Encontré una página describiendo la cultura austriaca y se me ocurrió esto.
Me habían advertido de lo difícil que sería vivir con alguien proveniente de un país diferente al mío. Claro está, hice caso omiso a mi familia y amigos. Cuando él hizo la pregunta, rodilla en tierra, respondí inmediatamente que sí quería casarme con él. Debí haberme imaginado que no iba a ser fácil. Debí haber apreciado las diferencias cuando me lo presentaron.
Canadá me lo presentó como un amigo de su familia. Austria es serio, demasiado serio a decir verdad. Carece completamente de espíritu romántico. Por eso Canadá bromeó diciendo que su amigo estaba condenado a la soltería, era obvio que su amigo opinaba distinto. Por un lado, tenía sus prioridades. Por otro lado, tenía algunas cualidades que le hacían atractivo. Seguimos en contacto gracias a las reuniones que organizaba Canadá. Por alguna razón, Canadá insistía en que yo debía socializar más con otras personas que no fueran su hermano, él mismo o mi extensa familia. Accedía siempre que me invitaba porque era divertido tratar con algunos de sus amigos. No iba por nadie en específico. Nadie me lo creía.
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Cada vez que me desespero por el vendaval de desorden que ella es, me tomo unos minutos para respirar hondo y volver a empezar. Traigo a mi mente las razones que me llevaron a escogerla como mi compañera de vida. Cuando notamos que nos gustaban las artesanías y la música encontramos un punto de partida para empezar a conversar.
— Mexique, estás monopolizando la atención de Autriche —afirmó Francia con una sonrisa sugestiva en alguna de las tantas reuniones a las que me arrastraba su hijo.
No me asombré. Francia es de ese tipo que se cree experto en reconocer a un enamorado cuando lo ve. Mi alivio fue que Italia no estaba cerca para unirse a su diagnóstico. Una conversación llevaba a otra. A veces terminábamos en algún museo perteneciente a mi familia. En otro encuentro le confié mi fascinación por las imágenes y su relación con las palabras y sus significados. Ella terminó enseñándome la colección de su familia de escritura pintada.
— Supongo que le caigo bien —fue su respuesta a Francia.
Era más que eso. La miré detenidamente. Ella me agradaba demasiado, he de admitirlo. Me gustaba demasiado. Lo que me detenía en aquel entonces era que ella tenía objetivos y metas que cumplir, como yo. Los dos teníamos algunas cosas por hacer antes de comprometernos con nadie. Necesitaba tiempo y espacio. Yo esperaría lo necesario.
La escogí consciente de algunas cosas. No me importaba que fuera descuidada. Era el peor huracán que pudiera haber asolado su estudio, pero me alegraba oírla bromear con despreocupación. Me encantaba que tomara la guitarra y se pusiera a cantar mientras aseguraba que su padre la mataría si alguna vez se enteraba que me había dedicado una canción. Es alguien que le da luz a mi vida tan organizada y seria.
— No te confundas, Mexique —insistió Francia lanzándome una mirada de reproche. Olvidaba que se autoadjudicaba derechos para inmiscuirse en lo que no le importaba—. Autriche no podrá ser el romántico ideal, pero eso no significa que sea incapaz de amar a alguien.
— Ah —fue lo único que ella pudo responder.
Su respuesta no me dolió, la comprendía. Yo no hubiera encontrado palabras para protestar ante semejante atrevimiento. Así que sí, no dudé en pedirle matrimonio en cuanto supe que ambos teníamos lo que buscábamos en la vida. Mi madre siempre manifestó su preocupación por su ascendencia latina. Los latinos siempre han sido un amasijo de emociones con convicciones distintas a las nuestras. No me importó. No quería perderla por ese tipo de opiniones. Se lo pedí de la manera que mejor me pareció. Quizá para sus hermanos me quedé corto, pero ella sabía qué podía ofrecerle. La quería en mi vida y nada me detendría en intentar convencerla, si era necesario, de aceptarme en la suya.
— Tienes suerte. Muchas quisieran que las mirara siquiera —continuó Francia—. Los de su tipo tienen fama de priorizar a la familia, son muy ordenados y comprometidos con…
Ella supo valorar eso y más. Supo ver en mí algo más que un buen proveedor. Estoy seguro. Comprendió que yo estaba, y sigo, enamorado. Francia no tenía de qué preocuparse.
— Los de su tipo —repitió ella confundida.
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Debí de imaginar que sería difícil, que requeriría mucha paciencia y voluntad de parte de ambos. Nuestro amor no sería suficiente si no lo cuidábamos. Éramos polos opuestos hasta cierto punto, pero decidimos intentarlo igualmente.
— Les va a costar encajar uno con el otro.
El recuerdo de esa sentencia nos deja aún un mal sabor de boca. Como ahora que hemos vuelto a pelear. Sé que él es muy formal y que probablemente ya debería estar acostumbrada eso. Sin embargo, a veces me quedo con ganas de que me haga algún detalle. Sé que tenemos una relación estable, que contamos con el otro en muchos aspectos, pero a veces no siento que estemos en sintonía. Algo falta o yo soy la que no da el ancho. Cuando pienso en nuestras discusiones, me dan ganas de reír de tan ridículas que parecen en retrospectiva. Luego recuerdo que eso podría romper nuestro matrimonio y me pongo mal. Ignoro si eso sería suficiente para divorciarnos. De tan solo pensar en eso prefiero distraerme.
De ninguna manera esto podría llegar a oídos de mis suegros. Me da un escalofrío enorme al recordar que, para ellos, ni siquiera la infidelidad sería suficiente justificación para un divorcio. ¿Por qué sería una pelea marital de lo más común? Por supuesto que Austria no está de acuerdo con ellos, pero no deseo la opinión de sus padres. Tampoco deseo desahogarme con mi familia. Harían un escándalo y no resolverían nada. ¿Por qué querría llorar mis penas con alguien? El problema es nuestro y ni siquiera es irremediable.
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Así que estamos de nuevo intentando zanjar nuestras diferencias. Ella defiende su parecer y yo la mía. Llegamos a una especie de estancamiento. Comienzo a preocuparme. Deseo que podamos seguir con nuestra vida en pareja. Una tontería no puede acabar con años de dedicación.
— Mexiko —tomo sus manos en las mías—, no pienso dejar que esto nos arruine.
— Yo tampoco, Austria. Yo tampoco.
Con esa confirmación puedo estar tranquilo. Es lo único que necesito para saber que estaremos bien sin importar nuestras diferencias.
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