Era Nochebuena. Austria y Hungría esperaban impacientes a su padrino. Siendo un relojero sin igual, esperaban algún regalo sorprendente de Francia. Así que, ignorando al resto de los invitados de sus padres, permanecían cerca de la entrada. Callaban de inmediato cuando algún recién llegado llamaba a la puerta y continuaban con sus juegos en cuanto comprobaban que no se trataba de su padrino. Francia se tomó su tiempo en llegar. Para cuando lo hizo, sus ahijados habían agotado su paciencia. Cargado de regalos, casi perdió el equilibrio cuando el par de pequeños demonios que tenía por ahijados lo asaltó nada más poner un pie en su hogar. Tras hacer malabares para no caer o estropear algo y una vez acomodado en su asiento habitual, Francia repartió los regalos.

— Éste es un regalo especial —dijo con aires misteriosos después de haberse desembarazado del resto de su carga—. Es para ambos, así que cuídenlo mucho.

Se trataba de un cascanueces cuidadosamente tallado y pintado en madera. Pese al trabajo tan esmerado y tradicional del juguete, algo en sus detalles no parecía tan familiar. Sorprendidos por tal afirmación, tanto Austria como Hungría miraron el regalo. Éste último lo hizo con poco interés, finalmente sólo le serviría si deseaba comer nueces, pero su hermana lo observó con curiosidad mal disimulada.

Autriche, ma chérie, puedes ser su cuidadora principal —agregó Francia al ver la reacción de ambos hermanos.

— Parece un soldado —replicó de inmediato Austria al entender el permiso implícito de su padrino—. No reconozco su uniforme. ¿Tiene historia?

Francia sonrió complacido antes de responder.

— Sí, ma chérie, la tiene. A decir verdad es una muy larga. Ocurrió en el reino lejano de Britania. Tras una altercado con la Reina del lugar, Irlanda del Norte, una hechicera poderosa, maldijo a Estados Unidos de América, la hija de ésta, a pasar el resto de sus días con la forma de una muñeca de cabeza grande y facciones grotescas que sólo aceptaba comer nueces, cuyas cáscaras podía romper ella misma con su poderosa mandíbula. Horrorizada por el aspecto y comportamiento tan groseros de su hija, Reino Unido mandó consultar al oráculo más importante del continente para que le revelara la manera de curar a su adorada princesa. Grecia acudió a su llamado y profetizó que sólo un hombre, que nunca hubiera llevado botas, ni otro tipo de calzado, y que tampoco se hubiera afeitado, debía darle a comer una nuez muy especial a la princesa. El joven hombre en cuestión debía él mismo pelar y moler la nuez. Reino Unido mandó buscar la nuez, cosa que fue muy fácil de localizar en comparación al hombre que pudiera darla de comer a su hija. Desesperada, Reino Unido confió en Francia, su mejor relojero, que además de hábil joyero, era un mago confiable —al decirlo Francia se permitió una sonrisa misteriosa—. El mago, quien hacía los mejores perfumes, acababa de regresar de una de sus viajes, pero se dió a la tarea de buscar un joven con dichas características. Por casualidad, resultó ser que su sobrino y aprendiz, a quién había traído consigo a su regreso, nunca había usado zapatos o botas. Era muy joven, y sospechosamente lampiño, así que tampoco se había afeitado alguna vez. Aunque provenía de otro continente, Reino Unido le prometió la mano de su hija a cambio de salvarla. Él accedió a ayudarla. Resultó fácil para él pelar y moler la nuez. Sin embargo, antes siquiera de que pudieran celebrar la recuperación de la princesa, Irlanda del Norte apareció encolerizada y maldijo al joven sobrino de Francia con la misma condición a que había condenado a Estados Unidos. Al verlo así, la princesa rehusó casarse con él. En general, nadie podía aceptarlo bajo ese aspecto…

Al notar que su padrino no pudo seguir con la historia, Austria tomó al cascanueces entre sus manos y lo miró con tristeza. Estaba conmovida tanto por la historia como por el semblante de Francia.

— Pobrecito, no se merecía un trato así después de lo que hizo por la princesa. ¿Tiene nombre?

Francia pareció haber regresado de dónde estaba hasta que su ahijada le habló. Respondió con una extraña tranquilidad.

— Estados Unidos Mexicanos, le puedes decir Mexique.

— No se preocupe, Padrino. Yo voy a querer mucho a Mexiko y no lo voy a alejar sólo por su aspecto de cascanueces.

— Cuídalo mucho, Autriche. Mi hermano le tenía mucho cariño. Te agradecemos tu disposición.

Austria tomó un gusto inmediato por el cascanueces. Se enojó mucho con su hermano cuando a Hungría se le ocurrió usarlo para pelar nueces y le rompió la mandíbula por el esfuerzo. Pese a que Francia lo arregló inmediatamente, ella le ató una de las cintas que llevaba en el cabello a modo de vendaje. El resto de la velada lo trajo de aquí para allá. Donde quiera que ella fuera, México iba con ella. Hasta que llegó la noche y Austria tuvo que dejarlo con el resto de sus juguetes. Lo acostó en una cesta y lo arropó lo mejor que pudo antes de irse a la cama. Pero pasaba la noche y no lograba conciliar el sueño. Estaba preocupada por México, así que, con cuidado de no despertar a nadie, se apresuró a salir de su habitación y trasladarse al salón donde Hungría y ella habían dejado los juguetes y demás regalos que habían recibido.

Al entrar se llevó una sorpresa mayúscula. Su cascanueces había crecido unos pocos centímetros más y tenía aspecto más humano. México se encontraba al mando de un ejército de muñecas y peluches entre los que reconoció un pequeño grupo con la insignia de un trébol. La mayoría de las muñecas hacían de enfermeras que atendían a los caídos en batalla, mientras el resto de los juguetes seguía enfrentando al enemigo. Ese pequeño ejército enfrentaba a otro de felinos miniatura que parecían leones y algunos unicornios y dragones del mismo tamaño. El jefe era un león que tenía a México en jaque. Asustada, Austria tomó una espada de juguete, perteneciente a su hermano, y golpeó con ella al General León. Por ningún momento puso en duda lo que estaban viendo sus ojos.

Aprovechando la momentánea pausa que su intervención produjo, Austria demandó saber qué había ocurrido. México le explicó que, desde que estaba bajo el hechizo de Irlanda del Norte, su gemela lo había ayudado tras el rechazo de Estados Unidos en buscar una cura. Ni ella, ni su tío Francia habían dado con algo, pero México no desdeñaba su apoyo. En señal de gratitud, él ahora la protegía de los generales de Inglaterra. Esta batalla era una de tantas. México aseguró que, tras algunos enfrentamientos, el conflicto se volvió personal. Inglaterra y los suyos tenían de qué aborrecerlo tras algunas pérdidas importantes. Al final de su discurso, México sacó de entre los pliegues de su uniforme la cinta que Austria le había anudado. Le agradeció su gesto y le confió que ése había sido su amuleto de la buena suerte durante esa batalla, la cual había sido más cruenta que las anteriores.

Tal distracción la aprovechó el General León para obligarlos a acordar la entrega de Irlanda. Austria estaba dispuesta aceptar con tal de que dejara en paz a México, pero el cascanueces se negó a aceptar semejante trato. No podía traicionar a Irlanda, pero tampoco iba a permitir que le hiciera daño a otros; menos aún a Austria. Con eso, México se dispuso a atacar nuevamente. Austria quería impedirlo, pero un certero golpe del arma de México hizo caer al General León cuyo ejército dio la retirada de inmediato. Viendo que todo había terminado, Austria no pudo evitar correr a abrazarlo de puro alivio.

— Siempre te querré y siempre voy a estar a tu lado —juró con solemnidad, tras una reprimenda por su insensatez.

Un súbito cambio en la sala la hizo perder de vista al General caído, a México y a su ejército. Lo único que alcanzó a sentir fue cómo caía de golpe al suelo, perdiendo la conciencia. No fue sino hasta el día siguiente que volvió en sí. Para su sorpresa, se encontraba en su cama. Austria se incorporó de inmediato alarmada ante la posibilidad de que todo hubiera sido un sueño demasiado vívido. De no ser por su madre, quien la regañó por haber estado levantada hasta muy tarde en el salón con los juguetes, hubiera culpado a su imaginación. No era el caso. Al parecer se había desmayado en el salón. Su familia no sabía la razón de su estado, pero estaba preocupada. Pese a que Austria tardó en reaccionar, el médico declaró que estaba fuera de peligro. No había porqué preocuparse.

Austria apenas y prestó atención a su madre. Ella quería contarle el extraño sueño que había tenido, pero su madre se le adelantó. La mujer informó a Austria de que tenían un nuevo invitado, uno muy especial sin duda. Se trataba del sobrino de Francia, que venía de América a visitar a su tío. Nadie sabía de su existencia, ni siquiera el propio Francia esperaba poder verlo en estas fechas. El hábil relojero estaba que no cabía en sí de gozo con la súbita y grata sorpresa. El joven no había descansado desde que llegó al continente hasta no dar con su tío, a quien no encontró en su casa. Fue gracias a las indicaciones de alguien que le dijo dónde podía encontrarlo que estaba ahí. Y que, al enterarse del estado de Austria, había expresado su preocupación y deseo de conocerla.

Al reconocer las vagas señas, Austria pidió verlo bajo el pretexto de conocer a tan amable personaje. No sabía exactamente qué esperar de él, tampoco si todo era mera coincidencia. Tenía que hablar con él y despejar algunas dudas. Al poco tiempo, no le cupo ninguna. Un joven, muy parecido a su cascanueces, a México, cruzaba la puerta de la sala en compañía de Francia. Austria pudo notar el gozo mezclado con alivio en la expresión de su padrino. México no le dio tiempo de hacer preguntas. Al verla despierta, inmediatamente se mostró aliviado y se apresuró a agradecerle su ayuda. Austria tardó en comprender lo que había hecho, pero una vez todo quedó claro, no pudo hacer otra cosa más que ruborizarse. Ella prácticamente se había prometido a él. No es que eso le hubiera contrariado, pero era aún muy joven para esas cosas.

— Te esperaré lo que tenga que esperarte —le prometió México—. Gracias a ti, soy libre de nuevo. Existen algunas personas que me gustaría presentarte. Hace mucho tiempo que no sé de ellos, así que tendrán ganas de conocerte.

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