no evitaba llenar sus ojos de afecto por el par. Había conocido infinidad de seres en su existencia, vio a muchos nacer, crecer, hacerse adultos y formar sus propias familias. Era algo natural de ver, pero... esta vez, quería ser partícipe y sabía que en su segunda oportunidad de vida se permitiría ser codiciosa. Así que no tardó en tomar de vuelta a la bebé, para ocuparse de sacarle los gases con tenues palmaditas, mirando a Mashiro con una sonrisa que robaría suspiros enamorados a sus pretendientes.

—No puedo apartarme de ella. ¿Podrías preguntarle que hechizo ha puesto en mí?— el tono suave y bromista, brotó de los labios divinos, mientras la mano acariciaba la pequeña espalda y la niña se liberaba finalmente del molesto aire. —Estos hilos de plata son más suaves que la seda más exquisita de los cielos— murmuró deleitándose mientras sentía la melena de la bebé y dejaba ser los pequeños eructos.

Mashiro quien anudaba el cordón de su bata para cubrir su pecho con más lentitud de la necesaria, se aproximó con una sonrisa. —Como puedes ver, Rena tiene sus propios recursos para cautivar a quien la mira.— Inclinó un poco su cabeza mirando a su hija y susurrando amorosas palabras. Entonces sus largos cabellos plateados cayeron a un lado, desvelando el cuello pálido y delicado que Elfir contempló con una urgente necesidad de acariciar. Mashiro levantó la mirada y pestañeo numerosas veces, como el cervatillo inocente que podría ser devorado por un salvaje depredador.

—Puedo ver muchos corazones rotos en su futuro...— Respondió Elfir con un tono que no sugería estar hablando completamente de la niña en sus brazos, aunque Rena pronto atrajo su atención. La señora del aire quedó embobada con el hecho de que la niña usaba toda su manita para sujetar su dedo índice y hasta fruncía el ceño en tal laboriosa tarea.

No mucho después, la niña cayó dormida de nueva cuenta y fue llevada a su cuna, en la que una felpuda y abrigada cobijita la esperaba. Silvy se acomodó para dormir a su lado ante la mirada de aprobación de la señora del viento. Estaban en el cuarto contiguo, en el que Shinzo también se ocupaba de atender a la pequeña princesa, cambiando su pañal para que pudiera dormir placidamente otras tres horas. La doncella de cabellos rosáceos observó a la deidad que miraba a la bebé dormir, sin entender por completo sus intensiones, porque fiel a su palabra en el salón el día del nacimiento de Rena, ella había cuidado a la princesa con incluso más diligencia de la que los padres nobles de los niños se ocupan. Shinzo sabía que ni siquiera Ren se habría tomado estas molestias, pero se preocupaba igualmente, porque estaba segura de que Mashiro volvería a romperse en pedazos en cuanto el capricho de este ser cesara y eso era algo que genuinamente la aterraba, por cuanto la joven Kruger Blan, ya había perdido demasiado a tan temprana edad. Aun así, no quería cometer el mismo error que en el pasado, porque sus acciones para separar a Arika y a Mashiro, no hicieron más que hacerle daño al Cisne, así que incluso si estaba aterrada, sabía que no podía vivir la vida y los pesares destinados, en el lugar de su joven señora. —Por favor, dioses... sean piadosos— susurró, sin saber que sus palabras llegaban a los oídos de la deidad, pese a lo bajo de su tono.

—Ellos no lo son...— Dijo Elfir volviéndose a ver a Shinzo, quien se asustó ante la mirada fría del cielo azul. —No te preocupes, ya es tiempo de que me marche...— La castaña sentía que para la doncella de la reina, ella era algo peor que un bandido intentando atracar las arcas del tesoro y no es que, la mujer no tuviera motivos para temer, porque sus ojos se desviaban constantemente sobre Mashiro de una forma que un simple custodio no ocuparía. —Me despediré de Mashiro raudamente, debo tomar otras responsabilidades en la mañana, pero dejaré a mi comandante con ella. Silvy tomará una forma más adecuada para su valiosa tarea...— Elfir salió de la habitación antes de recibir una respuesta de la doncella, quien se sorprendió de no haber ocultado correctamente sus reticencias sobre la diosa.

En cuanto atravesó la puerta, cerró la misma tras de sí, algo que no era frecuente, pues la dejaba completamente a solas con Mashiro. —¿Pasa algo?— Vino la voz de la Kruger desde la cama en la que estaba sentada, preparándose para dormir nuevamente por el breve tiempo que su hija concediera. La respiración de la deidad, que ya no era apacible, preocupó a la joven, que se apresuró a llegar a su lado. —¿Estás bien?— Preguntó intentando que la figura inquieta de la deidad la mirara y le obligó un poco con la gentil caricia de su mano en su mejilla.

—Mashiro...— La miró con una expresión inquieta, así la voz trémula delató que algo no estaba completamente bien. —Yo... yo debo irme. No estaré presente durante unos días, que espero no sean demasiado largos.— Informó bajando la mirada.

—¿Volverás?— preguntó ella en un hilo de voz con un temor asechando en la trastienda de su mente, pero volviendo a mover suavemente el rostro de Elfir en su dirección para obtener respuesta viéndose a los ojos.

—Sin duda.— respondió mirándola directamente, todavía ansiosa, aunque posando una sonrisa amable en su faz.

—Entonces, ¿por qué... tienes esa expresión? Como si fuera una separación tanto más larga...— Mashiro deseó que no se cristalizaran sus ojos de alivio, pero fue en vano, en ese punto estaban tan cerca que notó la mano de la diosa posada débilmente en su cintura como si anhelara abrazarla y no evito dar un paso más cerca.

La deidad se reprochó su debilidad, pero explicó su razón. —Porque es la primera vez, que me alejo desde el nacimiento de Rena y se siente horrible.

—¿Es así?— Preguntó dubitativa y una pequeña muestra de valor asomó en sus iris aguamarinas. —¿Es solo por Rena?— cuestionó en un hilo de voz suplicante.

Elfir negó, tragó saliva y suspiró muy cerca de sus labios, hasta casi unir su frente con la de Mashiro sosteniendo con sus manos su talle. —Si dijera que... no quiero apartarme de las dos, ¿sería desagradable para ti?

—Elfir, comprende que... mi vida te pertenece, que yo te pertenezco.— La devoción en su voz, hizo temblar cada fibra de su ser, comenzando su mundo a girar nuevamente y ya no pudieron soportarlo más.

Elfir acercó su rostro, entonces sus labios se rozaron impulsivamente, sumergiéndose en un beso apasionado cuya contención se había roto finalmente. Mashiro acaricio su rostro mientras aceptaba gustosa el beso que tenía tan vivo en la memoria, allá cuando un día nevado de tristes recuerdos, compartió un contacto tan ardiente con su amor primero en el carruaje. La Kruger se aferró a la vida con cada respiro jadeante que salió de sus labios y suspiró impacientemente en cuanto la mirada zafiro volvió a encontrarse con la suya, cuando sus manos inquietas buscaron a tientas los amarres de sus atuendos. Una sonrisa confidente curvo sutilmente sus bocas, al igual que sus miradas delataron su excitación, poco antes de fundirse una vez más en otro beso.

La diosa encaminó a la dama sobre el lecho y la deslizó suavemente sobre las sábanas blancas, sin dejar de contemplar sus expresiones en busca de alguna negativa, cuando solo encontró anhelo y deseo en cada gesto. Sus labios besaron el cuello de la reina, su clavícula y una pequeña porción de su seno, entonces sus dedos sujetaron la amarra del escote que durante días le había torturado, aquella prenda cruel, que contenía el precioso pecho que se abultaba bajo la tela como si esperara la libertad. Haló del cordón con los ojos puestos en las expectantes aguamarinas de Mashiro, cuyo temblor hizo dudar un poco a la castaña, quien intentó retirar sus avances; sin embargo, los dedos de la joven Kruger estrecharon su mano guiándola sobre su pecho, afirmando sin palabras que este también era su deseo.

Elfir sintió el turgente pezón bajo su palma y una punzada ascendió por su vientre, que imploraba un contacto incluso más íntimo. La soberana de Windbloom decidió que no se permitiría dudar, por lo que disfrutó de los besos que Elfir le prodigó a sus pechos y de las caricias de esas manos que bajaron desde su cintura hasta su pierna derecha, rozando la pantorrilla. La diosa deslizó la bata hacia arriba, hasta tener al alcance de sus manos los delicados muslos de la hermosa albina. —¿Puedo?— Preguntó con un hilo de voz, cuando sus dedos se encontraron la tela suave de la ropa interior de Mashiro y sus ojos se miran extasiados. Apenas un asentimiento a través de los respiros y la creciente anticipación de la reina, fue suficiente... así, el toque prodigioso de los dedos sobre la tela, húmeda de placer, se manifestó como un gemido arrebatador. Las caricias que se hicieron más atrevidas se deshicieron de la barrera, hasta tocar en el lugar que se reserva al amor que se anhela y se espera con ilusión perenne, porque quien le hace el amor ahora mismo es la persona que más ama en el mundo.

Mashiro cerró los ojos con placer, mientras las caricias y los besos de la diosa la enloquecían poco a poco, junto a su cuidadosa penetración y los movimientos de su cadera que ansía fundirse en la suya. Su entrega, que era completa, llegaba a sus ojos... se miraron con amor y deseo en partes iguales, se mordieron los labios y el deleite del contacto, llenó de estremecimientos el cuerpo de la mujer que no había conocido gozo como aquel hasta este día. Sorprendida por el abrupto de temblores y éxtasis en su cuerpo, la querida reina se abrazó fuertemente a su amante, soltando sonidos de placer en su oído. La gota de cordura que mantenía cualquier delgada línea de pudor se desvaneció y los zafiros ardieron en deseo un poco más, Elfir se deshizo de las amarras de sus prendas, retirando las capas de tela hasta que la última seda blanca sobre su pecho se aflojó, dejando escapar un escote maravilloso para los ojos aguamarina. Entonces el brillo de una cadena plateada relució, en cuyo dije Mashiro centró su mirada... temblaron los iris marinos que observaron aquel precioso objeto con abrumadora felicidad. Era una pieza que ella misma le entregó a Arika Sayers en su cumpleaños número quince, un tesoro labrado y personalizado por el gran Christoph Ho, de nombre 'Zafiro del cielo', aquella joya era considerada una gema real, un tesoro con el que su amada Arika se había desvanecido en estelas brillantes hacia los cielos.

Cualquier duda, si existió alguna vez, desapareció y con ello el profundo amor que Mashiro sentía se desbordó. —Por favor, hazme tuya... por favor seamos una. Yo te amo, te amo tanto que voy a morir si no me tomas ahora mismo.— La abrazó con todas sus fuerzas mientras un llanto que era felicidad en su estado más puro desbordaba en los preciosos lagos que eran sus ojos.

Elfir quien no pudo entender del todo estas emociones intensas que las embargaban, sintió el llanto acudir también a sus ojos, como si hubiera esperado tanto tiempo para escuchar esas palabras... tanto, que la esperanza que una vez pareció muerta, burbujeaba victoriosa en su pecho. Obedientemente, se desnudó por completo, ante la expresión maravillada y salas que Mashiro le dirigió, con la piel expuesta y sus cuerpos encontrándose sin barrera alguna que se interpusiera, un beso amoroso y apasionado volvió a surgir. Las manos de la diosa que la tocaban, delataban cuan preciosa era para ella y cuando esta se acomodó entre sus piernas, cuidando no hacerle daño, el primer roce de sus lugares más íntimos, realmente se sintió delicioso sobre aquel manojo de nervios destinados a sentir placer.

Hacer el amor, era una sensación indescriptible que Mashiro finalmente comprendía con plenitud, excitada y jadeante, no podía quitar la vista de la preciosa mujer que movía su formidable ser con embestidas perfectas que la llenaban con sorprendente profundad, mientras sus besos la hacían sentir incluso más deseada, y más amada de lo que nunca imaginó sería posible. Esa noche ascendieron juntas a la gloria y su entrega aconteció en otras ocasiones más.

Aún desnudas bajo las sábanas, Elfir mantuvo a Mashiro en sus brazos y la albina, acarició el dije que era prueba de su amor, porque reflexionando con un poco más de perspectiva, darle tal obsequio a una amiga, sobrepasaba las líneas de amistad. Aún se lamentaba por tardar tanto en notar lo que era evidente y al mismo tiempo pensó que nada de eso importaba ahora que, habían consumado su amor. Consciente del concierto de sonidos sensuales que brotaron de las dos, Mashiro sintió sus mejillas arder. —Dioses, temo que no habrá nadie en este palacio que no sepa lo que paso.

—Tranquila, no permitiría a nadie más escuchar la melodía de tus sonidos más íntimos...— Aclaró la castaña ante una sonrojada Mashiro, que agradeció a todos los dioses, la divinidad de Elfir sobre el viento y todas las ondas que en él circulan.

—Qué alivio...— Suspiró agradecida, como madre no quería que su hija escuchara tales cosas, pero como mujer, en verdad quería volver a sentir todo aquello.

Los zafiros del cielo la contemplaron pacíficamente, evaluando las circunstancias actuales. Sació su sed, tal cual lo había murmurado Shura, pero nada de esto se resolvió por completo, sus sentimientos no hicieron más que crecer, por lo que no se trataba de una quimera. ¿Pero era así para Mashiro también? Le había puesto una cadena silenciosa en el instante en que pactó su vida a cambio de un alumbramiento seguro y el precio de este acto, todavía lo desconocía. Deseaba que esta irrefrenable pasión no se hubiera suscitado solamente por la gratitud de una deuda moral pendiente.

—¿Puedo hacerle una pregunta?— El hilo de la voz de la joven reina llenó el prolongado silencio.

—¿No estás haciéndola ahora mismo?— Sonrió con una mueca divertida. —Dijiste que no serías tan formal, Mashiro. No después de lo que acabamos de hacer. ¿O es que debo recordártelo?— Susurró dando una pequeña mordida a su hombro desnudo, antes de acomodar la melena plateada detrás de la oreja.

La reina bajó la mirada apenada, sin esconder una sonrisa tímida en sus labios. —Temo que...— El valor que pareció cabalgar en sus pensamientos, de repente la abandono como un gato asustado, porque preguntar el estado actual de su relación podría ser incierto.

—¿Temes? ¿Existe algo en el mundo que pueda aterrarte teniéndome a mí como guardiana?— Elfir frunció el ceño, pensando en que alguna amenaza pudo ser desatendida por sus oídos.

—No existe nada en el mundo que pueda asustarme contigo a mi lado— Afirmó al ver una reacción así en la diosa y sus ojos se atraparon mutuamente con una mirada cautivada. Mashiro quien levantaba su rostro para contemplar a la diosa, estaba segura de que esta persona frente a ella fue alguna vez su Arika, y que incluso si esta no se reconocía a sí misma, eso solo significa que es otra faceta suya por conocer. —Elfir, no sé como es que estás aquí ante mí o porque haces todo lo que haces, pero... ¿Me dejarás atrás cuando tu estancia acabe?— Dijo finalmente con los nudillos blanqueando en sus puños cerrados y temblorosos.

—Mashiro, lo que me ofreciste aquel día, no es algo de lo que puedas retractarte.— Aclaró con voz serena, pero autoritaria, intentando leer si lo que la mujer quería era... su libertad. —No tengo en mente ser tu carcelero, o someterte a mi lujuria si no es lo que deseas. Pero sin importar cuan lejos estemos la una de la otra, este pacto irrompible jamás se desvanecerá.

—Entonces, es lo que somos...— La albina no supo si sentirse halaga o insultada por esta respuesta. —¿Soy solamente tu propiedad?

—Eres mucho más que eso— Elfir sostuvo su mentón e hizo que los iris marinos de la reina le miraran de vuelta. —Pero por ahora... tener estos sentimientos, es un lujo incluso para mí.

Mashiro no escondió su decepción y asintió, se levantó de la cama sin murmurar una palabra, asegurándose de asear su cuerpo para estar en condiciones de cuidar de su hija en la siguiente comida. Al volver del cuarto de baño, se encontró a Elfir, siendo atendida por las brillantes hadas que ya la habían limpiado, peinado y vestido, lucía tan elegante y hermosa que era una injusticia absoluta verla, haciendo tan difícil mantener su enojo con ella. La mirada zafiro se volvió para encontrarse con la aguamarina y la sonrisa que intentó nacer al verla, se extinguió al notar su ceño fruncido.

Ya era el momento de la despedida, por lo que Elfir se aproximó y la contempló con sus intensos ojos zafiro, posando sus manos en los hombros de la mujer, así como inclinando un poco su rostro cerca del de Mashiro. —Espero que estos días sean serenos para ti. La embarcación zarpará en la mañana, pero yo realizaré algunos preparativos en la noche restante, si es posible, me gustaría verlas antes de irme.

—Así será, Excelsa señora.— Mashiro la reverenció como dictan los protocolos religiosos, para disgusto de Elfir quien eligió no despedirse con un beso, en vista del notorio disgusto de la joven reina.

—Silvy cuidará de las dos mientras no estoy— Informó y tan solo recibió un asentimiento por parte de Mashiro. Ante el mutismo de su amante, Elfir soltó un largo suspiro y se desvaneció, dejando tras de sí, la característica corriente de aire con aroma a jazmines a la que Mashiro se había acostumbrado.

La Kruger no sabía que pensar sobre todo lo que había pasado, por lo que tomó asiento en el lecho que había sido testigo de la pasión desenfrenada que compartió con su amante y pudo sentir desesperación por un momento, hasta que vio la luz del hada que siempre la acompañaba, la querida Silvy brilló con más intensidad y de aquella luminiscencia mágica, el cuerpo de una jovencita se formó, dejando ver a una mujer de cabellos rubios, ojos verdes, orejas puntiagudas y alas translúcidas del aspecto de las libélulas, vestida con sedas azules y verdes. —Saludos, querida Mashiro Kruger Blan... acorde a la voluntad de la cuarta princesa, Elfir del viento, yo seré su guardiana en los siguientes días.— Silvy la reverenció alegremente.

Mashiro, quien había compartido la presencia confortable de esta hada durante semanas, quedó maravillada con la vista de la forma real de la criatura que hasta hace unos meses se consideraba mitológica. —Estoy a tu cuidado— dijo, al ver la expectante espera del hada y pudo dejar ser las cosas en silencio, hasta que una idea realmente vergonzosa atacó su pensamiento. —¿Escuchaste algo de lo que pasó?

—Oh... eso, claro. Siempre estoy cerca de su alteza.— Silvy asintió con convicción, más que orgullosa de ser la comandante de las Hadas en nombre de la diosa. Luego miró la faz preocupada de la joven humana con genuina empatía, por lo que se atrevió a ventilar el motivo de la frialdad de la diosa. —Está prohibido, esa es la razón.— Explicó suavemente.

—¿Qué dijiste?— El cisne no lo comprendió del todo, ¿qué intentaba decir Silvy con prohibido?

—Estás muy enojada con su Alteza, pero no todo es su culpa— Afirmó el hada batiendo sus alas y levitando levemente para compensar su falta de altura, pues Mashiro le ganaba por dos cabezas. —Los dioses no deben relacionarse con los mortales, es una vieja Ley. De otro modo, el mundo mortal estaría lleno de semidioses e híbridos sobrenaturales.— La damita rubia movió su cabeza afirmativamente. —Mi señora no debía involucrarse, pero lleva meses intentando no verla con sus ojos llenos de afecto.

Con tales palabras la angustia de Mashiro fue atenuada, porque si bien había usado su cuerpo para seducir a Elfir, temía que aquello solo hubiera sido un arrebato de lujuria; saber que era querida aliviaba enormemente su corazón. Al mismo tiempo, se preocupaba por ocasionarle dificultades, teniendo en cuenta su nueva existencia como una diosa, incluso si no sabía como es que Arika llegó a serlo, no desearía que nada malo le pasara. —¿Habrá alguna consecuencia negativa para Elfir por lo que paso entre nosotras?

—Dado que no se ha mezclado su sangre con la de un mortal y la intimidad ha sido consensuada, no debería ser un problema. Ser amantes es un espacio gris, pero, codiciar una posición más alta... eso sí que es una disyuntiva.— Silvy se acarició el mentón en un gesto pensativo y luego sonrió con suspicacia. —Alabo su audacia, querida Reina de Windbloom... la seducción que empleó realmente dio sus frutos. La dama de Remus no fue tan astuta, su honestidad le ha jugado en contra, incluso cuando se estremece con solo ver a su Alteza.

—Dices que... Zire, se ha aproximado a Elfir.— Aquellas palabras no le cayeron en gracia y no es porque hubiera ignorado la evidente atracción de la castaña con la heredera imperatoria. Mashiro tensó la mandíbula y contuvo su enojo, que era una mala excusa de su verdadera preocupación.

—Por algún motivo desconocido para nosotras, su alteza tiene un vínculo con ustedes, los mortales, que no parece conducirse por la razón.— Silvy negó. —Su debilidad por usted y la princesa de Remus, es insólita para nosotras. Pero a su suerte, joven reina. No ha pasado absolutamente nada entre ellas.— El hada consideró apaciguar la inquietud de la mujer frente a ella, pero no se atrevió a insinuar que el distanciamiento entre Elfir y De'Zire se debiese a su rechazo. —No codicies demasiado, Mashiro Kruger. Temo que la cuarta princesa, Elfir. Es una diosa primordial de tercera generación... y actualmente, tiene una centena de propuestas de matrimonio que los grandes gobernantes podrían usar con fines políticos para estabilizar la crisis en las dimensiones superiores. Incluso si su afecto es profundo y un hecho probable, podría no ser decisión de la diosa, dedicarse por entero a ustedes en cuerpo y alma.

La hermosa albina asimiló las palabras del hada que tan honestamente le advertía de las vicisitudes que su relación con Elfir afrontaría, incluso ante la posibilidad de tener que verla desposarse con alguien más. Pensó en lo irónico que podía ser... porque Arika Sayers tuvo que soportar que fuera la esposa de otra persona e incluso se ofreció para ser una amante, con tal de yacer a su lado. Era una sensación realmente dolorosa, pero no se comparaba ni un poco con lo terrible que fue, verla morir aquel día ante sus ojos. —No soy codiciosa, Silvy... pero tampoco desistiré, en tanto su amor exista para mí.

.

.

.

Amaterasu observó la espalda nívea de la deidad con la que había pasado esa noche, una dama pelirroja cuya manifestación divina literalmente representaba el fuego. —Ateşi...— susurró su nombre con suavidad. La aludida se levantó y la melena roja cayó como una bella cascada de flamas sobre la piel, las manos de las dos se unieron, chispas brotaron de su contacto, en memoria del derroche que compartieron antes y de la afinidad de sus divinidades. —Gracias por venir.

—No lo digas como si fuera la última vez, sabes que me complace verte. Además, no podría estar tan lejos de ti o de nuestra preciosa Ceri... mi hija fue lastimada tan severamente. Incluso si parece que duerme, su esencia titila en ocasiones, es una centella inestable y temblorosa. Pero también lamento mucho, lo que le pasó a Mikoto.— Añadió compasivamente, acariciando el hombro desnudo de la deidad solar y prodigando un beso sobre él. —La forma en la que su tesoro fue arrancado, causo un daño severo. Aunque sea una espada rota, yo la fundiré y la forjaré nuevamente, así que no temas mi amor.

—Así es...— Confirmó Amaterasu, su barbilla tensa, sus dientes apretados de frustración. —Parece que mi enemigo me ha vencido.

—No digas eso, mi dulce solaris...

—¿Cómo podría no decirlo?— Las lágrimas brotaron a través de esos ojos hechos de oro líquido. —Mi Ceret, fue apresada en la bóveda del inframundo, un lugar al que no llegan mis rayos de luz y fui incapaz de protegerla. Ella fue torturada mientras Derha era sometida a un terrible ritual. Para mi infortunio, cuando nos enfrentamos, la forma en la que Belor fue apresado me ha ganado el odio de mi hija mayor.

—Sabes cuan inmenso es el amor de Ceret por Derha, sus ojos tan solo miran en su dirección. El esmero de nuestra hija, ha salvado a la niña de la creación, un tesoro invaluable. Incluso si es hija del frío hombre de la Luna.— Murmuró finalmente con desdén, mientras movía la barbilla de Amaterasu en su dirección, para verse reflejada en sus ojos y secar el llanto con suaves besos. —Realmente odio haber perdido ante él.

—También es mi hija.— susurró la dama del sol, ignorando olímpicamente el sutil reproche de su amante, ante el hecho de que su primer amor, fuera Tsukuyomi. Amaterasu estaba ligeramente contenta de poder mencionarlo, pues era el rumor más comentado en esos días. Ya se sabía, en todas las dimensiones, que Derha era suya... y de esa idiota.

—Las mejores partes de ella, sé que las heredó de ti— Ateşi sonrió tratando de animar a su amante. —Tu pequeño pilar, tiene bastantes cosas a su favor. La fuerza de su voluntad no permitió al oscuro poseerla por completo y me atrevería a decir que solo está molesta, y adolorida. Tendrás que ser paciente y buscar la reconciliación.

—Casi es como una maldición que mis hijos tengan mi sangre, Ateşi.

—Eso no es así— La abrazó con fuerza, esperando que su calidez alcanzara las heridas en el corazón de la reina de los cielos. —Las niñas de la espada han vuelto a la vida y yo te juro que restauraré a Mikoto. Cada circunstancia pasará y cada cosa caerá en su lugar... pero no olvides que incluso si tienes que ser infinitamente paciente, aún tienes la eternidad para arreglar lo que está dañado, Asu.— Las palabras de la pelirroja llegaron como un arrullo a los oídos de la diosa.

Las deidades luminosas salieron del lecho y fueron atendidas por las leales sirvientes de la reina, lavaron sus cuerpos y vistieron atuendos de su estatus adecuadamente. Ateşi, quien era comandante de los ejércitos de la reina del sol, lució la armadura que aludía la figura de un dragón rojo. Mientras que Amaterasu se cubrió con sedas verdes y doradas, además de las joyas con las que sus damas de compañía quisieron adornarla, pues era un día importante.

Ambas mujeres se adelantaron con el interés de realizar sus tareas más vitales, por lo que fueron a las habitaciones donde Ceret y Mikoto reposaban. La felicidad, era un estado al que Amaterasu había renunciado hace mucho tiempo, pero la luz del mundo debía brillar para que la vida perdurase, y la diosa había aprendido a existir sin albergar demasiados anhelos. Sin esperar demasiado, mantuvo sus sentimientos encerrados en lo más profundo para gobernar, sacrificando tanto en el proceso. Pero estaba arta de no ser la única que pagara el precio, que sus hijas hubieran sido heridas, era una cuestión imperdonable. Cerró su puño hasta tornar blancos sus nudillos, porque no tendría piedad con todos aquellos que confabularon para hacerles daño.

Ateşi se aproximó al lecho en el que Ceret reposaba, tan serena que solo parecía dormida; le prodigó un beso en la frente y acarició sus cabellos, sabiendo que heredó ese rasgo de ella, miró con amor profundo a la diosa de la memoria y las ilusiones. ¡Cómo desearía intercambiar su lugar con ella! Pensó, pero se obligó a mantener la calma, después de todo, tenía la sensación de que ya pronto estaría de vuelta. Entonces tendió la mano a Amaterasu para que iniciaran el ritual de restauración, y mientras el flujo de sus poderes conjugados fluían como una fuente de energía única. —Aún no puedo creer que te enamoraras del témpano de los reflejos.— masculló aún con el orgullo herido, pues ella, que representaba la flama ardiente, era sin lugar a dudas el opuesto absoluto de Tsukuyomi.

Amaterasu, aunque incómoda por las tornas de la conversación, se aseguró de no dejar que sus emociones alteraran la concentración de su imperiosa tarea, aun así, sabía que la hermosa flama no cesaría sus preguntas hasta obtener la respuesta y eso le haría perder más tiempo valioso. —Tsuku...— Dijo y pronto se arrepintió de usar tal abreviación cariñosa. —El gobernante de la luna y la noche, en realidad se mostró bastante tímido en principio. Tenía la maravilla de una niña al contemplar las cosas, su rostro me cautivaba con la expresión más apacible y turbaba con el sonrojo más hermoso que vi alguna vez. Solía permanecer como una doncella la mayor parte del tiempo y amaba leer, aprender todo cuanto pudiera. Recibimos clases de nuestro padre, luchamos una contra la otra en las clases de la espada y viajamos representando a los cielos en numerosos eventos diplomáticos; ella sobresalía en la realización de las conjuraciones y su elegancia, su feminidad y gracia, arruinaron mi mente. La codiciaba, pero ella ni siquiera se daba por enterada de una sola cosa, era terrible para entender las indirectas o la sutileza de la seducción. Literalmente entendió acerca de mis sentimientos el día que le robe un beso...

—Detente, mi amor propio ha sido apuñalado con tal historia. Solo quiero saber, como acabó.— La pelirroja aceleró las cosas, imaginarse un rostro tan desconocido de Tsukuyomi, haría mella en su orgullo.

—Fue debido a Satis... Tsukuyomi traicionó mi amor en la cama con Satis— La pétrea expresión no escondió el dolor en sus ojos, por lo que Ateşi comprendió que esa herida nunca cerró y Amaterasu se atrapó a sí misma en el pasado, incapaz de confiar nunca más. —La repudié por eso, y por sus mentiras. ¿Creerías que mató a Bazkari con la excusa de haber tomado demasiado? Si no podía controlarse, no debería excusarse en la ingesta de vino.

Ahora odiaba más a Tsukuyomi, porque arruinó su futuro y el de cualquier otro dios que hubiera pretendido a la señora del sol. —Vaya, ¿ustedes aún permanecían juntos cuando ellos se acostaron en las bacanales de ese día?

La reina del sol respiró profundamente y asintió, no le enorgullecía haber sido superada por la deidad de las estrellas. —Al final la repudié, así el sol y la luna jamás volvieron a compartir su espacio en el cielo, del mismo modo que el día y la noche comenzaron a existir. Ahora la noche está llena de estrellas y de ellas nació la querida Terim.

Para Ateşi era casi imposible creer que Tsukuyomi fuera una dama delicada y tímida, cuando solo podía contemplar a un mastodonte de gran altura y físico, cuyo corazón podría ser tan tibio como el cero absoluto. Lo veía como el hombre que sometió a su propia hija con las cadenas de un sueño eterno, para ser desprovista de las partes de su ser como castigo por el asesinato de Varun, un imbécil beligerante. Para Ateşi, él era el asesino de la deidad del vino y la comida Bazkari; el creador de las pesadillas; el general de los gólem de cristal y señor de la muerte, pues que es la muerte, si no aquello a lo que los mortales llaman el sueño eterno.

Viendo la expresión de su amante, Ateşi consideró dejar atrás su curiosidad y culminó su tarea, separando sus manos. Las rozagantes mejillas de Ceret le dieron un poco de alivio, pues de acuerdo a sus cálculos, su niña ya pronto despertaría. Entonces centró su interés en la otra figura inconsciente en la habitación. Mikoto no tenía un aspecto tan halagüeño, ya que su cuerpo se miraba fisurado, del mismo modo que su tesoro había sido arrancado, aquello había mellado las partes que daban forma a su ser y conectaban los elementos que la conformaban. Incluso teniendo el fragmento de la espada de la tormenta que le dio origen, podía ver el daño estructural en el tesoro. De hecho, la herida que el señor de la obsidiana le causó, aún no sanaba, puesto que el flujo del animus se había dañado en su cuerpo. —No debieron dejar que hiciera una puerta, su energía ha disminuido considerablemente.— Centro su flama en sus manos y comenzó a reparar el tesoro, mientras veía como Amaterasu formaba hilos dorados alrededor del cuerpo levitante de su hija. Así, poco a poco, las fisuras comenzaron a sanar y el tesoro volvió a brillar, mientras era encajado cuidadosamente en su interior.

—Fue la última cosa que hizo antes de perder el conocimiento, y no hizo caso de nadie.— Respondió Amaterasu contemplando a Mikoto con admiración y preocupación. —El acceso a la tierra fue restringido a causa de su precaución y es como un complejo encriptado de sellos que incluso yo no puedo deshacer. Mikoto salvó a la humanidad ante el peor escenario que pudo presentarse, pero esto la ha alejado de su amante y de su hija. Eligió entonces enviar a sus hermanas a ese mundo, deseando cuidar de ellas.

"Me aseguraré de que el tesoro permanezca intacto en el futuro"— Ateşi, sabiendo que su trabajo aún sería tardado, pues debía prestar demasiada atención en los detalles, ya que cada etapa del proceso debía asentarse y ser asimilado por Mikoto antes de continuar con lo siguiente. Se debía a que su divinidad no era totalmente compatible, pues el fuego y el trueno no son la misma cosa, aunque tienen un principio primordial en común. —Y podría no volver a verlas a tiempo— añadió con pesar.

—Lo sé, pero... ¿No harías lo mismo en su lugar? ¿A pesar del riesgo?

—Haría eso y más...— Respondió la dama de melena flameante. —Si se trata de ti y de Ceri... estoy dispuesta a hacer cualquier cosa— dijo confiadamente con una sonrisa coqueta que alegró el corazón de Amaterasu.

La solaris, valoraba mucho las decisiones que la niña de la tormenta tomó y admiraba su fortaleza, por no mencionar su inquebrantable voluntad. —Este fue el destino que esta generación de dioses eligieron por su propia cuenta y no fue exactamente el peor escenario.

—Si estás de acuerdo con sus decisiones, entonces... ¿Por qué has puesto a prueba el vínculo de tus hijas con aquellas a las que adoran?— La señora de la flama era particularmente curiosa, ya que los pensamientos de Amaterasu seguían pareciéndole un misterio a pesar del largo tiempo a su lado.

La pelinegra suspiró reflexivamente. —No dudo ni un instante del amor que mis hijas le profesan a las personas que han elegido, como diosas y teniendo en cuenta sus personalidades, la lealtad es una virtud muy arraigada a sus esencias. Incluso si Shura y Elfir no pueden recordar sus vidas mortales, su afinidad no ha disminuido ni un instante. Debiste ver como se les iban los ojos al contemplar a sus amadas.— Su voz destilaba orgullo y ternura. Pero su expresión luego se tornó más fría. —Sin embargo, ¿tenemos la misma certeza sobre estas señoritas?— Negó suavemente con una expresión triste. —La señorita Erstin Ho, ha mostrado su debilidad y ha reemplazado a Shura con una amante nueva sin que siquiera hubiera pasado un año de luto, Christine es quien calienta sus sabanas. Para ser honesta, no tengo idea de lo que hará mi hija y me gustaría evitarlo, pero ella no es de las que desisten, por lo que es algo que sabrá tarde o temprano. Al final... No sé, si Shura podrá perdonarla o va a destruirlo todo en un ataque de ira— Tensó la mandíbula, conteniendo su enfado al respecto, ya que Erstin no le caía en gracia en ese momento. Aunque Amaterasu deseará que sus hijas jamás tuvieran que tolerar penas como estas, tenía que pensar y actuar, equilibrando su posición como madre y como reina de los cielos.

—Disiento, Asu— se atrevió a decir la pelirroja. —Yo comprendo a la señorita Ho, es joven e ingenua. Su vida, que es breve, debe continuar.— Había compasión en los ojos rojizos, porque había percibido el dolor de la chica frente a las incontables fogatas que los jinetes realizaron cada noche y vio su llanto verterse cada día, con una pena que podría matar a una persona. —La persona que amó tan intensamente ha muerto. ¿Tendría más sentido para ella esperar sabiendo que los mortales no vuelven de la muerte? Realmente es tan malo consolarse con la piel de otra persona, cuando lo has perdido todo... ¿No es algo que hicimos nosotras también?— La dama ígnea miró a su amante, sabiendo que eran lo que eran por la misma razón, Ateşi sabía que era el pálido reemplazo de Tsukuyomi. —Veo que no puedes confiar, Asu... y entiendo que tras la traición del gobernante de la Luna, una herida que no cierra permanece en tu corazón. Sin embargo, medir de la misma manera a estas mujeres, es una injusticia.

La solaris observó con desencanto a la pelirroja, pues no le había contado su historia con la intención de recibir juicios de valor sobre ello, porque nada de eso cambiaría lo que pasó o cuanto dolió. Entendió así, que había esperado demasiado, cuando lo único que quería era ser escuchada. Los iris dorados se cristalizaron, mientras se sentía realmente tonta por confiar sus emociones a alguien con quien compartía su lecho y aparentemente, nada más. —Ateşi, te elegí para ser la madre de mi hija— Su voz no flaqueó, aunque su boca sintiera un regusto amargo a traición. —¿Realmente crees que lo haría solo por desamor?— Suspiró, resignada, molesta consigo por permitirse pensar algo diferente. —Gracias por ilustrarme.

—Asu... yo...— Tarde comprendió la comandante, el desliz en sus palabras. —No quise decir eso, mis celos me han vencido.

La reina negó con la cabeza y con un ademán la invitó a guardar silencio. —Tener el poder de la destrucción absoluta de un ser y no usarlo... esa es una forma de explicar lo que el amor es. Cuando amas, entregas a la otra persona, las herramientas de tu destrucción, pues, es ese alguien quien te conoce mejor, quien ve la vulnerabilidad expuesta. Esto es la expresión de la confianza absoluta y una responsabilidad sagrada. Así que perdona si me sentí herida, el día que mi confianza se rompió, o cada vez que se ha roto después de eso.— Dijo separando una vez más las cosas, volviendo a lo que fueron al principio. —¿Realmente crees que la mayoría de los seres que ansían besar la suela de mis zapatos, lo hacen por amor?— La gobernante negó con la cabeza, en respuesta a su propia pregunta. —No es diferente para mis hijas.— Concluyó.

Ateşi asintió silenciosamente, sabiendo que, volvería a ser una más del harem de Amaterasu y que sus esfuerzos por acercarse, se habían perdido. Pensó que no mentía, cuando consideró el hecho de ser una pieza en el placer nocturno de la reina, pero... también recordó que hacía un considerable tiempo que ella no llamaba a nadie más. Se mordió la boca, recordando las veces en las que esta diosa, aparentemente inalcanzable, se aferró a sus brazos en busca de apoyo y tal vez, no se permitió tener esperanzas reales a pesar de eso. —Incluso, si me he equivocado, mi señora...— inclinó la cabeza asumiendo su posición como leal comandante. —Quiero que sepas, que lamento haberte hecho daño. Yo te amo Asu y eso no va a cambiar nunca.

La soberana del sol, que estaba realmente arrepentida de haber bajado sus murallas con Ateşi, miró con extrañeza a la mujer de piel broncínea. —No soy indiferente a ti, Ateşi... pero ahora mismo estoy tan disgustada que no puedo responder a tus palabras— quería tener un poco más de tiempo para apaciguar su espíritu inquieto.

—Lo entiendo... esperaré todo el tiempo que haga falta, mi Solaris.— dijo con tono devoto.

Un largo suspiro y la dama, quiso zanjar de inmediato esta cuestión. —No hice esto por vanidad o debido a mis propios sentimientos.— Aclaró mirando intensamente a la dama de fuego, pensando que debía ampliar su perspectiva. —Cientos de Dioses y seres sobrenaturales darían cualquier cosa a cambio de una mirada de los ojos de mis hijas. Pero entre ellos hay muchos seres cuyas intensiones no están relacionadas con un afecto genuino o incluso un interés benigno. Cuanto más alta es la posición, mayores son las ambiciones relacionadas con las uniones. Si bien, no tengo intención de permitir que otra guerra tenga lugar, al final, los deseos de estos dioses no pueden importarme menos. Tratándose de la felicidad de mis hijas, ellas son mi prioridad... pero tampoco planeo que sus esposas y su futura progenie sea despreciada solo por su condición humana.— Añadió consciente de la subestimación que los seres humanos reciben, considerados al mismo nivel que el ganado. También recordaba cuantas propuestas matrimoniales había recibido desde el instante mismo en el que la desfragmentación de Shura y Elfir ocurrió, incluso podría llenar 20 palacios con los regalos que le habían hecho a Mikoto con la intención de pedir su mano a lo largo de los últimos cuatro siglos.

—¿Realmente les darás tal dignidad?— Ateşi se sorprendió al escuchar la palabra 'esposas', porque sabía que podría situarlas como concubinas junto a las deidades, pero... estarían siempre en una posición de inferioridad.

—Conociendo a mis hijas, no querrían darles posiciones inferiores a las mujeres que aman.— Dijo lo que a su entender era evidente. —Es por esto que, si ellas no pueden tolerar la incertidumbre de un tiempo tan corto, ¿cómo podrán manejar la envidia o las insidias de las deidades que querrán ocupar su lugar? Deben ser más fuertes de voluntad que muchos de sus congéneres. Por esto es tan vital que veamos los verdaderos matices de la naturaleza de estas mujeres y que ellas se prueben a sí mismas mientras no tienen a mis hijas para protegerlas directamente. Ellas deben mostrar su valía, más allá de las limitaciones de la visión mundana de las cosas...— Explicó, para que Ateşi no mirara de forma tan superflua este proceder. —Si lo piensas, es una prueba insignificante comparada con la grandeza de las recompensas que les esperan. Haré que estas jóvenes no se marchiten con la rapidez que los frágiles cuerpos humanos lo hacen. Mi regalo será la inmortalidad de los dioses y afinidades divinas que les permitirán obtener una posición sostenible, tendrán los medios para cuidar de sí mismas y a su descendencia.

La aludida bajó la mirada consciente de la subestimación que ocupó con la señora del sol y sus juicios apresurados. —Ahora comprendo, realmente quieres que sus posiciones sean sólidas y que puedan vivir en los reinos superiores cuando su tiempo, como seres humanos, culmine.— La señora de la flama sabía que ese tiempo serviría para crear los espacios y las jerarquías que las damas ocuparían junto a las deidades, para que nadie se atreviera a importunarlas. Es posible que muchas deidades y sobrenaturales, ni siquiera llegarán a conocer la naturaleza humana de las muchachas.

—Mi previsión se mide en términos de eras... Ateşi, deberías saberlo. Incluso Erstin, tiene una oportunidad, pero eso dependerá de los juicios que haga Shura. Esta prueba no es solo para las jóvenes mortales, mis hijas también están demostrando que tan fuertes son sus intenciones, puesto que... ¿Cuáles son los límites que están dispuestas a superar para conseguir que sus matrimonios tengan lugar? Sus acciones serán la base sólida de un futuro prometedor.— Dicho aquello, la diosa del Sol, se alejó para revisar las numerosas directrices apiladas sobre su escritorio, en espera de su aprobación.

Los documentos levitaron a su alrededor mientras sus ojos dorados brillaban con la luz de su divinidad, como si dos pequeños soles vivieran dentro de sus iris. Se quemaron los documentos que fueron inviables y los que fueron aprobados, recibieron la marca de su sello, convirtiéndose en comandos que muchos de los otros dioses ejecutarían.

Después de varias horas, Ateşi contempló que la grieta en el tesoro comenzaba a fusionarse hasta desaparecer, como si jamás hubiese estado allí. Se alegró porque era la falla estructural más grave y tras meses de laborioso esfuerzo finalmente había podido fundirlo. —Bien, eso es todo por hoy— acarició la mejilla de Mikoto, quien abrió un poco los ojos con una mueca de dolor e intentó levantarse, pero los fuertes brazos de la dama de la flama, la mantuvieron en su lugar. —Calma, tu mujer está perfectamente. La cuidan Derha, Elfir y Shura...

Con tales palabras, Mikoto asintió, incapaz de traer sonidos a su garganta, por lo que le fue suministrado un sorbo de ambrosía y agua mineral. Amaterasu quien se aproximó velozmente e imbuyo con poder a su hija, trayendo alivió inmediato al dolor. Le dio los bocados lenta y cuidadosamente, mientras le contaba a la joven las noticias del mundo mortal y del embarazo de la joven Mai, asegurando que las tías de la niña, siempre velarían por su bienestar, lo cual aliviaba la preocupación de Mikoto. —Sanar es lo más importante, así que si vas a realizar cualquier esfuerzo ahora mismo, piensa que descansar es lo que más ayudara a tu recuperación, y cuanto más rápido sanes, más pronto podrás ir a verlas.

Ateşi se unió en aprobación a las palabras de Amaterasu. —La pieza principal de tu tesoro ha sido restaurada, así que ahora depende de ti, pequeño rayo dorado.— sonrió mirando con ternura a la joven. —En la próxima sesión, repararé los canales de animus y entonces podrías mejorar más rápido— Prometió, tomando de su cinto, una bolsa con polvillo de sueño que proveyó Tsukuyomi para acelerar la recuperación de la joven diosa. La sustancia fue ligeramente derramada en el rostro de Mikoto y en un santiamén yació dormida.

—Gracias...— Amaterasu miro a la dama de la forja con gratitud, olvidando por un momento el agravio de horas atrás y luego dio un beso a la frente de Mikoto, quien ya estaba profundamente sumergida en el sopor.

—¿Madres?— Se oyó la voz de la hija de las dos mujeres, quienes volvieron la vista y se encontraron con Ceret, ahora consciente y en condiciones para moverse, tomando asiento en su cama con expresión somnolienta.

—¡Mi niña!— gritó Ateşi feliz de ver a su hija despierta.

—Ma... mamá... es un poco fuerte— se quejó la menor, ante el abrazo estrangulador de su madre.

—Perdónala, cariño. Lloró casi todas las noches que pasaron sin que despertaras.— arguyó Amaterasu, aproximándose al par de pelirrojas para abrazarlas, sintiendo un peso menos en su corazón y con los ojos igualmente cristalinos. No diría que en realidad fueron las dos las que sufrieron terriblemente en esas noches de zozobra.

—¿Es eso verdad?— Ceret miró sorprendida a Ateşi, quien se jactaba de ser la guerrera más ruda del reino celestial y por ende, alguien que no lloraría por nimiedades. Pero se vio reflejada en los ojos de fuego que su mamá poseía y en los iris dorados de la Reina de los cielos, que habían pasado por unas cuantas hinchazones producto de las constantes lágrimas. —No he querido preocuparlas— se mostró avergonzada.

—Lamentamos no haber estado ahí. Pero créeme que estamos orgullosas.— Afirmó la señora del fuego con un brillo en sus ojos ígneos.

Amaterasu asintió acariciando los cabellos brillantes de su hija. —Protegiste a tu esposa y fuiste valiente, sin tu intervención, oscuros y lamentables destinos hubieran acaecido sobre esta y múltiples dimensiones.

—Pero no temas, nosotras hemos carbonizado a tus enemigos y ya pronto, estableceremos el castigo para Luzine, es solo que quiero que lo veas con tus propios ojos.

Ceret no pudo evitar reírse de las palabras de Ateşi, pero entonces notó la evidente ausencia de aquella a la que deseaba ver. —¿Y Derha?— cuestionó, extrañada de no verla.

—Está en el mundo de los mortales— informó Amaterasu con suavidad.

—Ya veo...— La deidad de la memoria no pudo evitar sentirse decepcionada y dolida.

—Derha, ha estado reconstruyendo las dimensiones sin descanso y ha venido cada noche a verte.— Se apresuró a decir la pelinegra de ojos dorados, para que la más joven no sufriera demasiado por ello. —Ella debe permanecer en el mundo mortal, ya que, sus hijas fueron encarnadas intempestivamente cuando Zarabin resultó herida gravemente. Encarnarlas fue lo que la diosa del renacimiento pudo hacer para mantenerlas lejos de las manos de los colaboradores de Kiyoku.

—¿Las niñas están bien?— Ceret las miró con temor en los ojos.

Ateşi miró con incredulidad a su hija, pues sabía perfectamente que estas pequeñas niñas, aunque inocentes, eran el resultado de un hábil juego del destino realizado por las 7 fortunas. Una apuesta que le dio la victoria absoluta a Zarabin sobre ella. Aun así, respondió. —Permanecen en el vientre de una mortal, de nombre...

—Shizuru...— Los ojos azules se llenaron de lágrimas. —Me alegro de saber que las niñas están bien, ninguno de nosotros podría desearles mal alguno.— Aunque dolía, Ceret las había visto y eran preciosas. Su parecido con Derha aunque le generaba un poco de envidia, también hacía que quisiera protegerlas y quererlas, aunque eso jamás pasaría. —Debo, ir con ella, madres. Necesito ver a Derha.

—No lo sé, hija...— dijo Amaterasu con semblante sombrío. —El día de hoy se celebra la coronación de Natsuki Kruger como reina de Windbloom y con ella su reina consorte, Shizuru Di'Kruger. Creo que no es una escena que sea agradable para ti.

Ceret negó suavemente. —Sé perfectamente lo que implica. Ahora entiendo que es imposible que Derha me ame como a Zarabin, pero también entiendo que esto no significa que ella no sienta nada por mí— miró a la deidad del fuego, sabiendo que ella podría entenderla mejor que nadie, pues su relación con Amaterasu era de ese tipo. —Si ella está intentando ser Natsuki Kruger, ante esa joven... creo que puede haber fracaso complemente.

Las madres se miraron sorprendidas, pero entendieron que no había nada que pudieran hacer para impedir las acciones de Ceret y en tal caso sería más prudente acompañarla al mundo mortal. Las tres se prepararon para acudir al portal, aquel por el que Mikoto había entregado sus últimos destellos de luz y agotado su ser hasta perder la consciencia en tal estado de vulnerabilidad. Amaterasu recordaba que aquel nefasto día en el que Mikoto cayó inconsciente, Tsukuyomi entendió lo valioso que había sido aquel esfuerzo venido de la mano de la tercera niña de la espada y ordenó a Rorik, un dios menor de los portales, que usara su poder para mantener esta brecha abierta permanentemente. El capitán logró mantener el portal en condiciones y con el paso de los días, pudo establecer una puerta dimensional que fue estabilizada con los sellos solares de Amaterasu. No mucho después, Derha creó un palacio alrededor del portal, que garantizara la seguridad del espacio y de los posibles viajes al reino de los mortales, los cuales fueron vigilados por la reina Satis en persona.

De camino allí, Amaterasu pensó en las enormes deudas de gratitud que tenía con el gobernante de la luna y que debería extenderle regalos que expresaran la inmensidad de la misma, si salvar su vida no fuera ya una deuda impagable.